Reflexión 9 noviembre 2014 32° ordinario ciclo a

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REFLEXIONES DOMINICALES LIC. JORGE ARÉVALO NÁJERA ______________________________________________________________________

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 9 DE NOVIEMBRE DE 2014 32° DOMINGO ORDINARIO, CICLO A. 1. LECTURAS Sabiduría 6,12-16: << La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta. Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento. >> Salmo 62: << Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, / mi alma está sedienta de ti; / mi carne tiene ansia de ti, / como tierra reseca, agotada, sin agua. R. ¡Cómo te contemplaba en el santuario / viendo tu fuerza y tu gloria! / Tu gracia vale más que la vida, / te alabarán mis labios. R. Toda mi vida te bendeciré / y alzaré las manos invocándote. / Me saciaré como de enjundia y de manteca, / y mis labios te alabarán jubilosos. R. En el lecho me acuerdo de ti / y velando medito en ti, / porque fuiste mi auxilio, / y a la sombra de tus alas canto con júbilo. R. >> I Tesalonicenses 4,13-18: << Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras. >> Mateo 25,1-13: << En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: "Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.”

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“Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, Señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora." >>

2. REFLEXIÓN

Buscando al Señor se llenan de aceite nuestras lámparas Lic. Jorge Arévalo Nájera Búsqueda incesante, sed que urge a ser saciada, encuentro que ya se añora y vigilancia permanente. De este modo podríamos elencar las ideas fuerza de la primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, del Salmo, de la segunda lectura de 1 Tes y finalmente, del trozo del evangelio de Mateo. Desarrollemos un poco estas ideas y tratemos de encontrar un hilo teológico conductor que las relacione, para finalmente desembocar en una aplicación práctica (espiritual) para nuestra vida. En una lectura cristológica, que interpreta los textos del AT desde el misterio de Cristo, la Sabiduría se identifica con el Logos, con la Palabra increada, con Jesucristo mismo. En efecto, Jesús es el Árbol definitivo del conocimiento del bien y del mal, plantado por Dios en medio del huerto de la existencia humana. En él se encuentra con toda definitividad y certeza la clave que descifra las inquietudes más hondas del espíritu humano. Jesús es la Sabiduría, de él se recibe toda la plenitud y el conocimiento que viene de Dios. Pero no se trata de un saber doctrinal o conceptual, es más bien, un sentido profundo de la vida, un conocimiento desde la fe de lo que significa ser hombre, hacerse hombre, vivir humanamente. Él es la Luz que resplandece e ilumina a todo hombre viniendo a este mundo, y su verdad es accesible a todos los que le aman. Aún en la carne ultrajada del flagelado por los poderes imperiales, su verdad se levanta para hacer libres a los que le aman, le buscan y le desean y ofuscar el entendimiento de los necios. Sólo en Cristo se encuentra el descanso de la fatiga ancestral que aqueja a los eternos buscadores y les libera de las vanas preocupaciones, pues les sale al encuentro por todos los caminos y en cada pensamiento.

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Pero una cosa es menester y no se le dispensa a nadie; que se le busque con ahínco, desde la madrugada hasta el anochecer, apenas abriendo los ojos y hasta que estos se cierran por el cansancio de la jornada. Se le ha de buscar con anhelo, con urgencia de satisfacer una necesidad vital, así como se anhela el agua cuando el cuerpo tiene sed, así el ser del creyente ha de desear al Señor, verle, recostarse sobre su amante pecho, sentir el calor de su abrigo, buscar en su Palabra el consuelo a sus tribulaciones. No valen las actitudes de tibieza, las haraganerías espirituales, la negligencia. Jesús viene, siempre está viniendo al encuentro del hombre, pero es imposible encontrarlo si no se le busca. El Salmo menciona tres características irrenunciables de los buscadores de Dios; alabar, bendecir e invocar. No es que de vez en cuando, en ciertos momentos de especial lucidez o motivación, el creyente espontáneamente alabe, bendiga o invoque a Dios, se trata de actitudes fundamentales, cotidianas y habituales. Es decir, la vida cristiana se vive en permanente alabanza, bendición e invocación. Pero, ¿qué significa este trío actitudinal? Veamos; 1. Alabar no significa entonar por horas enteras cánticos celestiales acompañados de lágrimas y desmayos. Eso puede ser expresión de la verdadera alabanza, pero no necesariamente. Alabar es ponderar la persona de Dios, hablar y actuar de tal manera que su suma bondad sea manifestada en tu vida. 2. Bendecir es, en su dimensión antropológica/ascendente –del hombre hacia Dios-, reconocer la acción misericordiosa y gratuita de Dios en la propia vida. 3. Invocar a Dios es una acción muy fuerte, que no deberíamos tomar a la ligera. El AT nos previene sobre el abuso de la invocación al prohibir pronunciar el santísimo nombre. En virtud de nuestro sacerdocio crístico, somos capacitados por el Espíritu del Señor para hacerlo presente en medio de la historia. No solo sacramentalmente a través de la epíclesis eucarística (cuando el sacerdote ordenado impone las manos sobre las especies del pan y el vino e invoca al Espíritu Santo para que convierta las formas en Cuerpo y Sangre de Cristo), la invocación es propia del sacerdocio universal de todos los cristianos en virtud del Espíritu recibido en el bautismo. Por medio de la invocación, -aunque no sacramentalmente- el creyente hace presente de forma real a la Trinidad. No es simplemente un deseo que quien sabe si se cumpla, o una forma psicológica de adquirir seguridad ante los infortunios. Pero cuidado, hacer presente a Dios tiene consecuencias, no es una acción inocua, conlleva una gran responsabilidad, porque Dios siempre que se hace presente es para salvar, para rescatar, para liberar, y eso

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implica una respuesta del invocante, respuesta que se hace patente y ejemplar en la cruz del Calvario. ¿Estaremos dispuestos a invocar el nombre de Dios? 1 Tes, -el más antiguo escrito cristiano- profundiza en la dimensión escatológica de la búsqueda de la que hemos venido hablando. En efecto, a propósito del dolor y el desconcierto que embarga a los miembros de la comunidad de Tesalónica a causa de la muerte de algunos de sus miembros y el retraso de la Parusía o segunda venida del Señor, el apóstol de los gentiles quiere afianzar la esperanza de los cristianos en la salvación universal de todos los que han prestado su adhesión a Jesucristo. Esta salvación apunta a la dimensión comunitaria (reunión escatológica de todos los creyentes). Este texto ha sido interpretado erróneamente y ha dado lugar a la falsa doctrina del arrebatamiento o rapto, que tristemente fue postulada por el jesuita Manuel Lacunza1 y después adoptada por algunos grupos cristianos fundamentalistas. A Pablo no le interesa dejar asentada ninguna doctrina sobre un advenimiento previo de Jesús antes de su segunda venida y en la que supuestamente arrebataría a un grupo selecto de cristianos antes del fin del mundo. Lo que interesa a Pablo es reafirmar en la fe y la esperanza de la resurrección comunitaria a los vacilantes tesalonicenses, y para ello hace uso de imágenes propias de la literatura apocalíptica, llena de símbolos provocadores y fuertemente evocadores. No importa si desde la percepción temporal el Señor tarda en regresar, lo que importa es que finalmente, de un modo glorioso y misterioso, todos los buscadores de Dios se encontrarán en Cristo, y esto debe llenar de alegría a los que aún peregrinan en la historia. Finalmente, en el evangelio de Mateo, Jesús nos presenta mediante una parábola –la llamada parábola de las 10 vírgenes- una actitud fundamental para que este encuentro escatológico entre Jesús y todos los creyentes tenga lugar; la vigilancia espiritual. Dejemos que sea el mismo texto el que nos enseñe en que consiste; las 10 vírgenes (símbolo de la multitud incontable de los buscadores), están esperando al novio (Jesús), fuera de la casa donde se celebrará el banquete de bodas (Imagen del Reino de Dios escatológico). Las 10 se duermen en la espera (los buscadores son incapaces de mantenerse en la tensión de la espera histórica), pero lo que importa es que aún dormidos, son capaces de escuchar la voz del pregonero (profeta, apóstol) del novio que se acerca.

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Manuel de Lacunza y Díaz (Santiago de Chile, 19 de julio de 1731 - Imola, alrededor del 18 de junio de 1801) fue un sacerdote y teólogo jesuita chileno, que realizó una interpretación milenarista de las profecías de la Biblia católica.

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Sin embargo, no basta con despertarse, es necesario haber preparado con antelación lo necesario para el encuentro con el novio (las lámparas encendidas y una buena provisión de aceite). Existen variadas interpretaciones sobre el simbolismo de las lámparas y el aceite, pero la que a mi parecer es más acertada, es la siguiente: dice Jesús en el mismo evangelio de Mateo que “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si el ojo está sano, todo el cuerpo estará iluminado. Pero si el ojo está enfermo, todo el cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!”2 Y por otro lado, el aceite simboliza en la Biblia al Espíritu de Dios. Así, si unimos los dos simbolismos, resulta que el Espíritu enciende el interior de los buscadores. Pero, ¿qué significa que ellos deban prever que no falte el aceite? ¿Acaso el Espíritu se agota? ¡En efecto, el Espíritu puede ahogarse en el interior del discípulo si este no acepta con humildad y madurez que la historia es un tiempo de espera en el amor perseverante y fatigoso y que las únicas armas para afrontar exitosamente esa prueba son la oración, la fe y la esperanza, que se robustecen y acrisolan en la caridad! Por eso, las vírgenes precavidas no pueden compartir su aceite, porque la experiencia del Espíritu es encarnada, personal e intransferible. Yo puedo ayudar a otros a que se motiven a hacer esa experiencia de fe, pero finalmente cada quien debe hacerse responsable de sus elecciones y de la seriedad con que afronte el advenimiento segundo del Hijo del Hombre. Así pues, buscando incesantemente al Señor en el ejercicio del amor, es como se mantienen encendidas en el Espíritu nuestras vidas. Gracia y paz.

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Mt 6,22-23.

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