Reflexión domingo 21 de diciembre de 2014

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REFLEXIONES DOMINICALES LIC. JORGE ARÉVALO NÁJERA __________________________________________________________________

REFLEXIÓN SOBRE LAS LECTURAS DEL 21 DE DICIEMBRE DE 2014 4° DOMINGO DE ADVIENTO CICLO B MARCOS

1. Lecturas 2 Samuel 7,1-5.8-12.14.16: << Tan pronto como el rey David se instaló en su palacio y el Señor le concedió descansar de todos los enemigos que lo rodeaban, el rey dijo al profeta Natán: "¿Te has dado cuenta de que yo vivo en una mansión de cedro, mientras el arca de Dios sigue en una tienda de campaña?" Natán le respondió: "Anda y haz lo que te dicte el corazón, porque el Señor está contigo". Aquella misma noche habló el Señor a Natán y le dijo: ve y dile a mi siervo David que el Señor le manda decir esto: ¿Piensas que vas a ser tú el que me construya una casa, para que yo habite en ella? Yo te saqué de los apriscos y de andar tras las ovejas para que fueras el jefe de mi pueblo, Israel. Yo estaré contigo en todo lo que emprendas, acabaré con tus enemigos y te haré tan famoso como los hombres más famosos de la tierra. Le asignaré un lugar a mi pueblo, Israel; lo plantaré allí para que habite en su propia tierra. Vivirá tranquilo y sus enemigos no lo oprimirán más, como lo han venido haciendo desde los tiempos en que establecí jueces para gobernar a mi pueblo. Israel. Y a ti, David, te haré descansar de todos tus enemigos. Además, yo, el Señor, te hago saber que te daré una dinastía; y cuando tus días se hayan cumplido y descanses para siempre con tus padres, engrandeceré a tu hijo, sangre de tu sangre, y consolidaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí, y tu trono será estable eternamente"'. >> Salmo 88: << Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna, pues el Señor ha dicho: "Mi amor es para siempre y mi lealtad, más firme que los cielos. Un juramento hice a David, mi servidor, una alianza pacté con mi elegido: Consolidaré tu dinastía para siempre y afianzaré tu trono eternamente. Él me podrá decir: “Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva”. Yo jamás le retiraré mi amor, ni violaré el juramento que le hice". >> Ro 16,25-27: << Hermanos: A aquel que puede darles fuerzas para cumplir el Evangelio que yo he proclamado, predicando a Cristo, conforme a la revelación del misterio, mantenido en secreto durante siglos, y que ahora, en cumplimiento del designio eterno de Dios, ha quedado manifestado por las Sagradas Escrituras, para atraer a todas las naciones a la obediencia de la fe, al Dios único, infinitamente sabio, démosle gloria, por Jesucristo, para siempre. Amén>> Lc 1, 26-38: << En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La virgen se llamaba María. Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo".

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Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin". María le dijo entonces al ángel: "¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?" El ángel le contestó: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo, que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios". María contestó: "Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho". Y el ángel se retiró de su presencia. >>

2. REFLEXIÓN De un Dios que no habita en templos de piedra sino en una casa de carne y sangre vivificada por el Espíritu Jorge Arévalo Nájera

Es muy común entre los cristianos –al menos lo es entre los católicos- que cuando se refieren a las construcciones expresamente edificadas para celebrar el culto les llamen “casa de Dios”. Así, cuando algún chiquillo impertinente se muestra irrespetuoso en el lugar, se le dice “chamaco, respeta la casa de Dios” o cuando alguna parejita de enamorados se abrazan o besan más allá de lo que las buenas conciencias toleran, no falta la viejita rezongona o el párroco celoso de su deber que los amonesta con una frase parecida a esta: “muchachos irrespetuosos, esas cosas no se hacen en la casa de Dios”, o también está muy extendido el gesto de persignarse con la señal de la cruz al pasar frente a un lugar de culto. No quiero negar todo valor a esta idea de asignar el nombre de “casa de Dios” al lugar donde la comunidad cristiana se reúne para celebrar su asamblea eucarística, pero sí me gustaría aclarar el sentido auténtico de dicha idea. Para ello, analicemos algunos rasgos interesantes de los textos que hoy serán proclamados como Palabra de Dios. En la primera lectura, tomada del 2° libro de Samuel, se nos presenta la famosísima profecía mesiánica del profeta Natán a través del cual Dios dirige su promesa al rey David, anunciándole que de su estirpe nacerá el mesías cuyo reinado no conocerá el ocaso. David ha querido construirle a Dios una “casa” hecha de piedra, edificada con manos de hombre y a Dios no parece agradarle mucho la idea. Las intenciones de David parecen legítimas, parten del reconocimiento de su pequeñez ante el Señor (él vive en un palacio de cedro

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mientras que Dios vive en una vulgar tienda de campaña). El razonamiento parece impecable ¿no?, a mayor rango mayor lujo y ostentación se merecen. El problema es que esas no son las categorías de Dios, el boato,1 la pompa y la circunstancia no son parte de su esencia, él quiere seguir siendo el Dios que camina con su pueblo, acampa en medio de él y se ensucia los pies con el polvo del desierto. Este era precisamente el simbolismo del arca que los israelitas cargaban a través del desierto llenos de temor y temblor, pero también de amor y confianza en el Padre que había hecho alianza con ellos y había prometido su presencia dinámica en el devenir de la historia de su pueblo para garantizar su libertad. La idea del Templo como “lugar donde habita Dios” encierra un grave peligro que de hecho se hizo realidad en la vida religiosa y espiritual del pueblo de la alianza y sigue tristemente vigente en el nuevo pueblo que es la Iglesia. Es el peligro de la magia, de la monstruosa pretensión humana de manipular a Dios mediante el culto, los ritos y las gestiones religiosas, de la ridícula idea de que a Dios se le puede encerrar entre cuatro paredes y constreñir su influjo a ciertos momentos y espacios sagrados, para que deje el espacio secular al arbitrio del hombre y este pueda ser auténticamente hombre. Y es que en realidad no toleramos a un Dios entrometido en nuestra vida cotidiana, metido entre nuestra sábanas o en la educación de nuestros hijos o en la administración de nuestros bienes materiales o en nuestras decisiones políticas o en el ejercicio profesional. A Él le concedemos parte de nuestro tiempo –que no sea demasiado porque tampoco se trata de ser mochos o fanáticos- y entonces vamos los domingos a Misa, prestamos algunas horas al ministerio de la catequesis parroquial, etc. También podemos inclusive entregar parte de nuestros bienes –tampoco demasiado porque uno necesita ciertas cosas para vivir decorosamente y eso de ser otro San Francisco de Asís hasta de mal gusto resulta- y entregar religiosamente el diezmo cuando corresponde. Más allá de esto, ya se entra en el terreno de la demencia, de la radicalidad fanática y se encienden los focos rojos de la conciencia personal y social que nos invitan –so pena de una fuerte reprimenda- a volver a la cordura. Podemos relacionarnos sensatamente con el “dios de gaveta” –entiéndase templo- pero nos causa repulsión y fastidio el Dios de la libertad que va y viene a sus anchas por los derroteros de la historia y que quiere inmiscuirse en los más intrincados y recónditos espacios de nuestro espíritu. Por eso Dios le enmienda la plana a David y le dice que es Él quien le va a construir una casa viva, de carne y sangre. “Casa” significa descendencia, familia, linaje. Esa familia será su pueblo y en ella Dios vivirá para sostenerla eternamente. Dios se construirá a sí mismo 1

Ostentación en el porte exterior.

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una casa y en ella su Mesías garantizará la vida definitiva a todo aquel que quiera formar parte de su familia. Ya podemos entresacar una consecuencia espiritual inmediata: el “lugar” donde podemos encontrar a Dios no es un templo de piedra sino en la comunidad viva de creyentes que caminan peregrinando por el desierto con rumbo a la casa definitiva. En este sentido, cada hermano es templo vivo de Dios, sacramento de la Presencia del Misterio escondido desde antiguo y revelado en la plenitud de los tiempos (Ro). Alguna vez escuché decir al Profesor Daniel García –y estoy totalmente de acuerdo con él- que el signo de la cruz debería hacerse en todo caso ante cada hermano, sagrario auténtico donde reside Cristo resucitado. Entiéndame bien estimado lector, no quiero decir que en el Sagrario no se encuentre la presencia real del Resucitado, pero esta presencia es sacramental y adquiere su más profunda significación cuando tiende al descubrimiento del Cristo en la Comunidad viva que celebra. Del mismo modo, la construcción de piedra solamente tendrá valor si en ella los convocados por el Padre mediante el Hijo en el poder del Espíritu se reúnen para celebrar el Misterio y escuchando la Palabra de Vida se alimentan de ella recibiendo el Espíritu y salen al mundo para continuar realizando las obras del Hijo y hablando con lenguas de fuego que enciendan los corazones construyen la sociedad del amor y la cultura de la vida. El Evangelio de Lucas nos presenta una hermosísima catequesis teológica llena de simbolismos que apuntan precisamente al cumplimiento de las promesas anunciadas por el profeta Natán. Iremos más allá de la historicidad de los hechos descritos y de los personajes para encontrar su significación teológica y espiritual. En el evangelio de Lucas, María representa a la comunidad cristiana que lleva en su seno al Mesías cuyo origen es desconocido y que hinca sus raíces en el Misterio de Dios. Es la manera teológica de Lucas de afirmar la filiación divina de Jesús. Por eso Lucas afirma que José no es el Padre de Jesús, pues en la cultura semita la referencia al Padre ilumina el origen del hombre, le da identidad y valor específico. Pues bien, esta pequeña y frágil comunidad que ha sido preñada por Dios mismo con un Mesías que no encuentra explicación en las intramundanas esperanzas ni en los esfuerzos ingentes de los hombres por hallar sentido último a la existencia humana (es concebido en el seno de la comunidad por obra y gracia del Espíritu Santo) se encuentra sorprendida, y anonadada no atina a explicar el Misterio del Mesías encarnado y crucificado y cómo su muerte y su vida entregada pueda ser vehículo de salvación y plenitud para todo el género humano. Ella tiene como misión hacer nacer al Mesías en el mundo mediante su propia vida entregada en servicio a los hombres. Ella es la “casa de Dios” hecha de carne y sangre vivificada por el Espíritu Santo, la estirpe santa que nacerá del costado abierto del Mesías crucificado.

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Es una comunidad llamada a repetir incesantemente la pregunta que hace la virgen madre, no desde la duda sino desde la maravilla de lo que escapa a la mera razón… ¿Cómo puede ser esto si no conozco varón?, invitados a abrir nuestra mente y corazón al poder de Dios capaz de hacer fértil el vientre estéril de las “Isabeles” del mundo, cubiertos por el poder del Altísimo y empoderados para dar el sí definitivo a Dios…” Hágase en mí según tu Palabra”. Gracia y paz.

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