Tras la quinta esencia

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Tras la quinta esencia



Jorge Cáceres Hernández

q Tras la quinta esencia

Círculo rojo – Novela www.editorialcirculorojo.com


Primera edición: julio 2013 © Derechos de edición reservados. Editorial Círculo Rojo. www.editorialcirculorojo.com info@editorialcirculorojo.com Colección Novela © Jorge Cáceres Hernández Edición: Editorial Círculo Rojo. Maquetación: Juan Muñoz Céspedes Fotografía de cubierta: © Fotolia.es Cubiertas y diseño de portada: © Luis Muñoz García. Impresión: PUBLIDISA. ISBN: 978-84-9050-001-9 DEPÓSITO LEGAL: AL 646-2013 Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna y por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor. Todos los derechos reservados. Editorial Círculo Rojo no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas. IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA


Dedicado a Carolina, por ser quien siempre me animó para que retomara y acabara la obra, y a mi madre, porque ella fue quien me regaló un libro vacío para que yo lo llenara con mil historias.

Muchas gracias a todos los que creyeron en mí.



E

scuchadme cuando os digo que casi imposible es tener un amigo. Ni la cercanía ni el tiempo harán que lo tengáis. Para tener un amigo solo vale que el amigo también quiera tenerte como tal, y nunca sabréis si lo tenéis hasta el día de la verdad. Ahora yo sé que los tuve. Yo era un chico normal, vivía en una casa normal, tenía unos padres normales, una vida normal. Pero… ¿qué es la normalidad? Puede que sea hacer o tener cosas como la mayoría de las personas. La cultura es eso, la normalidad. ¡Cuántas luchas se habrán librado por diferencias de culturas! Pues eso era lo que yo quería hacer, ¡luchar!, pero no contra personas o un sistema de gobierno, sino contra mí mismo y mi cultura, al igual que mis padres lucharon por mí y por sacarme adelante. Yo no iba a ser menos, yo también me declararía la guerra a mí mismo. En ocasiones pienso que al nacer en una familia con una cultura distinta a la mía tendría una forma de ver la vida completamente diferente. Mis ideas, mis pensamientos e incluso mis gustos serían otros. 9


Tras la quinta esencia Por eso, por esa misma idea, empezó mi viaje, o al menos eso pensaba yo. Dado que la comparación es una de las mejores formas de obtener los ideales óptimos para tu forma de vida, la forma de ver la vida cambia al conocer cómo piensan el resto de personas. Así pues, nunca podremos actuar o pensar correctamente, porque siempre habrá una forma de pensar diferente a la nuestra y, por lo tanto, un criterio diferente que jamás podrá ser igual al nuestro. Pero si se te hace muy duro pensar que no existe la perfección, piensa que nada de lo que hagas puede ser completamente imperfecto. Pero si no existe ni el bien ni el mal, si no podemos aferrarnos a nada de lo que nadie nos haya podido aconsejar, ¿cómo podemos hacer lo correcto? ¡Eso es lo que descubrí en mi viaje!

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CAPÍTULO 1 EL

ACCIDENTE

E

staba muy nervioso, yo no quería hacerlo. Pero ¡Francisco se había empeñado tanto...!

—¡No pasa nada! —decían—. ¡Todos lo hemos hecho ya! Cerré los ojos tan fuerte como pude y salté. Veinte metros de caída y una simple cuerda elástica para evitar el impacto. Un fallo, un simple fallo y yo moriría en esas rocas afiladas del final. ¡Qué adrenalina! Toda mi vida, mis veinte años pasando por mi mente. Las piedras se acercaban cada vez más. Pero... cuando pensaba que todo estaba perdido, el brusco tirón de la cuerda elástica me hizo comprender por qué las personas practican puenting. ¡Esa repentina sensación de control!, ¡de seguridad!, ilusiones que convierten el terror en diversión. ¡Espera...! ¡Algo falla! ¡Sigo cayendo... algo se ha roto! ¡No, las rocas...! ¡Ah! ¡Mi cuello! ¡Tengo sangre en mi boca! ¡No puede ser,

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Tras la quinta esencia no siento el cuerpo! ¡No me responde! Pero... ¿qué pasa? ¡Sigo subiendo! ¡No hay sangre y puedo moverme! —Yiiiiijaaaa —se escuchaba desde lo alto del puente. —¿Qué? ¿Está emocionante? ¡¡¡Te lo dije...!!! —¡Qué raro! Entonces, ¿no me he caído? ¿No estoy parapléjico? ¡Sigo vivo! Pero ¡qué raro...! Nunca olvidaré este día. Cuando subí al puente todos seguían arrojándose al vacío, atados por las piernas. ¡Mis amigos me trataban con normalidad!, ¡ninguno parecía haber visto mi golpe! Pero... ¡era tan real! Supongo que ha sido una ilusión que mi mente ha creado ante la posibilidad de morir. En todo caso, creo que será mejor no contárselo a nadie. No quiero que me traten de loco. El lado bueno es que ya sé lo que responder si me vuelven a ofrecer tirarme de un puente para pasar un buen rato. Tiempo después llegué a la seguridad de mi hogar. Todo parecía distinto, algo había cambiado, los pajarillos no tenían el mismo canto. Supongo que eran imaginaciones mías, una forma diferente de ver la vida provocada por haber visto lo que hubiera pasado si mi vida se hubiera truncado. Ahora más que nunca era consciente de mi fragilidad y de que nada de lo que yo creía importante lo es realmente. Pero... entonces, ¿qué puede tener importancia? —Cariño, ¿has dormido bien? —dijo mi madre, cuando bajé por las escaleras para desayunar. ¡Ummm...! Extraño saludo para alguien que ayer casi muere. Definitivamente esa extraña visión no pudo haber sido otra cosa que un sueño. 12


Jorge Cáceres Hernández —Sí, mamá —dije—, hoy no desayuno, tengo prisa. A cada paso que daba hacia la facultad se me iba despejando la mente de las preocupaciones que me atormentaban, como si el acercarme a mis amigos me devolviera la serenidad. Cuando llegué encontré allí a Francisco, Helena y Omar. Justo en ese momento me sentí en mi hogar. Nada podría perturbar mi alegría estando con ellos. Sobre todo con Helena, ella era muy especial, o por lo menos a mí siempre me lo había parecido. Helena era una chica muy bella. Tenía unos cachetes muy redonditos, a pesar de que no creo que superara los sesenta kilos de peso. Lo que más me gustaba era que no importaba lo pequeña o frágil que fuese, siempre conseguía lo que quería. Yo adoraba a esa chica, pero por desgracia Fran y ella eran novios, y yo jamás hubiera traicionado a un amigo. Fran era uno de mis mejores amigos. Él y Helena siempre me han ayudado cuando me he peleado con mis padres o cuando he roto con alguna novia. Ahora que lo pienso, creo que me hice tan amigo de Francisco gracias a mis sentimientos por Helena, dado que siempre que quería verla a ella tenía que disimular haciendo pensar a todos que realmente a quien quería ver era a Fran y tratarla con indiferencia para apagar sospechas. Omar era un chico en quien se podía confiar, era amigable e inocente. Tenía una familia que lo adoraba y aunque desde fuera no se apreciaba, eran las personas más unidas que conozco. Pero... todo cambió cuando unos soldados del ejército fueron a dar una charla al instituto, con tanto éxito que la gran mayoría se quisieron alistar al instante. Su padre era demasiado cerrado de mente, lo que le llevó a una dura discusión con su hijo. Omar no estaba seguro de su fu13


Tras la quinta esencia turo, pero la férrea mano de su padre le hizo declinarse por jugarse la vida por el beneficio de otros. Él estaba decidido a meterse en el ejército, pero su padre le dijo que si lo hacía pensaba desheredarlo. Fue entonces cuando Omar decidió huir de su casa, desobedeciendo a su padre. Acabó mudándose a la casa en la que vivían Helena y Fran. —¡Hey, hola! —dijo Helena—. ¡Me suena tu cara! —¡Muy graciosa, Helena! Chicos, ¿qué os parece si después de clase vamos a la piscina? —dije. —No sé... mañana tenemos el examen de latín —dijo Omar. —Helena y yo teníamos pensado ir a comprar ropa para el cumpleaños de Miguel —dijo Fran. Miguel era un amigo que tuve hace un par de años pero que prefirió trabajar a seguir estudiando. Supongo que no éramos tan íntimos después de todo porque no creo que un amigo deje de serlo por no poder estar juntos todos los días; en todo caso, la lejanía debería aumentar el afecto mutuo, no disminuirlo. —Venga, chicos, animaos, que necesito olvidarme de que el tiempo corre —dije— aunque solo sea un rato... —¡Vale...! Iremos —dijo Helena, guiñándome un ojo. Eso era algo que siempre me ha puesto de los nervios. —Decidido pues, iremos al salir de clase —confirmé. Ocurre en nuestro cerebro un extraño suceso: no podemos controlar o mover el tiempo, pero sí podemos ser más o menos cons14


Jorge Cáceres Hernández cientes de él. De este modo, cuando estamos entretenidos el tiempo vuela y cuando estamos en clase este se para, y más cuando al salir de clase voy a ver a Helena en biquini. Por eso me pareció estar un año encerrado entre esas cuatro paredes. Cuando acabamos esperé a los chicos durante al menos veinticinco minutos, como era costumbre. Vinieron todos menos Francisco; al parecer le surgieron unos problemas de última hora. Eso decía él, pero yo creo que le tiene miedo al agua, porque siempre que queremos ir a nadar a él le surge alguna urgencia. —Bueno, vamos a... ¡a la piscina! —grité entusiasmado. —¡Vale, en marcha! —dijo Helena, sonriéndome. —Pero... rapidito, que tengo que estudiar —dijo Omar, preocupado. Nada más llegar, Omar se sentó en una hamaca con su libro de latín y empezó a estudiar. Yo me senté en el borde de la piscina, admirando la maravillosa estética de una mujer danzando en el agua. Gráciles movimientos que me envenenan la mente. Entonces ella se acercó y me habló. Sentí cómo se me aceleraba la respiración. —Bueno, cuéntame algo de ti —dijo—, ¿de dónde eres? ¿Qué te divierte? ¿Qué odias? ¿Qué es lo que te gusta? Lo quiero saber todo de ti. Aunque me extrañó ese repentino interés por mí, no negaré que me agradó muchísimo el tiempo que pasé hablando con ella. Uno al lado del otro demostrando un afecto mutuo sobre nuestras inquietudes. Es bonito ver que la persona que más bella te parece es también alguien con quien congenias. 15


Tras la quinta esencia —Bueno, ¿te bañas conmigo? —me preguntó. —¡Vale! Espera... que se lo digo a Omar a ver si viene —pero al mirar atrás vi que estaba dormido con su libro de latín—. Pobre, va fatal en latín y seguro que mañana suspenderá. —Tú siempre preocupándote por todo el mundo, o... —dijo ella— ¡estás perdiendo tiempo…! ¿Tienes miedo? —¿Qué? ¡No! —dije. Entonces me quité la camisa y lo noté en sus ojos, como tantas otras veces lo noté en los ojos de otras personas. Esa mirada con una sutil mezcla de miedo y compasión. Un sentimiento que solo una cicatriz como la mía puede suscitar, una que recorre desde la axila hasta la cadera. Ella seguía mirándola y yo, por cortesía, intenté volver a ponerme la camisa, pero ella cogió mis manos y dijo: —No me importa lo que te haya pasado, solo sé que eres perfecto como eres y que no debes avergonzarte de nada —me susurró mientras me quitaba la camisa y la arrojaba junto a Omar. De todas formas aunque hubiera preguntado no habría sabido contestarle. A todo el mundo le solía decir que fue una operación, pero lo cierto es que no tenía ni idea de lo que me había pasado. Está claro que las personas aceptamos la realidad tal y como se nos presenta. Si naciéramos soñando y jamás despertáramos adaptaríamos nuestros sueños como realidad y al despertar pensaríamos que estamos soñando. 16


Jorge Cáceres Hernández Me metí con ella en las cálidas aguas, tenso y distante. Huía cada vez que ella se me acercaba. Pero... es inútil escapar del amor. Helena se me acercó mirándome fijamente a los ojos. Esta vez no nadé en otra dirección sino que me acerqué a ella. Juntamos nuestras frentes muy lentamente, llevé mis manos a sus caderas y mientras las subía por su espalda noté cómo exhalaba todas sus preocupaciones a la vez que se erizaban cada uno de sus vellos. Nuestras respiraciones se unieron en una. Me acerqué lentamente a su boca y justo en el momento en el que nuestros labios se rozaron me di cuenta de que no podía traicionar a Francisco. Por mucho que yo la quiera, Helena tiene un novio que la quiere y respeta. La dulzura de su boca era sublime, pero no podía, tuve que apartarme lentamente. —No puedo —dije—, lo siento. —No importa, lo entiendo. Salí de la piscina y me acosté en la hamaca, junto a Omar, donde sabía que Helena no me podría flanquear. No podría hacerle eso a mi amigo. Mientras Omar seguía durmiendo ella se sentó en mi hamaca. —Soy yo quien decide equivocarse —me susurró—, soy yo quien merecerá el castigo, soy yo quien... Solo quiero saber por un segundo cómo sería mi vida a tu lado, aunque solo sea una ilusión. —No puedo, no debes —una lágrima resbaló por su mejilla. —Siempre te he deseado —me dijo—, solo que conocí a Francisco primero. Solo quiero un beso, uno solo y no te molestaré más. —Creo que subestimas el poder de un solo beso —dije—. ¿Seguro que quieres vivir con una mentira? 17


Tras la quinta esencia —Me muero por vivir una mentira contigo —dijo acercándose peligrosamente—. Bésame, bésame o lo haré yo. Me olvidé de todo lo que me rodeaba y la besé. Durante unos segundos fuimos uno pero, como en un sueño, todo tiene un final y el de nuestro beso fue brusco, al caerse el libro de latín de Omar al suelo. Juramos que jamás lo contaríamos a nadie. Durante toda esa noche no pude dormir. Primero, pensando en Helena e imaginando situaciones absurdas en las que ella me decía que dejaría a Francisco por mí. Después, pensando en qué me habría pasado, cómo habría llegado a tener esa cicatriz. Pero... necesitaba dormir, así que me relajé con la esperanza de preguntarle al día siguiente a mi madre. Si era algo vergonzoso o degradante para mí ya era hora de averiguarlo. Seguro que me caí encima de algo afilado que mis padres, por error o descuido, habrían dejado inconscientemente en el suelo. «¡Seguro!, tiene que ser eso, porque... ¿qué operación existe en la que sea preciso abrir tanto por un lateral? ¡Tuve que haberme caído! y seguro que no me lo han contado porque se avergüenzan de que por su culpa yo tenga que vivir acomplejado», pensé. Al día siguiente, cuando llegué a mi casa después de las clases, no estaban mis padres. Pero tenía tantas ganas de saber la verdad que subí al ático en busca de alguna prueba de lo que me había pasado, algún informe médico, algún diario de mi madre o cualquier cosa que me sirviera. Después de una hora encontré una foto cortada por la mitad, en la cual aparecía un bebé. Deduje que era yo, ¿quién si no? En esa foto tendría un par de días y me fijé en que ya entonces tenía esa horrible cicatriz. Así pues descarté la teoría de la caída, porque sin haber salido del hospital no me pude haber hecho daño. Así que estaba como al principio, pero con una nueva cuestión: ¿quién o qué estaba en la parte de la fotografía que faltaba? 18


Jorge Cáceres Hernández Seguí buscando un rato más hasta que encontré uno de los diarios de mi madre. Fui leyendo hasta el día de mi nacimiento, pero desde ese día hasta un par de semanas después habían arrancado las páginas. Pero... ¿por qué?, ¿por qué mis padres no quieren que sepa la verdad? ¿Qué puede ser tan horrible? De pronto el miedo recorrió mi cuerpo, el miedo de no tener respuesta a una pregunta tan sencilla. Me sentí muy vulnerable, como si no supiera realmente quién soy. Sin embargo, cada día que pasaba mi angustia iba menguando. Ya no pensaba tanto en mi pasado y me empezaba a preocupar por el cumpleaños de Miguel, que estaba a la vuelta de la esquina. ¿Cuál sería la reacción de esa persona hacia mí después de tanto tiempo si me volviera a ver? Pero cuando alguien no te dirige la palabra durante dos años muy amigo no creo que sea. Hay personas que el concepto de la amistad solo lo entienden por el lado bueno y la diversión. Pero cuando su versión de la amistad les lleva a tener que cargar con los problemas de los demás o simplemente encuentran a otras personas con las que sacan más provecho de su unión, se venden al mejor postor. Era el día de la fiesta de Miguel, faltaban pocos días para que acabaran las clases y me había prometido a mí mismo que ese verano sería el mejor de mi vida. Me preparé y salí de mi casa pensando ingenuamente que esa sería una noche como otra cualquiera. Todo marchaba con normalidad… gente cayéndose por las escaleras, borrachos intentando hablar entre dientes, chicas bonitas exhibiéndose... vamos, una noche cualquiera de fin de semana. Es curioso ver que si a las personas, durante toda su vida, se les dice todo lo que deben hacer o pensar, no son capaces de actuar con madurez cuando repentinamente pasan a no depender del control de otras personas. Bueno… que a veces los jóvenes hacen estupideces 19


Tras la quinta esencia porque no hay nadie que los controle y que años después acaban por arrepentirse de muchos de esos actos. Cansado de la música, del humo y del agobio en general, salí a tomar el aire. Caminaba tranquilamente, escuchando los susurros de mi alma, cuando la vi. Ahí estaba, tan hermosa. Su pelo bailaba con la brisa, el ritmo de su corazón se identificaba con el chirriar del óxido del viejo remo en el cual estaba sentada. Me acerqué lentamente para no perturbar esa bella estampa, y fue entonces cuando el brillo de la luna delató una pequeña lágrima que resbalaba lentamente por su castaña piel de seda. Me senté a su lado, sin decir nada, respetando su posible silencio. Pero no fue así, por lo visto necesitaba hablar con alguien que no le diera consejos o le intentara arreglar la vida, lo único que quería era que le escucharan. —¿Te parezco bella? —preguntó entre susurros. —¿Bella? —pregunté extrañado—. Pero... ¿qué importa lo que yo...? —¡Necesito que me lo digas! —dijo. Entonces la abracé muy lentamente, intentando sentir con las yemas de mis dedos la suavidad de su piel humedecida por la noche, y le dije: —No te has dado cuenta, ¿verdad? —¿Cuenta de qué? —repitió. —Cuenta de que no hago más que pensar en ti, de que ansío sentir tu tacto entre mis manos. Cada vez que te miro un escalofrío recorre todo mi cuerpo. 20


Jorge Cáceres Hernández —No me había dado cuenta —dijo, y otra lágrima brotó de su mirada. —¿Cómo no voy a creer que eres hermosa? Si no hago otra cosa que pensar en ti… —dije, secando sus lágrimas contra mi pecho. Me abrazó fuertemente, como si necesitara que la protegiera del mundo. A veces las personas que controlan todo lo que les rodea también necesitan que las resguarden. —Quisiera volver a besarte —me suplicó. —Pero... —¡Te deseo tanto! —¿Qué hay de Francisco? —quería besarla pero no podía. No, así no. —Olvídate de todo. Olvida, porque el mañana nunca es asegurable y si hoy fuera nuestro último día juntos no podría haberme perdonado el no haberte besado. —Tengo una idea —dije—. Si vamos a hacerlo hagámoslo bien. Sígueme. Le apreté su delicada mano, como si fuera una débil flor, y la llevé por detrás de la casa, a través de los árboles, subiendo la ladera hasta que encontré el sitio perfecto. En la noche reinaba la luna llena, el cielo estaba totalmente despejado, se podían ver una infinidad de estrellas. Delante de nosotros había una cascada de unos cinco metros que desembocaba en un pequeño lago cristalino. La noche fue 21


Tras la quinta esencia la única testigo de nuestra pasión. Pasamos un tiempo precioso abrazados por el cielo, allí solo éramos uno. Amanecimos aún mirándonos, como si temiéramos que todo hubiera sido un sueño, porque cómo podía ser real algo tan hermoso. Pasamos cerca de una hora mirándonos, sin hablar pero diciéndolo todo. Después bajamos a la civilización y la curiosidad fue más fuerte que yo: —Pero... ¿por qué? —pregunté—, ¿por qué ahora? ¿Qué ha pasado? ¿Qué...? —No importa, da igual —intervino rápidamente—, ha pasado y punto. Se sentó en un banco de uno de los parques que hay enfrente de su casa, y justo en ese momento lo comprendí todo. Me arrodillé enfrente de ella, sostuve sus manos delicadamente y le pregunté: —Es por Francisco, ¿verdad? —dije—. Te has enfadado con él y no quieres verle, ¿no? —inspiró profundamente, como para decir algo, pero se mantuvo en silencio—. ¿Acaso es que... ¡le has contado lo de nuestro beso!? —chillé irritado. —Me equivocaba, no soy capaz de vivir una mentira —afirmó—, y por ello Fran no quiere volver a verme. —¿Qué? —¡Me ha echado de su casa! Y no puedo volver. —Entiendo. Pero no soporto verte triste. Por ahora vente a mi casa a desayunar y ya veremos lo que hacemos, ¿vale? 22


Jorge Cáceres Hernández —Eres una gran persona, tu corazón impulsa bondad por tus venas, pero a tu madre… ¿le gustará la idea? —Mi madre no está en mi casa, nadie lo está, soy el único que no se ha ido de vacaciones. ¡Porque me quedó una!, ¡una tan solo! —dije. —Es curioso que al final a ti te quedara latín y a Omar no —dijo, con un tono sarcástico. —¿Nos vamos? —me apresuré a cambiar de tema.

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CAPÍTULO 2 COMIENZA

EL VIAJE

A

l verla dormida en mi cama me sentí completamente a salvo, como si no necesitara nada más para ser feliz. Mis sueños estaban cumplidos, mi vida podría acabar en ese momento y no dejaría nada por desear. Un mechón de su castaño pelo, jugueteando entre sus labios, me recordó a un intrépido cazador en busca de su presa. —Déjame que sea tu cazador —le susurré al oído, sin esperar respuesta—. Sé mi presa pero no te dejes atrapar, deja que sea yo quien te dé caza. Una pequeña mueca delató sus dos pequeñitos hoyuelos, que en armonía con sus ojos entreabiertos declaraban que había oído mis plegarias y estaba dispuesta a concederlas. —Bien, pero sabes que estás cazando en tu cocina, ¿verdad? —contestó. —Los animales salvajes son difíciles de domesticar.

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Tras la quinta esencia Supongo que solo podemos saber si estamos enamorados cuando dejamos de estarlo. Pero ese no era mi caso, yo sabía que ella era la chica de mis sueños desde que clavó su mirada en mis ojos, desde que habló a mi alma estando en silencio. Me enamoré, lo hice, y esa es razón de sobra para contar esta historia. Pero si alguna vez os enamoráis intentad parar el tiempo porque sin duda nunca habrá un momento mejor que ese. —Baja a desayunar cuando estés lista —dije. En ese momento la fina sábana de seda resbaló suavemente por su cuerpo, desvelando el torso desnudo de un ángel. Se quedó sentada, inmóvil, a mi lado, completamente desnuda sin decir nada, como si de un plan se tratara. Sabía perfectamente que me había bloqueado, saturado de tanta belleza. Ella me dio todo el tiempo del mundo para asimilar que me amaba tanto como yo. Llevé mis manos a su sonrisa de luceros y saqueé sus sentidos. Pero no tiene mérito cazar en la cocina, así que desvié un beso suyo a mi mejilla y dije: —Abriré la puerta para que salgas al campo, y luego volveremos a empezar. —Puede que no me vuelvas a tener a tiro —replicó. —Correré el riesgo —dije, saliendo por la puerta. A los veinte minutos bajó las escaleras lentamente, como quien visita por primera vez una casa ajena. Fue al salón, en donde la perdí de vista. Empecé a prepararle mi mejor desayuno (tortilla; lo único que sabía preparar sin que la cocina quedara como si le hubieran pegado una paliza). Ya estaba terminando cuando escuché sus carcajadas entrecortadas. Me hizo sonreír solo con escucharla, me encantaba sentir que ella era feliz. Fui al salón a ver qué le hacía tanta 26


Jorge Cáceres Hernández gracia cuando vi que, para mi enorme desgracia, había encontrado un álbum de fotos de esos que a mi madre le gusta enseñar a sus visitas, en donde había fotos mías haciendo el payaso de pequeño, lo cual parecía hacerle mucha gracia a ella. Corrí en su busca para intentar que no viera más, pero ella tenía mucho interés y echó a correr por toda la casa, riendo con fuerza. Fue un momento muy divertido. Acabé cogiéndola por detrás y le quité el álbum, con tan mala pata que los dos caímos al piso. Mientras caíamos me giré para intentar que no se hiciera daño. Lancé el álbum hacia el sillón y la miré directamente a los ojos. Debió de hacerle mucha gracia mi cara de miedo, porque volvió a reír, pero esta vez más delicadamente. —¿Qué pasa? Sales muy bien —dijo entre risas. Luego se quedó callada mirándome intensamente, como queriéndome comer con los ojos, y me besó. Después de comer me vestí y fui al último día de clase, como la gran mayoría de los estudiantes de la universidad. De mi clase solo faltaron dos personas, Francisco y Helena, dos de mis tres grandes amigos. Era obvio que ninguno de los dos había sido lo suficientemente valiente para enfrentarse a sus problemas. Esa mañana me la pasé casi en su totalidad escuchando los esporádicos comentarios de por qué yo debería saltarme todas las prohibiciones que mis padres me habían impuesto e irme de vacaciones con Omar. Pero lo que a mí realmente me importaba era que estaría en mi casa solo con Helena. ¡Ella y yo solitos! Habría sido una buena idea de no haber sido por... Pero bueno, decirlo ahora sería adelantar demasiado. Conformémonos con la idea de unas vacaciones perfectas. Íbamos Omar y yo caminando por la calle, hablando de baloncesto, cuando Omar se quedó en silencio. No tardé mucho en darme 27


Tras la quinta esencia cuenta de cuál fue el motivo de su inmutación: una persona de origen árabe pasó cerca de nosotros. Eso me dio muchísimo que pensar, y donde mi camino y el de Omar se separaban empecé a filosofar. Solo con mi voz interna, mirando más allá del suelo, creé una teoría: ¿por qué Omar odia a una persona de otra raza? ¿Por qué la gente de un país odia a sus vecinos? ¿Por qué las personas de una provincia odian a los de la de enfrente? ¿Por qué las personas se odian sin conocerse? En mi opinión, mi única explicación es que para poder crear un gran vínculo afectivo es necesario odiar. Porque las personas que odian juntas se sienten unidas. De este modo, los miembros de las provincias que se odian, sin darse cuenta, también se sienten unidos a los odiados al odiar a otro sujeto en común. Por ejemplo: las personas de dos provincias se odian, pero a la vez odian a las personas de otros países, pero juntos también odian a las personas de otros continentes. Por lo tanto siempre existe un equilibrio por el cual sin odiar no nos sentiríamos unidos entre las personas que odian lo mismo que nosotros. De todos modos, era raro que Omar despreciara a unas personas que tenían la misma procedencia que su propio nombre. Pero no creo que él sea consciente de su odio irracional, de sus prejuicios. Todo esto se me olvidó cuando llegué a mi casa y subí a mi habitación, en donde me esperaba la princesa de mis deseos. Pasé toda la tarde hablando con ella. Al caer la noche la abracé fuertemente mientras iba perdiendo fuerzas, como si temiera que toda esa felicidad no fuera más que un maravilloso sueño, y al día siguiente todo se desvaneciera. Aunque, nuevamente, no logré dormir, esta vez no me importó. Los cuatro posteriores fueron los mejores de todo el verano: amanecer y atardecer junto a la niña de mis sueños, salpicado con 28


Jorge Cáceres Hernández algunas horas de la compañía del único amigo que me quedaba. Pero la felicidad siempre pasa de largo cuando no te paras a contemplarla. Es un gran error pensar que la belleza es eterna, mi consejo es que jamás os acostumbréis a lo hermoso. Por mucho que se parezcan, jamás habrá dos puestas de sol iguales, porque las situaciones en las que las miramos nunca son las mismas. Omar pasó por mi casa para despedirse de Helena y de mí. Insistió en que nos fuéramos con él, pero yo tenía otros planes con Helena. En estos momentos creo que debí haberle hecho caso desde un principio. —¡Venga, hombre, vente conmigo a dar la vuelta al país! —dijo—. Veremos mar, montaña, prados, ríos y viviremos una multitud de experiencias irrepetibles. —Omar, sabes que quiero aprovechar al máximo el tiempo que mis padres no estén en mi casa para estar con Helena —repetía yo constantemente. Pero Omar no aceptaba un no tan fácilmente, se dedicaba a intentar convencerme, día tras día. —Dime una cosa, Omar —pregunté—: ¿por qué viajar?, ¿por qué...? —Imagina la rosa más hermosa del mundo, y ahora mírala todos los días de tu vida. Poco a poco esa belleza se va marchitando, se va muriendo, pero si te vas de viaje durante el suficiente tiempo, cuando vuelves es como si esa rosa hubiera vuelto a nacer. —Entiendo —dije—, pero tienes que entenderme tú también. Yo... 29


Tras la quinta esencia —Lo sé, pero tenía que intentarlo. Saldré mañana por la mañana. No te esperaré, pero si vienes me harás muy feliz. Pásate por la casa de alquiler en la que me estoy quedando, desde lo tuyo con Helena no me pareció oportuno seguir en la casa de Francisco. Esa noche no era como las demás, algo en el aire me hacía estremecer. No concilié el sueño en ningún momento. Aunque desde mi visión no había dormido mucho, o quizá nada, lo tuve que haber conseguido. ¿Cómo si no pude haber aguantado tanto tiempo? El sonido de unos cristales rompiéndose me alarmó repentinamente, pero no creí que se tratara de uno de los de mi casa. Fue entonces cuando un segundo estrépito seguido de una voz muy grave me hicieron saltar de la cama. —¡¡¡HELENA!!! —se oía desde la calle—. ¡¡¡HELENA, SAL Y VÁMONOS A CASA!!! —Es Francisco —musité entre dientes—. Helena, escóndete, ahora vuelvo. —¿Qué? Espera, no salgas —dijo Helena. —No te preocupes, haré que me pague la ventana, solo eso. —Vale, pero ten cuidado. —Vuelve a casa, Francisco —dije cuando estuve cerca de él—. Helena no está en mi casa. —Sí que lo está, lo veo en tus ojos —dijo—. ¡¡¡HELENA!!! Poco a poco la ira se fue apoderando de mi ser. Y antes de darme cuenta ya me había enzarzado en una lucha a puño cerrado por el 30


Jorge Cáceres Hernández dominio o la defensa del objetivo común: Helena. Todo golpe que yo lanzaba me era devuelto con igual o mayor furia. Hasta que, tropezando con alguna imperfección del terreno, caí al suelo de espaldas. Indefenso y desorientado apenas conseguía escuchar los gritos de horror que emitía Helena desde la ventana de mi cuarto. En un instante Francisco ya se encontraba encima de mí, alzando una gran roca por encima de su cabeza, preparado para asestarme el golpe de gracia. Pero no lo hizo, en su mirada había desaparecido la rabia, tornándose a un toque más piadoso. Sin decir o hacer nada más se levantó y se perdió lentamente entre las sombras. Tanto él como yo sabíamos que jamás volveríamos a dirigirnos una palabra. No me levanté de inmediato, no era necesario, me quedé tumbado en mi jardín pensando en todo y nada a la vez, mientras admiraba las estrellas. Helena salió de mi casa y creo que entendió a la perfección mi estado de ánimo en ese momento, porque simplemente se acostó a mi lado y me rodeó con sus brazos, sin decir absolutamente nada. —¡Quizá sea una buena idea lo de irnos de vacaciones con Omar! —dijo Helena. —Puede que sí. En mitad de la noche nos apresuramos a hacer nuestras maletas y nos presentamos a primera hora de la mañana en la casa de Omar para intentar huir de nuestros problemas. —¿Os habéis animado a venir? —dijo Omar. —Sí, bueno... no te podíamos dejar solo ante una gran aventura como esta —respondí rápidamente. 31


Tras la quinta esencia —¡Queríamos que fuera una sorpresa! —dijo Helena. Omar sabía desde hacía mucho lo mío con Helena, y no era extraño que no se asombrara al oírnos hablar a Helena y a mí en plural. De hecho, creo que incluso le gustaba la idea de que estuviéramos juntos. Pasamos los tres días siguientes viajando en el coche de Omar. Nos turnábamos conduciendo, para ahorrar tiempo. A mí, casualmente, siempre me tocaba conducir de noche debido al trastorno del sueño que había estado sufriendo. Cada vez me resultaba más extraño el hecho de que, a pesar de no haber dormido nada en días, no presentaba ningún tipo de indicio en mi forma de comportarme o simplemente en mi estado anímico que pudiera delatar tal anomalía. Tenía la impresión de que en cualquier momento caería, exhausto, en un profundo sueño hasta que recobrara el tiempo perdido. Pero no fue así, lo cierto es que cada vez que se hacía de noche Helena y Omar se iban a dormir a la parte de atrás del coche, mientras yo conducía incansable por aquellas oscuras carreteras. A la mañana del cuarto día llegamos al primer motel que encontramos en el camino de nuestro viaje. No parecía muy acogedor, pero después de haber estado tres días encerrados en ese minúsculo coche podríamos acampar en la cima de un acantilado si no hubiera habido otra cosa. Deshicimos las maletas, limpiamos a fondo la habitación y bajamos Helena y yo desde el primer piso a la piscina. Omar no, Omar creyó más oportuno tirarse desde el tejado al agua, y así lo hizo, subió al tejado por una de las ventanas del primer piso y saltó sin ningún tipo de miedo. En la juventud se respira un sentimiento muy fuerte que solo puede morir con la entrada en la vejez. Un sentimiento de invulne32


Jorge Cáceres Hernández rabilidad, el pensamiento de que jamás les podrá pasar nada malo. A simple vista podemos pensar que es una estupidez derivada de la ignorancia, pero... ¿no es verdad que este pensamiento nos ha otorgado a todos los mejores años de nuestra vida? Vivir sin miedo es lo mismo que vivir sin el dolor de lo que todavía no ha ocurrido, como la persona que se lamenta porque sabe que, inevitablemente, morirá y que no puede saber en qué momento ocurrirá. No sé vosotros, pero yo prefiero vivir poco sin miedo que una eternidad asustado. Pasamos un día agotador y tremendamente divertido, pero poco a poco comenzó a oscurecer y la gente empezaba a irse a dormir. Pronto fui el único que estaba despierto en todo el motel, o eso pensaba yo. Me acosté en la cama a intentar dormir. Pasaron horas y horas, pero no conseguí conciliar el sueño. Empecé a recordar momentos pasados, como la visión de mi caída cuando hice puenting, la foto mía de bebé cortada por la mitad, la cara de espanto de Helena al ver mi cicatriz, a Francisco a punto de acabar con mi vida con una gran roca y cómo Omar había subido por esa ventana que yo estaba mirando en ese momento y sin ningún tipo de miedo se había arrojado a la piscina. De pronto me empecé a sentir muy mal, me apeteció salir a coger un poco de aire para refrescarme. Fui hacia la puerta, pero pensé que sería más agradable ir al tejado para mirar tranquilamente las estrellas. Y eso hice, subí saliendo por la ventana y escalando. Me sorprendí mucho al percatarme de que ahí arriba no estaba solo, sino que alguien había tenido la misma idea que yo. En medio de la oscuridad pude ver la silueta de dos sillas colocadas en un saliente del tejado, sentado en una de ellas había una persona. Me acerqué poco a poco hasta que una grave voz me sobresaltó: 33


Tras la quinta esencia —Hola, no puedes dormir, ¿verdad? —dijo el extraño, sin ni siquiera mirarme. Me asombró notablemente la confianza que demostró en sí mismo al, sin haberme mirado o sin saber quién era, tratarme con ese tono fraternal. Dudé un segundo y después, sentándome a su lado, le respondí: —Hace mucho que no consigo dormir. —Bueno, por lo menos tienes tiempo para mirar las estrellas —dijo el hombre—. Me llamo Jordán, y soy un ciudadano del mundo. —Pues... yo soy el chico sin sueño —dije apresuradamente. Reímos un buen rato, contándonos anécdotas de nuestras vidas. Jordán me contó que venía de un país del sur y que había estado recorriendo el mundo desde hacía muchos años. Me contó que conocía seis idiomas, que hizo la carrera de biología, que había estado en países en guerra. Cada palabra que salía de su boca me hacía apreciar más la vida y las cosas de ella que normalmente nos pasan desapercibidas. —Pero... ¿por qué viajar tanto? ¿No estabas a gusto en tu casa, con tu familia? —pregunté. —Verás... todo empezó poco a poco. Yo tenía un buen trabajo de biólogo, una novia estable, o sea, una vida tranquila. Pero empecé a hacerme mayor y nació en mi cabeza la idea de que estaba perdiendo la oportunidad de vivir alocadamente. Pronto me casaría, tendría hijos y mi trabajo no me daría tiempo para nada. Así que decidí hacer un pequeño viaje de una semana, para despejar mis ideas y desconectar. Pero paulatinamente se me fueron olvidando esos 34


Jorge Cáceres Hernández planes de futuro, y se fueron convirtiendo en semanas y semanas de aventuras y diversión. Con el paso del tiempo las semanas se hicieron meses y los meses años. Hoy hace cuatro años que me fui por última vez de mi casa. —¡Hay una pregunta que me está reconcomiendo por dentro! —dije—. ¿Por qué dos sillas?, ¿por qué si estabas solo? —Como ya te he dicho, hoy hace cuatro años que salí a recorrer el mundo. El día que partí me senté, tal y como estamos ahora, con mi hermano pequeño para explicarle el motivo de mi viaje, y porque no sabía cuándo nos volveríamos a ver. Me recuerdas un poco a él. Mi hermanito lo entendió rápidamente y me dijo que él habría hecho lo mismo en mi lugar y que a lo mejor algún día salía de nuestro país a buscarse la vida. Todos los años por esta fecha subo al tejado más cercano, con dos sillas, y rememoro ese momento mágico que jamás se repetirá. —Pero... ¿por qué renunciar a todo lo que conocías y querías? Cuatro años es mucho tiempo, ¿por qué no vuelves ahora que ya has visto lo suficiente? Hubo un largo silencio, y luego Jordán dijo: —¿Sabes? Quizá lo haga. Un gran halo de luz desveló unas enormes rastas que salían desde lo más alto de su cabellera y colgaban por su espalda. Por su rostro, puede que tuviera unos treinta años. En ese momento Jordán abrió una nevera portátil que tenía a sus pies y sacó dos cervezas. Me dio una después de haberla abierto con la boca y más tarde él cogió la otra. —Bueno, háblame un poco más de ti. ¿Cómo has llegado a estar sentado bebiendo cerveza con un hippy en el tejado de una casa? 35


Tras la quinta esencia —Es un poco complicado —respondí—. Verás, resulta que llevo mucho tiempo enamorado de la persona más hermosa del mundo. Pero... —Había otro, ¿no? —me cortó rápidamente. —Sí, ¿cómo lo sabes? —pregunté. —Es el precio de enamorarse de una chica bonita. Recuerda siempre que el amor es ciego, pero la lujuria no. —Ja, ja, ja... ¡es cierto! Lo que pasó fue que... —Bueno sí, el resto ya me lo conozco. Las cosas se pusieron difíciles entre los tres y decidiste dejar que la distancia se ocupara de reparar tu daño, ¿no? —dijo en un tono consolador. —Exacto —respondí—. Y ahora lo estoy pagando yo. Vale que he conseguido que mi niña olvide a ese otro chico, pero ese daño que he causado a mi amigo y a mi moral será enterrado poco a poco en lo más profundo de nuestras almas. Pero jamás desaparecerá, siempre estará presente en nuestras mentes, nunca olvidaremos por completo la mayor traición de nuestras vidas. Porque cuando dañas a tu mejor amigo o al amor de tu vida, lo que estás haciendo es acabar con una parte de ti. —En las decisiones difíciles de la vida es donde realmente se puede ver quiénes somos realmente, y entiende que hay tres cosas en la vida que no vuelven atrás: las flechas lanzadas, las palabras pronunciadas y las oportunidades perdidas. Así que jamás te arrepientas de nada y aprovecha para disfrutar de la vida. —¡Qué bonito! 36


Jorge Cáceres Hernández —Así, con esas palabras, fue como me despedí de mi hermano —una pequeña lágrima resbaló por su mejilla entrando en su frondosa barba. Esos ojos húmedos reflejaron la tenue luz del alba. No nos dijimos nada más, simplemente nos callamos y contemplamos los pequeños rayos de luz que empezaban a teñir el color de esas vagas nubes que revoloteaban por el horizonte. Desde el rojo más intenso en lo más profundo del sol, hasta el apagado azul oscurecido que se encontraba detrás de nosotros, una gran gama de colores acariciaban nuestros sentidos. Miré a mi lado, fijándome en ese gran hombre, y de pronto me sentí embriagado de una sensación de humildad y esperanza. Poco a poco el sol fue saliendo y ese maravilloso espectáculo se fue disipando, como si fuéramos despertando paulatinamente de un precioso sueño. Cuando la claridad fue total creí oportuno volver a mi habitación para estar con Helena. Es extraño cómo ella se fue convirtiendo en el oxígeno que me daba la vida. No podía estar mucho tiempo sin contemplar su bello rostro o sin tocar su dulce piel de almíbar. Me despedí de Jordán y me acerqué a la cornisa del lado en el que estaba la ventana de mi habitación, miré abajo y me sentí atrapado. Irónicamente subir parecía mucho más fácil que bajar. Tuve que pedirle ayuda a Jordán, el cual me tendió una mano después de reírse un buen rato de mi evidente torpeza. Con la mano izquierda me aferré fuertemente a la cornisa, con la otra me agarré a la mano de Jordán, apoyé un pie en la ventana y con el otro estuve haciendo equilibrio un buen rato, hasta que Jordán se cansó y bruscamente me lanzó dentro de la habitación. 37


Tras la quinta esencia Lógicamente, al caer dentro de la habitación hice mucho ruido. Helena se despertó sobresaltada, Omar no. Me senté junto a ella, en el borde de la cama. Y rodeándola suavemente con mi brazo le dije: —No me mires, no me mires que me enamoras. Y no quiero tener esa sensación de que no puedo vivir sin ti, esa sensación de que si te pierdo me muero, esa sensación de que estoy vivo, esa sensación que conocí cuando me enamoré de ti. No quiero escuchar tus susurros, no quiero que me beses, no quiero verte, porque me enamoras. Ódiame, pégame y olvídame si me quieres, porque me estoy enamorando de ti. Tus pequeñitos ojos de color verde como el jade, rodeados de tu fina piel de mármol y acompañados de esa pequeña boquita que me hace perder la cabeza. Helena dejó escapar una pequeña sonrisita nerviosa mientras se incorporaba en la cama, clavándome la mirada, y dijo: —No te preocupes. No seré yo quien te enamore, caerás tu solo en mis trampas de amor. Se acercó para besarme, pero en el último momento apartó la cabeza, se levantó muy lentamente y desnudándose por el camino fue hacia el baño. —Voy a tomar un baño —dijo cerrando la puerta. Después la volvió a abrir a medias y añadió—: ¿No te apuntas? Fui hacia ella, le cogí la mano y le besé la palma mientras la pasaba por mi cara. Aún recuerdo esa suavidad tan especial, tocarla era como abanicarte suavemente los sentidos. Entramos en el baño y juntos naufragamos en los mares del amor. Cuando salimos del baño la puerta chirrió y, por fin, después de tanta actividad, se despertó Omar, que hasta el momento estaba dur38


Jorge Cáceres Hernández miendo en una cama individual que había cerca de la nuestra. Omar hizo el amago de decirnos algo pero no dijo nada, prefirió seguir retozando en su pequeña cama él solo, como si para él esa fuera la única parte del mundo que en ese momento existía. En cuanto estuvimos todos preparados y bien despiertos metimos los bultos en el coche y continuamos con nuestro viaje. No habíamos recorrido ni apenas cinco metros cuando de repente grité: —¡¡Para!! —¿Qué pasa? —preguntó Omar preocupado. —¡Que se me olvidaba devolver la llave de la habitación! —respondí rápidamente—. Ahora vuelvo. Salí del coche y fui a la recepción. Ahí estaba esperando el recepcionista, con una cara expectante. —¿Sí? Señor… —preguntó. —¿Qué? Ah, sí, ¡que se me olvidaba dejar la llave de la habitación! —dije. —Sí, señor —dijo el recepcionista—. Ya pensábamos que se iba usted con nuestra llave. Reí cortésmente, pero él no. Así que creí oportuno disculparme. —Verá... yo... Es que estuve toda la noche en el tejado hablando con un hombre y... —¡Ah! ¡Veo que conoció usted a Jordán! —dijo el recepcionista. 39


Tras la quinta esencia —Sí, así dijo que se llamaba —dije—. ¿Usted lo conoce? —¡Mucho más que usted, supongo! —dijo en un tono no muy amistoso—. Hace ya un año que está con nosotros ese loco andrajoso. —¿Un año? —pregunté—. Pero... él me dijo que llevaba cuatro años viajando por el mundo y que... —Mire, señor, yo por lo general no suelo mostrar compasión por esos sucios hippies, pero ese en especial tiene mi respeto y aprobación. Supongo que le habrá contado la historia de por qué dos sillas si solo se sienta uno. A mí me contó lo de la despedida de su hermano un día que yo lo estaba buscando para pasarle una llamada que le había llegado. No le encontraba así que recogí el recado. Salí un momento a coger el aire, antes de que se acabara mi turno, y lo vi allí arriba, sentado en el tejado con sus dos sillas. Así que subí para echarlo. Después me di cuenta de que era él. El recado que había recogido tenía que decírselo con delicadeza. Subí, me senté a su lado y dejé que hablara él un poco. Me contó lo de que hacía cuatro años desde que se había separado de su hermano y que por eso tenía dos sillas. No pude aguantar más, unas lágrimas brotaron de mi frío rostro y se lo dije. Le di el recado, le dije que su hermano había muerto dos días antes en un accidente de tráfico. Jordán me miró, y su tierno rostro tornó en agonía. Lloró solo durante dos segundos, después su cara volvió a parecer feliz. Jordán no lo asimiló, vive atrapado en ese día, solo baja a veces del tejado para asearse y vuelve a subir enseguida. Yo le subo la comida todos los días. Jordán se volvió loco porque no pudo asumir la peor noticia de su vida. Salió de su hogar para buscarse la vida y la perdió al dejar atrás a su ser más querido en sus últimos momentos. Ahora váyase, por favor, tengo mucho trabajo. 40


Jorge Cáceres Hernández —Sí, sí —dije, y salí de la recepción. Me metí dentro del coche, arrancamos y nos fuimos. Durante todo el viaje estuve completamente ausente, la historia del hippy del tejado me había tocado muy profundo. Su situación me dio mucho que pensar. ¿Cómo su cerebro se había trabado en una fecha concreta? ¿Cómo cada mañana se podía levantar sin recordar nada del día anterior? Pero si lo miramos desde un punto de vista objetivo… puede que no sea tan malo. Es decir, se ha estancado en un día que fue feliz. No sufre la pérdida de su hermano, pero por otro lado su vida ya está completa. Pese a su felicidad, ya no podrá continuar con su vida. Es feliz pero, en cierto modo, él murió esa noche y lo que queda solo es un recuerdo de lo que fue.

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CAPÍTULO 3 EL

LAGO

Y

LA

C U E VA

D

espués de un par de días, un reventón de una de las ruedas, incluso la intromisión de un bichito aventurero que decidió que una de las fosas nasales de mi amigo Omar era un buen sitio en el que pasar el día, mientras este sacaba la cabeza por la ventana y gritaba: «Mirad, mirad, allí al fondo se ven las montañas rocosas de puaaaaargg peg peg… ¡un bicho!, qué asco ¡un bicho!», conseguimos llegar a esas montañas que Omar quería ver tan de cerca. Subimos por unas carreteras sinuosas, aparcamos en un terreno y nos echamos a caminar. Anduvimos por esas majestuosas montañas rocosas. Había multitud de árboles y arbustos, todos parecían haber sido puestos allí precisamente para él y para su disfrute. El césped lo cubría todo, todo menos las puntas más altas, hasta donde parecía que no se atrevían a crecer, y no les culpo. Me adelanté un poco y subí a una de esas puntas de piedra. Me costó más de media hora, pero valió la pena. Una vez arriba la vista era increíble, entre valles y montañas se desarrollaba la vida bajo un tenue velo azul recubierto de un pe-

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Tras la quinta esencia queño mar de nubes. Tanta inmensidad me hizo parecer muy grande y pequeño a la vez: grande por pertenecer a este momento en este lugar, por ser parte de la vida que se desarrollaba ahí bajo mis pies; pequeño porque sentí la impotencia de que si yo algún día no estoy, este maravilloso paisaje seguirá siendo igual de bello, incluso muchos más allá de lo que puedo imaginar. Parecía tan inaccesible que casi prefería no estar allí. Pero allá detrás, al lado de un enorme árbol, el cual parecía ser un drago, había un bonito lago, perfecto para darse un buen baño, y lo que aparentaba ser una pequeña cabaña en ruinas. Al otro lado, en la falda de la montaña, vi a Helena y Omar. Bajé y les conté lo que vi, pero no parecían tener muchas más ganas de caminar. —¿Un lago? Parece buena idea, tengo sed —dijo Omar—, pero también estoy cansado. —Sí, yo también, ahora vamos. Adelántate si quieres —dijo Helena. Así que anduve solitario entre la frondosa vegetación sumido en la profundidad de mis pensamientos. Tenía miles de ideas rondando mi mente, millones de sentimientos. Un cóctel burbujeante que hacía que esa tranquilidad que me rodeaba pasara a un segundo plano. Pero si de una cosa podía estar convencido era de que, de todos los lugares del mundo, este era en el que más quería estar ahora mismo. Lo tenía todo: belleza, paz y, por supuesto, mi mejor amigo y la chica que lo había dejado todo por mí. Eso me extasiaba y deseaba que vinieran a compartir conmigo el lugar que encontré para ellos. Puede parecer algo exagerado, pero después de todo lo que pasamos es lo único que me importa. Tardé casi veinte minutos más en llegar y estaba exhausto. Me dejé caer de rodillas ante el pequeño lago, me agaché y bebí de sus 44


Jorge Cáceres Hernández aguas. No era un agua normal, era más viva, podía notar en mi boca la gran cantidad de minerales que poseía. Me refresqué la cara, me recordó al amanecer, a cuando sabes que estás dormido y notas que tu madre entra en tu cuarto y te despierta con un beso. Era un agua maravillosa. Me incorporé y el agua, enfurecida por haber sido penetrada por mis manos, pareció devolver mi reflejo con un matiz de furia. Una mirada de odio a mí mismo entre las ondas cristalinas. Me acosté en la hierba, allí mismo, incluso había metido uno de mis pies dentro del agua. Miré el soleado cielo azul y cerré los ojos. Pretendía expiar mis pensamientos y quizá allí, entre la naturaleza, podría conseguir vencer también el insomnio que me había estado torturando todos estos días. Me concentré en nada más que en mi voz mental, no quería acabar volviéndome loco. Poco a poco dejé de pensar en mí y empecé a hacerlo en Helena. La fui describiendo mentalmente, diciendo para mis adentros cada una de sus virtudes. No sé cuánto tiempo pasé en ese estado. Poco a poco empezó a levantarse lo que primero fue una suave brisa y acabó siendo un fuerte viento, tan fuerte que desvió mi atención de mis pensamientos por completo. Abrí los ojos y lo que era un cielo azul claro ahora era un mar de nubes negras enfurecidas. ¿Qué estaba pasando? Una tormenta no podía formarse en cuestión de segundos. El viento bajó desde la montaña y giró con fuerza a la altura del agua, con tanta fuerza que provocó un torbellino. La violencia del viento consiguió levantar una gran cantidad de agua dándole forma, como si de un alfarero trabajando en su torno se tratara. Con una rapidez y furia increíbles, esculpió lo que parecía ser la silueta de una niña de unos nueve años. Me quedé completamente petrificado, lo que estaba pasando no podía ser real. La niña era preciosa, tenía unos enormes ojos azules, pero tenía el rostro completamente roto de melancolía. Un frío intenso recorrió mi alma, un frío que me recordó mi vulnerabilidad. 45


Tras la quinta esencia —¿Abuelo? ¿Abuelito? —gritó la niña—. ¡Ayudaaaaaaaaaa! Ninguno de mis músculos era capaz de moverse. La niña se giró, me miró y corrió hacia mí con las manos en alto, como si quisiera mi ayuda. Yo quería ayudarla, pero mi reacción fue muy distinta. Di un salto hacia atrás y justo en ese momento abrí los ojos. Otra vez estaba donde empezó todo, volví a ver el azul del cielo, se escuchaba a Helena y a Omar a lo lejos discutiendo porque pensaban que me habían perdido. Solo había una gran diferencia: ahora no era mi pierna la que estaba dentro del agua sino yo entero. Parecía que había conseguido dormir un poco y había tenido una pesadilla. ¡Qué suerte!, mi primer sueño en semanas es una pesadilla. Pero… ¡qué real era! Podía sentir aún el aliento de la niña en mi cuerpo. Mi piel estaba completamente de gallina. Volví a mirar una y otra vez al sitio en donde antes estaba la niña, por si acaso volviera a aparecer. De repente, una mano en mi hombro me hizo sobresaltar. Miré atrás y era Omar con la cara toda roja, le costaba respirar y parecía quererme decir algo, pero no terminaba de coger el aliento suficiente para soltarlo de una vez. —Tttte… fuff teee —cogió aire—, te encontré. Hizo un gran esfuerzo para soltar una pequeña sonrisa y luego se agachó a beber agua del lago como si fuera un animal. Yo no dije nada, dejé que él dijera todo lo que tenía que decir, cuando su cuerpo le dejara. Además, solo quería hablar de una cosa, y no era el momento. —Llevamos media hora buscándote —dijo Omar—. ¡Sabía que habías dicho «lago»! 46


Jorge Cáceres Hernández —Pero… ¿de qué hablas? ¿Dónde está Helena? —pregunté extrañado. —Verás… puede que ella pensara que dijiste «cueva», aunque yo sabía a la perfección que oí «lago» —dijo—, por lo de beber y eso, pero ella se empeñó, y ya sabes cómo es… —¡Omar! ¿Dónde está? —pregunté tajantemente. —Discutimos y ella se metió en una cueva de ahí detrás, ella sola. Me levanté de un brinco cogiendo en mitad del salto a Omar por el cuello para que se levantara también. En condiciones normales la buscaría con tranquilidad y riéndome de la confusión, pero después de como tenía el cuerpo tras la pesadilla no quería llevarme más sorpresas. La cueva estaba cerca, su entrada era pequeña y muy oscura. Sacamos dos pequeñas linternas y nos adentramos en silencio. Lo normal hubiera sido gritar el nombre de Helena para encontrarla antes, pero la cueva era tan escalofriante que no nos atrevíamos ni a hacer ruido al caminar. Poco a poco el camino pedregoso se fue ensanchado. Tras unos cien metros acabó convergiendo transversalmente con lo que parecía ser un túnel poco frecuentado. Me asomé con cuidado, y vi una caída de unos tres metros. En el suelo se podían ver huellas de camiones. Debía de ser un túnel muy antiguo que seguramente ya ni se usaría, pero… ¿dónde podía haber ido a parar Helena? El túnel tenía algunas bombillas encendidas y casi podía ver que al final había algo. Puede que fuera una puerta pero no estaba seguro, así que me asomé un poco más, con tan mala fortuna que el borde cedió y me quedé en equilibrio. Omar, que estaba detrás, se apresuró 47


Tras la quinta esencia saltando hacia mí para cogerme, pero con la oscuridad que había acabó empujándome y caí de bruces contra el piso. Tras la caída de tres metros sentí como si me apalearan la cara. De mi frente se deslizaba un pequeño río de sangre que bajaba desde un gran chichón, nada importante. Me levanté enseguida, como intentando hacer que no pasaba nada, que me tiré yo y que caí con una armonía ejemplar. Pero Omar lo vio todo muy clarito y empezó a reírse a carcajadas. —Dame la mano y deja de reírte de mí —dije algo enfadado, pero a la vez con una mueca en la cara por lo estúpido de mi caída. —Sí, espera que no llego. Pero vi antes un palo por aquí detrás, voy a buscarlo —dijo Omar—. ¡No te vuelvas a caer antes de que venga!, que me lo pierdo. Le mostré mi cara de «¡Qué gracioso!» y se perdió dentro de la cueva. No esperé más de dos minutos cuando noté a alguien caminando hacia mí en el túnel, eran dos personas hablando en tono relajado sobre algo de madrugar para vigilar o algo así. Así que me apresuré a gritar: —¡Hola! ¿Podéis ayudarme? —se hizo el silencio. —¡Alto! ¡No te muevas! —gritaron los hombres. Cuando se acercaron parecían ser soldados. Vestían de camuflaje y llevaban armas. Durante un segundo se me heló el corazón, pero después pensé que si les explicaba que estaba buscando a una chica me ayudarían. Al fin y al cabo los militares estaban para protegernos y ayudarnos. O al menos eso pensaba yo. 48


Jorge Cáceres Hernández Se acercaron hasta donde yo estaba, apuntándome con sus armas. Empecé a ponerme bastante más nervioso. Quería solucionar eso ya, yo no era ni un ladrón ni un asesino ni nada. Solo quería encontrar a mi novia. —Estoy buscando a mi… —¿Quién eres? —gritó uno de los hombres impidiéndome hablar—. ¿Cómo has llegado aquí? —Me he caído por el agujero ese de ahí —me costó muchísimo terminar la frase—. Estaba buscando a mi novia, creo que ha entrado y tiene que estar por aquí. La cara de los hombres pareció cambiar al escuchar que me había perdido y que solo estaba buscando a una chica. —Bueno, acompáñanos y te ayudaremos a buscarla, seguro que está cerca —dijo el segundo de los soldados indicándome la dirección del sitio que parecía una puerta y que yo quería ver más de cerca. —Bueno, verás… Me giré señalando a la cueva, para decirles que mi amigo había ido a buscar algo para ayudarme a subir de nuevo a la cueva, cuando sentí un duro golpe en la cabeza. Me caí de rodillas al piso y me ataron las manos a la espalda, me arrastraron por el túnel mientras yo gritaba y pataleaba. No tenía ni idea de lo que pasaba. ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Por qué no me dejaban seguir mi camino con tranquilidad? Me taparon la cabeza con un tipo de bolsa de tela negra y me llevaron hacia donde estaba la puerta. Cuando llegamos oí cómo se abría y entramos. Me subieron en un coche, me ataron las manos 49


Tras la quinta esencia a la puerta y noté cómo bajábamos por un camino en forma de espiral. Bajamos y bajamos, creo que unos cinco pisos. Me llevaron arrastrando por unos trescientos metros más, me quitaron lo que tenía en la cabeza y me tiraron dentro de una fría, húmeda y oscura celda vacía.

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LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 1 LA

CABAÑA

E

n la rama más baja de un enorme drago colgaba una tabla atada por dos cuerdas. Sobre ella se columpiaba una pequeña niña de inmensos ojos azules. Parecía feliz y despreocupada. Delante de la muchacha había un majestuoso lago de aguas cristalinas y detrás una pequeña cabaña de madera en la cual vivía con su padre y su madre, que la querían muchísimo. En su casa la vida era muy tranquila, por el día su padre cazaba dentro del bosque, cultivaba en una huerta detrás de la cabaña y recogía leña para su familia. Su madre, en cambio, preparaba la comida, tejía y pintaba miles de cuadros. A la niña le encantaba observar a sus padres y jugar con los animales del lago o el bosque, pero lo que más le gustaba era sentarse debajo del drago y leer uno de los pocos libros que sus padres habían podido comprarle. Una mañana, antes de que saliera el sol, su padre la despertó. Juntos desayunaron unos huevos fritos con pan de leña, se vistieron y 51


Tras la quinta esencia se adentraron en el bosque con una escopeta y algunas trampas para conejos. Pasaron como dos horas poniéndolas por toda la zona, hasta que llegaron a un lugar que ella conocía muy bien. Era un claro muy alejado de la cabaña, la parte de la derecha era parte de una montaña y la de la izquierda de otra. En el punto justo que se juntaban había un pequeño riachuelo en el que si te fijabas bien podías ver algunos peces. Pero ellos no estaban allí por los peces, los dos estaban apostados detrás de un una roca, esperando el momento justo para acabar de un solo disparo con la vida de uno de los cinco ciervos que acababan de encontrar. Si hubiera sido una presa pequeña el padre habría dejado que disparara la niña, pero no con una pieza tan grande, tenía que asegurarse de que no perdían tan extraordinaria oportunidad. La niña quería complacer a su padre en todo lo que decía, pero mientras él apuntaba al animal sentía un gran ardor en el pecho. Eso no podía estar bien, ella no quería ver morir algo tan maravilloso. Vio, a cámara lenta, como el dedo de su padre se colocaba con precisión en el gatillo, dejando de respirar completamente para que no le temblara el pulso y justo antes de que disparara gritó con fuerza y se lanzó hacia él. Este cayó de lado y erró el tiro. Lanzó una mirada de decepción a su hija, que acto seguido empezó a llorar, y corrió tras los ciervos, que huyeron espantados después del ruido del disparo. Cuando abrió los ojos, unos segundos después, su padre ya no estaba. Tan absorto se encontraba por la emoción de la caza que la había dejado olvidada. Entonces echó a correr sin una dirección concreta, llorando y buscándolo desesperadamente. Poco después se paró cerca de dos árboles que brotaban juntos del piso, cada uno en un sentido (formando una uve), y sintió como si algo se acercara a ella. Se tiró al piso, justo a tiempo, y de entre los dos árboles saltó uno de los enormes ciervos que estaban antes en el riachuelo. La 52


Jorge Cáceres Hernández niña levantó la vista desde el suelo y vio cómo el animal caía más adelante, cerca de ella. Cuando se fijó en el trasero del ciervo, vio cómo encaramado a él había un gran lobo blanco mordiéndole el trasero. Ella se asustó muchísimo, jamás había visto un lobo desde tan cerca. El animal aún luchaba por su vida, cuando aparecieron otros cuatro lobos, que bordeando los dos arboles se pusieron entre el animal moribundo y ella. La miraron fijamente, como sorprendiéndose gratamente de que ese día no solo iban a comer una pieza sino también una jugosa humana. Parecía que el final de la niña era inminente. De repente se escuchó un poderoso rugido y se abalanzó sobre los lobos un enorme oso pardo. Lanzó a uno de los lobos por el hueco que creaban los árboles. Los cuatro restantes le atacaron todos a la vez. El lobo blanco le mordió la nuca y colgaba como si fuera un llavero; el resto hacían lo mismo pero de las extremidades. El oso profirió otro gran rugido, mordió a uno con fuerza, partiéndole la columna vertebral por la mitad. El resto de lobos entendieron que no era buena idea dar la vida por un ciervo y una niña, y soltaron al oso e intentaron huir. El oso se dio la vuelta y corrió tras ellos. Cuando alcanzó a uno le arremetió con su enorme garra y lo empujó hacia un árbol, chocando antes con otro de los lobos, y cuando llegó a la altura del lobo blanco le mordió una pata, giró su cabeza y lo lanzó más allá de donde la niña alcanzaba a ver. La niña miró fijamente al oso. Estaba agradecida por salvarla pero no sabía si lo había hecho para matarla él, así que se quedó muy quieta. Herido, pero sin gravedad, se giró y la miró. Si no fuera porque era un animal, ella hubiera pensado que la quiso proteger. Se acercó unos pasos cuando se escuchó un disparo. Era su padre desde lo lejos haciendo ruido mientras corría al lugar para protegerla. Asustado, el oso echó a correr con una de sus patas encogidas por el dolor.

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Tras la quinta esencia Padre e hija volvieron a casa rápidamente. Estaban muy asustados por lo que había sucedido y, aunque sabían que todo había pasado, no se sentirían tranquilos hasta llegar a la seguridad del hogar. No hay nada mejor que un buen fuego, una manta y una sopa casera. A la niña jamás se le olvidó lo que pasó en el bosque, pero parecía estar perfectamente con mamá y papá. Al día siguiente la madre de la niña la despertó con un tierno beso en la frente. Juntas pasaron la mañana preparando un cerdo que había cazado su padre hacía poco. A la noche tendrían un gran banquete para tres. Esa era la forma que tenía la madre de hacer sentir bien a su hija. La tarde la pasaron en el lago, bañándose los tres. Eran días felices en la cabaña. El oso, herido, subió como pudo a su guarida. Se lamió las heridas y cayó presa del sueño. Los días siguientes le costó mucho cazar. A duras penas conseguía comer, solo pudo conseguir algún que otro pez muerto y poca cosa más. Se acercaba el invierno, y si no conseguía subir de peso no iba a sobrevivir a la hibernación. Vagó por su territorio, hasta que un día encontró un lago, al lado de un drago, al lado de una cabaña en ruinas. Todo estaba roto y alborotado. El oso entró, cojeando, dentro de la casa al ver que estaba vacía; recordaba haber encontrado comida en otras ocasiones cerca de los humanos. Estaba todo muy oscuro, pero olió lo que innegablemente era un cerdo cocinado. Ya lo había olido antes, parecía ser su día de suerte. Se acercó, apartó parte de las cosas que había tiradas por toda la casa y empezó a comer. El animal había visto otras cabañas, pero no como esa. Estaba oscura y fría, olía a sangre fresca. De repente escuchó algo y se asustó. Poco quedaba ya del bravo oso que luchaba contra lobos en el bosque. Estaba tan débil que cualquier cosa le hacía sobresaltar. Se acercó con cuidado a esa cosa que hacía ruiditos, apartó una tabla de madera y una silla con un zarpazo y para su asombro vio a 54


Jorge Cáceres Hernández una humana. Una pequeña humana, que ya había visto antes. La niña estaba llorando, parecía que ni se había dado cuenta de que un gran oso estaba enfrente de ella. El oso bajó su cabeza y la pegó a la niña. Parecía estar profundamente conmovido por la humana. Ella lo miró y de repente se quedó en silencio y completamente quieta. El monstruo de sus pesadillas estaba enfrente de ella. Pero esta vez el oso parecía diferente, ella lo abrazó. El oso, de un movimiento exacto, puso a la niña encima de su lomo, cogió con la boca el cerdo y juntos dejaron el lugar.

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CAPÍTULO 4 EL

HOMBRE

DE

LA

CELDA DE

AL

LADO

E

n un abrir y cerrar de ojos aparecí en esa oscura celda de paredes de hormigón. La cama era un muro de piedra con una almohada mojada. A su lado había un retrete antiguo que, por lo visto, nadie se había molestado en limpiar en mucho tiempo. Delante estaba la puerta por la que había entrado y por la cual al entrar había perdido gran parte de mi libertad, y detrás de mí, en una de las esquinas, había un pequeño agujero por el que salía el agua que se filtraba y goteaba del techo. En ese momento ese era mi mundo, un pequeño tablero en el que librar mis propias batallas mentales. Todo era un caos en mi cabeza, no entendía nada de lo que acababa de pasar. Esos hombres… ¿eran soldados de nuestro ejército realmente? Y si lo eran, ¿por qué me habían tomado preso? ¿Acaso es que no eran soldados sino secuestradores? O, por el contrario, ¿es que me confundieron con algún delincuente? Lo único que yo quería era aclarar mi situación y buscar una solución. Yo era un chico normal y corriente, no un terrorista ni un mercenario. Mi lugar era otro, en la cama calentito, bajo las sábanas

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Tras la quinta esencia con mi chica, descubriendo el mundo con mi mejor amigo o simplemente en casa con mi familia sin más preocupación que labrarme un buen futuro. ¡Eso era!, mi familia me sacaría de este lío, fuera cual fuere, ellos nunca me habían fallado. Eso pensaba entonces, pero poco a poco dejé de pensarlo. Ese día no volví a tener contacto con ninguna persona. Me senté en una de las esquinas y dejé que el tiempo pasara. Allí me quedé, hasta que al día siguiente vino un soldado. Abrió la puerta, soltó un plato de una especie de papilla y una jarra metálica con agua y se dispuso a cerrar de nuevo la puerta. —¡ESPERA…! —grité—. Oye, ¿por qué estoy aquí? El soldado me miró fijamente. En su boca pude notar una pequeña mueca malévola cuando dijo: —¡Cuida la jarra!, ¡no te daremos más! —y se fue dando un portazo. Estaba claro que estas personas no eran mis amigos. Fueron pasando las noches, y con ellas fue mermando mi esperanza de que se resolviera esto sin más. Todos los días intentaba hacer entrar en razón al hombre que me traía la comida, sin éxito alguno. Su reacción era cada vez más violenta que la anterior, su violencia parecía crecer junto con mi desesperación. Un día el soldado se hartó y entró en mi calabozo a darme una paliza. Fue entonces cuando perdí por completo la esperanza de intentar salir de allí. En ese momento mi realidad era esa, esa y ninguna más. No era capaz de imaginar un futuro diferente, y a duras penas recordaba el pasado. Aquella pequeña celda era mi mundo, y aprendí a amarla tanto como la odiaba. Me fui consumiendo en mis pensamientos, la melancolía me invadió por completo. Me aislé mentalmente y me convertí en un des58


Jorge Cáceres Hernández echo, una carcasa vacía, un cuerpo inerte que solo quería dejar los días pasar. Habían acabado con todas mis ilusiones. Yo era el rey de mi mundo y ahora no era más valioso que las ratas que cada noche me intentaban devorar un poco más lo que quedaba de mí. Irremediablemente fui arrinconando mi apetito en el lugar más oculto de mi mente. Dejé de comer y, con ello, dejé de querer vivir. Un día escuché unos ruidos extraños. Por lo general no se solía escuchar nada en aquel frío antro. Parecía que los soldados traían a otro hombre para encerrarlo. El pobre señor no dejaba de gritar y resistirse. Dijo algo así, con un acento extraño, como que no dejaría que su nombre cayera en el olvido. Me pareció algo muy noble, pero yo también ansiaba la libertad cuando llegué a aquel lugar, y ahora no quería más que consumirme en silencio. Después de un rato el hombre empezó a despotricar contra todo en general. Su rabia era espectacular. Pero no le duró demasiado, poco después empezó a llorar y a gritar para más tarde quedarse en silencio durante el resto del día. Fue muy duro escuchar todo eso, pero no más duro que vivirlo. Al día siguiente, a la hora de comer, un soldado entró en mi celda, recogió la comida del día anterior que estaba intacta, pero un poco más apestosa, y dejó la nueva. Yo la miré sin deseo alguno y volví a sumirme en mis pensamientos. Eran unas papas guisadas, pan y agua. Poco después el soldado entró en la celda de al lado. Abrió la puerta y escuché un fuerte golpe y luego unos gritos. Al parecer, el hombre estaba esperando a que abrieran la puerta y se había abalanzado hacia el soldado, el cual con poco esfuerzo se había desecho de su asaltante. Lo agarró con fuerza y lo tiró de nuevo hacia la celda. —¡Ahora te quedas sin comer! —dijo con fuerza el soldado—. ¡Por listo! —cerró la puerta, se fue, y el pobre hombre volvió a llorar. 59


Tras la quinta esencia Me infundió una enorme pena. Palpé la pared en la que yo tenía la espalda pegada y encontré un pequeño agujero del tamaño de mi puño en la fría roca. Me paré a pensar durante un segundo, y con enorme firmeza cogí toda mi comida y la fui pasando poco a poco por el agujero. Después chisté y dije: —Toma, yo no lo necesito —esperé un segundo, buscando una respuesta. Tras unos instantes la comida volvió a pasar a mi celda, pero solo la mitad de cada cosa—. Oye, ¿qué haces? —pregunté— . Te lo doy todo, no hace falta que lo compartas. —Gracias, pero es lo justo —dijo el hombre. —Pero es un regalo —realmente no es que me molestara, pero me intrigaba esa reacción, así que insistí—. No tienes que hacer eso. —Como ya te he dicho, es lo justo —repitió el hombre—. ¿Tú por qué me diste tu comida? —Porque escuché lo que te acaba de pasar con el soldado, y me da pena que te quedes sin comer. —Me parece muy noble por tu parte, pero es que yo sé que tú no tienes más comida, y jamás dejaría que alguien tuviera menos que yo —el hombre hablaba como si fuera un político—. Todos deberíamos tener la misma comida. O acaso… ¿no es lo justo? —¡Visto así…! —me quedé un momento en silencio pensando en lo que había dicho el hombre y luego pregunté—: ¿Cuál es tu nombre? —Mi nombre es César —contestó. 60


Jorge Cáceres Hernández César resultó ser un gran conversador, pasamos los días siguientes hablando inagotablemente, parando sólo cuando escuchábamos que algún soldado estaba cerca. El hombre me habló de que, antes de que lo apresaran, era profesor de filosofía en un instituto. Por lo visto sus ideas de igualdad y compromiso, aunque nobles, eran poco aceptadas en su entorno. La gente lo tomaba por un loco, y él no hablaba más que de algo tan humilde como que todos somos iguales, que todos valemos lo mismo y que nadie debería tener más que el resto de personas. Pero, por lo visto, en el mundo sus ideas no valen, lo que funciona es la avaricia y el ego. Todo el mundo quiere tener más que el vecino, y entran en una espiral de consumismo y autodestrucción que a lo único que lleva es a que unos pocos afortunados lo tengan todo y el resto nada. Puede que él fuera un soñador o un iluso, pero también lo fue el que un día pensó en ser rico. Seguro que alguien se le acercó y le dijo: «¿Rico? ¡Ah! Tú no puedes serlo». Es curioso cómo las personas intentan anular al resto, parece que ellas no pueden triunfar porque la sociedad se lo niega, y a su vez hacen lo mismo con todo aquel que destaque en algo. Parece que la gente se cree que no tiene posibilidades de hacer lo que realmente quiere, porque las personas que no nos dejan crecer como deberíamos son las que quieren estar por encima de nosotros. Es un ciclo vicioso de intentar estar por encima de los demás e intentar que no lo estén por encima de nosotros. Jamás acaba, la gente se distancia tanto de la realidad que pasa a necesitar cosas que antes ni siquiera conocía, pasa a desear ser tan poderoso como quiera serlo, y no se dan cuenta de que es tan fácil como ser auténtico, de verdad. No hace falta más que entender que la vida no es consumir sino vivir, y comprenderán que no necesitan tener más sino disfrutar de verdad lo que tienen, lo que es importante, lo que es real, la vida, el amor, la belleza y la paz interior. —Verás, hijo —dijo un día César—. Imagina el mundo de las finanzas, bancos, empresarios y trabajadores. Un mundo en el que 61


Tras la quinta esencia siempre hay que intentar estar por encima, ganar más dinero, ser más importante. Un mundo en el que hay que manejar lo abstracto, mover el dinero que no tenemos pero tendremos, por ejemplo, y convertirlo en otra cosa que antes de tenerla la vendemos por más dinero que nos darán algún día. Algo tan abstracto que no se tiene en cuenta lo más básico de todo: la vida. La gente destroza el medio ambiente para fabricar casas que algún día nos darán un dinero con el cual ya compramos otros materiales para hacer más casas. La codicia y necedad del hombre es tal que cree que es más importante estar por encima de los demás que cuidar lo que le da la vida. Si el hombre no cuida la Tierra, que es lo más básico de todo, ¿cómo va a ser capaz de sobrevivir? Todos estamos muy equivocados con respecto a lo que de verdad es importante en este mundo. Verás, un día mi padre me contó una historia que aún hoy recuerdo a menudo. Dice así: El barniz recubre los acantilados de la agonía, trepa por ellos, baila, se confunde en la mezcla, hidrata en un remolino que los esclaviza y alimenta. Las piedras arrancadas aún yacen a sus pies preguntándose «¿Por qué?». Aún recuerdan las alturas, no dejan de soñar, mientras que poco a poco se va suprimiendo su líquido de vida. Solo quedan los polvos de las piedras que tantos anocheceres vieron caer. Se despiden de lo que un día fueron y parten sin rumbo fijo, tenue bailoteo, melancolía y anhelo. El pasado jamás volverá. No sé cuál es mi destino y solo me queda esperarlo. Tiempo que pasa a veces tan lento que me paro a mirar si acaso ha llegado el último de los momentos, pero no. Mi espera no parece acabar, porque lo que espero ya pasó. Polvo que llega, polvo que asienta. En el largo sueño solo cabe observar. Un calor inmenso, una presión que oprime, un olor nuevo que embriaga, un lugar nuevo en donde explorar, saltar entre montes, atravesar bosques inmensos, valles y praderas, realidad y riqueza, visitar las cascadas de aire, caer y volver a trepar, columpios de pelos trenzados, picos y cuevas y un nuevo atardecer, en ese precioso hombro. 62


Jorge Cáceres Hernández Vuelvo a caer y ya me da igual, sonrisa del deber cumplido por ver en sus ojos canelas espirales, que se confundían con un negro intenso palpitante. Caigo en paz y ya no me importa mi camino, porque sé que mi destino está cumplido, el sentido de mi viaje, la verdad de la vida. Cuando preguntaban en los acantilados que cómo podía ser feliz un pobre renegado, muchos no sabían qué responder, algunos decían que estaba loco. Yo escuché una vez que por fin entendió el secreto del amor y la belleza, que lo entendió el día que vio a esas dos personas amarse en el mundo que entre todos creaban para ellos. Por fin el granito de arena entendió que no hacía falta ser una gran roca para cambiar el mundo, el granito de arena entendió que él es tan importante como cualquiera, que forma parte del mundo, que si él no está igual no se nota, pero sí que está. Él ayuda, él forma parte de esto. Y la belleza que entre todos crean es completamente real, solo tenía que abrir los ojos. Eso sí es real y no las ilusiones que crean los hombres, que en muchos casos no les dejan ver lo que de verdad es la realidad. Sin duda, aquel hombre tenía una bonita visión de lo que era la vida. Aunque algo fallaba en su punto de vista, no sé lo que era, pero algo tenía que ser, tantas personas no podían estar equivocadas al mismo tiempo. Si eso era lo correcto, por qué no seguíamos sus enseñanzas en vez de encerrarlo. A lo mejor era que las cosas no están tan bien como creemos. Seguí conociendo a César unas semanas más. Hasta que un día entraron dos soldados en su celda y se lo llevaron. Antes de irse le escuché preguntar si lo iban a sacar de allí y uno de ellos dijo que de eso nada. Al parecer lo habían realojado dos plantas más abajo. 63


Tras la quinta esencia Volví a quedarme solo. Perdí la noción del tiempo. Me sumí en la oscuridad de mi mazmorra, allí tirado en el piso. Los segundos se convirtieron en horas, las horas en días y los días en los centímetros de mi sucia barba. Ni uno solo de los días que estuve allí pude dormir. De todas maneras no lo necesitaba, mi cuerpo y mi alma se habían separado, yo no era más que una semilla esperando en el fondo de un profundo pozo, coronado por un minúsculo haz de luz amarilla en las alturas.

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LA

FUERZA

CAPÍTULO 1:

EL

REBELDE JOVEN ÓSCAR

E

l joven Óscar pudo haber tenido una vida normal, una buena familia, un buen colegio y muchos amigos, pero no fue así.

A Óscar lo encontraron cuando era pequeño en un coche destrozado, junto a una carretera cerca de la nada y en medio de ninguna parte. Al parecer, sus padres tuvieron un accidente en el que murieron ambos. El pequeño tuvo más suerte. Después de pasar por el médico le buscaron un hueco en el orfanato más próximo. El pobre niño tuvo que vivir desde aquel terrible día con una gran cicatriz en la parte izquierda de su cara. Los primeros años de orfanato Óscar no quiso hacer amigos. Estaba completamente seguro de que en cualquier momento alguna familia pasaría por el orfanato y se lo llevaría de aquel horrible lugar. Pero pasaron los años, y a la hora de elegir las parejas preferían escoger a niños y niñas guapas antes que a él. Poco a poco Óscar fue desarrollando un profundo odio a sí mismo. Él no lograba entender por qué no era tan bueno para nadie como para que lo escogieran y lo amaran.

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Tras la quinta esencia Cierto día Óscar se hartó de su soledad y quiso intentar hacer amigos dentro del orfanato. Se pasó todo el día repasando mentalmente cada uno de los movimientos y palabras que debía usar para causar buena impresión. A la hora de la comida no se sentó aislado en una esquina, sino que fue con paso lento y tembloroso hacia un grupito de chicos que parecían ser los más divertidos. Dio unas tres vueltas alrededor de su mesa y luego se sentó con un gesto brusco. Los niños se quedaron en silencio. El gesto de Óscar fue tan extraño como forzado. Tras unos segundos, uno de los niños habló: —¡Hola! —dijo el niño sonriendo. —Hola… —respondió apresuradamente Óscar. —Mi nombre es Lucas —dijo—, y… el tuyo, ¿cuál es? —Me llamo Óscar y hoy he querido… —¡No! —dijo Lucas interrumpiéndole. —¿Cómo que no? —Tú no te llamas Óscar —se podía entrever una leve sonrisa malévola en el rosto del chiquillo—. Tú te llamas… ¡CARA CORTADA! ¡Ja ja ja! Todos los niños empezaron a reírse al unísono inmediatamente y a repetir en voz alta: «¡CARA CORTADA, CARA CORTADA, CARA CORTADA!». A Óscar le inundó una mezcla de sensaciones: ira, odio, pánico, miedo… Se levantó en silencio y volvió a su rincón para acabar su comida lejos de los insultos de los demás. 66


Jorge Cáceres Hernández Pasó los días siguientes observando a Lucas desde lo lejos, cada movimiento, cada palabra, cada mirada y cada sonrisa. Hasta que un día no pudo más y lo siguió a los baños del orfanato. Lucas ni siquiera lo vio venir; Óscar arremetió contra él cuando estaba de espaldas, le dio tal paliza que el chico pasó semanas en la enfermería. Óscar no volvió a ser el mismo, poco a poco su odio y sus peleas fueron aumentando. Tuvieron que buscarle una nueva habitación en lo alto del orfanato (una antigua biblioteca reformada para la ocasión) en donde pasaba los días recluido con la única compañía de cientos de libros. Se convirtió en un ser egoísta y mezquino, alguien que sabía que solo podía contar consigo mismo para salir adelante. Un ser tan manipulador como destructivo. Óscar se avergonzaba mucho de su cara, así que se fabricó una máscara blanca de madera sin grandes detalles. Detrás de esa máscara podría haber cualquier persona, incluso la que él quiso y jamás pudo ser. En cuanto cumplió los dieciocho años, Óscar dejó el orfanato para enrolarse en el ejército. Hizo sus maletas, metió su ropa, sus mejores libros, su máscara y partió a servir a las órdenes de sus superiores. Óscar se desenvolvía con facilidad dentro del cuartel. Le gustaba la disciplina y el orden, también le fascinaba la idea de subir de escalafón y poder ser él quien mandase. Era un líder nato, algo agresivo pero eficaz. Pronto su entrenamiento dio sus frutos. Sus superiores se fijaron en él. Era un chico prometedor. Óscar fue mandado al frente en la guerra actual. Conforme morían sus compañeros él subía de rango. El enemigo parecía no tener ninguna bala con su nombre escrito. 67


Tras la quinta esencia Cuando llegó a capitán decidió cambiar un poco su uniforme. Le asqueaba vestir igual que los borregos que morían por él. Sus superiores pensaron que era algo extravagante, pero mientras todo funcionara tan bien… ¿por qué no? En un principio tapó su cara con un pasamontañas, sustituyó sus ropas de camuflaje verde por un jersey de cuello alto negro prensado que tenía unas protecciones a modo de escudo antibalas, pero de forma que representaban sus músculos del tórax, pantalones y botas negras, dos espadas medianas a la espalda, un cuchillo en el cinturón de su bota derecha, y por último, su fiel metralleta. Cuando su fama creció dentro del ejército. Óscar fue mandado de vuelta a casa para luchar contra las fuerzas rebeldes que tenían en jaque al país. En su opinión, los rebeldes no eran más que unos cobardes que aprovechándose de que el país estaba luchando en el extranjero nos atacaban por detrás para intentar luchar por sus propios intereses. Algo que él pensaba que era de ratas pusilánimes. No es de extrañar que aceptara esa misión sin rechistar. La lucha con los rebeldes había durado ya cuatros meses, estando Óscar al mando, cuando un día le asignaron una misión especial. Ciertas escuchas habían dado a entender que la fuerza rebelde atacaría la mansión de la mano derecha del presidente, un hombre frío y sombrío. Al parecer buscaban algo que ellos llamaban «la esencia». Óscar no sabía de qué se trataba, pero pensó que hablaban en clave. Por suerte, el propietario parecía saber bien de qué se trataba y se la entregó a Óscar y sus hombres para que la protegieran. Sabían que el ataque sería por la noche, pero no de qué día. Así que el plan del capitán Óscar era sencillo: él y dos de sus mejores hombres custodiarían lo que quiera que fuera lo que buscaban en algún lugar de la casa. Los rebeldes pensarían que algo tan valioso 68


Jorge Cáceres Hernández estaría oculto dentro de la gran caja fuerte que había en una de las habitaciones de la primera planta, pero en ella solo habría unas cápsulas que liberarían un gas venenoso al ser abierta. Así, irían derechos a una trampa segura. Pero no podía dejarles el camino despejado completamente o ellos sospecharían. Unas cuantas vidas por la causa no se notarían. Lo que hacía a Óscar un buen soldado era la completa ausencia de escrúpulos. La mansión se encontraba en las montañas, en lo alto de una y cerca de otra mucho más grande. Era una verdadera fortaleza, desde lo más alto de la casa podía verse todo a su alrededor. Tenía multitud de habitaciones y unas cinco plantas más el sótano. Cerca de la casa, debajo de la montaña grande, vivían unos vecinos del ayudante del presidente, gente amable con quien a veces pasaba las tardes. Óscar y sus hombres trasnocharon durante semanas. Un día saltó la alarma, los rebeldes se estaban acercando a la mansión. Los soldados se pusieron sus máscaras antigás y esperaron a que el enemigo cayera de lleno en su trampa. Afuera dos de sus hombres señuelo ya habían caído abatidos sigilosamente. Los rebeldes entraron en la casa sin mayor dificultad, fueron a la primera planta y tras varios minutos consiguieron abrir la caja fuerte. Óscar se aburría tanto que casi baja él mismo a matarlos a todos, solo por diversión. Cuando consiguieron abrirla el humo verde lo inundó todo, la casa entera se infestó del veneno y los rebeldes cayeron como insectos. Eran demasiado estúpidos como para enfrentarse a un estratega tal como él. Segundos después salieron los hombres de Óscar con sus mascaras antigás y remataron a todo aquel que quedó con vida. Estaba muy satisfecho, sin esfuerzo ninguno había conseguido acabar con la invasión, pero no con todos los rebeldes. Miró por la ventana de la habitación en la que él se encontraba, y por casualidad vio un pequeño resplandor producido por algún 69


Tras la quinta esencia tipo de vidrio y pudo darse cuenta de que aún quedaban más rebeldes por matar. Dio la orden a sus hombres de que fueran detrás de ellos y sin prisa alguna él y sus dos soldados empezaron a caminar, bajaron las escaleras y salieron de la casa. Los rebeldes se habían atrincherado en una cabaña cercana, la de los vecinos del ayudante del presidente. Los soldados rodearon la casa y esperaron órdenes. Cuando Óscar llegó, alcanzó a oír: —¡Dejadnos ir o mataremos a los dos! —gritó uno de los rebeldes. —Informe de la situación, soldado —dijo el capitán a uno de sus hombres. —Señor, sí, señor… —soltó sin pensar, como todos los soldados, y después dijo—: dentro hay dos rebeldes y dos civiles, un hombre y una mujer —Óscar pensó durante unos segundos antes de que el soldado continuara—. Creemos que uno de los rebeldes es su actual líder y… Sin pensarlo ni un segundo más Óscar cogió una granada del soldado con el que hablaba, le quitó la anilla, esperó unos segundos y la lanzó a través del cristal. Se dio la vuelta con aire de satisfacción, y cuando la explosión iluminó el cielo pudo ver el brillo de sus fríos ojos debajo del pasamontañas reflejado en las cristalinas aguas del lago que yacía bajo sus pies. Óscar fue sometido a un consejo de guerra por lo sucedido aquella noche. Lo trataron como a un loco y un demente. Fue degradado y lo destinaron a trabajar en una base situada cerca de donde había sucedido todo. Un lugar en donde se desperdiciaría todo su talento, un lugar en donde se consumiría y no le quedarían más aires de gran70


Jorge Cáceres Hernández deza ni grandes batallas que librar. Un destino peor que la muerte o el olvido. Cierto día, por casualidad, Óscar se enteró de que en la cámara más profunda del recinto se hallaba una esencia muy valiosa. Él no sabía bien qué era una esencia, solo sabía que no podía caer en manos de los rebeldes. Tenía una gran curiosidad y empezó a maquinar un plan para hacerse con ella. Habló con algunos hombres que aún le eran leales y juntos se llevaron al guardia encargado de custodiar esa sala a un cuartucho de las escobas en donde le dieron una paliza tras otra hasta que vomitó entre dientes los números de la combinación que abría la sala. Mataron al hombre e hicieron parecer que fue un accidente, una caída tonta dentro de las máquinas que bombean el oxígeno dentro de la base subterránea. Robaron la esencia y salieron de allí sin mayor problema, puesto que todos les conocían. Huyeron a lugar seguro, en donde Óscar abrió la caja que contenía la esencia. Su curiosidad era inmensa. Pudo ver una bola brillante del tamaño de su mano, la cogió y de dentro surgió una gran bruma verde y azul. Nadie sabe bien qué vio Óscar aquel día, pero lo que vio le hizo cambiar completamente. Lo volvió un poco más loco. Empezó a intentar ganar adeptos para una causa secreta. No tardó mucho en tener un gran número de hombres a su servicio (secretamente). Sus hombres estaban listos. Había preparado la operación durante meses. No podía fallar. A las doce en punto del mediodía dio la orden. Uno a uno fueron cayendo todos los sistemas de la base. Primero las cámaras de seguridad, después la corriente, se abrieron todas las puertas y por último el oxígeno. Mientras tanto, él había ido a una celda de las más profundas, cogió en peso a un pobre diablo barbudo que no se sostenía 71


Tras la quinta esencia en pie, y aprovechándose de la confusión había logrado salir de allí por una serie de pasadizos de emergencia que él había descubierto en los planos de la base. Sus hombres salieron de la base y sabotearon las salidas. Ningún otro hombre consiguió salir ni entrar de aquel lugar. Fuera cual fuera su cometido, aquella base estaba inutilizada por el momento. Óscar y sus hombres (cerca de doscientos soldados), robaron unos jeeps y se adentraron en las montañas. En mitad del camino, y sin mirar atrás, Óscar abrió una pequeña bolsa que llevaba colgada al hombro, se quitó el pasamontañas y se puso una nueva máscara igual a la que tenía cuando era pequeño pero mejor fabricada. Fría, blanca y sin sentimiento, ese sería su rostro a partir de ahora y para siempre. Su guerra había comenzado. Llegaba el nuevo líder de la rebelión.

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LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 2 LA

MUJER

DE

LOS OJOS

LÁGRIMAS

DE

CON

PLATA

U

na mujer en mitad de la noche corre entre los árboles adentrándose en el bosque. Con una gran luna llena de testigo, la chica no deja de mirar atrás angustiada. Cuando llegó a un claro paró un segundo a tomar aire. Su ropa estaba rasgada, en su cuerpo había heridas, contusiones y llevaba las manos atadas. Un grito furioso de hombre en la lejanía le hizo volver a emprender la marcha. Estaba completamente agotada. —¡¡HELENAAAAA…!! —se escuchaba—, ¡¡HELENAAAAA…!! La muchacha, viendo que las fuerzas le abandonaban y que no era capaz de dar un paso más, se escondió bajo las sinuosas raíces de un gran árbol y permaneció en silencio. De entre las sombras, allá a lo lejos, apareció la figura de un hombre. La buscaba fervientemente. No podía estar muy lejos. Dos pequeñas gotitas de agua salada emergieron de su rostro y se precipitaron con presura a sus pies, pareciendo imitar a la plata fundida, bajo la luz de la luna.

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Tras la quinta esencia La mujer empezó a llorar en silencio por la presión de la situación. El hombre se acercó peligrosamente, pero pareció desistir justo cuando un movimiento desafortunado de la chica le hizo delatar su posición. El hombre se abalanzó sobre ella agarrándola con fuerza. —Ven conmigo, Helena —decía—. Es la mejor solución. —¡Qué demonios te pasa, Omar! —gritó Helena desesperada— . ¿Por qué estás haciendo esto? ¡Suéltame! —No lo entenderías, Helena —dijo con prepotencia—. Ven conmigo ahora y déjate de juegos. —Eras nuestro amigo… —¿Amigo? ¡Ah! Déjame decirte que no hay amigos que valgan cuando dan con tu precio —Omar pareció hartarse y agarró con fuerza el cuello de Helena. Helena empezó a cambiar de color. Solo podía soltar el aire y su cara reflejaba el pánico. No podía entender qué había pasado. Cuando su novio los había dejado solos aprovechó para atarla, la dejó allí durante minutos y después la condujo por las montañas. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué había pasado con su novio? Helena, siendo su final inminente, no tenía miedo. Lo único en lo que pensaba era en las personas que había amado y, por extraño que parezca, se sentía en paz. Empezaron a abandonarle sus fuerzas. Pero justo antes de que cerrara los ojos por el desmayo que le estaba produciendo la falta de oxígeno vio una gran y extraña silueta en la sombra que se acercaba a ellos a gran velocidad sin que Omar se diera cuenta. Cerró los ojos y la conciencia la abandonó. 74


Jorge Cáceres Hernández No sé si fue el vaivén del caminar apoyada en ese gran lomo peludo, el ruido del arroyo o quizá el que una ramita de trigo le golpeó graciosamente en su pequeña, morena y adorable naricita, pero como quien despierta del sueño más profundo Helena abrió lentamente sus preciosos ojos canelos. Levantó la cabeza, enfocó como pudo la vista y pudo ver el arroyo que le había parecido oír. Dentro del agua los peces revoloteaban despreocupados. Ella en ese momento quiso ser uno de ellos y perderse por las aguas. Siguió mirando y vio que ya no estaba en el bosque sino en una increíble llanura en la cual la parte derecha del riachuelo estaba repleta de trigo, lo que le daba un tono marrón precioso, y al otro lado predominaban otro tipo de hierbas altas algo más verdes. Helena siguió intentando situarse en el tiempo y el espacio, recordó que estuvo a punto de morir, la traición de Omar y… fue entonces cuando se percató de lo más importante de todo: qué era esa cosa peluda en la que estaba subida. Helena se sentó completamente en vertical, con el rostro pálido de miedo e incredibilidad. Luego cogió aire y profirió un enorme grito de pánico, saltó de su montura y echó a correr. El gran oso pardo, que la había llevado durante todo este tiempo, tardó un segundo en reaccionar. Al oír el chillido agudo que le había regalado su carga se asustó, rugió y echó a correr en sentido contrario. —¡Eeeeeeeeeeeeh…! ¡Oye, chica…! —logró escuchar mientras corría despavorida—. ¡Pero no corras! Helena paró y se volvió con recelo. Miró pero lo único que alcanzó a ver era que un enorme oso frenaba en su huida y volvía hacia donde ella estaba. Eso le puso los pelos de punta, ya tenía los pies preparados para volver a huir si fuera necesario. —¿Quién habló? —intentó decir de modo que no se le notara el pánico. El resultado fue una voz muy aguda. 75


Tras la quinta esencia —¡Me llamo Yaiza! —replicó la voz. El oso, que aún se acercaba con paso lento, paró y bajó la cabeza. De entre las hierbas altas salió un brazo de niña pequeña que se agarró con fuerza a los cabellos marrones del oso. Después cogió impulso y se subió encima. Helena pudo ver entonces a una niña pequeña, de unos nueve años. La niña vestía con una falda hecha con hojas de palmeras trenzada, unas pieles a la espalda (de algún pobre animal que tuvo la poca fortuna de cruzarse con ese enorme oso), cuerdas a modo de guantes y unas botas antiguas y ajadas que se veía que no estaban hechas a su medida, puesto que eran varios números más grandes. Seguramente se le caerían si no fuera porque las tenía atadas con fuerza (con unas cuerdas hechas con hoja de palmera que le colgaban por todos lados). La piel de la niña estaba completamente recubierta de barro y lo único que relucía eran sus enormes y vidriosos ojos azules. Portaba un palo de su tamaño, que por lo visto le ayudaba a apartar las hierbas altas de su camino, las cuales en ocasiones eran más altas que ella. La niña y el oso, se acercaron con decisión a su asustadiza amiga. Ella estaba aún con los pies preparados para salir huyendo. Cuando estuvieron a su altura el oso se puso de lado, acercando a la niña y a la mujer, y Yaiza extendió su mano en señal de confianza. Helena la cogió con miedo (no sé quién le daba más, si la niña o el oso), y subió con asombrosa torpeza a su nuevo transporte, el cual empezó a caminar a través de las hierbas altas, hacia el horizonte. —¿Qué ha pasado? ¿Quién eres? —preguntó Helena. —Te encontramos en el bosque mientras cazábamos. —¿Qué pasó con mi amigo…? 76


Jorge Cáceres Hernández —¿TU AMIGO? —la niña parecía estar ante una de esas cosas que no lograba entender de los adultos—. ¿Ese era amigo tuyo? Pues te trataba como yo a los conejos cuando tenemos hambre, ¿verdad, oso? El oso profirió un rugido cálido y siguió como si nada. Helena se quedó de piedra al ver la complicidad que había entre ese animal salvaje y Yaiza. —Bueno, yo creía que era mi amigo, pero casi me mata… — pensó durante un segundo y luego continuó—: ¿Qué pasó con él? ¿No se lo habrá comido tu oso, verdad? —¿Mi oso? ¡Ja, ja, ja…! —rió con fuerza—. Eso te hubiera ayudado yo creo. Pero no, aunque se llevó un buen zarpazo en la espalda. —No entiendo qué pasó. Dijo algo de que habían dado con su precio, pero… ¿un precio por mí? No entiendo nada. —A veces pasan cosas que no podemos controlar —dijo Yaiza en un tono conciliador—. No debemos malgastar el tiempo pensando en por qué ha pasado ni por qué a nosotros. Lo único que debemos hacer es continuar hacia delante, como hacemos nosotros. ¿Verdad, oso? El oso volvió a rugir nuevamente ante el asombro de Helena y juntos los tres continuaron sin rumbo fijo a través de los parajes más bellos que Helena había visto jamás. Durante los días siguientes Helena le contó a la niña todo lo que había pasado, reiterando continuamente que necesitaba volver en busca de su novio. Pero la niña hacía caso omiso, ella no estaba pre77


Tras la quinta esencia parada para volver a aquel lago en el que un día vertiginosamente se lo habían arrancado todo. Helena no quería verse sola, así que estaría junto a Yaiza hasta que consiguiera llegar a un lugar seguro para después volver a por su novio.

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CAPÍTULO 5 EL

RENACER

S

umido en mi profundo pesar, la luz que conseguía ver a través de mis ojos parecía estar a kilómetros de distancia, como si quien mirara no fuera yo sino otro y yo mirara a través de su cuerpo. Con el paso del tiempo me había aislado completamente. Allá en la lejanía, de repente, empezaron a tronar las sirenas. El leve brillo de mi celda se convirtió en un gran baño de luz que me lamió la cara con su calidez. Noté una fuerte presión en los brazos y luego en la barriga. Alguien me estaba moviendo. No entendía nada. Con cada paso que daba el hombre que me portaba más me acercaba yo a la realidad. Todo empezaba a ser mucho más real. Poco a poco empecé a volver a notar el aire en la cara y el latido de mi corazón que regaba mi sangre por todo mi cuerpo. El hombre me sentó en la parte de atrás de un jeep. Arrancamos y empezamos a subir la espiral por donde me habían traído a este horrible lugar. Noté cómo me costaba un poco respirar. Las puertas se abrían rápidamente a nuestro paso.

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Tras la quinta esencia Cuando ya llevábamos unos diez minutos de trayecto a toda velocidad los soldados empezaron a gritar. Al parecer, nadie sabía qué estaba pasando, y se estaba armando una buena. Cuando ya estábamos en la parte alta las luces se apagaron. Solo brillaban los faros del jeep. Lo que supe que era una suerte porque, como podía ver, esa zona estaba plagada de soldados histéricos peleándose entre ellos y gritando cosas como: «¡EL OXÍGENO…! ¡RECONECTAD EL OXÍGENO…!» o «¿Qué ha pasado con las luces, mi señor?». El miedo y el desconcierto eran evidentes. Por fin llegamos a la recta de salida. No me lo podía creer. No entendía lo que estaba pasando, pero mi cuerpo había vuelto a pertenecerme y estaba jubiloso y cauteloso a la vez. Antes de llegar a la pesada puerta de la entrada esta se empezó a cerrar. Me temí lo peor, no sabía si nos daría tiempo de atravesarla. Pero así fue, con asombrosa precisión la puerta se cerró detrás de nosotros dejando encerrados a los soldados que me habían tenido retenido durante tanto tiempo. Una vez fuera otros soldados nos estaban esperando. Mi corazón bombeaba a mil por hora. No me lo podía creer. Estaba saboreando de nuevo la libertad. Un convoy de varios jeeps más se puso en marcha con nosotros en medio. Así fue como me rescataron de aquel lugar. Jamás olvidaré esa sensación, esa adrenalina por mi cuerpo, después de haber creído estar muerto por el agobio, la pena y la melancolía. Millones de dudas me asaltaban en aquel momento sobre todo esto que estaba pasando. No sabía si me habían rescatado por caridad o equivocación. Lo que seguro que no había pasado era que hubieran preparado todo esa operación solo por mí. ¿O sí? 80


Jorge Cáceres Hernández Intenté solventar mis dudas con los soldados que me acompañaban, pero sus respuestas no eran más que evasivas. Preferí no preocuparme más, estaba fuera por fin ¡después de tanto tiempo! El sol parecía más amable que nunca, sentía cómo el calor de la luz podía hacerme sentir de nuevo como si nada de esto hubiera pasado nunca. Ese dichoso cautiverio sin motivo aparente, la desaparición de Helena, sin contar que también había perdido a mi buen amigo Omar. Mi suerte parecía haberme olvidado por completo. El convoy se dirigió al norte. Fuimos por antiguos caminos de tierra, subimos una pequeña ladera, luego bordeamos un gran bosque de árboles espesos, luego giramos al este y comenzamos a subir por un camino serpenteante. La única forma de ir a través de la enorme cordillera de montañas rocosas era pasando por un pequeño valle que se formó entre dos titánicas cumbres heladas. Íbamos a mitad de camino subiendo hacia el paso del valle cuando de súbito el jeep que nos precedía pinchó una de sus ruedas delanteras. El coche frenó en seco. El conductor del jeep en el que yo iba (un niño de dieciocho años que debería estar en su casa con su familia y no allí) reaccionó justo a tiempo. Frenó, tardamos en detenernos unos segundos y luego miramos. La distancia que nos separaba del coche delantero era mínima. Pero antes de que pudiera decirle «Buen trabajo» el camión que nos seguía se estampó de lleno contra nosotros. Nos empujó, nosotros empujamos al jeep delantero y este a su vez terminó por estrellarse contra la fría piedra de la montaña. Esperé unos segundos antes de cantar victoria. Esta vez parecía que sí, todos estábamos quietos y a salvo. Solo se escuchaba un leve repiqueteo de piedras a lo lejos. De repente, y solo por un momento, se me pasó por la mente una posibilidad que me aterró. Agudicé el oído, luego miré a mi derecha, ladera arriba, y grité: «¡Coooooooooorreeeeeeeed!». Dos de los cuatro hombres que me acompañaban en el jeep salieron de un salto. Yo intenté abrir la puerta, pero después del accidente había quedado dañada. 81


Tras la quinta esencia Una enorme avalancha de piedras, barro e incluso un enorme drago cayeron e impactaron brutalmente contra uno de los laterales del jeep. El golpe nos sacó de la carretera y nos tiró montaña abajo. Atrapado en mi prisión metálica no pude hacer más que desear no resultar herido o muerto. Caímos y caímos por la colosal pendiente, la velocidad aumentaba por momentos. Miré detrás de mí, uno de los hombres no hacía más que gritar desesperado (parecía comprender en ese mismo instante que la guerra igual no se parecía tanto a un videojuego violento como él pensaba, aquí no hay más vidas ni oportunidades y la sangre que se derramaba era de verdad); el otro simplemente estaba en estado de shock. Tras lo que pareció una eternidad, el coche llegó a la falda de la montaña, ralentizó bastante su velocidad para acabar impactando por la parte del motor contra un enorme pino. El jeep dio tres vueltas a toda velocidad antes de topar contra el piso y empezar a dar vueltas de campana. Yo salí despedido, caí en un claro y el coche siguió en su frenético descenso. Durante unos minutos no me atreví a moverme. Estaba tirado en la hierba con todo el cuerpo dolorido y con el susto dentro de mí. Después empecé a moverme poco a poco, no quería agravar cualquier lesión que pudiera tener. Era sorprendente, pero a pesar de lo aparatoso del accidente no tenía más que magulladuras. Luego seguí el rastro del coche para ir a socorrer a los dos soldados que iban conmigo. Tras unos metros, encontré el coche completamente empotrado en un árbol, parecían haberse fundido el uno con el otro, con fatal resultado. Me acerqué más cuando de repente escuché: —¡Eh, tranquilo no vengas hacia aquí! —uno de los soldados salió de detrás del amasijo de hierros y se acercaba hacia mí con cara de horror. Él también parecía estar entero menos por un pie, que parecía estar roto. 82


Jorge Cáceres Hernández Las pocas fuerzas que tenía el hombre por la adrenalina del momento parecieron esfumársele, y con un grito ahogado de agonía cayó al suelo de bruces. Me acerqué a él y pregunté: —¿Estás bien? —el hombre no contestó, continuó con la palabra «Desastre» escrita en la cara y luego se miró la herida—. ¿Y el otro soldado? —¡Ha caído! Fue entonces cuando me di cuenta de la fragilidad de la vida. Un día vas tranquilo por un camino de piedra y sin verlo venir se te cae todo encima y acaban tus días. Sin previo aviso, sin posibilidad de acabar todo lo que habías empezado y sin poder llamar a tus seres queridos. Ese hombre, como tantos otros, había muerto a las órdenes de su señor, por el fallo de otro y sin ningún fin. Había regalado su vida al mejor postor para que hicieran con ella lo que sus superiores consideraran oportuno y ese era el resultado. Por lo menos murió así y no matando a otras personas. Es curioso cómo comen tanto el cerebro a los soldados que llegan a pensar que tienen que morir por nuestros dirigentes, por sus deseos de conquista y muerte, llegando hasta tal punto que piensan que si no mueren matando al enemigo su muerte no tiene sentido. La mente del hombre es muy frágil y fácilmente manipulable. ¿No parece más lógico pensar que la muerte de un niño de dieciocho años no tiene sentido si antes no ha ayudado a crear una nueva vida? Los jóvenes soldados morirán y los hijos de los ricos, que engordamos con nuestra sangre poblarán la tierra y se reproducirán con sus mujeres. No os dejéis engañar, el honor solo reside en la paz. Me senté al lado del soldado de la pierna rota y miré hacia el bosque con la vista perdida. El hombre estaba desolado, parecía estar repasando una y otra vez todo lo que nos había llevado a esa situación. 83


Tras la quinta esencia De repente enfoqué la mirada al parecerme ver un arbusto con silueta de mujer andando por el bosque. Para cuando fui a fijarme bien ya no había nada. Me levanté de un salto y le dije al soldado que guardara silencio con un gesto. Me adentré dentro del bosque, no me quería arriesgar a que algún cazador nos tomara por dos ciervos salvajes. O si, por el contrario, era un soldado que escapó de la cueva y nos estaba siguiendo, no quería que se encontrara con el hombre de la pierna rota, yo al menos podía huir. Busqué con ahínco hasta que volví a verlo. Esta vez no me pareció una mujer sino una niña. Más bien la niña que se me había aparecido en el lago. No podía creerlo. Esta vez su cuerpo no era del agua brava del lago sino que parecía estar hecha por miles de hojas verdes. Por todo su cuerpo se extendía una enorme mata de hojas. La niña me miró, se dio la vuelta y comenzó a caminar con paso lento y delicado. Anduve detrás de ella obnubilado por la fascinación que me producía esa visión tan extraña. —¡Hola! ¿Qué tal estás? —dijo alegremente. —Bueno, verás, hemos tenido un accidente y… —yo seguía caminando detrás de ella. —Dicen que estás bien, solo ha sido un susto —la niña se paró, se sentó en el piso mirando fijamente a un pino añejo y medio muerto que estaba enfrente de ella en ese momento. Yo me paré en seco detrás de ella. —Sí, bueno, he tenido suerte pero otro chico… —yo estaba intentando recrear con mis manos más o menos lo que había pasado, aunque mis palabras fueran por otra parte de la historia. 84


Jorge Cáceres Hernández —Sí, dicen que has tenido suerte —su voz era suave y cálida. Poco a poco empecé a rodearla para ponerme delante de ella (me aturdía eso de que hablara sin mirarme)—. El otro muchacho no ha tenido tanta suerte. —No, él… verás —no sabía cómo decirle eso a una niña (aunque no estaba seguro de que eso fuera una niña, ni siquiera sabía si era real)—. Puede que en el accidente me hubiera golpeado fuerte la cabeza y esto solo fuera un delirio. A lo mejor la niña sí era real y el delirio era que la viera como si estuviera hecha de hojas verdes. El caso es que esa niña me estaba hablando y yo le contestaba sin reparo alguno. —No creo que despierte, lleva mucho tiempo así —sentenció la muchacha justo cuando logré ponerme delante de ella. La niña tenía unos enormes ojos azules. Si te acercabas lo suficiente parecía que podías ver el lago en el que se me apareció la primera vez—. Tengo algo para ti —la niña bajó la mano hacia la tierra. Las hojas cercanas se arremolinaron creando una cesta y luego de súbito y sin previo aviso la forma de niña desapareció. Las hojas cayeron al piso y no quedó nada más que la cesta que había creado. Me quedé helado. No sabía qué había pasado, qué era esa niña ni qué demonios me iba a dar. Tardé un tiempo en reaccionar. Luego me acerqué, le di unas pataditas a las hojas por si acaso la niña siguiera ahí debajo y miré la cesta. Eran hojas verdes y marrones trenzadas. La parte de dentro estaba cubierta por una capa de hojas (lo que antes era el cráneo y el pelo), las aparté con cuidado, si eso era una niña no quería lastimarla (ciertamente estaba muy confuso). Algo canelo asomaba en su interior. Metí la mano y saqué una pequeñísima figura de un oso pardo. Rebusqué un poco más, pero no encontré nada. Durante un tiempo lo miré fascinado, luego cambió mi cara. No entendía nada. ¿Un oso? ¿Una niña árbol se me aparece 85


Tras la quinta esencia en el bosque, la sigo, no me dice nada interesante y después me da esta bobería? Fui a darme la vuelta con rapidez para salir de allí cuanto antes, tenía mejores cosas que hacer, cuando mis pies se quedaron pegados al piso. Noté cómo irremediablemente caía de cabeza hacia las duras raíces del árbol anciano. Pero no caí en el piso sino en mi asiento del jeep. Todo estaba en orden, el convoy avanzaba confiado por los peligrosos caminos que llevaban al valle. Volví a sentir el mismo escalofrío. Todo estaba volviendo a suceder, los cuatro hombres aún estaban conmigo, dos saldrían ilesos, uno se rompería una pierna y uno iba a morir. Pensé con rapidez: ¿qué podía hacer yo para parar aquello? Los soldados no iban a hacer caso de lo que yo dijera (un civil hablando de premoniciones), necesitaba algo rápido y ya. Sin más dilación me puse de pie en el jeep y grité al camión que parara. Los soldados que estaban cerca de mí me agarraron e intentaron que me callara, pero yo, como si fuera una culebrilla, di un brinco y salté del coche. Me puse delante del camión con las manos en alto y esperé a que le diera espacio para frenar. Fue lo mejor que pude hacer. Un segundo después el primer coche tuvo el reventón, el segundo se quedó a milésimas de él, pero esta vez el camión paró pegado a mí y sin provocar el accidente. Los soldados no entendieron bien lo que había pasado. Me miraron con cara extraña, incluso al que le salvé la vida parecía decir con la mirada que yo estaba loco. No me importaba. Abrí mi mano mientras volvía al jeep y vi lo que había sentido en mi puño cerrado y me había hecho darme cuenta de que mi visión fue real: mi pequeña figura de un oso pardo.

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LA

FUERZA

REBELDE

CAPÍTULO 2 ÓSCAR,

EL

FUERZA

LÍDER

DE

LA

REBELDE

E

l convoy avanzó hacia el norte, subió por un camino zigzagueante y al llegar a un pequeño paso a través de dos montañas entró en un valle. Continuaron hacia el este durante tres días. Al cuarto llegaron al lugar en donde montarían su campamento. Enormes casetas recubiertas de mallas de camuflaje se extendían en el fondo del cráter de un volcán muy antiguo. Fabricaron un túnel por el cual se podía acceder sin problema, lo camuflaron y pusieron una gran puerta metálica hecha con los restos de un tanque destrozado. La noticia de lo sucedido en la cueva se extendió rápidamente entre el resto de rebeldes del país y pronto el cráter se había convertido en un agujero lleno de soldados rebeldes. Parecía que el nuevo líder trajo la esperanza que los soldados necesitaban para luchar por un nuevo Estado. Estabilizado en el poder, era la hora de hablar con su querido invitado. Óscar mandó a llamar al hombre que habían salvado de la cueva. Después de unos breves minutos, apareció en su enorme

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Tras la quinta esencia tienda de campaña un joven alto y algo deteriorado. El chico tenía un pelo asqueroso y una barba larga y llena de suciedad. —¿Quién eres? —se apresuró a soltar el chico. —¡Hola! Soy Óscar, el líder de la fuerza rebelde. —Yo soy… —Sé de sobra quién eres —soltó cortantemente Óscar—. Bueno, te preguntarás por qué te he llamado… —Si te soy sincero, tengo millones de preguntas sobre todo lo que me ha estado pasando durante estos últimos meses. —Entonces… pregunta. —¿Qué es la fuerza rebelde? —el chico parecía no saber por dónde empezar. —Eso es lógico, ¿verdad? La fuerza rebelde es la unión de las personas que luchan contra el Estado para imponer un nuevo gobierno. Atacaremos estratégicamente y cuando estén más débiles nosotros nos alzaremos y controlaremos todo lo el país. —Y eso ¿qué tiene que ver conmigo? Yo no tengo nada que ver con esto, yo solo estaba de viaje con mis amigos y… —el chico se quedó blanco y luego dijo—: Helena, tengo que ir a buscarla. Tienes que ayudarme, la perdí antes de que me metieran en la cueva. —Te ayudaré, pero solo si haces algo por mí primero. Con respecto a qué tiene que ver todo esto contigo, creo que no tienes ni 88


Jorge Cáceres Hernández idea de tu importancia. Es mayor de la que crees, aunque no la suficiente. El chico parecía estar colapsado, parecía no entender nada de lo que Óscar le estaba contando. Luego volvió a repetir: —¿Qué tengo que hacer para que me ayudes a encontrar a mis amigos Helena y Omar? —el chico parecía impaciente. —¿Sabes lo que es una esencia? —preguntó Óscar con enigmática inquietud. —¿Esencia? —el chico dudó unos segundos—. No. —Una esencia es algo muy poderoso. Son unas esferas guardadas bajo grandes medidas defensivas, generalmente, y tienen un papel vital para nuestros planes. Tú me ayudarás dentro de unos días a encontrar y capturar una de ellas, y luego iremos a buscar a tus amigos. —De acuerdo. Los dos hombres se estrecharon las manos firmemente y con decisión. Aunque en el fondo el chico no sabía cómo demonios podía ayudar él a encontrar nada. No creo que hubiera nadie por ahí cerca más perdido que él. —Ahora vete y duerme, mañana empezaremos con la búsqueda. Esa noche, antes de irse a dormir, Óscar hizo una pequeña muesca en uno de los laterales de su máscara con el cuchillo de su tobillo. Luego apagó las luces y se durmió con todo su plan burbujeando en la mente. 89


Tras la quinta esencia Por otro lado, como era habitual, el chico no había conseguido dormir. No sabía cuánto tiempo hacía ya desde la última vez que consiguió hacerlo. Sorprendentemente, no se sentía cansado. Por lo general, cualquier persona que pasara por aquello estaría muerta o loca, pero él no. Una inmensa fuerza lo impulsaba a seguir adelante sin descansar ni un solo segundo. En la oscuridad, sobre una dura cama, el chico no hacía más que dar vueltas y vueltas. Empezó a recordar cómo era todo antes de que sus problemas empezaran. Un buen día tiene una visión de que se había estrellado contra la dura roca haciendo puenting, luego esa niña que se le apareció en el lago y en el bosque. No entendía qué eran esas visiones. Primero pensaba que era fruto de su insomnio, pero lo que tenía en el bolsillo derecho le hacía estremecer, la figurita del oso era del todo real y le había salvado de una buena caída. Después pensó también en la tarde en la que los preciosos dedos de Helena se posaron sobre su enorme herida del costado. Aún recordaba cómo pasaba aquella tarde rebuscando en su ático buscando pruebas sobre cómo se había producido su cicatriz. ¿Dónde estaría ella? ¿Estaría perdida o al final la encontró Omar y la llevó sana y salva a casa? Tenía que encontrarla. Luego pensó en esa esencia. El hombre de la cara tapada con una máscara blanca había dicho que tenían un gran poder. Por lo general, los militares suelen conocer tecnologías que los civiles ni siquiera pueden llegar a soñar, pero… ¿qué demonios sería eso?

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LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 3 LA

HIBERNACIÓN

—¿A dónde vamos? —preguntó Helena. —Al oeste. Hay una pequeña cabaña abandonada que nos servirá de refugio durante el invierno —contestó la niña. Pese a su corta edad, parecía tener claro en qué dirección debería ir su siguiente paso. La adversidad la había hecho fuerte. —¿El invierno? Pero… ¿y mi novio? —las dos iban montadas encima del oso pardo a través de la llanura. —Iremos a donde yo diga —replicó Yaiza—. Dentro de poco comenzará la hibernación para los osos, y el mío necesitará alimentarse bien los meses antes. Tiene que prepararse. —¡No voy a esperar meses para encontrarlo! ¿Estás loca? —Helena no podía soportar la idea de que una enana con un palo y una faldita ridícula le dijera a dónde no podía ir.

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Tras la quinta esencia —¡Escucha mente…! —gritó la niña sin volverse para mirar a Helena—. Soy fuerte, no tengo miedo y mi voluntad es firme —entonces se giró y la miró—. Irás a donde yo diga. A Helena se le salieron los ojos de sus órbitas. Presa por la ira, saltó del oso con energía, se dio la vuelta y empezó a caminar en dirección opuesta a la de la niña y el oso murmurando algunas palabras un tanto agresivas que no pienso reproducir. De repente la niña paró al oso, bajó de él y con la cara pálida por el asombro dijo: —¡Espera…! ¡Vuelve! —Helena se paró y la miró con desconfianza—. ¿Por qué no me obedeces? —¿Que por qué no te obedezco? ¡Esto es alucinante! —Helena empezaba a pensar que la niña esta estaba un poco loca. —¡No puede ser! Tú eres una creadora como yo, ¿verdad? —de pronto a la niña se le iluminó la cara. Se acercó a Helena y la empezó a toquetear por todos lados. Parecía estar muy interesada en ella de repente—. A lo mejor ni lo sabes, ¡ja, ja, ja! Mi abuelo me dijo que algún día sucedería y no le creí. He llegado al último plano. Donde residen las esencias —la niña hablaba sola, dando vueltas alrededor de Helena, moviendo sus manos con fuerza y mirando al piso—. Hagamos una prueba —continuó—. Umm… ¿Tienes frío? —Sí, un poco —a Helena le temblaba la voz. «Esta niña está en pleno ataque esquizofrénico», pensaba. —Vale, pues no sé… cierra los ojos e imagina que un gran abrigo de piel te recubre el cuerpo —Helena le envió una mirada de pánico puro—. ¡Venga…! No tengas miedo, confía en mí. 92


Jorge Cáceres Hernández Helena cerró los ojos como ella dijo. Imaginó un gran abrigo de piel, marrón, suave y sedoso, muy lujoso. Y luego volvió a abrirlos. Vio a la niña. En su cara la expresión de júbilo iba cambiando paulatinamente a la de decepción. —¿Lo has deseado con fuerza? —preguntó la niña inquietada. —Em… sí —Helena puso una cara como diciendo: «¿Qué esperabas que sucediera?». —Pero… ¿tú quién eres? —dicho esto, la niña bajó los hombros y la mirada en señal de fracaso y lentamente volvió a subirse al oso— . Ven conmigo, te prometo que después del invierno buscaremos a tu novio. Pero ahora necesito hacer esto por mi oso, debe sobrevivir. Helena, sin decir ni una palabra más, volvió a subir al oso y emprendieron la marcha hacia el oeste. —Por cierto, ¿tenías frío de verdad? —preguntó Yaiza. —Sí, un poco. ¿Por qué? La niña cerró los ojos y al segundo después apareció el brillante abrigo de piel protegiendo el cuerpo de Helena. Esta se quedó muda de la impresión. ¿Qué demonios acababa de pasar? —Cuídalo bien, es igual a uno que tenía mi madre cuando yo era pequeña. Y tampoco puedo estar gastando mucho tiempo. Millones de preguntas asaltaron la mente de Helena los días siguientes. Estaba claro que esa niña era una especie de bruja o algo parecido. Había hecho magia delante de ella, incluso esperaba que 93


Tras la quinta esencia ella misma pudiera hacerla. No había entendido nada de lo que había pasado. ¿Tiempo? La niña dijo: «[…] y tampoco puedo estar gastando mucho tiempo». Acaso la magia de la niña se basaba en el tiempo. O a lo mejor… ¿todo era ciencia? Una ciencia que ella no podía entender. Los magos suelen crear ilusiones que nos hacen creer en la magia, pero no es más que ciencia y efectos ópticos. Puede que eso fuera lo que había pasado, seguro que la niña al pasar por detrás de ella le había puesto el abrigo en sus hombros y al decir las palabras mágicas… ¡zas! Tras horas de viaje llegaron a la vieja cabaña de la que había hablado Yaiza. Era un lugar muy bello, un paisaje que hacía recordar a un lienzo con las pinturas aún frescas sobre él. Un único e imperioso montículo de piedra caliza se erguía poderoso en mitad de las hierbas altas. Parecía ser un sitio muy tranquilo y acogedor. Incluso parecía ser un buen hogar. Dentro de la cabaña había una gran chimenea que emanaba calidez y confort, paredes y suelos estaban adornados con pieles de grandes animales. Helena y Yaiza hacían un buen equipo, parecían tratarse como madre e hija. Tenían una larga tarea de abastecimiento entre manos y parecía ir todo a la perfección. La niña podía gastar sus horas cazando y recolectando alimentos mientras que Helena se quedaba en la cabaña a cocinar, coser y en general cuidar y mimar a la pobre huérfana. Yaiza probó manjares que no conocía y poco a poco fue haciendo un hueco en su corazón para esta mujer que le había caído del cielo. Algún que otro día (algo escasos) Helena se envalentonaba y acompañaba a Yaiza a cazar. Le gustaba esa emocionante tarea, pero eso no estaba hecho para ella, en cuanto veía un poco de sangre se ponía amarilla y se sentaba agitada. Aun así lo intentaba de nuevo. Le gustaba pasar el tiempo con su nueva amiga y su gran oso. 94


Jorge Cáceres Hernández —Pronto acabaremos y el oso partirá a buscar algún lugar en donde hibernar —le comentó la niña a Helena. —En parte me da pena porque no lo veremos en meses, pero estoy muy orgullosa de nuestro trabajo. Helena y Yaiza yacían en la noche enfrente de la gran chimenea encendida, tomando dos cuencos de sopa de carne de conejo. —Me ha sido muy fácil gracias a tu ayuda —tomó un sorbo y luego continuó—, tenemos comida suficiente para todo el invierno. Con algo de suerte no tendré que irme hasta la primavera. No quisiera dejarte aquí sola. —¿Por qué dices que te tienes que ir? ¡No es la primera vez que dices algo así! La niña miró fijamente a Helena durante unos segundos y luego dijo: —No te lo explico porque no lo entenderías, pero dentro de un tiempo tendré que partir. No sé cuándo, solo sé que será pronto. Volveré lo antes posible y cumpliré mi trato. Buscaremos a tu novio, confía en mí. Helena no entendía nada, pero prefirió no preguntar. La niña parecía muy decidida. Así que sin más fueron pasando los días. El primer copo de nieve de la estación cayó desde el cielo. Era de día, la niña, el oso y Helena estaban fuera tirados relajadamente en la hierba cuando lo vieron caer cerca de ellos. El gran oso pardo se puso en pie, se acercó a ellas como queriéndose despedir y luego echó a andar. Anduvo y anduvo hasta que no se le vio más. Yaiza reprimió unas lágrimas y se metió dentro de la casa. 95


Tras la quinta esencia Los días siguientes hubo grandes nevadas. Un tupido velo blanco lo cubrió todo rápidamente. Hacía tanto frío que empezaron a dormir juntas. Y mientras pasaban los días más unidas estaban la una a la otra. Cierto día, antes de irse a dormir, Yaiza se encontraba algo mal y quiso hablar con Helena. —¿Qué te pasa? ¡No tienes buena cara! —observó Helena. —Me siento como si mil anzuelos tiraran de mi barriga a través de mi espalda —contestó la niña rápidamente—. Verás, quería hablar contigo. Creo que tendré que irme antes de lo que pensaba. —¿Antes? ¿Por qué? —Helena estaba confusa. —No sé exactamente cuándo, pero pronto me iré —la niña parecía haberse puesto nerviosa de repente—. Sé que estarás bien tú sola, pero me preocupo. —¿Cómo te vas a ir si tu oso no está y la nieve lo cubre todo? —Confía en mí, digamos que me sé el camino de memoria — Yaiza se permitió esbozar una pequeña sonrisa. —¿Y cuando volverás? —Lo antes posible, el camino es largo y es difícil saberlo. Pero cuando vuelva tendré mucho tiempo para lo que necesites. Esa noche cenaron fuerte y se fueron a la cama temprano. Con las primeras horas del alba la niña ya estaba vestida y preparada para partir. Se acercó a Helena, que aún dormía, y le dio un beso en la 96


Jorge Cáceres Hernández frente. Luego fue a la mesa en donde solían comer, cerró los ojos durante un segundo y apareció una enorme tarta de chocolate de tres pisos. Más tarde salió de la cabaña. Un fuerte destello despertó a Helena de su magnífico sueño. Abrió los ojos y se incorporó con pereza. En la mesa del salón encontró el regalo de su amiga. Encima de la tarta, en letras hechas con nata, ponía: «¡Ya te echo de menos! ¡Volveré pronto!». Aún quedaba un mes para que se acabara el invierno y Helena estaba completamente sola. Extrañaba muchísimo a su novio y no hacía más que pensar en él. Ansiaba saber que estaba bien y volver corriendo a sus brazos. Cuando la niña volviera lo conseguiría. Helena no tenía ninguna duda.

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CAPÍTULO 6 EL

MUSEO

DE

ARTE

CONTEMPORÁNEO

D

espués de almorzar me concentré en la tediosa tarea de devolver mi cara a su aspecto normal. Unos soldados que había conocido estos días atrás me prestaron unas tijeras y hojillas para afeitarme. A medida que el pelo caía, la luz del mediodía volvía a transmitir su tierno calor a mi necesitado rostro. Poco a poco, mechón a mechón, fui volviendo a sentirme bien conmigo mismo. La seguridad y la esperanza parecían no haberme olvidado del todo después de mi cautiverio. Encontraría a Helena, aunque tuviera que jugarme la vida primero ayudando en los planes de un desconocido. De todas maneras ellos me habían rescatado y en cierto modo les debía mis servicios, por escasos que fueran. Aunque… ¡murió tanta gente aquel día! Pero eso no era asunto mío, esta no era mi guerra.

Dos soldados entraron en mi tienda poco después de haber acabado de arreglarme. Al parecer, Óscar quería hablar conmigo. Me puse en marcha de inmediato. En un pequeño montículo apartado se hallaban Óscar y algunos de sus consejeros alrededor de una mesa llena de planos garabatea99


Tras la quinta esencia dos. El sol brillaba intensamente ese día. Cuando estuve cerca de ellos Óscar levantó su mirada para encontrarse de lleno con mi rostro radiante de energía. Durante unos segundos se quedó completamente quieto mirándome, como sorprendido por el cambio, luego bajó la mirada a sus papeles y comenzó a hablar: —¿Qué tal tu día? —preguntó cortésmente—. Espero que mis hombres se hayan portado bien contigo. Por lo general son buenos chicos, pero ya sabes… —¡Perfecto! Gracias —permanecí expectante. —Te he mandado a llamar porque hoy daremos un golpe importante y quería saber si vas a cumplir tu parte de nuestro pequeño trato. —Yo no soy un soldado, pero si crees que mi ayuda te será útil… —¡Lo será! —sentenció Óscar. Su rostro tapado con esa máscara era frío como el hielo. —Entonces estaré preparado —dije—. ¿Cuál es el plan? —Verás… tenemos informantes que nos han dicho que en un edificio de la ciudad puede haber escondida una esencia. Se trata de un museo de arte contemporáneo. No sabemos exactamente en qué parte del edificio está ni qué medidas de seguridad tendrá. Unos cuantos de mis mejores hombres, tú y yo lo asaltaremos sigilosamente y volveremos de una pieza. Lo único que tenemos que hacer es… —Solo una cosa… —dije interrumpiéndole—: ¿cuál es mi papel aquí? No sé en qué puedo ayudar yo, creo que ni siquiera he entendido la mayor parte de lo que has dicho. 100


Jorge Cáceres Hernández —Tú tranquilo —prosiguió Óscar—, estate preparado, dentro de unas horas saldremos de caza. Solo espero que no tengas miedo a las alturas. Para cuando los soldados pasaron a buscarme yo ya era un cúmulo andante de nervios. No tenía ni idea de qué tenía que hacer y Óscar había dicho algo de no tener miedo a las alturas. Lo cierto es que no lo tenía, pero la última vez que lo tuve fue a un par de metros del piso, cuando hice puenting. Un único camión salió de la base aquel día, éramos once (contando con el conductor). A medida que avanzábamos por los caminos de tierra, la noche iba cayendo sobre nosotros. Al parecer nos dirigíamos a un pequeño aeródromo. Una vez allí nos subimos a un avión normalmente usado por los paracaidistas en sus saltos. El dueño lo tenía preparado para nuestra llegada. La rebelión estaba más extendida de lo que parecía. El camión dio la vuelta para ir a la base sin nosotros, y uno de nuestros soldados tomó el control del avión. Íbamos a infiltrarnos en un museo fuertemente protegido con solo ocho soldados y un civil. No tenía ni idea de cómo era el plan de Óscar, pero con todos los hombres que tenía a su cargo… ¿Por qué yo? Tras una hora de vuelo los soldados empezaron a cambiarse. En vez de su ropa de camuflaje original se enfundaron en unos trajes de color verde claro. Se cubrieron el rostro con pasamontañas y llevaban cinturones con toda clase de cachivaches. Incluso Óscar había cambiado toda su ropa, armas y máscara en la cabina del piloto antes de volver con nosotros. A mí también me habían recubierto de ropa de ese color horrible. No entendía cómo íbamos a pasar desapercibidos así. Más tarde empezaron a ponerse paracaídas, y fue entonces cuando el corazón me dio un vuelco. Me acerqué a Óscar y le dije entre susurros: 101


Tras la quinta esencia —Oye, Óscar, no sé cómo decirte esto pero… yo no sé usar un paracaídas, no sé cómo pretendes que yo… —¡Nikolay! —gritó Óscar de repente—. ¿Estás preparado? —Sí, señor. Un ruso de dos metros se me acercó rápidamente y con un par de movimientos algo torpes acabé pegado a él. Al parecer íbamos a compartir el mismo paracaídas. En realidad no sé si prefería saltar yo solo. Caerte por no saber abrir un paracaídas no es agradable, pero que te aplaste un ruso de dos metros es aún peor. Los soldados empezaron a saltar. Ya habían saltado tres cuando dos de los hombres cogieron una pesada caja de madera y la tiraron al vacío. Tras unos segundos se abrió su paracaídas y empezó a bajar rápidamente pero sin rumbo fijo. Luego saltó el líder de las fuerzas rebeldes. Bajó en picado en busca de la caja. Una vez cerca abrió su paracaídas y con un rápido y certero movimiento se colocó encima del paracaídas de la caja. Sentado encima, empezó a dirigir la dirección de la, hasta el momento, esquiva caja de madera. Impresionado por tal hazaña me sentí con la fuerza necesaria como para dar el salto. Más bien la fuerza venía detrás de mí empujándome. El caso es que saltamos, dejando el avión atrás. Tras unos instantes de emocionante caída Nikolay tiró de la anilla y empezamos a descender con suavidad. Desde lo alto podía ver cuál era el objetivo. El primero de los hombres ya había llegado. Estaba recogiendo su paracaídas en la azotea del edificio. Se trataba de un museo de forma cilíndrica, un tanto retorcido, como un tubo de pasta de dientes después de haber sido usado por un niño pequeño. Las paredes de los bordes estaban hechas de cristal y en lo alto había una gran azotea, en donde ya esperaban nuestra llegada. 102


Jorge Cáceres Hernández El aterrizaje de Óscar fue completamente limpio. El mío no tanto. Tras una serie de pisotones y empujones conseguimos parar y separarnos. No sin antes dedicarme unas cariñosas palabras en su lengua natal: «несогласованных чертовски». Supongo que me estaría pidiendo perdón. Una vez llegaron los dos soldados que venían detrás abrieron la caja, sacaron cuerdas y herramientas y se prepararon para el asalto. Todos activamos un aparatito que teníamos en la parte derecha del cinturón. Según me enteré más tarde por los soldados, resulta que los trajes que teníamos eran verde claro porque el aparato que teníamos estaba diseñado para crear una interferencia con las cámaras del museo, creando una imagen de nuestro alrededor que, superpuesta en donde deberían estar nuestros cuerpos, originaba una ilusión de invisibilidad. Tal vez me lo deberían haber dicho antes, me hubiera ahorrado algunos saltos que di hacia el piso para evitar las cámaras. Después anclaron al piso una pieza de metal por la cual ataron el extremo de una larga cuerda. Uno de los soldados se ató a ella y bajó unos tres metros, se paró enfrente del cristal, sacó de la parte izquierda de su cinturón un soplete y empezó a darle calor al vidrio. No tardó mucho en fundir gran parte de este, creando un hueco lo bastante grande como para que pasara una persona. Dejó caer la cuerda dentro del agujero, se balanceó para quedarse suspendido boca abajo y empezó a entrar poco a poco. En el antebrazo derecho llevaba incorporado un pequeño bote cilíndrico poco visible, del cual, después de activarlo y moviendo la mano hacia abajo, salía una gran nube de humo por la parte de la muñeca del soldado. Avanzó en vertical con precaución, esparciendo el gas para poder ver si en su camino había algún láser del sistema de seguridad. Encontró algunos a su alrededor pero ninguno en su trayectoria vertical. Parecía que el lugar de la entrada había sido estudiado a conciencia. Una vez llegó al piso dio el aviso de que no había peligro y el siguiente soldado empezó a bajar. El lugar en donde estaban entrando 103


Tras la quinta esencia era una gran sala repleta de cuadros y obras de arte. Delante, en el centro, la gran sala circular se bifurcaba gracias a dos escaleras amplias que daban acceso a la primera planta. Los dos caminos eran caóticos y se perdían en la inmensidad del museo. Ya habían bajado dos hombres cuando, descendiendo por una de las escaleras, apareció un vigilante hablando por teléfono con quien parecía ser su mujer. Iba hablando algo acalorado sobre si sus padres se podían quedar una semana en su casa. Él quería pero por lo visto a su mujer eso le trastocaba todos los planes. Todos los soldados se quedaron expectantes, el de seguridad se había acercado a la cuerda peligrosamente hasta quedarse justo al lado. Estaba tan absorto en su conversación que no era capaz de darse cuenta de nada de lo que estaba pasando a su alrededor. El primero de los soldados estaba sacando su arma, yo no podía con la tensión, no quería que mataran al pobre hombre. Pero fue tan sumamente torpe que con gesto de desgana se agarró a la cuerda sin mirarla, apoyándose en ella. Tardó unos segundos en reaccionar, luego miró hacia arriba y fue lo último que vio ese día. Un dardo tranquilizante salió disparado del arma del soldado e impactó de lleno en el cuello del pobre hombre. Este balbuceó algo, tenía la lengua dormida, luego se le cayó el móvil al piso y, antes de caer él también, apareció el siguiente soldado amarrado a la cuerda desde las alturas, justo a tiempo para cogerlo en peso. Desconectaron el móvil por si acaso la mujer lo volviera a llamar y se lo llevaron a algún lugar más discreto en donde no pudieran descubrirlo. Cuando llegó mi turno de bajar tuvieron que hacerme un cursillo rápido de cómo no abrirme la cabeza. Bajé dando pequeños saltitos temblorosos hasta que llegué al piso. Solo uno de los soldados se quedó arriba, se encargó de subir de nuevo la cuerda cuando el último hombre pisó el suelo. Nos reunimos enfrente de la bifurcación, Óscar se acercó a mí y luego dijo: 104


Jorge Cáceres Hernández —Bueno, ¿tú por dónde irías? Me quedé completamente blanco. No entendía la pregunta. Todo estaba totalmente planeado, pero a la vez no. Resulta que esperaban que yo les dirigiera hacia algo que no conocía en un lugar que me era completamente nuevo. Entre susurros y con la voz temblorosa solté: —Iz… izquierda —aún hoy no sé por qué dije ese lado, pero una vez dicho los soldados se pusieron en marcha sin dudarlo. Subimos la escalera y avanzamos por el retorcido pasillo. A mi derecha, en un cuadro, pude ver la imagen de un hombre y una mujer yaciendo juntos en una cama bajo la luz de la luna creciente. Seguimos caminando. En el siguiente cuadro solo estaba la mujer, de espaldas, cubierta únicamente por un velo transparente. No podía ver su cara, pero algo me decía que su belleza era suprema. En el cuadro que vino después estaba la misma mujer mirándose la barriga con una gran sonrisa y abrazándosela con sus dos manos. A medida que continuamos los cuadros eran los mismos, a diferencia de un solo detalle: su barriga iba creciendo cada vez más. Era una mujer embarazada. Llegamos a una curva del serpenteante pasillo y cuando vi el cuadro que estaba a nuestra altura me quedé petrificado. Ese era especial, tenía un brillo casi inapreciable. La mujer había tenido dos niños, su felicidad no cabía dentro de los marcos. Giré levemente la cabeza y vi el que estaba más lejos. Un lienzo mucho más sombrío, sin apenas color. Ahora la madre solo sujetaba a uno de sus hijos, el otro estaba en el piso, demacrado y con cara de odio y rencor. Miré fijamente de nuevo al de los dos niños. Algo tenía esa pintura, me resultaba muy familiar. Debí transmitir algo de lo que no fui consciente a Óscar, porque enseguida dijo: 105


Tras la quinta esencia —¿Crees que lo hemos encontrado? —No sé qué es, pero aquí hay algo. Los soldados echaron gas alrededor del cuadro para ver cualquier tipo de láser. Había cuatro. Con un sistema complejo de cristales reflectantes los redireccionaron y después con mucho cuidado retiraron el cuadro. Detrás había una entrada que a través de un pasillo de paredes transparentes llevaba a una especie de enorme caja fuerte de unos tres metros cúbicos, también del mismo material. Cuatro hombres se quedaron vigilando la entrada. Óscar, dos soldados y yo entramos dentro con mucha precaución (echando mucho humo). Más allá del pasillo y la caja no parecía haber nada. El vacío era absoluto y lo único que se veía era el color negro de la inmensidad. Cuando estuvimos más cerca pude ver que dentro de la caja fuerte había una bola de cristal de un tamaño medio que emanaba ráfagas de colores entre azul y verde, encima de un pequeño pedestal ovalado completamente incoloro. En el centro había una puerta con una consola para introducir unos números y a ambos lados unos botones rojos (a una distancia adecuada para que tuvieran que ser dos personas las que los accionasen). —¿Qué número hubieras puesto tú de contraseña? —preguntó Óscar. Se me vino a la cabeza la imagen de la mujer embarazada y luego dije: —Yo hubiera puesto un cumpleaños —dije sin mucha convicción. La máscara verde del misterioso hombre se ladeó un segundo en signo de aprobación. Luego se puso delante de la puerta y pulsó 106


Jorge Cáceres Hernández unos números. Acto seguido la puerta se abrió de par en par. Intenté entrar para ver qué era lo que había dentro. Seguro que era una de esas famosas esencias, pero Óscar fue rápido y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba metiendo la bola luminosa dentro de una pequeña bolsa de tela negra. De repente oímos disparos desde la entrada del cuadro. Subimos con presura. Al llegar arriba solo uno de nuestros hombres quedaba con vida. Unos vigilantes nos habían descubierto y habían decidido atacar. «¡Señor! ¡Han llamado a la policía, salgamos rápido de aquí!», dijo nuestro soldado. Seis vigilantes y tres soldados yacían muertos en el piso (entre ellos estaba Nikolay). La horrible visión de sus cuerpos inertes y ensangrentados casi me hace vomitar. Pero la situación no estaba para sentimentalismos, si no salíamos de allí pronto nosotros acabaríamos igual. Corrimos por el pasillo todos juntos, a toda velocidad. A lo lejos se escuchaban las sirenas de la policía. Cuando llegamos a la sala principal el soldado que nos esperaba arriba dejó caer la cuerda. Gracias a otro aparato de escalada subimos uno a uno, rápidamente. Cuando el último de los nuestros estaba llegando arriba irrumpió la policía en el museo. —¡Allá arriba! —gritó uno. Acto seguido dispararon una oleada de balas con sus pistolas. Pero el soldado ya había conseguido subir y no hicieron más que romper algunos cristales. —¿Por dónde subimos, jefe? 107


Tras la quinta esencia —¡Hay una escalera por detrás que da a la azotea! ¡Vamos…! Los policías corrieron a través del museo desierto. No teníamos tiempo, había que salir de allí como fuera. De la caja Óscar sacó un prisma hexagonal negro, lo puso en el piso, le dio a un botón, se abrió completamente y se quedó anclado fuertemente en el piso. El artefacto emitía una luz y un sonido parpadeantes. —¡Atrás! —gritó. —¡Baliza localizada! —se escuchó a través de los receptores de audio de los soldados—. Que sea rápido… Los soldados se apartaron del aparato. —Estate preparado —me dijo Óscar—. Cuando pase tendrás que enganchar esta pieza en la cuerda. No tendremos mucho tiempo. —¿Cuando pase el qué? ¿Qué cuerda? Óscar no tuvo tiempo de contestarme. A lo lejos, detrás de nosotros, pude ver que se acercaba el avión que nos había traído. Un zumbido cortó el aire. Desde el avión, que se acercaba a poca distancia del piso, salió disparada una cuerda auto propulsada. El prisma emitía una señal que era recibida por una máquina que estaba en el avión, esta interpretaba las coordenadas y dirigía la cuerda según las variables de rozamiento y de fuerza del viento. El caso es que la cuerda fue directa al prisma y una vez encima de él este se cerró aprisionándola firmemente. Antes de que me diera cuenta todos estábamos intentando enganchar esa dichosa pieza del cinturón en la cuerda. Ellos lo hicieron rápido pero yo necesité unos tres intentos. No teníamos mucho tiempo. El avión estaba pasando justo a nuestro lado cuando lo conseguí. «¡Ya estoy, vámonos!», dije. 108


Jorge Cáceres Hernández El prisma se abrió de par en par, liberando la cuerda, y un motor situado en el avión tiró de ella a toda velocidad. Cuando estábamos volando por los aires miré atrás y conseguí ver a unos sorprendidos policías encima de la azotea del museo. La cuerda se enrolló rápidamente y en cuestión de segundos conseguimos subir al transporte rumbo a algún lugar seguro. Una vez en el camión, de camino a la base, tuve mucho tiempo para pensar. Parecía como si Óscar estuviera jugando conmigo. Seguro que él sabía perfectamente dónde estaba la esencia y cuál era la contraseña de la caja fuerte. Seguro que me preguntaba a modo de juego, un juego que no podía entender. Pero murieron personas esa noche. Algo tan serio no podía ser tratado así. Me preguntaba las cosas como si fuera yo quien las había guardado. Me sentí como un auténtico héroe, habíamos recuperado ese artefacto y con un sigilo espectacular. Pero… ¿qué era? ¿De quién era realmente? ¿Y para qué servía? Quedaban muchas preguntas por resolver y mis prisas por encontrar a Helena aumentaban.

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LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 4 GÁRGARAS

Y

a casi había pasado un mes desde que Yaiza se había ido, dejando sola a Helena. La comida le escaseaba y era duro estar tanto tiempo sin nadie con quien hablar. Solía pasar las tardes frente al fuego con alguna bebida caliente para luchar contra el duro frío del invierno de las montañas. Conforme fueron pasando los días la nieve que cubría la llanura fue derritiéndose y poco a poco la primavera fue llegando a la pequeña cabaña en la que Helena se refugiaba a la espera de sus amigos. Un día algo llamó torpemente a su puerta con un golpe seco. Cuando abrió, Helena se quedó muda al volver a ver al gran oso pardo. Había despertado y no parecía estar buscando a su dueña. Era como si supiera que no la iba a encontrar. Simplemente se dedicó a seguir a Helena a donde quiera que fuese. Poco a poco estrecharon lazos y, con el tiempo, Helena convirtió el miedo en cariño.

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Tras la quinta esencia Sentados los dos enfrente del fuego, en mitad de la noche, Helena jugaba a buscarle un nombre a su compañero. —Umm… ¿Canelo? —preguntó ella. —Rrrrrgg…—gruñó el oso en señal de negación. —No sé… ¿Grandullón? —Rrrrrgg… —volvió a gruñir. —¡Ya sé! Te llamaré Gruñón. —Rrrrrrrrrrrrrrrgggg… —el oso gruñó aún con más fuerza. —¡Pues te llamo Cascarrabias! —gritó Helena mientras daba un salto hacia el oso para jugar con él amistosamente. El oso no tenía cosquillas pero ella las buscaba. —¡Su nombre es Oso! —la niña había aparecido de repente detrás de ellos. Estaba sentada en la cama como si nunca se hubiera ido—. Es el nombre que mejor lo define. —¿De dónde has salido tú? —dijo corriendo hacia ella y dándole un abrazo—. Te he echado de menos. ¿Cuándo has llegado? ¿Cómo has entrado? ¡No te he oído! —¡Tranquila! —dijo entre risas. Ahora Helena hacía las cosquillas a la niña y no al oso—. Me deslicé sin que te dieras cuenta. La niña se acercó a su buen amigo Oso para saludarlo. Estaba contenta de volver con ellos. 112


Jorge Cáceres Hernández —¿Qué tal todo por aquí? —continuó—. ¿No habéis tenido problemas? —No. He estado muy sola, pero por lo demás todo muy tranquilo. —Me alegro —concluyó. —Oye, ahora que has vuelto… ¿nos pondremos en marcha para ir a buscar a mi novio? —Bueno, ahora está claro que no. Es muy tarde. Descansa un poco y mañana por la mañana iremos al lago para empezar a buscar —dijo Yaiza. —Ha pasado mucho tiempo, no creo que esté… —dijo Helena. —Por algún lado habrá que empezar a buscar —la cortó la niña—. Todavía no me has contado qué pasó. ¿Por qué te perseguía aquel chico? —Aún no lo entiendo bien, y cada vez que lo pienso se me ponen los pelos como escarpias. Estábamos los tres juntos, mi novio quiso subir al pico de la montaña que está cerca del lago. Cuando bajó dijo algo de ir allí, pero Omar y yo estábamos muy cansados, o al menos él dijo que lo estaba. Poco después de quedarnos solos, Omar empezó a mirarme de una forma extraña, era como si me quisiera comer con los ojos. Me empecé a poner nerviosa, así que me levanté y le dije que continuáramos adelante. Pero él no quiso, me agarró fuertemente del brazo sin decir nada. Me puse aún más nerviosa, pero para cuando me quise dar cuenta ya estaba tirada en el piso inmovilizada. Me ató de manos y piernas, me amordazó y se fue. No entiendo por qué lo hizo, pensaba que era mi amigo, pero la cosa 113


Tras la quinta esencia no quedó ahí. Después de un tiempo volvió conmigo y me puso en pie, caminamos a trompicones y llegamos al bosque. Una vez allí se nos hizo de noche y paramos para dormir. Empezamos a hablar, le pregunté por qué me estaba haciendo eso y me respondió que porque no quería ser un don nadie toda su vida, que no viviría nunca más a la sombra de nadie, que cuando todo acabara él tendría todo el poder que el miedo le pudiera dar. Sin duda se había vuelto completamente loco. Más tarde comenzó a hablarme sobre mi novio y que si él no estuviera yo me hubiera fijado en Omar. Dijo que pronto sería un hombre poderoso y que entonces no le rechazaría. Poco a poco fue alterándose, hasta que intentó violarme. Cortó las cuerdas que ataban mis piernas para poder hacerlo y se subió encima de mí, pero yo aproveché el momento y propinándole un buen cabezazo y un rodillazo en sus partes nobles (aunque de nobles tenían poco) conseguí librarme de él. Corrí todo lo que pude, me encontrasteis y aquí estoy. —Es terrible —la niña no se había perdido ni una palabra de Helena mientras hablaba—. Debí haber dejado que Oso se lo comiera. —No entiendo bien qué pasaba por la cabeza de Omar aquel día, pero la muerte nunca es solución —Helena parecía estar concienciando a Yaiza de que había que ser una buena persona, justo como lo haría una madre—. Solo sé que me salvasteis y que gracias a lo que pasó ahora puedo estar con vosotros. Las chicas se abrazaron con emoción. Luego, después de unas cuantas historias más y alguna que otra evasiva de Yaiza acerca de su viaje, se fueron a la cama a dormir. Al día siguiente prepararon todo para su viaje. Tardarían unos cuantos días en llegar a su destino. Cuando todo estuvo a punto marcharon. A Helena el viaje le pareció interminable. Caminaban por el día y por la noche descansaban tranquilamente en el campo 114


Jorge Cáceres Hernández abierto, frente a una hoguera y con la barriga bien llena de la deliciosa comida que cocinaban entre las dos. Caminaron y caminaron a través de montes y valles, hierbas altas y bajas, dirección sur hasta llegar al bosque en donde Yaiza encontró a Helena. La chica estaba muy nerviosa, no había conseguido olvidar el miedo que pasó aquel día. Pero esta vez era diferente, esta vez tenía a la niña para protegerla. Cuando llegaron al lago en donde estaba la cabaña que un día fue hogar de Yaiza las chicas tuvieron que hacerse a un lado para esconderse. Más allá, a la salida de la cueva, una serie de coches militares se ponía en marcha y abandonaban el lugar. Pudieron ver cómo se alejaban hacia el norte por el camino de las montañas altas. Helena tuvo el impulso de gritar, quizás esos soldados supieran en dónde estaba su novio, pero la niña la agarró rápidamente y dijo: —¡Espera…! No es prudente llamar la atención. No sabemos si son amigos o enemigos. —Pero… ¿qué dices? —Helena parecía estar a punto de echarse a llorar—. Son soldados, en cierto modo trabajan para nosotros. —Olvídate de todo lo que te han enseñado, Helena —replicó Yaiza—. Aquí los intereses pesan mucho y no sabemos cuáles son los suyos. Yo también creía que nadie quería ver a mi familia muerta pero… La niña ahogó sus palabras para romper a llorar en un mar de lágrimas amargas. No le había contado a Helena lo que le sucedió a sus padres hace años porque en cierto modo ni siquiera ella sabía qué les sucedió. Lo único que sabía es que estaban muertos y que hombres como aquellos tuvieron mucho que ver en ello. 115


Tras la quinta esencia Helena se serenó y se calló al instante. No pretendía herir a su amiga, y ya le había salvado la vida una vez. Haría lo que Yaiza considerara lo mejor para ambas. Las chicas reconstruyeron los pasos de Helena para intentar averiguar algo. Lo único que descubrieron fue una gran puerta de metal sellada dentro de un túnel transversal a una oscura cueva. Seguramente sería una especie de base militar. —No es seguro quedarse mucho tiempo por aquí —dijo Yaiza—. Iremos al sur, a la montaña del lobo azul. Allí tengo unos amigos y puede que nos ayuden a buscar a tu novio. —¡De acuerdo!, iremos a donde tú digas —realmente a Helena no le hacía mucha gracia la idea, pero no quería contradecirla. Además, ella no tenía ninguna idea mejor. Así que volvieron a emprender la marcha. Caminaron durante horas y pronto se hizo de noche. Helena quería parar a descansar pero Yaiza sabía que quedaba poco y prefería pasar la noche a cubierto. En lo alto de la colina y al borde del acantilado se alzaba un titánico castillo negro de torres puntiagudas. Helena enmudeció al ver tan enorme fortaleza. Las chicas, a lomos de su fiel oso pardo, se acercaron a las puertas negras y estas se abrieron de par en par. El castillo parecía estar completamente vacío. Su única guía era la tenue luz de las antorchas sujetas en las paredes de fría piedra. Se adentraron en el castillo, atravesaron grandes estancias oscuras y comenzaron a subir por una gran escalera de caracol. Peldaño tras peldaño pronto se perdió la cuenta. La altitud era tal que a Helena le costaba conservar el aliento. Subieron y subieron, mas allá de las 116


Jorge Cáceres Hernández nubes, en donde la luz de la luna creciente las bañaba desde lo alto. Al final de las escaleras había una gran habitación. Parecía ser un dormitorio. Grandes alfombras persas cubrían el suelo mientras que las paredes estaban adornadas con cortinas de colores vivos. En el centro había unos enormes cojines de plumas colocados en forma de círculo perfecto. Enfrente había una chimenea y detrás un enorme balcón, desde el cual se podía admirar mejor la majestuosidad del castillo, desde las alturas. —Hola, Yaiza… me alegro de volver a verte —una voz extremadamente grave se pudo oír de repente y en el balcón se irguió una gran sombra—. Pensé que te olvidarías de nosotros. Creí que estábamos condenados a desaparecer. —Hola, Gárgaras —la sombra se acercó y la luz de las antorchas devolvió la imagen de un enorme ser. Una gran gárgola negra, un demonio alado con algunos rasgos humanos. Era tierno y a la vez temible—. Siento no haber vuelto. Fue bonito el tiempo que pasamos todos juntos. No me he olvidado de vosotros y muchas veces he tenido ganas de volver. —Nosotros siempre estaremos aquí para cuando nos necesites —la enorme gárgola había entrado en la estancia y se acercó a Yaiza con los brazos abiertos para darle un enorme abrazo. Helena estaba de piedra, primero había sido el oso amaestrado, después los pinitos de la niña en la magia y luego esto. Una enorme masa de piedra con alas estaba lanzando a Yaiza hacia el cielo mientras reían juntos. Era demasiado para Helena, creía que se iba a desmayar allí mismo y Gárgaras debió de darse cuenta porque enseguida retomó la conversación—. ¿Quién es tu amiga? ¿Está bien? —¡Oh! Es Helena, por ella he venido a buscarte —la niña estaba jubilosa. 117


Tras la quinta esencia —¿Qué puedo hacer por vosotras? —preguntó Gárgaras. —Verás, estamos buscando a su novio. La última vez que lo vimos fue en el lago y no sabemos qué le ha podido pasar. Sabemos que se encuentra en el último plano. Si tú pudieras… —No hay problema, seguidme. La gárgola salió al balcón. El oso, Helena y la niña lo siguieron. Gárgaras dio un salto y con cierta gracia se posó en el muro de enfrente. Luego estiró todo su cuerpo y profirió un enorme rugido. Durante segundos el aire salió de su cuerpo removiendo la atmósfera a su alrededor. Después vino el completo silencio, hasta que de repente la más insoportable de las bullas ensordeció el castillo entero. Cientos de miles de gárgolas salieron disparadas desde las cornisas del enorme castillo en todas y cada una de las direcciones posibles. Volaron con presteza y pronto no se les pudo ver más dentro de la penumbra de la noche. —Mis amigos pronto lo encontrarán y podréis continuar vuestro viaje. Ahora comed algo y descansad. Mañana será otro día. —¿Qué eres? —Helena parecía haber recuperado el habla, aunque no el color. —¡Creo que está claro! Soy una gárgola —Gárgaras le guiñó un ojo a Yaiza en señal de complicidad. —Pero… las gárgolas no existen. ¿Cómo es posible? —Helena estaba demasiado nerviosa para pensar con claridad. —Yo supongo que existo, y con eso me debería bastar. Tu amiga Yaiza es una niña muy especial, Helena. Estoy seguro de que ella 118


Jorge Cáceres Hernández contestará a todas tus preguntas cuando tú estés preparada para la respuesta. Por el momento te aconsejaría que no renuncies a ninguna posibilidad tachando algo de imposible y que continúes con tus objetivos sin desviarte. —Tranquila, Helena, es un amigo y nos ayudará a buscar a tu novio. Pronto todo se solucionará —Yaiza se acercó a la chimenea— . ¿Aún te queda del chocolate que solía beber aquí, Gárgaras? —¡Oh, claro que sí! —la enorme gárgola esbozó una gran sonrisa, se dirigió a un armario cercano, lo abrió y sacó unas tabletas de chocolate y algo de leche. Juntos cenaron niña, mujer, oso y bestia. Más tarde Gárgaras salió al balcón, se posó en el muro y montó guardia. Los demás se durmieron entre las alfombras y los cojines. Cuando Helena se despertó fue a buscar a Gárgaras para que le diera los resultados de la búsqueda, pero al salir al balcón no encontró al vivaracho ser que había visto esa misma noche sino que en su lugar había una fría e inerte estatua de piedra. Helena tendría que esperar a que la luna volviera a reinar sobre sus cabezas para saber algo más de su querido novio desaparecido.

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CAPÍTULO 7 UN

PEQUEÑO

DEMONIO

ALADO

A

la mañana siguiente, después de otra horrible noche de completo insomnio, fui a hablar con Óscar. Su máscara blanca era inconfundible, lo encontré en lo alto del cráter sentado en una enorme piedra volcánica. Miraba el horizonte y aunque su rostro estaba oculto imaginé que su rostro estaba bañado en melancolía. Me acerqué con tranquilidad y me senté a su lado. Inexplicablemente me sentía unido a esa persona de algún modo. No sabía si era por el hecho de haber vivido aquel robo juntos o si era algo más. —¡Hola! —dije. —¡Hola! —respondió—. ¿Te puedo ayudar en algo? —Pues la verdad es que sí. He estado pensando y tengo muchas preguntas en la cabeza. Mi vida ha cambiado tanto últimamente que no sé ni por dónde empezar. —Empieza por lo más fácil —juraría que en ese momento Óscar esbozó una sonrisa. 121


Tras la quinta esencia —Bueno… ¿Qué es una esencia? —dije rápidamente. —Dije la más fácil —replicó—. Bueno… Se podría decir que es una gran fuente de información. Es como el disco duro de un ordenador, en el que puedes guardar todo lo que te pasa día a día y luego consultarlo cuando lo necesites. —Pero… ¿información de qué? ¿Militar, bancaria, informática…? —¡Oh! No, no, no… Imagina guardar todos tus recuerdos en un lugar pequeño y luego tener acceso a ellos. Imagina que toda tu vida quede reducida a algo que cabe en tu mano y ahora piensa que quien lo posee no eres tú sino yo. ¿No harías cualquier cosa para recuperarla? —Óscar hizo una pequeña pausa para coger aire y luego prosiguió—. Por supuesto ese no es su único uso, pero el resto sería profundizar demasiado en cuestiones físicas que dudo que entendieras tan fácilmente. —¿Para qué las estamos buscando? —yo estaba completamente intrigado. Parecía un niño pequeño que escucha por primera vez el cuento de los tres cerditos. —Son una pieza clave en la rebelión. Sin ellas no tendríamos ninguna opción. Nos proporcionan información sobre nuestros enemigos y al ser un objeto tan valioso también nos permiten ejercer cierto poder sobre ellos. Imagina que todos tus recuerdos, hasta los más secretos, andan por ahí esparcidos. —Pero… ¿por qué una rebelión? Yo pensaba que el país iba bien… —El país no tiene nada que ver, lo que queremos cambiar es quien gobierna aquí. 122


Jorge Cáceres Hernández —¿Cuál es el problema del actual gobernante? —Que no soy yo. Al escuchar aquello me quedé de piedra. ¿Podría ser cierto que esa persona que tenía delante de mí tuviera el valor de derrocar un gobierno solo para gobernar él? —¿Qué te hace pensar que todo irá mejor cuando tú estés en el poder? —sentí que me extralimité haciendo una pregunta tan directa e incisiva. Óscar me miró directamente a los ojos. —Cuando tan solo siendo un bebé se me arrebató lo que mas quería lo perdí todo. Desde entonces todo lo que he conseguido me lo he ganado por mis propios medios. En mi mundo no hay nada regalado. Todo lo que me propongo lo consigo, y esto también lo haré. Igual crees que es de locos pensar como yo lo hago, pero el caso es que puedo conseguir ser lo que ansío ser y que me pagarán con creces lo que no me dejaron ser —se podía notar la efervescencia de su odio a través de su máscara. —¿Qué te pasó para que pienses que la vida te debe tanto? —pregunté impetuosamente. —La vida me debe eso mismo, la vida que no tuve. Pero no te preocupes, cuando todo acabe obtendré lo que me merezco. No hay otra opción. Mi plan es infalible —Óscar tomó aire—. Por cierto, me han informado de que han encontrado otra esencia. Esta es vital para mis planes, ¿me ayudarás a encontrarla? —Creo recordar que teníamos un trato —dije cortantemente—. Necesito encontrar a mis amigos para volver a mi vida normal. Llevo meses encerrado en un sucio agujero y lo que más ansío es volver a 123


Tras la quinta esencia ver a mi novia y a mi amigo Omar para poner rumbo a mi hogar. Esta vida de soldado no es para mí. —Lo entiendo, pero tenía que preguntártelo. Buscaremos a tus amigos y te llevaré junto a ellos. Son peligrosos los tiempos que se avecinan, te lo aseguro, y nos vendría bien tu ayuda. Pero aceptaré tu decisión. —Te lo agradezco —concluí aliviado. —Háblame de esa novia tuya. ¿Cómo se llama? —preguntó. —Se llama Helena y es la más maravillosa de las mujeres. Es bellísima y nos queremos muchísimo. La echo mucho de menos. —¿Se podría decir que la llevas en tu corazón? —preguntó enigmáticamente Óscar. —¡Sí! ¡Eso mismo! —grité—. Es como si siempre la llevara aquí dentro conmigo. —¡Interesante! Y el corazón es tu fuente de energía —susurró. —¿Qué? ¿Mi fuente de energía? —pregunté extrañado por ese comentario tan raro. —Bueno… —dijo mientras se levantaba de un salto—. Creo que es hora de ponerse manos a la obra y dejarse de cháchara, ¡tus amigos no van a encontrarse solos! —¡Así se habla! Óscar me dio la mano para levantarme y juntos bajamos hacia el campamento. Luego él dio órdenes a un gran número de sus hom124


Jorge Cáceres Hernández bres para que salieran de inmediato a la búsqueda de un hombre y una mujer acorde con la descripción que yo había dado. Y con la sensación del deber cumplido, volví solo a mi tienda. Debido a la ausencia de los soldados que estaban buscando a Omar y Helena, el resto de hombres se habían relajado durante el paso de la noche y poco a poco habían montado una pequeña fiesta improvisada. Óscar no detuvo en ningún momento la actitud de sus muchachos. Debió de pensar que no les vendría mal un poco de distracción después de su último gran golpe y antes del siguiente. Pero yo no tenía ganas de fiesta. Yo estaba en mi tienda, acostado, leyendo un aburrido libro de esos que no se entienden bien a la primera y que tengo que volverlo a leer una segunda vez para quedarme tranquilo. Me lo había regalado hace tiempo uno de esos soldados a los que le salvé la vida en el camino de la montaña, cuando veníamos hacia aquí en el jeep. Era mi entretenimiento y lo único que conseguía hacerme olvidar mi penosa realidad actual. Lo que primero pensé fue que la tenue luz de mi vela y mi vista cansada, por tantos días sin conseguir dormir, estaba haciendo estragos en mi mente inventiva, cuando en la tela de mi tienda se proyectó la imagen de un ser extraño, un animal escalofriantemente oscuro. El cuerpo de un pequeño demonio alado con cuernos y cola puntiaguda avanzó por el lateral de mi tienda. Me quedé pétreo y con el corazón encabritado. El ser miró hacia los lados y luego bajó la cabeza hasta el suelo. Acto seguido, dentro de mi tienda apareció una pequeña cabeza de piedra. Lo que parecía ser una gárgola viviente me estaba mirando fija y seriamente a los ojos. Los suyos eran de un color rojo vivo. «Ho… hola», solté estúpidamente. El ser sacó la cabeza de la tienda en un movimiento rápido y preciso, y desapareció completamente de mi vista. Tiré el libro a un lado, me puse en pie de un salto e instintivamente salí a la búsqueda de esa extraña gárgola. Pero cuando mis pupilas se adaptaron al cambio de luz vi el vacío, la oscuridad y nada más. 125


Tras la quinta esencia Estaba desconcertado pero no tuve tiempo para pensar en lo que había pasado. Me fijé que en la lejanía todos los jeeps se encontraban en su sitio. Salí corriendo hacia la tienda de Óscar. Que los coches estuvieran de vuelta solo podía significar dos cosas: que habían encontrado a mi novia y a mi amigo o que Óscar me había engañado y sus chicos habían vuelto a casa sin realizar búsqueda alguna. Cuando estaba cerca de mi destino reduje el paso para escuchar con atención. Al parecer Óscar estaba hablando con alguien. —¿Qué paso? —decía Óscar. —Me atacó un oso y tuve que huir —respondió la segunda voz. —¿Que te atacó un oso? —dije apareciendo de entre las sombras. Mi amigo Omar estaba enfrente de Óscar y parecía estar sorprendido por mi entrada tan sigilosa—. ¡Omar, amigo mío, te hemos encontrado! Nos dimos un fuerte abrazo y luego Omar contestó: —Sí, un oso. Me atacó cuando me perdí en el bosque. Tuve suerte de que me encontraran los soldados. Pude haber muerto. —Bueno, veo que tenéis mucho de lo que hablar. Yo me retiro. Disfrutad de la fiesta —dijo Óscar mientras se daba la vuelta y caminaba hacia el interior de su tienda. —Buenas noches —dije—. ¿Helena donde está? ¿Está en la fiesta? Me muero por verla. —Helena no está —contestó Omar con gran pesar—. Cuando te perdiste te estuvimos buscando durante días. Con el tiempo ella 126


Jorge Cáceres Hernández desistió. Pero yo seguí adelante, hasta el punto de que casi muero a manos de un enorme oso furioso. Probablemente ahora mismo Helena esté en algún hotel tranquilamente durmiendo bajo una manta calentita —no podía creerlo. Durante todo este tiempo no había olvidado ni un segundo a Helena, y ella había renunciado a mí y me había olvidado por completo. Sentí un nudo en el estómago provocado por un cúmulo de sensaciones complejas y contradictorias—. Pero no sufras —continuó Omar—, vamos con los soldados, bebamos y olvidemos nuestros problemas. Pronto estaremos de nuevo en casa y todo este viaje de locos no será más que un amargo recuerdo. Puede que el amor de Helena hacia ti no fuera lo bastante fuerte, pero me tienes a mí, tu gran amigo. —Ahora no tengo fuerzas, amigo —en mi cabeza aún retumbaban cientos de pensamientos sobre Helena. No podía creer que se hubiera olvidado de mí dándome por muerto y se hubiera largado sin más—. Quizá mañana. Ahora necesito estar solo. Y eso hicimos, a la noche siguiente inhibí mis pesares y pasamos el tiempo bebiendo. Al cabo de unas horas ya habíamos hecho un pequeño grupo de amigos con el que apostamos a las cartas. Estaba siendo una noche agridulce hasta que miré al cielo y conseguí volverlo a ver, gracias a la luz de la luna llena. En mitad de la oscuridad, y acompañado de mil más, distinguí de nuevo a aquel ser, la gárgola.

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LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 5 PETRIOLO

G

árgaras dio un salto y con cierta gracia se posó en el muro de enfrente. Luego estiró todo su cuerpo y profirió un enorme rugido. La misión estaba clara. Tenían que buscar a un joven creador, perdido en el último plano. Por lo general, una búsqueda no era gran problema para una gárgola tan hábil como él, pero esos creadores… solían ser peligrosos. Desde los tiempos antiguos nuestro amigo había luchado bajo las órdenes del gran Gárgaras. Su nombre era Petriolo y era uno de los muchos seres que defendían el castillo de la montaña del lobo azul. Era una gárgola de un tamaño más bien pequeño, con unos pequeños cuernos en la parte posterior de la cabeza, alas y una cola puntiaguda. Su cuerpo estaba finamente tallado y su piel era de un mármol negro muy brillante. Desde su fría cornisa emprendió el vuelo nada más escuchar el rugido de su amo. Hacía mucho tiempo que Petriolo no salía del castillo, y se preguntaba qué había sido de los habitantes del reino

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Tras la quinta esencia que en su momento juró proteger. Los años habían pasado, los tiempos habían cambiado y ahora la guerra era otra. Voló durante horas en dirección noreste. Unas luces a lo lejos llamaron su atención, provenían del antiguo cráter en el que a veces solía quedar con una gargolilla traviesa que él se preocupó de conocer muy bien. Por un segundo dudó de si el volcán estaba de nuevo activo, pero al acercarse más se dio cuenta de que las luces venían de las hogueras y máquinas de unos cuantos humanos. Petriolo odiaba en cierto modo a las personas, no eran como las gárgolas: «Las gárgolas pasan desapercibidas, cuando se les ordena despiertan, cumplen su cometido y vuelven a dormir. Los humanos no, ellos van de un lugar a otro destruyéndolo todo, consumiendo y mancillando. Ellos creen en el consumismo, se pirran por las cosas nuevas aunque no les haga las más mínima falta, y no se dan cuenta de que para construir primero hay que destruir. Fabrican hoteles en donde antes había hermosas playas, todos los años compran nuevos teléfonos móviles arrojando los actuales a la basura. Consumen, destruyen y mancillan. Son tan simples que luchan tanto por sus vidas que esa será su perdición. Todos los días nacen más personas de las que mueren, todos los días descubren algo nuevo que les permite vivir más años, todos los días destruyen aún más sus recursos de una manera cada vez más desconsiderada. Cavan su propia tumba. Cada niño nuevo que nace es un nuevo consumidor y cada anciano que no muere es un consumidor más que sigue consumiendo. Teniendo en cuenta que para consumir hay que destruir... no hay que ser un genio para ver que las personas se han extendido por el mundo como una plaga. Las especies animales que se implantan en un nuevo ecosistema no poseen predadores que los cacen, luego se multiplican exterminando a las otras especies 130


Jorge Cáceres Hernández (sus recursos) y por último ellos acaban extinguiéndose también al crecer tanto su número y menguar tanto su sustento. ¿Qué pasará cuando el hombre se dé cuenta de que sus propios hermanos son quienes amenazan su existencia? Su única salida será exterminarse entre ellos, luchando por la comida. Los propios humanos, que tanto se esfuerzan en crecer en número, se exterminarán o morirán de hambre. Lo que las personas no entienden es que su mayor problema es que consumen. Deberían vivir directamente en contacto con la naturaleza, sentir que realmente ellos pertenecen a ella y que están obligados a sufrir el mismo destino que esta. Las personas deberían asumir el miedo y la muerte para poder sobrevivir. El miedo del que se alimentan los grandes empresarios o bancos para arrebatarles el dinero para usarlo en estimular de nuevo el consumo y entender que la muerte es natural y necesaria. La vida de los ancianos y de los enfermos no siempre debería prolongarse, ni siquiera la nuestra, la muerte debe llegar para que el resto pueda vivir. Hubo un tiempo en que los humanos estaban en armonía con la naturaleza. De eso hace mucho ya, luego llegaron las invenciones y los descubrimientos, eso llevó a las conquistas a gran escala y con el tiempo nada en ellos hacía recordar los viejos tiempos. Si hubieran seguido siendo unos tontos cavernícolas, todo les hubiera ido mejor, su raza hubiera poblado más tiempo la tierra y nada los llevaría a su propia autodestrucción». La gárgola planeó y se posó en una gran roca en lo alto del cráter. En el fondo pudo ver lo que eran sin duda unos soldados. «Los tiempos pasaban, pero siempre se repetía el mismo patrón dentro de los ejércitos, los tipos duros en cuanto tenían ocasión se comportaban como auténticos descerebrados». Parecían estar de fiesta allí abajo. La gárgola observó con atención durante un rato y luego decidió bajar a trompicones. 131


Tras la quinta esencia «No creo que haya más humanos cerca, si no lo encuentro por aquí seguiré al norte a visitar a unas amigas del pueblo y le diré al jefe que no hubo suerte». Pasó sigilosamente entre las tiendas. En más de una ocasión tuvo que quedarse completamente quieto al verse sorprendido por algún despistado que iba a orinar entre las piedras para coger fuerzas y seguir con la fiesta. Una vez tuvo que quitarse una cerveza de la cabeza e incluso en una ocasión tuvo que sujetar a un pobre hombre que casi se abre la cabeza contra el piso en mitad de la noche. Petriolo se sorprendió al ver que el soldado le daba las gracias sin mirarlo mientras se volvía con sus amigos dando pequeños pasos tambaleantes y temblorosos. Después de un tiempo logró ver una tienda que parecía ser diferente, un aura de poder intenso la envolvía. La luz de una tenue vela delató la presencia de alguien en su interior. La gárgola se acercó por uno de los laterales, luego bajó la cabeza y miró dentro. Para su enorme pesar el hombre que estaba dentro lo estaba mirando fijamente a los ojos. Era una mirada un tanto perdida, inquieta y sin duda poderosa. «Si ese no era el creador que estaban buscando no es mi problema, yo encontré a uno». Sacó la cabeza de inmediato y emprendió la vuelta el castillo de la montaña de lobo azul. Perdió mucho tiempo al cruzarse con una pareja de guardias que no paraban de hablar de diversas tonterías y pamplinas varias. En cuanto tuvo la oportunidad alzó el vuelo. Debía darse prisa pues el alba tenía que estar cerca. Pensó que si subía lo suficiente podría aprovechar las corrientes de aire y llegar antes a su hogar. Pero no tuvo suerte, sintió cómo su hombro se entumecía, el primer rayo de luz había impactado en él de lleno. Su reacción fue rápida, se dejó 132


Jorge Cáceres Hernández caer en picado. El sol salía rápidamente y no tenía tiempo que perder. Bajó y bajó. Cuando llegó a la superficie de la Tierra buscó un escondrijo en las rocas y se preparó para su sueño de doce horas. No tuvo tiempo de adoptar una pose lo bastante cómoda pues enseguida el sol terminó de salir y Petriolo quedó petrificado. —Ven conmigo, aún queda mucho tiempo para que Gárgaras se despierte —dijo Yaiza. Helena tenía un nudo en lo más profundo de sus entrañas. Necesitaba saber que su novio estaba bien. Si por ella fuera hubiera esperado junto a Gárgaras a que cayera la noche. Pero sabía que estaba haciendo todo lo que estaba en su mano por encontrarle y ahora lo único que podía hacer era disfrutar de un tiempo maravilloso con su querida amiga. Así que juntas salieron de la habitación. —¿A dónde vamos? —preguntó Helena. —Ya casi estamos, hay un sitio en esta torre en donde solía venir a jugar —contestó la niña. —¿Jugabas aquí? Pero… —Ya escuchaste a Gárgaras, ya te lo explicaré todo cuando estés preparada. Últimamente todo había sido un descubrir para Helena. Ansiaba respuestas pero también respetaba mucho a su amiga como para contradecirla. Así que simplemente asintió y la siguió escaleras abajo. Pronto llegaron a unas puertas dobles de madera pintadas de rojo. Helena pudo ver cómo había animales mitológicos de color dorado tallados recreando una batalla. Se podía ver, en lo más alto, 133


Tras la quinta esencia a las gárgolas del castillo luchando junto con otros seres que le costó mucho identificar y lo más interesante era que, justo en el centro, había una niña rodeada de un aura de poder que parecía ser la desencadenante de todo. Hace meses Helena no lo hubiera pensado pero a estas alturas se atrevía a pensar que esa niña era Yaiza. Abrieron las puertas de par en par. Dentro se pudo ver un paisaje puramente idílico. Era una estancia redonda. En el piso había una enorme piscina de forma serpenteante, del techo colgaban unas plataformas cóncavas, de las cuales caía el agua en forma de cascada. Las paredes eran espejos, lo que le daba una gran sensación de profundidad. Una serie de columnas blancas se repartían de forma concéntrica a lo largo de la habitación y todo estaba recubierto por unas hermosas enredaderas con flores violetas, que trepaban por todos lados, dándole un toque mágico al lugar. Juntas se bañaron y jugaron durante horas, hasta que al fin acabaron con las manos y los pies tan arrugados por el agua que tuvieron que salir a secarse. Luego pasaron a una sala contigua, en la que había un gran armario con miles de trajes de diferentes lugares del mundo, a probarse vestidos de época. Uno tras otro fueron poniéndoselos todos. Infinidad de combinaciones diferentes. En una de estas, Yaiza salió con un conjunto que le quedaba exageradamente largo. A Helena le dio tal ataque de risa al ver que la niña apenas podía ver debajo de su sombrero rosa que se cayó de espaldas del diván en el que estaba sentada. Al hacerlo tropezó con una antigua armadura medieval, la cual Helena no había visto en ningún momento, se tambaleó y el casco cayó al suelo. Helena se incorporó y la recogió, algo alarmada. —Muchas gracias —dijo la armadura cogiendo de las manos de Helena su casco—. No me gustaría perder la cabeza, aunque gustoso la daría por vos —Helena se había quedado helada. La armadura, 134


Jorge Cáceres Hernández aun estando completamente vacía, le acababa de hablar—. ¿Puedo serviros en algo? —continuó la armadura. —No —se apresuró a decir Yaiza contemplando la cara de pánico de Helena—. Puedes retirarte —Helena seguía con la cara desencajada, incluso después de que la armadura saliera de la habitación apresuradamente—. Creo que deberíamos subir a comer algo, no tienes buen color. Mataron las horas entre chocolates, chistes y dulces. Para cuando se quisieron dar cuenta ya había caído la noche y Gárgaras, la enorme y terrorífica gárgola, entró en la habitación bostezando y estirando sus músculos tras su sueño reparador. Tiempo después llegó Petriolo, le dio a Gárgaras la descripción de lo sucedido y del creador que encontró y luego volvió a su puesto. —¡Lo hemos encontrado! —dijo Gárgaras finalmente. —¿Sí? ¿Dónde está? ¿Está cerca? ¿Está bien? —en ese mismo instante Helena era un cúmulo de nervios. —Sí, está cerca, a unas cuantas horas volando hacia el noreste. En cuanto a lo de si está bien, no sé mucho sobre cómo funcionan los humanos, pero Petriolo me dijo que no le falta ninguna extremidad. Una vez yo perdí un brazo, tardé casi un mes en encontrar a alguien que me lo reconstruyera. Aún hoy noto un leve chasquido al estirarlo. ¡Chapuzas!... —Mi novio, Gárgaras, mi novio… —Helena estaba muy impaciente. —¡Ah… sí! Lo vieron en un cráter, rodeado de multitud de soldados. Eso nunca es buena noticia. No sabemos quiénes son ni por 135


Tras la quinta esencia qué tu novio está con ellos. Lo que sí sabemos es que si aparecemos se defenderán —en ese momento Gárgaras cruzó la mirada con Helena y luego prosiguió—. Aunque no será problema para unas gárgolas tan experimentadas como nosotros. No temas, pronto te lo traeremos de vuelta enterito. Y si por casualidad se le cae algo por el camino, lo traemos también y lo pegamos aquí —Gárgaras había esbozado una gran sonrisa de satisfacción al decir aquello, pero enseguida la borró de su cara al ver la mirada asesina que le soltó Helena al instante—. No temas, daremos nuestra vida gustosos si fuera necesario por nuestra misión. Partiremos cuando estemos preparados. Vosotras acomodaos aquí, pronto volveremos con tu novio sano y salvo. Helena se quedó más tranquila al escuchar aquello. Era increíble el compromiso que había demostrado Gárgaras con esas últimas frases. Claramente esa enorme piedra tenía un corazón ardiente, por el calor que desprendía bajo su fría fachada. Petriolo encabezaba la marcha. Miles de gárgolas volaban bajo la penumbra de la noche. La luna llena reinaba sobre sus cabezas. El aire a esas alturas era frío pero puro. Cuando estuvieron cerca del volcán descendieron en picado. Incluso desde unos cien metros de altura Petriolo podía distinguir el aura del chico. Apestaba a melancolía de decepción, junto con ansias de olvido. Las gárgolas sabían que los soldados por lo general solían disparar primero y preguntar después, así que debían ser rápidos y precisos. Cayeron a velocidad vertiginosa sobre el chico, el cual en el último segundo levantó la cabeza hacia el cielo y consiguió verlas, con sus garras preparadas para atraparlo y llevárselo a lugar seguro. Petriolo lo agarró por la ropa tirándolo al piso y luego alzó el vuelo con él a cuestas. Los militares se alarmaron enseguida y fueron a buscar sus armas. Las gárgolas aprovecharon la confusión y envol136


Jorge Cáceres Hernández vieron a Petriolo y a su presa en una gigantesca bola de piedra maciza. Los soldados abrieron fuego contra el escurridizo objetivo. Algunos trozos de brazo, piernas o alas cayeron al piso, pero por lo general las gárgolas no sufrieron grandes daños. O al menos hasta que uno de los soldados cogió un lanzamisiles y disparó. Gárgaras, que estaba justo detrás de Petriolo, interceptó el misil que iba dirigido a nuestro protagonista, y sujetándolo entre sus manos y fuertemente sobre su pecho decidió caer en picado para alejarse lo más posible de sus amigos. Cayó y cayó. Después de unos segundos el artefacto hizo explosión y Gárgaras, aturdido, siguió bajando hacia el suelo aún más rápido. Entonces la bola de piedra que formaban las gárgolas giró en seco y bajaron en su búsqueda. Gárgaras impactó en el piso, más allá del cráter. Creó un enorme socavón polvoriento en el cual no se podía ver nada. Las gárgolas aterrizaron un segundo y acto seguido volvieron a emprender el vuelo. Cuando el manto de polvo se disipó, en el lugar de Gárgaras no había nada.

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CAPÍTULO 8 EL

REENCUENTRO

E

n mitad de la oscuridad, y acompañado de mil más, distinguí de nuevo a aquel ser, la gárgola. Se acercaba a mí con peligrosa determinación, extendió sus afiladas garras y me agarró por la camisa. Caí con fuerza al piso, luego me arrastró por los aires y después me vi envuelto en un torbellino de piedra. No sé qué pasó durante los instantes posteriores, lo único que sé es que sentí fuertes náuseas debido a que mi captor no dejaba de zarandearme de un lado para otro. Poco después el viaje fue más ameno. Aunque era presa del pánico, pude contemplar la belleza de la luna a lo alto y un mar de nubes de color plata bajo mis temblorosos pies. Me preguntaba qué demonios era el ser que me estaba raptando y entre otras cosas también me pregunté por qué a mí. Las cosas parecía que se estaban encauzando y de repente… ¡zas!, una cantidad ingente de animales mitológicos me raptan y me llevan a quién sabe dónde. No podía hacer nada por liberarme, así que simplemente me relajé, me dejé llevar.

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Tras la quinta esencia Tras unas horas llegamos a un antiguo castillo negro en las alturas de una montaña. Las gárgolas se dirigieron a diferentes puntos de este, y un grupito de gárgolas, mi captor y yo nos dirigimos a un balcón iluminado en lo alto de una de las más altas torres. Me soltaron sin ningún cuidado, y tras unas cuantas volteretas conseguí frenar. Ellos en cambio se posaron de manera suave y con mucha gracia en el suelo. —Lo siento, mi señor —dijo mi captor—. Mi nombre es Petriolo —hizo una reverencia algo forzada—. Pasemos adentro, nos están esperando. —¡¿Qué?! ¿Quién? —la gárgola hablaba y todo. Además, alguien me esperaba, aquello era rarísimo. Petriolo pasó delante de mí, entonces vi que las otras gárgolas llevaban a otra malherida con ellos. En ese momento no me dio ninguna pena, aunque parecía estar agonizando. Luego entré y la pude ver, más bella que cualquier otra cosa. Su expresión mostraba preocupación pero aun así, en ese mismo instante que crucé mi mirada con la de ella me volví a enamorar. Supongo que lo hacía cada vez que la volvía a ver, incluso cuando pestañeaba. —¡HELENA! Ella me miró y la expresión de su rostro cambió por completo, se iluminó intensamente. Corrí hacia ella, ella corrió hacia mí y cuando estuvimos cerca se lanzó a mis brazos. Fue tanta la efusividad del momento que juntos caímos al piso, pero no nos importó. Estábamos juntos por fin. Allí tirados, ella despeinada por el golpe y algo jadeantes los dos, nos miramos de nuevo y tras unos segundos nos besamos como si no nos fuéramos a volver a ver nunca más. 140


Jorge Cáceres Hernández —Perdón… no quisiera interrumpir, pero necesitamos tu ayuda, Yaiza —dijo Petriolo. Las gárgolas que cargaban a la que estaba medio muerta dieron un paso al frente. Todo pasó muy rápido y no pude percatarme demasiado de la situación, mis ojos no querían separarse de los de Helena. Ella en cambio sí parecía algo más afectada. En un abrir y cerrar de ojos todos salieron por la puerta dejándonos solos. Bueno, más o menos, un enorme oso estaba sentado enfrente de la chimenea mirando hacia nosotros. —No temas —me dijo Helena al ver mi expresión de pavor—. Es un buen amigo —llegados a ese punto, yo ya me lo creía todo. —¿Qué pasa aquí? ¡No entiendo nada! —pregunté. —Hace tiempo me encontré con la niña que estaba aquí antes, me trajo a este castillo y mandó a las gárgolas a buscarte —dicho así parecía muy simple, la verdad. —¿Qué niña? No me di cuenta. Pero ¿por qué montaron ese espectáculo? Yo estaba bien, pronto iba a ir a la ciudad a buscarte para… Espera un momento, Omar me dijo que estabas en la ciudad, que te habías olvidado de mí. —¿Omar? ¿Sabes dónde está? —preguntó Helena. —Sí, estaba conmigo y con los soldados —la cara de Helena estaba fría y pensativa—. La verdad es que me trataron muy bien. —Verás… No sé cómo decirte esto, pero poco después de quedarnos solos Omar y yo, cerca del lago, empezó a mirarme de una forma extraña, era como si me quisiera comer con los ojos. Me em141


Tras la quinta esencia pecé a poner nerviosa, así que me levanté y le dije que continuáramos adelante. Pero él no quiso, me agarró fuertemente del brazo sin decir nada. Me puse aún más nerviosa, pero para cuando me quise dar cuenta ya estaba tirada en el piso inmovilizada. Me ató de manos y piernas, me amordazó y se fue. No entiendo por qué lo hizo, pensaba que era mi amigo, pero la cosa no quedó ahí. Después de un tiempo volvió conmigo y me puso en pie, caminamos a trompicones y llegamos al bosque. Una vez allí intentó violarme, y de no haber sido por la niña y este oso de aquí lo hubiera conseguido. Siento decirte esto así, pero Omar no es quien tú crees que es, te envidia muchísimo y personalmente creo que está un poco loco. En ese momento no dije nada, me quedé pensativo, digiriendo lo que me acababa de soltar Helena. Resulta que mi amigo, presa de los celos, había intentado violentar a mi novia, lo más sagrado para mí. Había estado con él hacía poco, había actuado como si todo fuera estupendamente, se atrevió a decirme que Helena se había olvidado de mí. Era triste abrir los ojos de esa manera. Lo que para mí había sido un gran amigo hasta el momento resultó no ser más que una sesuda serpiente venenosa. —Lo siento mucho —dije finalmente—. Tuve que haberlo imaginado. ¡Qué ciego he estado! —Tú no tienes la culpa, sino él —dijo ella rápidamente en un tono conciliador. El oso se había quedado dormido, acurrucado encima de la alfombra—. Ven conmigo, conozco un sitio en donde podrás relajarte —dijo susurrándome al oído. Me dio la mano, me levanté y anduve tras ella. Salimos de la habitación, bajamos unas escaleras de caracol y llegamos a un lugar en donde había unas grandes puertas rojas con unas figuras talladas de color dorado. Helena abrió las puertas y pude ver un maravilloso 142


Jorge Cáceres Hernández paisaje. Hacía frío pero el agua de las piscinas parecía estar caliente, porque el vapor humeaba y empañaba los espejos. Sin decir nada, Helena se desvistió. Pude ver entonces su dulce piel color caramelo. Sus curvas eran sutiles y magistrales. Con una gracia divina bajó cada uno de los peldaños de la escalera de la piscina y se sumergió. Me acerqué al borde. Ella salió de nuevo a la superficie, se giró y me sonrió incitantemente. Las ondas de las cristalinas aguas dejaban entrever el contorno de sus cálidos pechos. Sin pensarlo ni un segundo más, lancé mi ropa bien lejos y fui tras ella. Para mi sorpresa no se dejó atrapar, sino que nadó esquiva por toda la piscina, hasta llegar al lugar en donde el agua de una de las cascadas caía de lleno. Se escondió tras el manto acuoso entre risas y miradas. Luego extendió uno de sus brazos y yo se lo toqué con cuidado. Acto seguido me agarró y tiró de mí para meterme bajo el agua con ella. La presión del agua sobre nuestros cuerpos era sumamente placentera, simulaba el mejor de los masajes. Allí estábamos los dos, empapados, y sedientos el uno del otro. Apenas conseguíamos vernos entre la marea de agua que se cernía entre nosotros, así que nos acercamos tanto que notaba su aliento contra mi pecho. Acaricié su cuerpo y ella el mío, la agarré fuertemente por sus hombros y nos besamos. Acto seguido la subí sobre mi cadera y allí mismo, en medio de los elementos, nos dimos al amor. ¡Era tan bella! Aún recuerdo cómo dormía desnuda en aquel lugar. Sus curvas eran tan perfectas que recreaban todos mis sentidos. Mirarla era disfrutar. Cada uno de sus poros expiraba una sensualidad increíblemente sencilla y cálida. Podría describir lo hermosa que era durante siglos, pero no me queda mucho tiempo. Quedémonos con que era tan sumamente preciosa como para morir por ella si fuera necesario. Cuando regresamos a la habitación por donde entré al castillo ya había vuelto la niña. Estaba junto al oso y parecía estar algo triste. 143


Tras la quinta esencia —¿Qué te pasa? —preguntó Helena—. ¿Ha ido todo bien? —la niña tenía la cabeza agachada, sumida en sus pesares. —Gárgaras sufrió un gran daño durante el rescate —dijo la niña. —Lo siento —dijo Helena—. ¿Cómo está? —Cuando llegó a los talleres que están cerca de las mazmorras ya estaba muerto. —¡No puede ser! Lo siento muchísimo —Helena había empezado a llorar. —No, no, si ahora está bien, conseguí hacer renacer su espíritu, pero ha perdido mucha parte de su cuerpo y lo están intentando reparar por completo. Sé que se pondrá bien y que no es para tanto pero me preocupan mis criaturas, son parte de mí y no me gusta que sufran —Helena se había sentado enfrente de la niña y la estaba abrazando—. Bueno, basta de dramas, preséntame a tu novio. —Por supuesto —dijo Helena. Las chicas se levantaron, y en el momento que Yaiza clavó sus ojos en mí los dos nos quedamos completamente paralizados. —¡Yo te conozco…! —dijo ella con voz de incredulidad. —¡Yo también a ti! ¡Te he visto dos veces, una en el lago y la otra me salvaste la vida apareciéndoteme justo antes de que tuviera un accidente, en el bosque! —la niña empezó a acercarse a mí con unos pasitos pequeños y cautos. Mientras tanto, detrás, Helena parecía no entender absolutamente nada. —¡No, tú eres…! ¿Qué? ¿Que yo me aparecí? —la niña parecía ahora aún más extrañada. 144


Jorge Cáceres Hernández —¡Sí! La primera vez me dijiste algo de tu abuelo y la segunda me diste esto. Saqué de mi bolsillo la figurita del oso, que en aquel momento me recordó al que estaba mordiendo uno de los almohadones y sacándole el relleno, y se lo enseñé. La niña pensó un segundo y luego habló. —Claro, debiste escucharme cuando hablaba con mi abuelo —la niña murmuró algunas cosas para sus adentros y luego salió corriendo de la habitación. —¡Espera! —grité. Pero ni se inmutó, siguió con su marcha acelerada y se perdió escaleras abajo—. ¡Qué chica más rara! —concluí. ¿Qué estaba pasando? ¡Esa era la niña que se me había aparecido tiempo atrás! Dijo que la escuché mientras hablaba con su abuelo, ¿puede ser que no hablara conmigo las veces que la vi? Necesitaba respuestas rápidas y en vez de eso la niña había salido corriendo a no se sabe dónde. Fuera lo que fuese que tuviera que contarme tendría que esperar.

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LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 6 EL

SECRETO

E

ra una sala amplia. En el fondo había unos grandes hornos en donde calentaron las partes de Gárgaras que habían sido arrancadas de su cuerpo por el impacto del misil. Un gigante, obeso y desnudo ser se encargaba de todo el trabajo mientras la niña y un puñado de gárgolas observaban la operación. El ser fabricó un molde de arena (una mezcla de arcilla, para dar cohesión, y sílice, para otorgar resistencia y dureza) con la forma de lo que sería el nuevo cuerpo de Gárgaras. Agarró lo poco que quedaba de nuestro amigo y lo metió dentro del molde, luego lo cerró con cuidado para finalmente verter la piedra fundida por una abertura, dentro del molde. Gárgaras gritó agónicamente, parecía estarse quemando vivo. El molde se estremeció, mientras se enrojecía por el calor. Todo quedó en silencio sepulcral, la expectación dentro de la sala era inmensa. De repente, el molde explotó con furia. De dentro surgió Gárgaras completamente recuperado de sus heridas.

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Tras la quinta esencia —¡Odio esto! —dijo—. No es la primera vez que me achicharran vivo. —¡Gárgaras, estás bien! —la niña corrió hacia nuestro amigo, lanzándose en el último segundo a sus brazos pétreos aún calientes. —Ya me conoces, que te olvidaras de mí es lo único que podría acabar conmigo —se abrazaron durante unos segundos más, luego se separaron y la niña tornó la expresión de su rostro de una alegre a otra un tanto más seria. —¡Tengo que hablar contigo! El novio de la chica… ya lo había visto antes. —¡Qué coincidencia! —dijo Gárgaras—. ¿De qué lo…? —Corre un gran peligro —le cortó Yaiza—. Ni siquiera lo sabe. Debo advertirle. —Ya sabes que pueden pasar dos cosas: que te ignore o que regrese. —Ese es el problema —continuó la niña—. No puede volver así como así, necesita todas sus fuerzas. Si me ignora estará perdido para siempre. —Umm… déjame que piense —la gárgola, que aún estaba un poco débil, se sentó en una mesa cercana y continuó—. Puede que si le muestras una esencia de alguien cercano… —Alguien que supiera de su situación. Sí, es posible. Subiré ahora mismo y hablaré con él —la niña le dio un último abrazo a su buen amigo y se giró dispuesta a subir la cantidad ingente de peldaños a zancadas. 148


Jorge Cáceres Hernández —Por cierto, no estoy muy seguro, pero cuando estábamos en el cráter rescatando al chico sentí algo extraño, una presencia poderosísima. Creo que hay alguien cerca de él tratando de aprovecharse de la situación. Hay que tener cuidado. —Tendré los ojos bien abiertos —Yaiza abrió las puertas y empezó a subir escalones como una posesa. Mientras, las gárgolas se reunían en corro alrededor de su jefe, recién reparado, para comprobar su estado. Cuando la niña entró en la habitación, Helena y su novio se incorporaron de manera brusca, exaltados, como si estuvieran haciendo algo prohibido. La niña lo obvió y con tranquilidad empezó a hablar. —Gárgaras ya está mucho mejor, lo han reconstruido. —Me alegro muchísimo, Yaiza —dijo Helena. —Supongo que le debo la vida a tu amigo, Yaiza —dijo el chico—. Si no fuera por él aún estaría junto a Omar. Cualquiera sabe qué planes tenía para mí. —Gárgaras nunca me ha fallado, es un gran soldado —la niña hizo una pausa—. Bueno, cuéntame más de Omar y de esa gente que te recluía. —Verás… cuando llegué al lago creí ver a una chica muy parecida a ti [el chico no dijo: «Te vi en el lago» por miedo a que la niña volviera a salir corriendo]. Luego llegó Omar, el cual me dijo que Helena se había adentrado en una cueva cercana y que debíamos ir a buscarla… 149


Tras la quinta esencia —Psss… —Helena puso cara de asco al escuchar eso. —Así que nos adentramos —continuó—. Caminamos en la oscuridad hasta que yo me resbalé, precipitándome a un túnel transversal a la cueva. Omar volvió tras nuestros pasos para buscar algo con lo que ayudarme a subir de nuevo a la cueva, pero antes de que llegara me encontraron unos soldados. Me metieron preso durante meses en lo más profundo de la cueva. Ahora que lo pienso, no me extrañaría que Omar simplemente pensara en irse dejándome allí. Un día, simplemente, me vi en libertad. Los soldados del cráter me salvaron. Su líder era un hombre llamado Óscar, una persona siniestra, sin duda. Me dijo que si le ayudaba a recuperar un artefacto, luego él me ayudaría a mí a buscar a Helena… —¿Qué artefacto? —preguntó la niña. —Óscar dijo que se llamaba «esencia». La verdad es que yo… —¿Una esencia? ¿Sabes de quién era? —la niña parecía muy nerviosa de repente. —¿Qué? No sé… La guardaban en el museo de arte, supongo que sería de algún pintor o algo por el estilo. —«¿Quién será ese Óscar?» —susurró Yaiza para sus adentros— . ¿Le viste la cara? —No, siempre la llevaba tapada con una máscara blanca —el chico no entendía nada, pero tenía la sensación de que algo se le había escapado de las manos. —¿Te dijo para qué quería la esencia? —la niña estaba completamente seca y seria a la hora de hablar. 150


Jorge Cáceres Hernández —Bueno, me dijo que era un arma, que la utilizaría aprovechando la información que le otorgaba para ganar su revolución y provocar un cambio de gobierno. La niña pensó durante unos segundos en silencio y luego dijo en voz casi inaudible: —Puede que sea peor de lo que había pensado, o puede que simplemente sea una coincidencia… no puedo estar segura. No me quiero arriesgar a perder más tiempo. Un momento… ¡ellos lo saben! —levantó la mirada y continuó dirigiéndose al chico—. ¿Dónde está tu familia? —¿Mi familia? ¡Han pasado meses! ¡Estarán muy preocupados! —el chico parecía haberlos recordado en ese momento de repente, como si los hubiera olvidado por efecto de tan ingente cantidad de enigmas en su sesera—. Tienen que estar en mi casa. —¡Bien! Pasaremos lo que queda de noche aquí. Mañana te llevaré a tu casa. —¡Fantástico! Ya estoy ansioso por volver y dejar a un lado toda esta locura. Volver a mi vida normal. —Dormid bien aquí, yo iré a otra habitación —la niña dio media vuelta y antes de salir volvió a susurrar—: esta es la única manera.

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LA

FUERZA

REBELDE

CAPÍTULO 3 LA

CAÍDA

DE

LA

PRIMERA ESENCIA

—¡No has cumplido con tu parte del trato, Omar! —Óscar hablaba con un tono serio y amenazador—. ¿Dónde está la chica? —No lo sé, solo sé que no está sola —dijo Omar. —¿Qué pasó? —dijo Óscar. —Me atacó un oso y tuve que huir. —¿Que te atacó un oso? —en ese momento, se percataron de la presencia del amigo de Omar en el lugar—. ¡Omar, amigo mío, te hemos encontrado! —continuó. Se dieron un fuerte abrazo y luego Omar contestó: —Sí, un oso. Me atacó cuando me perdí en el bosque. Tuve suerte de que me encontraran los soldados. Pude haber muerto.

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Tras la quinta esencia —Bueno, veo que tenéis mucho de lo que hablar. Yo me retiro. Disfrutad de la fiesta —dijo Óscar mientras se daba la vuelta y caminaba hacia el interior de su tienda. Óscar estaba muy irritado. Su vasallo, Omar, le había fallado y la chica había conseguido huir gracias a la ayuda de alguien. Su estado de humor acrecentaría al día siguiente al enterarse de que su huésped había conseguido huir escoltado por una bandada de monstruos voladores. Fue entonces cuando hizo llamar a Omar a su tienda. —Hagamos un pequeño repaso… ¿vale? —dijo Óscar en un tono sarcástico e hiriente—. Primero: te encargo la sencilla tarea de que me traigas a una mujer hasta aquí y fallas. No solo eso, sino que te escondes durante meses por miedo a las represalias hasta que por fin te mando a buscar. Cosa que aún no entiendo, te escondes aun sabiendo que poseo tu esencia. Segundo: consigo rescatar a nuestro buen amigo, lo traigo y lo protejo de cualquiera que se quiera aprovechar de su fragilidad, consigo ponerlo de nuestro lado y tú vas y lo dejas escapar… —Yo no tuve nada que ver, mi señor —Omar arrodillado ante sus pies temblaba por el miedo—. Unas gárgolas aparecieron de la nada. Seguro que alguien las envió. —¿Aún no lo entiendes? Te comportaste como un cerdo con Helena, Helena escapó con la ayuda de alguien, alguien ayuda a escapar a nuestro prisionero… —Óscar le dejó un segundo a Omar para que lo entendiera todo y luego continuó—. Si hubieras hecho bien tu trabajo ahora yo no me encontraría en esta situación. —¡Ahora lo entiendo! La culpa ha sido mía —dijo Omar—. Perdóname y acto seguido empezaré a buscarlos para traértelos de nuevo a tu lado. 154


Jorge Cáceres Hernández —No es tan fácil, querido amigo. Ellos ya no se fían de ti, ya no me sirves para engañarlos de ese modo. —Pero puedo serte útil, no soy un tarugo. —Estoy de acuerdo en parte de eso que has dicho —Óscar dio media vuelta, se acercó a su mesa y abrió una de las cajas negras de metal que allí habían. De dentro sacó una esencia y luego volvió a su posición inicial—. Me servirás, pero de un modo que aún no puedes entender. —¿Eso es…? —Omar se quedó maravillado por la belleza de la pequeña bola verde y azul—. ¿Es la mía? ¿Qué vas a hacer? La luz que provenía de la esencia empezó a crecer. Los dos colores envolvieron la tienda con inmensa intensidad. Luego todo cesó, el lugar permaneció igual que unos segundos antes, con una sola diferencia: el cuerpo de Omar yacía inerte tirado en el piso. Su boca emanaba unos pequeños hilos del gas verde y azul, y en su rostro parecía haber sido borrado cualquier matiz de expresión posible. —Deshaceos de esa sucia carcasa —dijo Óscar—. Tenemos trabajo que hacer. Dos soldados cogieron el cadáver de Omar y se lo llevaron fuera. Otro de los hombres se acercó a Óscar y le preguntó: —¿Qué trabajo, jefe? —Creo que sé dónde encontrar la siguiente esencia. Prepara a los soldados, saldremos al amanecer. 155



CAPÍTULO 9 EL

HOGAR

L

a calle estaba completamente desierta. Ya había caído la noche, aunque las farolas aún no estaban encendidas. El aire que respirábamos estaba tan cargado que parecía ser gelatina verde viscosa. Al fondo estaba mi casa. El silencio era sepulcral. La única ventana que no estaba abierta de par en par, era la que había roto Fran con una piedra al ir a buscar a Helena a mi casa aquel día. Anduvimos hacia ella en silencio. Un escalofrío constante recorría mi espalda de arriba abajo. —Hasta aquí te acompañamos —dijo Yaiza—, ahora tienes que continuar solo. —¿Qué ha pasado aquí? ¿Dónde está mi familia? —Las respuestas que buscas puede que estén dentro, pero solo tú puedes encontrarlas —la niña hablaba en un tono enigmático que me ponía muy nervioso—. Te esperaremos aquí.

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Tras la quinta esencia Antes de irme crucé la mirada con la de Helena. Se apresuró a estrechar fuertemente mis manos y luego dijo: —Estoy contigo. Eso me dio bastantes ánimos, la verdad. Realmente no sabía por qué tanto reparo con entrar en mi propia casa, pero la voz de la niña me hizo sentir que lo que iba a encontrar dentro iba a ser algo muy serio. Y la única forma de saber qué era sería siendo valiente y buscando la verdad de algo que en su momento no era capaz de entender. Abrir los ojos a la realidad en ocasiones es mucho mas difícil que vivir entre mentiras. Caminé con paso firme y sin mirar atrás hacia la puerta principal. Nada más entrar pude ver que la casa estaba completamente vacía. No había muebles de ningún tipo ni indicio alguno de que alguien aún viviera en ese lugar. ¿Acaso mi familia se había mudado al no saber nada de mí? O es que… ¿me habían olvidado? El viento correteaba libre entre las habitaciones. Yo hice lo mismo, las recorrí una a una, buscando cualquier indicio de algo esclarecedor. Por fin llegué a la habitación de mis padres. En el centro estaba su cama. Me acerqué con cuidado. Pude ver el relieve de una persona durmiendo entre las sábanas, pero cuando tiré de ellas para ver qué había debajo solo vi el inconfundible destello azul y verde de una esencia. La agarré entre mis manos y miré a través de ella con enorme determinación. En ella vi a un niño. El que parecía ser su padre le estaba pegando una paliza. Por lo visto era un borracho y un maltratador. Después vi a una mujer cogiendo al niño ensangrentado en brazos; esta tenía que ser su madre. Juntos huyeron. El padre los siguió, y en ocasiones volvió a dar con ellos. Pero la última de las veces el niño había cre158


Jorge Cáceres Hernández cido. Plantó cara a su padre, defendió a su madre y se convirtió en un hombre justo y fuerte. Más adelante conoció a una mujer, ella le enseñó algo que desde sus ojos de luchador no podía ver, le enseñó la belleza de la vida que reside en lo más delicado y débil. Se casaron y con el tiempo tuvieron un hijo. El hombre se convirtió así en padre. Empezó a transmitir poco a poco todo lo que sabía a su retoño con el fin de que no cometiera sus mismos errores. Lo último que pude ver fue un poco más confuso. El hombre estaba tranquilamente leyendo el periódico cuando en su casa sonó el teléfono. Contestó la mujer. La tensión se adueñó de la habitación, el hombre parecía estar gritando todo tipo de palabrotas mientras se tiraba de los pelos, la mujer lloraba en el piso con las manos en la boca. Esa escena fue desgarradora. Pero lo peor fue cuando vi a ese chico en una camilla del hospital debatiéndose entre la vida y la muerte. Todo lo que habían invertido en su hijo, todo su cariño, todas sus esperanzas, todo su amor… estaba a punto de desvanecerse y no había nada que ellos pudieran hacer. Me quité la chaqueta, envolví con cuidado la esencia con ella y abandoné la habitación. Cuando salí de mi casa Yaiza no estaba. —¿Dónde está Yaiza? —pregunté. —Se ha ido —contestó apresuradamente Helena—. Quise entrar a decírtelo, pero ella me dijo que no debía interrumpirte. —¿Decirme qué? ¿A dónde ha ido? —Verás, Yaiza dijo de repente que algo estaba pasando, por lo visto escuchó que iba a suceder algo importante. Me dijo que tenía que irse de inmediato y remediarlo, que volvería lo antes posible. —Pero… ¡las gárgolas están aquí! ¿Cómo se ha ido? ¿Y a dónde? 159


Tras la quinta esencia —¡Eso es lo más impresionante, simplemente desapareció! Helena estaba a la vez eufórica por lo misterioso de la desaparición de la niña y aterrada por la situación que pudo haberla hecho marchar. —Gárgaras, ¿puedes explicarme qué está pasando? ¿Es cierto lo que esta esencia me ha contado? —dije. —Me temo que sí —contestó la enorme gárgola—. Yaiza volverá pronto. Puedes quedarte o ir al castillo, tú decides. —¡Aquí no me queda nada! —repliqué—. Y menos ahora. —¿Encontraste la esencia entonces? ¿Qué es? ¿Qué has averiguado? —el estado de ánimo de Helena era arrollador. Estaba muy nerviosa. —Prefiero que hablemos en el castillo, si no te importa. Ahora estoy completamente atolondrado —contesté. Emprendimos el vuelo con rumbo al castillo, pero esta vez éramos uno menos. Lo que vi en esa esencia había cambiado completamente mi visión de las cosas. Necesitaba hablar con Yaiza, tenía miles de preguntas por resolver. Acomodados en el salón, entre cojines, frente a la chimenea encendida, empecé a contarle a Helena todo lo que pude ver en la esencia que aún tenía cerca de mí: —Vi a un niño maltratado por su padre y apoyado por su madre, vi cómo el niño crecía y se enfrentaba a sus problemas, vi cómo se enamoraba, vi cómo tuvo un niño y por último vi cómo su hijo se debatía entre la vida y la muerte en la cama del hospital. 160


Jorge Cáceres Hernández —No entiendo nada. Se supone que tenías que encontrar algo que te esclareciera qué está pasando últimamente con todo lo que te rodea… —Helena intentaba atar cabos en su cabeza sin éxito alguno. —Helena… lo más importante es que creo que el niño maltratado era mi padre y que yo soy el hijo que se debate entre la vida y la muerte —mis palabras salieron con sumo cuidado de mis labios. —¡¿Qué…?! ¡Pero eso no tiene ningún sentido! O sea, estás aquí, estás conmigo y yo te veo bien. —Lo sé. Pero era todo tan real… —A lo mejor esa cosa te muestra tus mayores miedos, o una realidad paralela o inversa. No sé, pero no puedes estarte muriendo. Te miro a los ojos y veo cómo rebosas de vida. ¿Qué estúpido artefacto es este? Cuando vuelva Yaiza hablaremos con ella y verás que no es eso lo que tenías que encontrar. Confía en mí. La verdad es que las palabras de Helena consiguieron tranquilizarme y hacer que desviara mi atención un segundo hacia sus labios, que se acercaban peligrosamente susurrando: —Ven a mis brazos. Yo no voy a dejar que te pase nada malo. Nos acercamos más y más hasta encontrarnos al final del camino en un beso apasionado. El calor de su aliento me reconfortó por dentro durante unos segundos hasta que de repente Helena gritó de dolor y cayó al piso presa de la agonía. —¡¿Qué te pasa?! —grité. 161


Tras la quinta esencia —¡Me arde el cuerpo! ¡Ahhhhhg! —Helena se retorció aún más de dolor en el piso mientras yo no sabía qué hacer. De repente todo cesó. Helena se incorporó, pero en su rostro angelical ya no se veía compasión, amor o respeto, en su lugar, una fría expresión de asco mezclada con odio comenzó a brotar—. Hola, de nuevo —dijo Helena con una voz demasiado grave—. Te he estado buscando mucho últimamente. —¿Qué te pasa, Helena? —dije con apenas un hilo de voz. —¿Helena? No, de eso nada —Helena hizo una mueca de superioridad—. ¿No reconoces a un viejo amigo cuando lo ves? —¿Qué? ¿Amigo? —en ese momento estaba completamente aturdido. —Mírame desde el alma, amigo, desde el alma. —¿Óscar? —dije. —¡BINGO! Ja, ja, ja —la cara de la chica se me empezó a parecer, entonces, a la fría máscara del soldado rebelde. —¿Qué estás haciendo? ¡No le hagas daño! —ordené. —¡Oh! No te preocupes por eso. Simplemente la estoy usando para comunicarme contigo. —Pero… ¿cómo? ¿Qué tipo de magia es esta? —pregunté. —Te dije que las esencias son muy poderosas, amigo. Siempre y cuando tengas la apropiada, claro está. 162


Jorge Cáceres Hernández —¿De qué estás hablando? ¿Acaso tienes la esencia de Helena? —un escalofrío me nubló la vista durante unos segundos. —Pues sí, y mira que me ha costado encontrarla. Estaba en lo más profundo de tu corazón. —¿Qué quieres de nosotros? No tengo dinero ni nada que ofrecerte. ¿Por qué nos haces esto? —el corazón luchaba por abrirse camino entre mis costillas. —Verás, amigo mío, las esencias son una ventana al alma de las personas. Cuando tienes una puedes abrirla e interactuar con ella, manejarla a tu antojo. O a lo mejor te conviene cerrarlas y no dejar que nada entre ni salga de ellas nunca más, pero lo más importante que puedes hacer con una esencia es destruirla. Si acabas con una esencia acabas con un alma. Por lo que harás todo lo que yo quiera que hagas o, si no, no volverá a respirar nunca más. Ahora es tu ánima la que me pertenece plenamente. Volveré a dejar a tu amiguita a su estado natural, pero pronto tendrás noticias mías, y cuando te mande a llamar vendrás a mí y me servirás como es debido. Esta guerra está a punto de acabar. La revolución está aquí. Helena cayó al piso. Tras unos segundos el aire volvió a brotar de nuevo de sus pulmones. —¿Qué acaba de pasar? —dijo asustada. —¿Has sido consciente de lo que ha pasado aquí hace unos segundos? —pregunté. —¡Por supuesto! —contestó—. Aún puedo verlo si cierro los ojos. Siento como si me llevara junto a él. Puedo sentir el calor de su cuerpo contra mi pecho. 163


Tras la quinta esencia —¡Dijo que tiene tu esencia! —musité—. Debe llevarla pegada a él. En ese mismo instante Yaiza entró en la sala corriendo. —¿Dónde has estado? —le pregunté al levantarme para ir hacia ella. —Vengo de hacer algo que te dará más tiempo —contestó. —¿De qué hablas? —continué. —Yaiza, tenemos que contarte algo —dijo Helena.

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LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 7 LA

VERDAD

—¿Usted qué opina, doctor? —la voz de un hombre retumbó en los oídos de Yaiza. —En estos casos es muy complicado saber qué puede pasar. Hemos tenido personas que han despertado después de años, otras no han tardado mucho tiempo. Pero su hijo es diferente. Sus heridas son muy graves, sigue vivo gracias a estas máquinas, y personalmente pienso que si fuera a despertar ya lo hubiera hecho. Parece como si hubiera tirado la toalla, como si algo lo retuviera. En ocasiones las personas parecen saber que la vida que les espera no es más que una batalla constante y optan inconscientemente por seguir dormidos. —¿Usted qué nos recomienda? —se escuchaba a una mujer llorar a lo lejos. —Tienen dos opciones: aferrarse a la esperanza ínfima de que algún día su hijo vuelva a la realidad o afrontar el hecho en sí mismo.

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Tras la quinta esencia —¡NO! —el hombre parecía enfadado—. ¡No voy a matar a mi hijo! —Su hijo, en cierto modo, ya está muerto. Son esas máquinas las que lo mantienen, él está en un estado vegetativo. —Pero si yo doy mi permiso perderemos cualquier esperanza y eso sería como darlo por muerto. Eso jamás. —Espera, José —la mujer se recompuso y consiguió entrar en la conversación—. Quizá el médico tenga algo de razón. Quiero a mi hijo sobre todas las cosas, pero estar así nos está matando. Casi no dormimos, hemos dejado nuestra vida a un lado, siempre estamos en tensión. Cualquier momento podría ser el último de nuestro niño y nosotros lo sabemos. A lo mejor deberíamos considerar el hecho de ponerle fin a este pesar cuando nosotros digamos. Y puede parecer cruel, pero el no saber qué pasará puede acabar con nosotros. Ya está empezando a hacerlo, ni siquiera te reconozco, ni siquiera me reconozco a mí misma. —¡Pero aún puede vivir! —el hombre parecía ser presa de la pasión en esos momentos—, yo tengo esperanza. —Pongamos que sí, que vive. Lo que le espera no es… —la mujer empezó a llorar desconsoladamente. —Puede que tengas razón, puede que… —¡Helena…! —gritó la niña—. He de irme inmediatamente. Estoy escuchando algo importante que va a pasar y tengo que remediarlo. Pase lo que pase no entres a por tu novio. Espera a que él salga. Intentaré volver lo antes posible. 166


Jorge Cáceres Hernández Y así, sin más, la niña abrió los ojos. Se encontraba despatarrada en un sillón. A su izquierda se hallaba un señor mayor, al cual le estaban poniendo una inyección en el trasero. Enfrente de ella se encontró de lleno con la escena que consiguió escuchar desde lo más profundo de sus sueños. Un hombre y una mujer abrazados enfrente de un médico y al lado de un chico en una camilla lleno de cables y tubos; tenía un aspecto pésimo. La niña dio un brinco, sobresaltando al señor y a la enfermera que lo trataba, se acercó a la pareja y empezó a hablar: —No pueden hacerlo —dijo—. Tienen que tener esperanza. Es cierto que su hijo puede que no vuelva nunca a la realidad, pero hay una probabilidad, aunque sea mínima, de que lo haga. Y eso debería bastar. —Pero estamos muy cansados ya, niña —la mujer se arrodilló ante la muchacha y le habló mirándola directamente a los ojos—. El no saber nos revienta las entrañas. Si eligiéramos el día de su muerte podríamos acabar con este sinvivir, no tendríamos que esperar a que él muera por sí mismo, no estaríamos sufriendo una eternidad. El médico dice que no hay muchas probabilidades. Sería como quitarse un esparadrapo; es mejor tirar de repente y continuar adelante, por frío que parezca. Amo a mi hijo, pero no tiene sentido mantenerlo en este estado. —No lo entienden. Mientras su hijo siga respirando hay esperanza. Las probabilidades no pueden ser calculadas así sin más. Su hijo es lo que ustedes más quieren y no tienen por qué perderlo. Simplemente confíen en él, denle la oportunidad, denle tiempo para demostrarles que aprecia la vida y que va a luchar por tener su hueco entre nosotros. Denle todo su apoyo y confianza y puede que entonces, y solo entonces, con un poco de suerte, vuelva a ustedes. 167


Tras la quinta esencia Pero si por el contrario tiran la toalla desde este momento su hijo estará condenado. No importa nada de lo que él haga o sienta, ustedes habrán sellado su destino. Lo habrán matado por no confiarle sus esperanzas. Aquí y ahora les digo que si aman a su hijo y respetan todo lo que él representa, no fijarán el día de la desconexión. Dejen que sea él quien luche por su vida. —¡Nos has conmovido! —dijo el hombre. —No sé si tienes razón, pero es extraño escuchar unas palabras tan sabias de boca de una niña. Te prometemos que lo tomaremos en consideración, no decidiremos nada por ahora. Hay mucho en lo que pensar —la mujer se puso en pie y se abrazó a su marido—. Seremos fuertes por él. Se lo merece. La enfermera, ignorando lo sucedido, absorta en sus deberes pendientes, abandonó la estancia. La niña, satisfecha por su gran discurso motivador, volvió junto al anciano. —¿Abuelo? —dijo Yaiza. El señor se retiró un poco el respirador que tenía en la boca y la miró con preocupación. —¿Qué te ha pasado, mi niña? —Ese chico de ahí al lado… Yo le conozco. —Sí, lleva aquí mucho tiempo. Lo habrás visto otras veces —dijo el anciano. —No, no de ese modo. Lo he visto en el séptimo plano —la niña esbozó una sonrisa al decir eso último. —¿Qué me dices? ¿Sí? ¿Has conseguido llegar? —el hombre estaba tan eufórico que le entró un ataque de tos tremendo. 168


Jorge Cáceres Hernández —¿Estás bien? —Sí, sí. Continúa. —Pues verás, conseguí llegar hace tiempo y conocí a una chica un tanto extraña. Yo no la creé y no sé quién es. Esta chica tenía un novio, el cual está ahí tumbado, y algo le pasa que no consigue despertar. —Entonces… ¿lo has visto? —la felicidad del hombre no cabía dentro de él—. Mi teoría era cierta. —También era cierto lo de las esencias. Pero eso no es lo importante, abuelo. Tengo que encontrar la forma de que este chico despierte y no sé cómo hacerlo. —Tienes que detectar qué es lo que lo retiene y dejar que él mismo decida acabar con ello y subir a la superficie. —¿Qué puede ser? —preguntó la niña. —Puede ser cualquier cosa: un trauma del pasado, un complejo o puede incluso que la chica esa de la que me has hablado. A lo mejor no quiere despedirse de ella. —Pero no tiene por qué despedirse de ella, ¿verdad? —dijo la niña—, puede encontrarla aquí, en la realidad, y continuar con lo que empezaron. Creo que se conocían de antes. Puede que ella también esté en coma. A lo mejor tuvieron un accidente juntos y por eso están tan unidos. Puedo ir a preguntarles a sus padres, creo que están fuera. 169


Tras la quinta esencia —No hay tiempo para eso ahora, Yaiza —el señor se puso serio de repente—. Tienes que volver y salvar a ese chico. Ya has oído a sus padres. No soportan más el dolor y quieren desconectarlo. —Pero… me acabo de despertar —la niña parecía algo confusa—. No puedo volver tan pronto. El anciano sonrió pícaramente y con sutileza dejó caer una de las pastillas que tenía en un vasito de plástico en la mano de la niña. Esta lo miró sin entender bien qué quería decirle su abuelo. —Yo no la necesito. Y a ti debería mandarte al séptimo plano tan rápido que al llegar vas a dar cuatro volteretas en el suelo. Yaiza se llevó la mano a la boca, tragó, se recostó en el sillón y poco después la pastilla hizo efecto. Bajó y bajó, se sumergió a toda velocidad a través de los planos de su conciencia hasta llegar a las puertas del salón en la torre del castillo de la montaña del lobo azul. Entró corriendo en la sala y se encontró a Helena y a su novio hablando en un tono nervioso y preocupado. —¿Dónde has estado? —preguntó el chico. A Yaiza se le hacía raro verlo tan vivo, cuando lo acababa de ver en una camilla completamente inmóvil y con su vida pendiente de un hilo. —Vengo de hacer algo que te dará más tiempo —contestó la niña. —¿De qué hablas? —Yaiza, tenemos que contarte algo —dijo Helena. —Qué ha pasado en mi ausencia? —dijo Yaiza. 170


Jorge Cáceres Hernández —Encontré una esencia en mi casa. Creo que es la de mi padre. En ella me vi en una cama de un hospital luchando por mi vida —dijo rápidamente el chico. Parecía estar cansado de estar volviendo a explicar lo mismo por enésima vez—. ¿Qué significa eso? ¿Es una imagen de mi futuro o algo parecido? —No puedo decirte yo la verdad, tienes que aceptarla tú mismo. Si no… puede que nunca consigas abrir tus ojos a ella. —Pero… ¿cómo puede ser cierto eso que vi y esto que veo ahora mismo? ¡No tiene sentido! —Es imposible —saltó Helena. En ese momento Yaiza la miró directamente a los ojos con una mirada inquisitiva. —No te molestes, Helena, por lo que voy a decir, pero creo que debería tratar esto a solas con tu novio. —¿Qué? —Helena, completamente indignada, se puso de pie de un salto y salió de la habitación dando un portazo. —Tienes que mirar en lo más profundo de tu ser y hallar la verdad —continuó Yaiza—. Dentro de ti están las respuestas que buscas. Relájate, mira atrás y resuelve tus enigmas. —¿Que mire atrás? —el chico estaba completamente confuso. —Inténtalo —dijo ella en un tono conciliador. —Veamos… ¿qué me ha traído aquí…? —el chico, que estaba sentado con la espalda muy recta, cerró los ojos y empezó a soltar todo lo que le pasaba por la cabeza—. Pues… venimos de ir a mi casa, en donde he encontrado una esencia, por la cual me ha pasado una cosa extraña con Óscar que aún no me has dejado contarte. 171


Tras la quinta esencia —¿Qué cosa? —le cortó la niña. —Ahora te esperas —replicó él—, que estoy concentrado. Bueno, antes de eso… también estaba aquí. Me acababan de rescatar del cráter en donde estuve con Óscar y sus soldados, con los cuales asaltamos un museo de arte para robar una esencia. A su vez, ellos me habían rescatado de unas instalaciones del gobierno. Me sacaron de lo más profundo de una montaña. Estaba recluido, porque me vieron después de caerme dentro del túnel. Después de que Omar se escondiera como una rata y me dejara solo —el chico se calló un segundo y luego dijo—: Curioso… en gran parte estoy aquí gracias a que Omar me dijo que Helena estaba en la cueva. ¿Qué relacionará a Omar y Óscar? —Ahora te andas por las ramas tú solito —lo cortó Yaiza poniendo cara de sabelotodo. —Ejem… Bueno, estaba en el lago donde tuve una visión con una niña muy parecida a ti. —Era yo, puedes decirlo. Continúa y quizás lo entiendas —la niña empezaba a estar algo impaciente. Como cuando un niño pequeño intenta resolver un puzle de cuatro piezas y no le terminan de encajar. —Es que no se me ocurre qué quieres que entienda. Antes de eso estuvimos viajando por el país Omar, Helena y yo. Omar insistió mucho en que fuéramos con él. Realmente solo fuimos porque tuve una pelea con Fran el ex novio de Helena. Antes de eso simplemente estábamos asistiendo a las clases y… bueno, hay una cosa. —¿Qué cosa? —preguntó Yaiza. 172


Jorge Cáceres Hernández —Es una tontería, en verdad. Un día fuimos a hacer puenting. Cuando salté tuve la impresión durante un segundo de que la cuerda se rompió y caí en las rocas. Pero solo fue un instante, luego seguí sintiendo cómo me elevaba. Así que no le di más importancia. —¡Interesante! —la cara de Yaiza se iluminó durante un segundo. —Pero no puede ser lo que estamos buscando, solo fue una sensación. Además, ¿qué relación tiene eso con…? —¿Contigo en una cama de hospital debatiéndote entre la vida y la muerte? —al decir esto la niña arqueó una ceja. —¡No puede ser! ¡No puede ser cierto! —En lo más profundo de tu ser sabes que es así. Cuanto antes lo asumas mejor será para ti. —¿Asumir qué? ¿Que esto no es real? ¿Que yo realmente estoy en otro lugar y que nada de lo que he vivido estos últimos meses es cierto? —Pero mira a tu alrededor, con cada pensamiento que tienes todo tu entorno cambia radicalmente, estoy haciendo un esfuerzo porque no me redecores el lugar. El chico, entonces, miró a su alrededor. Todo lo que antes parecía estar nebuloso ahora era mucho más nítido. Podía ver cómo las líneas que formaban las piedras de la pared se movían serpenteantes de arriba abajo. También vio cómo las antorchas que estaban colgadas a su lado cambiaban de lugar aleatoriamente. La sala a veces era muy pequeña y otras era como un estadio de fútbol. Pero lo que más le impresionó fue que al lado de la niña apareció de repente una 173


Tras la quinta esencia hamburguesa de medio metro con cuatro patas, rabo y una lengua de queso amarillo. El ser estaba olisqueándolo todo, como si fuera un perro de verdad. —Esa cosa de ahí… ¿la estoy creando yo? —preguntó el chico. —No, lo estoy haciendo yo. Pensé que algo extraño te ayudaría a ver que esto no es real. —Ya veo. Otra cosa que tendría algo más de sentido es… —dijo el chico—, que llevo desde el supuesto accidente sin dormir. Pero… —Cómo vas a dormir… si ya estás… ya sabes —la niña intentaba que el bebé pusiera la última pieza. —¿Dormido? —los ojos del chico estaban completamente abiertos. Por fin el rompecabezas estaba terminado—. Estoy dormido y este es mi sueño. Ahora lo entiendo. Incluso puedo notar mi respiración. No esta de aquí, sino la de verdad. —¡Me alegro! Por lo general eso sería suficiente como para despertarte, pero tu caso es diferente. Lo tuyo no es un sueño, estás en coma. —¿Qué? ¿Y no puedo despertar? —No. Por eso estoy aquí ahora contigo —la niña le cogió una de sus manos—. Intento hacer que vuelvas a la realidad. —Pero, ¿tú que eres? ¿Te he creado yo? ¿Eres una manifestación de mi conciencia? —¡No te pases! —Yaiza se permitió soltar una leve risita—. Simplemente soy una niña. Mi abuelo está muy enfermo. Es quien ocupa 174


Jorge Cáceres Hernández la cama que está al lado de la tuya. Mi teoría es que cuando has creído verme es porque me has escuchado hablar cerca de ti en la habitación y has proyectado una imagen de mí en tu subconsciente. —Pero ¿cómo puedo estarte viendo aquí? ¿Cómo puedo estar hablando contigo? Y lo más importante: ¿cómo puedes estar cambiando cosas a tu antojo dentro de mis sueños? —¿Tus sueños? Los sueños no son tuyos, amigo mío. Son de todo el mundo. La gente cree que sus sueños son una simple recreación de situaciones que tiene lugar en su mente y punto. Pero la verdad es que es mucho más complejo. Todas las mentes del mundo están interconectadas por una red de pulsaciones electromagnéticas. Juntos creamos una malla por la cual podemos viajar. Podemos saltar de una mente a otra, compartir nuestros sueños o incluso cambiar los de alguna persona con la que tengamos una gran conexión. Imagina, para que lo entiendas, Internet. Todos los ordenadores del mundo están conectados, intercambian información de tal modo que se crea una ilusión de inmensidad. Pues lo mismo pasa con las mentes. Lo que cada persona aporta a los planos allí se queda hasta que otra persona lo cambia. Entre todos lo conformamos y todos lo disfrutamos. Cada plano es diferente. Mientras más profundo sea un plano más complicado es tener conciencia de que estamos en él y, a su vez, cuanto más consciente eres de que estás en un plano antes sueles subir entre ellos. Por ejemplo, te pasas la noche durmiendo, no te enteras de lo que estás soñando. A medida que transcurren las horas empiezas a ser más consciente de tus sueños y cuando te das cuenta de que estás soñando simplemente te despiertas. Algunas personas se entrenan, a veces por pereza, otras por poder disfrutar plenamente de la sensación de libertad que te dan los sueños, se entrenan para poder estar el mayor tiempo posible conscientes de que están en un sueño sin despertarse. En tu caso ya deberías estar despierto hace mucho, puede que solo con haberme 175


Tras la quinta esencia reconocido. Pero no sé qué te está reteniendo en la profundidad. Otra cosa importante de este plano son las esencias. Las esencias no son más que ficheros en donde se encuentra toda la información de tu ser. Es como si fuera el programa que te hace funcionar. La esencia es tu alma, y por eso es peligroso este lugar. Nadie debería jugar con las almas de los demás. Imagina que voy al programa que tiene tu nombre, cambio que en vez de tener instinto por sobrevivir eres un depresivo con tendencias suicidas. Algunos monjes de Asia pasan la vida entera intentando abrir sus propias almas para poder verlas de cerca, cosa que es complicadísimo. Imagina encontrar tu propia alma, no sabríamos ni por dónde empezar. —Óscar tiene la de Helena —el chico estaba serio y confuso. —¿Qué? —Yaiza parecía no creérselo del todo. —Antes de que tú llegaras me habló a través de ella. Me dijo que haría todo lo que él me dijera cuando me llamara. No sé cuánto tiempo tenemos, pero tengo que recuperar esa esencia como sea. —Espera, no tomes conclusiones precipitadas. No sabemos si Helena está realmente de nuestro lado. —¿Qué dices? ¿Cómo te atreves? Es mi novia y la amo. Ni se te ocurra insinuar lo contrario… —Solo te digo que hay que ser cautos. Tampoco sabemos qué quiere ese Óscar de ti. —Dice que quiere ayuda en su revolución. —A lo mejor sabe que eres un creador, un soñador o como lo quieras decir, e intenta usar tus poderes para terminar algo que em176


Jorge Cáceres Hernández pezó algún otro creador y no quiso terminar. Como un juguete roto que continúa la guerra después de que su amo haya crecido y se haya olvidado de sus juegos de niño. No le veo otra explicación, debe ser un sueño olvidado en busca de una fama que jamás llegará. —Aun así deberé ir con él, jugar a su juego y robarle la esencia de Helena en cuanto tenga oportunidad. —Eres consciente de que no tenemos mucho tiempo, ¿verdad? Y deberíamos buscar qué es lo que te retiene aquí. —¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó el chico. —No lo sé, el médico dijo que tu cuerpo está muy débil. Podría pasar cualquier cosa —la niña consideró que era mejor omitir el hecho de que sus padres estaban sopesando la posibilidad de desconectarlo. —Debo hacerlo, la necesito a mi lado. La niña se mordió la lengua y no continuó hablando de Helena. En su opinión, ella era un peligro para él. Incluso puede que fuera ella la razón que lo retenía y eso no le gustaba nada. Puede que quizás ella fuera una creación de otra persona, de alguien que estuviera intentando destruir al chico. Al fin y al cabo ella no era una creadora, ni siquiera sabía qué era ella en realidad. Pero no quería enojar de nuevo al chico, eso no era constructivo. —Debes estar preparado —dijo finalmente—. Tu reto es casi imposible, pero puedes controlar tu mente más que cualquiera sin salir del plano. Iremos a practicar a un lugar de aquí cerca. Puedes doblegar el plano a tu antojo; el tiempo, el espacio incluso la materia y la antimateria están a tu servicio. Tus posibilidades son infinitas, 177


Tras la quinta esencia pero tienes que ser plenamente consciente de ello. No sé lo que te espera fuera de este castillo, pero debes estar preparado. Yo por lo general no debería cambiar muchas cosas, cada vez que cambio algo soy un poco más consciente de que todo es un sueño y me acabo despertando. Pero mi abuelo me dio una pastilla para dormir y soy una niña, tengo tiempo para rato. Iré a prepararlo todo, pronto vendré a buscarte. Yaiza se levantó, caminó hacia las puertas y al abrirlas de par en par Helena cayó de bruces. Al parecer había estado escuchando toda la conversación. Las chicas se cruzaron las miradas fríamente y luego la niña continuó con paso firme. Cuando ya se hubo alejado lo suficiente, Helena habló: —No creerás nada de lo que te ha dicho, ¿verdad? —preguntó Helena. —¿Sobre qué? —preguntó el chico en un tono frío. —Sobre mí. No se fía de mí, piensa que soy una ladrona o algo así. El chico, que se había acercado a ella, la ayudó a levantarse. Luego la abrazó con cariño y continuó: —Nada puede hacerme dudar de nuestro amor, vida mía —se besaron. Ese calor que sentía en sus labios no podía ser producto de su mente. Fuera como fuese, ese amor era lo único real de aquel lugar. —Todo lo que ha dicho Yaiza me desconcierta. Pero yo recuerdo una vida contigo, yo recuerdo cómo eras amigo de Fran desde hace años y cómo cambiaron las cosas aquel día en la piscina. Aunque he 178


Jorge Cáceres Hernández de reconocer que había sentido algo por ti mucho antes. Todo eso tiene que ser real, lo nuestro lo es. Pero en el resto de cosas la verdad es que parece tener razón. Este mundo no es corriente. Simplemente mira en dónde estamos: un castillo medieval. Y mira por la ventana: ¡gárgolas! Está claro que algo falla, pero… puede que yo también esté soñando en coma, o que al enterarme de tu accidente entrara en un estado de shock, retrayéndome dentro de mi mente y consiguiendo estar más cerca de la tuya. La verdad es que no puedo saber nada con certeza, pero necesito que creas en nosotros. —Y eso hago —dijo él dándole un nuevo beso e intentando tranquilizarla—. Iré a recuperar tu esencia, la guardaremos en lugar seguro, en donde nadie más pueda volver a cogerla, y despertaremos los dos juntos. Confía en mí.

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CAPÍTULO 10 EL

ENTRENAMIENTO

—¿Dónde estamos? —pregunté. —Hace mucho tiempo este lugar perteneció a la mente de alguien, más exactamente a la parte encargada de la imaginación. Aquí es donde alguien creaba los sueños que guiaron su vida. Pero ahora, simplemente, está vacía —contestó Yaiza. Habíamos abierto una puerta levantando un antiguo árbol que había detrás del castillo. Estaba sujeto a una trampilla y con enorme facilidad lo apartamos, dejando ante nosotros el oscuro agujero que nos llevó a la sala. La sala era pura oscuridad, no parecía tener pared ni barrera alguna que la delimitara. Simplemente era vacío e inmensidad. —Descubrí este lugar hace mucho tiempo —continuó la niña—. Este lugar amplifica nuestra fuerza de creación reproduciendo, con cierta facilidad, la gran mayoría de nuestros pensamientos creativos o destructivos. Su poder se basa en el cambio y para eso estamos

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Tras la quinta esencia aquí. No sabemos qué peligros te esperan, pero necesitas estar preparado. Espero que esta sala te ayude a canalizar tus pensamientos para que puedas aprender a usarlos a tu favor. —A ver si lo entiendo… ¿esta sala va a reproducir todo lo que yo piense? Pero tú me has dicho que lo que yo pienso ya cambia lo que pasa a mi alrededor. Así que… voy a reproducirlo todo dos veces. —Si quieres, sí. Si en cambio solo lo quieres reproducir una vez, así será. O si, por el contrario, no quieres que se reproduzca nada todo se quedará en el más completo vacío —dijo Yaiza—. Eso es lo que tienes que entender. Aquí, en este plano, todas tus voluntades se cumplirán sin más. Lo único que tienes que hacer es tener la voluntad necesaria como para crearlo. Si lo piensas bien es como la vida real pero más rápido. En la vida real si deseas algo con toda tu alma y luchas por ello se acaba cumpliendo. —Es cierto, pero hay veces en las que quiero algo con fuerza pero jamás tengo la posibilidad de conseguirlo —repliqué. —Ponme un ejemplo —dijo la niña. —No sé. De pequeño, por ejemplo, quería ser jugador de la NBA, ser uno de los grandes, pero jamás se cumplió. Aún ahora cuando veo algún partido por la televisión pienso que yo debería ser uno de ellos. —¿Por qué crees que no llegaste a serlo? —preguntó Yaiza. —No sé… Supongo que no tuve la oportunidad, y además no tenía el tamaño adecuado para ello. 182


Jorge Cáceres Hernández —¡Ahí está! ¡Ese es el problema! Tu voluntad era buena, pero durante años la gente fue metiéndote en la cabeza que eras demasiado bajito como para llegar a lo más alto. Poco a poco fuiste creyéndolos y al final, sin haberlo intentado siquiera, ya habías tirado la toalla. Muchas veces la gente de nuestro entorno se dedica a mermar nuestras voluntades, inconscientemente, claro. Esas personas te dicen que no puedes hacer algo, a veces por miedo a que tú seas especial y ellos no y otras porque ellos mismos piensan que no pueden hacer nada más allá de lo común, luego si ellos no pueden tú tampoco. Triunfar en esta vida es tan simple como ignorar a esa gente que nos carcome la voluntad y seguir adelante con nuestros sueños. Es solo eso. Pero es tan difícil que muy pocos lo logran. Lo que a ti te pasa es que durante toda tu vida te han dicho que todo lo extraordinario es imposible. Y ahora que puedes hacer todo aquello que se pase por tu mente estás amarrado por esas ideas de imposibilidad. Los niños en ese sentido lo tenemos más fácil. Menos personas nos han dicho que nada es posible y aún conservamos una esperanza que tarde o temprano nos será arrebatada —la niña paró de hablar un segundo para coger aire—. En esta sala te ayudaré a entender que tu voluntad es más grande de lo que crees. —¿Qué quieres que haga aquí? ¡No hay nada más que oscuridad! —dije. —De eso se trata —contestó—. Tienes que crear algo. Lo que sea. —¿Como qué cosa? —No lo sé, usa tu imaginación —la niña esbozó una sonrisa mientras las últimas palabras salían de sus labios. —Pero es que no se me ocurre nada… 183


Tras la quinta esencia —No lo entiendes, ¿verdad? Puede ser cualquier cosa. —Como… ¿una piedra? —Sí, por ejemplo —dijo la niña—. Imagina todos y cada uno de sus detalles y esta se hará realidad. Me senté con las piernas cruzadas en mitad de la nada y cerré los ojos. Por mi mente pasaron bastantes ideas hasta que conseguí centrarme en lo que me urgía: esa dichosa piedra. No sabía qué tipo de piedra crear, había infinitud de tipos por todo el mundo, pero supuse que cualquiera valdría. Así que empecé a imaginar una roca pequeña, de forma ovalada y de color canelo. Abrí los ojos lentamente, como si cada uno de sus átomos proviniera del infinito. Empezó a formarse con asombrosa rapidez la piedra que garabateé en mi mente. —¡Perfecto! —gritó la niña—. De eso era de lo que hablaba. La pequeña piedrecilla revoloteó entre nosotros unos segundos, luego se paró en seco y, a la vez que un amargo recuerdo se me pasó por la mente, esta se convirtió en una piedra de mayor tamaño y de color gris, la cual voló rápidamente hacia mí atravesando mi cabeza y desvaneciéndose después. —¿Qué ha pasado? —dijo Yaiza—. ¡Ya lo tenías! —¡No lo sé! De repente me he acordado de cuando, al principio de todo esto, mi amigo Fran intentó romperme la cabeza con una roca. —El miedo es lo contrario de la voluntad. Ten cuidado con él. Peor que nos corroan la voluntad es tener miedo a no conseguir lo que deseamos. El miedo en sí funciona igual que la voluntad pero 184


Jorge Cáceres Hernández en sentido negativo. Si tienes mucho miedo de que algo te pase, te pasará. Si tienes miedo de que algo no te pase, no te pasará. No debes dejar que el miedo dirija tu vida ni tu destino. Porque si no… jamás tendrás nada de lo que deseas. Pero lo peor es que si no tienes miedo es que la vida ya no tiene sentido. Así que el truco está en entender que es normal tener miedo pero no usarlo como guía. Siempre hay que seguir hacia delante, contra viento y marea, sin dejar que nuestro miedo sea mayor que nuestra voluntad. Yo personalmente prefiero vivir un solo día sin miedo que toda una vida atemorizado. Sé que es complicado, porque cuanto más queremos algo más temor tenemos a perderlo. Pero creo que es posible, y sin duda es la base de un poder absoluto en este lugar. —Es muy profundo eso que acabas de decir —dije—. Pero es imposible que yo no tenga miedo. No entiendo ni la mitad de lo que pasa a mi alrededor, estoy en un lugar desconocido, según me has dicho mi vida corre peligro, la mujer que más amo resulta que ni siquiera sé quién es y, para colmo, un militar completamente desconocido quiere algo de mí que no llego a entender. Estoy completamente aterrado y hasta reconocer eso me da miedo. —Yo solo sé que si te dejas llevar por el miedo acabarás perdiendo todo aquello que te da miedo perder. Porque cuando llegue el momento de luchar por ello no podrás hacerlo, no tendrás la voluntad necesaria. Eso mismo hará que esos pensamientos se hagan realidad, y cuando no te quede nada más por lo que luchar tus miedos desaparecerán, convirtiéndose en dolor. La vida perderá su sentido y habrás dejado pasar el momento de luchar por lo que deseabas tener pero que no supiste defender. —Pero todo es tan… nuevo para mí que… —Todo puede ser como tú quieres que sea, solo tienes que querer que así sea. Si todo te parece extraño, haz que todo sea como tú 185


Tras la quinta esencia desees. Redecora el mundo si hace falta. Pero recuerda cuando te haga falta que aquí está todo permitido. Y si no te lo crees, mira a tu alrededor. Llevo un rato viendo tus nuevos cambios. Me levanté con cuidado y miré de nuevo la habitación. Por lo visto, mientras estábamos hablando, empecé a cambiar el entorno sin darme cuenta. Nos encontrábamos dentro de la habitación del motel en el que conocí a Jordán. Helena dormía plácidamente entre las sábanas. Desde más allá de la ventana pude escuchar débilmente mi voz al conversar con el hippie. Me acerqué, bordeando la cama, y me arrodillé frente al rostro de Helena. —¡Es tan bella! —dije entre susurros—. Sin duda, la quiero con toda mi alma. Alcé mi mano para tocar su rostro, pero justo antes de hacerlo su cara se convirtió súbitamente en la máscara de Óscar. Entre unas risas espeluznantes, toda la escena se desvaneció en un vórtice succionador volviendo a quedarnos solos Yaiza y yo. Bajé la cabeza mirando a la oscuridad sobre la que me sostenía, con la mano aún alzada, preparado para lo que tocaba. Pero la niña no dijo nada, no volvió a soltarme una reprimenda por haber tenido miedo. En vez de eso, bajó la cabeza también y luego dijo: —Te ayudaré en todo lo que pueda. Pero el resultado final de la situación que estás viviendo depende de ti. Pasamos unas cuantas horas más practicando dentro de aquel lugar hasta que por fin regresamos al castillo, junto a los demás.

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CAPÍTULO 11 CONFRONTACIÓN

—¿Cómo ha ido todo? —preguntó Helena poco después de quedarnos solos en la habitación del castillo. —Bastante bien, la verdad —contesté—. He aprendido algunos trucos nuevos que me pueden ser útiles. Soy bastante creativo, ¿sabes? —¡Ah! ¿Sí? —dijo Helena con un tono sarcástico—. Siempre pensé que eras un pobre niño desvalido. —¡Je, je! ¡Muy graciosa! —respondí. —¿Y qué se supone que has aprendido? No es secreto, ¿verdad? —Estas cosas contadas… pierden fuerza. Mejor te lo demuestro. Dicho esto, le cogí su mano con delicadeza y empecé a correr tirando de ella hacia el balcón abierto. Helena no tuvo tiempo de gritar pero sí que llegó a dar un fuerte tirón hacia atrás intentando no caer 187


Tras la quinta esencia al vacío. Pero fui demasiado rápido, tanto que Gárgaras tuvo que echarse a un lado para que yo no lo tirara del golpe. Saltamos hacia la inmensidad. Bajamos, bajamos y bajamos. El viento zumbaba en mis oídos y apenas podía oír los chillidos de Helena. De pronto pensé que a lo mejor era una emoción demasiado fuerte para ella, así que en vez de atravesar el suelo y volver a salir más allá de las nubes surcando el cielo, preferí decelerar la velocidad y empezar a subir de nuevo. Subimos hasta lo más alto de la más alta de las torres. Con mucho cuidado dejé que Helena se posara en el borde. Estaba sentada con las piernas recogidas y rodeándoselas con los brazos. Me senté a su lado sin decir nada, su cara estaba completamente pálida y no quería perturbarla más. Después de unos segundos eternos pudo volver a hablar: —Eso ha sido… —Lo siento, no debí asustarte —me disculpé porque presentía que estaba a punto de arrojarme al piso desde esa altura. —¡INCREÍBLE! —de repente la cara de Helena se iluminó completamente—. ¿Qué más puedes hacer? —¡Ja, ja, ja! Lo sé. Pues… se supone que puedo hacer todo aquello que se me ocurra. Pero la verdad es que renunciar a las leyes naturales de la física y entregarse a la imaginación no es nada fácil. Lo más que limita mi poder es eso mismo, mi imaginación. —Pero… ¿cualquier cosa? Por ejemplo… —Sí —dije sacando de la nada un enorme ramo de flores. —La verdad es que no me refería a esto —acto seguido el ramo de flores se convirtió en una caja de bombones—. ¡Qué rico, bom188


Jorge Cáceres Hernández bones! Pero las flores también eran bonitas —Helena se lo perdió porque pestañeó, pero la caja de bombones se volvió a convertir en un ramo de flores. Con una única diferencia: las flores se abrieron suavemente dejando ver en su interior los bombones que antes estaban en la caja. —Cualquier cosa —dije levantándole su cara aún ensimismada, apoyando débilmente dos de mis dedos en su delicada barbilla para que su mirada pudiera encontrarse con la mía. Nos miramos fijamente unos segundos y luego nos besamos. —Eres increíble —dijo Helena poco después de separar su boca de la mía y aún con los ojos cerrados—. Pero… ¿qué vamos a hacer con ese Óscar? Me da mucho miedo el daño que pueda hacernos. —He estado pensando en que no debería quedarme aquí esperando a que me haga ir a su presencia. En vez de eso voy a pillarlo desprevenido. Iré al cráter yo solo, lo cogeré por sorpresa y recuperaré tu esencia. Pero todo eso será después del baile. —¿Baile? ¿Qué baile? —¡Este baile! La agarré de la mano y tiré de ella con fuerza. Se levantó de golpe, y gracias a la inercia dio dos gráciles vueltas. Todo fue muy rápido. Un torbellino de colores pasteles. De súbito, estábamos a varios metros más de altura en una plataforma redonda. Esta estaba levitando sobre las nubes, y la luna y las estrellas presidían la velada. Multitud de parejas de seres de todo tipo bailaban al son de una música animada y melodiosa. Había una pareja de rinocerontes; dos jirafas con los cuellos entrelazados; una gárgola con un hada; dos pequeñas ratillas hablando tranquilamente en una de las mesas cercanas con una pareja de pelícanos muy bien vestidos; también había dos columnas 189


Tras la quinta esencia de estilo jónico que se quejaban de todo el peso que tienen que soportar en su viejo trabajo; había dos castores que en ocasiones se enfadaban cuando alguien les pisaba sin querer las colas, pero lo que más pareció llamarle la atención a Helena fue una pareja de unos seres que parecían ser una mezcla completamente homogénea entre unos lobos azules y unas águilas blancas conversando alegremente cerca de nosotros. Agarré a Helena, con una mano cogiendo la suya y otra suavemente en su cadera, y empezamos a bailar. Las vistas eran maravillosas. El suelo, que era de color rojo, dejaba ver más allá de él, se podía ver el castillo y la inmensidad de las montañas. Todo estaba bañado por el color plata de la luna y se había creado una atmósfera de calidez que sin duda convirtió esa noche en mágica. Horas después, cuando nos despedimos de nuestros nuevos amigos y todo hubo acabado, volvimos al castillo, bajando esta vez montados en esos seres medio lobos, medio águilas (un capricho de Helena). —¿Te vas ya? —dijo Helena con un tono algo mimoso. —Tengo miedo de que le pase algo a tu esencia —contesté—. Me pondré en marcha ahora mismo y en cuanto pueda volveré a tu lado. Te lo prometo. —Yo también tengo miedo, pero por ti. No quiero que te pase nada malo —dijo Helena. —Confía en mí, ya has visto de lo que soy capaz. Ese hombre no es más que una ilusión, volveré antes de que te hayas despertado. —Eso será si consigo dormir. 190


Jorge Cáceres Hernández —Seguro que sí. Hazme un favor: mañana, si no he vuelto por lo que sea, cuéntale a Yaiza a dónde he ido. Ella cree que no estoy preparado y que aún me quedan muchas habilidades más por dominar, pero no puedo aguantar así ni un segundo más. Si se lo hubiera dicho, ahora habría intentado detenerme. —Pero regresarás, ¿verdad? —Por supuesto que sí. Dicho esto le di un beso de despedida bastante emotivo y simplemente me dejé caer a través de todas las plantas del castillo atravesando, cual fantasma, suelos y techos, hasta llegar a la salida del mismo. Esperé un segundo a que el sol terminara de salir para que las gárgolas no pudieran verme, por haberse quedado petrificadas, y luego salí corriendo a velocidad supersónica hacia el cráter. Omar y Óscar tendrían que vérselas conmigo en cuestión de minutos. Cada segundo que pasaba mi velocidad aumentaba de forma exponencial. El aire zumbaba en mis oídos con tanta fuerza que llegué a pensar que mis orejas iban a salir disparadas hacia atrás en cualquier momento. Notaba cómo la realidad a mi alrededor se contorsionaba, el suelo que pisaba se licuaba a mi paso y todo aquello que se encontraba en mi camino simplemente desaparecía en una nube de polvo. Podía sentir que en realidad no era yo el que avanzaba atravesando montañas, sino que era el propio espacio el que se había rendido a mi mente y se precipitaba en sentido contrario, como si no se atreviera a llevarme la contraria. Me sentía tan sumamente poderoso que incluso me permití el lujo de dar un pequeño rodeo, pero no por alrededor sino por encima. Me paré en seco, creando una falla a mis pies, luego cogí impulso y di un poderoso salto. En el lugar en donde una milésima de segundo antes estaba, ahora había un agujero enorme del cual emanaba con rabia una cantidad ingente de agua procedente de alguna parte del subsuelo. Subí y subí, pude 191


Tras la quinta esencia ver las nubes, el sol, las estrellas y planetas. Seguí subiendo, me paré un segundo en los límites del sistema solar y luego volví a bajar a la velocidad de la luz. Primero hubo una explosión sónica y poco después algo extraño, una mezcla entre luz y oscuridad. Las partículas de la luz viajaban a mi lado, pero al no poder rebotar y regresar a mis ojos, lo único que podía ver eran los destellos de esas partículas que por casualidad entraban dentro de mis ojos, ya fuera porque viajaban en dirección contraria o por mi propio movimiento, como si estuviera cazando mariposas torpemente en un día gris de otoño. Por suerte, mi viaje no duró mucho más. Impacté con tal fuerza contra el piso que pude haber desplazado al planeta de su órbita de no haber sido porque nada más sentir el golpe me incorporé y tiré de él con fuerza. Como si se tratara de una pequeña pelota de plástico lo manipulé a mi antojo. Me estaba cansando de tonterías así que simplemente deseé llegar al cráter y eso hice. El lugar estaba muy cambiado, la cantidad de soldados que había era tres veces mayor que la última vez que estuve allí. Habían construido una especie de edificio cónico alrededor de las paredes interiores del volcán. Pude ver un gran número de vehículos de guerra y armas. Estaba claro que Óscar iba en serio y que si quería dar un golpe de Estado, con la mitad de lo que había allí tenía de sobra. Me infiltré en el lugar sin ningún tipo de problema, decidí cambiar mi ropa por el uniforme que los soldados usaban. Así que, sin más, apareció mi nueva ropa reemplazando la anterior y allí estaba yo, en aquella inmensidad buscando venganza y respeto. Me dirigí a la tienda de Óscar, sin duda a esa hora temprana estaría allí con sus hombres de confianza planeando quién sabe qué. Anduve con tranquilidad, no quería levantar sospechas. Solo cuando estuve cerca ralenticé el tiempo a mi alrededor para poder acabar con Óscar de un solo golpe, sin que pudiera verlo venir. Una vez lo tuve cerca alcé mi puño y me dispuse a dar el golpe de gracia. Si esto fuera la reali192


Jorge Cáceres Hernández dad, mis complejos valores y mi ética no dejarían que tal idea pasara por mi cabeza, pero aquí yo podía ser un dios si lo deseaba, no iba a dejar que el sueño olvidado de cualquier niño tonto truncara mis deseos más fervientes. De repente mi puño se quedó congelado en lo alto, unos rayos de color verde y azul me habían paralizado por completo y no me dejaban mover ni un músculo de mi cuerpo. Me quedé en una posición de esfuerzo y no lograba entender qué me estaba pasando. Esa no era mi voluntad, mi voluntad era aplastar a ese gusano y a su lacayo. —Puedo olerte desde kilómetros —Óscar se giró y pude ver nuevamente la escalofriante máscara que ocultaba, sin duda, un rostro maltrecho y deforme—. Realmente no pensé que tendrías el valor suficiente como para venir a buscarme, y menos sabiendo lo que has dejado atrás. —¿De qué hablas? —intenté gritarle, pero en vez de eso mi voz sonó como si mis mandíbulas estuvieran clavadas la una con la otra y escupiera las palabras entre ellas. —De tu querida amiga Helena. He visto y oído todo desde que tengo su esencia —Óscar hizo una pausa para deleitarse con mi cara de puro odio—. ¿Qué me dirías si te dijera que he visto el futuro y jamás volverás a verla? En ese momento la corriente eléctrica que me atrapaba pareció intensificarse y empezó a dolerme todo el cuerpo. Me estaba debilitando por segundos. —¡Mientes! 193


Tras la quinta esencia —Eso no puedes saberlo. Puede que sea verdad o que sea mentira, pero con todo lo que te ha pasado últimamente… ¿por qué no? —No eres más que un sucio bastardo, ¡suéltame! —¿Bastardo? —la voz de Óscar se volvió mucho más severa de repente—. Ni siquiera te das cuenta de que no soy yo quien te está aprisionando sino tú mismo. Eres tan egocéntrico que no eres capaz de entenderlo. —¿Qué tengo que entender? Mi deseo es acabar contigo, no quedarme completamente inerte. —Es como hablar con un niño pequeño, hay que dártelo todo bien masticadito. Pero esto no me interesa que lo entiendas. De todas maneras dudo que supieras qué hacer si lo entendieras. —¿Pero de qué…? —¡Silencio! —gritó Óscar—. Basta de tonterías. Tengo una misión entre manos y no te he hecho venir para estar hablando todo el día de estupideces. He buscado por todos lados, he puesto patas arriba este dichoso plano y no logro encontrar algo, algo que tú tienes que saber en dónde está, necesito encontrarlo. Puede que esa esencia encuentre la clave que me ayude a acabar con todo esto. Ese hombre parecía estar sumido en un objetivo que le estaba atormentando por no poder conseguirlo. Parecía no haberse enterado de que nada de esto era real, pero a su vez… nada le extrañaba y tenía un dominio de las leyes de la voluntad que yo no llegaba a atisbar ni por asomo. En esos momentos le temía y le odiaba. —¿Por qué crees que voy a ayudarte a conseguir nada? 194


Jorge Cáceres Hernández —Porque no tienes alternativa. Si quieres que todo vuelva a la normalidad y puedas regresar con tu amada y malgastar los años de vida que te quedan con ella, harás todo lo que yo te diga. Y si aún piensas que puedes hacerlo todo a tu manera, echa un vistazo. Óscar dio un paso a un lado y entonces pude ver una especie de maletín enorme. Lo abrió y aparecieron tres esencias. Dos de ellas brillaban con fuerza, pero la de en medio estaba apagada y con el cristal quebradizo en su periferia. —¿De quiénes son? —mi tono reflejó mi preocupación. —La de la derecha es de Helena y la de en medio la de tu buen amigo Omar. —¿Y la tercera? —¡Oh! La tercera es una muy especial, la más poderosa de todas. Pero creo que no te diré nada más acerca de ella. Simplemente no es el momento. —¿Qué le pasa a la de Omar? Está apagada y sin vida. —Lo que le pasa a la esencia de Omar es que he encerrado su conciencia dentro de su alma y ahora no encuentra la salida. Solo tiene dos opciones: seguir así eternamente o desvanecerse como un vulgar recuerdo. —¿Que has hecho qué? ¿Por qué lo has hecho? —Lo he hecho porque puedo, y ahora tú sabes que puedo hacerlo. Harás todo lo que yo te diga o si no la siguiente será tu preciosa amada. 195


Tras la quinta esencia —Dime de una vez qué es lo que quieres —la rabia corría por mis venas, pero cuanto más me resistía a mi prisión eléctrica más fuerte me atrapaba el campo de fuerza y más me dolía todo el cuerpo. —Lo que quiero encontrar, y ese es el motivo de que tu camino y el mío se hayan cruzado, es tu esencia. —¿Mi esencia? ¿Para qué la quieres? —La necesito para mi revolución. —Si te doy mi alma… ¿me darás la de Helena y Omar y esa tercera? —Solo las necesitaba para poder llegar a este punto. Dame tu esencia, la usaré una única vez y te dejaré en paz. Podrás seguir tu vida con Helena con normalidad, no volverás a saber nada de mí nunca más. —¿Qué hay de Omar? ¿Puedo arreglar lo que has hecho? —Ciertamente no lo sé, nunca lo he intentado. Pero esa es tu responsabilidad, no la mía. Te daré su esencia, el resto es cosa tuya. —Pero hay un pequeño problema: no sé dónde está mi esencia. —Solo tú puedes saberlo. Puede que no la hayas buscado con la suficiente fuerza o que simplemente no estés preparado, pero si lo deseas con fuerza te será revelado en dónde está escondida. ¿Qué me dices? ¿Tenemos trato? —No sé qué pensar, la verdad, es como si algo se me estuviera escapando, como si hubiera algo que no me estuvieras contando. 196


Jorge Cáceres Hernández No puede ser todo tan sencillo. Además, no me has dicho qué quieres hacer con mi alma. ¿Cómo puedo saber que no vas a hacerme lo mismo que a Omar? —No puedo contártelo todo, pero te puedo asegurar que si cumples mis deseos todo se quedará igual que está y no volverás a verme. —Con el módico precio de mi alma, ¿no? —¡Exacto! —Creo que tengo una idea mejor. Pienso liberarme de esta estúpida prisión en la que me tienes atrapado y entrelazaré mis dedos con tu cabeza en medio, luego juntaré las manos y todos mis problemas se resolverán tan rápido como tu cuerpo inerte caiga al suelo. Los rayos me inmovilizaban con fuerza pero la rabia que hervía en el fondo de mi corazón era mayor que cualquier dolor físico que me pudiera infligir. Intenté con todas mis fuerzas que mis manos se movieran, y solo lo hicieron unos milímetros. Cada vez el dolor era más intenso, pero también lo eran mis intentos de aplastar a Óscar. Él estaba ahí quieto, tan cerca, no parecía tener miedo, o a lo mejor es que todo estaba pasando tan rápido que no podía verme. De repente se me ocurrió una nueva idea: mover el tiempo hacia atrás tanto como fuera necesario para poder volver a intentar cogerlo desprevenido y acabar con él. Dejé de insistir al entender que si hubiera conseguido volver atrás en el tiempo Óscar ya estaría muerto cuando yo llegara a verlo, hacía unos minutos. Así que intenté lo contrario: mover el tiempo hacia delante para ver si mis tácticas tenían el efecto esperado, pero nada de nada. Estaba completamente atrapado. Si aunque sea pudiera mover esos pocos centímetros entre mi puño y su cara... El dolor empezó a ser tan intenso que todo se volvió más oscuro y pocos segundos después perdí la conciencia. Sumido en el agotamiento caí en un estado latente en el que era capaz de ver que 197


Tras la quinta esencia Óscar llamaba a unos soldados para recogerme del suelo y llevarme a unas celdas en lo más profundo del edificio en la pared del volcán, pero no podía hacer nada de nada. Era como un sueño dentro de otro sueño. De una patada me tiraron dentro, caí en la esquina más maloliente y de súbito todo mi vigor se esfumó, junto con las esperanzas de que mi historia tuviera un final feliz. Solo me quedaba una solución posible: entregar mi alma para salvar la de Helena y Omar (aunque esta segunda me lo estaba pensando). También me preocupaba esa tercera esencia, pero lo que más me atormentaba era el miedo a no poder encontrar mi propia alma. No sabía por dónde empezar. «Esto es una locura, lo único que quiero es volver atrás. Todo era mucho más fácil cuando era joven y los demás eran los que se preocupaban por mí. Estoy atrapado dentro de una trampa de trampas y no encuentro escapatoria». —Hola. No puedes dormir, ¿verdad? —la voz de un hombre en la oscuridad me sobresaltó. —¡Hola! ¿Quién eres? —Mi nombre es Jordán. Al acercarme un poco más a la silueta definida por el hombre pude ver cómo unas rastas caían de su cabeza. Pero fue cuando se dio la media vuelta cuando por fin confirmé mis dudas, el hombre era el mismo hippie con el que hablé hacía ya mucho tiempo en el tejado del motel en el que pasé una noche al principio de mi viaje. —Hola, Jordán. Yo… —No puedes dormir, ¿verdad? 198


Jorge Cáceres Hernández El rostro del muchacho parecía estar vacío y sin vida. Recordé las palabras del mayordomo en el motel: «Me contó que hacía cuatro años desde que se había separado de su hermano y que por eso tenía dos sillas. No pude aguantar más, unas lágrimas brotaron de mi frío rostro y se lo dije. Le di el recado, le dije que su hermano había muerto dos días antes en un accidente de tráfico. Jordán me miró, y su tierno rostro torno en agonía. Lloró solo durante dos segundos, después su cara volvió a parecer feliz. Jordán no lo asimiló, vive atrapado en ese día». —No, últimamente me cuesta un poco —pensé que lo mejor era no agobiarlo mucho y dejar que la conversación fluyera por sí misma—. ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien? —¿Bien? Sí, por supuesto. Pues no sabría decirte bien por qué estoy aquí. Supongo que las circunstancias me han traído. Hace tiempo empecé a viajar por todo el mundo en un intento de evadirme de mis responsabilidades y hoy en día no puedo dejar de hacerlo. Me he convertido en un caminante, un ciudadano del mundo, y eso me encanta. Pude ver otra vez una silla al lado de la suya, pero esta vez estaba sentado mirando a la oscura pared. Así que me senté a su lado y simplemente le pregunté (aunque ya conocía la respuesta): —¿Por qué dos sillas, Jordán? —Hoy hace cuatro años que salí a recorrer el mundo. El día que partí me senté, tal y como estamos ahora, con mi hermano pequeño para explicarle el motivo de mi viaje, y porque no sabía cuándo nos volveríamos a ver. Me recuerdas un poco a él. Mi hermanito lo entendió rápidamente y me dijo que él habría hecho lo mismo en mi lugar y que a lo mejor algún día salía de nuestro país a buscarse la 199


Tras la quinta esencia vida. Todos los años por esta fecha subo al tejado más cercano, con dos sillas, y rememoro ese momento mágico que jamás se repetirá. Solo que esta vez, simplemente, no encontré cómo llegar al tejado. En su momento el recepcionista del motel me dijo que el hermano de Jordán murió aquel día y que no pudo soportar ese gran pesar sumiéndose en su propio mundo y negando la realidad, volviendo a rememorar el mismo día una y otra vez. Pero realmente estamos en un plano en el que nuestras conciencias pueden interactuar. Realmente… ¿quién era este hombre? Puede que estuviera en coma como yo, que la noticia de la muerte de su hermano lo hiciera retraerse a este plano y le impidiera volver a la realidad. Sin duda tenía que ayudar a ese hombre, tenía que hacerle entender la realidad, aunque no lo quisiera ver. —Háblame de tu hermano, Jordán. ¿Cómo era? —Pues es un gran chico, tendrá ya unos dieciséis años y siempre que puede intenta emular cada uno de los pasos que yo he dado en la vida. Supongo que soy como un ídolo para él. Aunque realmente en lo que más destaca es en esos pequeños detalles en los que yo fallo. Como, por ejemplo, ser responsable y labrarse un buen futuro. El chico es bueno en los deportes y muy estudioso. Supongo que le espera un gran futuro. Estoy orgulloso de él. —¿Cómo se tomó el hecho de que tú antepusieras tus viajes a estar cerca de él? —¿Qué? ¡No hice eso! Simplemente estoy en una etapa de mi vida en la que necesito descubrir. Pero todos estos años he pensado mucho en él y en toda mi familia en general. Hace apenas unos días lo llamé por teléfono para felicitarle por su cumpleaños. 200


Jorge Cáceres Hernández —¿Qué día cumple años tu hermano? —El catorce de febrero. —Pues hace unos días no pudo ser, porque estamos en abril. —¿Qué? ¡Imposible! —Dime una cosa: ¿ayer dónde estabas? —¿Ayer? Estuve en un motel pasando los días. Para coger fuerzas y continuar en mi viaje. —¿Cómo has llegado aquí? Piénsalo bien. —Pues… no sé, simplemente ahora estoy aquí. —¿Cómo? Es imposible que estés a kilómetros de distancia de un lugar y no sepas cómo has llegado. —¡No lo sé! Simplemente estoy aquí. —¿Qué me dirías si te dijera que todos los días de tu vida desde hace mucho tiempo te levantas de la cama pensando que es el mismo día? —¿De qué hablas? ¡Eso es imposible! —¿Cómo explicas entonces que te conocí hace meses y que ya me habías contado todo lo que me has dicho de tu hermano? —Lo explico diciendo que mientes. 201


Tras la quinta esencia —No tengo necesidad de eso. Hay un recuerdo que está bloqueando tu mente. Un recuerdo horroroso que te puedo contar, pero tienes que creerme. —No lo hago. Pensé durante unos segundos cómo hacerle entender que no le estaba mintiendo, y después de un tiempo hice aparecer, sin que me viese (no quería ponerlo más nervioso aún de lo que ya estaba) un pequeño espejo redondo. —Explícame entonces por qué, si solo ha pasado un día desde que estabas en el motel, tu rostro está mucho mas envejecido de lo normal —le pasé el espejo y pudo verse. Sus arrugas delataron que, aunque él no lo recordara, el tiempo sí había pasado por su piel, estropeándola en gran medida—. Llevas años atrapado dentro de tu propia mente. —Pero… ¿cómo ha podido pasarme esto? —Tu mente no pudo aceptar el hecho de que tu hermano murió hace años. —¿QUÉ? —la expresión de su cara era aplastante. Todo el dolor se reflejó en ella de repente. —¡Lo tienes que entender de una vez por todas! —¡NO! Mi hermano no está muerto. Eso es mentira. —Cuanto antes lo hagas, antes podrás ser libre y volver a la realidad. Continúa con tu vida. Sigue adelante. 202


Jorge Cáceres Hernández —¡NOOO! TODO MENTIRA… ÉL NO… —el hombre estaba de pie delante de mí gritando como un loco y llorando. —Confía en mí, es verdad. —NO, NO LO ES —Jordán me agarró por la camiseta amenazantemente, parecía estar a punto de partirme la cara. Pero de repente se paró en seco y continuó hablando en un tono mucho más reflexivo—. Espera, algo no cuadra. Mi hermano no está muerto, pero hay algo que no entiendo. Recuerdo algo, yo estaba en la azotea del motel, eso sí es cierto, rememoraba aquel día que hablé con mi hermano. Pero el recepcionista no vino a avisarme de que mi hermano había muerto, eso me lo inventé yo. Lo que pasó fue que… ¡No puede ser! —¿Qué pasa? Cuéntame. —¿Todo esto es real? ¿Esto que veo y toco? Porque ahora que lo pienso no lo parece. Desde entonces todo es como… artificial —pude ver en sus ojos cómo las piezas del puzle empezaban a encajar en su mente, así que le ayudé un poco a dar con la solución. —Esto no es la realidad, aunque sí que es real. Estamos en uno de los planos de la conciencia. Yo estoy atrapado y creo que tú también. Pienso que si aceptas que tu hermano está muerto podrás volver a la realidad. —Eso podría explicar algo las cosas, pero no puede haber más realidad para mí. —¿De qué hablas? —No puedo explicar cómo, pero ahora lo entiendo todo. Aquel día lo que pasó es que estando yo en aquel tejado este se vino abajo 203


Tras la quinta esencia y quedé sepultado por los escombros. Ese día no fue mi hermano el que murió, sino yo —me quedé completamente blanco al oír aquello. ¿Podía ser aquello verdad? ¿Estaba hablando con un muerto?—. Gracias por abrirme los ojos. Ahora siento como si algo en el interior de mis entrañas me arrastrara a otro lugar. Sé que no es hacia la realidad, no es como cuando despiertas, sino como cuando te empiezas a quedar dormido. No sé a dónde iré ahora, si encontraré reposo o consuelo alguno, pero te agradezco que me liberaras de esa sensación tan extraña. Creo que en cierto modo me encontraba en una especie de limbo mental. —No tengo palabras. Esto me supera. De repente, del cuerpo de Jordán empezaron a aparecer destellos de color verde y azul en todas direcciones. La celda entera se iluminó. Luego el chico empezó a crecer de tamaño de forma descomunal. Crecía y crecía, hasta quedar yo atrapado entre su cuerpo y la pared de la habitación. Segundos más tarde el cuerpo del muchacho hizo implosión, generando un enorme estruendo y revolviéndome alrededor del lugar, como si fuera un muñeco de trapo. Cuando todo cesó, Jordán ya no estaba y en su lugar solo había la nada más absoluta. Fue todo tan rápido como impresionante. No sé si Jordán estaba muerto o de alguna manera vivo, si era su alma la que estaba viva o si seguía estándolo después de esa implosión. No sabía si había viajado a algún otro lugar o si volvería a verlo algún día. Lo único que sabía es que lo había salvado de su prisión mental y ahora era libre. —¡Gracias, jamás podré agradecerte lo que has hecho por mí! Fue entonces cuando supe que todo había salido bien y que el alma de Jordán pudo descansar al fin en la inmensidad de la subconciencia.

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CAPÍTULO 12 MIEDO

«¡Estaba tan cerca! No sé por qué no pude moverme. Quería aplastar su sucia cabeza con toda mi alma, pero no pude hacer nada. Solo tenía que cerrar las manos, unos cuantos centímetros y se acabaría esa persecución ilógica que Óscar tenía hacia mí. Ahora estoy preso, y a su merced. Todo lo que temí se está cumpliendo. ¡Eso es! La niña me lo dijo bastante claro: si deseas algo se cumplirá, si temes algo… también. Tengo miedo de Óscar. Tengo miedo de fallar; tengo miedo de que mi voluntad no se haga realidad; tengo miedo de que Helena y yo nos quedemos aquí encerrados para siempre; tengo miedo de haber perdido para siempre la amistad de Omar, siendo él el único amigo que me quedaba; tengo miedo a la soledad y el olvido. Pero si dejo que el miedo domine mi vida… todo se torcerá y jamás podré volver a ser libre. Tengo que admitir mis miedos pero sin dejar que me controlen, debo acabar con esto de una vez por todas. No puedo hacer esto yo solo, necesito ayuda. Tengo que avisar a Helena y a Yaiza, pero… ¿cómo?». Estuve un tiempo tirado en el piso buscando en mi mente la manera de salir de esta celda para luego poder intentar avisar a Helena. 205


Tras la quinta esencia Miré a un lado. Pude ver el rincón vacío que antes ocupaba Jordán y una idea surgió de repente. Me senté con las piernas cruzadas, cerré los ojos y empecé a visualizar el aspecto de Jordán. Poco a poco fui convirtiéndome en él, rasta a rasta y arruga a arruga. Después de unos instantes el que estaba allí sentado era una copia idéntica de él. Segundos después volví a ser yo mismo. Podía hacerlo, podía cambiar mi aspecto a mi antojo. Esperé a que el guardia estuviera cerca de mi celda y luego grité con fuerza: —¡Guardia, guardia! —¿Qué pasa? —gritó desde la esquina. Apenas podía verlo, pero escuchaba sus fuertes pasos. Sin duda debía de ser un hombre grande y fuerte. —El hombre que estaba aquí en la celda conmigo se ha esfumado. Por lo visto ha estado cavando un túnel durante mucho tiempo. ¡Venga, rápido! —el soldado, asustado por la posible reprimenda por haber dejado escapar a un recluso, echó a correr hacia mi celda, parándose en seco justo delante de la puerta. —Espera un momento… —dijo—. ¿Cómo que un túnel? —¡Demasiado tarde…! —dije, justo a la vez que mi mano atravesaba la puerta de la celda para agarrar al soldado por la chaqueta. Tiré de él con fuerza e ipso facto el hombre estaba en la celda junto a mí. Agarró su arma atónito por lo que acababa de pasar. Pero lo siguiente pasó mucho más rápido. El soldado se quedó desnudo, pasando toda su ropa y sus armas a estar en mi cuerpo. Pero lo que más le impresionó fue ver cómo mi propio rostro se convertía en el suyo al instante. Luego lo solté y cayó con fuerza al piso. Su rostro no lograba articular ninguna expresión. 206


Jorge Cáceres Hernández Salí de la celda del mismo modo que el soldado entró, me giré y en donde antes había una puerta ahora no había más que pared. Puede que alguien se extrañara de que los números de las puertas saltaran del 301 al 305, pero ese ya no era mi problema. Avancé por el edificio sin grandes inconvenientes. La gente me saludaba amablemente y yo simplemente ladeaba un poco la cabeza, sonreía y continuaba hacia la salida. —¡Hola, Luis! —dijo uno de los soldados al acercárseme—. ¿Has pensado lo que te dije antes? —mi cara de pánico debió de notarse desde muy lejos. Pensé durante unos segundos, luego tosí simulando que me dolía la garganta y el soldado continuó hablando—: Sé valiente, hombre… Ya sabes que el lago ese está muy cerca y hace mucho tiempo que no pescamos. Además, creo que tú te llevas bastante bien con el jefe, ¿verdad? Si quieres te acompaño y juntos le pedimos ese día libre. Me di cuenta entonces de que no tenía ni idea de qué voz tenía el soldado que estaba imitando, así que puse lo que me pareció ser la voz de un hombre grande y fuerte: —¿Pedírselo al jefe ahora? ¡Vale! Vamos a buscarlo a su tienda. —¡Ese es mi Luis! Sabía que no me fallarías. Ya verás, pescaremos las piezas más grandes jamás vistas. Juntos salimos del edificio y nos dirigimos hacia la tienda de Óscar. Por suerte el soldado hablaba mucho y eso implicaba que yo no tenía que hacerlo. Parecía un soldado de verdad, paseando tranquilamente por la base con un compañero. ¡Pan comido! Cuando entramos en la tienda de Óscar pude ver encima de su mesa el maletín negro en el que guardaba las tres esencias. 207


Tras la quinta esencia —No está, volvamos más tarde —dijo el soldado. —Espérame fuera, ¿quieres? Me gustaría aprovechar para recuperar algo que me pertenece. —Pero, Luis… si nos ven aquí… —Haz lo que te he dicho —repliqué. El soldado me miró extrañado y luego salió de la tienda. Me acerqué entonces al maletín, lo abrí, cogí la esencia de Helena, me la acerqué a la boca y susurré— : Helena… Helena, necesito ayuda. Avisa a Yaiza, no tengo demasiado tiempo. Volví a dejar la esencia de Helena en su lugar. Miré la esencia quebrada de Omar unos segundos y luego mi vista se detuvo en la que estaba más a la izquierda. La cogí con cuidado y miré en su interior. Pude ver a una mujer en un fondo oscuro. Pude reconocer que la mujer era la misma que estaba en el cuadro del museo de arte contemporáneo. Las imágenes mostraban la evolución de su embarazo. Poco a poco su barriga fue creciendo junto con su sonrisa. La última imagen era un primer plano de su rostro. Parecía estar muy deprimida, sin duda una tragedia acompañaba a esta última escena. Seguí mirándola un poco más y fue entonces cuando entre las brumas pude reconocerla. No estaba seguro, estaba muchísimo más joven, pero podía ser. La dueña de esta esencia, que sin duda era la que ayudé a robar del museo, era de una persona muy importante para mí. La esencia era la de mi madre. Por ese motivo Óscar me había llevado a mí al atraco, por eso me pidió consejo de dónde podía estar, porque esa esencia está anclada a la mía de algún modo. ¿Quién mejor que yo para encontrar el alma de mi madre? Pero lo que Óscar busca es mi alma… ¿para qué necesita la de mis seres queridos? Ha destruido la de mi amigo, ha querido intercambiar la mía por la de Helena, pero… ¿y la de mi madre? 208


Jorge Cáceres Hernández —¡Suelta eso! —la oscura voz de Óscar sonó a mis espaldas. Tardé un instante en reaccionar, pero acto seguido intenté embestirlo con toda mi furia. A mitad de camino Óscar, con un simple movimiento de muñeca, me desvió completamente e hizo que acabara estampado contra unas cajas apiladas que había a un lado. Luego hizo una señal para que alguien pasara al interior de la tienda. Esa persona era el soldado que había atrapado en medio de la nada. —La próxima vez que intentes pasar desapercibido, no intentes jugársela a una de mis creaciones —dijo mientras recogía del piso la esencia que había salido disparada de entre mis manos para acabar varios metros más allá. —¿Creaciones? ¿Eres un creador? —¿Creador? Bueno, tengo bastante poder, si es a lo que te refieres. —Pero… ¿eres una persona viva que está soñando en algún lugar del mundo? ¿Por qué me haces esto a mí? Ni siquiera te conozco. Lo único que quiero es volver a la realidad y acabar con esto. —Pero es que es eso exactamente lo que yo no quiero que hagas. —¿El qué? —Despertar. —¿Por qué? —Mis motivos son eso mismo, míos. Creo que fui lo bastante claro contigo. Dame tu alma y yo te daré la de Helena —un silbido 209


Tras la quinta esencia muy agudo, como el de un cuerpo cayendo a toda velocidad, precedió al enorme estruendo. Por todos lados se empezó a escuchar los gritos de dolor y confusión. —¿Qué es eso? —preguntó el soldado Luis en un tono bastante cobarde. —¿Eso? Que han llegado los refuerzos… —contesté adoptando una expresión de superioridad.

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LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 8 LOS

RONDADORES

DE

LA NOCHE

E

n una esquina de una habitación pobremente iluminada apenas por algunas velas podían distinguirse dos figuras: una era grande, un monstruo alado, y la otra era una pequeña niña vestida con una capucha de cuero canela y ropajes de invierno. Yaiza preparaba un bolso con provisiones y algo de ropa que creaba justo antes de guardarlo todo. Gárgaras parecía preocupado e intentaba entender por qué la niña partía en un momento tan inoportuno. —¡Tú misma has dicho que debemos estar preparados para la batalla, que dentro de poco tendremos que defender al chico de un mal que no conocemos! —¡Exacto! —Yaiza ni siquiera miraba a su amigo. Estaba absorta en la preparación de su equipaje. —Pero, si es tan importante esa batalla… ¿por qué te vas ahora? ¿Qué podemos hacer nosotros sin ti? 211


Tras la quinta esencia —Por eso mismo tengo que irme, porque esta batalla es muy importante. Entiéndelo, Gárgaras, no podemos hacer esto nosotros solos. Te encargarás del entrenamiento del muchacho durante los días que yo esté fuera. —¿Estarás fuera durante días? ¿A dónde vas? —Estaré el tiempo que sea necesario hasta que encuentre la ayuda que necesitamos. —¿A dónde vas, Yaiza? ¿No irás a…? —Voy en busca del jefe de los rondadores. Ellos nos ayudarán. —¡¿QUÉ ESTÁS DICIENDO?! ¿Los rondadores ayudarnos? Durante años han asediado nuestras murallas y han matado a multitud de nosotros. Los odio, a todos ellos. No los puedo perdonar, y menos después de aquel día. Euclide no tenía por qué morir. ¡Sucios rondadores! Son unos… —¡BASTA! Gárgaras, durante años los rondadores me han atemorizado. Se alimentaron de eso para volverse poderosos. Soy yo la única responsable de la muerte de tu mujer y no ellos. —Fue ese sucio bastardo de Eroclo el que pulverizó su cráneo mientras me mantenían atrapado como a una bestia. Además, ¿qué te hace pensar que esos asesinos van a prestarte su ayuda? En cuanto te vean aparecer te atemorizarán de tal forma que no podrás mover ni un músculo de tu cuerpo, y será entonces cuando Eroclo traerá sus tropas y tendrá su venganza al matarme. —Durante todo este tiempo no ha podido ponerte ni una zarpa encima. ¿Qué te hace pensar que ahora las cosas serán diferentes? 212


Jorge Cáceres Hernández —Eroclo es tu mayor miedo, representa tus temores infantiles más profundos. Se alimenta de tu temor, y si consigue acercarse a ti e infundirte pavor le darás el poder que necesita para acabar con todos nosotros. —Gárgaras, entiendo tu temor, pero necesito su ayuda. No puedo fracasar. Si lo hago, todo por lo que estoy luchando se vendrá abajo. No sé cuánto tiempo me costará conseguirlo, pero ten por seguro que acabaré con este problema de una vez por todas. —Yaiza, espero que sepas lo que estás haciendo. En lo que a mí respecta, si cuando despiertes ese villano sigue por mis dominios… haré justicia. —Te deseo suerte —concluyó finalmente la niña. —Igualmente. Yaiza se colgó el bolso del hombro, agarró un palo, que apareció de la nada, para que el viaje fuera menos duro y empezó a bajar por las escaleras en forma de espiral. Mientras bajaba pudo ver a los jóvenes enamorados volando por los alrededores del castillo. Parecían estar completamente ajenos al peligro que se les avecinaba, pero la niña supuso que eso era cosa del amor, lo cual para ella era una asignatura que aún no le tocaba cursar. La niña dio un pequeño rodeo por los establos antes de salir. Su viejo amigo el oso estaba allí comiéndose un cubo entero de salmones al lado de un antiguo amigo suyo, un viejo caballo de guerra que ya solo se dedicaba a pastar por el reino. La niña caminó apresuradamente hacia él y le dio un fuerte abrazo. «Amigo mío, tengo que despedirme de ti. No sé cuándo volveré, espero que lo más pronto posible —el oso hizo un amago de emprender la marcha con ella, pero la niña lo agarró delicadamente del cuello y continuó ha213


Tras la quinta esencia blando—. Esta misión tengo que hacerla yo sola. Pero te prometo que cuando vuelva tendremos toda esa acción que a nosotros nos gusta». El oso se sentó delante de ella y le dio un cariñoso y cálido abrazo. Yaiza salió del castillo y se dirigió rumbo sureste bajo el amparo de las estrellas. Caminó y caminó, cubierta por su capucha marrón oscura. Pasaron horas hasta que por fin pudo ver la enorme barrera de piedra volcánica que protegía el perverso mundo de los rondadores. En el centro había una pequeña brecha. Yaiza recordaba bien que esa era la puerta al otro lado, la tuvo que atravesar en una ocasión, cuando salvó a Gárgaras de las manos de Eroclo, aunque no pudo hacer lo mismo con la pobre Euclide. Su cuerpo quedó tan destrozado que nada se pudo hacer por recomponerla. Gárgaras jamás superó aquel duro golpe. De repente, una flecha pasó silbándole al lado de su oreja derecha. Los rondadores ya sabían que ella estaba allí. Tenía que darse prisa o si no en cuestión de minutos tendría a todo un ejército enfrente de ella intentando pararle los pies. Yaiza empezó a correr. Una nube de flechas cruzó el aire en dirección a su pecho. La niña corrió y corrió. Ante ella, desde la profundidad de la tierra, surgieron unas enormes figuras. Eran miles de poderosos golems de piedra alzando sus puños amenazantemente antes de intentar sin éxito alguno acertar en la cabeza de esa niña, que se había convertido en un torbellino de color marrón. La niña corrió, saltó y esquivó. La gran cantidad de seres espeluznantes que empezaban a asomarse desde las entrañas de la tierra era apabullante. Los rondadores empezaron a asustarse por la rapidez con la que se acercaba la niña hacia la puerta, e hicieron llamar al grocot. Uno de los rondadores sopló por un enorme cuerno de invocación. Segundos después un gigantesco ser emergió de una esfera morada que apareció en mitad de la nada. El ser alargó un brazo, 214


Jorge Cáceres Hernández con el que se agarró a la montaña para coger impulso y poder salir de su prisión esférica. El grocot era un ser escalofriante, su tamaño era descomunal, solo comparable con su horrible aspecto. La cabeza se parecía a la de una libélula, tenía grandes alas de insecto, dos brazos, dos piernas, un torso humano en definitiva, pero con un pequeño detalle de diferencia: todo el cuerpo estaba recubierto de tentáculos. Bastaba que uno de esos tentáculos te tocara para que quedaras pegado a él para siempre. Así les debió pasar a los propietarios de los cadáveres que aún permanecían pegados a su cuerpo. Había esqueletos de todo tipo de seres menos, claro está, de otro grocot. Los huesos putrefactos le daban un toque aún más siniestro a ese gigantesco monstruo. El grocot agarró los dos extremos de la apertura, la cual empezó a cerrarse, primero muy lento y luego más deprisa. La niña se apresuró y dando un salto de veinte metros consiguió entrar dentro de lo que quedaba de apertura justo en el último instante. Un golpe seco le dejó claro que la brecha estaba cerrada y el único camino posible ahora era continuar por el cavernoso sendero hacia los dominios de los rondadores. Cuando la niña consiguió entrar justo antes de que el grocot cerrara la puerta, algunos rondadores se miraron en silencio. Acababan de dejar entrar al enemigo en su territorio y además habían sellado la entrada, por lo cual no podían dar la voz de alarma. Un ser tan pequeño y a la vez tan poderoso no podía ser otro que la pequeña niña Yaiza. Si era así… el jefe se iba a enfadar muchísimo. Una opción de salvar el pellejo era dejarlo todo al momento y huir del lugar. Aunque el señor era vengativo como él solo y seguro que acabaría dando con ellos tarde o temprano. Otra opción era estarse muy calladitos y esperar a que el grocot abriera de nuevo la brecha. Tardaría horas y a lo mejor sería demasiado tarde para su pueblo. Algunos hicieron una cosa y los otros la otra. Pero nada podían hacer ya para evitar que la niña entrara en el reino. 215


Tras la quinta esencia El sendero serpenteaba agónicamente bajo sus pies, la oscuridad era absoluta y la brisa que soplaba en contra portaba sonidos estremecedores. Yaiza alzó su vara lo más alto que pudo. En la punta apareció un pequeño gusano. Después de unos segundos este se convirtió en una crisálida para poco después brotar una hermosa luciérnaga. La luciérnaga revoloteó alrededor de la niña con el afán de iluminar su camino. Pero tan pobre era su luz que al instante unos cien gusanos salieron de la punta de la vara para instantes después convertirse en más luciérnagas. Las luces voladoras envolvieron a la niña y avanzaron junto a ella por el interior de la grieta de la barrera de la montaña. Caminó unos cuantos minutos más, con paso cuidadoso, hasta que por fin consiguió ver una pequeña luz al final de la brecha. Era la señal inequívoca de que estaba a punto de entrar en el reino de los rondadores. «¡Debo de estar loca! Estoy entrando en el peor lugar de este plano para pedirle ayuda al peor hombre que conozco. Ni siquiera sé si podré convencerlos. ¿Mis peores enemigos luchando bajo mi mando? ¡Absurdo! Pero siento que no tengo otra alternativa. Espero que algún día puedas perdonarme, amigo mío». Cuando la niña dejó atrás por fin el estrecho sendero pudo ver una imagen espeluznante. Sumergida en la más profunda oscuridad yacía ante ella la temible ciudad de Grotta-Nera, un lugar odioso y repulsivo en donde el fuerte devora al débil sin compasión alguna. Las casas de los rondadores estaban bajo tierra. Aunque la tímida luz crepuscular apenas conseguía traspasar su tupida atmósfera de miedo y opresión, los habitantes preferían excavar unas casas cavernosas en la fría tierra. Unas murallas vigiladas circundaban el perímetro de la ciudad y a lo lejos el imperioso castillo de Eroclo, esa sucia sabandija. 216


Jorge Cáceres Hernández Yaiza avanzó con paso firme hasta plantarse delante de las puertas de la ciudad. —¿Quién anda ahí? —tronó una voz de ultratumba. Aunque los ojos rojos que se le clavaban estaban lejos, encima de la muralla, la voz parecía sonar al lado mismo de su cuello. —¡Estoy buscando a Eroclo! —gritó la niña. —¿A Eroclo? ¿Quién eres tú para hablar con nuestro señor? Creo que en vez de eso voy a despedazarte y engullirte ahora mismo — la sombra descendió rápidamente de la muralla y apareció frente a la niña en un abrir y cerrar de ojos. El ser carecía de una forma definida, en ocasiones parecía algo muy grande y otras veces algo muy pequeño, pero en lo único que no cambiaba era en su aspecto aterrador. Sus dientes y garras eran enormes y a menudo y sin motivo alguno solían chorrear litros de sangre de un color rojo intenso. Antes de que el rondador llegara a ella, Yaiza dio un paso atrás, alzó su vara y atrapó al ser en una luminosa bola brillante. El ser se quedó estupefacto por el poder de la niña y en un tono mucho más agudo y casi inaudible, volvió a hablar: —¿Quién demonios eres tú? —Soy Yaiza y… —¡La niña! —Efectivamente. Ahora escúchame atentamente, me dirás en dónde está tu amo o si no te pulverizaré ahora mismo. 217


Tras la quinta esencia —No puedes hacerlo, mi amo… —Tu amo no es nadie en comparación conmigo. Recuerda que yo lo he creado. —Pero no puedes hacer lo que te plazca. No con él, jamás has podido controlarlo. No es como esa estúpida gárgola tuya. —¿Me estás poniendo a prueba, rondador? —la niña bajó la bola para poder mirar bien al ser a los ojos y esperó su respuesta. —Está bien, te llevaré ante mi amo. Pero luego me dejarás ir. —No tengo ningún interés en que te quedes conmigo. Agárrame como si fuera tu prisionera, para no levantar sospechas, y pongámonos en marcha. Anduvieron durante tres largas horas a través de la ciudad hasta que llegaron al castillo. No fue difícil pasear por la ciudad haciéndose pasar por una presa, pero en el castillo no había calabozos así que los guardias enseguida se les echaron encima para saber el motivo de esa anomalía en los procedimientos. —¿Qué demonios pasa aquí? ¿Quién es esta humana? —Verás, señor, la he encontrado merodeando por la muralla. Es una prisionera y… —¿Eres estúpido? Si es una prisionera llévala a los calabozos dentro de las cuevas. —¡Esto es tedioso! —susurró la niña después de suspirar levemente—. ¡Se acabó! —dijo de repente. 218


Jorge Cáceres Hernández Avanzó rápidamente hacia dos de los guardias (los que estaban enfrente de ella), los agarró del cuello y luego preguntó: —Eroclo ¿dónde está? —¿De qué estás hablando? ¡Guardias! Cientos de rondadores aparecieron de ninguna parte y volaron a toda velocidad hacia la niña. Yaiza apretó su mano izquierda con todas sus fuerzas quebrando el cuello de uno de los rondadores. Este cayó al piso y se desvaneció en una nube de humo negro. El segundo de los rondadores palideció al instante. —¿Dónde? —repitió la niña. No tenía mucho tiempo, los rondadores estaba al caer. —En sus aposentos; están en la torre Oeste. Ahora déjame libre, ya te he ayudado. —No eres más que un traidor. Has regalado a tu rey por miedo, no mereces compasión —dijo justo antes de apretar también su mano derecha. El rondador de la muralla había huido aprovechando la confusión. La defensa del castillo cayó entonces sobre ella. Cientos de rondadores la rodearon a toda velocidad, lanzando poderosos ataques con sus garras y colmillos afilados. La niña se vio sumida en una nube negra de miedo y dolor. Aunque no le gustaba reconocerlo, esos seres tan repugnantes le infundían un gran temor. Yaiza cayó de rodillas apabullada y dolorida. Los cortes que le hacían en su cuerpo a cada pasada la bloqueaban aún más. Pero su misión era demasiado importante como para dejarse atormentar de 219


Tras la quinta esencia ese modo. Poco a poco fue incorporándose, pese a los incesantes ataques de la marabunta defensiva. La niña cerró los ojos para intentar tragarse el miedo y el dolor y luego profirió un grito ensordecedor a la vez que estiró sus pies y sus brazos completamente. Los rondadores salieron despedidos a toda velocidad aturdidos, pero no tardaron en recuperar la compostura y volver a atacar a la niña. Esta aprovechó los segundos de confusión para correr hacia el interior del castillo. Sumida en el fervor de la batalla, la niña era imparable. Se dirigió hacia la torre Oeste para después subirla y llegar a los aposentos de Eroclo. Abrió las puertas de par en par y quedó entonces paralizada. —¿Tú? —la niña miró a la cara pintada del arlequín de rostro triste que yacía frente a ella. —Yaiza, ¿eres tú? ¿Por qué me has hecho esto? ¡Te odio! —acto seguido el arlequín simplemente desapareció en las sombras. —¡No, espera! Puedo explicarlo yo… —No puedes —una voz grave, curtida y áspera apareció entonces detrás de ella. —¡Eroclo! Eroclo era lo más parecido a un hombre que había por aquel lugar, como un anciano cualquiera si no fuera por una serie de tentáculos que cubrían su rostro. Estos se retiraban hacia atrás dando la sensación de tupida cabellera cuando Eroclo hablaba. Era bastante desagradable a la vista. —¿Cómo vas a explicar tu mayor temor si jamás te has molestado en entendernos? —dijo Eroclo. 220


Jorge Cáceres Hernández —Pero él era mi amigo. Recuerdo que siempre lo llevaba conmigo hasta que… —Aquel día… Arlequín, siendo el símbolo de tu infancia, pasó a convertirse en el reflejo de tu mayor miedo. —¡Yo no tengo miedo a nada! —gritó Yaiza—. Soy la más valiente de estos planos, y lo sabes. —Es cierto que en ocasiones he pensado que eres indomable — el zigzagueo de sus tentáculos era repulsivo—. Pero ¿qué pasa en la realidad? ¿Qué pasa cuando las personas que quieres mueren inevitablemente? Al igual que lo hicieron tus padres. —¡No hables de mis padres! ¡No te lo permito! —Yaiza se había convertido en un manojo de nervios—. No ha sido buena idea venir aquí… —Dejaste a Arlequín de lado aquel día, al igual que abandonaste tu infancia. Ese estúpido payaso representa tu mayor miedo, perder a tus seres queridos. Antes éramos felices, pero cuando Arlequín llegó a estas tierras, movido por el miedo, el desprecio y el odio, todo cambió. Nos envenenó poco a poco hasta que nos convertimos en lo que ahora ves. Nunca has querido entendernos y eso nos ha hecho fuertes de alguna manera. Puede que ahora incluso temas tener miedo, porque sabes que el miedo es nuestro combustible. Sea como fuere, todos en este plano hemos caído en una espiral de odio de la que no saldremos hasta que me entregues a ese Gárgaras vivito y coleando para que yo pueda matarlo con mis propias manos. —Gárgaras no tiene la culpa de lo que hiciste, Eroclo. 221


Tras la quinta esencia —Él tiene la misma culpa que tú. Durante años ese arlequín me envenenó la mente. Acabé temiendo sobre todas las cosas perder a mi único ser querido. Gárgaras me la arrebató. —Tú mataste a tu propia hija, no Gárgaras. —Ella me traicionó. Huyó con él aun sabiendo que la traición se paga con la muerte. —Enamorarse no es una traición, Eroclo. —Sí lo es, si eres mi hija y me abandonas para irte con una gárgola —el ser ardía en cólera—. ¿A qué se supone que has venido si se puede saber? ¿Has revolucionado a mis guardias solo para remover el pasado? —Lo cierto es que vengo a pedir tus servicios. —¿Mis servicios? ¡Ja, ja, ja, ja! ¿Qué te hace pensar que yo…? —¡Escúchame! Una gran batalla se avecina y no puedo luchar solo con mi parte consciente. Necesito que mi subconsciente esté de mi lado, que luchéis por mí, al fin y al cabo somos parte del mismo ser y… —Somos tus miedos, Yaiza… ¿Cómo crees que podríamos ayudarte? —Lo que necesito es eso mismo, que mis miedos estén de mi lado, que luchen junto a mí. Así en los momentos más críticos, cuando crea que todo fracasará, que mi voluntad no será la suficiente, el miedo a las repercusiones de la derrota podrá alzarse con más fuerza que nunca y protegerme. Eroclo, esta batalla puede salvar una vida humana, te necesito. 222


Jorge Cáceres Hernández —Es admirable tu determinación, pero aquí no hacemos las cosas gratis… y ya sabes bastante bien cuál es mi precio. —Temía que me pidieras eso. Está bien, cuando todo esto acabe, si me ayudas… te entregaré a mi posesión más preciada, el mayor fruto de mi voluntad, mi amigo… Te daré a Gárgaras para que hagas con él lo que creas necesario. —Trato hecho. Si en la lucha tienes miedo y nosotros nos volvemos poderosos acudiremos a protegerte. Llamaré a algunos rondadores para que te acompañen hasta la frontera. No temas, cumpliremos nuestra palabra. «Esto que he hecho hoy ha sido lo más difícil que he hecho en toda mi vida. Con el fin de salvar una vida inocente he condenado a mi mejor amigo a una muerte segura. Gárgaras, espero que algún día puedas perdonarme». Cuando Yaiza salió de la barrera de piedra volcánica ya había acabado el crepúsculo y el sol comenzaba a alzarse más allá del horizonte. Los rondadores no le dieron más problemas, ninguno parecía querer que se quedara por la zona, así que simplemente miraban a otro lado mientras pasaba junto a su escolta. Anduvo pensativa un buen tiempo, no tenía prisa por llegar al castillo. Lo cierto es que ella esperaba tardar días en convencer a Eroclo, y todo había sido tan rápido que creyó que se merecía un poco de paz. Al llegar al castillo avisaría al muchacho y continuarían con su entrenamiento.

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CAPÍTULO 9 EL

RESCATE

Y

EL

SECUESTRO

—Helena… Helena, necesito ayuda. Avisa a Yaiza, no tengo demasiado tiempo. Helena despertó entonces de golpe. Dudó unos segundos de si lo que había escuchado era real o parte de sus sueños, luego se levantó de un salto y se dirigió al balcón. —¡Gárgaras…! —dijo. Pero no obtuvo respuesta, la enorme gárgola yacía frente a ella completamente petrificado—. ¡Maldición! — exclamó—. He de encontrar a alguien que me ayude en este castillo. La muchacha salió de la habitación y bajó las escaleras de caracol a una velocidad descontrolada. Tanto fue así que acabó tropezando. Dio innumerables volteretas hacia abajo, hasta que por fin pudo parar. Inmóvil y dolorida por los fuertes impactos, Helena se tomó su tiempo antes de mover ni un solo músculo. Cuando lo hizo levantó levemente la cabeza y pudo ver entonces el guante metálico de una armadura medieval tendido en señal de servidumbre.

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Tras la quinta esencia —¿Necesitáis ayuda, milady? —¡Sí! ¡Gracias! —dijo mientras la armadura, completamente vacía, le ayudaba a incorporarse—. Estoy buscando a Yaiza, la necesito urgentemente. —Ha salido, podéis esperarla en sus… —¡No! ¡No lo entiendes…! Es muy urgente, tengo que encontrarla de inmediato. —Bueno, si fuera necesario… su montura está en los establos. Podría acompañaros hasta Oso y él os llevaría hasta ella. —¿A qué esperamos entonces? —dijo Helena—. Démonos prisa. —Si me permitís… creo que iríamos más rápido si me dejarais llevaros a cuestas. —Lo que sea, pero vamos ya. La armadura agarró a Helena como si fuera un saco de batatas y bajaron a toda velocidad hacia los establos. Una vez allí, Helena se acercó al oso para hablar con él. —¡Oso…! —dijo—, necesito tu ayuda. Tengo que encontrar ahora mismo a Yaiza, es un asunto muy importante. Oso se acercó a Helena ofreciéndole su lomo para que ella subiera, y sin más dilación se puso en marcha. El oso no sabía realmente en dónde estaba la niña, pero lo que sí sabía era en qué dirección se había ido. Galopó en esa dirección lo más rápido que 226


Jorge Cáceres Hernández pudo, tan rápido que Helena tuvo que agarrarse a las orejas de Oso para evitar caerse. No pasaron ni dos minutos cuando vieron la silueta de Yaiza a lo lejos. —Yaiza, necesitamos tu ayuda —dijo Helena al llegar junto a la niña. —¿Qué ha sucedido? —preguntó Yaiza, en un tono de preocupación. —Lo cierto es que no sé si fue real o solo un sueño… pero me desperté al escuchar cómo mi novio me pedía ayuda. Seguramente no sea nada pero… —¿Qué? ¿Dónde está tu novio ahora mismo? —No te enfades, él solo pretendía… —¿Dónde? —Fue a buscar a Omar y Óscar para vérselas con ellos —al escuchar aquello la expresión amable y bonachona que solía tener la cara de Yaiza se desvaneció de súbito para tornar en una expresión de dureza. —Le dije claramente que aún no estaba preparado. No me hizo caso y ahora pide ayuda —la niña estaba colérica—. Vuelve al castillo y yo iré al cráter a buscarle —Helena asintió con la cabeza y junto con el oso dio media vuelta en dirección al castillo—. ¡Helena…! —continuó la niña—. Gracias por avisarme, intentaré traerlo de vuelta lo más rápido posible. 227


Tras la quinta esencia Yaiza flexionó sus piernas para coger impulso y luego dio un poderoso salto. Subió y subió, con una velocidad increíble. El viento silbaba fuertemente en sus oídos. Tardó unos segundos desde que despegó sus pies del piso hasta que pudo ver el cráter desde el cual supuestamente había mandado una señal de socorro el novio de Helena. Un silbido agudo precedió el enorme estruendo. La niña cayó como una bala de cañón dentro del cráter. El suelo a su alrededor se inclinó ante su presencia, creando una onda expansiva que derribó a los soldados cercanos. Yaiza sujetaba con una mano su vara mientras con la otra tocaba el piso para ayudar a frenar a su cuerpo desbocado. No sería la primera vez que apura demasiado la frenada creando un agujero lo suficientemente profundo como para llenarlo de agua y subsistir tres meses a base de ella. Milésimas de segundo después de que la niña entrara en contacto, desde la tierra que pisó aparecieron una docena de rondadores dispuestos a dar la vida por la niña. Por lo general a los rondadores no les gustaba pelear a plena luz del día pero tenían un trato con Yaiza, la cual no se esperaba que ellos aparecieran. Los rondadores formaban parte del subconsciente atormentado de Yaiza y ella en lo que estaba pensando en ese momento era en deshacerse de los soldados para conseguir llegar hasta el chico. Los rondadores avanzaron junto a la niña en una nube de garras y colmillos que desgarraban, apuñalaban y desollaban todo a su paso. Lo soldados no daban crédito a lo que estaba pasando, les pilló completamente de improviso, pero pronto agarraron sus armas y empezaron a disparar a la nube sanguinaria que se movía velozmente por todo el cráter. 228


Jorge Cáceres Hernández Antes de que la primera de las balas lograra siquiera acercarse, la niña creó un escudo a su alrededor que convertía en polvo todo lo que lo atravesaba. Era fácil manejar la munición ligera, pero los lanzacohetes eran otra cosa, al explotar creaban un onda expansiva bastante molesta, si la pillaban desprevenida incluso podían hacer que perdiera un poco el equilibrio. Por suerte, los soldados no usarían armamento pesado estando ella tan cerca de sus aliados, dentro del cráter. La niña recorrió todas y cada una de las tiendas hasta que dio con la de Óscar, que era en donde estaba el novio de Helena. Lo siguiente que pasó fue todo a cámara ultralenta: Yaiza atravesó la lona y pudo ver entonces cómo el chico, envalentonado, corría hacia una mesa en donde pudo ver dos esencias sanas y una quebrada y oscurecida. Óscar se dio cuenta de lo que pretendía el chico, así que también intentó cogerlas antes de que fuera demasiado tarde. El subconsciente de la niña actuó y mientras corría también hacia el mismo lugar tres rondadores se adelantaron. El primero agarró una de las esencias, pero antes de poder siquiera girarse Óscar ya lo había convertido en polvo bajo sus pies. El segundo llegó justo después del primer rondador, sin saber que la suerte que le esperaba iba a ser la misma. Las dos esencias volaron por el aire, desviando la atención de todos. Por desgracia cayeron cerca de Óscar, el cual las recogió sin darse cuenta de que el tiempo que perdió en agarrarlas fue suficiente para que el tercero de los rondadores consiguiera entregarle al muchacho una de las esencias. Óscar dudó de si enfrentarse al chico y a la niña o huir para poner a salvo las esencias. Todas las dudas se le esclarecieron cuando vio que la esencia que había recibido era la quebrada. No iba a jugarse la vida por la esencia rota del vasallo que no supo complacerle. Simplemente se dio la vuelta y desapareció. 229


Tras la quinta esencia Los dos soldados continuaban de pie en la entrada sin saber bien qué había pasado en ese remolino de colores. El rondador los miró fijamente y agitó sus garras. —¡Alto, bestia! —dijo el novio de Helena. —Son el enemigo —dijo Yaiza. —¡Deben morir! —dijo la tenebrosa voz del rondador. —Es cierto que son el enemigo, pero no tienen por qué morir. Aquí el problema es Óscar, no ellos. —Pero la próxima vez que te vean puedes ser tú el que muera por su culpa, están programados para eso —dijo el rondador. —Lo único que quieren estos hombres es poder ir a pescar un rato al lago. Todas las creaciones de Óscar son soldados, estoy seguro de que eso es fruto del resentimiento y el dolor. Las únicas víctimas aquí son ellos por estar condenados a esta vida que para nada es la que sueñan con vivir. —No son reales, son sueños —replicó Yaiza. —Si no son reales… ¿cómo es que pueden causarme la muerte? Sí que son reales, son la huella del pensamiento de Óscar. Liberemos a estas personas del sufrimiento de su amo, no las matemos, no hay motivo alguno. —¿Cuál es tu plan entonces? —preguntó la niña. —¿Qué tienes pensado? —contestó el chico. 230


Jorge Cáceres Hernández —Acabar con ese bastardo de una vez por todas para concentrarnos en lo importante: conseguir que salgas a la superficie —respondió ella. —Entonces hagámoslo. Lo atraeremos a nuestro terreno, en donde todo esté preparado y estemos cómodos. Dejemos que llegue hasta las puertas del castillo y en cuanto sus fuerzas mermen… acabamos con él de una vez por todas. —Pero… ¿cómo lo haremos para que venga a donde nosotros queremos? El muchacho pensó un instante y luego dijo: —Llevaremos a uno de estos soldados. Están unidos de alguna manera a Óscar y si el soldado llama a su amo este sabrá en dónde encontrarlo. —¿Y luego? —preguntó el rondador. —Luego luchamos con todo lo que tengamos. —Me refiero al soldado. ¿Me dejarás suplir mis necesidades con su sangre? —dijo el rondador. —De eso nada… ya te lo he dicho. Morirán los menos posibles. —¡Ya lo veremos…! —concluyó el rondador en una voz casi inaudible. Los soldados estaban en estado de shock. —En marcha —dijo Yaiza agarrando a uno de los dos soldados. El rondador se fundió dentro del cuerpo de la niña y desapareció justo en el mismo momento en que unos cuarenta soldados llegaban 231


Tras la quinta esencia al lugar. Pero ya era demasiado tarde. Medio segundo antes de que las pupilas de los soldados se acostumbraran al cambio de intensidad entre la luz del exterior y la del interior de la tienda, Yaiza, nuestro amigo y el soldado ya habían desaparecido en la inmensidad del cielo, dejando un gran agujero en la lona de la tienda al atravesarla, como si fuera un recuerdo o un aviso al enemigo. Cuando llegaron al castillo Yaiza creyó oportuno hablar con su fiel amigo Gárgaras sobre el tema de los rondadores. Aunque pensó que sería adecuado omitir algunos detalles insignificantes, como que el precio de la alianza fue su cabeza. —¿Estás segura de lo que estás haciendo? —preguntó Gárgaras. —Necesitamos su ayuda, Gárgaras —contestó ella. —Jamás la hemos necesitado, siempre hemos intentado huir de ellos, huir de tus miedos… ¿qué ha cambiado ahora? —Simplemente ahora no luchamos por mí, luchamos por la vida de otra persona. No podemos fallar, y si lo hacemos no me lo perdonaré nunca. —¿Tienes miedo a fallar? —preguntó Gárgaras en un tono temeroso. —A lo que tengo miedo es a no poder ayudar a ese muchacho. Nos necesita. —Pero no puedes dejar que tus miedos te gobiernen o al final acabarás perdiéndolo todo. Fíjate en lo que estás consiguiendo… ahora los rondadores están más cerca de ti que nunca y puede que cuando todo esto acabe aprovechen tu debilidad para sumirte en sus sombras y gobernar tu vida para siempre. 232


Jorge Cáceres Hernández —Es cierto que tengo mucho miedo, pero mi voluntad también es muy intensa, tanto como para ir a la ciudad de esos engendros y volver de una pieza. No puedo permitirme fallar y eso me da fuerzas. Puede que, en cierto modo, tener tan cerca a los rondadores me esté afectando. Me siento mucho más irascible y me cuesta pensar con claridad. Debemos acabar rápidamente con todo esto antes de que sea demasiado tarde para mí. Pero por otro lado me siento mucho más fuerte, siento que tengo el poder necesario para hacer lo que deba en el momento oportuno. —Solo espero, Yaiza, que no te estés equivocando —dijo Gárgaras antes de salir de la sala. Dentro de la niña se libraba una batalla moral que le provocaba unas jaquecas muy molestas. Su subconsciente parecía adueñarse de ella y su mal humor no hacia más que ir en aumento. Horas más tarde, en la profundidad de las húmedas mazmorras del castillo de la montaña del lobo azul, Yaiza interrogaba al soldado mientras el ogro herrero lo torturaba en una mesa antigua especialmente adaptada para la ocasión. El ogro giraba una enorme rueda, la cual accionaba el mecanismo de la mesa. Las extremidades del hombre se estiraban mientras unas cuchillas giratorias daban pequeñísimos cortes en las axilas e ingles del soldado. —¡AAAAAhhhhhhhhhhhhh! ¡Está bien, hablaré! —gritó el soldado finalmente entre sollozos. —¿Qué busca tu amo? —preguntó Yaiza. —La esencia del chico. —¿Por qué? ¿Qué piensa hacer con ella? 233


Tras la quinta esencia —La necesita… —¿Para qué? ¡HABLA! —la niña hizo una señal al ogro, el cual dio una vuelta más a la rueda. —La necesita para poder volver a la realidad. Es su vía de acceso —la niña parecía más tranquila después de escuchar eso. —Pero eso es imposible… ninguna persona puede poseer el cuerpo de otra a través de su esencia. Eso no son más que cuentos de brujas. —Mi amo sí que puede y lo hará. Óscar murió hace mucho tiempo, cuando apenas era un mísero bebé. Pero consiguió mantenerse con vida en este plano, y cuando consiga el alma del chico volverá a la realidad. —¡No! ¡Es imposible! Los muertos no pueden usar las almas de los vivos, no tienen poder. Simplemente son recuerdos, vestigios de lo que fueron esparcidos entre las almas de los que los amaron en vida, son un reflejo. No pueden volver a vivir. —Mi amo sí que podrá. —¿Por qué? —Porque… —¡ME HAS TRAICIONADO… SUCIA RATA! —una versión terrorífica de la voz de Óscar retumbó entre las paredes de las mazmorras. 234


Jorge Cáceres Hernández —¡NO, MI SEÑOR, YO SOLO…! —fue lo último que se escuchó antes de que el soldado se desvaneciera dentro de una nube de humo negro y gritos agónicamente horripilantes. —¡No, espera! Dímelo… —fue lo único que la niña pudo decir antes de que la voz de Óscar volviera a sonar. —NIÑA, TE HAS ENTROMETIDO EN MIS ASUNTOS DE MALA MANERA… PREPÁRATE PARA LA BATALLA. RESOLVEREMOS ESTO DE UNA VEZ POR TODAS.

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CAPÍTULO 13 LOS

PREPARATIVOS

C

uando Yaiza me contó lo que el soldado le dijo empecé a entenderlo todo y fue entonces cuando comenzaron mis dudas. Despertar o seguir dormido para siempre... Realmente no me lo había planteado hasta que al volver a la habitación del castillo posé mi mirada en los hermosos ojos de Helena. Si le daba lo que quería a ese tal Óscar podría quedarme con ella aquí mientras el enmascarado nos mantuviera con vida. Una vida perfecta, con la chica perfecta y en un lugar perfecto. En este plano no tendría los sufrimientos que padecen las personas en la vida real. Todos los días de mi vida serían un sueño. Pero no sería real. Todo lo que pasara a mi alrededor sería invención mía y supongo que con el tiempo me acabaría hartando de tanta perfección. La vida real es dura, pero es real. Me encuentro en un mar de dudas y lo único que guía mis pasos ahora mismo es mi instinto de supervivencia. Si tenía una oportunidad de volver con mi familia y amigos la aprovecharía. Lo único que me desespera es el futuro de Helena. No sé por qué se encuentra en este lugar. Temo despertar y que ella no lo haga. Debo asegurarme de hacerlo después de que lo haga ella. No quiero perderla.

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Tras la quinta esencia —Tengo miedo —dijo Helena mientras me abrazaba por la espalda. La luz tenue del fuego nos envolvía en una dulce calidez. La luz de la luna se acercaba, tímida, al quicio de nuestra ventana para finalmente eludir nuestro encuentro. Nuestras únicas vestiduras eran las calientes pieles de algunos pobres animalillos desgraciados. Era curioso cómo, estando inmersos en una espiral de miedo y confusión, aún no habíamos perdido esa pasión característica del principio de una relación. Yo sabía que cualquier momento podía ser el último, ya no solo por la presencia de Óscar sino por mi débil situación. Cada respiración, cada latido o pensamiento podría ser el punto y final del epílogo de esta cruel obra teatral que es mi vida. Incluso ahora, años después y camino de mi despedida, podría adelantarse mi desenlace quebrando por completo mi último deseo. Pero creo que estoy adelantando demasiado. Esa sensación de fragilidad nos hizo entender que nuestro tiempo era oro y no podíamos desperdiciarlo. Allí mismo, durante horas, bajo la enorme presión del enemigo a las puertas conseguimos evadirnos y os juro que por un momento fui feliz. —¿Qué va a pasar con la esencia de Omar? —preguntó Helena. —Pues realmente no sabemos qué le pasa. Pero Yaiza hizo algo, se la acercó a la cara y los gases que aún quedaban dentro de la esencia volaron sinuosamente hacia la boca, nariz y orejas de la niña. No sé qué hizo realmente, pero me dijo que no me preocupara, que si había alguna forma de arreglar lo que Óscar le hizo ella la encontraría. —Me alegro. Bueno… creo que debería ir a buscar a Yaiza —dijo Helena cuando todo acabó—. Lleva mucho tiempo preparando las defensas y me dijo que me reuniera más tarde con ella. Tiene un plan para mí que… 238


Jorge Cáceres Hernández —¿QUÉ? —pregunté exaltado—. No te referirás a un puesto en la batalla, ¿verdad? —¡Claro que sí! —dijo ella extrañada—. ¿Qué si no? —¿Piensas luchar? —Por supuesto, hay mucho en juego. —Tu vida, por ejemplo —dije cortantemente. —Y la tuya —rebatió ella. —Pero… tú… yo… —en ese mismo instante me tiré a sus brazos, sentía un hormigueo constante en las extremidades—, no quiero ni puedo perderte. Ella simplemente me sujetó delicadamente la cabeza, la cual reposaba entre sus pechos y dijo: —Estamos juntos en esto. Si caemos, caeremos los dos. No voy a dejarte nunca solo y mucho menos ahora. —¿Y si te pierdo? —pregunté. —Si me pierdes… al menos sabrás que me tuviste y que lo nuestro fue real. Helena salió de la habitación y con sus palabras aún en mi mente me sumí en mis pensamientos. Iba dando bandazos por la habitación blandiendo torpemente una antigua espada que encontré tirada en una de las esquinas. Cuando me puse los pantalones, el destello de la luz de la chimenea dejó entrever nítida pero brevemente la cicatriz 239


Tras la quinta esencia de mi costado. La repasé lentamente con la yema de mi dedo pulgar y quedándome absorto mirándola, y sin darme cuenta, me corté en la otra mano con la espada oxidada. Ahogué un grito, primero de sorpresa, luego de coraje y después dije: «¿Cómo puede ser? ¡Todo esto es tan real…!». La sangre caía por mi dedo tejiendo un fino hilo escarlata. Sentí una gran presión en mi pecho. Necesitaba relajarme y prepararme. Tenía que estar despejado para la batalla, así que bajé al lugar en donde Helena y yo tuvimos un encuentro tiempo atrás. Me senté en la parte menos profunda de la piscina, con los brazos por fuera y la cabeza completamente hacia atrás. El vapor lo nublaba todo y lo único que se oía era el murmullo de mis pensamientos. Repasé todos y cada uno de los momentos que me habían traído a este punto de la historia. Mi pelea con Fran; Helena y yo huyendo de nuestros problemas acompañando a Omar en unas vacaciones; el hippie sobre el tejado; la traición de Omar y mi reclusión; cómo Óscar me engañó para que cavara mi propia tumba; la bendición de la ayuda de Yaiza y, por supuesto, mi intentona de resolver todo esto yo solo, pensando que por el simple hecho de estar dentro de mi propia conciencia tengo el poder necesario como para hacer o deshacer lo que me venga en gana. «Me he dado cuenta durante todo este tiempo de que realmente lo que podemos controlar de nuestras vidas es muy poco, aunque tengamos la ilusión de que podemos manejarlo todo. No podemos controlar nuestras mentes, nuestros pensamientos, nuestros caracteres. Creemos que somos los dueños de nuestros destinos y no somos más que máquinas preprogramadas moviéndonos al son de las directrices marcadas, ya sea por un código genético basado en años de evolución o uno social (siendo este último algo más arbitrario). 240


Jorge Cáceres Hernández Lo único que está en nuestra mano es el poder de decidir. Cuando la ocasión se presente, cuando tengas la oportunidad y realmente puedas notar que es el momento de hacer algo increíble para cambiar tu destino, en ese momento en que se bifurca tu historia, deberás elegir ser el hombre del que algún día, cuando mires atrás, te puedas sentir orgulloso o, por el contrario, seguirle la corriente a lo que acontece. Mi mayor preocupación ahora mismo es Óscar, y tengo dos opciones: no hacer nada… seguir con esta actitud hasta que todo acabe o levantarme y acabar con esto, elegir mi destino, luchar por todo lo que he amado en esta vida y aún amo». En ese momento sentí cómo una gran fuerza empezaba a brotar dentro de mi corazón. Estando prácticamente desnudo y aún dentro de la piscina calculé rápidamente la presión y la temperatura a la que estaba mi cuerpo. A mi alrededor comencé a crear unas condiciones de presión y temperatura idóneas para que una capa de agua en el punto de triple estado empezara a adherirse a mí. Primero comenzó en mi mano y al levantarme se extendió rápidamente al resto del cuerpo. El agua burbujeó durante unos segundos, luego, desde la yema del dedo índice de mi mano izquierda hasta el de mi pie derecho, empezó a congelarse parte del agua. El agua en estado sólido, líquido y gaseoso se unió a mí a modo de segunda piel. Cualquiera que me viera… Parecía un superhéroe de acción. La fuerza del frío hielo, la maleabilidad y precisión del agua líquida y la agilidad y el sigilo del cálido vapor, todo formaba parte de mí, de mi mente, de mi alma y solo ahora tenía la determinación necesaria como para sacarle provecho.

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CAPÍTULO 14 LA

BATALLA

O

scura era la noche, apenas conseguía ver más allá de mis narices. Yo me encontraba el primero de la primera línea de combate. Mis fieles seguidores cuidaban mi espalda, miles de criaturas de todo tipo cada cual más terrorífica. Seres increíbles e indescriptibles, todos bajo mis órdenes. Apenas conseguía ver a Helena. Ella se encontraba a mi derecha, encima de la más alta de las murallas. Tenía mucho miedo por ella. Pero no estaba sola, incontables armaduras medievales la acompañaban. Yaiza le había prestado una espada muy especial, más bien parecía un látigo, pues de su punta brotaban furiosos rayos eléctricos. También vestía con una especie de armadura de cuero brillante, sin duda también obra de Yaiza. La niña, por el contrario, estaba sentada con las piernas cruzadas y los ojos cerrados en lo alto de la más alta torre. Parecía estarse preparando mentalmente. Las almenas de esa torre eran picudas y caídas como los pétalos de una flor moribunda. El suelo estaba completamente nevado. El blanco contrastaría esa noche con la sangre de los cuerpos de los caídos. Las nubes se

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Tras la quinta esencia alborotaban sobre nuestras cabezas, y justo antes de que el primer copo de nieve pasara junto a mi nariz y tocara el piso pudimos ver un resplandor en el cielo. La luz subió y subió, para luego empezar a bajar en dirección al castillo. Se trataba de un misil. Este avanzó rápidamente hacia donde se encontraba sentada Yaiza. Se acercó demasiado, pero no lo suficiente. Justo antes de que este hiciera explosión ante su cara, Yaiza abrió los ojos y convirtió el proyectil en una nube dorada de polvo que dio varias vueltas alrededor de la niña antes de caer suavemente al piso. Yaiza se puso en pie sin usar ni un solo músculo y, enfurecida, alzó sus manos. Las almenas cobraron vida de súbito, se levantaron, miraron a la niña y luego salieron disparadas. Mientras volaban, estas recogieron toda la energía de la tormenta que se estaba formando y con toda su fuerza se clavaron en el suelo alrededor del castillo. De los agujeros que crearon brotaron unas enormes columnas de pura energía electromagnética, y combinándose todas juntas dieron lugar a un escudo protector alrededor del castillo. Nos bombardearon durante una eternidad, pero ni un solo proyectil consiguió atravesar la barrera que Yaiza había creado. Las tropas de Óscar aparecieron finalmente en el horizonte, avanzaron rápidamente y pronto estuvieron a nuestras puertas, las cuales se abrieron para que mis hombres y yo avanzáramos hacia la batalla. Óscar había optado por luchar con la más moderna tecnología. Había de toda clase de máquinas de guerra y armas imposibles de crear en la realidad. Óscar siempre fue un hombre creativo. La artillería tomó posición en las colinas cercanas, los soldados se amontonaron cerca de la barrera eléctrica y los tanques estaban detrás de ellos. Su número era impresionante. Nosotros éramos un grupito de bailarinas de cabaret a su lado, pero nuestro destino llamaba a la puerta y no lo íbamos a dejar escapar sin derramar nuestra sangre primero. La artillería comenzó a abrir fuego contra la barrera electromagnética, era cuestión de tiempo. Los soldados ya nos habían rodeado 244


Jorge Cáceres Hernández completamente y se acercaba el momento de atacar. Fue entonces cuando Yaiza contactó conmigo susurrando dentro de mi cabeza que cargara contra el enemigo, que ella se encargaría de despejarnos el campo de la artillería y los tanques. «¡Ha llegado el momento! —dije para mis adentros—. El momento en la vida de todo hombre en el que tiene que luchar para ser el hombre que siempre ha querido ser. ¡ES HOY… —continué, pero esta vez gritando—: CUANDO MI DESTINO ME PREGUNTA CUÁL SERÁ EL SIGUENTE PASO; ES HOY CUANDO ES NECESARIO LUCHAR HASTA QUE NO QUEDE NI UNA SOLA GOTA DE SANGRE EN NUESTROS CUERPOS. ES HOY! ¡VIVIR O MORIR NO TIENE NINGÚN TIPO DE IMPORTANCIA, LO ÚNICO QUE VALE HOY ES LA VICTORIA! ¡LUCHAREMOS POR ELLA Y PUEDE QUE LO QUE HAGAMOS NO SEA DECISIVO PARA NUESTRO DESENLACE, PERO SI NOSOTROS NO HACEMOS TODO LO QUE PODAMOS PARA CONSEGUIRLA NADIE LO HARÁ! ¡LUCHAD POR MÍ, SOY PARTE DE VOSOTROS Y VOSOTROS SOIS PARTE DE MÍ, ACABEMOS CON ESTO DE UNA VEZ POR TODAS Y HAGÁMOSLO… JUNTOS! ¡SEGUIDMEEE…!». Una enorme masa de seres (animales, monstruos mitológicos y bestias de todo tipo), conmigo a la cabeza, comenzó a correr hacia los soldados que estaban detrás de la barrera de electricidad. Mientras corría notaba cómo el agua de mi alrededor, la nieve que caía, la del piso o incluso la de algunas células de mis aliados pasaban a estar bajo mi control, creando un enorme manto espeso de vapor. El manto creció y creció como una gran ola a punto de romper, y justo antes de llegar a la barrera toda esa energía se desprendió de mí y avanzó poderosa atravesando dicha barrera. Las dos fuerzas de la naturaleza se combinaron entonces en una enorme ola eléctrica.

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Tras la quinta esencia La niña tomó el control de ella y la agitó como si fuera un regaliz de menta contra la artillería y los tanques de las colinas. Todo esto pasó en el momento justo en el que nosotros la íbamos a atravesar, la cual, sobra decir, al combinarse con el agua, desapareció de delante de nosotros, dejándonos el camino libre hacia los atónitos soldados. El traje que me acompañaba hasta entonces había salido disparado junto con el resto de partículas de agua, dejándome solo con los sucios pantalones marrones que llevaba puestos. No necesitaba nada más para luchar, todo estaba dentro de mi mente, lo único que tenía que hacer era concentrarme, luchar por lo que quería y no dejarme dominar ni por el miedo ni por las fuerzas de Óscar. Mi velocidad era incomparable, arremetí con todas mis fuerzas contra la marabunta de soldados. Los disparos zumbaban en mis oídos, creé un escudo repulsivo a mi alrededor que desviaba todo lo que me disparaban. Pero mis criaturas no tenían la misma suerte, recibieron de lleno el impacto de las ametralladoras del ejército de Óscar. Cuando logré entrar dentro de sus líneas, los primeros veinte soldados salieron disparados solo con mi pensamiento y eso fue solo el comienzo. Mi cuerpo se revolvió en todas direcciones y ninguna en particular. Los soldados morían a mis pies y nada podía evitarlo, o al menos nada humano. Óscar, desde donde quiera que estuviese observando, se dio cuenta de la fragilidad de sus hombres y decidió cambiar de plan. Cada uno de los soldados, vivos y muertos, se transformaron por completo en unas bestias de tres metros. Esos seres eran una mezcla entre leones y hombres (yo los llamaba leómanos). Las criaturas que yo controlaba habían estado resistiendo fuertemente durante las primeras horas, pero estos nuevos seres eran despiadados y mucho más fuertes de lo que a simple vista parecía. Desgarraron y mordieron los músculos y tendones de mis monstruos. Éramos débiles ante ellos así que decidí gritar retirada. 246


Jorge Cáceres Hernández Nos diezmaron, pero no estaba todo zanjado aún. Mientras huíamos aparecieron tras nuestros pies los enormes golems de piedra. Yacían enterrados en el campo de batalla esperando justo este momento para atacar. Parecía que había subestimado la mente estratega de Yaiza. Los leómanos eran fuertes contra la piel, pero les costaba mucho más luchar contra la dura roca de los golems y, por si eso fuera poco, las gárgolas descendieron de las nubes en picado, aprovechando la confusión para engullir a todo aquel que caía en sus garras. Fuimos pocos los que volvimos tras las murallas del castillo, en donde las armaduras vacías nos esperaban con sus arcos y sus espadas preparadas, pero fuimos cálidamente recibidos. Busqué a Helena como un loco entre la multitud, tardé varios minutos en encontrarla, aunque más bien fue ella quien me encontró a mí. —¿Estás bien? —preguntó Helena. —Sí, tranquila —yo quise creerlo también—. Siento la presencia de Óscar, nos vigila de cerca, su aliento me abrasa la nuca. Mis creaciones son fuertes pero él parece superarlas siempre y aún ni siquiera he podido verle. Sé que está ahí en algún lado, mirándome con su inexpresiva máscara, pero no lo encuentro. —Tranquilo, no te agobies —dijo Helena cogiéndome de las manos—. Estamos contigo para apoyarte. Saldremos de esta. Un enorme silbido nos interrumpió. Una oleada de misiles estaba intentando impactar de lleno en el castillo pero Yaiza se estaba encargando de repeler cada uno de los misiles. Era una tarea agotadora, tenía que estar muy concentrada, pero si alguien era capaz esa era ella. 247


Tras la quinta esencia —Helena, tú no puedes crear, pero sí que puedes dirigir a estos soldados. Te necesitaremos cuando los golems y Gárgaras no puedan contener más el ataque. Defiende el castillo. —¿Por qué me dices esto? ¿Qué vas a hacer? —Helena me agarró con fuerza temiendo mi respuesta. —Tengo que desviar la atención de Óscar de este lugar. Él me quiere a mí y mientras yo siga aquí no tendremos ninguna oportunidad de acabar con él. Tarde o temprano aplastará nuestras defensas. —Pero… ¿no enviará a sus bestias a por ti? —No, solo me quiere a mí, también quiere arrasar este lugar. Su mente trabaja así, quiere acabar con todo aquello que represente un peligro para él. Me iré lo más lejos que pueda y Óscar me seguirá. Voy a acabar con todo esto. En ese mismo momento Helena me enmudeció dándome un beso de esos que te dejan sin aliento y después dijo: —De acuerdo, hagamos esto juntos hasta el final. Las oleadas de misiles seguían explosionando en el cielo sobre nuestras cabezas y yo estaba preparado para mi destino. Sonreí a Helena, luego me giré, di un enorme brinco a la vez que ella agitaba su espada eléctrica hacia el cielo para crear un inmenso túnel por el cual circulé volando a toda velocidad para no topar con ningún proyectil. Las turbulencias eran insoportables, entre el magnetismo y las explosiones cercanas apenas conseguía volar recto. Nuevas oleadas de soldados y máquinas de guerra se acercaban al castillo. Los golems y las gárgolas lideradas por Gárgaras luchaban 248


Jorge Cáceres Hernández con fuerza y determinación, pero su increíblemente diferencia numérica les estaba perjudicando gravemente, haciéndoles retroceder hacia el castillo cada vez más. En el momento que salí disparado de una de las almenas hacia el infinito, por el cielo, una única figura enmascarada pareció darse cuenta de ello. Óscar había salido de su escondrijo entre sus soldados y empezó a perseguirme. Comenzamos a volar uno detrás del otro a través de las oscuras nubes. Intenté mil acrobacias contorsionistas con la esperanza de que al seguirme a mí desviara la atención de la batalla y eso les diera un respiro a mis compañeros. Óscar y yo éramos los reyes de esta partida de ajedrez, pero los reyes no son nadie sin sus seguidores. Podía acabar con él o simplemente acabar con sus creaciones, ya que nacían de su energía. Si conseguía que Yaiza y Helena lo debilitaran lo suficiente, puede que tuviera entonces la oportunidad que estaba buscando. Pero Óscar tenía gran determinación, parecía que había ansiado ese momento durante mucho tiempo y no conseguía que se despegara de mí. Volamos y volamos hasta que consiguió alcanzarme, y amarrándome por uno de mis tobillos me paró en seco para seguidamente lanzarme con todas sus fuerzas hacia la tierra. Kilómetros de caída a velocidad supersónica para acabar dando con el mentón en las duras rocas de una montaña nevada. Escupí una cantidad de sangre considerable por el impacto, pero lo más extraño es que no solo sentí cómo escupía aquí en el séptimo plano, sino también en la realidad. Estaba claro que estaba más cerca de la realidad que nunca, pero lo que me preocupaba era que el daño que Óscar me estaba haciendo en mi mente, mi cuerpo creía que era real y reaccionaba como lo haría en la realidad. Sentí que si fallaba aquí no solo no volvería a despertar sino que moriría y todo habría acabado. Me di cuenta de mi fragilidad y de la importancia de sobrevivir. Óscar descendió rápidamente de los cielos y se posó a mi lado con gracia y soltura. Se arrodilló para acercarse a mi oído y susurró: 249


Tras la quinta esencia —Es tu última oportunidad. Hagamos un buen negocio y esto terminará ahora mismo. —¡Rápido, llama al doctor! —logré escuchar, desde algún lugar de la sala del hospital—. ¡De repente la niña ha empezado a convulsionar!

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LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 10 BAJO

PRESIÓN

C

uando el muchacho salió volando desde el castillo las cosas pintaban mal para Gárgaras, sus gárgolas y los golems. El gran número de soldados no hacía más que crecer ante el espanto de los defensores del castillo. La nevada se había convertido en ventisca y los intensos ataques de la artillería no habían hecho más que intensificarse. En lo alto de la torre Yaiza hacía un gran esfuerzo. Cada impacto contra el escudo imaginario que ella mantenía con sus propias manos era como si taladrara un poco más su corazón. No sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar, pero sí sabía una cosa: que mientras tuviera una sola gota de sangre en su cuerpo seguiría aguantando. Al cabo de un rato Gárgaras y los golems se vieron superados y emprendieron la retirada. Las gárgolas desaparecieron rápidamente entre las nubes negras pero los golems eran grandes y torpes, y puesto que un gran número de leómanos aún seguían con vida necesitaban ayuda o no conseguirían llegar a las puertas del castillo.

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Tras la quinta esencia Los golems corrieron a zancadas por el campo de batalla. Algunos tropezaron, cayeron y fueron despedazados de inmediato, otros simplemente no fueron más rápidos que los leómanos. Pero un pequeño número de supervivientes logró sacar un poco de ventaja al enemigo. Cuando se encontraban corriendo a unos cien metros del castillo, el piso alrededor de este cedió a modo de trampilla, haciendo que todos los golems y unos cuantos leómanos cayeran dentro de una planta subterránea del castillo. Luego la trampilla volvió a su posición inicial, tan rápido que algunos de los que perseguían a los golems se quedaron perplejos al ver que sus presas habían desaparecido. Su situación de estupefacción no duró mucho, pues tras la orden de Helena, un millar de flechas fueron lanzadas acabando con el problema en unos segundos. Sobra decir que los pobres leómanos que cayeron junto a los golems a las salas del castillo no llegaron a decir esta boca es mía. El suelo del campo de batalla retumbó durante unos minutos antes de que el último de los leómanos acabara destrozado. Sin combatientes que les pararan los pies, los soldados avanzaron rápidamente hacia las torres del castillo. Si no podían destrozarlo desde fuera con su artillería pesada lo harían desde dentro. Gracias al muchacho y a Gárgaras habían ganado un tiempo precioso, pero eso no bastaría para acabar con la inminente invasión. —No podrás aguantar el fuego enemigo y repeler el ataque por tierra a la vez —una voz dentro de la cabeza de Yaiza había comenzado a susurrarle. La niña estaba de rodillas aguantando con todas sus fuerzas el escudo y su agotamiento era claramente visible—. Libérame, Yaiza, yo acabaré con ellos. —¡Aún no! —gritó la niña—. Podemos resistir. 252


Jorge Cáceres Hernández —¡No seas estúpida! En cuanto lleguen a la primera muralla te van a desbordar —continuó diciendo la misteriosa voz. —¡AÚN NO! —gritó todavía más fuertemente la niña mientras hacía acopio de sus fuerzas para ponerse en pie y reforzar el escudo.

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CAPÍTULO 15 CARA

A

CARA

E

ra evidente que la niña estaba sufriendo demasiado intentando contener el ataque, por eso su cuerpo había empezado a moverse involuntariamente. No teníamos tiempo que perder. Y allí estaba yo tirado en la nieve, completamente inmóvil, con la respiración de mi enemigo tan cerca que podía adivinar su última comida. —Un simple trato y no volverás a verme —dijo Óscar—. Dame tu esencia, solo tienes que renunciar a ella y sabrás dónde encontrarla. Dámela, quédate aquí con Helena. Haz de este mundo tu paraíso particular. Yo iré a la realidad, viviré muchos años y los dos tendremos lo que deseamos. —Prefiero mil veces una vida dura pero real que una mentira perfecta —mis palabras salieron con dificultad por culpa de la sangre que aún había en mi boca. —¡Necio! —continuó—. Me obligarás a acabar contigo, y todo ¿por qué? ¿Por esa muchacha? ¡Eres un estúpido! ¿Acaso crees que podrás ser feliz con ella en la realidad? 255


Tras la quinta esencia —Yo la amo y eso es suficiente para que haga todo lo que esté en mi mano para poder estar con ella. Pero no aquí, los dos volveremos a la realidad. —¡Ja! —rió irónicamente Óscar—. Dime una cosa… ¿qué sabes realmente de esa chica? Acaso… ¿recuerdas algo de ella antes de tu fatídico accidente? —¿De qué hablas? —pregunté—. La amo desde mucho tiempo antes, desde que estaba con Fran. —¿De veras? Coméntame algún momento de tu vida anterior al accidente en el que ella estuviera presente —en ese instante me quedé completamente en blanco. Por más que pensaba no lograba recordar ningún momento en concreto. Ni cumpleaños, escapadas, ningún día que fuéramos al cine o a los recreativos—. ¡Eres un estúpido! —Óscar parecía estar disfrutando en gran medida de esa conversación nuestra—. Cuando caíste en este plano te encontraste con ella y simplemente inventaste un recuerdo sin detalles para explicar su presencia. Esa chica llevaba aquí mucho más tiempo del que tú crees. Estuvo perdida durante mucho tiempo y poco a poco olvidó quién era. Cuando tú llegaste se aferró a la identidad que tú le diste, subconscientemente. Todos necesitamos una identidad para subsistir. —¿Qué estás diciendo? —me quedé perplejo. Las palabras de Óscar cobraban sentido a medida que hacía memoria dentro de mi cabeza—. ¿Nada de lo que he vivido con ella es real? ¿Es todo una invención mía? ¡No puede ser! —Yo no he dicho eso. Lo que tienes con ella es real. Todo lo que habéis vivido es cierto, pero basado en una equivocación. Helena piensa que es quien tú dices que es pero lo cierto es que su pasado 256


Jorge Cáceres Hernández es otro. Lo que quiero decir es que ella no podrá despertar nunca más, por el simple hecho de que ella no está dormida sino muerta. —¿De qué estás hablando? ¿Cómo puedes saberlo? —Tengo su esencia, ¿recuerdas? —de en medio de la nada apareció una bolsa negra de la cual Óscar sacó la esencia de Helena—. Te lo mostraré. Óscar puso la esencia entre su rostro y el mío. Los gases verde y azul del interior pronto cobraron vida, mostrando una calle transitada por gente elegante y coches antiguos. En una esquina había una cafetería. En ella había un hombre que leía un periódico; en la parte superior de este había escrita una fecha: «1982». La imagen se movió, atravesando la calle y entrando en lo que parecía ser una comisaría de policía antigua. Hubo un salto en el tiempo. Lo siguiente que conseguí ver fue a varios coches puestos de forma estratégica, un grupo de policías disparando hacia el interior del banco. El fuego cruzado duró unos minutos. En el último momento uno de los ladrones salió presa del pánico del banco disparando a todo aquello que se moviera. La imagen descendió bruscamente hacia el piso, un charco de sangre se extendió por el suelo y la imagen se desenfocó. Luego, poco a poco, la esencia mostró la escena desde otra perspectiva, permitiéndome ver que quien se moría agónicamente en aquella sucia calle era mi querida Helena. Las lágrimas inundaron mis ojos. No podía creer lo que estaba viendo. Todas mis esperanzas de una vida en la realidad con Helena estaban marchitándose rápidamente. —¿Entiendes ahora lo que trataba de decirte? —preguntó Óscar mientras volvía a meter la esencia en la bolsa y la hacía desaparecer antes de que intentara arrebatársela de un impulso—. No podrás ser feliz con ella más allá de este plano. Tienes dos opciones muy claras: 257


Tras la quinta esencia salir a la cruda realidad en donde las cosas son de verdad, aunque nunca podrás ser plenamente feliz, o quedarte en este maravilloso lugar en donde tienes todo lo que deseas y mucho más. Déjame a mí tu esencia. Yo cuidaré de tu cuerpo por los dos y así podrás quedarte aquí para siempre. Creo que es la solución lógica a todos tus problemas. Me levanté lentamente mientras Óscar alzaba su mano para sellar el trato. La decisión era tremendamente difícil, así que no me precipité. El hecho de no poder despertar junto a Helena era un revés importante. Aunque ella no se acordara de quién era realmente yo sí sabía quién era ella, y la amaba con toda mi alma. Pero si despertaba la perdería, y si me negaba a que Óscar ocupara mi lugar en mi cuerpo acabaría muriendo y no sabía qué sería de mí. Helena estaba muerta pero el hippie que conocí también, y al enterarse de que estaba muerto simplemente desapareció. ¿Qué pasaría si venciera a Óscar, acabara muriendo y me perdiera en otro plano diferente? Helena jamás me encontraría y acabaría perdiéndolo todo. Lo más lógico era estrechar la mano de Óscar en ese mismo momento. Pero por otro lado… —¿Qué será de mí, Óscar? —dije después de un tiempo—. Haga lo que haga, siempre salgo perdiendo. Me obligas a elegir la opción menos mala. —¡Confía en mí! Quédate aquí y sé feliz. No tendrás que volverte a preocupar por nada nunca más. —Este lugar es perfecto, aquí podría tenerlo todo… —¡Exacto! —dijo Óscar—. ¿Hay trato? —Pero nada sería real… esto es una idealización de la perfección. Aquí lo tengo todo pero no es más que un reflejo de mis deseos. La 258


Jorge Cáceres Hernández vida es dura y en ocasiones los golpes que nos da la vida amenazan con acabar con nuestras fuerzas, pero es real. —¡No seas estúpido…! —Puede que no necesitemos la perfección que tanto buscamos, pues esto no es más que una mentira, mi mentira, fruto de la cobardía. Si me quedara aquí, si bajara los brazos y te diera lo que buscas, estaría renunciando a luchar, la vida sería más fuerte que yo y mi destino sería peor que la muerte. No quiero permanecer en un estado latente fruto de mi miedo porque hoy, cuando tuve que demostrar lo que valía, cedí y lo perdí todo. Te diré lo que voy a hacer ahora mismo: voy a pasar por encima de ti y despertaré. —¡No me hagas reír! ¿Y luego qué? ¿Abandonarás a tu gran amor en este lugar? ¿Acaso no la amas? —Después ya veremos lo que pasa, a lo mejor acabo muriendo por amor, pero no serás tú quien decida mi destino. —No lo hagas, sabes que mi trato es la mejor elección. —Seguro que sí, pero no es la mía. En cuanto la última de las palabras salió de mi boca, Óscar se abalanzó sobre mí. Me agarró fuertemente con sus dos manos por mi cuello. Su fuerza era sobrehumana. No podía respirar, me acabé arrodillando a causa del dolor. Segundos después me concentré en que el oxígeno que entraba en mi cuerpo no era el que estaba en ese lugar sino en una máquina, en la sala de un hospital. Centrándome en esa idea reuní la fuerza necesaria para darle un puñetazo en el centro del pecho, desplazándolo varios metros hacia atrás. 259


Tras la quinta esencia Aproveché su confusión para dar un salto; pretendía subir lo más que pudiera y alejarme de él por el momento. Pero una milésima de segundo después de despegar los pies del suelo Óscar me agarró de las piernas y tiró de mí hacia el piso. «¡YA HAS DECIDIDO…! — gritó—. ¡ME HAS OBLIGADO A ESTO, AHORA ATENTE A LAS CONSECUENCIAS! Para de huir y acabemos con esto». Pude ver los ojos de Óscar a través de su máscara. Nos miramos fijamente durante lo que pareció ser una eternidad. Luego desenvainó la katana que llevaba a la espalda y la arrojó de modo que se quedó clavada cerca de mis pies. Después sacó las dos espadas cortas que también llevaba detrás y dijo: «¡Cógela! ¿A qué esperas?». Agarré la empuñadura, dubitativo, y la alcé con cuidado. Miré la brillante hoja de metal y luego sostuve la katana fuertemente con mis dos manos. No tenía ni idea de cómo manejarla pero mi voluntad era quien me guiaba en esos momentos. Óscar arremetió con fuerza hacia mí, pero logré parar su ataque. Continuó haciendo pequeños ataques relámpagos durante un tiempo, parecía estarse burlando de mi torpeza. Pero después de unos cuantos arañazos y tropiezos empecé a sentirme más cómodo con el arma. Comencé a contraatacar y pronto nuestra batalla se convirtió en un torbellino de metal. Nos movíamos a toda velocidad entre las montañas nevadas. Golpe tras golpe, miles de contraataques enlazados, cada segundo que pasaba mi furia iba en aumento y Óscar ni siquiera se inmutaba. Continuaba rechazando todas mis embestidas y contraatacando. Ahora que lo pienso, creo que en ese momento simplemente estaba midiendo mis fuerzas, porque en cuanto se cansó me propinó varios golpes seguidos con las empuñaduras de sus espadas cortas y me sonrió antes de salir volando al pico más alto de una montaña cercana. «¡VAMOS…! —gritó—. Te llevo esperando toda una vida». 260


LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 11 BIPOLAR

L

os soldados estaban a las puertas del castillo rodeándolo por completo y con sus pesadas máquinas de asedio, ideadas por Óscar, descargando su poder sobre las murallas. Las flechas de los arqueros de armaduras vacías apenas conseguían hacerlos retroceder. Solo era cuestión de tiempo que la defensa del castillo fallara. En lo alto la niña aún seguía protegiendo el castillo de los proyectiles más grandes, los cuales cada vez eran más numerosos. En su cara se podía ver el sufrimiento por tal esfuerzo. —Libéranos, Yaiza —volvió a susurrar la misteriosa voz, dentro de su cabeza—. Sabes que no puedes hacerlo sola. —¡AÚN NO! —gritó la niña. —¿Ves esas grandes máquinas púrpuras que se acercan por el este? Son grandes cañones de plasma. Dudo que puedas ocuparte de ellos y de los soldados que pronto derribarán la primera de tus tres murallas. ¿O acaso crees que esa enclenque de Helena podrá 261


Tras la quinta esencia contenerlos? Mírala allí abajo, agitando la espada que le fabricaste como una posesa. Si no fuera porque Oso apareció para protegerla ya la habrían matado aquel grupito de soldados que logró trepar antes por las murallas. Escúchanos, Yaiza, no podréis aguantar mucho tiempo más, nos necesitáis. Déjanos luchar. —Pero no puedo dejar que vosotros… «¡PUMMMMMMM….!». El enorme estruendo fue provocado por el impacto de un rayo de plasma proveniente de una de las máquinas púrpura. Yaiza se había descuidado al estar conversando y no pudo pararlo a tiempo. Como resultado, cientos de armaduras quedaron completamente destrozadas y desperdigadas por el campo de batalla. Helena montó rápidamente a lomos de Oso y se dirigió a la apertura con el fin de electrocutar y chamuscar vivo a todo aquel que se atreviera a traspasarla. —¡NO PUEDES HACERLO SOLA, LIBÉRANOS! —gritó la voz dentro de su cabeza. —¡Está bien! Id y ayudadnos en la batalla. La niña sabía que con esas palabras acababa de sentenciar a muerte a su amigo Gárgaras, el cual estaba defendiendo el castillo en el lado inverso a Helena, con el pequeño número de gárgolas que aún quedaba. Acto seguido una versión de Yaiza pero completamente oscura salió de su cuerpo y se colocó frente a ella. —Recuerda nuestro trato —dijo la sombra, con una gran sonrisa en su boca, antes de saltar desde lo alto de la torre. La versión oscura de la niña voló directamente hacia la brecha en la muralla. Al caer lo hizo con enorme brutalidad sobre un nu262


Jorge Cáceres Hernández meroso grupo de soldados enemigos. Los soldados cercanos que lograron sobrevivir la miraron con una mezcla de pavor y expectación. Ella los miró con ojos felinos y luego abrió la boca, primero un poco y luego unos veinte centímetros. Del interior de sus entrañas comenzaron a brotar infinidad de rondadores. Pronto se creó una inmensa nube de esos seres amorfos que comenzó a barrer concienzudamente el exterior de la muralla. La niña oscura se elevó suavemente en el aire mientras sus súbditos se encargaban del trabajo sucio. Luego voló alrededor del castillo hasta que llegó al lugar en donde estaban combatiendo las gárgolas. Gárgaras se inmutó un segundo al ver a Eroclo revoloteando ante él, con la apariencia de la niña, como si tal cosa. La niña oscura le dedicó una sonrisa malvada, pero Gárgaras no se la devolvió. —Largo de aquí, hijo del demonio. ¿Cómo te atreves a mirarme siquiera? —dijo Gárgaras con una gran rabia acumulada —la sombra no dijo nada, solo sonreía—. ¿No me has oído? ¡Largo de aquí! —continuó Gárgaras. —Sobrevive a esta batalla, Gárgaras, sinceramente te lo pido —la sombra no dijo nada más, simplemente se dio la vuelta y comenzó a luchar lejos de Helena y Gárgaras. La gárgola no entendía por qué Eroclo había actuado así, pero no tenía tiempo que perder. Un grupo de soldados había detonado una carga en la muralla y estaban entrando en masa.

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CAPÍTULO 16 EL

CORAZÓN

L

levábamos una eternidad luchando y, aunque yo estaba exhausto, Óscar parecía seguir sintiéndose con las fuerzas suficientes como para acabar conmigo. —Te haré una nueva oferta —dijo Óscar, mientras yo luchaba por no asfixiarme—. Dame ahora tu esencia y te dejaré vivir. Por el contrario, me estarás obligando a matarte y a forzar de algún modo mi vuelta a la realidad a través de tu cuerpo. A lo mejor no te parece lo más justo, pero creo que es la solución a nuestro problemilla. ¿Qué me dices? En esos momentos la impotencia que sentía era inmensa. El hombre que más odiaba en el mundo se burlaba de mí, amenazaba con quitarme la vida y yo apenas era capaz de mantenerme en pie. Pero no iba a regalarle mi victoria, puede que no me quedaran opciones de vencer pero jamás me rendiría. Había mucho por lo que luchar. Aunque en ocasiones la voluntad parece no ser suficiente.

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Tras la quinta esencia Apoyándome en la espada me puse de pie, miré fijamente a Óscar a la máscara y corrí furioso hacia él para intentar darle un golpe con todas las fuerzas que aún me quedaban. Óscar, con cierta gracia, se limitó a girar sobre sí mismo a la vez que se ponía de rodillas para, con la ayuda de una de sus espadas cortas, rebanarme la parte trasera del muslo izquierdo. Caí al suelo de bruces y pronto la nieve a mi alrededor tornó al color rojo esmeralda de mi sangre. —¡AHHHHHH….! —grité. —¿Por qué demonios eres tan obstinado? —preguntó Óscar en un todo desesperado—. Podríamos acabar con esto sin más y tú te aferras a tu estupidez. Estrecha mi mano y todo habrá acabado. —¡Jamás…! —dije, mientras intentaba girarme para no darle la espalda a Óscar. Después de unos segundos Óscar acabó acercándose a mí con una de sus dos espadas en la mano y simplemente la hundió en mi pecho. Luego me agarró de los pelos y me tiró de nuevo al piso. Sentí un enorme dolor. Mientras caía al suelo noté cómo mi corazón herido empezaba a apagarse lentamente, me sumí poco a poco en las profundidades de una gran penumbra. A mí me gusta explicarlo como un pozo dentro de mis ojos por donde caía y caía en la más absoluta oscuridad, luego llegaba a una parte repleta de agua y seguía hundiéndome aún más. A lo lejos podía ver a un Óscar diminuto que me daba la espalda y comenzaba a irse del lugar en que me mató. Yo simplemente yacía ahí escuchando los débiles latidos de mi corazón y poco a poco fui quedándome dormido. «Todo está acabando. He fracasado en lo más importante que he hecho en mi vida, he decepcionado a todas las personas que me amaban y las he dejado solas. Lo que más siento de morir es el dolor 266


Jorge Cáceres Hernández que le haré sentir a todas esas personas. No pude acabar lo que había empezado de forma involuntaria, aunque supongo que me acabarán perdonando si me quedo aquí y simplemente muero. No tengo fuerzas para nada más. Este siempre fue mi destino aunque no lo supe hasta ahora». —¿QUÉ PASA, DOCTOR? ¿POR QUÉ ESTÁ PITANDO ESA MÁQUINA? —la inconfundible voz de mi madre retumbaba entre las inexistentes paredes de aquel lugar. —¡APARTAOS, HE DE USAR EL DESFIBRILADOR! De repente sentí un dolor inmenso en el pecho seguido de una luz eléctrica que lo bañaba todo. A la lejos pude ver una figura extraña nadando en el agua; se dirigía hacia mí. Cada vez el dolor era mayor, la luz más intensa y la figura estaba más cerca. Pronto pude distinguirla, se trataba de ese ser medio águila, medio lobo. Nadaba hacia mí con fuerzas y pronto estuvo a mi lado. Cuando me alcanzó pasó su cabeza bajo mi mano y me agarré fuerte a su cuello. El ser comenzó su ascenso, al principio lento y luego cada vez más rápido. A cada centímetro que subíamos yo me sentía más liberado de mis pesares. Aquel lugar era como un agujero negro, cuanto más cerca estabas más te atraía hacia sus profundidades. Subimos y subimos, completamente verticales. Abandonamos el agua, abrió sus alas y seguimos subiendo. Sentí cómo mi corazón comenzaba a latir con cada vez más fuerza. La luz de la salida estaba muy cerca y yo sentía que estaba volviendo a nacer. Mis fuerzas estaban renovadas y mi determinación mejorada. A medida que cogíamos velocidad la fricción del aire aumentaba nuestra temperatura, hasta que de repente prendieron las llamas y nuestros cuerpos se envolvieron en ellas. Pero no eran unas llamas mortales, estas eran diferentes, eran cálidas y reconfortantes. Las ondas de la combustión bañaban todo mi cuerpo con elegancia; era como si siempre hubieran formado parte de mí, solo que no lo sabía hasta ahora. 267


Tras la quinta esencia Cuando llegué a mi cuerpo del séptimo plano Óscar seguía ahí delante, dándome la espalda. El ser alado que me ayudó en mi ascenso no apareció a mi lado, pero yo sé que seguía dentro de mí. Las llamas, en cambio, sí que seguían recubriendo mi piel, aunque con el frío que hacía no tardaron mucho en apagarse. —¡Matarme no será suficiente para acabar conmigo! —dije. Óscar se dio la vuelta, pude adivinar la expresión de sorpresa y odio a través de su máscara. Se tomó unos segundos para asimilar que no estaba muerto y luego gritó: —¡TE MATARÉ LAS VECES QUE HAGA FALTA…! Corrimos el uno hacia el otro a toda velocidad. Comenzamos entonces una pelea a muerte por el dominio de mi alma. Nos golpeábamos con tanta rabia que se nos olvidaron las armas. Nos movimos alrededor del mundo a una velocidad pasmosa, chocábamos contra edificios y monumentos mientras nos lanzábamos puñetazos poderosísimos. No sé cuánto tiempo estuvimos enzarzados en la pelea, cuando empezamos a subir hacia el espacio. Subimos y subimos, más allá de donde se puede respirar. Seguíamos subiendo, más allá de Marte, el Sol o cualquier otro planeta. Subimos hasta donde ya no había ningún universo y de repente vi cómo aparecíamos en un nuevo lugar. Mientras nos pegábamos habíamos atravesado mi ojo derecho, pero no el de este plano sino el de la realidad. Pude verme a mí mismo en una camilla de hospital. El médico continuaba usando el desfibrilador sobre mi pecho y, al fondo, unas enfermeras corrían a auxiliar a Yaiza, la cual convulsionaba descontroladamente. Mis padres estaban en una esquina de la habitación llorando desconsolados. Esa imagen me dejó absorto el tiempo suficiente para que Óscar me lanzara otro directo a la mandíbula. Fue 268


Jorge Cáceres Hernández entonces cuando realmente supe que debía despertar fuera como fuese. Es muy duro morir solo, pero peor es morir sabiendo que le partirás el corazón a todas las personas que amas. Agarré entonces la cabeza de Óscar y comencé a descender de nuevo. Bajábamos a toda velocidad por el mismo lugar por el cual llegamos a esa sala. Pero esta vez cuando encontráramos de nuevo el séptimo plano lo primero que tocaría la tierra sería la cara de Óscar. Bajamos y bajamos, y cuando estábamos a tan solo un milímetro del piso lo lancé con todas mis fuerzas hacia las rocas del suelo.

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LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 12 LA

PÉRDIDA

L

as fuerzas enemigas habían destruido dos de las tres murallas del castillo. Yaiza se encontraba completamente debilitada y apenas lograba ya defender la mitad de lo que defendía al comienzo de la batalla. El número de soldados había bajado drásticamente, pero también el de las criaturas aliadas, y las fuerzas de Óscar continuaban siendo mayores en número. Alrededor del castillo yacían las máquinas destrozadas y los cuerpos sin vida de soldados, armaduras vacías, golems, leómanos, gárgolas, ogros y todo tipo de seres extraños. La masacre era de proporciones titánicas y la maldición de la guerra aún azotaba el castillo de la montaña del lobo azul. Cuando los soldados alcanzaron la última de las murallas, que es donde estaban las pocas fuerzas de la defensa del castillo, Helena empezó a verse desbordada. Los enemigos comenzaron a entrar y poco a poco se fueron abriendo paso hacia ella.

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Tras la quinta esencia Helena blandía la espada eléctrica desesperadamente, acabando con todo el que podía, pero eran demasiados. De repente un soldado se acercó a ella por detrás, sin que la muchacha pudiera darse cuenta, y le propinó un fuerte golpe con la culata de su arma en la nuca. Helena cayó al piso de inmediato, su espada rodó lejos y los soldados la rodearon apuntándola con sus armas. El fin de Helena parecía ser inminente. Pero justo en el momento en el que los soldados iban a disparar, un enorme rugido anunció la imperiosa llegada de Oso. Este saltó sobre los soldados y se colocó entre ellos y Helena mordiendo, desgarrando y agitando sus garras para acabar con todo el que se acercara. La muchacha aprovechó la distracción para intentar recuperar su arma, la cual se había quedado atascada entre las piedras de la muralla semidestruida. Oso luchó con bravura, no sabría decir a cuántos soldados consiguió destrozar antes de que la primera de las balas perforara su cuerpo. Su fuerza era inimaginable, pues siguió matando, protegería a Helena mientras tuviera fuerzas para moverse. Así que eso hizo, siguió luchando y las balas siguieron entrando dentro de su cuerpo. Su sangre comenzó a encharcar el piso a sus pies, pero Oso se mantuvo firme hasta el fin. Helena lloraba mientras seguía intentando sacar su espada de debajo de las piedras. Estaba viendo cómo mataban a Oso y no podía hacer nada para evitarlo. Cuando uno de los soldados se acercó a Oso, estando él aún de pie pero tambaleante, para darle el golpe de gracia, el animal hizo acopio de sus últimas fuerzas y le arrancó la cabeza al soldado de un zarpazo. Un segundo después Oso cayó muerto boca abajo. Los gritos de Helena mientras corría hacia Oso se escucharon por encima de cualquier otro en todo el castillo. Su dolor fue tan desgarrante que los soldados cercanos bajaron sus armas y dejaron que la chica se abrazara al animal recién muerto. La muchacha sostuvo la cabeza de su amigo entre sus manos mientras lloraba. Luego miró a los soldados con ojos de asesina y corrió hacia ellos. Los sol272


Jorge Cáceres Hernández dados levantaron sus armas y dispararon. En medio de la confusión no se dieron cuenta de que en el último momento Gárgaras había aparecido, cogiendo a Helena en volandas y llevándosela de allí por los aires. —¡NOOOOOOOOOO…! ¡SUÉLTAME! —gritó Helena—. Déjame allí de nuevo, acabaré con ellos. —Olvídalo, Helena, he de ponerte a salvo, la defensa del castillo ha caído —dijo Gárgaras mientras volaban a toda velocidad para salir de la zona. —¡Aún puedo luchar! —continuó Helena—. ¿Y qué pasa con Yaiza? ¿Vas a dejarla sola? —Parece ser que para Yaiza tú eres más importante que ella misma. Tengo órdenes de sacarte de aquí y eso haré. Esperemos que ella pueda manejar la situación. En cuanto la niña vio, por el rabillo del ojo, que Gárgaras se alejaba lo suficiente del castillo con Helena a cuestas, simplemente bajó los brazos. —¡Vamos, Yaiza! —dijo la versión oscura de la niña al aparecer en lo alto de la torre de súbito—. Lo poco que queda de nuestras tropas está abandonando el castillo, el enemigo ha derribado las defensas y no creo que tarden en encontrarnos. ¡No tenemos tiempo que perder! —¡No iremos a ningún lado! —contestó Yaiza en un tono apagado. —Pero son millares, ¡mira! —la sombra estaba estupefacta—. ¡No podremos con ellos nosotras solas! 273


Tras la quinta esencia —Haremos todo lo que esté en nuestras manos. No puedo fallar al chico ahora. —Yaiza, no es que me desagrade la idea de que sufras una muerte atroz, pero recuerda que si tú mueres yo también lo haré, y eso ya no me hace tanta gracia. —Si huimos ahora las fuerzas de Óscar se concentrarán todas en el muchacho, y eso significaría su fin. Debemos aguantar, así puede que haya una posibilidad de que todo esto se resuelva. —¡Es una locura! Lo sabes, ¿verdad? La niña se giró para mirar al disperso rostro de la sombra, luego le sonrió y le dijo: —Por mucho miedo que tenga, no puedo hacer otra cosa. ¿Estás conmigo? La sombra pensó durante unos segundos. En su cara se podía ver cómo evaluaba la forma más rápida de salir de allí de inmediato, pero finalmente dijo: —¡Acabemos con ellos! ¡Ja! Puede que incluso nos divirtamos un poco. —¡Así se habla! Las dos muchachas estaban agotadas, pero completamente decididas a no rendirse jamás. Durante unos minutos esperaron la inminente llegada de los soldados. Iba a ser la batalla más dura de sus vidas, pero lucharían juntas, mano a mano. 274


Jorge Cáceres Hernández Cuando la torre Oeste se derrumbó debido a un cañonazo de la máquina de plasma, el primero de los soldados llegó a la torre a través de la escalerilla. El hombre intentó gritarle a sus compañeros para que supieran que las había encontrado, pero en cuanto asomó un pelo la niña oscura ya lo estaba lanzando torre abajo. Fue tal el griterío del hombre que quedó bastante claro lo que había pasado. Los soldados comenzaron a aparecer, y entre las dos comenzaron a despacharlos. Pronto fueron tantos que tuvieron que alejarse de la escalera y juntar sus espaldas. Los disparos de los soldados se unieron para intentar acabar con ellas pero ninguno llegó a acercarse siquiera. Las niñas se movían a la velocidad del rayo. Una infinidad de hombres comenzaron a caer de la torre, unos detrás de otros. Juntos creaban un tupido manto que recubría las paredes exteriores de la torre, como si se hubiera vestido de camuflaje. Primero decenas, luego centenas y finalmente millares. Las niñas se estaban desbordando y, para colmo, el fuego de las máquinas de asedio se había concentrado en su posición. Era cuestión de tiempo que la torre cayera y todo acabara. Tanto fue así, que el misil disparado por una de las artillerías se dirigió justo a donde ellas estaban. La niña oscura consiguió detenerlo en el último momento y, haciéndolo girar por el perímetro de la torre, comenzó a golpear a los soldados para finalmente devolver el proyectil a las colinas. Para esto, la niña oscura tuvo que hacer un gran acopio de sus fuerzas y concentrarse en esa acción únicamente, por ello no pudo ver que uno de los soldados que no consiguió golpear le había disparado con su arma en la cara. La bala le rozó el lateral de esta y por un segundo el rostro de la angelical niña se convirtió en el de un Eroclo muy enfadado. 275


Tras la quinta esencia Las niñas continuaron luchando durante una eternidad, estaban desesperadas y sus esfuerzos parecían ser inútiles. Por cada soldado que despachaban volvía a aparecer uno nuevo completamente fresco y preparado para la batalla. Su resistencia estaba menguando. Su destino estaba ahora en manos del chico. No había tiempo que perder.

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CAPÍTULO 17 CONFESIÓN

E

l impacto fue brutal. Después del golpe Óscar y yo salimos despedidos en direcciones opuestas. Óscar yacía boca abajo y, aunque me dolía todo, yo intentaba ponerme en pie. Finalmente, medio a gatas, medio reptando, conseguí alcanzarlo. Le di la vuelta para poder mirarle a los ojos; parecía mareado y confuso, su máscara estaba resquebrajada por todos lados pero se mantenía firme. El odio y la desesperación invadieron entonces mi cuerpo y comencé a propinarle puñetazos en el rostro. Me ensañé fríamente, creí que sería la única forma de acabar con todo de una vez y él apenas lograba entender lo que pasaba. Cuando uno de mis golpes desprendió la parte inferior de la máscara paré en seco. Pude ver un mentón normal y corriente pero con algunas cicatrices bastante grandes. Fue entonces cuando la curiosidad me invadió. Quería ver la cara del hombre que me había estado haciendo la vida imposible durante todo este tiempo. Quité poco a poco los trozos que quedaban y cuando no quedó ninguno di un salto hacia atrás, quedándome sentado contemplándolo. Mi cara debía de estar pálida como la

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Tras la quinta esencia noche, pues el rostro que estaba viendo no era otro que el mío propio. Acaso… ¿yo era mi propio enemigo? Y si no era yo, ¿quién era esa persona? ¿Y por qué tenía mi cara? El parecido era increíble si no fuera por las cicatrices. Óscar empezó a reaccionar, poco a poco. Al notar el viento en su cara se palpó con las manos. Al ver que yo lo miraba con cara de asombro se tapó de inmediato y dijo: —¡Atrás! ¡No me mires! —¿Qui… quién eres? —dije farfullando. —¿Qué? —dijo Óscar. —¿QUE QUIÉN ERES? —grité mientras me ponía de nuevo encima de él, agarrándole del pecho—. ¿Estás jugando conmigo? ¿Por qué usas una máscara para tapar mi cara? —¡ES MI CARA! —gritó mientras me empujaba para ponerse de pie dándome la espalda—. Siempre lo ha sido. —¿Y por qué la ocultas? —pregunté. —¿No es obvio? Es horrible. ¡Yo soy horrible! —Óscar estaba muy nervioso. —¡Eres igual a mí! ¿Cómo es posible? —yo estaba completamente perplejo. —Soy igual a ti en prácticamente todo, pero hay un detalle clave que nos diferencia —Óscar se giró hacia mí, y lentamente se quitó la parte superior de su ropa—. El detalle es que la horrible cicatriz que ambos tenemos en el costado se encuentra en lados inversos. 278


Jorge Cáceres Hernández —¿Qué quieres decir con eso? —era verdad, lo estaba viendo en esos momentos con mis propios ojos. —¡Vamos! Tampoco hay que ser muy listo para entenderlo. —¡Un momento! —dije—. Poco después de mi accidente de puenting registré mi casa y encontré una foto de bebé. En ella estaba yo, pero estaba partida por la mitad. —¡No! ¡En ella estaba yo! ¿No recuerdas en qué lado estaba la cicatriz? Esa foto es la mía, la tuya está en el mundo real. —¿Qué me estás diciendo? —no dada crédito a lo que estaba escuchando. —¡TE DIGO, QUE TÚ Y YO SOMOS GEMELOS! Nacimos unidos por el costado. Cuando nos separamos yo morí, tú sobreviviste. Y desde entonces he vagado por este sucio plano. Al principio no lo aceptaba, incluso me inventé una vida, pero cuando vi la esencia de Omar en la prisión de tus recuerdos… —¿Prisión de mis recuerdos? —pregunté. —¡Oh, sí!, aquel lugar en donde quisiste quedarte para morir. Ese sitio es a donde van a parar los recuerdos que ya no necesitas, van bajando cada vez más profundos hasta que un día desaparecen. Si no fuera por mí te hubieras olvidado de quién eres y hubieras muerto ya hace mucho. —Fuiste tú quien engañó a Omar para que me traicionara y así me pudieran encerrar allí. —Efectivamente. Pero tú no hiciste nada por salir de allí. Mira el poder que tienes ahora. Aquello no era nada para ti. Estabas per279


Tras la quinta esencia dido e ibas a morir, pero eso no me interesaba a mí. Si tú mueres mi última esperanza muere contigo. —¿Qué esperanza? ¿La de robarme mi vida? —pregunté. —¿Tu vida? ¿Tuya? Yo tuve que morir para que tú vivieras. Acaso… ¿tu vida no es de los dos? Tú has vivido dos décadas, has saboreado multitud de momentos inolvidables, has sentido lo que es que te amen, incluso has amado tú. ¿No merezco yo un podo de eso también? Tú has conocido a nuestros padres. Si no consigo tu alma no podré sentir jamás nada de eso y me pudriré aquí abajo para siempre. Además, aquí está la mujer que amas. Te ofrezco quedarte con ella y ser feliz mientras yo disfruto de lo que nos quede de vida en la realidad y tu solución es matarme. Prácticamente somos la misma persona, se podría decir que compartimos la misma esencia, pero tú lo tienes todo y yo nada. Por eso mismo te odio. A ti y a todo. Pero está claro que mi destino era morir. No lo he aceptado y creo que lo debería haber hecho hace mucho tiempo. Fuiste tú quien sobrevivió y no yo —dicho eso, Óscar se puso de rodillas mirando al suelo, con las manos estiradas y continuó—: haz lo que tengas que hacer. Me acerqué lentamente a él, le levanté la cabeza y pude ver cómo las lágrimas corrían hacia el piso sobre su rostro maltrecho. Poco a poco acerqué mi boca a la suya y cuando estuvimos a apenas unos centímetros una enorme atracción surgió entre los dos cuerpos. Su boca y la mía se juntaron, pero no solo eso, sino que la fuerza que se creó entre los dos fue tan inmensa que no nos podíamos despegar. Nos elevamos unos metros en el aire mientras girábamos contorsionados, nos convertimos en una única bola humana y la luz lo cegó todo. Empezamos a girar cada vez más rápido, las fuerzas eran caóticas a nuestro alrededor, todo lo que estaba cerca empezó a separarse de nosotros hasta que nos quedamos en un inmenso vacío. 280


Jorge Cáceres Hernández La bola giraba y giraba, tanto fue así que perdí la noción del tiempo y el espacio. Por un segundo olvidé hasta quién era para luego empezar a recordarlo todo de nuevo, desde el principio. Pero esta vez no solo estaban mis recuerdos sino también los de Óscar. Cuando todo terminó yo estaba levitando en medio de la nada, con los ojos cerrados. Ya no era yo mismo, sentía que acababa de volver a nacer pero esta vez era más grande por dentro, esta vez nací con algo que me faltaba desde hacía muchísimo tiempo. Cuando Óscar me dijo: «Prácticamente somos la misma persona, se podría decir que compartimos la misma esencia» fue cuando realmente entendí lo que estaba pasando. Al morir, Óscar se llevó la mitad de mi alma. Vivió aquí gracias a ella durante mucho tiempo, pero estábamos irremediablemente unidos. La realidad es que él estaba muerto y yo vivo, pero aunque ahora poseo las dos mitades de mi alma, una sigue siendo él. Ahora somos dos los que vivimos dentro de mí. Puedo sentirlo, sé lo que piensa y sé que juntos tendremos una gran vida que compartir. Somos la misma persona desde el momento en que él murió. En cierto modo, él representaba la lucha por la vida y yo por el amor. En esta historia son completamente incompatibles y solo ahora que he reunido las dos mitades de mi ser podré decidir qué debo hacer, vivir sin amor o morir amando.

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LA

NIÑA

Y

EL

OSO

CAPÍTULO 13 EL

DESENLACE

L

as dos niñas estaban arrodilladas, espalda contra espalda. Las fuerzas les flaqueaban y los soldados descargaban sus armas sobre ellas. Yaiza y Eroclo se limitaban a crear un pequeño escudo en el semicírculo que les correspondía para poder sobrevivir, pero era cuestión de tiempo que flaquearan y murieran. —¿CÓMO VAS? —gritó la versión oscura de la niña. —¡NINGÚN PROBLEMA POR AQUÍ! —contestó la niña—. ¿YA ESTÁS CANSADO? —¡Aaarggg…! ¡DE ESO NADA! —contestó Eroclo. De repente el escudo de la niña oscura falló en unos milímetros, lo justo para que una de las balas lo atravesara y consiguiera perforar el hombro de la sombra. —¡AAAAAAAAAAAAHHHH…! —el aullido de Eroclo fue aterrador. El dolor lo invadía y, aunque consiguió mantener el escudo con su otra mano, no podía seguir defendiendo mucho más. 283


Tras la quinta esencia —¿ESTÁS BIEN? —preguntó la niña, alarmada. —¡NO! —dijo la sombra—. ¡NO SÉ CUÁNTO TIEMPO PODRÉ AGUANTARLO, ME DUELE MUCHO! —¡SUÉLTALO! —dijo Yaiza—. ¡YO ME ENCARGO! —¡NO PODRÁS, SON DEMASIADOS! —¡SUÉLTALO… AHORA! En el momento en que Eroclo soltó el escudo para atenderse la herida con la mano sana, Yaiza se giró para sustituirle, creando un campo completo que los protegiera a los dos. El sufrimiento en la cara de la niña era más que visible, pero haciendo un último esfuerzo consiguió levantarse un poco del piso. Eroclo pudo ver cómo Yaiza arriesgaba su vida por él, la fuerza que estaba demostrando era increíble y merecía su máximo respeto. Simultáneamente, en algún lugar de los reinos de los rondadores la criatura llamada Arlequín estaba sufriendo mucho más que ella. Arlequín representaba el mayor de los miedos de Yaiza, el cual estaba ligado a la muerte de sus padres, y con cada centímetro que Yaiza conseguía alzarse del suelo le robaba un poco más de vida a su mayor temor: morir allí mismo. Su determinación estaba creciendo y sus miedos debilitándose. Finalmente, a Arlequín se le paraba el corazón y moría en silencio. Yaiza consiguió, entonces, ponerse completamente de pie y proteger a Eroclo. De repente un certero disparo de plasma golpeó la maltrecha torre y esta comenzó a caer. Yaiza no se puso nerviosa, siguió manteniendo el escudo mientras caían a toda velocidad. Los soldados, horrorizados, saltaron de la torre anticipándose a su crudo final. La torre cayó como a cámara lenta; las dos niñas, envueltas en la magia 284


Jorge Cáceres Hernández protectora, también cayeron. Juntos golpearon el piso acompañados de una nube de polvo y un estruendo brutal. Segundos después todo lo creado por Óscar explotó en mil pedazos. El chico lo había conseguido, había acabado con el enemigo. A la nube de polvo se le sumó la de las partículas acumuladas de billones de creaciones muertas. Pero cuando la nube se disipó Yaiza seguía con un brazo levantado y con el otro agarrando a Eroclo. Esta vez el ser no era una sombra sino que parecía un hombre anciano, completamente normal. Eroclo se había desmayado, exhausto. Cuando despertó estaban lejos del lugar del impacto, pero no del castillo. Con ellos había un puñado de personas que en su momento fueron rondadores de la noche, Gárgaras y Helena. Yaiza tenía los ojos encharcados en lágrimas, sin duda había estado llorando por la pérdida de Oso, su fiel amigo. Eroclo miró a Gárgaras, el cual le miraba a él con ojos asesinos. Se levantó y se dirigió hacia él. —Gárgaras… —dijo—, tú y yo tenemos algo en común que jamás llegaremos a resolver. La pérdida de mi hija fue un duro palo y un grave error. Sé que jamás me perdonarás, pero quiero que sepas que ahora entiendo lo muy equivocado que estaba. La expresión en la cara de Gárgaras cambió de súbito, pero aun así prefirió no decir nada. Se limitó a asentir con la cabeza. —Yaiza —continuó Eroclo, dirigiéndose hacia ella—, hoy me has demostrado tu fuerza, tu determinación y el valor de tu gran corazón. Sé que te dije que lucharía en esta batalla a cambio de algo que solo tú y yo sabemos. Pero creo que deberíamos dejarlo todo tal y como está. Bastantes cosas han pasado ya —al escuchar esto, Gárgaras pareció darse cuenta de cuál era el precio que estaba dispuesto a pagar la niña, pero continuó sin decir nada. 285


Tras la quinta esencia —Ha sido divertido luchar a tu lado —dijo Yaiza—. ¿Qué harás ahora que todo ha terminado? —Bueno… nos iremos a nuestra ciudad, creo que necesita unas reformillas. Por lo demás, sé que seguirás teniendo miedos a lo largo de tu vida, así que no me irá mal. Pero hazme un favor: jamás tengas miedo a que el miedo sea tu final. No merece la pena volver a pasar por lo mismo otra vez. Supongo que tarde o temprano volveremos a vernos. —Sí, yo también lo creo —dijo Yaiza—, cuídate hasta entonces, no me hagas ir a enseñarte lo que vale un peine. —¡Ja, ja, ja, ja! Descuida —dijo riendo. Luego se dirigió a su pueblo—. ¡EN MARCHA, QUEDA MUCHO CAMINO POR RECORRER! Cuando Yaiza se dio la vuelta vio que el muchacho acababa de llegar. Caminaba decidido hacia Helena y ella al verlo echó a correr hacia sus brazos abiertos.

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CAPÍTULO 18 LA

DESICIÓN

M

e senté en el lugar en donde todo había acabado. Aunque la batalla había terminado, la guerra interna que se libraba dentro de mí latía con más fuerza que nunca. No sé cuánto tiempo estuve en aquel lugar contemplando la majestuosidad del mundo que, en parte, había creado. Este lugar era el lienzo en blanco, mi mente había sido el pincel y mis problemas eran la pintura que aún lo bañaba todo. Una suave brisa removió un poco la superficie de la nieve a mi alrededor, dejando entrever que en el suelo había algo oculto. Eran las dos bolsas negras que contenían las esencias de Helena y mi madre. Las desenterré con cuidado y le quité la bolsa a una de ellas. La miré fijamente y pude observar que era la de Helena. Volví a ver el momento de su muerte, algo muy agónico y desagradable. Después la inundó la oscuridad por completo, para más tarde volver a enseñarme todos y cada uno de los momentos felices que hemos tenido en este lugar. Pese a todo lo malo que nos ha pasado y a todo el sufrimiento que hemos sentido, ella siempre estuvo allí y supo

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Tras la quinta esencia amarme con todo su ser. Las imágenes se repetían una y otra vez y lo único que lograba pensar era que el tiempo que había pasado con ella me había sabido a poco. La quería, nuestro amor era puro y debíamos estar juntos. ¿Por qué volver a la realidad si aquí ya tengo lo que necesito? No sabía qué pasaría cuando ella se enterara de que estaba muerta ni a dónde iría a parar yo cuando mi corazón dejara de latir, pero lo que sí sabía era que si nos amábamos siquiera la mitad de lo que pensábamos, el viaje lo haríamos juntos. No importaba el destino. Anduve decidido hacia el castillo. Cuando lo contemplé a lo lejos vi los estragos que la guerra había causado en él. Por un momento no supe reaccionar, di por hecho que todos estarían bien porque yo había triunfado, pero a lo mejor Helena no había superado el ataque. Corrí los últimos kilómetros con esa idea dando vueltas por mi cabeza. Por suerte estaba de pie junto a los demás, su fina y delicada silueta se distinguía desde cualquier lugar. Cuando me vio dejé de correr, abrí los brazos y me preparé para recibirla con todo mi calor. Nuestro aspecto era horrible, estábamos completamente magullados pero nuestras sonrisas nos iluminaron de tal forma que compensaron nuestro desaliñe. —¿Estás bien? —pregunté al cabo de unos segundos entre arrumacos y caricias. —Bueno… Oso no lo ha conseguido, vi cómo acababan con él —dijo ella. —¡Lo siento! Pero… ¿tú? ¿Estás bien? —Sí, sí, yo estoy bien. No te preocupes —Helena me miró y me volvió a sonreír—. Bueno… ha llegado el momento, ¿no? ¡Somos libres! Despertemos juntos. 288


Jorge Cáceres Hernández —Helena, hay algo que necesitas ver. Cuando te lo enseñe será el momento de irnos de este lugar para siempre. —¿Qué es? —preguntó Helena intrigada. Con cuidado volví a sacar la esencia de su bolsa y se la enseñé. Helena la sostuvo y la miró con detenimiento. Al principio no parecía creer lo que estaba viendo, luego se puso muy seria y finalmente rompió a llorar. —Es tu esencia. Se la quité a Óscar. Lo que muestra es… —Mi pasado —dijo ella rápidamente—. Ahora lo recuerdo todo. Aquel día debí haber tenido más cuidado, yo era una buena policía, no merecía acabar así. Pero… ¿qué significa esto? Estoy muerta, ¿verdad? —en ese momento se hizo el silencio más absoluto a nuestro alrededor. Yaiza ahogó un grito llevándose las manos a la boca— . ¿Qué será de mí ahora? ¿Me quedaré aquí sola para siempre? —¡No, no! —dije mientras agarraba sus manos—. Yo estoy en un punto crítico, puedo elegir despertarme ahora mismo o dejar que mi cuerpo muera. Cuando lo haga, juntos nos iremos a donde tengamos que ir. No te pienso abandonar, ni ahora ni nunca. Sea lo que sea lo que te vaya a pasar, me pasará a mí también. —Pero… ¿qué hay de tu vida? Tú tienes la oportunidad de continuar con ella. Yo no la tuve y ahora mismo me arrepiento de no haber aprovechado mi tiempo para hacer todo aquello que deseaba hacer y por las circunstancias que fueran dejé de lado. Tú tienes una vida y… ¿quieres renunciar a ella por mí? —Por supuesto. Hagámoslo, juntos tú y yo por toda una eternidad. 289


Tras la quinta esencia —¡ESO ES ABSURDO! —gritó Yaiza desde la distancia—. Lo hemos arriesgado todo por ti, hemos peleado como fieras, ¿y todo para esto? ¿Para que tires la toalla y abandones? —¡No lo entiendes, Yaiza! —repliqué—. Cuando vi en la esencia de Helena cómo veía ella nuestra historia caí en la cuenta de que lo nuestro debía perdurar, aunque el precio sea mi muerte. La quiero con toda mi alma, y creo que ella también a mí. —¡Tonterías…! —soltó la niña mientras miraba al suelo enfadada. —¡Claro que te quiero! —dijo Helena—. Y también quiero que estemos juntos por siempre, pero dices que tomaste la decisión al mirar mi esencia… —Sí… —dije. —Pero creo que antes de decidir nada… deberías mirar la otra esencia que guardas ahí. —¿La de mi madre? —pregunté. —Sí —contestó Helena—, mírala y luego aceptaré cualquier decisión que tomes sobre tu futuro. Eso hice, cogí la otra esencia, la saqué de la bolsa y miré dentro de ella. Pude ver todos los momentos felices que pasamos juntos los dos, cada vez que dijo que me quería o cuando me curaba las heridas que yo me hacía jugando con los amigos en el parque. Siempre estuvo a mi lado cuando la necesité. Las últimas escenas fueron las más duras. Pude ver la reacción de mi madre al enterarse de mi accidente, cómo condujo a toda ve290


Jorge Cáceres Hernández locidad hacia el hospital, sus llantos desconsolados en mitad de la noche junto a mi cama. Entendí entonces que no estaba solo en esto, y que si yo no despertaba todas las personas que me quieren sufrirían un enorme dolor por mi culpa. Un gran sentimiento de responsabilidad inundó entonces mi pecho y me dio la impresión de que también mi cara, porque enseguida Helena me dijo: «¿Lo entiendes ahora? —me regaló lo que entendí que fue la más difícil de las sonrisas que jamás pudo dedicarme—. Tienes la oportunidad de volver y hacer bien las cosas. Continúa con tu vida y sé feliz. Yo te estaré esperando aquí para cuando vuelvas». En ese momento comencé a llorar. Ella me abrazó. Sentí una cálida sensación de paz. Luego la volví a mirar a los ojos y le di lo que sería nuestro último beso. Cerré los ojos inconscientemente y cuando los abrí… ya no estaba. Quisiera decir que todo fue muy dulce y delicado, pero lo cierto es que volver a la realidad fue lo más desagradable que he hecho jamás. Para empezar tenía un tubo que me atravesaba el esófago y me llegaba hasta el estómago, tenía el cuerpo entumecido, la cabeza me daba vueltas y el dichoso aparato de mi derecha no hacía más que incordiar con sus pitidos. Pero en el momento en que los ojos llorosos de mi madre se posaron en los míos entreabiertos, todo mereció la pena. Había dejado atrás un paraíso para volver a luchar día a día en este campo de batalla que es la realidad. Mi madre se me quedó mirando, completamente blanca. Parecía no creer ver lo que estaba pasando; a lo mejor soñó tantas veces con verme despertar que quería asegurarse. Pero en el momento justo en que mi padre entraba en la habitación para traerle algo de beber, ella se levantó y, tirándole los cafés a mi padre, se acercó a mí corriendo. 291


Tras la quinta esencia —Doctor… ¡DOCTOR…! —gritó mi madre—. ¡Rápido, se está despertando! ¡Que alguien le quite esos tubos que se está ahogando! A mi padre le costó unas milésimas de segundo reaccionar, pero enseguida salió de la habitación para volver con unas enfermeras. —Tranquilo, chico, te quitaremos esto enseguida, te sentirás mejor —dijo una de las enfermeras. En cierto modo me sentí aliviado de no tener tantos cacharros dentro de mí, pero la cantidad de besos y achuchones que me dieron mis padres amenazaban con volverme a dejar inconsciente. Pero eso también merecía la pena. —¿Cómo estás? —preguntó mi madre. —Estoy muy cansado —respondí. —¿Cansado? —preguntó mi padre—. ¿Cómo vas a estar cansado si llevas casi un mes durmiendo? —¿Un mes? —realmente dentro del séptimo plano no tenía una percepción real del tiempo que transcurría. Un mes me pareció ser muy poco para todo lo que viví o… soñé. Pero poco importaba eso ya, estaba aquí para aprovechar el tiempo que me quedara y eso pensaba hacer. Pero al intentar incorporarme…—: ¡Es curioso! —dije—. Llevo tanto tiempo aquí tirado que se me han entumecido las piernas. ¿Me ayudáis a levantarme? —enseguida se creó un silencio muy incómodo y las miradas de mi padre y mi madre serpenteaban nerviosas por toda la habitación, como buscando la manera de decirme algo complicado de explicar—. ¿Qué pasa? —pregunté asustado. —Verás… hijo, sufriste graves golpes en tu caída que no solo afectaron a tu cabeza… 292


Jorge Cáceres Hernández —¿Qué quieres decir? ¿Qué me pasa? ¿Por qué no consigo incorporarme? —¡Tranquilo! —dijo mi madre. —Tienes dañada la columna vertebral y tendrás que usar una silla de ruedas durante un tiempo… —¿De qué estás hablando? ¿Un tiempo? ¿Por qué? ¿Qué me pasa, papá? ¿Me estás diciendo que no podré volver a caminar? —¡No, hijo, no es eso! Sí que podrás, pero tendrás que ir a rehabilitación y puede que con el tiempo vuelvas a la normalidad. Pero por ahora no puedes forzar tu cuerpo. —¡Ah! Pero estamos hablando de unas semanas, ¿no? Haré algunos ejercicios y todo estará como antes, ¿verdad? —Hijo, no te quiero engañar —continuó mi padre—. El médico ha dicho que, en el caso de que despertaras, deberías hacer rehabilitación y puede que después de algunos años consiguieras recuperar un cierto grado de movilidad, pero jamás volverás a ser el de antes. En cuanto la última palabra salió de la boca de mi padre, mi madre comenzó a llorar. Yo la abracé y también dejé escapar unas cuantas lágrimas. Había renunciado a mi propio paraíso por una realidad que se me presentaba más dura que nunca y no sabía ni por dónde empezar a retomar la vida en esta segunda oportunidad. —¿Estás bien? —en ese mismo momento Yaiza acababa de despertar. 293


Tras la quinta esencia —Sí, sí, tranquila. Solo algo magullado. No te preocupes —dije secándome las lágrimas e intentando esbozar una pequeña sonrisa, en un vano intento de aparentar que en realidad no estaba llorando. Lo cual era una estupidez, era evidente mi dolor. Y por la cara que puso ella también debía de estar al tanto de mi lesión, porque no solo no preguntó qué me pasaba sino que en su rostro pude ver que entendía completamente mis lágrimas.

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CAPÍTULO 19 DESPUÉS

DE

LA

TORMENTA

E

l primer día de rehabilitación mis padres me comentaron que Omar estaba en su casa, al parecer había sufrido un repentino y misterioso ataque de autismo. Se pasaba los días en su habitación coloreando, en hojas de papel, esferas de color azul y verde y diciendo cosas completamente incoherentes sobre mundos de fantasía y un hombre llamado Óscar. Algunas noches despertaba a la familia dando gritos de socorro. El pobre Omar se había convertido en un alma atormentada, lo que Óscar le hizo acabó con él y no sabía realmente cómo solucionarlo. Debía hablar ese día con Yaiza, la cual seguía visitando a su abuelo enfermo en el hospital. Yaiza me contó que cuando rescatamos la esencia de Omar ella se había encargado de copiar todos los datos que pudo recuperar de la maltrecha esencia y los guardó dentro de su propia alma. Pensaba que si volvía a brindarle esos datos a Omar, pero desde la realidad, a lo mejor conseguía liberarlo del encarcelamiento que Óscar le había impuesto. Para que lo entendáis, el alma de Omar podría compararse a un ordenador con un virus que no le deja trabajar; Yaiza tenía en su poder la mayor parte de la información del ordenador, 295


Tras la quinta esencia así que pensaba borrar todo lo que había dentro para volver a instalarlo pero sin el virus de Óscar. Aunque realmente ella no pensaba que Óscar le hubiera transferido un virus, sino que de algún modo consiguió encerrar su conciencia dentro de su alma. Ella lo explicó mucho mejor en su momento, pero la verdad es que yo tampoco lo entendí muy bien. Aquel mismo día mis padres, Yaiza y yo fuimos a casa de Omar. Después de una larga charla con los padres de este, accedieron a que intentáramos hablar con él. Cuando entramos en la habitación pude ver a mi amigo sentado en el piso de la habitación, mirando hacia una de sus paredes y meciéndose suavemente mientras decía incoherencias extrañas. —Dejadnos solos —les dije a mis padres—. Ahora salimos. —¡Vale, cariño! —dijo mi madre—. Estamos en el salón. Avisa si necesitas algo. En cuanto se cerró la puerta Yaiza se acercó a Omar, se arrodilló junto a él y cogiéndole suavemente la cabeza intentó que Omar la mirara a los ojos. En el momento en que sus miradas se cruzaron y Yaiza abrió la boca, el gas azul y verde que Yaiza había absorbido de la esencia de Omar empezó a manar de su boca para introducirse suavemente en la de Omar. El chico comenzó a inhalar el humo y empezó a temblar con los ojos en blanco. Luego, tras unos segundos de un intenso silencio, Omar inspiró fuertemente, me miró, luego miró a Yaiza y por fin dijo: —¡Lo siento! No tuve elección. —Lo sabemos, Omar —le dije en un tono amable—. Óscar tenía tu esencia y por ello podía ejercer un gran poder sobre ti. No hay nada que perdonar. Además, todo acabó bien. 296


Jorge Cáceres Hernández —¡Me alegro! —en ese momento Omar pareció darse cuenta de que yo estaba en una silla de ruedas y rompió a llorar. Yaiza lo abrazó para consolarlo, aunque él no sabía ni quién era esa niña. —¡Tranquilo! Esto no es para siempre. Estoy yendo a rehabilitación y creo que no tardaré mucho en volver a caminar, aunque sea con bastón. —¡Estoy muy cansado y tengo mucho en que pensar! ¿Os importa que hablemos otro día? Solo quiero meterme en la cama y descansar. —Tranquilo, Omar. Duerme todo lo que quieras, ya hablaremos cuando sea el momento —dije—. Por cierto, me alegro de verte. —Yo también, y gracias por todo. Sin más, Omar se metió en la cama y se tapó con las mantas. El pobre chico acababa de experimentar algo tan agotador que no podía ni hablar. Acababa de regresar a la vida y lo único que podía hacer era volver a dormir. Óscar lo había maltratado de mala manera y sentí mucha compasión por él. Semanas después de nuestra visita, Omar apareció en la sala de rehabilitación. Conversamos sobre lo sucedido y de lo arrepentido que estaba. Más tarde me ayudó con mis ejercicios durante casi una hora. Conforme pasaban los días Omar cada vez me visitaba más y durante más tiempo. Finalmente acabé recordando de nuevo que Omar siempre fue un buen amigo. Porque, sin contar su traición, él siempre estuvo ahí cuando le necesité. Y me lo demostró todos esos días en los que estuvo conmigo. 297


Tras la quinta esencia Tres meses después de que yo despertara, el abuelo de Yaiza acabó muriendo. Era ya muy mayor y poco pudieron hacer los médicos por él. La niña tuvo que ir a un centro de acogida porque no le quedaban parientes vivos. Fui a visitarla todas las semanas. Después de un año, mis padres quisieron adoptarla convirtiéndose así en mi preciosa hermanita pequeña. Siempre nos apoyamos y estuvimos ahí cuando nos necesitamos. Estábamos muy unidos y siempre le estuve muy agradecido por haberme ayudado tanto cuando más lo necesitaba. Con respecto a Helena, cada vez que me dormía intentaba volver a estar con ella y lo cierto es que muy pocas veces logré conseguirlo. Yaiza me daba consejos de cómo alcanzar el séptimo plano, pero la verdad es que era demasiado complicado. Conforme pasaron los años fui envejeciendo y, aunque pude volver a caminar, nunca logré recuperarme del todo. Helena, en cambio, las pocas veces que conseguí verla siempre tenía la misma edad y esa belleza que siempre me cautivó. Intenté tener una vida plena y disfruté siempre que pude de los placeres de la vida. No tuve una familia propia, ni mujer ni hijos. Pero eso no significa que viviera mi vida en soledad. Mis padres acabaron muriendo cuando se hicieron mayores. Yaiza se casó y tuvo tres maravillosos hijos. Omar siguió siendo siempre mi amigo, pero acabó muriendo también antes que yo. Y aquí estoy, cincuenta años después del día del accidente. Poco queda ya de aquel muchacho fuerte e impetuoso. Ahora soy un anciano y solo un asunto me queda por resolver. Me costó muchísimo convencerla pero, finalmente, Yaiza accedió a concederme mi última voluntad. Mientras vamos hacia el puente en donde todo empezó, aprovecho para dar los últimos retoques a 298


Jorge Cáceres Hernández mi diario; no me gustaría dejar este mundo sin haber escrito antes las aventuras que viví junto a mis amigos y mi querida Helena. No tengo miedo, simplemente ya no me queda nada más que hacer aquí. Creo que dejaré una buena huella cuando me vaya. ¿Sabéis? Hay gente que se pasa la vida viviendo con miedo a la muerte. Pero a la hora de la verdad no tienen miedo y se abrazan a ella como algo natural e inevitable. Otros acumulan dinero y bienes materiales durante toda su vida y a la hora de la verdad se dan cuenta de que sus vidas no han valido para nada más que para acumular y después perderlo todo. Pero pocas personas se dan cuenta de que lo que más se desea cuando todo se acaba es saber que lo que has hecho en el mundo ha servido para crear un futuro mejor. Nuestra aportación, nuestro granito de arena. ¿Cómo nos recordarán los demás? ¿Seremos alguien importante? ¿Pensarán que solo viví para robarles a los pobres el poco dinero que tenían para ser yo un poco más rico y luego perderlo todo al morir? ¿Seré un santo por luchar por los más débiles? ¿Me adorarán mis conocidos y familiares para finalmente ser olvidado con el paso de las generaciones? ¿Me recordarán por siempre como a Cleopatra o Julio César? ¿O simplemente pasaré desapercibido? Sea como sea… lo importante es saber que has tenido una vida plena, has cumplido tus objetivos y has hecho del mundo un lugar mejor. Bueno… ya estamos llegando al puente. Cuando paremos, Yaiza me ayudará a salir del coche, me acercaré a la barandilla, pasaré por encima de esta con cuidado de no caerme y luego me tiraré. Sin duda, el impacto contra el piso acabará con mi vida. No sé qué pasará después… simplemente mi cuerpo se apagará y dejaré de existir, o puede que haya un cielo y un infierno, a lo mejor paso a perderme en algún plano que aún no conozco. No tengo miedo a nada de lo que me pueda suceder, porque hay una pequeña posibilidad de que pueda encontrarme con Helena y pasarme la eternidad a su lado. Por cierto, mi nombre es… 299



EPÍLOGO

El anciano escribió unas últimas palabras en su diario y luego salió del coche con cuidado, ayudado por Yaiza. —En este diario he plasmado todo lo que sucedió después de mi accidente, con la ayuda de lo que tú me has contado y lo que pude saber de Óscar después de absorber su alma. Cuídalo bien, muchos creerán que es una obra de ficción pero quiero dejar por escrito constancia de las aventuras que viví durante el tiempo que estuve en el séptimo plano y… —No tienes por qué hacer esto, podemos irnos a casa y… —Yaiza estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no echarse a llorar allí mismo. —Ya hemos hablado de esto… Soy un viejo inútil, todos mis amigos han muerto y solo me queda esto en mi vida por hacer. —Aún me tienes a mí, y mis hijos te aprecian mucho, ya sabes que… 301


Tras la quinta esencia —No me hagas esto aún más difícil de lo que es. Prométeme que cuidarás de este libro como si fuera tuyo. Es lo único que quedará para probar que el amor entre Helena y yo existió de verdad. ¡Prométemelo! —Te lo prometo… —en ese momento Yaiza no aguantó más y derramó unas cuantas lágrimas. —No llores, mi vida —le dijo el anciano—. He tenido la vida que he querido y ahora voy a reunirme con mi amada. No puedo ser más feliz. —No sabes lo que pasará, puede que simplemente mueras y no llegues ni a verla, o que sea tan corto que no valga la pena o… —Yaiza… Sabes que siempre te he querido como una hermana, prométeme también que serás feliz. —Trato hecho. —Acompáñame a la barandilla, necesitaré que me ayudes a cruzarla. Luego vete y no mires atrás. No quiero que lo veas. Yaiza hizo lo que el anciano le dijo, se despidió de él con un cariñoso beso en la frente y luego se montó en el coche y se fue del lugar llorando desconsoladamente. El anciano respiró hondo y cerró los ojos. Nunca antes le pareció que el aire que respiraba era tan fresco. Luego simplemente soltó sus manos y se dejó caer al igual que hizo aquel día, hacía cincuenta años. Cayó y cayó, con una sonrisa en los labios, y encontró su buscado final en las duras rocas. 302


Jorge Cáceres Hernández Aunque hubiera alguien cerca no podría haber visto lo que el anciano vio a través de sus ojos. Cuando alcanzó el piso las rocas se quebraron como si fueran de caramelo y se vio de repente en el mismo lugar, pero mucho más alejado de la Tierra. Para ser precisos, estaba surcando los cielos a toda velocidad y podía ver el puente a kilómetros debajo de él. Cuando miró sus manos ya no estaban arrugadas y deterioradas por la vejez. Ya no era un anciano sino el joven universitario que un día desafió a la muerte y salió vencedor. Siguió cayendo. Cuando alcanzó el nuevo suelo volvió a tener la misma sensación de estar rompiendo un crujiente velo. Esto pasó cinco veces más hasta llegar al séptimo plano. Todo estaba muy diferente, apenas lograba reconocer nada, pero sabía que había llegado. Poco a poco fue ralentizando la velocidad de su caída y acabó aterrizando con mucha delicadeza en un prado de hierbas altas y muy verdes. El muchacho miró a su alrededor. No consiguió encontrarla, así que simplemente se sentó, luego se acostó y cerró los ojos disfrutando de la calidez que el sol le regalaba a sus mofletes risueños. —Llegas tarde —dijo una voz. Cuando el chico abrió los ojos pudo verla enfrente de él. Tan bella como siempre. El chico se levantó de un salto y la abrazó con fuerza. Los jóvenes pasaron horas hablando y jugando en la hierba. Se podría decir que se les veía muy felices. —Estos últimos días he estado pensando en una teoría —dijo el chico. —¿Sí? —preguntó Helena—. Cuéntamela. —Verás… dicen que el tiempo es infinito, pero para que algo no tenga final tiene que empezar de nuevo cuando termina, ¿no? Pues 303


Tras la quinta esencia yo creo que después de que tú y yo muramos, después de que el mundo llegue a su fin, la galaxia se destruya, habrá una gran explosión que acabará con todo. Esa explosión es el Big Bang. Así que cuando todo acabe, todo volverá a empezar. Se volverán a crear las mismas galaxias, los mismos sistemas solares, el mismo planeta Tierra… Y después de mucho tiempo tú y yo volveremos a nacer. Pasará un tiempo, yo iré con mis amigos a hacer puenting, volveré a verte y tú volverás a decirme… «¡Hey, hola! ¡Me suena tu cara!». —¡Eso sería muy bonito! Es una forma encantadora de ver la vida —dijo Helena—. Lástima que solo te lo hayas inventado. —¡Nunca se sabe, Helena! Nunca se sabe —el chico se puso algo nervioso entonces. Luego la miró a los ojos y continuó—. Bueno… ¿estás preparada? —Ahora que estás conmigo, sí. Los chicos se pusieron en pie, se miraron fijamente, se besaron y se dieron la mano. —Bueno, vamos allá. —¡Te quiero! —dijo Helena. —¡Yo también te quiero! Una suave brisa comenzó a soplar entonces alrededor de los muchachos, una intensa luz comenzó a bañarlo todo y de súbito los jóvenes, simplemente, dejaron de estar. Habían partido juntos, habían marchado al lugar a donde van las almas que aceptan que su tiempo ha terminado. Juntos hicieron el más difícil de los viajes. No sabemos a dónde fueron a parar, pero lo que sí sabemos es que estén donde estén, si están juntos, serán felices. 304




ÍNDICE

Capítulo 1: El accidente...................................................................... 11 Capítulo 2: Comienza el viaje............................................................. 25 Capítulo 3: El lago y la cueva............................................................. 43 Capítulo 4: el hombre de la celda de al lado.................................... 57 Capítulo 5: El renacer........................................................................... 79 Capítulo 6: El museo de arte contemporáneo.................................. 99 Capítulo 7: Un pequeño demonio alado......................................... 121 Capítulo 8: El reencuentro............................................................... 139 Capítulo 9: El hogar.......................................................................... 157 Capítulo 10: El entrenamiento........................................................ 181 Capítulo 11: Confrontación.............................................................. 187 Capítulo 12: Miedo............................................................................. 205 Capítulo 13: Los preparativos.......................................................... 237 Capítulo 14: La batalla....................................................................... 243 Capítulo 15: Cara a cara.................................................................... 255 Capítulo 16: El corazón..................................................................... 265 Capítulo 17: Confesión...................................................................... 277 Capítulo 18: La desición.................................................................... 287 Capítulo 19: Después de la tormenta.............................................. 295


LA NIÑA Y EL OSO

Capítulo 1: La cabaña.......................................................................... 51 Capítulo 2: La mujer de los ojos con lágrimas de plata................. 73 Capítulo 3: La hibernación................................................................. 91 Capítulo 4: Gárgaras.......................................................................... 111 Capítulo 5: Petriolo............................................................................ 129 Capítulo 6: El secreto.......................................................................... 147 Capítulo 7: La verdad........................................................................ 165 Capítulo 8: Los rondadores de la noche......................................... 211 Capítulo 9: El rescate y el secuestro................................................ 225 Capítulo 10: Bajo presión.................................................................. 251 Capítulo 11: Bipolar.......................................................................... 261 Capítulo 12: La pérdida..................................................................... 271 Capítulo 13: El desenlace.................................................................. 283

LA FUERZA REBELDE

Capítulo 1: El joven óscar................................................................... 65 Capítulo 2: Óscar, el líder de la fuerza rebelde................................. 87 Capítulo 3: La caída de la primera esencia..................................... 153

Epílogo................................................................................................. 301




Este libro se terminรณ de imprimir en Sevilla durante el mes de julio de 2013



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