Historia de la biblioteca Vamos a Leer. Barrio San Rafael Suroriental. Localidad de San Cristóbal.

Page 1

Biblioteca Comunitaria Vamos a Leer (B arrio San Rafael)



U

no de los procesos culturales más representativos de la parte alta de San Cristóbal ha sido el de la Biblioteca Comunitaria Vamos a Leer, gestionada por la Asociación Juvenil Club Cultural Siglo XXI. Ubicada en el barrio San Rafael Suroriental, la biblioteca ha tenido tres ubicaciones que, de acuerdo con Jorge Ramírez, han correspondido con tres rompimientos que ha sufrido, con respecto a las dinámicas y las personas que lo han apoyado. Este proyecto cultural comunitario ha concentrado, a lo largo del tiempo, una serie de circunstancias y matices que permiten configurar un referente ineludible cuando se hace memoria de la amplia trayectoria literaria y cultural de San Cristóbal. Cuando tenía 30 años, Jorge llegó a San Rafael. Desde entonces ha vivido allí. En el barrio conoció a su esposa y en el barrio tuvo a sus hijos. En el barrio creó la Corporación Siglo XXI, y desde el barrio ayudó a formar otros procesos como la Fundación Pepaso. Jorge, docente de ciencias naturales, ha dedicado cerca de 36 años a los proyectos culturales de la localidad, siempre con un interés que apunta a ir más allá, a transformar, de alguna manera, las estructuras profundas de las comunidades. La tarea, sin duda, no ha sido tan sencilla, si se tiene en cuenta que esas estructuras profundas erigen situaciones y dinámicas comunitarias que dificultan cualquier intención de transformación, a la par que existen

109


Lecturas en la montaña

condiciones estructurales de las instituciones de la administración pública que parecen no estar en función de aportar a estos procesos. La creación de la biblioteca se remonta al año 1994, cuando, en el marco del programa de Librovías, Jorge hizo la solicitud para recibir una en el barrio. A la localidad llegaron otras, aproximadamente cuatro, incluida la de la Fundación Pepaso. En el salón comunal comenzó a funcionar la biblioteca con la dotación aportada por el programa de la Alcaldía: tapete, televisor, betamax, megáfono, muebles y libros de buena calidad. “Una vaina como bien pensada”, recuerda Jorge. El alcalde vino a entregar la Librovía y muchos vecinos del barrio y de barrios aledaños aprovecharon para venir a hacer solicitudes que difícilmente llegarían a cumplirse. La biblioteca fue un éxito. Duraron cerca de tres años en una parte del salón comunal y, en vista de que los asistentes eran muchos, se decidieron a abrir el resto del salón para la biblioteca. Esto no ocurrió sin cierta resistencia del presidente de la Junta de Acción Comunal de ese entonces. A pesar de sus ideas políticas, un poco contrarias a una perspectiva social de la cultura, el presidente terminó accediendo: “Listo, mire, la pelea no es por quién haga más, sino porque dejen trabajar”, le dijo. Para entonces consiguieron unas mesas de ping-pong con la Cruz Roja, lo cual terminó de consolidar a la biblioteca como un espacio de encuentro para la comunidad. Para ese tiempo, la gente del barrio comenzó a ver la importancia de mantener el espacio abierto, y ante el temor de que llegara una nueva Junta que no fuera a respaldar a la biblioteca, le dijeron a Jorge y a quienes trabajaban en el proceso: “Ustedes tienen que ser de la Junta de Acción Comunal”. Y no era para menos. La biblioteca ya se había consolidado como un espacio fundamental para las dinámicas del barrio: “Ahí es donde mandaban a los chinos. Ahí venían, capaban clase, y los chinos malosos ahí, trabajábamos con ellos”, recuerda Jorge. El hecho de que los jóvenes del barrio se concentraran en la biblioteca hizo que la misma Cruz Roja 110


Biblioteca Comunitaria Vamos a Leer (B arrio San Rafael)

enviara a una persona para que diera charlas de prevención sobre el consumo de sustancias psicoactivas. La llegada de Jorge a la Junta no fue para nada convencional, ya que en esta vinieron a participar también algunos jóvenes que asistían a la biblioteca. Esta circunstancia, sumada al hecho de que el espacio mantuviera siempre ocupado generaron suspicacias de algunos de los habitantes más ancianos del barrio: “¿Qué, pero qué? ¿Es que nosotros no tenemos derecho? No, Jorge, hasta guerrillero será”, recuerda que decían. Jorge les solicitaba que tuvieran cuidado con las palabras que decían, pues si algo le llegaba a pasar a él, era responsabilidad de esos comentarios infundados. Él los invitaba a 111


Lecturas en la montaña

acercarse para que vieran los procesos que se adelantaban, y había gente que negaba categóricamente cualquier desinformación, en tanto que sus hijos asistían al espacio y estaban al tanto de las actividades que se llevaban a cabo allí. En ese tiempo Jorge tenía un aliado clave: el rector del colegio del barrio. Como en ese entonces el colegio no tenía biblioteca, el salón comunal se volvía el espacio de consulta para los estudiantes y profesores del colegio. Incluso, los profesores hacían sus reuniones allí. El rector fue quien tuvo la idea de llamar a la biblioteca “Vamos a Leer”. Así comenzaron a firmarse todos los papeles. Una de las actividades recurrentes en una época de trabajo de la biblioteca fueron las navidades temáticas. Se organizaba todo de manera que a la tradicional novena, con su regalo incluido al final, se añadiera una labor de reflexión y de escritura. Generalmente, se hacía un folder, una carpeta a la que se iban integrando los textos y actividades de cada día, dependiendo de la temática, que podían ser el medio ambiente, los derechos humanos, la vida cultural, entre otras. “Hay una construcción literaria, y los dibujan, con matachitos de ellos”, recuerda Jorge. Incluso participaban en las actividades los papas y las mamás. En una oportunidad organizaron un Festival Navideño, con el cual recorrieron diferentes barrios. De este proceso, Jorge resalta que iban con un video beam y proyectaban imágenes del territorio, las cuales suscitaban que los vecinos contaran sus historias y que se construyera una relación diferente entre la navidad, la comunidad y su entorno. En un momento dado, el éxito del proyecto encabezado por Jorge generó toda una ola en la localidad. Llegaron de otros barrios a preguntar por su proceso e inició un intercambio de experiencias con otros bibliotecarios, como los del barrio Ayacucho, los de la biblioteca de Pepaso o la propia Promotora con la Simona. Este encuentro les permitió articularse e ir a la Biblioteca Pública La Victoria a ver cómo podían gestionar mejores recursos para sus espacios. Allá recibieron con los brazos abiertos sus iniciativas. El 112


Biblioteca Comunitaria Vamos a Leer (B arrio San Rafael)

bibliotecario de aquel entonces, don Víctor, es recordado por Jorge como una persona que favoreció un ambiente de responsabilidad y compromiso. Les ayudó a gestionar dotaciones y estuvo, hasta pensionarse, apoyando sus procesos. En palabras de Jorge: “El 113


Lecturas en la montaña

tipo era obsesionado con las bibliotecas comunitarias”, por lo que se propiciaba, en los procesos, “una construcción bonita, como interesante”. Sin embargo, Jorge considera que a la red le faltó proyección. “Se nos creció el enano”, afirma. Hubo procesos que se sumaron a la red cuando vieron que se gestionaban los recursos, pero a los que les faltó madurez y terminaron cerrando con candado las donaciones recibidas. Asimismo, la distancia y la imposibilidad de generar acuerdos fuertes con otras bibliotecas hizo que la red se disolviera poco a poco. En ese momento Jorge comenzó a sufrir un agotamiento, ya que también le era necesario concentrarse en su vida económica para mantener su hogar. Esto ocurrió a la par que la generación de jóvenes que lo venían acompañando comenzó a retirarse del espacio. Algunos se casaron, a otros sus familias les exigieron que buscaran un trabajo. Jorge recuerda que uno de los jóvenes le dijo: “Mi mamá me regañó, que si era que acá me daban de comer o me pagaban”. Para entonces, la nueva Junta del barrio no veía con buenos ojos mantener la biblioteca abierta. “No, es que esto no da resultado”, fue uno de los argumentos que le dio a Jorge el nuevo presidente. Entonces, la biblioteca tuvo que trasladarse a un nuevo inmueble, ubicado junto al puente de Libertadores. Allí siguió funcionando, con su nombre de siempre, hasta la llegada de un particular y nuevo bibliotecario. Hacia el 2008, una de las jóvenes que participaban en el proceso de la biblioteca llegó a solicitar ayuda. Ella había estado viajando por el Cauca y allá conoció a un indígena, a quien llevó a Bogotá y a su casa, con la esperanza de formar un hogar con él. Su familia se enojó tremendamente, por lo que el joven, Julián, quedó al aire, sin dónde quedarse. Ella acudió a Jorge para que le ayudara. Jorge lo dejó quedarse una noche en casa, mientras pensaba cómo ayudar sin que se convirtiera en una situación difícil para él. 114


Biblioteca Comunitaria Vamos a Leer (B arrio San Rafael)

A Jorge se le ocurrió proponerle que se quedara en la biblioteca, trabajando en ella. Julián aceptó de inmediato. Jorge recuerda que Julián “bailaba y danzaba, y sabía su lengua materna. Él era un intelectual. Era bachiller y todo”. Y a él se le ocurrió cambiar el nombre de la biblioteca. Durante varios años el nombre pasó a ser Biblioteca Comunitaria Amauta. El espacio tomó fuerza. Había muchos asistentes y se alquilaban libros. Hasta que Julián y su novia decidieron irse a otra parte, en busca de mejores oportunidades. En ese momento entró en escena un nuevo bibliotecario, Jorge Salinas, un vecino ya de avanzada edad que se dispuso a trabajar en el espacio. Si bien él traía una idea de la biblioteca como ese lugar donde se viene a leer y se hace silencio, mantuvo siempre la biblioteca abierta, hasta que se enfermó. No pudo seguir trabajando, algo por lo que sufre: “No, si yo me pudiera mover, me iba para allá”, le ha dicho a Jorge. Una de las problemáticas que más molestaban al señor Salinas estaba relacionada con el robo de libros, ante lo cual Jorge siempre le señalaba que no importaba. En todo su trabajo como bibliotecario, Jorge ha aprendido a reconocer que eso es parte del proceso y que, incluso, es una especie de indicador de lectura: “Si se robaron un libro es porque lo quieren disfrutar”. Dado que Jorge no pudo mantener los gastos que implicaba mantenerse en el espacio donde la Biblioteca Amauta se había consolidado, tuvo que entregar el lugar y buscar en arriendo un lugar más económico, de nuevo, al otro lado del puente. Allí está abierta la biblioteca. Los libros están guardados en diferentes partes, por lo que la biblioteca como tal, funciona para adelantar actividades de reunión, de talleres, de trabajo comunitario diverso. Siempre con el principio que ha dirigido el proceso: las puertas abiertas. A lo largo de los años, las actividades de la biblioteca estuvieron fortalecidas con situaciones muy positivas. Todo gracias a la conciencia de Jorge de que los recursos obtenidos en el espacio eran de carácter público. Por ejemplo, el televisor de la biblioteca 115


Lecturas en la montaña

era conocido por todos en el barrio. Los jóvenes lo pedían, por ejemplo, para ver partidos de fútbol. Algunas personas se quejaban de que todo el mundo “manoseaba” el electrodoméstico; Jorge simplemente pensaba: “¿Y qué tiene de malo?”. Y cuenta que el televisor se hizo viejo y dejó de servir. Algo similar ocurrió con una grabadora, una carretilla e incluso una filmadora, la cual los jóvenes llegaron a emplear para filmar las fiestas familiares del barrio, a cambio de algo de dinero. Los objetos se deterioraron, por el curso normal que siguen las cosas cuando se utilizan. A decir de Jorge, “son elementos que se vuelven públicos, muy comunitarios”, y que todos lo usen implica “una apropiación bonita”. Lo intolerable sería que alguien quisiera apropiarse permanentemente de los objetos. Esta visión amplia del trabajo comunitario le permitió confiar en los jóvenes que llegaban al espacio, generar un ambiente en el que estos exploraban su autonomía y su compromiso. Esto también se ha prestado para situaciones peculiares. En una ocasión dejó a uno de los jóvenes encargado de la llave de la biblioteca: “Usted abre, usted cierra”, le dijo. Una vez en una reunión solicitó de regreso la llave y se encontró con que todos los que trabajaban en el espacio tenían una copia. “Esa vaina se volvió un hotel”, cuenta entre risas: “Pero no, los chinos no hacían males. Era estar ahí molestando, meter las chinas y todo. De hecho, salieron como tres papás…”. Esta circunstancia hizo que algunos padres vinieran a hacerle reclamos, pero él les explicaba que, más allá de estar atento a que las cosas se manejaran dentro de lo normal, era más una responsabilidad de los padres fijarse en cómo discutían y afrontaban esos temas con sus propios hijos. En otra oportunidad, a Jorge le pidieron el favor de guardar una reja en la biblioteca. Por esos días a unos de los jóvenes les salió la oportunidad de ir a un encuentro en Trujillo, Valle. Ellos le solicitaron ayuda a Jorge para los transportes, pero él no les pudo ayudar. Un día, Jorge llegó a la biblioteca y no encontró la reja. Entonces comenzó a preguntar por esta y por los jóvenes que 116


Biblioteca Comunitaria Vamos a Leer (B arrio San Rafael)

estaban invitados a Trujillo: ellos habían vendido la reja para irse al viaje. A los días siguientes el dueño de la reja llegó a la biblioteca y Jorge tuvo que pagarle la pérdida con unas mallas y unas canchas de fútbol. Los jóvenes, por su parte, al volver quisieron pasar ­desapercibidos por Jorge, quien no guardó rencores y solo les exigió que siguieran trabajando en la biblioteca. Años más tarde, al tomar en arriendo el espacio donde funciona actualmente la biblioteca, encontró allí fijada la reja extraviada. Uno de los procesos culturales más importantes que han encontrado en la biblioteca y en la Asociación Siglo XXI su seno, ha sido el Festival del Maíz. En la década del ochenta, al barrio llegaron cerca de quince indígenas que venían a un encuentro nacional. El rector del colegio los trajo para que se hospedaran en la Casa Vecinal y compartieron con los docentes en la biblioteca. En el intercambio de experiencias, los indígenas les instaron a hacer un festival y les enseñaron a trabajar el maíz. De manera que así surgió un festival gestionado con los recursos de los profesores y del rector. “Es una fiesta grande. Se da chicha, envueltos, es una comelona tenaz. Y se hacen cartillitas; la gente escribe, se hacen los recetarios de cómo se hacen los productos y se toma una foto, y ya. Es como una producción alrededor de la cultura en paz”, reseña Jorge cuando comenta sobre el festival. Cada año, en octubre, se ha hecho este importante evento que cuenta con un amplio reconocimiento en la localidad y en la ciudad. Hacia 1995 comenzó a tener apoyo de la Alcaldía Local, al ver la gran acogida y la importancia que tenía el festival. Si antes se contaba con recursos para dar unos 250 envueltos, con el apoyo de la Alcaldía el número aumentó a 2000. Jorge cuenta que los eventos tienen mucho arraigo popular: “Por ejemplo, aquí preguntan: ‘El evento del maíz, de la chicha… ¿Este año sí hay chicha?’”. Él mismo se encarga de preparar la chicha y advierte que “eso es una mamera”, entre risas. Y sobre el público, indica: “La gente se la goza. Pero es una vaina muy bonita, 117


Lecturas en la montaña

lo festivo es muy bonito”. La programación varía con cada año, pero mantiene una estructura: “A las ocho estamos dando desayuno. Eso la gente llega a desayunar, como eso es regalado, porque es público. Hay danzas. Vienen hasta del Centro. Hay unos que vienen participando del festival y traen danzas. Es un carnaval, todo el día. Es que a la voz de comida la gente llega mucho…”. Asimismo, desarrollan talleres y charlas que, cuando los recursos lo han hecho posibles, les permiten editar cartillas con las memorias del encuentro. Allí cualquier vecino puede encontrar desde la copla que cantó alguno de los grupos que se presentó, hasta la relatoría de las charlas, sin olvidar las recetas de las preparaciones tradicionales que incluye la festividad. Sin embargo, en el 2018 el festival no pudo hacerse, debido a que la Alcaldía Local desconoció los acuerdos firmados a nivel de cultura en San Cristóbal. Fue un trabajo de muchos años para consolidar, por Acuerdo Local, que la Red de eventos tuviera un presupuesto fijo anual para que los procesos como el Festival del Maíz tuviera el apoyo requerido. Ahora, con el pasar de los años, algunos funcionarios y otras organizaciones más jóvenes, con procesos de nueva constitución, les acusan de mantener un “monopolio”. Jorge explica: “Somos veinticinco eventos; éramos cuatro y crecimos a veinticinco, incluyendo un congreso local de cultura, el único que se hace en Bogotá”. Cuando piensa en los cuestionamientos sobre el supuesto monopolio, afirma: “Pero ¿cuáles son los otros eventos? Muéstrenlos. Nunca hemos estado cerrados. Pero, hermano, si usted se inventa un evento de un día para otro, todo porque hay un presupuesto, pues tenga más criterio”. En este sentido, la lucha por los presupuestos ha sido todo un proceso político y de gestión que no ha sido sencillo, en el que los aliados son pocos. Durante la ejecución, que estuvo organizada en sus últimas versiones desde la Alcaldía Local, Jorge ha evidenciado algunas falencias: “¿Y para qué traen vallas y sonido de 5000 vatios? Es 118


Biblioteca Comunitaria Vamos a Leer (B arrio San Rafael)

una fiesta popular, eso es plata que se invierte mal. ¿Para qué traen tantas vallas? Un millón en vallas que nunca se usaron. Un sonido de 5000 vatios. Con uno de mil vatios, eso después de que se prenda la fiesta, la gente se prende. Mire, ese billete más bien inviértalo en mazorca, en quinua, amaranto…”. Asimismo, la comunidad reconoce la importancia del evento, con lo que, en cada edición, se fueron sumando voluntariamente varias personas a los diferentes procesos. Cuando hay los recursos, se paga algo; cuando no, el servicio se presta a cambio de productos del Festival. “Esto es una vaina popular y los pelados están ahí”, afirma sobre la colaboración de la comunidad. Y añade: “Eso es una vaina de un encuentro de convivencia, solidaridad. No hay trago, no hay nada. No hay trago porque es el festival del maíz, aquí se mete es chicha”. La circunstancia de que la Alcaldía no haya continuado con el apoyo directo a través de la Red de eventos ha hecho necesario que Jorge y los demás organizadores del Festival hagan un balance, y que comiencen a gestionar nuevamente desde sus propios recursos para retomar una tradición popular del territorio. Es un esfuerzo que a esta altura no le resultará tan sencillo, debido a que esto entra en el marco de circunstancias que le han conducido a un progresivo agotamiento de los procesos. Jorge afirma: “Ya me mamé. Estoy cucho. No camino como antes. No corro como antes”. Sin embargo, el trabajo lo ha mantenido porque le gusta: “Me gusta la vaina. Te das cuenta de que yo mantengo en esto. Me gusta hacerlo. Yo no me siento a tomar whisky ni cerveza en la esquina, y el billete que yo me tiro me lo tiro haciendo esto, porque es lo que me gusta. Hay gente que con billete hace un montón de cosas, esa es su forma de vida; mi forma de vida es esta”. Y añade: “Yo soy docente del Distrito y pago un arriendo y gestiono cosas porque tengo una misionalidad que es más personal que de carácter organizativo. Entonces, nos movemos haciendo actividades sociales, culturales, con la población mayo119


Lecturas en la montaña

ritariamente con necesidades. Digamos que esa es, más o menos, la realidad nuestra, la realidad que nos mueve”. Pero sus energías se chocan con fenómenos institucionales y sociales en los que su misionalidad es frenada por mecanismos y ambiciones particulares. Por ejemplo, luego de ser consejero local, se retiró, en parte por el enfoque que se daba a estos instrumentos consultivos, en los que, a la final, no había incidencia. Su queja va contra la estructura administrativa local y distrital: “Oiga, ¿entonces para qué va uno a los encuentros ciudadanos y deja que lo usen y deja una propuesta para el desarrollo de la literatura si la Alcaldía no tiene la mínima voluntad de apoyar esos desarrollos, ni llamar a los sectores: ‘Venga, usted es el sector bibliotecas, venga, charlemos cómo es el asunto’. No, nada. Entonces, por eso, yo a veces digo: ‘No, no le boto corriente más a eso’, hasta que, digamos haya un enfoque diferente”. En este sentido, cuestiona el desarrollo de las convocatorias públicas, en las que ponen a competir a las bibliotecas por los recursos: “La unidad y las reglas, ¿dónde están?”. Fue un desgaste que también sintió en el trabajo con las redes de bibliotecas. Frente a una labor de diagnóstico de las realidades de las bibliotecas, Jorge señalaba concretamente: “Las necesidades concretas son libros infantiles. Necesitamos que los chicos se metan en esa propuesta de leer, para meternos en una onda, o una línea de construcción de texto a largo plazo, porque los chicos no leen esos volúmenes. Los chicos son muy audiovisuales. Y más ahora con ese problema del chateo… Esa es una necesidad. Eso. No nos pongan a dar tantas vueltas”. Sin embargo, las discusiones siempre desviaban la atención de las demandas concretas de cada biblioteca, por lo cual el proyecto de construir una red que pudiera articular las demandas, nunca se concretó por completo. De manera que Jorge optó por reconcentrar su trabajo: “No, yo me voy a dedicar a mi territorio, a organizar procesos, prefiero eso, y no desgastarme más abajo. Ni gastarle ni tiempo ni plata, ni recursos personales a una vaina que, finalmente, ni siquiera uno incide”. 120


Biblioteca Comunitaria Vamos a Leer (B arrio San Rafael)

A esto hay que sumar el conflicto a nivel territorial. Ya se indicaba antes cómo la biblioteca fue clausurada por una Junta de Acción Comunal. Ante ello, Jorge indica: “¿Cómo es eso que hay un señor allá que encierra los libros que son patrimonio público? Eso es un detrimento patrimonial”. “No, es que eso no me produce plata”, le dijo una vez el presidente, a lo cual Jorge tuvo que responder: “¿Cómo así? ¿Es que usted viene es a que eso le genere usufructo personal? ¿No ve que, bueno, según yo entiendo esta es 121


Lecturas en la montaña

una misión social? Usted tiene que abrir los espacios, no porque yo le diga, sino porque es una obligación, es un derecho de la gente”. Y resalta que es el caso de varios procesos en la localidad: juntas de acción comunal que, en vez de potenciar a las organizaciones comunitarias, lo cual es una de sus funciones, se encargan de obstaculizar los procesos. Se trata de juntas que mantienen sus bibliotecas cerradas porque no articulan procesos, porque no despiertan el interés de la comunidad en estos espacios o porque encuentran excusas para no fortalecer los lugares, como el hecho de que la comunidad se pueda robar los libros. En este panorama adverso, Jorge resalta el caso de la Biblioteca Comunitaria Simón el Bolívar; habla del incendio de la Casa del Viento e indica que así se adelantan muchos procesos: “Arriesgando la vida y todo”. Al respecto, es importante señalar su posición con respecto a la gestión de los recursos públicos y el carácter voluntario de los procesos comunitarios: “Lo que yo entiendo un poco es que lo público está sustentado en el trabajo comunitario voluntario. Desde que haya voluntarios, lo público se mueve”. Ante lo cual lamenta la situación de muchas personas que se involucran en los procesos: “El trabajo comunitario de hoy se politizó. Yo siento eso. ‘No, yo soy voluntario, pero yo voy detrás de lo mío’. Yo siento eso. O sea, mi percepción es esa. Y, de hecho, lo he evidenciado en algunos líderes. ‘Venga, hermano, si a usted le llegó eso, ¿no cree que eso hay que ponerlo en alguna función?’. ‘No, pero yo no tengo tiempo’. Entonces no pida, hermano. Si usted no tiene tiempo, no pida cosas. O permita que otras personas organicen y gocen de esa vaina. Póngale en función de mejorar sus condiciones de vida, su lúdica, ¿qué sé yo? Que digan: ‘Uy, hermano, esa vaina se les acabó fue de tanto uso’, y no porque lo dejó ahí arrumado. De manera que tiene que hacer varios esfuerzos, sobreponerse y seguir trabajando en su interés personal: ayudar a su comunidad a despertar, a generar reales transformaciones que luchen contra las dinámicas adversas que diferentes circunstancias sociopolíticas 122


Biblioteca Comunitaria Vamos a Leer (B arrio San Rafael)

les han impuesto. Por ello, una de las estrategias adelantadas en los últimos meses tiene que ver con “una discusión conceptual sobre cuál es el modelo de desarrollo cultural que realmente responde a unas condiciones y a unas necesidades de las comunidades”. En 123


Lecturas en la montaña

este sentido, han comenzado a generar una estrategia de “mercado cívico”. La idea es reunir a los vecinos para comprar productos en Corabastos a buen precio. Una especie de mercado comunitario que les permita replantearse varios elementos. En primer lugar, el ideal de Jorge implica que la estrategia pueda generar una reciprocidad con el trabajo cultural: “Es que eso es integral: usted come y, al igual, tiene que producir intelectualmente”. Además, busca generar conciencia sobre la forma como la gente se relaciona con los alimentos: “¿Cuál es el tendero que los llama a ustedes para darles una conversación sobre la calidad nutritiva? ¿Cuál es la plataforma de Justo y Bueno, todo lo que se está haciendo ahora, Ara y todos esos grandes almacenes? ¿Cuándo te llaman para construir conjuntamente qué consumes, cuáles son los derechos del consumidor, de dónde vienen los productos? Nunca, hermano. Nunca”. De modo que a nivel general el reto no es solo económico, de sacar unos pesos más al presupuesto mensual, sino que se busca construir con la gente cómo les gustaría que fueran los mercados, las plazas populares o los negocios. En este sentido, también resalta Jorge que su propuesta no apunta a establecer un mercado diario ni ningún tipo de estrategia que vaya en competencia o en contravía del desarrollo económico de los tenderos del barrio. La tenacidad para seguir trabajando en los proyectos comunitarios de su territorio hace que Jorge sea muy reconocido en el sector y que, con frecuencia, se encuentre vecinos que le dicen: “Don Jorge, ¿y la biblioteca?”. Luego de recordar las quejas que hay contra el espacio cerrado por la Junta, él afirma: “Fresco, déjele que termine. Recuperamos la Junta y nos metemos. No dejen caer nada”. Y mientras eso es posible, sigue con su esfuerzo pagando el arriendo de la sede actual de la biblioteca, donde sigue con su política de todos los años: las puertas abiertas. “Yo los dejo venir a este chuzo y les dejo que hagan”, afirma sobre los jóvenes que

124


Biblioteca Comunitaria Vamos a Leer (B arrio San Rafael)

siguen acercándose, a quienes les dice: “Tienen que hacer gestión, chinos, sino se mueren de hambre ahí. Deben hacer gestión”. Su idea es que los jóvenes se involucren en los procesos y puedan seguir con el desarrollo de estas iniciativas socioculturales y comunitarias. Al respecto, señala: “Ahora, eso no falta quién diga ‘Yo me le mido’. No falta el chino que diga. Hay chinos a quienes les gusta. Así sea para molestar un rato…”. Pero también reconoce la dificultad que implica asumir compromisos cuando se es joven, o cuando se crece y ya se tienen responsabilidades, como velar por el futuro de un hogar. “No hay tanta semilla”, se lamenta: “El problema es que yo estoy envejeciendo y se necesitan personas que asuman”. Por lo cual sentencia: “Hay que clonar los manes…”. Ante esta serie de procesos autogestionados, ante las dificultades que han surgido, la labor social y cultural de Jorge Ramírez implica un ejemplo fundamental para su comunidad, y para la localidad. Es recurrente que, al indagar sobre procesos culturales, su nombre aparezca como un referente de gestión, de lucha, de tenacidad, de resistencia. Es un ejemplo no solo para los proyectos comunitarios, sino que también debería ser un referente para la restructuración de algunos procesos de la gestión pública en sus diferentes niveles, pues lo que ha visto y hecho durante cerca de cuarenta años de trabajo comunitario son credenciales más que suficientes para respaldarlo.

125


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.