DON JOSÉ EL TITIRITERO Y MARIONNETTE Con el rostro dirigido hacia el suelo, mirando sin ver pues su rostro de madera no tenía ojos verdaderos, Marionnette se desplazó lentamente hacia un costado del escenario. La percepción de sus movimientos para los que se hallaban cerca de la marioneta y de los hilos hábilmente dirigidos era difícil de distinguir. El desplazamiento trataba de parecer natural, aunque un observador muy poco avispado notaría la rigidez en sus movimientos. Sentado en el suelo Henri, la otra marioneta partenaire, con los hombros abatidos y su cabeza inclinada sobre el pecho y a unos centímetros de distancia de Marionnette, parecía estar triste, más aún acongojado, hasta que el movimiento de su cabeza y su brazo derecho mostraron con espásticos movimientos que parecía sollozar. Su amada Marionnette se había retirado del pequeño escenario. El fondo oscuro, marcado por un telón negro, daba una sensación de profundidad que necesitan los titiriteros para remarcar la acción propuesta. Ya presta llegaba la escena final, una música suave emitida por un solo de violín lejano y solemne daba el fondo musical a la escena que jugarían a continuación Marionnette y Henri. Desde arriba, José el titiritero dirigía los movimientos y emitía las voces que la trama necesitaba, la música la originaba un disco de vinilo que a centímetros de don José daba vueltas y vueltas. Los hilos invisibles para los que observaban detenidamente y por encima de las marionetas, se movían al compás de los movimientos del titiritero ocupado en sus múltiples menesteres, ahora finalizada la variación en el escenario que había realizado rápidamente todo cambió, el telón de fondo trocó de negro a blanco, la iluminación desde muy arriba irradiada por una lámpara volvió a iluminar el escenario. Henri la marioneta masculina, poco a poco fue levantándose, se arregló la vestimenta, daba pasos yendo y viniendo por el corto escenario, la música se transformó en una melodía vivaz y contagiosa, se escuchaba “el aprendiz de hechicero” de Paul Dukas, José atento 1
a la acción había hecho el cambio. Henri pareció escuchar algo y movió su cabeza hacia ambos costados del escenario como esperando ver aparecer a alguien. Quien sino Marionnette podría ser, imaginaron todos cuantos observaban el espectáculo. La música despertó ansiedad en el infantil auditorio al cual se habían plegado todos los mayores presentes, para poder ver el final de la historia. De pronto reapareció Marionnette, ya no vestía el lánguido vestido gris con el que parecía haber huido en la escena anterior, ahora en shorcitos azules con los bordes deshilachados y una remera blanca cortísima se acercó saltando hasta colocarse junto a Henri. José imitó un susurro y palabras incoherentes que parecieron partir de la pareja de marionetas. El rostro inmutable de madera de Marionnette, no podía mostrar la sonrisa que su corazón y el argumento le pedían, pero la agitación suave producto del sensible movimiento de José a través de los hilos lo hizo notar, estaba enamorada. Una vez junto a Henri, ambos se sentaron, juntaron sus manos y se abrazaron y de inmediato acercaron sus bocas y un beso duro, de madera sólida hizo “toc” y dio la sensación del golpe en una puerta. No hacía falta preguntar quién era, significaba “el beso” y así la función terminaba y el telón caía apresurado dejando a la vista un final feliz. José miró a ambas marionetas ahora acostadas sobre el suelo del pequeño escenario y suavemente con sus manos fue acercándolas hacia él. Cumplía así, el ritual cotidiano de guardar las marionetas y todos sus elementos. Gritos, aplausos y ruidos de desplazamiento acompañaron el final de la función, los niños que la habían presenciado se desbandaban mientras los dueños de casa y otros los ayudaban a reubicarse en el salón contiguo. La función de títeres había sido un éxito. La hora de la torta y las velitas se aproximaba, era una rutina que José conocía y transitaba hacía décadas y comenzó delicadamente a recoger a Marionnette y a Henri, lo importante era no mezclar los hilos de conducción. Colocó todo ordenadamente y por 2
último deshizo el escenario y puso lo restante en una valija de mediana envergadura y fue a despedirse de los dueños de casa luego de ponerse el saco y anudarse la corbata. Mientras el ruido de los niños y las risas y corridas de los niños acaparaban los silencios de la tarde. •
Señora…
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Ha estado usted muy bien señor José –dijo la mujer y agregó –esa marioneta, Marionnette da la impresión de tener vida
–finalizó. La señora de unos
cuarenta años estaba acompañada por su esposo quien sonreía en muestra de simpatía hacia el hombre. De inmediato queriendo entregarle con el puño cerrado y como en secreto el dinero pactado por su trabajo. •
Gracias –dijo inclinando su cabeza José, este año es gratis, es mi regalo de cumpleaños y luego de echar una mirada a los niños que correteaban por el lugar, saludó finalmente a los dueños de casa que habían quedado sorprendidos ante la actitud de don José. Lo despidieron con amplias sonrisas mientras el hombre se retiraba, comentando lo sucedido en voz baja.
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Lo esperamos para el año entrante –dijo a modo de despedida la mujer.
José, siempre se preguntó porqué la gente pretendía entregarle el dinero en forma secreta como si fuese un misterio lo que hacía que pareciese se trataba de algo ilegal, fuera de la ley, sonrió ante la apreciación y tomó el ómnibus dirigiéndose a su casa. Antes y como tenía previsto, fue hasta el bar que concurría siempre y bebió una cerveza y se deleitó con los maníes y las papas saladas. El mozo que lo conocía luego de servirlo lo saludó con un hasta mañana don José, pensando que se retiraba pero se sorprendió cuando repitió la cerveza y lo vio fumar un cigarrillo. Estará chocheando pensó.
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Al llegar a su casa, abrió la puerta de hierro de la entrada pintada de color verde, atravesó un pequeño jardín descuidado, sin plantas ni flores, simplemente con algo de pasto y yuyos de poca altura y se dirigió a la cocina que quedaba a unos pasos, al fondo y la izquierda. Dejó la valija apoyándola en un sillón que se encontraba debajo del alero que cubría la entrada de las dos piezas que conformaban su hogar, las puertas persianas estaba cerradas. Las habitaciones daban a un estrecho patio y al fondo cerca de la cocina se hallaba el baño y una habitación pequeña donde guardaba sus elementos de trabajo y hacía las reparaciones necesarias o creaba nuevos personajes. Allí estaba su mesa de trabajo, los elementos que utilizaba y varias tablas de madera muy clara. José, cuyo verdadero nombre era Joseph había nacido en Francia, algo alejado del centro de París en el año 1926 en Montmartre a la vera derecha del Sena. Sus recuerdos de la infancia estaban vívidos, había emigrado a la Argentina junto a su madre Ana, a los diez años un poco antes del comienzo de la segunda guerra mundial. Su padre al que nunca conoció, no le dio su apellido por lo que portaba el de su madre Bertrand. Delgado conservaba bastante de su cabello, lacio y cano, usaba barba y bigote tenía unos ojos verdes de mirada profunda, su sonrisa parecía perfecta, simulada por una dentadura falsa que un cliente le había hecho pagándole así, dos años de servicios para sus dos hijos. Era alto y su vestir era sencillo, siempre de saco y cuando la norma lo exigía usaba corbata, aunque luego para trabajar debía ponerse cómodo y desprenderse de todo. Ya no podía hacerlo de pié como cuando era joven, ahora solía hacerlo sentado, la cintura y las rodillas no le respondían como siempre. Nunca se quejaba, solitario en medio de una soledad que lo acompañaba desde añares, la vida le resultaba abrumadora y aburrida, a veces cruel pero logró tolerarla durante años. Al llegar a la cocina, se lavó las manos y como anochecía, encendió la luz del patio y cocina. Abrió la heladera tomó una botella de agua mineral y se sirvió un vaso colmado, 4
otra vez la acidez comenzaba a molestarlo. Encendió una pequeña radio con gabinete de plástico gris que apoyaba sobre la mesa. El dial estaba ubicado siempre en el mismo sitio, música clásica, otra parecía no interesarle. Terminó de beber y abrió la puerta de una alacena que estaba sobre una pequeña mesada, tomó un paquete de galletitas de chocolate y decidió sentarse en el sillón debajo del alero, luego de retirar la valija que hacía instantes había dejado. Hacía muchos años que había abandonado la idea del viejo Gepeto y Pinocho que lo había impulsado a iniciarse en el oficio de titiritero. No fue fácil, no debía aumentar de peso, consultó una foniatra por la voz pues debía combinar registros para los diferentes personajes, hacía gimnasia con dedos brazos y muñecas para mantener la habilidad para movilizar los títeres. Prefirió siempre actuar con marionetas desde arriba, aunque había experimentado con el estilo guante y varilla los cuales dejó rápidamente. Hacía tiempo que todo eso fue desapareciendo lentamente. Los analgésicos calmaban el dolor durante la función pero por la noche era insoportable, la cintura y las rodillas no calmaban. Ahora se había agregado algo que le diagnosticaron como gastritis. Ya con 83 años bien podría dar las gracias al haber sobrevivido tanto. Su madre había fallecido a los 70 y habían sido felices. Recordaba con exactitud todo cuanto su madre le contaba de su país de origen. Había sido camarera del Moulin Rouge, conocido a Henri Toulouse Lautrec, a la Goulue, a grandes pintores y hasta le había servido de modelo al mismísimo Pablo Diego Ruiz, que era el nombre con el que había conocido a Pablo Picasso. También le había contado el asunto de Alfred Dreyfus… Siempre consideró viajar alguna vez a Francia pero no pudo hacerlo jamás. José, quiso ser escultor, pero su habilidad no rindió los frutos que esperaba, tallaba muy bien la madera y así comenzó aprendiendo de otros a elaborar los títeres, eso y empezar con su trabajo se dio con facilidad. 5
Esa noche, había encendido todas las luces de la casa, debía cumplir con un pacto que había hecho consigo mismo hacía ya un tiempo y ese era el día, mejor dicho la noche. Todo se había ido cumpliendo con regularidad como siempre lo hacía rutinario como era, no deseaba dejar de serlo, ni siquiera ese día. La primavera estaba en su apogeo, decidió acostarse, llegó al dormitorio donde una vieja cama de bronce reinaba en el lugar, solo una mesa de luz a la derecha, lugar elegido por él para descansar en la cama con un pequeño velador y un reloj de cuerda antiguo apoyado en el mármol de la mesita. La cama estaba armada, en el lado izquierdo una cabellera femenina totalmente tapada, parecía dormitar de ese lado, José trataba de no hacer ruido, solo el velador en esa habitación permanecía encendido, la sabana moldeaba el cuerpo de lo que parecía ser una mujer. Miguel antes de acostarse, fue hacia una esquina de la habitación y descalzo y en paños menores, tomó un bidón y comenzó a esparcir el líquido que contenía en el piso de la habitación, haciendo lo mismo en la contigua. Luego se acostó, acercándose a quien tenía a su lado y besó su cabellera y acarició su cabeza repetidas veces, sin apartar la sábana que la cubría. Encendió un cigarrillo y fumó lentamente como hacía mucho no lo hacía, antes de terminar de hacerlo se apretó junto a quien compartía la cama y dijo: •
No temas Marionnette, estaremos juntos.
Dicho esto arrojó el resto del cigarrillo al piso y el lugar ardió de inmediato. Los bomberos al llegar poco pudieron hacer, descubrieron el cuerpo calcinado casi de José y restos de una gran muñeca de madera articulada sin rostro a la cual parecía haber permanecido abrazado el hombre durante el incendio.
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