REVISTA HISTORI100 El Imperio Olvidado

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Histori Histori José María González de Diego

Los Dominios Españoles en el Pacífico


Fernao de Magalhaes (Sabrosa 1480-Mactán 1521) Capitán General de la Armada Española. Militar, marino, navegante, descubridor y explorador.


LA ISLAS DEL PONIENTE: EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS MARIANAS “En mi imperio nunca se pone el sol”. Con esta solemne sentencia atribuida al Emperador Carlos V, quedaba reflejada la incuestionable hegemonía del imperio español a lo largo y ancho de ambos hemisferios. Y aunque son de sobra conocidos los dominios conquistados en Europa, América, África o Asia, las posesiones españolas en las islas del Poniente aún siguen siendo completamente desconocidas. Perdidas en la inmensidad del Pacífico, aquellos terri-

1. EL DESCUBRIMIENTO El archipiélago de las Marianas, encuadrada en la latitud más septentrional de la Micronesia, está formada por catorce islas y la isla de Guam, siendo esta última la más meridional e importante de todas ellas. Concentradas en las mismas latitudes que la gran fosa oceánica a la que da nombre, estas tierras emergentes se encuentran situadas al este de Filipinas, entre la línea del Ecuador y el sur del Japón. El archipiélago de las Carolinas está formado por casi un millar de atolones e islas, algunas de origen volcánico. Se ubican al sur de las Marianas en plena zona tropical. La historia de aquellas expediciones marítimas y los descubrimientos posteriores de las colonias españolas en el Pacífico, contienen todos los elementos de una indudable épica protagonizada por navegantes intrépidos, aventureros enérgicos y marinos audaces que se enfrentaron a un destino incierto armados de una gallardía rayana en la temeridad. Fernao de Magalhais, descendiente de un legendario caballero borgoñés que se estableció a finales del siglo XI en el recién fundado reino de Portugal, pertenecía a una baja nobleza que pronto estableció lazos clientelares con la aristocracia

torios ignotos de la Oceanía marítima quedaron silenciados durante siglos. Considerada Filipinas una de las joyas de la corona de las colonias de ultramar, el imperio español mantuvo además cerca de 350 años otras posesiones en la Micronesia: Guam, las islas Marianas y las islas Carolinas. Unos enclaves postergados al olvido y sin embargo impregnados de vestigios españoles que aún perduran en nuestras antípodas.

lisboeta. Eso le permitió iniciar su carrera administrativa en la Corte regia y participar en las grandes empresas marítimas del imperio lusitano. A pesar de sus vastos conocimientos cartográficos, su pericia naútica y su arrojo en la batalla, cayó en desgracia ante Don Manuel, rey de Portugal. Repudiado por sus compatriotas, recaló entonces en España y asistido por los consejeros imperiales logró audiencia con el joven emperador Carlos V para explicar su proyecto de llegar a las islas de las Especias siguiendo la ruta occidental a través de un paso secreto que comunicaba el Atlántico con el gran mar del Sur. A pesar de las reticencias iniciales del monarca por considerar que aquellas tierras del Maluco pertenecían a Portugal, conforme a las líneas de demarcación que repartía el globo entre ambos países, el marino logró convencerle esgrimiendo mapas y cartularios secretos seguramente provenientes de los archivos lusitanos. Así pues, comenzaba la gran aventura de Fernando de Magallanes, capitán general de la escuadra española. Tras trece meses de adversidades, traiciones y penalidades desde que la escuadra partiera del puerto de Sanlúcar el 20 de septiembre de 1519, Fernando de Magallanes cruzaba definitivamen-

te el accidentado Estrecho al que dio nombre para desembocar en el gran mar del Sur al que llamó Océano Pacífico. El 28 de noviembre de 1520 la armada española encontraba al fin un paso por el continente americano y dejaba expedita la ruta hacia las islas de la Especiería. El portugués ordenó izar velas para aprovechar los vientos favorables poniendo rumbo norte durante varios días sin llegar a perder de vista la línea costera hasta alcanzar los 35°. En esa latitud Magallanes ordenó a las naos virar hacia el noroeste aprovechando el viento de popa, a pesar de la opinión contraria del resto de capitanes. Mucho se ha especulado sobre la idoneidad o el error de Magallanes al tomar dicha decisión. De haber cambiado el rumbo apenas unos días antes, los navíos españoles habrían aprovechado las corrientes marinas que les hubieran llevado a las Molucas encontrando en su trayecto diversos islotes de la micronesia para el avituallamiento y la aguada necesaria. Pero la ruta elegida por el portugués, más al norte, supuso una tortuosa travesía para la tripulación que desesperaba al no poder aprovisionarse en tierra alguna. Además, el calor tropical de aquellas latitudes comenzó a corromper la comida y el agua empezó a escasear. El escorbuto hizo de nuevo su aparición y


el desánimo se extendió entre la flota. Tras muchos días de angustia ante el inmenso mar desconocido y de desesperación ante la falta de alimento, por fin, el 24 de enero de 1521, avistaron tierra. Pudieron desembarcar en un atolón deshabitado al que llamaron San Pablo. La abundante fauna de peces y aves allí concentrada, lograron abastecer a la desnutrida marinería. Magallanes y el resto de capitanes conferenciaron sobre la ruta a seguir. De nada valían las guías de los cosmógrafos pues aquellos mares e islas eran absolutamente desconocidas por los europeos. El avistamiento de aquel islote desvaneció el terror de aquellos marineros de encontrarse un mar sin límites. Se abría una esperanza razonable de encontrar otras islas similares que suministrasen pescados, aves, frutas y verduras para erradicar el escorbuto. Se cree que fue en aquella reunión cuando Fernando de Magallanes reveló por vez primera a los oficiales de las restantes naos el secreto plan de ruta consensuado con el emperador Carlos V. Esto es, dirigirse en primer lugar a las islas Filipinas, tomar posesión de las plazas principales y establecer las futuras bases de operaciones, anticipándose a los portugueses. Una vez realizada la misión, tendrían vía libre hacia Maluco y el resto de las islas de las Especias. Por todo ello, la ruta seguida por Magallanes, una vez doblado el estrecho y navegar largo tiempo hacia el norte de la actual costa chilena para luego maniobrar desde una latitud cercana al ecuador, adquiriría sentido si tenemos en cuenta las instrucciones imperiales de adelantarse a Portugal en la posesión del archipiélago filipino que consideraban su zona de influencia y dominio en base a los compromisos diplomáticos (Tratado de Tordesillas de 1494). Así pues, levaron anclas y la escuadra continuó viaje hacia el oeste. Avanzaron 200 leguas rumbo nor-noroeste con viento sostenido. Tras varias semanas de navegación, la Armada no pudo fondear ni anclar en la isla de los Tiburones (quizás algún islote de las islas Carolinas). Volvió a cambiar el rumbo hacia el noroeste, y probablemente esto impidió avistar algunas de las islas de los actuales archipiélagos de las Marshall, Gilbert o Mulgrave. El sofocante calor ecuatorial, la falta de alimentos y la escasez de agua volvió

a hacer estragos. Se recurrió a las migajas de galletas corrompida cuando la carne y el pescado se acabaron. Tal fue la desesperación y la hambruna a bordo que comenzaron a mezclar los gusanos de la madera con la resina reblandecida de los barriles para condimentar los caldos con alguna sustancia sólida. El 5 de marzo la situación se hizo insostenible. Diecinueve hombres habían fallecido. Otros veinticinco se encontraban en tal estado de postración, que yacían en cubierta moribundos. El resto apenas lograba tenerse en pie. La desesperación por encontrar tierra era tal, que los navíos ni siquiera anclaban por las noches a pesar del peligro de encallar en arrecifes o bancos de arena. Cuando ya nadie esperaba el milagro, un grito salvador les devolvió la fe. Las tres naos que aún navegaban (Trinidad, Victoria y Concepción) hicieron tronar sus cañones. Habían descubierto un considerable número de islas, algunas de ellas repletas de exuberante vegetación, abruptos acantilados con cascadas de agua que caían al mar, árboles frutales y variada fauna autóctona. Costearon la isla mayor en busca de refugio para los navíos y por fin anclaron al abrigo de una pequeña bahía. Divisaron una playa arenosa donde descansaban multitud de piraguas que revelaban la presencia de indígenas. Al tiempo, una pequeña avanzadilla comenzó a acercarse a la nao capitana. Los oficiales permitieron que subieran a bordo no sin antes armar a los pocos hombres que aún quedaban sanos. Los nativos mostraban interés por todos los objetos de acero que sustraían sin rubor. Al encontrar a la mayoría de la tripulación en tan deplorable estado de salud, advirtieron que aquellos hombres blancos llegados desde la inmensidad del océano no podían ser esos dioses que anunciaban sus tradiciones vernáculas. Sintiendo que cualquier utensilio que encontraran les pertenecía como miembros de una casta guerrera, no dudaron en apoderarse por la fuerza de los mismos. El conflicto no se hizo esperar. Magallanes, muy a su pesar, pues sabiendo que una acción hostil tendría graves consecuencias futuras, se vio obligado a responder a las provocaciones. Los arqueros españoles comenzaron a lanzar sus flechas con inusitada precisión causando grandes estragos entre los indígenas. Solo unos pocos se salvaron de la matanza, que huyeron en sus canoas hasta perderse tierra adentro.

Aquellos nativos eran los ascendientes lejanos de los actuales chamorros, pueblo colonizador de la isla de Guam, a la que Magallanes bautizó como la isla de los Ladrones. Aquella etnia guerrera procedía de una tribu de piratas polinesios que en época lejana habían desembarcado en el archipiélago micronesio. Los chamorros esclavizaron a los indígenas autóctonos de las islas, melanesios de raza oscura y cabellos lanosos, haciéndolos sus esclavos y convirtiéndose en la etnia dominante. La tripulación hizo finalmente acopio de víveres en Guam a pesar de la hostilidad indígena. Prosiguió rumbo reconociendo y tomando posesión de varias islas cercanas, en las que intercambió productos y mercancías con diversas tribus menos agresivas. Magallanes se esforzó en ofrecer una imagen pacificadora, consciente que aquellas tierras por él descubiertas formarían parte en el futuro de su jurisdicción para el gobierno de las mismas, tal como estaba estipulado en las capitulaciones acordadas con el Emperador. Además, la experiencia aconsejaba fomentar las alianzas con aquellos pueblos mediante intercambios comerciales que patrocinaran la llegada de nuevas expediciones. Guam y el resto de islas del archipiélago mariano no tenían una importancia estratégica en las rutas comerciales hacia las islas de las Especias. Ni siquiera brindaba puerto seguro a los navíos en su ruta hacia el archipiélago filipino, dado el carácter de su orografía. Pero su posición geográfica, permitía al menos una escala para avituallar a las expediciones españolas en su avance por el Pacífico. Tras varios días fondeando aquellos islotes, la escuadra partió con rumbo oeste-sudoeste. El 16 de marzo de 1521, Magallanes alcanzó las islas de San Lázaro, que años después serían rebautizadas como las islas Filipinas en honor a Felipe II. Tomaba posesión del mismo archipiélago que halló en 1512 cuando se aventuró en secreto por aquellos mares de la Insulindia, entonces bajo patrocinio portugués. Las islas de los Ladrones, no fueron denominadas islas Marianas hasta 1667, en honor a Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV. La exploración del Pacífico abría un trascendental desafío para valientes y ambiciosos aventureros. Y con ellos, una nueva era se abría camino.


EXPLORACIONES Y CONQUISTAS

Miguel López de Legazpi (Zumárraga 1503(¿?)-Manila 1572) Capitán y Almirante en la expedición de la conquista de las Islas Filipinas y las islas Marianas.

2. LAS EXPEDICIONES POSTERIORES. Magallanes no llegó a disfrutar las dignidades de aquella gesta memorable. Y aunque no faltó el reconocimiento por tan magna proeza, lo cierto es

que otros acabarían arrebatándole el honor de semejante hazaña. El gran navegante cumplió el principal cometido de aquella expedición, la posesión de las islas Filipinas en nombre de la Corona, pero el fatal destino le impidió ver materializada su conquista que llevaba aparejada la gobernación de

las mismas. Logró la conversión al cristianismo de la mayoría de los caciques locales con los que negoció y comerció amistosamente. Sin embargo, su fervor religioso incomodó al poderoso cacique de Mactán, Cilapulapu, que se negó obstinadamente a bautizarse. La actitud desafiante de los nativos desató


finalmente las hostilidades, obligando a los españoles a severas represalias. Magallanes, para evitar que aquella actitud insurgente pudiera contagiar a las demás tribus, dispuso un castigo ejemplar y ordenó incendiar su aldea. Sorprendidos por la firme reacción de los indígenas, los españoles se vieron envueltos en una emboscada que finalmente resultó trágica. El 27 de abril de 1521, Magallanes pereció heroicamente junto a medio centenar de compatriotas en la Batalla de Mactán. La victoria de Cilapulapu infundió gran temor al resto de los caciques, que ya no podían confiar en la protección de los españoles. Cuatro días después, hostigados por la animosidad de los indígenas, la escuadra española dispuso el camino de regreso a la Patria. En un angustioso viaje, tras atravesar el océano Índico y dar la vuelta a África, Juan Sebastián Elcano completó la primera circunnavegación del globo, consiguiendo llevar a término la expedición. Casi tres años después de zarpar rumbo a lo desconocido, el 6 de septiembre de 1522 llegaba al puerto de partida, Sanlúcar de Barrameda, en la nao Victoria, junto a otros 17 supervivientes. Por el Tratado de Zaragoza de 1529, Carlos I de España y Juan III de Portugal delimitan sus respectivas zonas de influencia en el Pacífico. Los informes secretos que le revelan al monarca los diarios de navegación y las crónicas de sus comisionados, urgirán a preparar nuevas partidas para consolidar la posesión de los nuevos territorios incorporados. Así pues, se encomienda una segunda expedición comandada por Juan García Jofre de Loaysa y Juan Sebastián Elcano que partirá desde La Coruña en 1525. Siguiendo la ruta de Magallanes, el 14 de septiembre de 1526, tras sufrir diversas penalidades durante el trayecto, la nao Santa María de la Victoria arriba finalmente a la isla de Guam, donde encontraron a un superviviente que había desertado de la Trinidad cuatro años antes. Al no ser posible un acuerdo amistoso con los chamorros, los españoles tomaron cautivos a varios indígenas, lo cual produjo un amargo recuerdo entre los nativos. No obstante, la armada logró un conocimiento geográfico y político sobre las islas del Poniente de gran utilidad posterior. La enorme distancia entre la metrópoli y las Indias Orientales aconsejarán al

Emperador que a partir de entonces el punto de partida hacia las Malucas se realizara desde los dominios americanos. Por ello ordena a Hernán Cortés que prepare nuevas flotas desde los puertos de Nueva España para asegurar la ruta marítima al archipiélago filipino. Precisaba la corte española una cartografía precisa de aquella zona para asentar las nuevas posesiones. Las primeras expediciones fracasaron al no encontrar una ruta segura en el tornaviaje. La expedición de Hernando de Grijalva en 1530 avista las islas de los Ladrones llegando hasta el archipiélago filipino, pero será incapaz de encontrar las corrientes marinas y los vientos favorables que hagan retornar a las naos en el viaje de regreso a las tierras mexicanas. Más fructífera fue la expedición capitaneada por Ruy López de Villalobos en 1543 tras recibir el encargo del primer virrey de Nueva España en busca de nuevas rutas comerciales hacia las Islas del Poniente. Aunque verá frustradas sus expectativas de lograr una ruta segura del tornaviaje, logrará asentar el dominio sobre gran parte del archipiélago filipino. No será hasta 1564 cuando la exploración del Pacífico tome una nueva dimensión gracias a las exploraciones del hidalgo vasco Miguel López de Legazpi y de su mentor el cosmógrafo agustino Andrés de Urdaneta. Por orden de Felipe II, el virrey de Nueva España encomendó la construcción de una potente flota para explorar la ruta del Pacífico desde México hasta las islas Molucas. El 21 de noviembre pudo partir la armada española cuyo objetivo fundamental era encontrar una ruta de regreso segura que consolidara el tornaviaje de las futuras partidas. Sin embargo, aquella expedición fue mucho más allá de los objetivos iniciales. Pusieron rumbo a las islas del Poniente siguiendo la navegación marcada por Villalobos veinte años antes, llegando al archipiélago de las Marianas en apenas dos meses gracias a los alisios. Amarraron la flota en la isla de los Ladrones para avituallar las naos y realizar la aguada imprescindible. Legazpi tenía instrucciones muy precisas sobre el trato con los indígenas (“…que no hicieran fuerza, agravio ni daño alguno a los naturales ni de ellos tomasen cosa ninguna, así en sus bastimentas como de otras cosas…”). El capitán tomó de nuevo posesión de la isla en nombre de la Corona española en solemne ceremonia y adqui-

rió provisiones y víveres sin despertar ningún recelo entre la población. A los pocos días partió la flota hacia las islas Filipinas. Legazpi tomará posesión de varias islas mayores como Samar, Leite y Cebú. En esta última encontrará una fuerte resistencia ante la hostilidad del principal gobernador local, el Rajah Tupas, hijo de aquel cacique que treinta y cuatro años antes había acabado con la vida de Magallanes. No sin muchas dificultades, el Almirante de la flota logró al fin un acuerdo de paz que le permitirá establecer los primeros asentamientos españoles en el archipiélago: la Villa del Santísimo Nombre de Jesús y la Villa de San Miguel, que se convertirían en las fortalezas desde las cuales se iniciarían las conquistas posteriores. Consolidada pues una base operativa en las islas del Poniente, Legazpi dispone que Urdaneta zarpe en unos de los navíos de la armada rumbo a Nueva España en busca de la ruta del tornaviaje. El agustino era un explorador audaz y curtido, poseedor de unos conocimientos de cosmografía de extraordinaria trascendencia. Su experiencia en la navegación marítima resultaría fundamental a la hora de lograr con éxito aquella empresa nunca antes lograda. Había formado parte años atrás de la expedición de Loaysa y Elcano, sobreviviendo a ambos y adquiriendo unos conocimientos exhaustivos de las tradiciones, lenguas y culturas de las islas del Poniente. La nave partió el 1 de junio de 1565 navegando al norte entre las islas del sinuoso archipiélago filipino hasta salir a alta mar por el Estrecho de San Bernardino. Aprovechando los cambiantes vientos monzónicos, puso rumbo hacia el Japón encontrando entonces una corriente favorable cerca del paralelo 42. Alejándose de los contralisios y virando en dirección este, logró al fin, tras sortear las calmas oceánicas, aprovechar la corriente del Ártico y navegar hacia las costas californianas. Tras costear dicha península, llegó a Acapulco el 8 de octubre de ese mismo año. El triunfo de aquella misión abrió las puertas a una nueva era de colonización y supuso el establecimiento de una nueva ruta comercial regresando de Asia por el Este, y uniendo Filipinas con la América española que a su vez transportaba las riquezas del Oriente hasta España. El galeón de Manila recorrería ese trayecto hasta 1815. Con el establecimiento de la ruta Acapulco-Manila el interés por el descubrimiento de nuevas tierras se


fue diluyendo dando paso a empresas comerciales más lucrativas. Así las cosas, la prioridad de la Corona se concentró en blindar la seguridad de las flotas del Poniente, con el consiguiente ostracismo de las islas de los Ladrones, que quedaron relegadas a una mera escala de aprovisionamiento. Y ello sólo cuando era estrictamente necesario, ya que sus costas no ofrecían puerto de resguardo a los galeones cuando acosaba la piratería. Además, en el tornaviaje, la ruta de regreso quedaba muy alejada del archipiélago sin que fuera posible realizar escala alguna. No obstante, a lo largo de casi cien años, desde que Legazpi reclamara la soberanía española sobre las islas de los Ladrones, cientos de navíos habrían de fondear sus costas intercambiando productos y mercancías con los nativos. Hasta tres galeones naufragaron en sus aguas: el San Pablo en 1568, el Santa

Margarita en 1601 y Nuestra Señora de la Concepción en 1638. Algunos religiosos recalaron en las islas Marianas a lo largo de estas décadas, pero no se emprendió una verdadera colonización de las mismas. No será hasta 1674 cuando se asiente definitivamente la autoridad real estableciendo una pequeña guarnición militar. La presencia de soldados españoles propició también la evangelización de los isleños a cargo de una misión jesuita. Además, se dispone la entrega de un situado para el sostenimiento de la Misión y para el pago del presidio. A partir de este momento las islas de los Ladrones se empezarán a denominar las islas Marianas en honor a la reina de España, Doña Mariana de Austria, regente durante la minoría de edad de su hijo Carlos II. Al quedar apartado el archipiélago mariano de la ruta del tornaviaje, las islas quedaron aisladas del comercio con las

Filipinas, por lo que las comunicaciones entre la administración colonial y el flamante presidio se vieron gravemente afectadas. Gracias a la tenacidad de los misioneros jesuitas y a su ascendiente sobre la reina, lograron el abastecimiento regular de la colonia. Así, desde el año 1683 se estableció un despacho regular entre ambos archipiélagos a través de un patache que zarpaba con provisiones, primero desde Cavite y más adelante desde Manila, hasta la isla de Guam. En 1704, preocupado ante la amenaza constante de los piratas ingleses y holandeses que hostigaban la zona periódicamente, el gobernador planteó la posibilidad de abandonar las Marianas, evacuando a cerca de dos mil quinientos isleños hasta Filipinas. Pero la Corona, entendiendo el valor geoestratégico de las islas, se negó a contemplar tal posibilidad. Incluso reforzó la presencia española con nuevos destacamentos militares.

EL OCASO DEL IMPERIO


3. ISLAS CAROLINAS Las Carolinas agrupan un extenso archipiélago de más de un millar de atolones e islas contiguas a la latitud ecuatorial, situadas entre el noreste de Papúa Nueva Guinea y el sur de las Marianas. Fueron avistadas por vez primera por el explorador Toribio Alonso de Salazar en 1526, aunque no tenemos constancia fehaciente de su desembarco en las mismas. El marino vizcaíno formó parte de la tripulación capitaneada por Jofre de Loaysa y Elcano, quienes perecieron durante la accidentada travesía. Diezmada la marinería y dada su condición de tesorero real, fue designado para capitanear la expedición española. A pesar de las innumerables adversidades padecidas, pudo arribar en Tidore (Indonesia) con la nao Santa María de la Victoria, única nave que logró resistir el cúmulo de penalidades de tan aciago viaje. El 21 de agosto divisó varios islotes y atolones de las Carolinas, pero dos semanas después murió a causa del escorbuto tras dejar la isla de los Ladrones. Dos años después, en 1528, el explorador Álvaro de Saavedra Cerón tomaría posesión en nombre de la Corona de aquellas islas diseminadas en multitud de archipiélagos. En las décadas posteriores fueron avistadas nuevas islas por otras expediciones de exploración, las cuales tuvieron diversas denominaciones hasta que en 1686

Francisco de Lezcano las rebautizó con el nombre de islas Carolinas en honor al Rey Carlos II de España. Al igual que en las Marianas, la colonización de las islas tuvo un marcado carácter religioso. Pero no sería hasta finales del siglo XVIII cuando se dotó la relación con las islas de un sentido comercial. En 1885, el representante español Butron firmó con los reyes nativos de Koror y Antigal un acta por la cual se reconocía la soberanía del Rey de España sobre las Carolinas. Se intentaron establecer derechos aduaneros para el comercio con Filipinas, América, Australia o Nueva Guinea, aunque la oposición de Alemania e Inglaterra impidieron su aplicación efectiva.

4. FIN DEL IMPERIO La Conferencia de Berlín (1884-1885) supuso la legitimación internacional del imperialismo para el reparto colonial. Para la ocupación efectiva de los territorios de ultramar se exigía a las potencias europeas una posesión efectiva de los mismos, obviando los derechos históricos anteriores si ello no suponía un control militar y/o administrativo del enclave. Así pues, se inició una frenética carrera expansionista para asegurar la hegemonía en sus respectivas áreas de influencia. Aunque en la Conferencia se trató exclusiva-

mente el reparto de África, es evidente que las disposiciones acordadas se extendieron a todos aquellos dominios del globo. Existía un notorio interés de americanos, alemanes y británicos en la zona de la Micronesia, cuyos naturales ya se habían instalado años atrás en diversas islas del Poniente. El aumento de colonos y comerciantes extranjeros hizo temer al gobierno español la ocupación de sus dominios por otras potencias, ya que su soberanía era más nominal que real. Con objeto de consolidar un enclave colonial en el archipiélago carolino, a partir de 1885 se hizo necesaria una ocupación activa para reivindicar la autoridad española. Ya nada garantizaba los derechos sobre aquellas islas por el mero hecho de contar con un título legal, aunque éste datara del siglo XVI. Excepto la presencia de las misiones jesuitas, España carecía de una administración civil en el archipiélago por lo que presentaba una situación de debilidad manifiesta. El gobierno español, temeroso ante una posible ocupación extranjera, procedió al asentamiento real en las Carolinas, estableciendo en las mismas una delegación administrativa y un mando militar operativo de dos Divisiones Navales. Las justificaciones políticas apuntaron a la necesidad estratégica de controlar las rutas entre el archipiélago filipino y las Antillas españolas como escala imprescindible para la flo-


ta española tras la anunciada apertura del Canal de Panamá. El conflicto entre España y Estados Unidos en las postrimerías del siglo XIX por el control de las últimas colonias de la metrópoli desembocará en una derrota humillante para España y que acarreará el fin del imperio español de ultramar. La Guerra de Cuba supondrá la pérdida de las últimas posesiones españolas en América y en Asia (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) ratificadas en el Tratado de París de 1898. España cedía además a los norteamericanos la isla de Guam, aunque aún conservará un año más el resto de los archipiélagos de las Marianas y las Carolinas. Dado que las islas de la micronesia española dependían para su sostenimiento de la administración y comercio que se despachaba desde Manila, las islas del Poniente se encontraban absolutamente indefendibles ante el ardor imperialista de las potencias occidentales. Frente a la imposibilidad de sostener aquellas vastas fronteras, España se vio impelida a lograr una solución honorable antes de verse de nuevo maltratada por otro humillante Tratado internacional.

El Imperio alemán, que ya desde 1885 estableció un dominio sobre la parte nororiental de la isla de la actual Papúa Nueva Guinea, comenzó a ampliar su zona de influencia sobre las islas Marianas e islas Carolinas, con claras intenciones de establecer un protectorado militar dado su valor estratégico. Las reivindicaciones españolas alegando la soberanía sobre ambos archipiélagos fueron finalmente reconocidas gracias a la intercesión del papa León XIII pero se permitió al emperador alemán establecer una base naval en la zona. La tensión militar exhibida por los germanos durante los siguientes años, amén de las presiones diplomáticas de la cancillería germana, tuvo como consecuencia final la venta de las últimas posesiones españolas en el Pacífico. Por el Tratado Hispano-Germano de 1899 rubricado por Francisco Silvela y ratificado por la Reina regente María Cristina ese mismo año, España vendía a Alemania las islas de los archipiélagos de las Carolinas y de las Marianas (incluyendo Palaos, pero excluyendo Guam que ya estaba bajo dominio americano) por 17 millones de marcos alemanes (25 millones de pesetas).

Este tratado ha dormido en el olvido de la historia, encubierto bajo la sombra del Tratado de París. Mucho se ha especulado sobre la conveniencia o no de que España hubiera mantenido la posesión de aquellas islas del Poniente. Tras el Desastre del 98, España dejaba de ser una potencia militar en el panorama internacional. El otrora imperio donde no se ponía el sol, quedaba reducido a las unas pocas posesiones en el continente africano. Sin embargo, Alemania apenas pudo establecer una mínima administración militar para guarnecer sus codiciadas bases navales, pues Japón las ocuparía en 1914, que a su vez fueron reconquistadas por las tropas americanas en la II Guerra Mundial. Posiblemente el traspaso de los dominios en el Pacífico evitó la entrada de España en las dos guerras mundiales que asolaron el siglo XX. Quizás, de haber retenido aquellos dominios codiciados por británicos, alemanes, japoneses y americanos, las consecuencias políticas hubieran resultado trágicas para un país malherido en su orgullo patrio tras casi cuatro siglos de hegemonía mundial.

EL IDIOMA CHAMORRO El chamorro es la lengua indígena hablada en la isla de Guam y en las Marianas del Norte, así como en varias islas del archipiélago de las Carolinas. De raíz malayo-polinesia, el idioma chamorro se nutre de una notable influencia del español antiguo, por lo que ha sido incluso considerado un criollo hispano como el chabacano hablado en el archipiélago filipino. Estas islas de la Oceanía marítima estuvieron vinculadas a España desde 1521 a 1899, si bien su asimilación no fue tan profunda como en las islas Filipinas o en la América española. Fue por tanto una lengua que absorbió muy lentamente los barbarismos, debido a la menor relación de las colonias con la metrópoli. Con la llegada de Magallanes en 1521 a las islas de los Ladrones, los nativos escuchaban por primera vez una lengua europea. Durante las siguientes décadas las expediciones españolas apenas establecieron una relación que no fuera para la aguada y el intercambio de alimentos. Pero bastó ese incipiente tráfico comercial para impregnar su lengua de vocablos españoles que se utilizarían para afianzar la relación con los exploradores. Una vez que el Galeón de Manila inició su ruta oceánica, los chamorros incorporaron parte del vocabulario hispano a su lengua. Con la llegada de las misiones jesuitas en el siglo XVII, se estableció definitivamente una educación básica en la isla. Durante más de dos siglos se patrocinó la enseñanza del español con la fundación en 1669 de una escuela para niños y otra para

niñas. Aunque el chamorro siguió siendo la lengua nativa, las nuevas generaciones incorporaron un alto porcentaje del idioma español a su acervo lingüístico. Además, con la incorporación de la nueva población indígena americana, fundamentalmente de Nueva España (México), el intercambio contribuyó a dotar al pueblo chamorro de un mestizaje cultural, aún visible en el folclore (danzas aztecas), la gastronomía (maíz, chiles, chocolate) y la iconografía religiosa (Vírgenes, fiestas). No obstante, el legado español más importante es sin duda la lengua. Muestra de ello es la utilización de la letra ñ en su alfabeto y la diversidad de acepciones españolas: nana (abuela) y tata (abuelo), buenos dihas y buenas tåtdes, los numerales unu, kuåtro, sinko, sais, nuebi o los meses del año como Ineru, Fibreru, Måtso, Abrit o Måyu. Tras el Tratado de París, la administración norteamericana intentó erradicar cualquier vestigio de influencia española en el pueblo chamorro. El gobierno militar impuso el inglés como idioma oficial incluyendo la prohibición del uso del chamorro en las mismas escuelas. Aunque se trató de relegar la enseñanza de la religión católica en favor de los cultos protestantes, no fue secundado por la población. El intento de desprestigiar la cultura hispana del pueblo chamorro fracasó absolutamente, aunque el chamorro actualmente ha quedado relegado a un idioma minoritario entre los mismos chamorros.


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