LA IMPORTANCIA DE LAS MASÍAS EN LA ECONOMÍA DE VALL DE CRISTO
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La Importancia de las Masías en la economía de Valldecrist. JOSE ÁNGEL PLANILLO PORTOLÉS Actas I Congreso Internacional sobre las Cartujas Valencianas, Tomo I (pp. 321-338). Ajuntament del Puig – Analecta Cartusiana
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La fundación de la Cartuja de Vall de Cristo, quinto monasterio de la orden de San Bruno en España y segundo del Reino de Valencia, se debe al rey de Aragón Pedro IV "el Ceremonioso", a petición de su hijo el infante don Martín y la mujer de este, doña María de Luna. Así, el 21 de abril de 1383, el Papa Clemente VI concede el permiso para levantar la Cartuja, y dos años después, es inaugurada tras la llegada de sus primeros moradores procedentes de Scala Dei de Tarragona, primera institución de la Orden en España, eligiéndose como primer Prior a Fray Juan Berga.
Su denominación tiene un curioso origen. Estando el Infante D. Martín durmiendo la siesta, tuvo una visión del Juicio Final, en que Jesucristo juzgaba a los resucitados muertos. Despertó atemorizado y de inmediato se puso a buscar entre sus dominios un lugar que se asemejase al del sueño. Tuvo noticias de él por un peregrino que había recorrido los Santos Lugares de Jerusalén, encontrando que el valle de Cánovas, próximo a Altura, era el más parecido al valle de Josafat, en el que según las Sagradas Escrituras, tendrá lugar el Juicio Final. Dada esta semejanza física, la elección quedo decidida, así como el nombre, Valle de Cristo.
En el momento de su fundación, como cualquier otro monasterio de la Edad Media, su comunidad fue dotada de una serie de tierras cultivables, pastos, ganados y bosques, de cuya explotación, junto a la gestión de las rentas que generasen sus propiedades, dependería en gran medida su economía, la cual estaba orientada hacia la autosuficiencia, es decir, producir todo lo que necesitaban: comida, herramientas, tejidos, etcétera, sin dependencia del exterior.
Así pues, desde el principio y durante sus 450 años de vida, esta Cartuja fue acumulando riquezas, honores y privilegios, herencias y compras, exenciones de impuestos y el control de comercios y abastecimientos, que le propiciarían una importante base económica. Algunas de ellas destacan por su origen, pues proceden de la Casa Real o del Papa, como la realizada por Pedro IV de Aragón en 1386, que concedería a la recién inaugurada cartuja los herbajes del Condado de Jérica, de cuyo arrendamiento sacaban un considerable censo anual; o la realizada en 1397 por Benedicto XIII, el Papa Luna, morador ocasional del Monasterio, que le anexionó la Rectoría de la Iglesia Parroquial de Castellón, pese a las protestas de clérigos y vecinos de la hoy capital de provincia.
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También el infante y después rey Martín l de Aragón y su mujer María de Luna le concedieron grandes donaciones tanto económicas como territoriales, destacando la cesión de las rentas de la morería de Segorbe y del Valle de Almonacid y la donación de Altura y Alcublas en 1407 con todo lo que en estas había.
Otra vía de entrada de concesiones y adquisiciones las proporcionaban los testamentos y la compra directa de bienes inmuebles o de censos cargados sobre ciudades, instituciones o particulares, consiguiendo de esta manera un considerable legado económico. Así, la ciudad de Valencia, el Obispo y varios vecinos de Segorbe, los señores de Gaibiel y Albalat, y villas como Jérica, Almazora, Carlet, Vall d´Uixó, Jávea, Moncofar, Oliva, Bétera, Muro, Sollana, Castellnovo, Turís, Nules, Manzanera, pagaban sus debidos censos.
Pero toda esta ingente cantidad de dinero y el poder que ello les proporcionaba se fue materializando gracias a la buena gestión de sus priores, que lograron tres etapas de máximo esplendor: la primera de 1410 a 1417, durante la estancia del ilustre Fray Bonifacio Ferrer (1), hermano de S. Vicente Ferrer y Prior General de la Orden de San Bruno, que la convirtió en sede de celebración de seis Capítulos Generales, así como de lugar de reunión del cónclave del Compromiso de Caspe; Los dos prioratos de Fray Luis Mercader
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, entre 1489 y
1511, en la que se multiplicaron las rentas y construcciones en el Cenobio; Y finalmente en 1785, año en que se constituye la Congregación Nacional de Cartujos Españoles, eligiéndose como residencia perpetua del definitorio la Cartuja de Vall de Cristo. Toda esta bonanza económica llevó a que las crónicas de la época consideraran a esta Cartuja como una de las más importantes y ricas de la península.
También influyó en ese desarrollo la buena dirección de los frailes a la hora de orientar sus recursos. Así entre los siglos XIV y XV, la actividad ganadera fue la predominante en la Cartuja. Para tal fin el convento reestructuró sus tierras en zonas ganaderas, denominadas dehesas, demarcándolas mediante mojones, de manera que en ellas pastaran libremente sus ganados. En este sentido tuvo mucho cuidado de protegerse contra cualquier injerencia de los demás ganaderos. Las leyes condenaban al ganado ajeno que fuera encontrado pastando en sus territorios con el pago de ciertas cantidades, que se duplicaban si el delito se realizaba de noche. Por este motivo, en el año 1407 la Cartuja renunció a los fueros de Aragón para someterse a los de la Ciudad de Valencia, los cuales eran más duros a la hora de tratar las infracciones ganaderas.
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La finalidad de la ganadería era la obtención de la lana, sacrificándose únicamente aquel ganado que no era rentable por vejez o defecto, utilizando su carne para alimento de los criados. La lana obtenida era abatanada previamente en el Batán que el propio monasterio construyó, para después, en los telares y sastrería del convento, transformarse en la vestimenta necesaria para la comunidad. Una vez cubierta la demanda de hábitos, comercializaba el resto de la lana, obteniendo unos considerables beneficios. Según el “Manifiesto de rentas del Monasterio de Vall de Christ para el reparto de la Real Gracia de subsidio” realizado en 1777, y al cual se hará referencia continuamente en este trabajo, los monjes declaraban obtener de sus ganados 828 arrobas de lana, de la que se reservaban 300 para la confección de vestuario, aunque cabe pensar que la cifra real sería algo mayor que la declarada. Los mercados a los que se destinaba la lana sobrante se desconocen, aunque es fácil imaginar que a partir de 1778, tras la liberalización de los mercados americanos, el nuevo continente recibiría parte de la producción lanar y agrícola del monasterio.
Esta producción agrícola, sufriría un gran desarrollo a partir del siglo XVII, cuando el Monasterio decide pasar de una actividad principalmente ganadera, a basarse en las producciones agrarias, que en un principio estuvieron limitadas, pero que poco a poco irían adquiriendo cada vez más relieve. La tendencia alcista de los precios de los productos agrícolas, fue posiblemente uno de los factores clave que impulsaron este cambio de dirección en los negocios.
Los cultivos que mayores superficies de tierra conquistaron fueron la vid, el olivo y el algarrobo, pues la amplia superficie de tierras que poseía el convento en sus alrededores eran en su mayoría de secano. Pero a partir del siglo XVIII comenzarían a introducirse los cultivos de cáñamo, maíz, morera, frutales y otros productos hortícolas mucho más productivos y rentables, una vez iniciado el proceso de transformación de los secanos en regadío, aprovechando las aguas del manantial segorbino de La Esperanza, que el propio monarca Martin I les había donado previa compra a la ciudad para la puesta en funcionamiento del batán y el molino.
Para poder hacer frente a esta gran cantidad de tierras de cultivo, la Cartuja empezó a adquirir o reconstruir casas-masías dispersas por sus posesiones, que se convertirían después en verdaderos centros de producción agrícola y ganadera.
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Por lo general, estas masías combinarían ambas funciones, y pocas eran las destinabaa a un único cultivo o función. Eso sí, cada una de ellas estaba dotada con la infraestructura necesaria para poder recoger y transformar la producción total de un determinado cultivo común a todas las masías Y es que la transformación de los productos agrícolas obtenidos tampoco quedaría fuera del alcance de los monjes. Para la molienda del cereal se construyeron molinos; almazaras para la molturación de las aceitunas con las que obtener aceite; prensas, bodegas y lagares para la elaboración y almacenamiento del vino, etc..., y casi siempre se procuraba que dichas tareas se realizaran en los mismos centros de producción.
No cabe duda de que para el buen funcionamiento de todas estas infraestructuras agro-ganaderas, se precisaba de un buen número de manos de obra, pues los frailes no podían salir de los muros de la clausura. Para tal fin se empleaba a las gentes de la zona, creándose un lazo de dependencia mutua, favorable a ambas partes. Así, según la declaración realizada en el año 1776, se observa que ese año los frailes llegaron a emplear a 10.000 jornales, lo que indica la fuerte dependencia de las gentes de la comarca con respecto a Vall de Cristo. Una parte de ellos los realizaron los 93 criados fijos que la cartuja destinaba a estos menesteres, de los cuales, 32 eran pastores. El resto era desempeñado por personal que trabajaba de forma temporal en época de la siega y trilla de los cereales, o durante la campaña de recolección y elaboración de la viña y la aceituna.
Así pues, con esta introducción, se inicia una más profunda aproximación a este tipo de edificios, las masías, que tan claramente marcaron el desarrollo económico no sólo de la Cartuja de Vall de Cristo, sino también de la comarca en la que se hallan emplazadas, la del Alto Palancia. El Más, Masía ó Masada, es una finca rústica de carácter agrícola compuesta por la Casa de Campo, con sus tierras, aperos y ganados..., típica de los lugares de secano y cuya estructura difiere según sea el tipo de explotación predominante; cerealícola, vinícola o ganadera, por lo que tendrá más desarrollado el granero, la bodega o los establos.
Su origen se remonta a la Reconquista (s. XIII), pues al quedar grandes extensiones de tierra sin trabajar, se edificaron estas casas habitadas, en muchos casos rodeadas de otras más pequeñas no lejos de la principal, destinadas a los campesinos, para guardar el material, o para servir de vivienda a los nuevos dueños que sustituyen a los moros que antes las trabajaron, empleando a estos como trabajadores hasta su expulsión.
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La distribución del edificio consta de dos o tres pisos por lo general, de planta rectangular, cubierta con tejado a doble vertiente y paredes emblanquinadas con cal, contando algunas, en la fachada orientada al Sur o Sudeste, con un reloj de Sol. En la planta baja suele guardarse todo lo necesario para realizar la vida cotidiana. Otras dependencias tales como corrales, horno, cabañas, bodegas, lagares, pajares, etc., pueden estar en esta misma planta baja, o como la mayoría, en edificaciones exteriores, a veces alineadas a través de un patio cerrado. Pasa lo mismo con la Capilla, estando en la mayoría de los casos en el edificio principal. En el primer piso estaría destinado a las habitaciones de los dueños, y en el segundo piso ó “porchá”, de poseerlo, se destina al almacenamiento y secado de productos agrícolas, por lo que suelen estar bien aireadas.
Para su construcción se utilizan generalmente materiales accesibles y de bajo coste: piedras del terreno, cemento de cal y arena, vigas de pino, carrasca o sabinas, aprovechando las aguas de algún manantial o fuente próximo al lugar donde se ubique la Masía. En las más antiguas es frecuente encontrar algún detalle mágico, que recuerda el peculiar pasado en el que se desenvolvieron sus habitantes. E incluso elementos defensivos, como torres o fosos, que servían de protección a los empleados de la masía, que debido a la lejanía de la fortificación más próxima, se encerraban en ella buscando refugio.
La localidad de Altura, que dio cobijo a este insigne monasterio, es una de las localidades del Alto Palancia donde más edificaciones de este tipo aparecen dispersas por sus 130 Km 2 de término municipal. Todas ellas, 175 años atrás tenían un mismo nexo de unión, la Cartuja de Vall de Cristo, que fue adquiriéndolas o arrendándolas poco a poco para poder gestionar y trabajar las bastas extensiones de tierra que bajo su dominio quedaban al ser los señores de esta villa. Así pues, teniendo como punto de inicio y fin este insigne Monasterio, vamos a iniciar una especie de ruta que recorra gran parte de las posesiones más inmediatas de este cenobio antes de ser desamortizado, siguiendo los caminos y referencias de aquella época.
Para ello cabrá empezar siguiendo el camino que marcan dos cruces observadas desde la puerta de la Cartuja. La cruz más visible es la Cruz de San Sebastián, ubicada sobre un cerro desde el que se divisa el Santuario de la Cueva Santa. Es tradición antigua señalar con este tipo de cruces los lugares desde donde se divisan santuarios que gozan de cierta afluencia de fieles, o se otean grandes extensiones para poner bajo la protección del cielo las cosechas del término. Desde luego esta cruz cumplía ambas opciones, pues además del citado santuario, también se observa una vasta extensión de tierras.
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A los pies de la falda Sur del cerro en el que se ubica la citada cruz, se levanta la segunda de las mencionadas, la Cruz de Payás. Pese a tener un claro corte gótico, se ignora tanto su fecha de construcción o colocación en este punto, como su utilidad, aunque sobre esto ultimo parece intuirse el que tuviera la función de señalar un camino por el que ir a la Cueva Santa, pues el existente junto a ella termina en la carretera que sube al Santuario. Además, en el pedestal se observa una hendidura con la forma de esta imagen.
Unos kilómetros más adelante, y ya desde la carretera, se observa a media altura de un pequeño cerro, el viejo aprisco de Verche, lugar de encierro de las primeras cabezas que pastaron las dehesas monásticas. En la actualidad, los corrales de Verche han sido aprovechados por un vecino de Segorbe para la construcción de un rústico cortijo en el que descansar durante el verano.
No queda muy lejos la primera masía propiamente dicha, la Masía de Rivas. No se tiene noticia de su origen. Sólo existe una declaración de testigos ancianos sobre las costumbres y usos que tenían los masoveros del lugar de Rivas, ante el escribano de Altura Juan Andreu de 1412. Parece ser que era una alquería dependiente de la Villa de Altura, por eso, al no existir constancia del establecimiento en este lugar de propietario alguno, cuando se produjo la donación de D. Martín de las Baronías de Altura y Alcublas a la Cartuja, esta tomó posesión de su dehesa. El auto de amojonamiento se produjo en 1601 y se aplicó la pena de monta y degüella a partir de 1748. Anteriormente se celebraron varios juicios contra ganaderos por pastar dentro de los límites de la dehesa y siempre les fue impuesta una multa de 3 libras.
Durante el siglo XVIII, a través de numerosas compras directas y cambios, entre los que destaca la permuta realizada con Matías Urquizu en 1734, por el que éste entregaba dos heredades que incluían una casa y un corral de ganado a cambio de nueve censos valorados en 1260 libras en efectivo, amplió la Cartuja sus posesiones en esta zona. Aunque no existen datos concretos, se cree que esta transacción constituyó el fundamento de la Masía de Rivas, de la que se dice que al construirse sus cimientos y posteriormente su bodega, se encontraron infinidad de sepulcros y osamentas, confirmando este hecho la creencia generalizada de que este lugar había estado habitado en otra época.
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Desde entonces, Rivas pasaría de ser una explotación exclusivamente ganadera, a estructurarse como masía mixta, predominando desde entonces la explotación agrícola en sus cerca de 300 jornales de tierra. Un ejemplo de como por todos los medios se buscaba la intensificación de los cultivos. En Rivas lo refleja la construcción del abrevadero y la balsa que nutrían a la Fuente de Rivas, que fueron construidos por el convento a mediados del s. XVIII. Hay numerosos testimonios escritos que reflejan el hecho de la disminución del caudal de esta fuente en años de escasez de lluvias. Es por ello que en agosto de 1772 se tuvo que abrir y limpiar la acequia de conducción, quedando cubierta y cerrada el 6 de agosto, consiguiendo con dichas obras que saliera el doble de agua.
Sobre la producción de esta masía, se conoce la declaración de los monjes de 1776, que afirman haber obtenido 4000 cántaros de vino y 147 arrobas de aceite.
Tras el cierre de la Cartuja, la masía pasó a manos de unos particulares, que también adquirieron la cruz gótica del cementerio del Claustro Mayor de la Cartuja, para instalarla en el camino de entrada. Esta cruz fue colocada en su lugar de origen el 23 de Mayo de 1423, y fue costeada por Margarita Madriz, madre de un monje profeso de Vall de Cristo, que al morir fue enterrada al pie de la cruz. A día de hoy, la explotación agrícola todavía continúa, pero la ganadería se tuvo que abandonar para no malograr los nuevos cultivos.
El camino hacia el Santuario de la Cueva Santa se continuaría siguiendo la Senda Magaña, hoy señalizada como sendero de Pequeño Recorrido PR.V 178, pues la actual carretera no existiría entonces. Al subir por ella se observaran dos blancos pilones que hacen referencia a dos milagros atribuidos a esta advocación de la Virgen, como son el “Milagro de la Paloma” (3), próximo a la masía de Rivas, y el de “La Pota de Caballo” (4), algo más arriba y rodeado de una verde pinada. Ya por fin se llegará al Santuario de Ntra. Señora la Virgen de la Cueva Santa, lugar que mucho debe a la Cartuja de Vall de Cristo, pues fue uno de sus más insignes moradores, Fray Bonifacio Ferrer, quien a principios del s. XV creó el molde para, con yeso blanco, fabricar bajorrelieves del rostro anciano de la Virgen María con traje de viuda. Estas imágenes posteriormente las repartiría el Venerable Fraile entre los pastores de la comarca, para que en sus refugios de montaña pudieran mantener el culto a la Madre de Dios.
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Sin embargo seria un siglo después cuando, tras descubrirse una de estas imágenes abandonada dentro de esta Cueva del Latonero, es cuando surge el culto de masas, organizándose romerías desde puntos remotos, para pedir favores a la Virgen. La Cartuja de Vall de Cristo, entendiendo que era un lugar de culto y que quedaba dentro de sus dominios, subió a tomar posesión de la cueva, instalándose en ella en 1592. Los religiosos pronto adecentaron y mejoraron las infraestructuras de la cueva, construyendo una escalera para acceder hasta una capillita, y colocando una campanilla, hoy oculta, que dice la tradición solamente suena cuando la Virgen obra un milagro. También los frailes cambiaron la Imagen de la Virgen, al considerar que la de yeso era muy pobre, colocando en su lugar una de alabastro, que permanece actualmente en el Museo Catedralicio de Segorbe con el nombre de “La Primitiva”. Pero ni la feligresía, ni el Obispado, ni las autoridades alturanas, que desde los primeros momentos se habían ocupado de la cueva, aceptaron aquel cambio y tampoco la ocupación monacal, emprendiendo un largo pleito finalizado en 1606, en el que se dictamina la expulsión de los monjes, y la devolución del recinto a las Autoridades Civiles y Religiosas de Altura, así como la restauración de la Imagen de Yeso en el Altar Mayor de la capilla del Santuario.
Continuando este itinerario, se seguirán las marcas del GR-10, sendero trazado a tramos sobre antiguos pasos de ganados y senderos, para de camino a Sacañet, llegar hasta las inmediaciones de la Masía de Las Dueñas, ubicada dentro de los límites de Alcublas. Esta masía fue adquirida por la Cartuja de Vall de Cristo a Francisco Medina por 1100 sueldos, un 4 de Agosto de 1479, convirtiéndose desde ese momento en una de las masías más importantes de todas las que llegó a poseer el monasterio cartujo. Fue infanzonía, con boalar y dehesa, dedicándose sus tierras al pastoreo de ganados, principalmente lanar, y al cultivo de cereales, poseyendo aprisco, eras de trilla, de las que existe una leyenda que prueba la fe de los religiosos
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, y
graneros. También dentro de las tierras de la masía existía un famoso carrascal objeto de dos discordias entre el monasterio y Alcublas por el aprovechamiento de sus maderas, en las que salieron favorecidos los frailes.
La Cartuja, tras comprar la masía, reconstruyó la vivienda principal, edificio que albergaba en su interior una capilla venerada por los vecinos de Alcublas, que anualmente iban hasta ella en romería siendo obsequiados por las autoridades locales con un refresco. Este edificio pasó a conocerse años después como Casa de Abajo, diferenciándose así de la nueva casa construida por la Cartuja en su dehesa de Chupidilla.
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En el mismo lugar en el que se edificó la nueva casa, existió siglos atrás un pequeño asentamiento prehistórico perteneciente a las culturas del Neolítico, de los Metales e Ibérica. Y es que en época pasada, esta masía fue un núcleo de población dependiente de Alcublas conocido como Alcubla Somera, que junto a la propia villa, conformaban Las Alcublas, nombre recogido en el Llibre del Repartiment, y que hasta ese momento había sido una alquería musulmana perteneciente a la Taifa de Alpuente.
Tras la Reconquista, Jaime I dona las Alcublas a su segunda esposa, Teresa Gil de Vidaurre, Señora de Jérica, a cuya Casa pertenecería hasta el año 1369. Ese año muere sin descendencia Juan Alfonso de Jérica, y el Señorío pasa a la Corona. El entonces rey, Pedro IV de Aragón, al recibir estas tierras las eleva a Condado y las dona a su hijo el Infante Martín, ya casado con María de Luna, Señora de Segorbe y Condesa de Luna. El propio Infante, siempre preocupado por engrandecer a su Cartuja, hará donación de Alcublas en 1407, junto con la Baronía de Altura, al monasterio, que mantendrá la soberanía durante 427 años.
Tras la Desamortización de 1835, y pasadas las Guerras Carlistas en las que el hasta cura del lugar dirigió una partida de milicianos, Alcublas sufre el terrible “Cólera Morbo”, que se cobró la vida de 334 vecinos de los 2700 que conformaban en ese momento el censo. Desde entonces, la población ha ido descendiendo por diversos motivos hasta quedarse en los 875 habitantes que hoy la habitan.
A esta población valenciana perteneciente a la comarca de los Serranos, se llegará desde Abanillas siguiendo el hoy PR.V 105, sendero que coincide con el antiguo camino que los carros utilizaban para bajar la nieve de los ventisqueros de Sacañet, uno de los cuales era posesión de los frailes de Porta Coeli. El pueblo esta situado en el centro de una meseta rodeada por varios cerros a 780 m. de altitud, y queda bajo la atenta vigilancia de dos viejos Molinos de Viento totalmente restaurados, localizados en la cima de uno de estos cerros. El relieve de sus 43 Kmº de superficie municipal no es muy accidentado, lo que permitió la construcción de un aeródromo en el Llano de la Balsa en 1936. Como única corriente fluvial esta la Rambla de Artaix, que nace en los limites del termino, un término en el que abundan los pinos, el monte bajo, los olivos y la vid, transformada en vino en la Cooperativa Vinícola de Alcublas.
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El casco urbano se apiña alrededor de la Iglesia Parroquial, que tiene a San Antonio Abad como titular y patrón de la localidad. Es un buen templo de Orden Toscano, con tres puertas de entrada; una en el lado de la epístola, y otras dos junto a la torre- campanario. Su parte más antigua data del s. XIII, y sobre ella se fueron realizando varias ampliaciones según crecía la población. En 1633 se levantó la torre- campanario, pero debido al impacto de un rayo y al incendio que sufrió la iglesia en 1917, la centenaria torre sufrió un grave deterioro que motivó su caída en mayo de 1946. La caída comenzó por arriba, y llegó hasta unos 8 metros del suelo, que en la actualidad son la base de la actual torre, terminada en 1952.
Junto a la Iglesia, queda el Ayuntamiento, de donde parte el conjunto de estrechas calles que dan forma al centro urbano. La Casa Consistorial esta ubicada en la calle Mayor, y consta de planta baja y dos pisos. Su construcción se remonta al año 1603, según aparece en la fachada exterior, donde también se observa el escudo de la localidad. Esta está construida con mármoles negros de la cantera de propiedad municipal, La Pedrera, de la que también proceden los mármoles de la Lonja de Valencia.
También aparecen dispersadas por los alrededores de Alcublas cuatro ermitas que amplían el censo de atractivos de la villa: la de San Sebastián, la más grande; la de Santa Bárbara, reconstruida en su totalidad; el ermitorio de San Agustín, sito junto al manantial dedicado al santo, y el de Santa Lucia, de camino hacia el Santuario de la Cueva Santa. Tanto el manantial de San Agustín como el de la Cava, ambos del siglo XVII, resultan de vital importancia para la historia de Alcublas, que hasta esa centuria sobrevivía del agua extraída de exiguos pozos por no tener fuentes próximas de las que abastecerse.
El manantial de San Agustín tenia dos caños por los que brotaban unos 50 cántaros por hora, y las obras de canalización hasta Alcublas, conocidas como La Mena, terminarían en 1628. Estas obras, que asemejan ser las viejas murallas, todavía perduran a las afueras del pueblo. Pese que momentáneamente se solucionó el problema del suministro de agua, las autoridades alcublanas no dejaron de buscar nuevas fuentes, hasta que por fin en 1993, tras siglos de sufrimientos y desilusiones, la Consellería de Obres Publiques llevó a cabo un sondeo en el Pozo Montanera ll con resultados positivos, y tras la finalización de las obras de canalización en Febrero del 95, en los hogares alcublanos no ha faltado el agua.
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Desde Alcublas accederemos cómodamente hasta el caserío conocido como Bodegas de las Veinticuatro, ubicadas en el límite del término de Altura, aunque más próximas a la localidad de Alcublas y a las tierras abiertas al Valle medio del río Turia, que a la localidad a la que pertenece. Estas edificaciones, que forman un conjunto de 24 casas completamente iguales, reflejan el boom que experimentó el viñedo en el siglo XIX, pues fue este un minipoblado dedicado a la elaboración y almacenamiento de vino y uva, puesta a secar para hacer pasas, hasta que alrededor de 1915, la filoxera obligó el cambio de cultivo.
Estas bodegas quedan muy próximas a otra masía de pasado cartujano: la Masía de Abanillas. Fue comprada por el Convento a Francisco Porcar en 1559, según la escritura realizada por Juan Pérez con fecha de 15 de Abril del mismo año. Parece ser que no poseyó dehesa, por lo que sus tierras, ampliadas con tras la compra de las parcelas colindantes, fueron exclusivamente dedicadas a la agricultura, en la que predominó el cultivo del olivo. Según declaración de los monjes, en 1776, se cosecharon en Abanillas 255 arrobas de aceite, 11 cahíces de trigo, 32 de cebada y 22 de avena. Tras la desamortización de 1835, pasó a manos de particulares, que siguieron trabajándola reemplazando el olivo por almendros hasta mediados de los 60´, década desde la cual ya sólo es utilizada como finca de esparcimiento de sus propietarios.
Sus construcciones actuales, aparentemente recientes, están constituidas por la Vivienda principal, orientada al Sur, en la que se conservan las principales instalaciones de la masía, tales como la almazara, aljibe interior, así como los restos del horno de cocer pan en su parte posterior. A la derecha del edificio hay una era de trillar enlosada con calizas del terreno, que con la imagen de los pajares a su alrededor, ofrece una vista propia de otros tiempos. Completan las edificaciones, a unos 100 metros, los amplios corrales que posiblemente sirvieran de vivienda a los masoveros y jornaleros temporales, que al parecer fueron construidos a finales del s. XIX, y abandonados debido a las medidas represoras de la postguerra.
Continuando el itinerario, se ascenderá hacia el Llano del Cantal, planicie en la que la que aparece una extraña y misteriosa formación pétrea de origen incierto situada en medio del valle, La Piedra del Cantal. También un cierto grado de misterio
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envuelve a la Masía de Cucalón, situada a pocos metros, y
considerada una de las más importantes en la economía cartujana, y posteriormente de la villa.
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El origen de esta masía es más antiguo que el de la propia Cartuja. En ella llama la atención su perímetro amurallado, donde se aprecia perfectamente las aspilleras abiertas para el uso de fuego fusilero, además de la zona que ocupó el foso que la circundaba, hoy rellenado de tierra. Perteneció a un vecino de Calatayud, llamado D. Fernando Gonzalo de Azagra, cuyos albaceas la vendieron en 1378. El amojonamiento en 1406 de su dehesa y boalaje, nos habla de la importancia que tenia el ganado ovino en aquella época, aplicándose ya bajo la propiedad del convento la pena de monta y degüella a todo animal no perteneciente a Vall de Crist, como se demuestra en una sentencia datada en 1618.
El 6 de Julio de 1539 pasa a ser otra posesión más de la Cartuja tras la compra por 9750 sueldos a Juana Medina y Francisco Cucalón, del que toma el nombre que hasta hoy nos ha llegado. De esa época datan parte de la casa, las caballerizas, las tres bodegas, y el lagar que hoy existen, construidos por el convento sobre la cabaña existente. Durante el dominio cartujo, sus principales usos fueron la explotación ganadera y el cultivo de cereales, olivos y vid, siendo introducida esta ultima por los monjes hasta llegar a convertirla en su zona vitivinícola más importante. De hecho, buscando la mayor comodidad a la hora de realizar su implantación, la cartuja ordenó construir en 1596 una cerca de piedra que rodease los primeros campos de viña, costándole al convento cada 8 palmos de alto por 8 de ancho, 8 sueldos. Con todas estos cuidados, no es de extrañar que se llegaran a obtener 500.000 litros de vino, aunque en la declaración de 1776 sólo declararan 10.603 cántaros (unos 120.000 litros). Otros productos obtenidos en la masía y declarados en dicho año son los 48 cahices de trigo, los 44 de cebada y los 22 cahices de avena.
Con la expropiación del Estado de 1835, la masía pasó a manos de un General, quien después la vendería a un señor apellidado Cerveró, cuya nieta es la actual propietaria. Hasta hace unos años, la actividad en sus tierras todavía era notable, aunque no como antaño, pese a emplear a varias decenas de personas. Hoy en día, en sus tierras se siembran plantas aromáticas, además de una pequeña plantación de viña, cuya producción posteriormente es transformada por el propietario para fabricar un excelente vino blanco, aprovechando el cubo y el lagar de la bodega pequeña, pues las otras dos bodegas se hallan muy deterioradas. La mayor, menos deteriorada que la mediana, conserva todavía su majestuosidad, e impresiona por la capacidad de sus botas, realizadas en madera de roble español sin nudos.
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Colindante a Cucalón era la masía, hoy Corrales de Mosén Jayme. El más antiguo de sus propietarios conocidos fue Gonzalo Sánchez de Azagra, vecino de Calatayud. En 1391, tras varias vicisitudes, fue comprada por el segorbino Juan Cucalón, pero las deudas contradigas por este determinaron que los Jurados de Altura la sacaran a pública subasta, donde la adquirió Cecilia Valero, esposa del alturano Francisco Pérez. Por cesión testamental, dicha señora lega la masía a Mosén Jayme Andreu, Vicario Perpetuo de la citada villa, de quien toma nombre. Finalmente, el 11 de Mayo de 1462, dicha masía es donada por este sacerdote a la Cartuja, haciendo constar en el testamento que ésta no podría venderla jamás. Sus tierras se utilizaron básicamente como zona de pasto para el ganado, aprovechándose así la dehesa amojonada en 1406, y aplicándose las mismas penas para el ganado invasor que en Cucalón.
Próxima a la Masía de Mosén Jayme, brota la Fuente de la Murta. Se cuenta de dicha fuente que los masoveros de Cucalón, intentaron en una ocasión encauzarla para regar una parte de sus tierras, y como les fue prohibido, construyeron una balsilla, que aun se observa en sus proximidades, entre las masías de Cucalón y Mosén Jayme, de la que expresamente se dice que no es abrevadero común, sino particular de estas dos masías. A esta fuente siempre se ha tenido como una de las más importantes del término, pues de su caño nunca ha dejado de salir agua. Además, sus aguas son muy apreciadas, pues es popular la creencia de que su consumo continuo durante algunos días, hace aumentar las ganas de comer.
Tampoco queda lejos de la fuente el hoy conocido como Mas de Vergá, y se matiza en ello porque tiempo atrás tuvo otras denominaciones. Su primer propietario conocido fue Juan Amador, y de él pasó a Vicente Catalán en 1608, del qué tomó el nombre de Masía del Catalán. El 10 de Noviembre de 1774 es la Cartuja quien compra a los hermanos Antonio y Francisco Aragón la mitad de la masía ahora llamada de Bergada, del que deriva el actual topónimo. En la compra se especifica como se dividieron las tierras, un total de 600 jornales entre tierras aptas y no aptas para el cultivo, dedicadas al cereal y al pastoreo de ganado respectivamente, así como la Casa- Masía, los pajares, las eras, corrales y parideras de ganado. También se cita el Oratorio que poseyó, quedando este como propiedad común a ambas partes.
Siguiendo el camino, pronto se llegará hasta las casas anexas a la Fuente de Caparrota.
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El agua de esta fuente siempre ha tenido fama de ser buena para el riñón, y debido a la continuidad y cantidad de agua que de él manaba, las familias que tenían tierras y casa por aquí, podían permitirse el lujo de cultivar pequeñas huertas de regadío, para compaginarlos con los de secano. En la actualidad su caudal es tan irregular, que ya es suerte el poder llenar algunos envases. Y de aquellas casas, hoy solo quedan sus ruinas.
Poca es la distancia que separa este desolado grupo de viviendas de la siguiente masía: la Masía de Uñoz. Situada en el interior de un valle bastante cerrado poblado hasta no hace mucho de abundante pinar, y aunque abierta al norte, protegida de los vientos fríos por una alineación de montes próximos, las edificaciones existentes en la actualidad forman un amplio conjunto debido a las numerosas particiones que han sufrido sus tierras, construyéndose cada nuevo propietario su respectiva vivienda. Pese a ello, se destacan claramente cuales son las dos viviendas principales, separadas entre sí por unos corrales.
El origen de la más antigua de ellas es posible que date del siglo XII, en plena época musulmana. Tras la reconquista, y en la primera mitad del siglo XIII, parece ser que en este edificio nació una de las hijas del rey Jaime I, motivo por el que la finca era conocida como Masía de la Infanzona
(7)
. Si esto fuera cierto se
comprenderían los privilegios que sobre su dehesa existían desde aquella época, dehesa que fue frecuentemente arrendada por la cartuja desde que ésta se fundó en 1385. Finalmente, en 1434 es adquirida por el Convento con su infanzonía, boalaje y dehesa por el precio de 330 libras, libres de toda pecha real y vecinal, y con todos sus derechos y privilegios. Su dedicación en principio fue ganadera, pero en los ss. XVI y XVII, la Cartuja amplió sus propiedades por compra directa de tierras de cultivo. Se trataba de fincas próximas de poca extensión, salvo la pieza llamada el Mijar, pues ella sola poseía 60 jornales de terreno cultivado. A día de hoy, la masía permanece habitada, y mantiene activa su explotación agrícola y ganadera beneficiándose de los manantiales que brotan en sus inmediaciones, tales como la Fuente del Oro, la Cava y el Salero, destinados tanto para consumo humano como para el riego de las tierras. También conserva un hermoso ermitorio que sobrevive al paso del tiempo.
Desde este precioso rincón de la Calderona, hay trazada una red de caminos que llevan directamente hasta la Fuente del Pozuelo, fuente localizada a escasos metros de la siguiente masía. La Masía de San Juan.
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Es esta una masía de estructura muy peculiar, de grandes dimensiones y de elementos arquitectónicos de muy distinta procedencia. Entre ellos sobresale el recinto amurallado que cierra por completo la masía, con algún tramo almenado, y torreones cúbicos en sus esquinas que le dan la apariencia de un castillo medieval. Este aspecto es el resultado de la restauración realizada tras el cierre del convento entre los siglos XIX y XX.
De sus orígenes se tiene la teoría de que fuera a una alquería musulmana, aunque se desconocen las actividades y acontecimientos transcurridos en su devenir histórico, así como el origen y función de la renacentista Cruz de San Juan localizada en sus lindes. Ya en el siglo XVIII la Cartuja de Vall de Cristo, como propietaria de la misma, manda construir un azud en la contigua Rambla Seca, y las correspondientes obras de canalización hasta la balsa emplazada en sus inmediaciones, para ampliar en lo posible la superficie de regadío tanto en esta masía de San Juan como en el inmediato Más de Valero. Desde luego lo consiguió, pues en la declaración realizada en 1776 se observa la cantidad y variedad de productos obtenidos de sus tierras: 1855 cántaros de vino; 317 arrobas de aceite; 102 libras de seda; 132 libras de hortalizas; 144 cahices de trigo; 54 arrobas de higos y 158 cargas de algarrobas. No es de extrañar con estos números la cantidad de propietarios en que se dividieron las tierras de la masía tras la desamortización, quienes dada la corta distancia que las separa de las poblaciones de Altura y Segorbe, han seguido trabajando sus campos a pleno rendimiento, quedando muy pocas parcelas sin ningún tipo de cultivo. Por lo que respecta al propio edificio, tras ser adquirido tras la desamortización por el Marqués de la Almunia, del que aun se conserva su escudo de armas en la capilla, en 1940 pasó a los actuales propietarios, que en 2001 la transformaron en un pintoresco alojamiento de Turismo Rural
Como ya se ha dicho, vecina de San Juan es el Más de Valero, del que se desconoce tanto el origen, como el desarrollo de la misma hasta 1743, año en que es adquirida por el convento. Por sus documentos se sabe que en sus tierras se cultivaba trigo, vid y aceite
, cultivos muy diferentes a los que 250 años después
(8)
de aquella compra se recogen, donde el frutal, en especial el kakisero, es el principal cultivo, existiendo además un vivero de arboles y plantas, y una planta para la transformación de la fibra de coco en substratos para varias clases de cultivos. También hasta finales de los 60´, la compañía minera de Sierra Menera, cuyo ferrocarril minero Ojos Negros-Sagunto cruzaba y dividía sus tierras, explotó una cantera en sus lindes
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En cuanto a sus edificios se refiere, todos ellos en relativo buen estado de conservación, han sufrido diferentes suertes. Así, el viejo Caserón principal, presidido por el escudo del convento, y acompañado del enorme aljibe, viene siendo utilizado desde años como finca de recreo; y los antaño corrales y caballerizas, han sido transformadas en viviendas de segunda residencia, a excepción de un viejo corral, que todavía guarda varias cabezas de ganado. Como nota curiosa cabe citarse que pese a su cercanía, todos estos edificios están separados jurisdiccionalmente entre sí, pues el enorme mojón sito junto al viejo caserón marca la divisoria de los términos de Altura y Segorbe.
Por Segorbe, ciudad natal de Doña María de Luna, esposa de Martín l y como su marido, gran benefactora del Monasterio, en el que llegó a construirse una dependencia debidamente separada de la de los religiosos, siendo la única mujer que tuvo el privilegio de orar en Vall de Cristo, se pasará escuetamente para volver enseguida a tierras alturanas, siguiendo el llamado Camino Viejo de Altura
(9),
en el que se localizan
dos edificaciones más de antigua pertenencia y construcción cartujana: El Molino de los Frailes y el Batán.
El primero de ellos, el Molino de los Frailes, fue construido por el monasterio en el siglo XVII para moler grano y hacer harina aprovechando la fuerza motriz del manantial de La Esperanza, cuyas aguas eran traídas hasta aquí por una acequia atribuida también a los religiosos. El derecho al uso de dicha fuente fue comprado por el rey Martín I a Segorbe, la cual cedería media hilada continua de agua para cedérsela a los monjes, y los viernes una hilada de agua durante el día y la noche para su uso industrial. Este molino lo tenían normalmente arrendado, por lo que se desconoce la producción, aunque del molino localizado en el interior de la cartuja, empleado para la transformación de su producción cerealícola, tampoco se tienen cifras.
También con las aguas de la Esperanza funcionaba el Batán, sito a unos 150 metros del molino. Esta ahora masía está edificada en la partida del Abrotón, en el lugar donde anteriormente existió una tejería regentada por un morisco, el cual se la vendió al vicario perpetuo de Altura, Mosén Jaime, el 21 de septiembre de 1470. Éste, como años antes había hecho con los corrales que aún hoy llevan su nombre, la donó a la Cartuja, quien construiría en el s. XVI un batán para transformar la lana de las ovejas que poseía en paños, que más tarde en la sastrería del Monasterio, eran convertidos en vestimentas y hábitos.
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Posteriormente, en 1683 se propuso a la Venerable Comunidad que sería de gran utilidad para la Casa, hacer una fábrica de papel de estraza en el mismo lugar que estaba ubicado el Batán de Paños de Altura, pudiéndose hacer sin deshacer dicho Batán, pues en él había lugar para dos molinos. Ante las ventajas que ello suponía, la Cartuja aprueba el proyecto, y en vista de lo positiva que resultó la inversión, se llevó a cabo en 1728 una gran reforma en la fábrica, de manera que también se pudiese fabricar papel blanco de calidad. Para paliar los gastos de las obras, se vendió parte del carrascal que la Comunidad poseía en la Masía de Las Dueñas, aunque precisamente serían las maderas de este bosque la materia prima para la pasta de papel. En 1777 declaraban los monjes que producían entre este molino y el de Jérica papel de imprenta, florete, estraza, marca mayor, marquilla y cartones. Esta producción iba destinada primeramente a su Archivo y Biblioteca, donde era utilizada para la copia de libros y para dejar constancia en ellos de los múltiples litigios, compraventas, etcétera en los que se veían inmiscuidos, vendiéndose el resto. Tras la desamortización de los bienes de la Cartuja, esta masía comenzó a caer en la ruina, y sus tierras fueron divididas entre varios propietarios, y por las vías de transporte, pues además del ferrocarril minero, la Carretera Nacional 234 pasaba por delante de su puerta.
Precisamente, la transformación de esta carretera en Autovía ha sido la causante de su derribo, acaecido el 29 de marzo de 2005, quedando en pie parte de los cimientos y parte de su estructura como recuerdo a las futuras generaciones. Así es como se perdió uno de los vestigios que la vinculaban a Vall de Cristo, su escudo, hasta entonces visible y en buen estado sobre la puerta principal. Tampoco ha quedado apenas nada de la conducción de agua que lo abastecía, aunque sí se ha conservado, aunque muy modificado y en pleno uso, la acequia que llevaba el agua sobrante del Batán hasta una balsa de riego también vinculada al monasterio.
Se trata de la Balsa Mayor, construida por el pueblo de Altura en 1531 y co- financiada por Vall de Christ, que aportó 200 libras para obtener derecho de riego en sus posesiones. En esta enorme balsa de riego se recogerían desde entonces las aguas de la Esperanza una vez empleadas como fuente energética en los molinos del monasterio, para destinarlas después al riego de los huertos que rodeaban el pueblo, ampliándose así las tierras de regadío.
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Esta superficie hortícola crecería nuevamente tras la construcción de la ya mentada balsa de San Juan. Prueba de ello es que en el inventario realizado en 1835 tras la exclaustración, las tierras de regadío que circundaban el convento llegaban a las 170 hanegadas, con lo que las totales de la villa serían muchas más. También gracias a la Balsa Mayor se consiguió que Altura, tras años de litigios con Segorbe, conservase la traída de aguas del manantial para uso agrícola tras el cierre de la Cartuja, algo vital en ese momento. Años después nacería la Fuente del Berro, y con ella se resolvería el problema de abastecimiento de aguas, tanto potables como de riego, creándose otra nueva red de acequias para ampliar los regadíos. Ya se ve pues el papel tan importante que jugó esta Balsa en la historia de la villa que acogió a este insigne monasterio, una más de entre las muchas que la cartuja tuvo bajo el poder señorial.
La Villa de Altura, sita en el sector central del valle del Palancia a una altitud de 397 m. y con una población cercana a los 3.200 habitantes, se asienta entre bancales de cultivo y pequeños cerros, rodeada por una verde campiña que contrasta con los ocres de las montañas. Aunque en su término municipal se han encontrado recintos fortificados de origen ibero, y otros poblamientos pertenecientes a la Edad del Bronce, la formación del actual casco urbano de Altura data de época musulmana. En 1235 es tomada por las tropas del Rey Jaime I, que la donará en 1240 a D. Pedro Fernández de Azagra, señor de Albarracín, junto con los castillos y lugares de Chelva, en recompensa a los servicios prestados durante la reconquista. Un año después, heredará los lugares de Chelva y Altura, Dña. Elfa Álvarez de Azagra, nieta de D. Pedro, que al casarse con Jaime de Jérica, pasarán a formar parte del señorío de este. No obstante, las primeras notas documentadas se remontan a 1251, cuando se lleva a cabo el amojonamiento y partición de aguas del Manantial de La Esperanza entre Segorbe y la Aljama de Altura.
Durante el s. XIV, con fecha de 11 de agosto de 1372, Doña Buenaventura de Arbórea, viuda de Don Pedro de Jérica, concede la Carta Puebla a los habitantes cristianos de Altura, pero en 1374, Altura y Alcublas pasaran a manos del infante don Martín, Conde de Jérica y posteriormente rey de Aragón, que confirmará este privilegio. Pocos años después, en 1385, se fundaría la Cartuja de Vall de Cristo en las proximidades del pueblo, quedando a partir de ese momento la historia de ambas íntimamente unidas, y más, cuando en 1401 el rey Martín l dona a la Cartuja las Baronías de Altura y Alcublas.
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Aunque estos pueblos tuvieron sus jurados y vicario perpetuo independientes del monasterio, las relaciones entre la Cartuja y estos no serán fáciles. Tras el cierre del convento en el siglo XIX, la localidad comienza a consolidar una economía basada en la explotación de los recursos naturales generados de su extenso término municipal y huerta, que se incrementaran a partir de 1915 con el alumbramiento del Manantial del Berro.
Conocida la historia de la villa, cabría internarse por las viejas calles contemporáneas al monasterio. A ellas se accedía a través de El Portalico, la entrada más antigua de la villa. Frente a él confluían los caminos Viejo de Segorbe y de Aragón, los cuales bordeaban la antigua muralla construida por los árabes en el siglo XII o XIII para protegerse de posibles ataques o saqueos, y de la que hoy sólo quedan muy pocos vestigios. Ya dentro del núcleo medieval de Altura, del que subsisten notables retazos, cabe resaltar su antiguo centro urbano, la Plaza de la Torre, en la que se alzaban la torre de vigilancia demolida a principios del siglo XX, y la Mezquita árabe, luego Iglesia Cristiana Primitiva. Las primeras noticias de este templo se remontan al año 1249, en las que se dice que estaba puesta bajo la advocación de San Miguel Arcángel. Ya en 1580 se documentan las muchas y preciadas reliquias donadas por la Cartuja, entre ellas un Lígnum Crucis y varios objetos litúrgicos de oro y plata, que eran custodiados por las autoridades locales. Durante el siglo XVII sufrió algunas ampliaciones, pero el aumento poblacional motivó que a finales del siglo XVIII, se construirse otro templo más capaz, utilizándose su solar desde entonces para usos públicos, como escuela, local de ensayos de la unión musical o sala de exposiciones.
La nueva Iglesia Parroquial se alzó a escasos metros de la Primitiva, y fue puesta también bajo la advocación de San Miguel, tras 5 años y medio de obras. Esta amplísima iglesia, de estilo neoclásico y factura corintia, guarda desde 1886 en su interior el retablo de la Iglesia Mayor de la Cartuja, trasladado aquí todavía no se sabe cómo tras las leyes desamortizadoras, ocupando el Altar Mayor del templo, y la espectacular imagen del s. XV de la Virgen de Gracia, de 1,20 m. de altura. En junio de 1880, se desplomó de repente la cúpula de la iglesia, viniéndose al suelo mientras numerosos feligreses rezaban el rosario.
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Increíblemente, no hubieron apenas heridos, y cuatro años después se terminó la nueva cúpula, más airosa, elegante y sólida que la antigua. Esta, junto a la elegante figura del Campanario, rematado por la veleta construida en los talleres del monasterio, conforman uno de los símbolos más típicas, no solo de Altura, sino también de la comarca.
Próxima a la Iglesia, la porticada Plaza Mayor es presidida por una bonita fuente que data del año 1967, y en ella recae la fachada del Ayuntamiento. De la plaza parten calles como la Mayor, o la adoquinada de Santa Barbara, que nos llevará hasta otro lienzo de la Muralla Medieval. Frente a ella, se observa el Pozo Gótico que antaño ocupara el Claustro de S. Jerónimo de la Cartuja de Vall de Cristo. En el lugar que este ocupó, se ha colocado una replica construida por la Escuela-Taller que lleva su nombre.
La Plaza de La Cueva Santa, actual centro urbano de la villa, o el bonito Parque Municipal, por aquel entonces descansadero de ganado trashumante, no existirían como tales en aquella época, aunque ya empezaban a adquirir la importancia que gozan en la actualidad. Por supuesto tampoco existían entonces el Salón Sociocultural, la Cooperativa Sagrado Corazón de Jesús, ni la Almazara Oleícola Comarcal anexa, edificios más modernos que han contribuido sobremanera al desarrollo de la vida local. Desde este último parte el camino que lleva hasta el convento, donde terminaría esta figurada ruta por sus masías.
El abandono de este ilustre cenobio no se produjo únicamente por la Desamortización, pues ya anteriormente los cartujos se habían visto obligados a abandonarlo por dos veces; la primera de ellas en 1706, durante las guerras de Sucesión, por temor a las represalias del rey Felipe V, ya que durante la contienda, Segorbe se había declarado partidario de los Borbones, mientras que Altura y el Obispado, de los Austrias. La segunda vez que se vieron fuera del monasterio, fue en 1809 a causa de las guerras de la Independencia, en las cuales la caballería francesa se guarneció en la casi abandonada Cartuja. Saldrán de nuevo de la Clausura por el decreto de supresión de las Instituciones Monacales de 1820.
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Pero el definitivo abandono tuvo lugar por la Orden del Real Decreto de Desamortización del Ministro de Isabel II, Mendizabal, el 19 de febrero de 1836, promulgado con intención de amortizar el capital en circulación de la deuda publica con bienes nacionales expropiados a las ordenes religiosas preferentemente, que será lo que pondrá fin a 450 años de tranquila y pacifica vida espiritual.
Tanto poder, riqueza y belleza fueron la causa de su rápido expolio y ruina. En 1844 tubo lugar la subasta y venta de los edificios y posesiones de la Cartuja, quedando fraccionado todo su patrimonio entre los numerosos compradores de sus bienes. El último de ellos fue el Gobierno Valenciano, que desde el 10 de febrero de 1984, fecha en la que se incoa la Real Cartuja de Vall de Cristo como monumento nacional, quedó en sus manos, iniciando una serie de excavaciones arqueológicas entre julio y agosto de 1986 que dejaron a la luz lo que a la vista está. A partir de 1991 será la Escuela-Taller de su mismo nombre la que se encargará de los trabajos de restauración, que ahora con la llegada del nuevo siglo parece ser que van a continuar, para tratar de darle una nueva imagen del esplendor perdido, a las ruinas que se mantienen en pie.
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NOTAS 1-
Los restos de este insigne fraile fueron sepultados en el cementerio de este monasterio, situado en
el interior del Claustro Mayor. Este campo santo estaba dividido en dos partes: El de los padres a la izquierda y el de los hermanos, donados y criados a la derecha. Entre estos dos cementerios estaba la Capilla de las Almas, y ante ella estaba sepultado Fray Bonifacio Ferrer, desde que falleciera en esta Cartuja el 29 de abril de 1417. Su sepulcro se hizo famoso por los prodigios que en el se obraron. Posteriormente, el 25 de abril de 1925 se trasladarán sus restos en solemne procesión presidida por el entonces Obispo Fray Luis Amigó, al Santuario de la Cueva Santa, donde se le hizo una estatua como recuerdo de que esta imagen por él fue labrada, y se depositaron sus restos en una urna situada en la Capilla de la Comunión de dicho Santuario. Desgraciadamente, durante la Guerra Civil Española, sus restos fueron profanados y esparcidos, siendo bastante escasos o nulos los que hoy se guardan.
2-
Luis Mercader era hijo de los Condes de Buñol, habiendo cursado estudios de humanidades en
Valencia y artes, teología y matemáticas en la Universidad de Salamanca. Profeso en Vall de Cristo en 1468, y desde un principio ejerció como maestro de novicios. Con Mercader volvió la Cartuja a la órbita de la Casa Real, pues fue el prior, confesor y amigo personal de Fernando el Católico, quien le encomendaría en diferentes ocasiones importantes misiones diplomáticas. Fue embajador del rey en la corte del emperador Maximiliano I en dos ocasiones, ante el papa Alejandro VI, Visitador General de la Orden, Obispo de Tortosa y presidente del Tribunal de la Santa Inquisición de Aragón y Navarra. Sus dos prioratos resultaron fructíferos para la casa de Vall de Cristo, pues consiguió que aumentaran considerablemente sus rentas; y ordenó levantar las Capillas de las Almas y Santa Magdalena, junto al Claustro de S. Jerónimo Falleció en el año 1515, enterrando su cuerpo en una cripta construida bajo la capilla de María Magdalena. Durante las excavaciones arqueológicas realizadas por la Generalitat Valenciana en 1984, se encontraron la tumba y los restos mortales de Luis Mercader, los cuales se encontraban en un considerable buen estado.
Este hecho hizo recordar cierta leyenda existente sobre su sepulcro. Se cuenta que pasados largamente 83 años desde su muerte, unos monjes abrieron la cripta para sustraer unas reliquias del Santo,
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pero hallaron el cuerpo tan fresco como el día en que lo enterraron, con las barbas rubias y los hábitos nuevos, y sin olores ni roídos. Los hermanos alabaron al señor por haber mantenido incorrupto el cuerpo del Padre Don Luis Mercader, y cerraron la Cripta.
Pasados de esto unos 50 años (134 desde su muerte), la curiosidad y el recelo de extraer reliquias de otros dos monjes, llevo a estos a abrir de nuevo la tumba, encontrando el cuerpo tan entero y fresco como la primera vez. Y, queriendo uno de ellos arrancarle un diente para guardarlo como reliquia, se resistió tanto como si estuviera vivo. Después de extraer otras reliquias, cerraron la cripta, y ocultaron el suceso como si tal cosa no hubiera ocurrido nunca.
3-
El llamado “Pilón de Rivas” o “Milagro de la Paloma”, aparece nada más subir el repecho que hay
junto a la masía, en la cuneta izquierda, y junto a la Senda Magaña (PR.V 178). Hace alusión al lugar en el que, se cuenta, que la Virgen desaparecía de la cesta en la que pretendía llevársela a su jericana casa Isabel Monserrate, donde a su criterio permanecería en mejores condiciones que en aquella cueva llena de ganado, donde días antes había curado su marido Juan de la lepra que padecía, tras ser lavadas las llagas con el agua que destilaba la roca, al tiempo que ella rezaba fervorosamente a la Virgen Blanca que allí moraba. Fueron varias las veces que intento llevarse la Virgen a casa, pero cada vez que llegaba a este punto y abría la cesta, la Virgen ya no estaba en el interior, lo que llevó a pensar a Isabel que lo que la Virgen intentaba decirle era que deseaba permanecer en la Cueva, donde podría asistir a todo aquel que se lo solicitase. En recuerdo de aquel prodigio se erigió este pilón.
4-
El “Pilón de La Pota de Caballo” se encuentra un kilometro más arriba que el de Rivas,
accediéndose hasta él bien por la Senda Magaña (antiguo camino a la Cueva Santa), bien desde un estrecho camino que parte desde la margen izquierda de la carretera de acceso al Santuario. El pilón recibe tal nombre debido a que junto a su base se distingue el hueco que una caballería realiza cuando pisa en barro, sólo que en lugar de barro, es piedra el lugar donde se observa dicha huella.
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El origen de esta huella lo narra la siguiente leyenda. Por el antiguo camino que de Alcublas bajaba hasta Segorbe (actual Senda Magaña), circuló hace siglos un soldado apostado en la capital del Alto Palancia tras realizar unas maniobras, con una fea carga en su conciencia. Se cuenta que al llegar a este punto, el caballo clavó su pata en la roca haciendo caer al jinete, que atónito observaba que el animal no era capaz de avanzar, pero sí de retroceder. Absorto estaba meditando sobre lo ocurrido cuando de pronto se le apareció la Virgen, que le comunicó que si no subía a librarse de sus malos pensamientos en confesión, no podría proseguir su camino. El soldado, sobrecogido por la aparición divina, tomó de nuevo las riendas, y se volvió hasta el Santuario. Allí se confesó arrepentido ante el cura, y una vez absuelto, se dispuso a volver al cuartel de Segorbe, pasando por este punto, sin percance ni alguno ni propio ni del caballo.
5-
La leyenda a la se hace referencia dice que en esta Masía de las Dueñas, hay una era para trillar y
limpiar los panes que cogían. Alrededor de esta hay por los campos vecinos, muchos hormigueros y escondites de hormigas, y cuando no hay nadie en la era, las han visto entrar y tomar cada una un grano, llevándolo arrastrándolo por toda la ella sin lograr nunca sacarlo de esta. Antes dejan las hormigas cansadas el grano que antes tomaron y tanto arrastraron, que lo logran sacarlo de la era. Las causas los frailes las ignoraban, pero animaban a todo aquel que no lo creyese a que fuera a comprobarlo por sí mismo.
6-
El hecho de que la Masía de Cucalón sea una de las más antiguas e importantes de la Villa de Altura,
ha motivado la aparición de historias y leyendas en torno a ella. Ya se sabe que para el cuidado de sus tierras, pastos y rebaños, se tenía que contratar a jornaleros o masoveros, ya que la lejanía de la finca con respecto a la población a la que pertenece, impedía que los lugareños accediesen a diario desde sus casas hasta su lugar de trabajo. Es por ello, que a los trabajadores se les construían unas dependencias anexas al edificio principal, que pese a destinarse a alojamientos permanentes, dejaban mucho que desear.
Cierto día, dos hermanos que desde hacía mucho tiempo trabajaban como masoveros en los campos de la Masía de Cucalón, gozaban de una jornada de descanso, y para que el amo no los viese ociosos y cambiase de idea, decidieron colgarse las escopetas al hombro, e irse al monte a cazar. Desde primera hora
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de la mañana, estuvieron recorriendo todos y cada uno de los amplios pastos y dominios de Cucalón, y a eso del mediodía, ya volvían la más de orgullosos con sus capturas bailando en el cuelgue, que causaron gran regocijo entre sus compañeros, pues normalmente entre todos compartían las piezas de caza y comida que lograban conseguir.
Pasaron primero por la cocina, donde comenzaron a pelar la media docena de perdices, tres faisanes, dos palomas torcaces y cuatro liebres, que esa noche servirían la cena, y terminada la tarea, pasaron a sus dependencias para limpiar las armas, y prepararlas para la próxima ocasión, que aquel año, parecía que iba a ser lejana.
Pero como dice el refrán, las armas las carga el diablo, y algo de eso debió ocurrir en la escopeta del hermano mayor que, habiéndose olvidado de descargar el último de los cartuchos, inconscientemente pasó el trapo por el seguro del gatillo, que quedó despasado, y cuando llegó a la zona del gatillo..., ¡BOOM!, se le disparó la escopeta. El estallido ahogó el ruido seco que hizo la cabeza de su sorprendido hermano pequeño, al que para colmo de las desgracias, la carga del cartucho le impactó de lleno en la cara, cayendo fulminado en el suelo, sin rostro, y con sus sesos y sangre, invadiendo las paredes y el techo de aquella maldita habitación.
El grito angustiado, lleno de rabia, temor y dolor por lo que acababa de ocurrir y presenciar el mayor de los hermanos, debió de oírse a varios kilómetros a la redonda, pues desde allí se apresuraron a venir todos los trabajadores, acompañados por los asustados señores, en busca del dueño de aquel desgarrado alarido, a quien hubo de arrebatarle el arma asesina, que ya estaba de nuevo preparada para cobrarse otra víctima, la suya, pues trastornado, intentó suicidarse, al ser vano todo intento por consolarlo.
Cuando ya pasó lo peor, y el cuerpo fue retirado y la habitación limpiada, tratose de emblanquinar las paredes y el techo con cal, para disimular en la manera de lo posible, el trágico suceso que días antes había tenido lugar en aquellas cuatro paredes.
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Parecía que los efectos logrados con aquella medida eran satisfactorios al terminar aquella triste tarea, pero... ¡ay! Al día siguiente, como si de una sombra se tratara, la sangre vertida por el muerto volvía a presidir aquel maldito habitáculo. Cuantas veces se encalaba la habitación, tantas veces volvían a aparecer las manchas que querían testimoniar lo allí acaecido. Y así fue hasta que, hartos de que se repitiera sin cesar aquel extraño fenómeno, los asustados masoveros decidieron tapiar todo acceso a aquella endemoniada habitación.
Y de esa manera continua hoy, muchos años después de todo aquella pesadilla. Hay quien dice, que todavía vaga por allí el fantasma del masovero asesinado, en busca de la manera de encontrar el descanso eterno. Un fantasma o espíritu errante, que acude a la llamada de las brujas que otros afirman que se acercan hasta la Masía de Cucalón la Noche Mágica de San Juan, para tratar de aliviar sus penas mediante ceremonias y ritos paganos.
7-
Esta curiosa teoría la apunta Vicente Coscollá Sanz en su libro “La Calderona. 40 rutas para BTT y
Senderismo”. Editorial Carena Editors, Abril de 2002
8-
En la declaración de 1776 se cifra la cosecha en 1200 cántaros de vino, 30 cahices de trigo y 55
arrobas de aceite.
9-
Aunque ahora desaparecida, hasta principios de los ochenta se localizaba en el Camino Viejo de Altura a Segorbe, frente al llamado Molino de los Frailes, una cruz de las llamadas de término colgada de un ciprés. Se desconoce en qué momento fue colocada, pero posiblemente fuera en los siglos XIV – XV. Sí se sabe cuándo fue quitada; cuando dieron comienzo las obras de la variante de la carretera N-234, momento en que se talaron los cipreses que la flanqueaban.
Sobre éstos, la tradición popular creó mucha y variada literatura. Una historia narra que los tres cipreses simbolizaban a la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por otra parte, se cuenta que cada ciprés pertenecía y representaba a cada uno de los tres pueblos que se nutrían del manantial de la Esperanza: El derecho a Altura, el del medio a Navajas y el de la izquierda a Segorbe.
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Otro relato narra que en una procesión en la que se pretendía trasladar la Virgen de Gracia desde Altura hasta Segorbe para que en la ciudad terminaran las pestes que la asolaban (la Virgen de Gracia se tiene como abogada contra éstas), los segorbinos se vieron obligados a desistir de tal empresa pues a medida que se acercaban a dichas cruces, el peso de la virgen parecía multiplicarse hasta el punto de no poder moverla. En cambio, cuando se daban la vuelta y la tomaban los de Altura para retornarla al templo parroquial, se tornaba ligera y la movían con facilidad, entendiéndose con ello que la imagen no quería irse de su pueblo.
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