Hotel Abismo

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HOTEL abismo

HOTEL abismo


índice

Piscina del hotel Manifiesto

5

Los cuatro poderes de la naturaleza Aurea María Sotomayor

Terraza

Poemas Juan Carlos Rodríguez

Casino

Punto cero Juan Duchesne-Winter

Galería

Vestíbulo

HOTEL abismo

Cibercafé

2

Poemas Noel Luna

13

19

25

31

Poemas Javier Ávila

35


La mar de piedra Mara Negrón

Buhardilla

Poemas Eduardo Lalo

Biblioteca

Memorias inconclusas de Encerrado Bruno Soreno

Bar del hotel

53

En la noche de Liboy “hay un narrador” amnésico e insomne Aurea María Sotomayor

Una habitación

57

61

La erosión del apóstrofe, seguido del cultivo de la cita y el alfabeto: Hilo de voz, de Noel Luna Aurea María Sotomayor 65

Poemas Irizelma

Restaurante

Si digo soledad para buscarte1 Noel Luna

67

71

HOTEL abismo

Suite

Otra habitación

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1

Presentación del libro Animal pedestre, de Néstor E. Rodríguez, llevada a cabo el 28 de octubre de 2004, en la librería La Tertulia, en Río Piedras. 3


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HOTEL abismo


Un manifiesto abismal

SUEÑO: HOTEL ABISMO SE ENCUENTRA sentado en una silla de playa, degustando con una copa de vino unas citas a modo de exquisitos entremeses. Está tratando de verse. La luz del sol torna cristalina su copa, y su semblante se dibuja vagamente. “¿Quién o qué eres?”: “...un bello hotel, equipado con todas las facilidades, en el borde del abismo, de la nada, del absurdo. Y la contemplación diaria del abismo, entre excelentes comidas y ofertas artísticas, sólo consigue aumentar el disfrute de las sutiles amenidades.” (Georg Lukács, Die Zerstorung der Vernunft; Neuwied, 1962, p 219). Schopenhauer usa la metáfora del abismo en muchas ocasiones, entre estas: “La mejor vista es aquella que se obtiene al borde del abismo”. Y contesta Nietzsche, insuperable: “Cuando miras largo tiempo el abismo, también éste mira dentro de ti”. Y Jacques Derrida en La farmacia de Platón:

del hotel

HOTEL abismo

Piscina

“¿No es en estos lugares, pregunta Fedro, donde Boreo, de creer la tradición, raptó a Oritia? Esa orilla. La pureza diáfana de esas aguas debían acoger a las jóvenes vírgenes, atraerlas incluso, como un ensalmo, e incitarlas al juego. Sócrates propone entonces por burla una docta explicación del mito en el 5


estilo racionalista y fisicalista de los sofoi: es en el momento en que jugaban con Farmacea (sin Farmaqueia paizusan) cuando el viento boreal (pneuma Boreu) empujó a Oritia y la precipitó al abismo, “al pie de los peñascos próximos”…

los habitantes de este hotel abando-

Giorgio Agamben en Estancias “El hijo de Laio resuelve del modo más simple “el enigma propuesto por las mandíbulas feroces de la virgen” mostrando el significado escondido detrás del significante enigmático, y con sólo esto precipita al abismo al monstruo mitad humano mitad fiera.”

de escritura. La metáfora “Hotel

Esto pretendería ser un manifiesto, no ya de Hotel abismo, sino abismal. Entre abismo y manifiesto, para nuestro primer número, nos propondríamos (todo esto en condicional) escribir mirando hacia el abismo, mirar y escribir para perder el horizonte, para dejarnos caer, para perder el tiempo, para dejarnos mirar por el abismo, para recuperar los mitos mandados a paseo por Sócrates, para abismarnos cada vez

HOTEL abismo

más en la barrera entre el mundo fenomenológico y esa cosa mágica que es y no es la palabra. Permanecer en un entre. Este manifiesto de 6

nado al borde del abismo, no será una revelación, no implica eucaristía, ni principios comunitarios, ni nada (iba a decir por el estilo), pero sí, es cuestión de estilo… cuestión abismo” no se situará en ningún lugar, sólo jugará a estar… Hotel abismo no quiere ser una revista de creación literaria. Mandemos a paseo en el mejor de los casos la literatura. El Hotel abismo no es un lugar asignado a la literatura. Desde la entrada en sus diversos salones su estar se desparrama, los pisos del hotel están repletos de escritura, hotel abismo escribe, se escribe, él es un estar al borde de lo insondable, es ese gusto de la palabra que desencaja. Hotel abismo, hotel de paso. Ni estancia, ni morada segura ni eterna. Sólo un estar en el tiempo, el que dure, un verso. Pernoctemos en la escritura. Sin más. Imaginemos una escena delirante en la que “Hotel abismo” fuera un personaje a quien se le pide comparecer ante la ley de la institución literaria. Y como en La locura del día de Blanchot, se le pidiera hacer un


relato, el relato de los hechos con-

nónicas. Después de todo recorde-

cretos, una verdadera historia, con

mos lo que decía Baudelaire sobre

comienzo, desarrollo y final. La ley

la enseñanza de la literatura:

pide un relato. Comencemos. Impo-

“Pensemos en una topología del

But there is another heresy which, thanks to the hypocrisy, clumsiness, and baseness of certain minds, is even more formidable and has even grater chances of surviving-an error that is even harder to get rid of. I am speaking of the heresy of teaching, which includes as inevitable corollaries the heresies of passion, truth, and morality. Masses of people imagine that the aim of poetry is to teach some kind of lesson, that it must either fortify the moral conscience or, finally, demonstrate something useful. Edgar Poe maintains that Americans especially have sponsored this heterodox idea… (Charles Baudelaire, Notes nouvelles sur

evento que ya no guarde relación

Edgar Poe, 42)

sibilidad. La ley delira, y como en un parto la ley trae al mundo un yo que es nada, “nacer como nadie” “naître comme personne” (escuchar en francés “n’être”, no ser, “naître”, nacer, como “personne”, nadie y “personne”, persona). A la pregunta ¿dónde sucede hoy la literatura? ¿Dónde puede tener lugar el acto literario? Hotel abismo, ya convertido en personaje, no más lugar, ante la ley, pediría a los custodios del espacio literario en Puerto Rico que:

con una geografía. Pues, ya no es “Y –continúa Hotel abismo, cada

nada, el colocar la literatura, otrora

vez más etéreo, oscuro, inútil, fan-

las bellas letras, en departamentos

tasmal (en una habitación de hotel

de literatura. Ni historia de la lite-

siempre hay más de una persona,

ratura, ni de las ideas, ni de los mo-

nosotros y todos los que en ella han

vimientos… no, es que un texto es

pernoctado) y fetichista, ¿su objeto?

más que eso, y desborda cualquier

La palabra que lo cosifica todo– mi

lugar asignado. Tampoco bastará

existencia no persigue ningún pro-

hoy día para dar cuenta de la topo-

pósito, ni enseñar, ni seducir a aque-

logía del acto literario organizar li-

llos que buscan en la obra de arte

teraturas nacionales, ni siquiera ca-

un lugar estable, “lindo”, y seguro,

HOTEL abismo

suficiente, y ya no da cuenta para

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más bien quiero desestabilizar, la li-

pués de balancearse sobre el filo.

teratura es inmoral, ya decía Oscar

Sobre su modo, es necesario man-

Wilde, sucederé pues sólo en aque-

tener el sosiego sin serenar la vehe-

llos que la mirada a la nada, y al lu-

mencia. ¿Por qué tengo que conver-

gar de paso no atemorice. Declaro

tirme en criminal cuando no hay

pues en este manifiesto mi ausencia

nadie a quien asesinar? Matar al pa-

de principios. Mi adhesión al no

dre no puede ser, ni a la madre. La

principio por principio. ¿Mi placer?

orfandad, sí, como el extraño de

Hacer delirar la ley.”

Argel, extraño para todos, ininteli-

Ante la puerta de este Hotel

gible, inexplicable, tomó la muerte

Abismo –¡que entren y fuercen su

como un soporífero. Quizás asu-

entrada todas y todos aquéllos que

miendo la extranjeridad pueda vol-

nunca esperan a que la ley se aga-

verse a nacer, pero desde qué sitio,

che para dejarlos entrar y a quienes

asumiendo qué origen o genealogía,

el claroscuro del signo no cause ho-

si los brujos se empecinan en im-

rror!

precar con voz engolada y hueca a

Hace calor, el sol brillante y el

un dios que no le puede responder.

vino hacen caer a Hotel abismo en

Quieren ser dioses, pero les falta lo

una siestecita tropical.

sagrado. Rinden pleitesía al vacío para condecorarse, contagiarse, co-

¿y cuál es el cadáver?

municarse. Congraciarse. Tomo el

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hielo picado y lo esparzo por el cueMientras sorbo un daiquiri re-

llo, justo al principio de la raíz del

frescante pienso en el cadáver. Pro-

cuello, puedo sentir esas vértebras

ducirlo me cuesta, aunque llevarlo

uno dos tres, llega al principio de la

a cuestas sea todo el proceso. Ahí,

espalda, se desvía por el lado inte-

en esa precisa circularidad vuelvo

rior del antebrazo y se esfuma. La

sobre el espacio común, la comuni-

institución o la ley no lo es sino a

dad inconfesable necesita al cadáver

rastras de su propio cadáver. Su es-

como a su propia sangre. Esa zona

pacio, corrompido, hegemónico a

necesita ser penada, pero sólo des-

penas, emborronado, débil y putre-

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Quizás asumiendo la extranjeridad pueda volverse a nacer, pero desde qué sitio, asumiendo qué origen o genealogía, si los brujos se empecinan en imprecar con voz engolada y hueca a un dios que no le puede responder.


miraba por los ojos del amo y no

minusvalencia. Un lupanar parece el

supo escuchar el estallido. Ciego y

sitio donde los cadáveres se apilan

sordo, enloqueció con el estrépito y

uno sobre otro, uno contra otro,

la algarabía tropical. Como perdí la

para producir la despampanante

oportunidad de refrescarme, pido

vista de las generaciones. Pido otra

otro daiquirí y este hace su efecto.

copa y esta vez se derrama sobre mi

Después del frío mortal que me

cuerpo y se esparce a lo largo de mi

atravesó el cerebro, el calor súbito

chaise-longue. Del abismo lo más

que me llega de lejos me ubica en la

interesante es que se desconoce su

tumba. Nunca he estado en una

profundidad, tienta la oscuridad y

tumba, pero no me asombra la hi-

su placer, ausculta la noche del do-

giene, la soledad, la resonancia. Ex-

lor. El paraíso es un pájaro que os-

traño la vida, extraño el viento pu-

tenta el ramaje de sus plumas y ca-

trefacto, la compañía de las

mina sobre el cuerpo de la amada

osamentas, los gusanos, las moscas

de Klimt, Emilie Flöge. Cabría, si

y la podredumbre. En esta tumba

no fuera por la naturaleza salvaje

casi podría decir que sólo quedan

de su pintura, entre los órdenes del

las cenizas, no hay nada corrom-

douanier. También en esa selva um-

piéndose, todo está muy limpio

brosa cavila una figura musical,

como en la muerte cibernética. No

atravesando el cuadro. ¿Será nues-

es tan distinto pasar al otro lado de

tro cadáver esa iluminación en el

la muerte, digo con el poeta. En-

sofá? El mar irrumpió en el sueño

tonces cuál es mi cadáver es otra

y en la selva y de pronto entraron

forma de encontrar la vida, como

los pájaros, los cuervos sobre un

cuando Irigaray, esa mujer, invoca-

mar de trigo y el intenso azul que

ba a Nietzsche negándolo y dicién-

resplandecía en el fondo de su co-

dole: “Continúa, estoy cantando a

razón. Poco después todos se sintie-

tu memoria para que no caigas en

ron culpables de su muerte, se arre-

un abismo de olvido”. ¿Cómo ha-

pintieron de no haber intervenido

blarte, si fuera posible? A ese cadá-

a tiempo. La verdad es que el escán-

ver, a mi cadáver, al nuestro. Habi-

dalo de una muerte podría desatar

temos con ánimo romántico, góti-

imágenes portentosas. Frágil, dice el

co quizás, ese cadáver, recreemos sus

paquete, antes de abrirlo, hasta que

aposentos, hasta que llegue el día en

el recipiente de la carta rasga el so-

que el Hotel Abismo se deslice en-

bre y queda anonadado al no ver

tre las aguas inmemoriales, pero gri-

nada. El que lo recibe quedó ciego,

ten y zumben los fantasmas que en-

víctima de una enfermedad conta-

tre las paredes del abismo se cons-

giosa proclive a las colonias. Sólo

truyeron. ¡Salud!

HOTEL abismo

facto, da visibles muestras de su

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¿Será “el mero parecido estético de

cesidad humana. Emilio había

todas las robinsonadas” el fin que

aprendido a naufragar con las pági-

persigue este texto?

nas que le arrancara a los libros de

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Aristóteles, Plinio y Buffon. Ahora Emilio saltó al abismo. Logró en-

era diferente. Una vez fuera del li-

contrarse fuera del libro al que ha-

bro, estaba decidido a dejarse lle-

bía prestado su nombre. Despren-

var por la corriente y encarnar la

derse del texto que él nombrara o le

historia natural del naufragio. Pero

nombrara no fue tarea fácil (ni si-

temía que la huella de un pie des-

quiera fue tarea, mucho menos fá-

nudo en la arena anunciara un

cil o difícil, más bien un arranque

mundo sin el otro. Su miedo lo lle-

saltarín). La travesura de Emilio lle-

vo a querer deshacerse del último

vaba consigo otro libro a cuestas, un

texto que lo anclara a la alteridad

libro que había sido el único que se

nula de la ciudad letrada. Mala

le permitiera leer, al menos mien-

suerte la de Emilio: al tratar de es-

tras estuvo custodiado en los confi-

fumar su biblioteca portátil con el

nes de la ciudad letrada: La vida y

humo del tabaco, hizo estallar en

extrañas aventuras de Robinson

su rostro ese único libro que se le

Crusoe, marinero de York. Emilio

diera a leer al margen de la ciudad

tendría que interpretar las peripe-

letrada. (Disfrazarse con piel de

cias del naúfrago en carne viva, así

cabra no asegura que el entenado

lo estipulaba la ley natural. Solo así

aprenda la importancia que tiene

quedaría fijada su estancia en la ciu-

la manía de separar la pólvora en

dad letrada, para aquel entonces

depósitos pequeños, esparciéndo-

convertida en calle mentada Selva de

los por los rincones de la isla de-

Cemento: estrecho mundo reduci-

sierta, cuando se vive amenazado

do en donde Emilio tantas veces

por los trazos del trueno). Cuando

constatara el naufragio de los bar-

se recuperó de aquella explosión, ya

quitos de papel cuando a penas flo-

no era el mismo. Su cara era irre-

taban por la cuneta de la angustia

conocible, había despertado con

hasta hundirse en el fondo de la ne-

toda su piel chamuscada. Era dema-

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Habitemos con ánimo romántico, gótico quizás, ese cadáver, recreemos sus aposentos, hasta que llegue el día en que el Hotel Abismo se deslice entre las aguas inmemoriales, pero griten y zumben los fantasmas que entre las paredes del abismo se construyeron. ¡Salud!


ce to this bit; miming the active

gua cortada. “‘While Foe and I

marginalizing of the margin

spoke, Friday filled his slate with

perhaps; but where would such

open eyes, each set upon a human

abyssal speculation end? This event

foot: row upon row of eyes: walking

changes the course of Foe’s and

eyes…. ‘Give! Give me the slate,

Susan’s conversation only to the

Friday!’ I commanded. Whereupon,

extent that Susan finally says: ‘How

instead of obeying me, Friday put

can Friday know what freedom

three fingers into his mouth and wet

means when he barely knows his

them with spittle and robbed the

name?’ The answer may be in that

slate clean.’ (Foe 147) […] Here is

margin that we cannot penetrate,

the guardian of the margin. Neither

that we must indeed ignore to go

narrative nor text gives pride of pla-

forward.”

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siado tarde, era Viernes. Tenía la len-

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Aurea María Sotomayor

Los cuatro poderes de la naturaleza

El peso Cuando el viento sopla, las arenas se elevan. —Leonardo da Vinci

LO PESADO Y LO LIGERO se acoplan en el aire. Se balancean, así como un fino nadador busca el fulcro de su cuerpo cuando se arroja sobre el agua. El sol abrillanta su extensión, el aire lo empuja levemente y le roza la nuca, las piernas le quieren hundir el corazón que le custodia el torso, pero aquí permite que se eleve balanceado para siempre sobre el rostro. Así, permanece mecido por el aire fraguado en la inmovilidad de esta agua sin que la gravedad le estremezca HOTEL abismo

el semblante y lo arrastre hasta el fondo.

Terraza 13


La fuerza Ogni figura creata dal moto, col moto si mantiene. —Leonardo da Vinci

La fuerza viene de donde no se ve. Sueña mover lo inanimado desconociéndose ella misma de dónde viene. Estalla de donde no se sabe después de acumular su estar por un tiempo que tampoco se sabe. No aspira a quedarse no aspira a permanecer no aspira a ser. Rápido se desplaza para ejercerse mejor. Si pierde impulso se extingue; por eso, la sorpresa de su movimiento es su vivencia, su rasgo puro. Pero no tiene libertad. necesita mover para moverse estremecer la rama, lanzar la piedra, mover el aire contra un cuerpo denso, agitar la felicidad en derredor usar la voz, chocar. La lástima con que contempla lo que permanece la impulsa a recaer sobre las cosas pesadas que no quieren moverse, y el fervor de su propia violencia la apacigua cuando las cosas son como quisieran los ojos de su sueño, para hallarse en la muerte, la fuga de las cosas, y volver a ser libre, perdiéndose en la inmovilidad del aire denso al que ya no resiste. La fuerza es el deseo del vuelo, que regresa a su origen cuando el fervor se agota y pasa el tiempo

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o el aire se enrarece.

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El movimiento I El movimiento puede adquirir gradaciones infinitas de lentitud. —Leonardo

Un instante no tiene tiempo. Un punto no cabe en un instante. Este pañuelo que cae así en el vacío de una mano o esa hoja que casi circunvala la falda de ese tronco sabe de todas las hojas que han caído en ese jardín. Una hoja no cabe en un instante. La sucesión la sorprendió en el vuelo curvo de su caída nunca recta, en el instante sin tiempo de una línea desconocida, sin rumbo, sin tropiezo, sin caída.

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Llueve, todas las hojas caen.

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II. El movimiento tiene el poder de extenderse a infinita velocidad. —Leonardo Frontera apenas. Extensión apenas. Apenas punto. La flecha horada el espacio; la piedra, el agua. Las ondas se expanden. Una tras otra se suceden. Su murmullo visible es la forma en que agrede el silencio. El peso es absorbido por las ondas. Se movilizan las fronteras de su objeto. La esponja suelta el agua. Apenas punto, la onda se dispersa, se esfuma, se convierte en sándalo, polvo de ébano que reverbera. Un cello y una viola ya resuenan. Frontera apenas. Extensión apenas. Apenas música. Circunvalando el árbol el pájaro horada el espacio, fijando el mástil a las cuerdas. Pero la fuerza de una mano lo atraviesa.

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Y todo suena.

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El ímpetu El peso no cambia por sí mismo, mientras que la fuerza es siempre fugitiva. —Leonardo

El ímpetu resulta de la unión de la fuerza con la dirección atolondrada de su movimiento. Tanto ardor lleva que divaga en el aire de su sueño la forma que lo impulsa. Y titubea en el momento de su impacto. Si la fuerza es el deseo del vuelo el ímpetu es el proyecto de una línea hundiéndose en el tiempo que no tiene o en el instante que prevé demasiado. Todo su movimiento es una paradoja que clama de repente, un brazo desprendido de su torso, un giro irracional que se desprende de su ala. El objeto recibe su impacto, pero no se conmueve en el sentido en que este vocablo lo previó. Hay una distancia entre el movimiento y el impacto, una sutil venganza de esta fuerza enloquecida, una distancia que la desmorona gradualmente porque cae por su fin. A esto se le denomina peso.

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(Diseño del ala, libro del cual provienen estos poemas, será publicado este año por Ediciones Callejón.)

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Dar con la palabra

Poemas de Juan Carlos Rodríguez

a Javier Ávila y el resto La poesía consiste en dar con la palabra: halla un don de golpe. Halla un dónde: golpe para que haya un don de allá. Dádiva que da vida: allanada queda en la poesía. Allá: nada queda. Nada que da con la palabra. Nada que da con la poesía. Nadie

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que dé con ella siquiera.

Casino 19


En memoria de Jacques Derrida Creo estar aquí sumergido en el cauce feraz que te apalabra: robos de ti sorbo de ti. Dite. Sobro.

(Días después de escribir este poema llegué a

Duelo a ti.

escuchar la siguiente advertencia de un apóstol lejano: “El que pretenda escuchar la voz de los apóstoles lejanos, cuando los clamores de la guerra y de la paz armada ensordecen el aire, no hará sino perderse en la selva oscura” –Pedro Henríquez Ureña, “Volvamos a comenzar.”)

A la escucha de Nietzsche Versiones del goce Ídolo, pálpito hueco,

I

ritornello, martillado,

Amaga

fue oído

leve o suave la furia

abarrotado por nada que resuena:

encaramándose a la mano

minuciosa escaramuza del ocaso.

para llegar a la punta adonde cedes: vive el deseo.

II A Maga le veo suave la furia encaramándose a la mano para llegar a la punta

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adonde se desvive el deseo.

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Avientan chispas a Maga Mi voz resbala en la savia: mirada del liquen amarillo untado sobre verde aguamarina. Tus pupilas, fiera simbiosis de alga y musgo, camuflaje variopinto de la estirpe mineral, avientan chispas de otra vida que cayó en tus ojos

Tal vez sea

mientras crepitaba. Desprender la cáscara del día mondando el curso de las horas para probarme viviendo; La cama vacía

saborear otro saber que se disuelve

Con su punzada bruñida nos venda,

prendido al paladar.

jugando a enceguecernos, la húmeda tiniebla. Ahora

Rumor del bodegón

viste la cama vacía.

que en mi boca ausente se destila.

Arropa los charcos

Naturaleza muerta del silencio

de morada oscuridad.

tal vez sea. Suelo movido por el vértigo claudicar a la hora de pisar tierra firme sustancia vuelta cabo suelto centrífugo salir fuera de ambos ligera, ligero

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despega el pellejo de la ingravidez

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La mofa de Sísifo a mi amigo Pedro Miguel, por las tantas carcajadas “Sísifo no solo estaba condenado a repetir eternamente la labor física de empujar una roca pesada hasta el tope de la colina … Simultaneamente, él había sido condenado a la labor intelectual que implicaba darse cuenta del sinsentido de su acción …” Willy Thayer, “Fin del trabajo intelectual y fin idealista/capitalista de la historia en la ‘era de la subsunción real del capital’” Empleo el más mínimo esfuerzo cavilando porqué los centros de trabajo tienen la reputación de ser manicomios potenciales. Trago hondo. Viajo en la máquina del tiempo. La música jíbara engulle el fluir de la conciencia –vergüenza ajena que supone celebrar la navidad con el patrono en la era de la subsunsión real–. Los colegas bailan, comen, beben (acaso Bauen Wohnen Denken) hacen de la locura una versión rentable de su jornada: baile, botella, baraja con el sudor de sus frentes.

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Afloja el pensamiento débil:

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cuerda vocación esa del ocio como petrificación del equilibrio cuando, estando a punto de caer, nos hace reir. (Cabe la posibilidad de haber escrito en esta página el caligrama desecho de una piedra tan antigua como el mito o la montaña. Sin embargo, no me atrevería a afirmarla o desmentirla, tan solo me atrevo a señalar la existencia de tal posibilidad.)

Cada caída cabida en la suma de este torrente desiste, abdica.

Verle yéndose o quedándose; alguna vez quise remendar el dolor

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de estar tan cerca.

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Juan Duchesne-Winter

Punto Cero DISPARAMOS MUCHOS TIROS EN PUNTO CERO. Aterrizamos al amanecer. Entregamos todas las identificaciones personales durante una discreta recepción en el aeropuerto y adoptamos nuevos nombres. Me acuerdo del mío, Roberto. Había quien se llamaba Mariana. El radio del carro que nos condujo a Punto Cero tocaba “Yesterday, all our troubles seemed so far away”. El sol matinal estrenaba una ciudad de colores claros que permanecía despreocupadamente desierta. Nos alejamos por una carretera rural tan poco llamativa que parecía no existir. Llegamos a un descampado que era como llegar a ningún sitio. En los barracones sumergidos entre el pasto acomodamos nuestro equipaje magro. Miramos con desconcierto las letrinas acabadas de hacer, aperturas recién serruchadas en un piso tablado. Estibas de papel de periódico sugerían una estoica alfabetización del culo. Un grifo muy elevado, al aire libre, era la metáfora de la ducha de baño. Tremendas instalaciones dijo alguien. Todo sea por la lucha. Pero el café era excelente y los tiros, insustituíbles. Comíamos una carne enlatada rusa que el Campesino del grupo bautizó como “chochín”. Cada cual asumió un papel. Quizás el haber asumido nuevos nombres dio a entender que había que asumir papeles. Alguien empezó a sino estaba el Obrero. Creo que yo me inclinaba a encarnar al Estu-

Galería

diante. A nadie le dio por ser la Seductora, aunque rumoraban que ese papel existió en otras brigadas similares, con mucho provecho. El en-

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actuar como el Dirigente, otra como la Heroína. Además del Campe-


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tusiasmo era multiplicador. El Ar-

respondía a ninguna doctrina ofi-

tista colocó las sillas en semicírculo

cial sino a simples “mariconerías”

el día de la primera lección, justo

suyas. La Heroína lo contempló

antes de llegar el profesor de teoría

bizca.

de tiro. El Artista decía que de esa

Durante las noches había que

manera se cancelaban las jerarquías

apostar guardias, en turnos de dos

y se comunicaba en iguales intensi-

horas. En mi primer turno de guar-

dades la energía del grupo. Onda

dia solitaria, entre los arbustos ale-

New Age, pensé. Pero finalmente el

daños al barracón, escuché una voz

instructor militar entró, miró las si-

que decía “pst… pst…”, como lla-

llas y ordenó colocarlas en filas rec-

mándome. Monté el fusil FAL y le

tas, como correspondía “a nosotro”

quité el seguro. Me acerqué a una

—según dijo. “Eso de silla en semi-

rama de donde procedía el llamado

circulito se deja para reunione de sin-

y vi, bajo la luz de la luna, a un in-

dicato, artista y homosexuale, lo que

secto del tamaño de un grillo; ima-

es aquí, hay línea de mando” —aña-

giné, sin preguntar, que pertenecía

dió. Pero no cayó antipático el ins-

a una especie caracterizada por

tructor, pues sonreía con franque-

imitar ese expletivo humano. Pero

za. Era un Pino Nuevo. Aparte de

el insecto más cruel era el mosqui-

armar y desarmar fusiles, ametralla-

to. El Negro (ese era su rol) trató

doras, bazukas y pistolas con los ojos

de enseñarnos una técnica mística

vendados y de tirar al blanco de pie,

para evitar las picadas de mosqui-

acostados y revolcándonos por el

to durante el sueño. Consistía en

polvo como en las películas de va-

dormir sin mosquitero enteramen-

queros, una tarde nos enseñó dos o

te desnudo y al descubierto. Así los

tres cosas sobre el idioma de la nue-

mosquitos aterrizaban en la piel, en

va sociedad. Nadie es “usted”, ni “se-

confianza, y clavaban sus probos-

ñor”, sino “tú” y “compañero” pues

cis en ella, chupaban tranquila-

todos somos iguales. No se dice

mente la sangre, desenterraban la

“adios”, sino “hasta la vista”, pues no

proboscis, la enrrollaban con cal-

hay “dios” que valga. Lo mejor de

ma y luego alzaban vuelo. No deja-

todo es que no se dice “perdón”, se-

ban ni picor ni picada. ¿Por qué?

gún él, pues nadie es culpable de

Porque se les permitía realizar su

nada ni debe implorarle perdón a

labor a cabalidad, sin la ansiedad

nadie, sólo se cometen errores. Por

provocada por mosquiteros, ropas,

lo tanto, se dice “posición anterior”,

sábanas o manotazos. De esa ma-

retomando así la situación anterior

nera el mosquito, libre de estrés,

al error. Al rato nos advirtió que

reabsorbía, al chupar la sangre, el

toda esa lección de vocabulario no

anticuagulante que había segrega-

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Su demostración se practicó en la oscuridad casi total, entre sombras, por no caer en la decadencia burguesa de mostrar la desnudez (aparte de que la oscuridad es el ambiente óptimo para la acción mosquiteril), y al final se comprobó que el compañero no tenía picaduras.


tarde hallé una versión exacta de esa

para aligerar el flujo de sangre. Así

teoría anti-picaduras en uno de los

removía los remanentes tóxicos del

cinco volúmenes del Viaje a las re-

coagulante que causan la inflama-

giones equinocciales, de Alexander

ción y el escozor de la picada, y lo-

von Humboldt, no recuerdo cuál.

graba alimentarse sin dejar rastro.

El instructor de kárate era un

El Negro demostró ante todos el

hombre de gran estatura, con torso

éxito del método. Su demostración

de refrigerador industrial y piernas

se practicó en la oscuridad casi to-

cortas. Orientalizaba sus ojos con

tal, entre sombras, por no caer en

unas gafas de montura cuadrada

la decadencia burguesa de mostrar

con cristales muy gruesos e infini-

la desnudez (aparte de que la os-

tamente pequeños. Le caímos bien,

curidad es el ambiente óptimo para

por lo que aparte de las rutinas

la acción mosquiteril), y al final se

karatecas, nos premió con una lec-

comprobó que el compañero no

ción extra sobre teoría y práctica del

tenía picaduras. Ni nunca las tuvo,

asesinato sin armas de fuego (odia-

noche tras noche. Nadie más, sin

ba los tiros y “toda esa babbaridá”).

embargo, aplicó el método. El Ne-

La mejor hora para matar a alguien

gro siempre sostuvo que esa ausen-

es justo al despertar, antes que la

cia de interés colectivo en imitar su

víctima realice sus abluciones ma-

estrategia anti-picaduras demos-

tinales, decía, para que muera

traba patentemente el racismo de

como el sucio que es, con todas sus

los camaradas, pues probaba que

pesadillas fresquecitas. Aconsejaba

en el fondo todos atribuían su éxi-

marinar en un frasco con orina y

to en evadir las picaduras de mos-

vinagre el puñal seleccionado la

quito al mero color de su piel —

noche antes de la acción —para que

“Juran que los mosquito no me pi-

se le emponzoñe la sangre al

can polque negro es mi colol”—

desgraciao. Él mismo había reali-

concluía él. La Heroína se sintió

zado unos cuantos tumbes de

conmovida la primera vez que es-

personeros de la contra allá en las

cuchó el reclamo, y exigió una au-

“entrañas del monstruo” y solía

tocrítica colectiva. Le propusieron

narrar con brevedad de taquígra-

que fuera la primera en dormir

fo sus hazañas de hit man al servi-

desnuda y descubierta a la luz de la

cio de la revolución. Eliminaba

luna, para infundir el entusiasmo

tantos detalles, que no recuerdo

solidario del grupo. Pero ella adu-

nada. Al parecer, el asunto del cu-

jo principios de moral revolucio-

chillo marinado en orina eran

naria y todo quedó ahí. Años más

“mariconerías suyas”, pues nunca lo

27

HOTEL abismo

do al inicio de toda la operación


HOTEL abismo

28

incluyó en sus anécdotas y aseguró

Otro ejercicio de táctica y estra-

que siempre realizaba sus “trabajos”

tegia ocurrió en el campo. Era una

con las manos desnudas, como co-

zona relativamente poco habitada,

rresponde a un karateca. Pero tam-

digamos, sólo cada treinta minutos

bién, contó, pidió un día que lo re-

de camino aparecía alguna casa

levaran de esas tareas cuando una

campesina aislada y absolutamente

tarde de verano, mientras contem-

ningún caserío. Caminamos hasta

plaba desde el balcón de su casa, en

hacer sangrar las plantas de los pies.

compañía de su esposa, el crepús-

Caminamos de noche, por senderos

culo junto al mar, levantó una mano

tupidos de arbustos espinosos. Al-

para defenderse de los rayos cega-

guien se lastimó un ojo por no sa-

dores del sol poniente, y su compa-

ber caminar agachado en la oscuri-

ñera saltó como una gacela aterida:

dad, escudándose el rostro con el

ella le confesó que le tenía miedo.

antebrazo, según nos enseñaron. Por

Las gafas del karateca eran peceras

bruto, pensé, para evitar compade-

y sus ojos peces inquietos, mientras

cerlo. Ya yo había adquirido la pos-

nos lo contaba.

tura permanentemente agachada de

En las simulaciones de táctica y

los soldaditos plásticos que venían

estrategia disparamos muchos tiros,

en las cajas de cereales de antes. Las

hubo luces de bengala, persecucio-

rodillas se me habían congelado en

nes con perros a través de parques y

posición angular. Al llegar a una casa

de litorales desconocidos. Me corres-

de seguridad, perteneciente a un

pondió crear una escena de pareja

campesino de la zona, nos tiramos

enamorada con una militar asigna-

todos a dormir con los uniformes y

da a la maniobra. Debíamos simular

las botas puestas, en dos o tres ca-

besos apasionados cerca del puente

mas anchas, alineados a través,

cuya voladura también se simularía.

como sardinas narcolépticas. Soñé

Yo era quien debía detonar los explo-

que estaba conduciendo una ambu-

sivos colocados junto al puente. La

lancia sin frenos por las calles de

muchacha era muy delgada y rubia,

Leningrado durante los diez días

el uniforme casi metalizado por el

que estremecieron al mundo. Lleva-

almidón engullía su cuerpo. Hizo su

ba sentada a mi lado a una joven que

papel con disciplina, sin pronunciar

aullaba con dolores de parto y sus

una palabra. Después bailé con ella

alaridos servían de sirena para abrir

en una fiesta de despedida y sonreía-

el paso. Desperté. Era la Feminista

mos con timidez cuando el corrillo

del grupo, que dormía a mi lado con

hacía bromas sobre nuestro papel

todo y mochila puesta, llorando a

junto al puente.

carcajadas en sueños. Al amanecer

Debíamos simular besos apasionados cerca del puente cuya voladura también se simularía. Yo era quien debía detonar los explosivos colocados junto al puente.


yo, que me enteré, quizás por

minatas, carreras a campo traviesa

haberlo soñado antes.

y más tiros. La expedición campes-

Dejamos de disparar tiros luego

tre duró tres días. Celebramos el fin

de par de meses. Abandonamos

de ese ejercicio en un picnic, con

nuestro campamento en Punto

cerveza y cabro al chilindrón. Al

Cero, dejándolo casi tan desnudo

atardecer, la Feminista y el Tuerto

como estaba. El mismo carro nos

(nuevo rol del que se lastimó el ojo)

devolvió a la ciudad por la misma

solicitaron relevo de emergencia

carretera inconspicua. Esta vez el

por sentirse muy mal. Un jeep mi-

radio tocaba “Hey Jude, don’t make

litar se los llevó a ambos a recibir

it bad, take a sad song and make it

primeros auxilios. Más tarde me

better”. Aguardamos la partida en

contó la Feminista que sus dolores

un hotel cuyo bar se llamaba Los

se debían a no haber cagado duran-

Tres Monosabios: “Que no oyen, no

te los tres días de caminatas y tiro-

ven, no hablan”. El consumo queda-

teos, por falta de costumbre e ins-

ba a cargo del PC, pero no abusa-

piración para hacerlo al natural. La

mos. En Los Tres Monosabios com-

hartera de cabro y cerveza fue el

partimos con nuestros profesores de

abortivo perfecto. Mientras iba en

teoría y práctica de la insurrección

el jeep, que brincaba como un po-

violenta y conversamos sobre el

tro por los caminos sin pavimento,

asunto en general, bien general, sin

no pudo soportar más y dio a la

referirnos a nada en concreto, por

oscuridad el contenido de su vien-

no hablar demás ni pensar en des-

tre. —¡…Ñó! ¡Qué peste! ¡Qué

pedidas. El instructor de táctica y

mucho guajiro hediondo hay en

estrategia me dijo que yo era muy

estos campos! —gritó el soldado

lento, muy lento. “Te deseo que seas

conductor del jeep. Ella les pidió a

más rápido, no seas lento, te pueden

los dos soldados que iban en el jeep

matar, Roberto”. Levantamos el

que por favor no culparan a los

vuelo de regreso una tarde de no-

pobres guajiros, que la apestosa era

viembre, en un bimotor escandalo-

ella. La cosa quedó sub rosa, como

so. Yo pensé en el procedimiento de

secreto entre camaradas. Excepto

los mosquitos.

HOTEL abismo

tuvimos un banquete de tiros, ca-

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30

HOTEL abismo


historia natural

noel luna

(fragmento de música de cámara) /1 Ampárase en la ópera prima del imperio de claridad. /2 Aire fragua el canto de momento. Irísase en Agua imaginaria. Fuego fiero aflora fácil ––mente sobre Tierra. /3 Poco a poco devora

Vestíbulo

HOTEL abismo

la luz la sombra avara que opone

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/6

inútil resistencia.

Luz compone el cuarto Aparece la arena en la que abate

minuciosamente.

la claridad la densa oscuridad.

Objetos derrochan febril exactitud.

Objetos inmóviles cobran consistencia.

Precisión lo vuelve todo un poco

Líneas y colores,

intolerable.

curvas, longitudes y volúmenes, alturas y pequeñas variaciones

Entorna gradualmente

de tono se apresuran

la persiana su análisis de partes

a definir la forma

hasta el borde umbroso

que aguza la pupila.

de perderlas. /4

/7

Partículas de polvo

Promedia el día fogajes

al vuelo puntean

sin que viento

el brillo del alba.

alisio alguno aminore la llama estival

Trata de atrapar

que lo consume.

cada una cada uno del innúmero número de rayos

Cada cosa objeta

ágiles y frágiles

la mirada.

que danzan la danza matutina. /5

Casi cada cosa. Sal en ojo

Bárbara

arde.

claridad /8 todo acoge

HOTEL abismo

algo impúdica ––mente. 32

Hebras color pálido entre párpados apenas abiertos cerrados instantánea–– mente


figuran inseguras

/10

cintillas Clarísimas gotitas longitudinales retacitos

de lluvia acarician

de auténtica fábrica del aire

madera.

variando tono ondulatoria y lenta

Humedecen toda módica superficie

––mente

que repara en golpe inútil

y tanto que la mente

––mente

tonta abierta. ––mente Resbalan en secos intenta capturarlas.

nudos inclinados colmando canales llanos que propician /9

(Para Herminio)

derrame instantáneo. Sede de sed insaciada cada cosa cuyo brillo cede

Ojo abandonado

del agua a la caída.

columbra lumbrosa columna de humo

/11

en espiral. (Homenaje a M.C. Escher) Lámina de varia densidad filamenta

Innúmeras cámaras de música

fuga poco más

que los pájaros llevan

aquí que allá.

bajo las alas

Palpa el humo el cuarto vacío iluminado

son

desnudo. alas HOTEL abismo

bajo las que los pájaros llevan innúmeras cámaras de música.

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/14

/12

(Homenaje a Cid Corman)

Rojiza luz de tarde perdida para siempre en agua casi inmóvil

Cesa la luz y reposa

de río reflejándose en cristal.

el copioso peso de las cosas.

Procura siquiera

Hácese todo

somera

ingrávido

manera

negro.

de darse /15

de nuevo completa.

Umbrío cuelga el ojo Avara suerte

igual que de luz negra

depárale. Parece

el abandono.

que aparece y desvanécese para siempre cada

Ámbito es decir

tarde.

demás o menos casi. /13 Calla todo

Opaca la lámina

entero

de cristal oscuro

oscuro.

un brillo que de todas maneras penetra

Extensos brazos

poros y acapara

manotean

todo

aire.

: flamígera bocanada furiosa de fantástico

HOTEL abismo

dragón.

34

San Juan ,VIII-2003 – II-2004


Javier Ávila

Homenaje a la profesión He envejecido aquí, entre los hongos de paredes que sollozan, la tenue luz amarillenta de los bajos y ridículos pasillos y salones malgastados. Inspira lástima mi rostro esclavizado, estrujado por los años de docencia. La cómoda apatía que reviste tantas caras en la justa primavera de sus vidas abruma el cruel otoño que me arropa y me aproxima al pavoroso invierno del retiro. He dedicado tantas energías a evadir el naufragio en ese mar maldito de la mediocridad de esos colegas que se rinden. Y ahora creo que admiro sus fracasos, su dejadez. ¿Acaso conocieron lo sagrado, lo ineludible, la verdad? A lo mejor. Y yo, que fui ateo y prediqué mi gran desdiós a mis alumnos sordos, ciegos. Yo, que minuciosamente corregí cada oración HOTEL abismo

de cada párrafo de cada ensayo inconsecuente apresurado, indiferente. Yo,

Cibercafé

que publiqué por amor a las palabras,

35


que vi partir de tantos hombres la esperanza

tras el furioso ataque

en sedientas caravanas de consumo desmedido

de esa fiera de porte acechador

—No dudo que no he sido imprescindible,

que se dirige a mí.

ni que he vivido en vano.

Jamás comprenderá

Me lo revela la arena en mi garganta,

mi voluntario error:

la tiza cruel e ingrata

le exigiré mi muerte fulminante

que se ha depositado en este cráneo.

a cambio de una gota

Me lo revelan los diminutos obituarios

de su sangre.

de aquellos infelices servidores cuyas carreras comenzaron con la mía, cuyos sueños murieron con los míos,

Finalmente

y que hoy son apenas recordados. Cayeron nuestros treinta y cinco años,

Como tigre resignado

setenta semestres, trescientos catorce grupos,

que lame su costado malherido,

siete mil almas y ocho mil cuarenta clases

moribundo en mi guarida tras un duelo

en el inodoro del olvido.

con otro cazador,

¿Y para qué tanto conocimiento,

me burlo de la espera

tanta dolorosa erudición,

inútil, como todo. Vale poco

si se ha podrido aquello que quisimos?

presagiar un resultado positivo

Y ya es muy tarde, amigos,

Sin embargo, no maldigo el pensamiento.

es muy tarde, para ser joven e ignorante,

Preferiría la vida.

el lujo que mejor desperdiciamos.

Se asoma por la ventana el roble cuyas ramas se estremecen al sentir la misma brisa que me quiebra

Duelo

como un hachazo despiadado al esqueleto. No le importa mi fatiga ni mi entrega.

Hay una temerosa criatura resentida

Desconoce mi rechazo a lo trillado,

de mirada felina

y no sabe lo que he sido.

HOTEL abismo

que quiere de algún modo vengar su nacimiento.

Más que la sábana rala por el tiempo,

Estallará feroz sobre mi cuerpo.

un ridículo silencio me arropa.

Tendrá poca importancia

La inercia se apodera de mi cuerpo.

el acertijo de su rostro

Soy el mismo, pero viejo.

cuando me entregue

Desestimo los excesos.

su penumbra despiadada.

Me enaltece la belleza del presente.

Cuestionaré el valor de mi existencia

Desfallezco en el abrazo del poema

odiosa para ella,

que has sabido conservar en la mirada.

sagaz destripadora de mi tiempo,

Y no quiero abandonarte.

como si mi conciencia algún poder tuviera

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Pérdidas

Objeto

Hay cosas que se pierden

Estudian mis translúcidas estrofas,

gustosamente y gratis.

desvisten mis sonetos compulsivos,

Por ejemplo:

descifran intenciones, epígrafes arcanos,

libras, inocencia y virginidades.

sospechan de la exactitud del texto,

Otras, sin embargo,

indagan influencias, resisten lo innegable,

se pierden con dolor.

presagian un aleph descapullado

Esas cuestan.

y todas sus respuestas deslumbrantes,

Por ejemplo:

cuestionan evidencias, la lógica traicionan,

libras,

se nutren de la sangre de mi verso,

inocencia

predicen, relamidos, descubrimientos sacros,

y virginidades.

espejos de mi agónico intelecto, exigen excavar profundidades. Y yo, exento de artificios,

Sereno confinado a sus labores diarias,

ajeno a exagerados ornamentos, transito defraudado. Yo quiero que me quieran por mi cuerpo.

a su vocabulario, al ritmo familiar, a la tibieza. acceso controlado, cervezas cada jueves en la noche, aumento salarial considerable, corbatas coloridas, el centro comercial a tres minutos los préstamos a bajos intereses, la casa bien pintada en terracota, la sala inmaculada, dos niños más católicos que el Papa, un perro labrador y una mujer contenta de cómodos y fieles pasatiempos. Jamás valió la pena cuestionar. Tampoco lo hizo aquella vecina adolescente, por cuyo abrazo tierno Sereno intercambió

Calma La ráfaga inclemente desplomó el último laurel del oquedal. Las remanentes hojas se enrizaron en el lodo, refugio almohadillado del verdor suicida del ayer. Satura el deterioro los suelos agrietados sumisos ante el pábulo mortal del abandono. Resuena la quietud indiferente. Los restos calcinados enmudecen y sólo sobrevive HOTEL abismo

Sereno conocía las respuestas inmediatas:

lo vedado.

las verjas por las barras. 37


38

HOTEL abismo


La mar de piedra

Buhardilla

PRÓLOGO “¿Cuál es tu memoria de la ciudad, tu monumento?” No supe qué contestar de inmediato a la persona que me hizo esa pregunta. Recientemente. Pensé largo rato. No recordaba haber visitado en mi infancia ningún monumento que me hubiese dado la experiencia de un lugar en el que mis recuerdos y mis deseos se retardaran y quedaran, un lugar al que siempre tendría que volver como fundador de una memoria poética marcada por la cultura. Y divagando recordé una historia, que no me pertenece, escrita en francés por una poeta rusa. En 1992, leí Mi Pushkin de Marina Tsvietáieva. Esa extraordinaria poeta que muere exilada en París en 1920… la amiga de Rainer María Rilke, de Boris Pasternak y de Ossip Mandelstam. Mi memoria primitiva de ese poema en prosa resurgió a través de esa pregunta. Pensé entonces que ya me había hecho esa pregunta una vez, o mejor aún, el texto de Tsvietáieva me había preguntado ya esa misma pregunta, que yo sólo había podido formular en este mi presente, en el 2003. Su escritura se había sedimentado en mí, la pregunta por fin había visto el día. ¿Qué cuenta ese poema? Lo escribe la poeta niña. Mira el mundo la niña. Veía a Marina ir a visitar la estatua del poeta Pushkin en Moscú, la Estatua-Pushkin, y gozaba con ella, con su ir a ver el inmenso monumento, el inmenso poeta negro negro como la piedra, y sentía leyendo que todavía la niña en Marina estaba escribiendo al pie de la estatua, su “primera imagen de lo inalterable, de lo obligatorio”. Creo haber pensado, no estoy segura, en 1992, que no tenía ninguna experiencia equivalente en mi memoria de la infancia que me hubiese dado el poema, la lengua, la memoria escrita en el cuerpo de la ciudad en forma de un monumento. Y casi me lo vuelvo a decir en 2003. Pero… recordé en este mi presente de hoy, o más bien mi cuerpo se acordó, que había visto algo inconmensurable cuando era niña: La Mar. Un lugar mucho más arcaico, más maternal que existe antes del intervalo de la palabra. Empecé a escuchar la mar. Hoy. En mi presente. Para mí, ella había sido la voz, y no el verbo. De ese sueño nació esta fantasmagoría “al espacio de los espacios”, como lo llama Pushkin en su poema Adiós al mar, ¿o a la mar?… maravillosa ambigüedad de mi lengua que me permite oscilar en el elemento. 39

HOTEL abismo

Mara Negrón

A los oídos sutiles de la historiadora Libia González


La mar de piedra Ópera soñada en dos tiempos Recitativo de la memoria arcaica

HOTEL abismo

—¡Vamos a ver la mar!, dijo la madre. —¿A quién? ¿Quién es esa señora, mamá? La madre no pudo explicarle que la mar no era una persona sino otra cosa… un elemento pero… y qué era un elemento… la madre tampoco supo… “ya verás, entenderás cuando veas”. ¿La mar era para ver, había que verla para saberla? —Sí, dijo la madre. Vas a ver, es azul, tiene una cosa que se llama olas, es la misma agua pero blanca con burbujas… el agua azul se enrolla y cuando se enrolla se pone blanca, hay arena y caracoles, y si te metes dentro de ella verás peces de colores… es salada y huele… —¿A qué? —Huele a sal marina y es muy muy grande… nunca nunca verás dónde termina. —¿Nunca termina? Repitió la niña. —¡Mamá, el cielo! —¿Qué? Preguntó la madre. —¡Tan grande como el cielo! Dijo la niña pensando que el cielo, él, siempre estaba, nunca había que ir a verlo como a ella, la MAR. A él ya lo había visto y dibujado pequeño en pedazos de hojas sueltas…¿tendría que partirla en pedacitos como hacía con el cielo para que cupiera en sus dibujos? se preguntaban sus manos. Su tiempo nunca había salido de aquella mañana, nunca había terminado de venir a ver, pues lo que así había comenzado nunca nunca terminaría, el doble adverbio del tiempo en la voz de la madre que marcaría la experiencia de lo inexorable y eterno. Nunca nunca… ¿la mar? La muerte se había acabado en esa negación, alejada por la madre, cuando de esa manera le dio la eternidad. Repetíarepetía casi mecánicamente un ir a ver que no se agotaba. Era como si viviera en una perenne ausencia de cielo. En las intensidades del ver, los azules se acumulaban… no había cielo, sólo mar, una inmensidad sumada a la otra. La eternidad se medía en el instante de un ver sin método ni finalidad. El tiempo daba la impresión de pasar mas en una quietud de piedra como la estatua de un comendador que sólo movía

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su cabeza espectral, amenazadora, a Don Juan para convocarlo a olvidar su pasado y así ganar el cielo; aunque su tiempo, él, apenas se escariaba. Sus ojos se precipitaban en una vorágine hacia el espacio y en ese vértigo se producía el olvido de sí misma… no había angustia ante la experiencia de la inmensidad, de su vacío y su rostro de noche. La sima del tiempo se desplomaba contra la línea de su mirada… si el mundo se virara al revés, la mar podría ser una frágil embarcación navegando en la quietud del cielo. Pero no… era la redondez de la tierra y todo se movía. Todas las tardes cortaba pedazos del horizonte para tratar de hacerlos caber en su propia certeza de lo eterno. Pero, la eternidad se iría una vez más cuando al final del atardecer se separara otra vez de su cuerpo. Había venido a ver… Subió. Sólo los pasos ocupaban la conciencia. Sus pies pensaban la humedad de la tierra. Una parte de sí se había empezado a cortar de su finitud. Navegaba en su propia disolución. El montículo inmenso alcanzaba el cielo anunciando el génesis de lo infinito como en una batalla de dioses sempiternos abrazados… su verdor no palidecía. El mundo había comenzado a existir hoy a las ocho de la mañana y se había empezado a despedir a las seis y media de la tarde. Los rosados del cielo se chorreaban sobre las murallas, a lo lejos un barco avanzaba en su quietud como si la mar lo contuviera entre sus piernas. Era la mar, esta sensación, y mientras ella estuviera el mundo nunca dejaría de ser un estar, pues era el presagio del viaje hacia lo desconocido. Todo esto lo vivía el cuerpo de esa mujer que todas las tardes subía al montículo del fuerte San Felipe del Morro a mirar el fin del día mientras sus pensamientos se acostaban plácidos sobre los techos del arrabal lujoso de la Perla, y que el cementerio cansado de Santa María Magdalena de Pazzis la acompañaban como en un letargo a través del tiempo. La ciudad se hundía en la luz del día desapareciendo una vez más por debajo de la cúpula rojiza de la capilla del cementerio que reventaba el cielo como una quemadura. La brisa suave sobre las cosas advertía el deseo en el cuerpo de la mujer, muy suave y tenue recorriéndola, y la luz que se acababa se convertía en la sombra de él. Algo se ensombrecía en torno de ella y se fue metiendo en sus


terminaron tapando todo el frente del mar. Tentativa fracasada de posesión que sólo había contribuido a la muerte del elemento. Folclórica y turística … rezaban sus restos. La mar que ella quería ver nada tenía que ver con la economía del turismo local. Era una mar histórica y memoriosa que vivía aún sumergida en un poema, entre ella, su memoria, su infancia, y la del deseo del elemento. Su conversación con la mar traía a sus orillas pedazos de infancia. Había venido a bañarse al Escambrón con sus hermanos, se había sentado y había escrito un poema a las olas y a los caracoles. Las frases de la niña no se habían borrado, las olas eran el llanto de un dios que había llorado mucho hasta llenar el universo… todos los ríos y cuerpos de agua le pertenecían, y cuando sus lágrimas se secaban se convertían en caracoles. La mar ya era una sensación de irse angustiosa. Más tarde la mar fue el lugar donde murió el primer amor. Se había ahogado. ¿Qué había dentro de la mar? un muerto… el cuerpo de lo que amó. Así permanecía intentando darle unas dimensiones humanas a la fuerza descomunal de la naturaleza que imponía el elemento. Iba a la mar para ir a la inmensidad, para desde ahí empezar la ciudad… cuando su cuerpo fuera tan grande como la mar entonces intentaría volver a la ciudad. Ahí estaba la embarcación diminuta que hoy entraba al puerto despegándose del cielo rosado, no se movía. Se imaginaba dentro ella pero no como si fuera una persona dentro de un barco sino como si ella misma fuera la madera y que estuviese dentro de las aguas sintiendo toda la fuerza de su empuje para atravesar el elemento. Poco a poco las aguas cedían, poco a poco se le venían encima, hundían el barco, volvían a subirlo, y mostraba su hocico pálido sobre la superficie. Ya estaba cerca de su puerto. El mundo no se terminaría hoy. Era tan inmensa la sensación de estar dentro. Era un presente sin tiempo ni narración. La mar era un caos y el comienzo de una separación. Toda la ciudad vieja le pertenecía. “¿Si la mar se hundiera y no volviera más a verla, vería quizá la profundidad de la tierra?” La mar era sólo para ver, oler, probar y era también una sensación de adiós. Mientras el barco se acercaba de su destino final, la mujer soltó amarras en los callejones de su ciudad imaginada. En esa meditación con el espacio, sólo se escuchaba el viento pálido con suaves olores a chinas mandarinas. El silencio estaba vivo. Pero, esa tarde el silencio murió otra vez cuando detrás de sus espaldas comenzó a escuchar un ruido de voces. Aunque sólo estaba la mar y había un barco a lo lejos, ambos estáticos, se escucha-

HOTEL abismo

adentros hasta que se dejó caer en la yerba. Los olores de la tierra sudaban y se fueron desparramando sobre sus manos. Se pasaba la palma de sus manos por la nariz, la boca y la lengua. Chupaba el color verde de la yerba en sus manos que ya parecían flores. Ella misma se desvanecía convirtiéndose en cosa. Era el estupor de las seis y media de la tarde tropical cuando la temperatura de la ciudad posee el calor acumulado de todo un día de sol despiadado. Como si no hubiera piedad en el estar de las cosas todo estaba extrañamente vivo en torno de su cuerpo, y existía. Ella lo existía. ¿Qué? No había palabras para decir lo que así existía, todas se esfumaban en la puerta del infierno, justo antes de venir a la luz. Como si cada palabra asesinara lo vivido y la separara de lo más denso de lo que su cuerpo sabía pensar. Pensar era un dejarse estar. En el ver que la hipnotizaba, los ojos se evadían de la inmediatez de lo real para mirar hacia el vacío y en su abismo poder pensar sin dirección. Ella se convertía en la mar y se tornaba un elemento sin dimensiones. En esa osmosis intentaba recuperar la profundidad de lo que no podía amar. ¿Cuánto media la mar? Cuando miraba ese desprendimiento de la ciudad que continúa la muralla hasta el Fuerte San Cristóbal imaginaba formar un triángulo con su mano, y ahí dentro cabía lo que veía, la mar contra el acantilado de la muralla. Así convertía el elemento en algo que pudiera tocar. La desesperación era constatar que siempre un pedazo se quedaba fuera de lo que podía contemplar. Sofocaba deseando poder ser la mar misma. Se cansaba. Pues también ese espacio resultaba desgastado. La mar era siempre el único límite adonde se podía llegar, el punto más lejano. Cuando se acercaba de ella se sentía encerrada como si no la dejara pasar ni ir más lejos. Entonces alzaba su mano para tocar la mar y el cielo, los veía como una planicie cuando miraba sin profundidad. A través de sus manos interrumpía la continuidad del cielo y de la mar. Los perturbaba. Le parecía agarrarlos. ¿Cómo mirar la mar? Ya nadie la miraba pues había hastiado a los habitantes con su presencia constante. Si un día se levantaran y no vieran más la mar… pensaba ella… “¿si pudiéramos ver el vientre profundo….? ¿Cómo sería la tierra que está debajo de tanta agua?” Divagaba. Se echaba hacia atrás. Volvía a tratar de ver la mar que como un monumento sin memoria ni tiempo se diluía. Nadie podía poseerla. Ni siquiera todos aquellos que habían comprado los edificios construidos en los años sesenta a lo largo de todo el barrio del Condado, y que

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HOTEL abismo

ban esas voces. Como si vinieran de la mar y del barco, había palabras en la percepción de lo que la mujer experimentaba dentro de su mundo. De pronto escuchó. Como dos amantes que conversan porque no saben cómo amarse, las dos voces abismales y sus colores se perdían en los túneles secretos de los oídos de aquella mujer y se adentraban en las calles de la ciudad que se alimentaba de la dejadez de sus habitantes, de los artistas frustrados, los newyoricans indomesticables, los puertorriqueños que nunca dejaron de serlo, los turistas de los cruceros, los almacenes venidos a menos, restaurantes con deseos de ser chic y elegantes, en fin una bohemia en plena decadencia porque la ciudad se había ido haciendo cada vez más exigua… cuatro calles para vivir… San Sebastián, San Francisco, Fortaleza y Recinto Sur… Mientras engordaban las avenidas llenas de carros, los paseantes fueron encerrados en las murallas de la vieja ciudad. Era una cárcel placentera. Por más modernos que fueran los habitantes de la vieja ciudad seguían siendo los más antiguos de la capital. No sólo porque vivían en la parte vieja de la ciudad sino porque eran efigies gastadas de un estilo de vida que ya no servía para nada. San Juan era un museo de muñecas de cera. La mujer se alejaba de ese sofocante olor a muerte colocándose frente a la mar que era el cementerio más gigante de la tierra. Su mirada respiraba entre un cementerio y el otro como quien visita un museo. Aquella tarde se requedó un poco más. Esas voces extrañas se fueron haciendo presentes. Iban caminando en los oídos de la mujer, se fueron sentando frente al horizonte para tratar de tener una conversación sin máscaras. Del barco que veía en el horizonte salía una voz femenina soprano y alta como la de su pasado. La mujer fue precipitada en una sensación de belleza que no había vivido nunca. Se parecía a la transparencia de un llanto sin tristeza. La voz en forma de barco se contraía haciendo que la madera húmeda se agrietara. En la quietud del cementerio al pie de la mar se agitaban los personajes de una extraña fantasmagoría. Los amantes conversaban. Habían coincidido finalmente. Ella está sentada en las escalinatas de la Capilla del cementerio Santa María Magdalena de Pazzis. Él, de pie, entre el busto de José Julián Acosta y el de José Gautier Benítez. «Coincidir» era su verbo favorito. Ella escuchó esa voz ronca, nerviosa cuyas alteraciones la aproximaban

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de un gemido. Nunca habían hecho otra cosa más que tratar de converger en una casualidad. La noche era demasiado oscura. Los amantes Él Hemos coincidido. Ella (aria) No quería verte hacía mucho tiempo que no soportaba tu rostro ni tu voz Cuando decidí que nunca más quería verte lo hice porque me empezaste a dar pavor. Como si no fueras quien dices que eres… la impresión he tenido siempre de que mientes un crimen en una de tus vidas pasadas cometiste Por eso muy sabiamente de la luz huyes. Tampoco tienes nombre uno te has fabricado que para el mundo existe tu fecha de nacimiento ni siquiera dices un crimen en una de tus vidas pasadas cometiste… Sospecho. Como un sepulturero en una cueva te escondes en tus lienzos entierras el catálogo de cadáveres la cloaca secreta de tu sexo Sospecho un crimen en una de tus vidas pasadas cometiste…

Recitativo La Mar (aparte) Mudo, él no contestaba a las súplicas que ella con su interrogatorio le lanzaba. Sí, él sentía en las manos rápidas de su voz la hábil destreza de entrelazar los hilos del deseo para atar a su opositor. Su corazón se agitaba, el animal estaba siempre sediento, el predador sigiloso y astuto se escondía detrás de un disfraz sin pliegues. Su propia imagen fantasma se agrandaba en el deseo que lograra provocar. Los rostros femeninos desaparecían ante él, así las líneas del suyo se hundían más. Se regodeaba con placer infantil en la contemplación de su propia imagen. Todas las mañanas se levantaba sediento y deambulaba un rato por las callejuelas hasta encontrar una nueva víctima. Pintaba como si fotografiara, captaba el resquicio de aquello que en otro tiempo se llamó alma, y que ya no existe. Captaba creía algo


mi voz como una capa pesada se hundía en mi garganta sedienta un vagido metálico ¿mi voz no reconociste…? Recitativo La Mar (aparte) Desde las tumbas del ala derecha del viejo cementerio, se alzaban las voces, desde ellas se precipitaban los personajes. Un silencio se prolongó en la respiración. Sus ojos se posaron por un instante sobre sus pies y recordó que había tenido ganas de estrangularla. Sediento la miraba, el predador se contenía para prolongar los primeros momentos de incredulidad de su presa. El rostro de la mujer brillaba como el de una Madona da vinciana… una cierta pulcritud lo intrigaba. Quería pintarla, quería captar lo inasible de ese rostro inacabado. Gemía por dentro. Desviaba la vista, intentaba no mirarla de frente… sentía que la habitación se movía a su alrededor. No era amor. Nunca había amado a nadie. Era sólo la necesidad caníbal de matar el alma de una mujer. Iba y venía nervioso entre la sala de la vieja casona y la cocina. Tomó agua varias veces. Ella le dijo que no podía quedarse, y se marchó inmediatamente sin intenciones de volver a llamar. Ella —Hoy he querido conversar para tratar de ver lo que nunca pude ver…. La Mar La mirada de la mujer se alejaba, y se posaba sobre el primer encuentro. Los amantes azulados flotaban en las aguas de una conversación que nunca podrían tener en presente. Las conversaciones coincidían en el tiempo pero no en el espacio. Había palabras detrás de cada rostro en silencio como aves de rapiña prestas a zarpar, había pala-

bras sin forma sobre los rostros, posadas sobre los ojos y los labios, y que no encontraban una forma como las almas que permanecen en el infierno, y había palabras inocuas que habían tenido la suerte de ser dichas, de alargarse en el espacio de los objetos que tienen apariencia de existir. Eran un residuo de lo que los cuerpos no lograban decir en palabras inéditas. El mundo siempre ha sido sospechoso como realidad por eso los amantes azulados permanecían en largos silencios en los que resucitaban un pasado enterrado que no les pertenecía. ¿Quiénes eran? No sabían. Los amantes nunca tienen nombre. A través de ellos el infierno volvía y producía una voz melodiosa. Era el banquete de piedra… en el que los personajes de aquella ópera intentaban salvar un cielo violeta ahuecado por algunos rosados metálicos. Aunque fueran amantes del siglo veintiuno eran amantes del siglo diecisiete. Estaban más en el infierno que no era más que ese deseo infinito de contemplar el vacío, el amor, la pérdida de sí. Se miraban a las cuencas ahuecadas de los ojos. ¿Si él fuera hoy Don Juan y ella Elvira/Ana que era un solo y único personaje aunque todo el mundo pensara, incluso Da Ponte, su autor, el libretista olvidado de Don Giovanni de Mozart, que eran dos mujeres distintas y opuestas? ¿Elvira la que ama a pesar de la perfidia y Ana, la violada, la que perdió el honor, el padre, y que busca vengarse? ¿Dos mujeres para personificar el duelo entre la melodía y la palabra? Una, ¿la música viva y pura…? la otra, ¿la palabra muerta muriéndose? ¿Ambas dando consistencia a la música misma, inimaginables la una sin la otra? ¿Inimaginable Mozart-Don Giovanni sin Da Ponte? ¿Qué importaba la descripción de los rostros de hoy, de la ropa? Nada, sólo se imponía el escenario del encuentro en el que la guerra tendría lugar, sólo se buscaba la mirada de la traición que tenía rostro de piedra. Él era esbelto, elegante, de una naturaleza superior. Ella era seductora. La muerte los acechaba. Los personajes de esta escena de hoy no se poseían en el presente. Él hubiese querido ahogarla en un silencio interminable, colocarla de espaldas a la pared para hundirla en la arcilla y enterrarla en la humedad dura de la casona. Así conservaría para siempre su silueta y podría descubrirla cada vez que quisiera. Su fantasma se perdía en la apariencia de las palabras escasas que profería su cuerpo en un esfuerzo constante por venir al mundo. ¿Dónde comenzaba una palabra? Él sentía que las suyas no comenzaban en el cerebro propiamente. El

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incaptable de una mujer. Ésta se sentía poseída. La historia había comenzado. La mañana en que ella había venido la habitación estaba un poco desordenada. Se tropezó con una lámpara que había en la entrada y dio sobre un montón de pinturas sin terminar. El hedor rancio como si hubiese sangre secada por el tiempo la alertó. Se marchó muy pronto. Él Recuerdo la primera vez que viniste… vestida con un traje marrón muy corto Miré tus piernas largas y al acostada imaginarte poseído fui por mi propio deseo sediento

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proceso era mucho más avasallador pues experimentaba una sensación de color que poco a poco se transformaba en una suerte de animal de caza que se agitaba en su estómago, subía por su laringe casi como un vómito para sólo aparecer en el exterior como una exhalación. Sus palabras eran el sudario que él tejía con habilidad para su deseo de muerte. Los sudarios no sólo los dibujaba con sus palabras sino que los pintaba. Pintaba sudarios y mientras daba las pinceladas de los tejidos delicados y exquisitos se calmaba su hambre bestial. Una vez acostaba una de sus mujeres en un sudario nunca se escapaban, se convertía en una red en la que ellas se aquietaban. El hilo de teléfono era una de las sogas que mejor manipulaba. Como el cementerio de sudarios la había asustado había decidido no volver a verlo. Pero, la resistencia de ella hizo que él imaginara toda suerte de astucias para convencerla de que aceptara cenar con él. Finalmente, cedió. La antesala al rito predatorio requería de cierto refinamiento que él despreciaba como ése… tener que ir a comer. Mientras comían pescado crudo en el restaurante japonés del Recinto sur ella sintió repulsión en varias ocasiones porque veía la boca de él desfigurarse como si se saliera de su rostro, como si una máscara que debía permanecer meticulosamente adherida se despegara, sus labios se levantaban como un anticipo que desdecía el semblante de apariencia transparente. Los orificios de la máscara dejaban ver lo insustituible: los labios y los ojos. Aquellos ojos y aquella boca avanzaban esquizofrénicos entre medio de los platos japoneses delicada y simétricamente dispuestos sobre la mesa de madera. ¿Ella? No sabía dónde estaba. Hablaron de música en un intento por hablar de algo. La música se mezclaba con el olor a pescado crudo, los sushis en su blancura luminosa, salada pero también desabrida atravesaban las entrañas de cada uno…, eso lo imaginaba él, “ya estaban compartiendo algo, sus estómagos estaban unidos en una digestión, en una trituración de pedazos de cosas muertas que alimentaban el cuerpo. Como si estuviera en su vientre sentía el olor a pescado muerto de ella”. Ella —Siempre me mentiste. La Mar Sus palabras hacían la noche cada vez más oscura, y ella miraba como si no hubiese cielo. Había presentido su casi final en ese encuentro hasta que un día decidió desenmascararlo. Recordó las llamadas insistentes, pro-

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longadas en las que las palabras se ahogaban dentro de ella, él no la dejaba terminar, haciéndose como si fueran amigos y que todo estuviera bien. Él, siempre estaba presto a pedir perdón. Ella no encontraba como acabar, pues siempre que lo intentaba al final de la conversación telefónica, él anunciaba impasible que volvería a llamar. Mientras ella se estrangulaba en su desesperación sedienta … “¿habrá entendido que le dije no?” No consentía, él se imponía. Ella fue aprendiendo a administrar un deseo para olvidar el rapto de su rostro que se iba operando a medida que él se hacía más insistente. Así evitaba hundirse en una mar imposible aunque ya era el naufragio de la realidad. Él tenía la presencia de un fantasma… era irreal. Su perversión sólo podía existir en una pesadilla. Recitativo La mujer de la voz sonámbula en el recitativo de la Mar La mar era ella. ¿y el silencio? Su poema. Los personajes que ella escuchaba tenían por lo menos dos siglos de edad. La ciudad que en sus orígenes había sido un cementerio guardaba sus restos. Aquel amante se había matado a través de aquella mujer, y ella volvía como la estatua de manos frías de un espectro que no puede descansar en paz. Los amantes de hoy eran los de ayer los que habían sido… ella la cantante de ópera que había perdido la voz no había podido habitar la noche serena de la muerte. Sonámbula paseaba por los senderos de su propia voz. La historia volvía, se repetía… no, no la historia sino los personajes… seguían viviendo aún hoy en la ciudad de San Juan que había nacido como un cementerio frente a la mar. La voz de ella volvía como en una ópera y cantaba un aria de Don Giovanni “or sai chi l’onore rapire a me volse…” Era la mar… la música. La muerte era profunda e interminable como un mito. En el rostro de la amante de hoy se escondía el de otro tiempo a destiempo. La mujer de hoy cantaba el sueño que había soñado la otra amante… ¡ah! Los amores célebres… todos arrimados al cementerio de una ciudad… como si nunca hubiesen muerto, como si la muerte no existiera subía la voz de la soprano, la Mar, alta, tesitura fuerte tropezaba en eco contra las murallas.


Estruendo de un lamento… la voz estaba por todas partes, había cubierto el paisaje de aquella tarde inmemorial. Los personajes de la ópera habían entrado otra vez en el cementerio de una realidad. Los amantes —Era tu perfidia. —¿Qué? (Sonó su voz suave de saxofón.) —Nunca te pedía nada… sólo que te fueras. Nunca te llamaba. —No quería. (La frase cayó con estruendo, límpida sobre ella.) —Pero tampoco querías estar. —No podía. —¿Por qué? —Porque tenía mucho trabajo. Estaba muy ocupado. —¿Ocupado? —Es verdad. —Mientes… perfidia… (la palabra parecía un cuchillo en la boca de ella. Había fuego en ella.) —Créeme. —No puedo. Desconfío de ti. No sé quién eres. (Él tenía sed, mucha sed, quería beber agua… metía las manos en sus bolsillos, se tocaba solapadamente su sexo nervioso… sentía la palabra «perfidia» en su estómago.) —No soy tan malo como piensas… Ella (aria) —Admites entonces un grado de maldad… ¿qué importa?

Yo no tengo moral, sólo exploro amoral soy. (Su aria del mal trascendía transparente.) Él —No sé de qué hablas. Ella —Eso lo sé. Por eso te desprecio. Por eso no quería verte más. Mientes para salvarte a ti mismo y no para explorar las faces escondidas de una palabra. Adoro el espacio de los espacios de la separación entre dos cuerpos que como el supuesto contenido y forma de una palabra se desean como el alma y el cuerpo, como las palabras que nadie escucha y la melodía en la ópera. Porque sé que el cuerpo está por todos lados, él sabe estar donde no está El mío siempre está ausente. Ahora mismo estoy aquí pero él está en mis adentros dolorosos ésos que hubiesen querido amarte y por la mezquindad de tu mal se decepcionaron. Mi cuerpo busca la forma de las palabras que no existen.

Quiero lo que nunca he visto lo deseo antes de haberlo imaginado es un lugar sin origen. Pensé que contigo lo inconmensurable tocaría pero como un ratero sólo mentías eran sólo mentiras sin pasión ni belleza un infierno inimaginado yo quería Tú sólo estás en el real en lo que la gente llama malo porque es inmoral

En mi mundo no hay ni bien ni mal ¿El mal? Es sólo una palabra cubriendo un espacio invisible de algo que nos acerca de la muerte. No estoy diciendo que la muerte sea el mal. No, la muerte es mi certeza de la eternidad con ella mido mi finitud. Hablo de algo que mata la muerte misma y no deja respirar la vida… tú confundes el mal con tu miedo sediento. —No entiendo. Sólo sé que no sé comprometerme. —Nunca lo quise. Quería verte porque busco la fasci-

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Siento una cierta fascinación por eso que llaman el mal pero tú no lo entiendes lo que así llamo es un deseo de ir más allá del límite real no sólo transgredir es.

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nación de lo inconmensurable. La Mar (aparte) La voz continuaba fuerte… las frases como el barco sobre las olas, era la Música. En ese momento, él sintió su desprecio y empezó a odiarla… lo que se mezclaba todavía con un poco de deseo. Ella —Te perdoné… La Mar (aparte) El silencio se resbaló sobre los abismos de los oídos de aquel hombre. Él —No puedes. —Sí. —¿Por qué? —Sólo eso. Un perdón no se explica. La Mar (aparte) El asesinato había comenzado. Él lo sintió subir como la sangre que le recorría desde los pies hasta la cabeza y sudaba su camisa púrpura. Ella —Creo que cometiste un asesinato y el Comendador soy yo, la estatua de piedra.

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A extenderte una mano fría he venido para precipitarte en la muerte. Al menos así serás trágico. —No te comprendo. La mujer sonámbula en el recitativo de la Mar El ruido del mar aumentaba la dimensión de las palabras que no pertenecían a nadie. Ellas eran sólo la materia de la promesa. Se multiplicaban y se perdían en la noche, humedecían la superficie de las tumbas del cementerio con su muerte en tránsito constante. Más allá de las palabras estaba la mar y su música. Lo incomprensible como si la mar cantara en un idioma extraño. Sus palabras no se entendían. Eran el vestido azul metálico que encubría la muerte. La mar estaba ahí como el fantasma de una ópera, contemplando, velando para que la muerte no muriera, para que la fuerza de la voz viviera. La mar era de piedra negra, mármol brillante y dura. Recitativo de la Mar La incomprensión de los dos amantes tenía la forma de una barca frágil a punto de ser virada por los

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vientos. ¿Si la compresión estuviera hecha de palabras? Ella era sólo el resultado accesorio de la palabra… más allá de ellas lo inconmensurable que ellas evocan en su melodía. Los amantes azulados se hundían en su mar, en una que les pertenecía, la que vinieron a ver la última noche de separación. Ella se veía en ese primer encuentro, aquel apartamento extraño lleno de sudarios, aceptó comer con él aunque sintió pánico desde el primer momento. Algo le asustaba pero le atraía. Aceptó. Luego ella nunca más llamó. Pero, cada cierto tiempo él volvía a hacer aparición justo antes de que ella se olvidara completamente, justo antes de que su propia ausencia de deseo se esfumara. Él volvía con algún pretexto cualquiera… para mostrarle un dibujo, para comentarle algún artículo de prensa, o hablar de algún personaje local… por lo general hablaba mal de todo el mundo. Ella se sustraía, simulaba escuchar, pero sospechaba que todo eso no era más que un preludio para poder venir a su casa. Sentía demasiado su deseo afilado y presto a penetrarla. Ella evadía y resistía. Era una conversación de libreto que terminaba siempre de la misma manera. “Te llamaré la próxima semana para reunirnos” o “nos veremos la próxima semana cuando yo tenga tiempo”. La frase caía como una orden, imperativa, en la que el mundo sólo se medía a partir de su tiempo y su deseo. Muda, su voz se ahogaba como si la estuviera asesinando. Cada semana él venía a verla a su castillo para ver si estaba lo suficientemente asustada o sedienta como quien engorda un animal para el día de un sacrificio. Siempre se sentía muy cansada cuando enganchaba el teléfono, perdía la voz, permaneciendo en silencio durante toda la noche pues llamaba entre cuatro y seis de la tarde. ¿De qué materia inasible se alimentaba él pues ella había asistido a la muerte de su propio deseo? Ella sentía el deseo avasallador de él que no era el suyo pero que la aprisionaba. Era él quien tenía, y venía para tratar de hacerle sentir el suyo… que quemaba. Después del letargo de las llamadas, pálida, volvía a sí misma. ¿Entonces quiso saber quién era ese personaje que con insistencia llamaba a su casa todas las semanas y que en público simulaba no verla, casi ni conocerla? Una mañana se encontraron por casualidad en el exiguo café de diez mesas de la calle San Francisco, La mallorca. Ella estaba con Elvira y Octavio. Octavio le conocía muy bien. Sin embargo, él fingió no haber visto a nadie, como si se estuviera escondiendo metió la cara en el periódico El vocero. Ella no le había visto llegar porque estaba de espaldas a la puerta de entrada.


¿Era esa farsa del vestido masculino la que se jugaba a través de la figura alargada y su porte desaliñado de artista preocupado? ¿Detrás del vestido que para pasar por él cualquier sirviente se puede poner, no hay nada? ¿Él? Seductor como un disfraz. ¿Sólo una forma repetitiva es Él, en serie, manipulador e infantil? ¿un Don Juan histérico de quien gritando huyen todas las mujeres como de un padre perverso? ¿ellas histéricas y mentirosas? ¿y él?, ¿mentiroso luego histérico? ¿don Juan, el disfraz de la impotencia que el vacío oscuro del deseo no puede contemplar? ¡¿inconmensurable deseo vacío?! ¿miedo al amor como a la muerte? ¿antes de la muerte el amor? ¿ el amor nos da a vivir la muerte antes de la muerte? ¿sólo los que aman la muerte saben amar el amor? ¿ por eso el banquete siempre tiene lugar en el cementerio? ¿no será esta sonata la falacia primitiva de cualquier Don Juan? Esta noche, la Mar, irónica, se reía…

¿seductora como una sirena (ya ridícula)? ¿o como un sexo femenino espantoso lleno de culebras… ¿otra vez la medusa? ¡Que aburrida historia! ¡Mascarada, encrucijada, commedia dell’arte, heterosexualidad teatro y disfraz de todos los fantasmas masculinos de la muerte! ¿ por eso el banquete siempre tiene lugar en el cementerio? La Mar ¿Aquel extraño personaje? Siempre mantenía una distancia con todo el mundo, nadie en la vieja ciudad parecía saber nada de su pasado. Después de meses de un asedio constante en el que el teléfono se había convertido en el instrumento de un hostigamiento seductor y macabro, ella cedió… había cierta atracción… el enigma de un mal que nada tenía que ver con la moral. “Ya no hay cielo”, se decía ella. ¿Él, qué quería? Sólo vencer su resistencia. Había gran placer en poseer lo que se resiste. Había decidido asediarla con paciencia hasta que la acorralara. Pues sabía muy bien que tenía que obligarla sino ella no vendría. Pero como nunca violentaba a sus presas… que terminaban ofreciéndosele, ésta no sería la excepción. La traería con cualquier pretexto. Ella cedería, estaba seguro. Aunque ella poseía una luz que nunca había visto y que le fascinaba. Por eso no podía olvidarla. Se había obsesionado. Ella era muy hermosa. Pero no era su belleza lo que lo retenía sino su inteligencia. Porque él temía que ella supiera quién él era, él prolongaba aquella antesala al acto. La llamaba por teléfono para escuchar su voz… sus respuestas contenían sospechas pero su dulzura y educación las disfrazaban de naturalidad. Ella insistía en tratarlo como un conocido con quien de vez en cuando tenía conversaciones de estética o de chismes del mundo local frente a los que ella se mostraba muy reservada. Cuando así hablaba mal de los demás era para que ella no se acercara de esas personas… quizá sabían algo de él que él no quería que ella supiera. La alejaba. Eso quería. Encerrarla, distanciarla para que se convirtiera en su espejo, que sólo lo mirara a él, en sus ojos fascinados, él contemplarse. Cuando así se fantaseaba se sentía inmenso, no cabía en la realidad. Al final, la convencería para que viniera o él iría. Pero algo le resultaba enigmático…

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Elvira, su amiga, le había visto. Y también Octavio. Pero no ella. Al cabo de quince minutos cuando se levantó, que finalmente le vio, fue a saludarle. Él palideció. Parecía nervioso, hubiese querido esconder su rostro. ¿Qué escondía ese personaje? Sus sospechas se hicieron más insistentes… era un impostor, no era quién decía ser…, algo escondía, ¿un crimen? Pues no podía ser la lista de sus conquistas numerosas… no, a estas alturas del siglo veintiuno. Aria de la desconfianza Ella ¿No era quien decía ser? ¿O como todos los don juanes era él la farsa histérica de la apariencia?

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que ella no parecía tener más deseo… en su estrategia ella debía de estar más muerta de deseo cada semana, y con ella era como si tuviese que comenzar cada vez… pero ésta no podía ser diferente a las demás. ¿Todas terminaban sedientas… así había sido siempre, y ésta no podía ser la excepción? Entonces, aquel sábado decidió que no esperaría más. Ya habían pasado cinco meses en esta espera. Casi la obligó a recibirlo. Ella no tuvo escapatoria como una mujer violada que había consentido para desmentir el acto. Se anunció. A la media hora estaba frente a la puerta de su apartamento. La invitó a caminar por el Morro… “vamos a ver el mar”. Ella respondió… “la mar no se ve de noche”. “Sí”, contestó él, “pero se escucha”. Ya él estaba soñando con los gemidos de aquel animal. El banquete de piedra había comenzado. Ella, invulnerable, no sentía nada porque aquel rostro desconocido había comenzado a desenmascararse, por eso lo recibió con su rostro pálido y alargado de muerte. La conversación había comenzado al pie del cementerio mientras sólo la noche estaba para escuchar lo que las palabras no saben decir. Era un duelo entre dos amantes que pertenecían a dos historias distintas. ¿Cómo se hubiese sentido Tristán si en vez de encontrarse con Isolda se hubiese encontrado con Cleopatra? ¿O Romeo con Eurídice? Los unos aman la distancia, sólo se aman en la distancia, otros hasta la muerte, hasta después de la muerte, en el infierno, en el cementerio, se envenenan, otros sólo se aman en la traición, otros en la pasión “how far do you love me” preguntaba Cleopatra a Marco Antonio mientras contemplaba el océano. ¿La pasión es cuestión de lejanía, es lo más lejos que se puede llegar por algo o por alguien? ¿Cómo se puede amar lo que no existe? ¿O sólo caminando en la nada vacía se aprende a darle forma a lo que se ama? ¿Cómo si no se supiera amar ni mucho menos lo que se ama? ¿El amor es un cuento y parece estar hecho de separación? ¿La fusión es su muerte? El ruido de mi ser, la Mar, no salía de la escena, mi misterio la agrandaba. Los personajes lucían minúsculos en el cementerio memorioso y vivo cuya magnitud se prolongaba en el paisaje de esta noche de sueño de aquella mujer que deambulaba, hipnotizada por el recuerdo de su propia voz. Los amantes —No me toques… vinimos a hablar… —A eso habrás venido tú, contestó él en voz baja …, se levantó.

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—He venido porque quiero que me expliques qué quieres, que has querido… por qué me has hostigado durante cinco meses… recuerda que la mujer en mí es sólo el cuerpo de una posible forma como una de mis posibilidades. —ya hemos hablado demasiado… tú sabes lo que yo quiero. —¿Qué? —amistad… —Mientes. Te he visto trocar el sentido de las palabras para llegar a donde quieres… también te he visto robar el sentido para hacer lo que quieres… de mí has querido el contenido y la forma de lo que en mi apariencia doy a ver y de lo que en mi voz parecen significar las palabras. Pero, ¿sabes qué? —¿Qué? —Me escapo del sentido para no llegar tarde demasiado tarde a la belleza que sólo es reminiscencia. Eres un vil ratero y sólo a los ladrones del sentido amo. Eres un impostor… —Me da pena que digas eso… —A mí no. Eres un impostor… encubres un cementerio… Sé que has matado a otras y a otros… para eso te ha servido ese disfraz … La Mar (aparte) Decía ella en tonos altos, en re mayor, subía la voz clara “con una specie di violenza”. Ella —Ya no te estoy hablando, estoy cantando para mí, y estoy pensando: no está prohibido pensar. —¿Pensar?, él susurraba aparte, yo sólo sé ejecutar. Pero todavía hay tiempo… hay tiempo para salvarte y salvarme contigo… La Mar (aparte) Su estatura se alargaba al pronunciar esta frase. Ella —Ya no te estoy hablando, estoy cantando para mí, y estoy pensando: no está prohibido pensar.


bajo la noche cálida, era la materia de la carne misma de una necesidad, la supervivencia tenaz de la muerte. Ahí estaba, quedaba, en él, en sus adentros, los restos aguardaban con la esperanza de ser recordados. La piedra era la intensidad del cementerio que ostentoso detenía el avance de la mar dura. En el duelo que unía la mar y el cementerio a veces uno vencía al otro dependiendo de las horas del día, de las variaciones de la luz. La mar poseía la fuerza y el ruido que el viento le impelía, el espacio de los espacios, se movía. La mar descomunal no parecía necesitar a los humanos. Mientras que el cementerio sólo poseía los silencios y las diversas formas de decirlo. A las siete de la mañana, la mar y el cementerio descansaban juntos bajo la intensidad de la luz, ambos vencidos por el sol. Luego el cementerio se ausentaba hasta las cuatro de la tarde cuando los azules grisáceos aceitosos de la piedra existían sin la ayuda de la mar. En la noche, el cementerio despertaba mientras que la oscuridad se tragaba la mar. De ella sólo permanecía el ruido. El pensamiento del cementerio no se acababa en las formas limitadas de una tumba que sólo era la expresión de un rito. La mar y el cementerio ancestral llenaban un vacío humano; darle forma a lo que existe para poder existirlo pues la naturaleza parecía no estar hasta que un rito humano la domesticara. La mar se distanciaba y volvía, y el cementerio respiraba en los predios de la muralla anaranjada y caliza, blanco inmaculado sobre rojo. La eternidad vivía en el cementerio. En su noche clara había vida pues las estatuas se hacían más presentes en el pensamiento sin límites de la oscuridad abismal. Habían traspasado el umbral blanco brillante del pórtico que da acceso al ala izquierda del cementerio, cruzaron por el interior de la capilla, su cúpula rojiza, azul en su interior con su altar desnudo. Se quedaron en las escalinatas posteriores de la capilla. Él, todo el tiempo de pie, mientras ella sentada sobre las escalinatas, de repente se había erguido, comenzado a caminar de un lado para otro dentro de la prolongación de su propia sombra, hasta caer en el abismo de una contemplación… era aquella lápida en el fondo. Hundida en esa mirada se alejó de aquella voz que por fin había reconocido como la del asesino. Mientras, él aprovechaba su estupor, y seguía sus pasos para acercarla de la parte más oscura del cementerio… “por favor, me da pena que no podamos hablar…, estás loca”, gritaba. Ella ya no escuchaba. A su alrededor… las dimensiones de las tumbas y de las figuras eran sombras de las

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La Mar La voz de la mujer era alta, alta…, le subía a los oídos, lo agobiaba y fascinaba a la misma vez. Aunque quería matarla no lograba pasar al acto porque todavía le gustaba mucho y no había renunciado a verla seducida. No quería violentarla sino verla rendida… la vanidad no lo dejaba respirar. Se desabrochó la camisa roja. “Nunca me había fallado, las mujeres me persiguen…, el teléfono nunca deja de sonar, son ellas las que me acosan, ¿qué pasó con ésta?” La misma aria de siempre rezaban todas esas frases en la mente confusa de ese desconocido que se disfrazaba como en una mascarada, la música bufa, fuerte, fuerte … “doman mattina d’una decina devi aumentar”. “Sí, me puse el disfraz de ella, había intentado robarle su voz melódica. ¿Por eso me desprecia?”. Entonces ella a sus ojos parecía enorme. ¿Ella? Tenía un rostro de piedra. La noche se enterraba en aquel cementerio. Sobre sus cabezas los carros en la calle Norzagaray cantaban como un coro esa melodía de un antiguo cabaret. “doman mattina d’una decina devi aumentar” “Madamina, il catalogo è questo delle belle cha amò il padron mio… in … seicento e quaranta” Una cosa era irrecuperable para ella. Él tenía el mismo nombre que su padre. Sentía que él había matado a su padre… “Chi fu il traditore che il padre mi tolse”… Recitativo de la mujer de la voz sonámbula (Caminata del montículo del Morro al cementerio) ¿El cementerio? En su quietud. Traspasaron la entrada principal, los portones cedieron. Una extraña procesión de piedra acorralaba la mirada hacia el lado izquierdo del cementerio, el horizonte no permanecía derecho pues la línea de mujeres de piedra, de Madona, de ángeles desequilibraba el peso blanco de la quietud. La invitación al banquete se insinuaba a través de la música sin melodía de las expresiones que se desprendían de la materia con forma… de la mujer con flores de la tumba de la familia Crespo, pasando por la Madona compasiva de la tumba Schulüter hasta detenerse en las espaldas del ángel con un libro de la familia González. Lo inerme de la piedra desaparecía detrás de la respiración de la mar. La escena de piedra se alargaba hasta alcanzar el no sentido de una coloratura. A través del silencio de piedra se escuchaba la voz de la noche. El mármol duro lucía luminoso como el agua

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sombras en los velos de luz escasos. Su propia sombra en el suelo había tocado la tumba antes de que pudiera ver la lápida de Lucienne Dhotelle de cerca. Absorta ante aquel jeroglífico fue descifrando una silueta de gorrión. Una línea trazaba la figura de una mujer vestida con pantalón y sombrero de capitán, cuyos cabellos espesos y rizos sobresalían, sentada con las piernas cruzadas: “Lucienne Dhotelle, Moineau, muerta el 18 de enero de 1968, esposa del ingeniero Felix Benítez Rexach, officier de la légion d’honneur, nacido el 22 de marzo de 1887, fallecido el 2 de noviembre de 1975”… leyó. La lápida contemplaba el cementerio desde el extremo oeste, en la parte más recóndita, siempre detrás del busto de su marido que precedía el exiguo panteón. Ese busto miraba con recelo a todos los que se acercaban. Ella lo miró con miedo pero se acordó. Aquel rostro momificado pretendía ser la memoria de un pasado de ostentación y riqueza, de viajes a Santo Domingo, de una flota de barcos, la primera de la isla, de conversaciones con Trujillo, de una noche en que había socorrido al nacionalista Albizu Campos en el hotel Normandie. Era el mundo de la segunda guerra mundial que huyendo del nazismo o de la resistencia había encallado en el trópico. Desde su tumba se veían la capilla y los nichos pobres del lado derecho que narraban una desabrida jerarquía social, subvertida esa noche en la que todos estaban convidados al banquete. Incrustada en la memoria de aquella lápida estaban los restos del Hotel Normandie inaugurado un 10 de octubre de 1942, fantasma del trasatlántico que hacía la travesía entre Île de France y Nueva York en los años cuarenta. En una de sus travesías se habían conocido. Moineau, la pequeña mujer de manos gruesas, que solía vestirse de capitán o de matador había sido la escandalosa dueña de ese hotel que su marido había construido en 1939 para su placer. Para celebrar tan magno evento se había bañado desnuda la noche de su inauguración en la piscina que se encontraba en la entrada de esa insólita embarcación un poco misteriosa con sus techos decorados a la Art déco, algunos con motivos extraños como la araña que decora el techo del salón de oro del sexto piso. Moineau vivió mirando la mar, entre su yate y sus excentricidades. En esa lápida yacía acallada su odisea. La sombra de aquel pasado asistía a la escena, era la memoria apagada de la ciudad la que la mujer veía petrificada ante sus ojos, y la hacía ausentarse de su propia muerte. «Non ha l’aria di pazzia»… pensó la mujer mirando esa tumba.

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La silueta de gorrión sobre la lápida se erguía en su frialdad ante aquellos amantes, y presentía el final de la historia. La sonata de las voces humedecía el aire de la noche haciendo revivir en la penumbra una memoria imposible. Los arcángeles en su bisexualidad blanca y pura sobre las tumbas permanecían detrás de la apariencia del silencio. Aquellos amantes no se sentían ni vistos ni escuchados. Sobre todo él, necesitaba la seguridad que da la ausencia de testigos. Los amantes —no está prohibido pensar… repitió él en voz baja. —Sabes… mi pasado nunca ha estado conmigo, sobre un presente sin tiempo camino y lo que deseo no tiene forma ni rostro, es sólo el intersticio cromático de una melodía que no puedo recordar porque nunca la he escuchado. ¿Mas cómo explicarte que también tengo un conocimiento de ella aunque nunca la haya escuchado? Por eso… busco, he buscado, lo que se desprende de las palabras cuando de la música se despegan. He muerto muchas veces en esa búsqueda de senderos… en la que sólo la sensación de la caída experimento. —¿No sé de qué hablas…? —Qué importa que tú no entiendas… has venido aquí a matarme. Eso lo sé y aun así vine porque la muerte no temo. —No es cierto. —Cuando salí de tu casa la primera vez, tuve la sospecha de que sabía todo de ti, de quién eras, cómo vivías y de qué te alimentabas. Pero, una parte de mí se negaba a sí misma. Salí de tu casa y me fui a caminar. Me detuve en una tienda de libros para que se me quitara la extraña sensación que tenía de sentirme atrapada. No presté atención a nada. Llegué a mi casa y me dejé caer en una butaca. No lograba recomponerme. No podía reconocer ese sentimiento en el catálogo de que disponía. No lo había vivido antes. Me sentí atraída pero a la misma vez desconfiada. Cuando trataba de pensarte no veía ninguna faz aparecer en mis pensamientos. Te borrabas. Luego cuando lo lograba, aparecían dobles como si tu cara estuviera compuesta de muchas otras. Entonces sentí que no era pasión lo que sentía sino la angustiosa sensación de estar encerrada. Por momentos me fascinaba. Pero me


Tú te empeñas en aferrarte a la realidad. Caminas y vas borrando cuidadosamente tus pasos para que nadie pueda seguirte y enterrarte en el lugar que más te gusta. Repites compulsivamente un libreto… las mismas frases, las llamadas a la misma hora, las mismas excusas, te escondes y vuelves como si olvidaras. Así desquicias. —Por mi madre que no soy tan malo como piensas. —Eso ya lo dijiste. —Es emocional. —¿Estás nervioso? —Perdona. —Las palabras ya no sirven entre nosotros. —No entiendo. —Yo tampoco, sólo estoy pensando. Recitativo de la Mar al pie de la estatua (aparte) Se escuchó el ladrido de un perro que marcó la medianoche. Una vez más la lama del cuchillo se agitaba en su pantalón. Aunque ya era un poco tarde. Había fascinación en los ojos negros de aquella mujer que sólo había invitado un día para pasar un rato. Sin importancia. Ahora su estatura era grande y su espesura maciza. La frialdad de aquella voz se le enterraba en la garganta. Ella —Hubiese querido ver tu incomprensión pero siempre aparecías con seguridad, tan seguro de ti mismo. Nunca hubieses podido estar en el breve instante en que las cosas ya son sin todavía fijarse. Y eso es así porque vives a la defensiva como un predador. Él —No sé qué decirte.

Ella —Que importa. ¡Vamos! haz lo que viniste a hacer. No me resistiré. La Mar Él sintió frío. Tenía las manos heladas a pesar de la brisa cálida. ¿Y si hubiese podido no matar? Él era la figura del fracaso de una constancia que lo alejaba de los demás y de sí mismo. La mecánica constancia de una búsqueda de lo mismo. Su alegría indefensa e infantil provenía de una sensación de prepotencia como alguien que no conoce límite. Insaciable. Ya nada lo detendría. Mentiría. Temblaban sus labios rojos rojos. En la noche del cementerio se escuchó el canto de un ave, provenía del lado de los patriotas. Pero, no duró. Un quejido a continuación hizo caer otra vez el silencio. La noche se iba despidiendo y la música desaparecía. La mujer se había levantado, su voz se había marchado pero quedaba esa ensoñación en sus oídos. Los recuerdos de todas las escenas de ópera que había cantado en los teatros más prestigiosos de Europa se agitaban frente a su mirada. El recuerdo era sólo un velo azulado que se posaba sobre las aguas de la mar tan agitada como el mismo deseo. La voz se había ido, abandonado sin nostalgia sin virarse. Aquella aria volvía… ¿No era quien decía ser? ¿Era Casanova? «Chi son io tu non saprai!» La única certeza era La Mar era de piedra… Esa aria se hacia sentir en el sueño de la mujer que había perdido la voz y que todas las tardes venía a contemplar la mar. La mar meditaba. Ella se deshacía en una plegaria sin palabras que sólo la fuerza de una voz de soprano podía contener. Las olas volvían a alejarse y aquella aria extraña se iba tragando el cielo pensante de esa noche de verano tropical. Aquellos amantes le habían dado la música. Escuchaba la ciudad desaparecer bajo la bóveda celeste y otros personajes aparecían… La mujer de la voz sonámbula ¿Quién era aquel personaje? Sobre la mar de olas de plástico de aquella noche la barca veneciana del Casanova también flotaba. Ese viejo patético, rostro de cera, desfigurado por el exceso de placer…

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resistía. Resistía. Lo que en tu infantilismo te excitaba. Entonces, empecé a huir. —Estás mal, fantaseas y proyectas. Nada de eso es cierto. Quería ser tu amigo. —Qué importa. Lo que sucedió no está ni en mí ni en ti. Mi fantasmagoría vivió en algún lugar pues tengo certeza de su existencia.

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pulsión, compulsión, repetición. ¿Impotencia? ¿Qué buscaba? Como un niño que llora porque perdió un juguete había perdido los puentes de la encantadora ciudad Giacomo Casanova, tu cara color de rosa dorada, tus lágrimas luminosas, tus pasos hundiéndose en la nieve blanda, una noche azulada marina de invierno. Todavía te veías a ti mismo joven. ¿Y viste a tu madre? ¿Sabías que estaba enferma? ¿Ella, la gran desconocida? Giacomo Casanova, rostro uraño, cejas espesas, voz arrugada, te vas yendo en tus propios fantasmas. Color de rosa, todo en ti color de rosa, color de niña. ¿La que hubieses querido ser?

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Terminaste tu vida en una biblioteca encerrado; viejo bibliotecario, gruñón, pidiendo de comer macarrones… encerrado en tu ano secreto.

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Giacomo Casanova, triste… triste te alejas, un barco, soplo sobre el agua, mar, elemento, ya no ves tu sexo levantarse. Tu triste color de rosa dorado un poco de compasión da. Sólo un poco. Tú en el rostro de una muñeca mecánica, la muerte misma, ella, tú mismo. La ciudad se escapó de tus brazos. Te abandonó. ¿Quién se acuerda de tus hazañas si las mujeres nunca existieron en tu historia? El cielo de la noche había alcanzado la bajamar. No. Aquel personaje no era Casanova no era Don Giovanni, no era nadie y su rostro había desaparecido en el momento de darle la muerte. No había soportado su mirada. Él sólo era una voz y un disfraz.

Epílogo La mujer sonámbula había matado un sueño. Entre el cementerio y la mar la memoria del mundo se había callado pero quedaba en ella el recuerdo de lo inconmensurable que no era más que una voz que se le había quedado pegada en el vientre. La mar había sido la meditación profunda de su propia voz.

© Mara Negrón, 2003


Eduardo Lalo

Entiende: la vida no son nombres ni ciudades alzadas con los huesos de los hombres ni panes muertos en fila que se compran con monedas La vida es esto que se toca y no se sabe y no se escucha los millones de años de los que somos parte lo que nuestra especie no dice ni puede comprender El camino del cielo y de la muerte la pérdida o las cosas de los hombres no son la vida que los hombres no entienden Siéntelo amigo desde el fondo de lo que eres y no tocas ni conoces que allí donde no has estado en lo que no conoces ni sospechas queda tu patria La vida que no cesa la ilusión de la tragedia la falsedad de los fines la largura más larga del largo del tiempo en la que todos nos encontramos

Biblioteca

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y nos unimos como un hilo interminable que no se rompe

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Así es la vida

que no necesita de la trascendencia

la que tus palabras no ven

para ornarse de prestigios

la que tu corazón no siente

La pluma esta vana especie de fuerza

la que verás al cerrar los ojos

Antes que la cultura (que esta cultura)

y mirar hacia fuera

están los hombres Y son cuerpos

y decirte qué inmensos

Dos brazos dos piernas vísceras

son mis adentros

la eterna sucesión de eventos de la naturaleza Por miles y miles de años esta pluma

Y así las ciudades alzadas por los

no existió pero sí la palabra

hombres dejarán de ejercer

que surgió de la fuente honda de la noche

sobre ti su imperio

y constituyó los dedos de la boca

Siento el dolor del alma

una herramienta un arma

como un dolor de pies

que el hombre construyó descubriendo

porque las huellas son el alma

que el mundo que veía además

aunque nadie lo haya dicho

llegaba adentro donde las fuerzas

El alma está aquí en este pie

podían congregarse y prestigiar

y su marca Deja el rastro

el fuego o la hormiga

en el tiempo que es este espacio

el frescor de la lluvia o el miedo al mar

No hacen falta grandes historias

Vana vanísima la fuerza de esta pluma

ni aún peor grandes palabras metafísicas

cuya única voluntad es la de remedar

—porque todas las palabras son metafísicas—

aquella Palabra que precedió

para explicar lo que tiene cinco dedos

a la cultura y al libro

y se transforma a cada paso

y entendió el Universo

y es con cada paso pie y alma

Vana vanísima suerte la de esta pluma

actos que crean huella y camino

y sus hombres que conocen el fuego

albergue y senda

por los fósforos y los termómetros

desenlace y material de olvido

que no sabe que primero el hombre

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fue un cuerpo

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Quita el como:

y el adentro lo mismo que el afuera

el alma es un pie

cuando nombraba la Palabra

tómalo por lo que es

La verdad esa triste palabra

un vehículo y una parte

que no dice la historia de estos dedos

formas que adquiere el olfato

ni de estos dientes Ven hermano

para pasar por la tierra

sorbe este puño siente sus llagas secas

tacto de vista

y comprenderás

oído para el silencio de las pisadas

porque aquí está la verdad de los elementos

Como el caracol que tiene alma

el tiempo tiempo y no el vano movimiento

y se desliza

que pretende desplazarse y crear variedades

así es el pie

del verbo ir


Siente este pie que ha estado en todas partes

Es aquí que vives

que ha conocido al mundo

Dentro de este cesto

Siente su desvarío su cansancio indiferente

Pero a veces un dolor no te duele

la terca misión de las ciudades que ha pisado

y entiendes (el olor)

examina este olvido del recuerdo

que es como decir el universo

esta llegada al fin al centro del signo

Amigo ¡cómo duele este espacio donde no hay

que trasciende sus mitades su

pecho

geometría humana y lúcida que

y es el pecho! Ese espacio sin físico

no borra su tristeza de muro ni el

donde las venas y los nervios son poesía

llanto de su orina Vive esta entrada

Para y siéntelo y descubre que el dolor

en lo que no es este momento en

cesa en los homóplatos y tus brazos

esta huella de tus genitales y tus puños

parecerían pertenecer a otro cuerpo

en este lugar en que estás viendo

Este dolor que no es dolor

el dolor de los pies de todo hombre

sino esta placa de éter

y no obstante los hombres no son pies

que cubre lo que no es el corazón que palpita

Pierde el encuentro de esta mirada

Pensar que los procesos digestivos continúan

y que tus huesos

¡Cuán poco es el cuerpo el cuerpo!

palpiten con la pretención de los odios y las huellas

Así en la punta de los dedos no hay nada

Llénate de esta llama e intenta

para decir este dolor

saber dónde termina

Las rodillas duermen el sueño de los justos

Entiende la verde esperanza de la angustia

y no son mías y esta cara

el tenue odio de los cerdos

de la que siento el calor de sus mejillas

que miran en pedazos sus pedazos

no existe porque queda por encima del pecho

la sangre que inventa la metáfora “río de muerte”

Y el pecho nada dice ni siente

Entiende la presunción de culpabilidad

y sería estúpido decir que es algo

de los vicios de todos incluso del de

y sin embargo en él se agrupa

las palabras o el del olvido

la presión de un millar de tornillos

Entiende esta soledad sin guarniciones

sin causa

la astucia irritada del transparente cretino

Aquí quedamos

tus vecinos tus compatriotas tus hombres

con este dolor en el pecho

hechos de hechos comunes

Y no soy ese dolor no obstante mis brazos fríos

innegables elementos de tus cadenas

o mis ojos cerrados

Vierte completa esta dificultad de sentimiento

Ese dolor en espera de no se sabe qué

el hermanado adulterio de nuestra poca cosa

porque esa es la naturaleza de todo dolor:

que hace de un criminal nuestro santo

mi pecho separado

la larga vía común de la sinrazón

aguarda la salvación que desconoce

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el lentísimo fluir de la benevolencia

y espera simplemente

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Aurea María Sotomayor

En la noche de Liboy, “hay un narrador” amnésico e insomne “Pero aunque parezca extraño decirlo, esas son imágenes tranquilizantes: los eventos realmente grandes en la historia de los desastres naturales producen incidentes más extraños, que olvidamos enseguida porque éstos tienen la virtud de provocar un olvido inmediato. Es decir, que hay incidentes en la historia de un desastre que ponen en duda la realidad que imaginamos. Sin ellos no sería contada toda la verdad, pero incluyéndolos se pone en duda la realidad del evento.”

Una habitación

Pensar en la escritura. Y en el acto de lectura. Empiezo a leer un texto de Liboy, olvido que lo leí, lo recomienzo sin darme cuenta que recomienzo. Recomienzo, lo leo como un déjà vu, leer como un déjà-vu. No me acuerdo de la anécdota, me acuerdo del empantanamiento del que mira fijo un mundo del cual no puede salir y se repite. Se repite, vuelve, regresa, se repite; se mira fijo, lo mira fijo, no sabe dónde poner la mirada que no sea en donde puso la mirada. Apuesta siempre a comenzar. Apuesta siempre a irse, a despedirse, a irse, a despedirse, a despedirse, a irse, se pierde, se desvanece, se va. Olvidé qué me dijo, pero me dejó una sensación extraña. No importa que haya desaparecido. Me dijo algo impreciso, como un soplo de viento en mi oído. No entendí lo que dijo. Quizás no tenga importancia, más allá del rumor que dejó. Prosigo y lo encuentro nuevamente. Me dicen que salió, que anda por ahí. No importa encontrarlo, no lo busco, tropiezo con él. Es un perdedor, un looser, transmite la sensación del looser: la intensidad del recomienzo, la demencia del recomienzo, su necesidad por las calles de su memoria. 57

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i. hay un narrador


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Hay un narrador que nos permite entrar de sesgo en sus historias contándonoslas mientras nos hallamos presos en su círculo de tinta. De ese círculo no se puede salir y seguimos girando en él, creemos que avanzamos. Hay, gibt es, nos hallamos, estamos, en un perpetuo déjà-vu que no depara sorpresas. El final sin sorpresas es la causa de que cuando volvemos a leer o a releer no recordemos nada del cuento que leímos, o recordemos algo, pero no recordamos cómo terminó. Sólo recordamos la anécdota que lo sostiene, como si se tratara de un paisaje inmóvil que vemos cada vez que pasa el bus y miramos por el cristal. Se trata del tiempo, de un tiempo estancado en el ámbito de la soledad más absoluta. Esa soledad que no tiene un marco psicológico aquí tiene que ver con el tiempo. No progresa el cuento, su estancamiento proviene de una cierta historia de horror, un horror insubsanable, imposible de ubicar. Estimo que aquí el horror atañe al rostro del otro que siempre es un desconocido cuya identidad es indescifrable; hay una imposibilidad de mirarlo cara a cara. Hay una no especificidad. El tiempo empieza con el rostro del otro, pero el narrador no puede verlo, no lo puede abrazar. El otro es siempre el pequeño hijo, la madre, la esposa. Sólo los ve de lejos, pero no puede acercárseles. Da la impresión de que cuando el narrador se acerca a una ciudad o a un pueblo lo mira de lejos antes de entrar en él. Antes de entrar, esa mirada distanciada lo recrea en la memoria. Quienes viven allí parecerían los sobrevivientes de un desastre mayor del que no pueden dar cuenta, de la hecatombe que supuso ese desastre. Ese narrador siempre acota el extrañamiento del pueblo, como si no se tratara del extrañamiento de la mirada que lo mira. Hay una falla en la memoria, pero esa falla se subsana para poder continuar. Ese lapso de tiempo, el tiempo en que ocurrió el suceso y lo que queda de quienes sufrieron el suceso, es el que nos interesa. El narrador no puede reconstruir el proceso en su verdad. Por eso insiste en la palabra “versión” o en todo caso “verosimilitud”; no puede recuperar la tragedia desde el punto de vista sicológico y por eso rezuma una ausencia de emoción. La insistencia en testificar que escribe una tercera versión, es decir, un fragmento, una relectura de la versión, así como el laberinto del narrador sujeto a la falibilidad de esas versiones, es una de las miras del relato “La tercera versión”. El resto de la perspectiva o del relato se halla en las dos versiones de “El piano”. El único objetivo del narrador es escribir una historia . Así se sobrevive, 58

podría decir. Parecería que halla un comfort ambiguo en la posibilidad de tender un puente entre el suceso imposible de contar y el presente a través de su relato. Pero cuando concluye su relato, tema subyacente a la mayoría de sus cuentos, ya el tiempo ha pasado. Ese resulta ser “su tratado de paz”. Pensamos en Nietzsche, la comunidad pacta con el lenguaje para evitar la guerra entre los hombres, acepta esa mentira de la palabra, que es la metáfora cotidiana aceptada por todos para sobrevivir. El hallazgo del extraño es el suceso más importante: ese relato, su hallazgo, lo ayuda a olvidar la hecatombe. Me interesa por qué el narrador insiste en afirmar que es un ser extraño. Ser extraño y actuar extraño son la misma cosa. Ya sabemos lo extraño que resulta el pez gato cuando se define. Escribir es un instrumento terapéutico, sirve para probar que no está enfermo, para dar evidencia de su cura. El narrador vive para repetir que está curado, a pesar de que insista en su extranjería.“Yo en cualquier versión soy un extraño que invita a la persona en su casa.”(49) El narrador es un rehab, un rehabilitado, con un máximo grado de desarrollo personal, el sin emoción. Su origen, no obstante, es el lugar de la emoción. Proviene de un evento traumático. Los demás describen al narrador: un niño de profesión que aunque ya es un padre, todavía vive en casa de sus padres. Pernocta con ellos, apuntemos esa palabra, pasa la noche. Su vida transcurre en un desierto y por la noche. Sólo halla alivio cuando puede refugiarse en el monasterio de la escritura, en esa alusión al Telema de Rabelais del que habla el primer cuento de esta colección. Ese espacio privilegiado designado para la consecución del deseo, es un lugar paradójico para quien padece del no deseo y ni siquiera está cualificado para suicidarse (“Penas del pez gato”). Me interesa de él su reflejo psicológico en un espejo. En una ocasión, al contemplarse vio “el cascarón roto del huevo y el increíble ser sufrido que está adentro, luchando por su vida, pero con una tranquilidad pasmosa. La luz que emite desde allí adentro ese luchador tranquilo, aunque todavía agrietada en el cascarón, es tan fuerte que si miro fuera del espejo, mi cara se imprime nítidamente en la pared blanca y deja allí un negativo.” De esa travesía insisto en lo siguiente: 1). la situación del narrador, una suerte de extraño camusiano, 2). la entrada en el espacio del arte, supuestamente el de su deseo, aunque sin deseo. Siempre se está entrando en Telema, en el nuevo apartamiento, en una noche de Bengala, en un pueblo que se avista de lejos, en un espacio donde ocurrió


un desastre, en las falsas sociedades literarias, 3). la escritura es la acción que se lleva a cabo en ese espacio, 4). en la escritura se entra como un minusválido, insistiendo en el acto, pero desprovisto de pasión, 5). la única emoción es la falta de emoción, su ausencia, ser siempre “un testigo ocular”.

entre las cosas. Hay, está. Su laberinto es la indiferencia, su conflicto es de amor, no puede acceder al tiempo, que es acceder al otro en su diferencia, en su posibilidad de diálogo, en su devenir.

ii. la noche

Regresamos al extraño. Sus oídos están agujereados por las sirenas y por los aullidos que pueblan la noche. Resiente que se permanezca en el mismo sitio, lo subraya: “todavía estamos aquí”. El tiempo le pesa. Viene del otro lado del desierto. Quiero insistir en su noche, en sus relaciones amorosas. Ambas atañen a la repetición, al adiós que le depara el tiempo, a la imposibilidad de que una persona mantenga la misma identidad, precisamente por ese tiempo que pasa. La emoción del cuento “Una cierta historia de amor”, la gran catástrofe, la que no se registra según la historia monumental, atañe al amor: el de hijo, el de esposo, el de padre. Recordemos las palabras: “Sufro esa tendencia. Suelo pensar que no es la misma persona, pero no tengo la menor evidencia que lo pruebe. Ya no eres la misma persona.”Continúa el cuento: “Te quise mucho. Pero nunca supe nada de ti. Nada. No veo nada. No me atrevo a mirarte cuando vienes. Siempre cerré los ojos. Tiene una mancha en el globo ocular derecho, sin mirar a la derecha se nota. También, como yo, cerraba los ojos. ”(“Una cierta historia de amor”, 141) Regreso al narrador, atribulado por la paternidad, siendo todavía un hijo que vive con sus padres. Todo termina en el amor. La obsesión de esta ausencia es el amor. El cuento “Prototipo Mayfair Galaxie” es extraordinario. Se enamoran dos autos. Cito: “El amor de ellos terminaría siendo más que nada un acto de justicia. Algo para ser dicho. Un caso, no un hermoso romance.” Y añade: “No se sabe si llegó a darse cuenta de que lo que le había pasado era un asunto que tenía que ver más con su trabajo que con él como amante. Y de verdad, nunca se sabe para quién se trabaja”. Para este narrador, contar un cuento siempre tiene que ver con la síntesis, es decir, la reducción del sentimiento. Esa reducción atañe a su situación profesional: ser cuentista. Así lo confirma el narrador. Su búsqueda es la de contar el cuento cuando sus sentimientos se enfriaran (“Regreso”). En eso consiste su extrañeza visible. Su espacio es el de la noche, el del desierto, el de la repetición. Es decir, el verdadero “retrato del pez gato” está en su regreso, el autorretrato del narrador. Desde ahí podemos recomponer la colección. “Regreso”es el texto-guía 59

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Levinas nos habla del gibt es, del hay, pensando en un cierto tipo de impersonalidad. Lo anónimo y lo impersonal, como “llueve”, la tercera persona impersonal. “This impersonal, anonymous, yet inextinguishable consummation of being which murmurs in the depths of nothingness itself we shall designate by the term there is. The there is, inasmuch as it resists a personal form, is ‘being in general’”. Levinas utiliza la metáfora de la noche para aludir al gibt es. En esa noche que lo permea todo hay un silencio absoluto. La voz de ese silencio es la fuente del temor. En esa noche se disuelve el Yo, en esa noche el yo sólo participa anónimamente. Se trata de una atmósfera imposible de penetrar por su densidad. Esa noche “es el trasfondo oscuro de la existencia, la presencia que nos convierte en insomnes”. Como nada es específico o determinado en esta densidad, ese espacio poblado de lo nocturno o su ambigüedad lo convierte en un espacio amenazante. Ese espacio nocturno, dice Levinas, nos entrega al ser. El horror tiene que ver con lo que regresa, el fantasma de lo que regresa, presente en casi todos los relatos de Liboy.”El horror, añade Levinas, nos condena a una realidad perpetua, a una existencia sin salidas.” Recordemos los cuentos pertinentes de Liboy: “Siempre te despides mejor”, “Ausencia”, “El Piano”. La noche y la repetición están presentes en toda la narrativa de Liboy. ¿Cuál es el horror de esa cotidianidad sin fronteras, de ese narrador que está dentro y está fuera de las cosas sobre las que habla, sus desdoblamientos? Sobre el trasfondo de la noche aparece el ser. Pero la noche no es su ausencia, sino su presencia indiscriminada, lo que hay. Poéticamente, le llama Levinas a la noche “la densidad del vacío, el murmullo del silencio”. Yo le llamaría a ese “hay” impersonal o a esa noche, un campo magnético. Por eso la descripción que hago de ese “hay un narrador” en los cuentos de Liboy nunca podría ser una narración negativa. Todo lo contrario. La atmósfera de estos cuentos manifiestan un estar general donde lo que hay es un noctámbulo e insomne narrador desplazándose

iii. y el amor


que indica la travesía de la colección. Se trata de un narrador que ha elegido entre dos opciones: el arte o la vida, el artista o el embrujado militar que se metió a las fuerzas armadas. Después de elegir ser artista, el amor se disolvió ante la expectativa de cura terapéutica y de escribir para un público nutrido. El narrador siempre es un personaje que de alguna manera está en el cuento y es uno de sus protagonistas. El conflicto oculto del cuento, nunca se devela como conflicto y es la manera en que se mira a sí mismo, como si el narrador no formara parte del encuentro, es decir, afirmando débilmente que él no es uno de esos que está mirando. El tono del relato comparte esta energía puesta en el equívoco de negar que es ése, el padre del niño que toca piano. Los lectores nos preguntamos por qué la insistencia de que tanto el piano del niño como el del padre no sea de verdad, que sea un piano de juguete u otra cosa insuficiente. Sólo representativa. El sentimiento, como dijimos, se diluye en la travesía de mirar. El na-

rrador en algunos momentos lo echa de menos (como a la casa original), pero parece haberse acostumbrado a no necesitarlo. ¿Qué pasa durante los otros relatos? Ámbitos recurrentes son el ruido de fondo, la acción de recomenzar la historia de múltiples versiones, el amor no correspondido, los malentendidos cotidianos, la pasividad, el impersonal gibt es. Al protagonista le pasan cosas, no es un agente de acción en el sentido estricto de la palabra, de la autoridad narrativa decimonónica. A él le dicen adiós, a él le pasan las cosas, a él le cuentan la historia o la vida de los otros, a él lo llevan a la casa, a él lo seducen. El ruido presente en todos sus relatos no lo enloquece, más bien él no sería sin el ruido, sin los gritos, sin las sirenas, sin el rumor, sin el viento agitando las ramas, sin el incendio devastador. En un momento describe esos gritos: “es algo hundiéndose, horripilante de ver. Oírlo nada más nos tiene gritando y dando golpes”. (111)

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(Presentación Seminario Federico de Onís, 9 de mayo de 2004)

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Bruno Soreno

Memorias inconclusas de Encerrado The relationship between life and purposefulness, seemingly obvious yet almost beyond the grasp of the intellect, reveals itself only if the ultimate purpose towards all single functions tend is sought not in its own sphere but in a higher one. Walter Bemjamin/The Task of the Translator We are at the edge of disaster without being able to situate it in the future: it is rather always already past, and yet we are on the edge or under the threat, all formulations which would imply the future – that which is yet to come – if the disaster were not that which does not come, that which has put a stop to every arrival. Maurice Blanchot/The writing of the Disaster y así lo hago en mi lengua, en la otra, la que desde siempre me persigue y gira alrededor de mí, una circunferencia que me lame con su llama y que yo, a mi vez, intento rodear, puesto que nunca he deseado sino lo imposible, la crudeza en la que no creo

Bar del hotel

Maurice Blanchot/The writing of the Disaster. Encerrado. Drug City, Dirt City, Dusk City, Drag City, Dog City, Dust City, Dawn City Dick City, Dark City. El carro detenido, las ruedas girando locas en retroceso sobre el pavimento rasgado en movimiento, la carretera sinuosa, el polvo, las faunas famélicas y atropelladas por anteriores viajantes, los árboles grises y agotados al borde del camino, 61

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Jacques Derrida/Circunfesión A nonreligious repetition, neither mournful or nostalgic, a return not desired.


los postes del alumbrado inútiles, las flechas de dirección mentirosas y los letreros indicadores de distancia fútiles (Drug City, 28; Dirt City, 31; Dusk City, 133, Drag City, 12), el universo entero y gris y entrópico viajando vertiginosamente hacia atrás. dniweR City. Encerrado en retirada, reflejándose en el espejo retrovisor, es la mentira. El espejo retrovisor es un reflejo de Encerrado, un cristal ahumado encerrado en Encerrado.

superficie. Las páginas del libro ciegas, quietas, mis ojos viajando raudos un viaje en retroceso por las avenidas de las líneas en las ciudades de las páginas, Drug City, Dirt City, Dusk City, Drag City, Dog City, Dust City, Dawn City, Dick City, Dark City. Las noches de Encerrado son cosas verticales y las estrellas parecen alejarse infinitamente de uno hacia arriba, pero no es verdad. Es uno quién cae sin fondo hacia el fondo, hacia siempre Encerrado. * * *

* * * Drag City, asiento trasero del carro: La Pata le aplicaba un bloullob fenomenal al miembro fláccido del Cuajo, que dormía roncando como una bestia. Abre los ojos, de súbito, el Cuajo, grandes. Mira hacia ambos lados del mundo, sobresaltado, el falo se alza en una erección instantánea, se viene, vuelve a su estado de flaccidez, cierra los ojos El Cuajo, ronca, todo en el mismo segundo. La Pata traga duro, se relame los belfos, se duerme la cabeza de La Pata en el regazo del Cuajo sobre el falo dormido del Cuajo. El Pelú, al volante, escupe el cigarrillo por la ventana abalanzándolo al aire en movimiento de Encerrado. Yo fumo aún, en el asiento del pasajero, y leo, absorto en las páginas de un libro flaco y azul, de derecha a izquierda, partiendo de la contraportada intentando llegar al límite, al origen, a la promesa imaginaria, a la primera palabra, al centro inaugural de Encerrado. Buscábamos al Maestro de Ceremonias.

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* * * El humo de mi cigarrillo quieto, yo bajando vertiginosamente, con ímpetu gravitacional hacia el abismo de la 62

No fue saliendo de Dog City, estoy seguro, que atropellamos al perro a 87 millas por hora o a la mujer. La hitchhiker fue luego. Voló por los aires head over heels igualito que el amor como 75 pies por segundo en un segundo, bien duro. Cuando tocó suelo tembló la tierra. Detuvimos el mundo, nos apeamos del auto y fuimos a ver. Todo un asco. Como ya tenía ganas, oriné sobre el cuerpo espantosamente en cantos. Fue solamente por variar que yo lo hice, yo siempre me meo encima y no me importa, los otros me joden, pero yo no hago caso. El mundo será Tlon, y como El Cuajo se había quedado roncando como un cerdo en el asiento trasero del carro, pues se lo perdió. Nos montamos en el auto. No chillamos goma, y la carretera y el mundo recomenzaron el movimiento vertiginoso en retroceso. Superada esta interrupción, volvimos a lo nuestro.

* * * No es verdad que no haya salida de Encerrado. Si uno supiera la frontera, el fin del territorio mustio, del suelo duro, del viento recio escapándose por entre los edificios y raspándole las sienes a uno y masticándole el alma a

Si uno supiera la frontera, el fin del territorio mustio, del suelo duro, del viento recio escapándose por entre los edificios y raspándole las sienes a uno y masticándole el alma a uno y las entrañas, uno podría salir.


* * * Dark City. Iluminada por incendios lejanos, en llamas los arbustos podados en formas de bestias domésticas, todo un Flaming Theme Park. Flaming Bushes anunciando profecías. Libros en llamas que llaman. Fuimos a la librería y allí estaba yo o algo muy similar a mí leyendo las Obras Completas de Poe. Me pegué el tiro en la sien, saqueamos la librería y nos largamos. El mundo volvió a correr bajo las gomas del auto y El Cuajo, pues como siempre. * * * Encerrado es un país de hierro, ancho y profundo. Grande es el territo-

rio que abarca . Son grandes sus llanuras y sus lagos. Grandes son su cielo y la tierra debajo de los cielos, y sangran. Hay países contenidos en el territorio de Encerrado, lenguas vivas y muertas, lenguas en peligros de extinción y en terrores de parto. Nacen y mueren gentes en Encerrado, les nacen pieles y almas a las gentes de Encerrado. Y lenguas. Vivas, muertas, y todo lo demás. * * * Al bum le pegamos fuego en Dust City, en la plaza. Ya El Cuajo estaba dormido y se lo perdió. Estaba loco como un chivo, el bum, y gritaba a galillo pelado. Yo estaba leyendo y me estorbaban sus gritos en los oídos, los míos, los del bum, los gritos. Hice un gesto de disgusto, como cuando le revuelven el pelo a uno en demasía cuando lee o cae la noche. El Pelú :se percató de los gritos : se levantó del banco en el que analizaba los libros :fue al carro :sacó una soga del baúl :se acercó al bum :lo jamaqueó un poco :lo llevó al árbol grande :lo amarró :lo abofeteó un poco :silbó. El bum, por su parte /se meó /se sacudió /habló malo /alzó la mano derecha a lá neonazi /refunfuñó /se cagó /jeringozó incoherencias /palpitó como un sapo asfixiado /se estremeció

/se acordó de la fórmula de Einstein /farfulló imprudencias /tarareó un bolero de Sylvia Rexach (Dime Capitán, tú que conoces las aguas de este mar...) /tiró pedos /mencionó al Maestro de Ceremonias Yo levanté los ojos del libro. Hubo viento. Me salí del carro, caminé hasta donde estaban el encancaramarrado y el encancaramarrador y le hablé al primero. “¿Qué?”, Le pregunté. “En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. !Loado sea Dios, Señor de los Mundos! !La bendición y la salud desciendan sobre el señor de los enviados, nuestro amo y dueño, Mahoma, y sobre sus familiares y compañeros; desciendan incesantes, continuamente, hasta el día del juicio!”, me respondió. Lo bañamos de gasolina. Metí mi mano en el bolsillo derecho. En el izquierdo estaban los cigarrillos. * * * He conocido las gentes, las geografías, los climas de Encerrado. He visto litorales, tundras, acantilados vociferantes, centros comerciales, tornados arrasando con casas y con ganado vacuno, luces de neón algunas noches y otras auroras boreales, que son lo mismo. He detectado el golpe seco de los desiertos y el hielo de las antípodas en la piel, la mía, el hielo, el de Encerrado. He detectado el fuego. He provocado el fuego. He sido el fuego. He hablado con gentes. He besado gentes. He odiado. He presenciado a los habitantes de Encerrado. En taparrabos los he visto. Con uniformes bélicos y túnicas religiosas 63

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uno y las entrañas, uno podría salir. Si uno quisiera, esto es. Realizar el sueño encerradounidense, that’s it, the sky’s the limit, solo que en Encerrado el cielo es oscuro como un ojo tenebroso y está atravesado de señales que pueden confundir al despistado. Señales de humo, flechas indígenas, flechas ígneas, flechas indicando caminos en lenguas que hay que saber traducir a las lenguas de uno. Flechas que se agarran de la carne y la cercenan. Flechas que traspasan sin llegar al otro lado. Lenguas de fuegos fatuos, apariciones, espejismos, fantasmas encerrados en el espejo retrovisor. Hay que saber moverse en Encerrado. Porque aquí el cielo no queda arriba. Arriba queda uno, y el cielo espera a uno más abajo, más atras, más en otro lado que otro lado, como el lado que le sobra a un triángulo de cuatro patas. Para llegar al cielo de Encerrado, para salir de Encerrado o meterse hay que saber decidirse ente los signos. Salir es siempre llegar a otro sitio: esa es la cuestión. ¿A dónde? That is the question.


los ha captado mi mirada. Han ido y los he visto en vistosos bikinis. Luciendo turbantes y en camellos rubios los he presenciado. En trajes de oficina, de noche, de baño, de novia, de Eva, en mortajas en yamulkas, en pavas. A algunos he matado, a otros he saludado con cortesía. He interrogado a otros, torturado aún a algunos otros, violado o acariciado tiernamente a algunos o a otros y nunca he amado a ninguno. * * * A la hitchiker no la atropellamos. La subimos al carro, le hicimos las preguntas de rigor, la carretera se detuvo al borde del carro y la violamos. La Pata fue la primera, y a la hitchiker le gustó. El Pelú tiró segundo, y la desesperó. Yo lancé último, y la hitchiker me escupió. El Pelú fue por el hacha y la despedazó. El Cuajo estaba dormido y otra vez se lo perdió. * * * No es nada peculiar el olor constante de Encerrado. Simplemente hay un trasunto de fragancia a final de página, de promesa casi a punto de cumplirse, de corazón delator anunciando su próximo y último latido. Como una guerra que los muertos huelen detrás en el pasado reciente, ignotos de su muerte, tu rostro tiene la apariencia de un campo de batalla, una devastación fundacional imperceptible y quieta en su atrocidad, una explosión sorda y permanente, un eco que nunca termina, así es Encerrado. Y vuelan las balas. Aromáticamente. Siempre huele a después.

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* * * Por fin, y cuando ya habíamos decidido largarnos de Encerrado, 64

dimos con el Maestro de Ceremonias. Fue en Dawn City. No mintió el bom, allí estaba muy sentadito en la barra Aquí me quedo, leyendo The Book of Thousand Nights and One Night, traducción de Burton. El Cuajo dormía como un jabalí babeado. Por única vez enternecido, incrédulo de tenerlo al fin ante mis ojos al Maestro después de tantas noches de búsqueda y persecución, le pregunté: “¿En cual de todas las noches es que habitas, Maestro?”. “En la milésima primera noche, hijo. Han hecho bien en encontrarme, este cuento tendrá un final feliz.”, me respondió. Le entregué el tomo con la página marcada, atestado de alegría y de alivio, sintiendo algo parecido a la redención, loco por irme, al fin. Estoy casi seguro de que Él al fin sentía lo mismo. Leía sonreído, alegre, ansioso. Una lágrima le bajó del ojo a la mejilla al cuello al corazón delatado justo cuando leyó la última palabra. Era TheThousand-and-Second Tale of Scheherazade, de Poe. El Pelú haló el gatillo, pero lo hirió. Yo disparé después. * * * The circle, uncurled along a straight line rigorously prolonged, reforms a circle eternally bereft of a center. Encuentro estas palabras en la segunda página de un libro sin fin que se titula La escritura del desastre, Maurice Blanchot, quietos, mis ojos, el libro remeneándose izquierda-derecha-izquierda y elevándose hacia el abismo de la superficie, formando una figura que, estirada, formaría un círculo. El libro escrito en otras lenguas, la cita alejada, contigua paralela a la lengua propia, el título desmadrado por una violencia de lenguaje como él quiere. “Bah, que importa”, me digo. Escupo mi cigarrillo a medio quemar. Encerrado es el círculo, es la línea, Encerra-

He interrogado a otros, torturado aún a algunos otros, violado o acariciado tiernamente a algunos o a otros y nunca he amado a ninguno. do es el centro incesante inexistente y yo no hago caso, el mundo será Tlon. La carretera sinuosa una cinta de Moebius. Metí mi mano en el bolsillo derecho y el libro se desastró, las páginas quemadas viajando en retroceso por el aire oloroso siempre a después de Encerrado. En el bolsillo izquierdo, los cigarrillos. * * * Salimos de Dusk City al amanecer. No fue difícil escapar a las patrullas y a los albatros que nos perseguían intentando colgarse a nuestros cuellos, dada la rapidez del mundo. Letrero, en movimiento perpetuo hacia nosotros, hacia atrás, hacia el tiempo enrollándose como un gusano hacia sí mismo: Drag City, 12. El Cuajo se despertó con los ojos grandes y peludos, miró a ambos lados del mundo y preguntó: “Are we there yet?” Cerró los ojos, roncó. La Pata le bajó el ziper. Agachó su cabeza, la de la Pata, sobre su regazo, el del Cuajo. Buscábamos al Maestro de Ceremonias.

Bruno Soreno San Juan, enero, 1999


En uno de los diálogos socráticos, el Ión, se dirime la relación existente entre el poeta y el crítico. La disquisición socrática ronda el estímulo de cómo el arrebato poético toma por presa a ambos, al poeta y a su intérprete, de modo que el último, en la medida en que sólo puede apreciar a un poeta particular, lo hace porque ocupa el lugar del poeta en el momento de leerlo, invadido por el mismo delirio o furor. Es decir, el dios que invade al poeta también invade a su intérprete. Es evidente que Noel Luna, en su poemario, por razón de la invocación a los poetas que admira, se coloca en el mismo círculo de iniciados. El primer libro de su colección, Hilo de voz, lleva por título Eros / Ión. Al suprimir la diagonal, leemos la palabra: erosión, que es el desgaste producido en la superficie del cuerpo por el roce o la acción de otro. No es al crítico inspirado (Ión) a quien Sócrates celebra casi irónicamente al concluir su diálogo, sino al poeta involucrado en su decir divino. Luna, el poeta, invoca al otro que es su tradición, a través del epígrafe o la cita, que funcionan a manera de conjuro. Ese conjuro o invocación roza su escritura y la graba a manera de un tatuaje. La cita es tan insistente como el apóstrofe y por ahí se abre el texto a la interpretación. Claro, pensar un libro de poesía a partir de sus mecanismos internos, es una de las gracias que le depara este libro a sus lectores. La travesía que inicia el hablante poético es evidente. Las estructuras de los poemas se vierten hacia un “tú” , el apóstrofe que signa el itinerario de la búsqueda. La escritura es uno de los términos de ese tú, encarnado en un principio en la amada como fuente de inspiración. El hablante recorre las calles de una ciudad fantasmal en una noche incendiada por la memoria, divaga por la forma que le impone su tema y termina fragmentándose, en sílabas de aire y espuma al concluir su jornada. Este breve ensayo desea recorrer 65

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Aurea María Sotomayor

La erosión del apóstrofe, seguido del cultivo de la cita y el alfabeto: Hilo de voz, de Noel Luna


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tres mecanismos repetidos de su texto que sirven de brújula al disfrute de este apolíneo, y sosegado poemario: el apóstrofe, la cita y el alfabeto. El segundo título de la colección, Libro de la noche, permite la predominancia del yo poético engastado en su apóstrofe, a manera de una piedra preciosa montada sobre su metal. “Tú” es la noche, es la amada y es el primer roce que da fe de la erosión. Por eso, preciso es comenzar por el Libro de la noche, poemas de corte confesional, matizados por un hablante sumido en un cuarto vacío, devastado y oscuro donde a la lumbre de un cigarrillo se sueña la biblioteca de Alejandría quemándose. El estado de vela nocturnal, así como el abandono al sentido del oído denotan, pienso yo, la disposición anímica del hablante. Las imágenes pueden menos que la música o el oído en esta existencia fantasmal dada a la espera y al silencio. En esa noche ocurre el amor y la promesa que no se cumple, en esa noche deambula por una ciudad extranjera que es sólo un sueño, en esa noche se esfuma la posibilidad de olvidar, en esa noche el hablante comienza a disolver su identidad, la amada se hace paja y se naufraga en una mar de polvo. Es en esta noche que el hablante comienza a extraviarse y el apóstrofe se endurece en torno a una conformación. Aquí la palabra misma se descubre como forma para posteriormente reconocer a su dios, la poesía, así como su principio y fin, que es el silencio. Es una noche llena de incendio, fuego, ceniza, humo y silencios. Se trata de la noche de la desaparición y de la nada donde podemos apreciar con cuánta intensidad brillan las ascuas entre las cenizas. El Libro de la noche es el libro de la desesperación y de la pérdida y, los otros dos libros, los de la búsqueda reconciliadora transformada en poética. Es en el Libro de la noche donde adquieren sentido los dos epígrafes que encabezan la colección: la invocación al Darío de “Yo persigo una forma” (Prosas profanas) y el Gorostiza de Muerte sin fin. En ambos poetas, la búsqueda de la forma sugiere una búsqueda ulterior. El apóstrofe que signa al Libro de la noche ofrece la clave de la resolución de esa búsqueda cuando adquiere la forma de la dedicatoria en que se explaya o se extiende más allá de sí mismo. Como en Gorostiza, se trata de la distinción forma / contenido, tan manida en las aproximaciones pedagógicas a la poesía. No hay distinción. El “cuello del gran cisne blanco” que interroga al hablante dariano no es más que el descubrimiento de la desestabilización de quien lo enuncia en el mexicano. El hablante revela su yo en la fusión con el tú. El apostrofado contenido es la forma misma de su hablante: “y en medio / de este cántaro roto 66

/ que es la noche / te vuelcas en silencio, / te derramas en mí / como en tu forma, / ahogando mis orillas, /... dice en la página sesenta y cinco, y en el próximo poema: “Llego a ti como al borde / y desde ti me lanzo. / Perdona que sólo te regale / ángeles caídos del vaso / de tu desbordamiento”. El intercambio simétrico entre el contenido y la forma, el apostrofado tú y el hablante que lo contiene, se disculpa por su falla: dar razón del poema o los “ángeles caídos”, en una presencia semejante a la irrupción del diablo desacralizador que hace su aparición al finalizar el poema Muerte sin fin, de Gorostiza. Ya aquí el hablante habla desde su muerte marcada por el verbo “lanzar” y se disculpa por la ofrenda. El poema confesional revela el nombre de su producto, los “ángeles caídos”. De la noche tenebrosa poblada de silencio emerge, como también al hablante de Muerte sin fin lo cerca, la muerte que lo acecha y lo enamora “con su ojo lánguido”. De esa muerte iluminadora resurge el hablante del segundo libro, Eros/ion. “En el rigor del vaso que la aclara / el agua toma forma / -ciertamente,” dijo Gorostiza. La noche regresa en este libro de sonetos donde, unida al tópico del insomnio, se despide del yo para construir al otro que vuelve a ser el mismo. El abismo (39) es una palabra interesante en esta sección puesto que el juego ahora depende de la entrada y salida del espejo yo-otro. La fuga, el extravío, la esquivez, son verbos muy presentes en esta serie y son además movimientos preferidos de los elementos que lo habitan, tales como el agua, el viento, la espuma, y de la voz poética, para quien sentirse como Nadie (Ulises) procura la posibilidad de continuar la fuga, recuperar la búsqueda o retardarla. Pero algo halla Nadie, y es la recuperación de la escena central del Libro de la noche en “Tres sonetos: Insomnio, Memoria, Olvido.” El epígrafe de José María Lima conjura el viejo apóstrofe: “Se trata de tus bordes / y lo que ellos albergan”. Cuando dice Memoria se trata de palabras, del vértigo que rodea a verbos dinámicos y sustantivos cifrados en el evento de la ceremonia, y cuando dice Olvido recupera el ciclo del eterno retorno o el abismo, simbolizado en el reloj de arena o la serpiente que se muerde la cola. Más que a la multiplicidad, el libro conjura al uno: “ya soy yo mismo, al borde, en el confín / en donde se dibuja al fin el fin.” El apóstrofe inicial a la amada permite leerse en el poema que finaliza esta sección: amada es la palabra. El “ubi sunt” es el del amor de sílabas y viento, la forma perfecta (enumerada) del soneto, soneto perfecto logrado, como el de Lope de Vega, alabando a la forma. Sin embargo, ese vaso perfecto, por perfecto, contiene escenas tan dolorosas como la de “Presencia”:


El gran acierto del poema es el silencio que lo atraviesa, ese tú que los lectores equivocamos que es el del amor que se aproxima envuelto en sombras. El silencio respecto a quién pudiera ser finalmente se devela: es el de la soledad, y “tu verdad” es la del hablante enfrentándose al espejo que le devuelve la ausencia, hasta ese momento envuelta en la personificación, para engañarnos. No es éste el único espejo del texto. Continuamente el hablante de este libro, inmerso todavía en su habitación, se asoma a una ventana o entreabre una puerta para mirar. El “cautivo” nos muestra el rostro del delirio que es mirarse. Hablando del espejo, del cristal o de los ojos afirma: “Tu culpa habita en ellos. Son tu abismo. / Lo mirarás, y luego, en lo profundo / te mirará desde otro espejo el mundo”. Nietzsche lo dijo ya: si se mira muy profundamente el abismo se refleja en ti. Al finalizar este libro el hablante esparce las cenizas del incendio de la primera escena, conjura a Borges quemándose en su texto y va construyendo relatando la borradura. De ahí las alusiones a las sílabas que estallan, al grano de la voz, al eco, a la palabra hecha espuma, al verso convertido en viento. No sólo evoca a Borges, sino también al Neruda que describía el mar y su desmoronamiento apoteósico (“El gran océano” del Canto General). Este libro da paso al temario del próximo, Hilo de voz. Lo percibo al leer un verso del último texto de Eros/ Ion, “Espuma”: “Enigma de la voz: aunque resuena / silencia lo esencial, que es lo que abruma”. Hilo de voz, la última serie de la colección, se organiza a partir de un arbitrario orden alfabético. El mito de Ariadna, la tejedora, inicia el motivo de un hilo que paradójicamente aspira a la voz, mientras se organiza como escritura y juega con su propio nombre en poemas como “Luna” y “Personas del verbo”. Justo antes de concluir el libro invoca al yo tan familiar, el del hablante poético, para decir que cae. Y

mientras tanto, pende a lo largo del texto, suspendido de las letras del alfabeto. Mientras el hilo de voz se pretende para ser escuchado, cada uno de los poemas lanza la madeja que se extiende a lo largo de la escritura. La voz se suspende en el tiempo y la escritura se extiende sobre la página, quizás como testimonio de su fugacidad así como de su perduración. El vaivén del texto se consuma en el ir y venir por la voz y la escritura, por lo escuchado y lo visual, proliferando la forma del poema breve, al borde de su inexistencia casi epigramática, imaginista o letrista. A pesar de la vanguardia, Luna no se desprende de la otra tradición, como permite que leamos en “Caligrafía”, en donde advierte la relación del yo con los poetas que lo preceden. Con el texto de la tradición adueñándose de su mano, escribe en un proceso que más evoca el trance doloroso de un tatuaje. Mientras, del otro lado del libro, el “hilillo de voz” remite a un libro vertido a la sensualidad violenta e inestable de lo aural con sus alusiones a la sonoridad, al oído, la voz, el eco, la melodía, el diálogo. En este libro hay más pasión de la que pueda parecer y se cifra en el deseo en ansia de la voz, de la boca, del oído y de la poética que augura: “No queda más que desearte”. La colección se consolida a lo largo de ese hilo encerado por la interrogante, por el apóstrofe y la cita. Del soneto pasa al verso libre del poema breve o el aforismo, y de éste a la letra, el alfabeto que ahila la última serie del poemario. El texto de Noel Luna parece reiterar la vocación del poeta de abraz(s)ar la poesía. ¿En qué consiste la relación sino en un trance imposible de razonar? ¿Cuál es el origen de un texto literario? ¿Quién es su dios? Luna mantiene la pregunta abierta a lo largo de su colección, Hilo de voz, así como examina varias formas estróficas y rítmicas en el intento de formular la interrogación de manera más acezante. La intensidad de la voz poética se halla en la iteración de esa última pregunta. La erosión de la forma va acompañada de su dios, encitarado en los epígrafes. Desde allí contempla lo poético, sus procesos, sus divagaciones. En algunas estéticas contemporáneas, la persecución de la forma parecería negarle posibilidades al dios. Sólo una larga disciplina le abre la puerta al éxtasis. De ahí que no es por obra del cálculo que se llega a la forma, sino por lo contrario. Como el poema es su propia transición se recicla en su forma, y la amada apostrofada se convierte en forma transformada. En ese sentido, es la amada en el amado transformada, rozado por las letras desde la A hasta la A en un retorno eterno. 20 de marzo de 2005 Guaynabo

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Tu sombra se aproxima lentamente. Dibuja un rostro claro. Tu presencia va deshaciendo el cuerpo de tu ausencia. Ya no eres sólo un símbolo. Detente. Regálame un instante de tu prisa. Otórgame los dones del oscuro reflejo de tu forma sobre el muro y el eco imperceptible de la brisa golpeándote la carne. Haga el ocaso su rito inacabable, su minúsculo y quedo movimiento en el crepúsculo y apúrese sin más tu lento paso. Que seas ya tu imagen, tu verdad frente al espejo, y llegues, soledad.


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Irizelma Robles

Poemas

Antiguamente entre los indígenas precolombinos casarse era entrar a un cuarto de cuatro paredes a anudarse la falda con la camisa del marido a convivir entre esas ropas por cuatro días tendidos sobre una manta a la que llamaban petate mientras la partera esperaba tras la puerta que las cuatro esquinas dieran en el centro y todo fuera la forma de dios recién parido que era una mazorca de maíz desgranado como reloj de arena como tiempo. Ella decía “de mi maíz todos los granos” y él le respondía con la serpiente y el azadón con todo su esfuerzo. * * *

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Restaurante

Sacerdote del cerca y del junto intermediario del tedio y del día digamos juntos la oración del beso ahogado digamos de la suerte que corren los siglos cuando se ama y se olvida la historia del hombre cuando de amor se trata 69


y no importa el origen del estado ni la cacería de mamuts cuando ni un hombre ni una piedra podían más que un dios y todo misterio, todo secreto quedaba a buen resguardo de las cuevas. Intimo y diario digamos juntos los secretos nuevos la misteriosa claridad del día que nos toca. * * * Enjaezado el cuerpo de jubones nuevos de ropas dispares y brazos inexactos que no miden la distancia entre el abrazo y el mimo la caricia forja muda una redondez que penetra en los lagos de su boca y queda todo enjabonado de jaezas y aljibes de pormenores y comienzos todo queda dispuesto como los caballos de los viajantes o las almohadas recibidas por el pelo de las novias * * * Lástima del amor que perdió aquellas alas que las dejó enredadas en la techumbre de los árboles no se lanzó más sobre el aire a recoger las sobras de los pájaros que son las migajas de Dios sus alas que eran dos hojas de papel cortado a la medida con las tijeras de una niña y sus manos diminutas puestas de acuerdo para cortar bien, para tan solo cortar mientras su vuelo era los granos de arena de una playa en el puño, un mosaico de arena colorida sobre la tierra de Antigua.

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Cuando mi corazón se torna hombre que come y bebe de otros corazones para amar una forma vedada del ritual antiguo renace donde los arcabuces hacen nido en las maderas de los barcos * * * De sólo mirarte podría decir proa o barcaza de tan solo verte así cerquita tirando de las sogas, amarrando tus nudos, bastaría para decir que todo lo que navega es mi casa pero no quiero ver ni que tú me enseñes a decir cosas no dichas tan sólo para mirarte tantito cerca barquito y papel


Otra habitación

EN SUS MÁXIMAS Y MÍNIMAS DE SAPIENCIA PEDESTRE (1982), el poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen incluyó un breve poema en prosa titulado “Idolo.” Lee como sigue: “Se arremolinaron de repente las palabras para formar un bloque compacto e indisoluble al cual no quedaba sino someterse.” ¿A qué refiere tan lacónica imaginación? Quien conozca la poesía de Westphalen habrá sospechado que se trata de una enunciación eficaz del efecto que produce el primer encuentro con su propia poética, dada a la momentánea intensidad que procuran la apretada brevedad y el carácter contundente, agresivo––incluso violento––de sus imágenes. Baste con recordar, por su potencia emblemática, el título Belleza de una espada clavada en la lengua, bajo el que Westphalen recogiera su deslumbrante y breve obra poética escrita entre 1930 y 1986. Sus poemas y muchos de sus títulos tienen el mismo aire conclusivo del texto citado. Al leerlos, uno también siente cómo “[s]e arremolin[an] de repente las palabras para formar un bloque compacto e indisoluble al cual no qued[a] sino someterse.” ¿Pero de qué signo es dicho sometimiento? La imagen de Westphalen dibuja la escena mínima que aúna los actos de escucha, escritura y lectura. Se trata del momento de la exposición a las palabras, que se imponen. Y aunque la escucha y la escritura del poema se contentan a menudo con rumiar las secretas resonancias que vibran en su tensa voz exacta, sometiéndose a su aparente inmediatez, la lectura está llamada a explicitarlas, siquiera de modo conjetural, resistiendo su encanto. En el caso que nos ocupa, dicho llamado a la interpretación lo efectúa el título––Idolo––cuya economía no disipa su ironía: hace un juicio de valor que niega lo que afirma el poema. El título Idolo evoca los platónicos ídolos de la caverna glosados por Francis Bacon, el crepúsculo nietzscheano, y la rica crítica de la ideología burguesa del arte que llevaron a cabo pensado71

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noel luna

Si digo soledad para buscarte


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res como Walter Benjamin y Theodor W. Adorno. Para ambos, el sometimiento al que alude el poema de Westphalen, traducción eficaz de una ideología del arte fundada en la noción del dominio, constituye un nódulo del debate sobre la autonomía del arte moderno. Tal como lo vieron Benjamin y Adorno, el arte es una forma particular de conocimiento negativo, no el mero impresionismo de una sensualidad anterior al pensamiento. Corresponde al crítico dilucidarlo, mediante el lenguaje, en el moroso trato con su objeto, dejándose afectar por éste. La crítica efectiva es aquella en la que la subjetividad cognoscente retrocede oportunamente en pro de una mayor proximidad del objeto en cuestión. No se trata de ejercer dominio sobre el mismo, midiéndolo o clasificándolo, sino de dejar, al contemplarlo quedamente, que sus facetas vayan bosquejándose en una constelación lingüística que lo traduzca, siempre insuficientemente. La experiencia estética no se reduce a ese primer encuentro deslumbrante con su objeto, al que momentáneamente se somete, como ilustra el poema de Westphalen, sino que se concreta, posteriormente, en cauto distanciamiento. Título y poema––diáléctica detenida––se ponen en entredicho mutuamente, lo que en una poética tan dada al constante cerco minucioso del silencio como la de Westphalen no es sino fidelidad y coherencia. El poema no resuelve la contradicción, más bien la contempla. No podía no comenzar hablando de Emilio Adolfo Westphalen, tal vez el mayor poeta secreto que haya dado la literatura latinoamericana del siglo veinte. Tal vez el mayor porque una vez leída su obra, la de muchos otros poetas justamente admirados parece poca cosa al lado de la del peruano. Secreto porque así lo quiso él: las tiradas de sus contadas y menudas series poéticas antes de 1980, a un año de sus setenta, fluctúan entre los cien y los docientos treinta ejemplares. La lectura de la poesía y la ensayística del poeta peruano ha sido uno de los vínculos duraderos entre Néstor y yo. También la poesía del español José Ángel Valente, la del argentino Roberto Juarroz, y la de la peruana Blanca Varela. Esa nómina mínima ha sido, por algunos años, comidilla de nuestro cotilleo, por teléfono, correo electrónico o cara a cara. Ése es el horizonte de lectura del admirable Animal pedestre. No tan sólo porque los haya leído y releído, sino porque Néstor potencia diversos motivos, modos y tonos de aquéllos con su escritura. Varios poemas de su libro son tratados en miniatura, condensadas reflexiones sobre alguna poderosa minucia encontrada en las páginas de alguno de sus muchos autores de 72

Ésta es una poesía objetivista, sin sed de dominio, volcada hacia fuera, incluso a la interperie o la deriva, aunque el lugar al que aludan sus voces a menudo sea un recinto cerrado. Por eso es tan modesto su uso de la primera persona: porque instalarse demasiado firmemente en la ficción del yo es ya no ver, no oír, no contemplar.

cabecera. Baste con decir que Westphalen, Valente y Varela, en su varia dicción, comparten análoga inclinación por la intensa brevedad, por el cuido puntilloso de la palabra––de su fractura––y por los pliegues obsesos de la mirada. Poetas que cuidan la música de su imaginación lo mismo que la de su verso. Oyen y miran quedo. Igual Néstor. Existen varias versiones previas de los contados poemas que componen el admirable Animal pedestre. El más antiguo habrá sido escrito cerca de diez años atrás. Puerto Rico, la República Dominicana, los Estados Unidos, España y Canadá son sólo algunas de las latitudes que intercecan su travesía, imprimiéndole huellas, siquiera minúsculas. Para Néstor, la poesía es arte portátil, oficio del ojo y el oído, labor de testador que sabe retroceder oportunamente para que se constele su objeto. De ahí la exacta brevedad de imágenes tales como la de su ardilla y su ciguapa, velocísimas. Ésta es una poesía objetivista, sin sed de dominio, volcada hacia fuera, incluso a la interperie o la deriva, aunque el lugar al que aludan sus voces a menudo sea un recinto cerrado. Por eso es tan modesto su uso de la primera persona: porque instalarse demasiado firmemente en la ficción del yo es ya no ver, no oír, no contemplar. No hay que pensar, sin embargo, que se trata de una poesía de la inmediatez de la experiencia, nacida in situ. Animal pedestre es obra de oficio, labor de taller. A pesar de que la mayoría de los poemas dicen el ahora de la contemplación, la claridad y la precisión de sus imágenes delatan


revelara al hombre la técnica del fuego, patrono de los artesanos en la Antigüedad––dicho hacedor era conocido entre los griegos como demiurgo. La habilidad técnica de los oficios especializados era percibida entre los antiguos como una suerte de participación de lo divino, acaso porque la técnica consume su devenir en la eficacia o el acabado que procura su acción. En todo caso, revestir el virtuosismo técnico con un aura religiosa denota una pobre definición del dominio propio de la técnica. En el dominio del oficio y la técnica poética, ello es tan cierto para la antigüedad griega como para nuestros días, pródigos en poesía fácil, ingenua o charlatana. En el libro Mito y pensamiento en la Grecia antigua, Jean-Pierre Vernant señala que el mundo de Homero no diferenciaba entre el logro técnico y el mágico: “Los secretos del oficio, los movimientos del especialista, se incluyen en el mismo tipo de actividad y ponen en juego la misma forma de inteligencia […] que el arte del adivino, las astucias del hechicero, la ciencia de los filtros y los encantamientos de la maga. Por lo demás la categoría social de los demiurgoi comprende, con los profesionales del metal y de la madera, las comunidades de adivinos, de heraldos, de curanderos, de aedos.” El estado actual de la poesía y de su recepción comporta una recaída en esa indiferenciación arcaica entre el artista y el charlatán. En materia de poesía, resulta cada vez más difícil distinguir la entretenida prestidigitación verbal de la labor intelectual responsable. Libros como Animal pedestre confirman, por rigurosa vía negativa, que escribir y alabar mala poesía abdica los hallazgos de una cultura poética que fue potenciándose durante siglos en tensa relación con la racionalidad occidental. Cada uno de los poemas que componen Animal pedestre esconde una larga reflexión, condensando motivos que resuenan en el conjunto. Hay que seguirle la pista, por ejemplo, a su insistente figuración del miedo, rica en alusiones y sugerencias. El poema El primer miedo, por ejemplo, conjuga la alusión al pavor que infundía, en la mitología griega, la aparición del dios Pan–– famoso por su lubricidad––con un íntimo tono épico que recuerda el poema Troyanos, de Cavafis. Ambos son tributarios del canto número veintidós de la Ilíada, en el que el troyano Héctor, valeroso hijo de Príamo y Hécuba, huye despavorido del colérico Aquileo. Animal pedestre es un libro rico en referencias y alusiones literarias, por lo que su lectura suscita la misma pasión filológica que lo propició. Con ello no hace sino cum73

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una paciente elaboración y afinación del instrumento. La economía de su lenguaje es inversamente proporcional a su frecuentación de gramáticas y diccionarios. No los consulta como quien quiere capturar de una vez y por todas su presa, sino más bien como el que sabe que, en materia de poesía y pensamiento, la distancia más corta entre dos puntos suele ser un largo rodeo. Pide que el camino sea largo, aconsejaba Cavafis en su célebre poema Itaca. Hemingway decía escribir ceñido al precepto del témpano de hielo: “El témpano conserva siete octavas partes de su masa debajo del agua por cada parte que deja ver.” Los poemas de Néstor Rodríguez fueron trabajados con idéntico precepto: sólo dejan ver la punta del iceberg. El poeta calibra la palabra: la mide, la sopesa, la calcula. Se trata de un proceso lento, hecho sobre todo de espera y aburrimiento, figurado en el poema En las moradas aparentes: “Si miro como ahora, desde abajo, / el techo que muda su más liviana piel / me obsequia dos pentágonos. / No sosiega la tarde en su cadencia de siempre, / se consume la tarde, / no labora el testador.” Ese tiempo aparentemente autónomo es como el reverso del imperativo de productividad calculable y eficacia de la sociedad administrada, a cuya racionalidad de dominio contrapone un estado vacante. Es ahí que el sujeto lírico retrocede, en pro de una mayor cercanía de su objeto. Para Walter Benjamin, el aburrimiento es el ave que incuba el huevo de la experiencia. El poema En las moradas aparentes, cuya forma es producto de ese largo vaivén entre la inquisición y el aburrimiento, contempla dicho vaivén como su objeto, es decir, lo tematiza. El estado vacante que el poema tematiza––“no labora el testador,” nos dice––es puesto en entredicho por el hecho de que ese no laborar, sin embargo, es causa eficiente del poema. El aburrimiento no obra milagros, sugiere la ironía, sino que potencia la labor inquisitiva. Aburrirse es un arte, similar al arte de perderse en la ciudad que Benjamin preconizaba. También se parece al desvelo: “Palabra, ¿por culpa de que culpa / me desvela tu tantálica materialidad?,” musita otro de sus poemas. Animal pedestre es un magnífico antídoto contra el grueso de lo que pasa hoy por poesía, producto de la prisa empedrada de buenas intenciones, las ganas de entretener, y el ansia de conquistar los quince minutos de fama correspondiente. Afortunadamente, el de Néstor es un libro anacrónico: el cuidado con el que se fue haciendo queda económicamente retratado en los oficios del antiguo hacedor nombrado o aludido en varias de sus páginas. Devoto de Prometeo, el previsor––titán que


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plir con una condición indispensable de la buena literatura: que nutra la curiosidad, que dé ganas de conocer más y mejor. Un poema de la calidad de Roberto Juarroz por ejemplo, propicia que se indague sobre el sujeto en cuestión, pero su disfrute no depende de dicha indagación. Las referencias y alusiones que recorren el libro no son sumisas glosas de textos venerables, sino ejercicio de la imaginación que los aprovecha. La experiencia lingüística que es el poema es muchísimo más importante que las referencias literarias que contenga. Más que cualquier genealogía del miedo como motivo literario prestigioso, importa la intensa experiencia de lo negativo que muchos de los poemas de Animal pedestre evocan. Negatividad que se potencia aun más mediante un lenguaje que no cesa de cercarla, desde sus primeros tres versos: “Afuera ya no hay ruidos / sino los necesarios, / no así dentro.” Ausente, demora, distancia, insondable, espanto, baldío y silencio son sólo algunos de los términos negativos que configuran ese primer poema, Razones para el miedo, comienzo de una indagación y de un tono que resuena hasta el último, Postrimerías. Ese tensa apertura hacia lo otro que son el miedo, la atención flotante del aburrimiento y la prolongada inminencia del desvelo se transforman en emblema de un método, una técnica, una poética, que no son, desde luego, todo el poema. He querido cifrar esa poética con el título de este ensayo, Si digo soledad para buscarte, con el que se proyecta ese retroceso del sujeto en pro de una mayor apertura hacia el objeto. La certeza del digo soledad queda eclipsada en el si que lo condiciona; para buscarte da fe de la tensión entre el sujeto decidor y el objeto aludi-

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do. Tensión que traduce la forma exacta de la frase, Si digo soledad para buscarte.. Quiero terminar leyéndoles uno de los poemas del libro que prefiero, justamente el que lleva por título Roberto Juarroz. Salgo a despejar la voz que se contrae con los días. De la mano la llevo en procura de esa ruta invisible levantada a sus espaldas. Qué digo, no conduzco esa voz retorcida por los flancos, ausente de todo y gozosa de sus giros. En cualquier momento volveré hacia ella mi humanidad sobria y contenida como quien amaña improvisadas razones, siempre inútiles, con las cuales hacer frente a las formas ahora descubiertas del secreto. Figuras devolviéndome en las calles, en la fijeza de esos muros, la pesada indiferencia de la voz, ajena de mí.

San Juan, 28 oct. 2004


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