Heredera de fuego

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Capítulo 1 Traducido por Kira Corregido por Melody

Dioses, estaba hirviendo en este inútil pretexto de un reino. O quizás se sentía de esa forma porque Celaena Sardothien había estado holgazaneando en el borde del techo de terracota desde media mañana, un brazo echado sobre sus ojos, quemándose lentamente en el sol como las barras de pan sin levadura que los ciudadanos más pobres dejaban en el alfeizar de sus ventanas porque no podían costear hornos de ladrillo. Y dioses, ella estaba cansada del pan sin levadura, pan ácimo, como ellos lo llamaban. Cansada del crocante sabor a cebolla que ni siquiera los tragos de agua podían quitar. Si ella nunca comía otra mordida de ácimo nuevamente, sería demasiado pronto. Mayormente porque era todo lo que ella había sido capaz de permitirse cuando había llegado a Wendlyn dos semanas antes y había hecho su camino hacia la capital, Varese, justo como ella había sido ordenada por su Gran Majestad Imperial y Maestro de la Tierra, el Rey de Adarlan. Ella había recurrido al robo de ácimo y vino de las carretas de los vendedores desde que su dinero se había acabado, no mucho luego de que había dado una mirada al demasiado fortificado castillo de caliza, a los guardias de elite, a los estandartes de color cobalto ondeando tan orgullosamente en el seco y caliente viento y había decidido no asesinar a sus objetivos asignados. Así es que había sido robar ácimo… y vino. El amargo vino rojo de las viñas revistiendo


las ondulantes montañas alrededor de la amurallada capital, un sabor que ella había repudiado al comienzo pero que ahora disfrutaba demasiado. Especialmente desde el día en que ella decidió que ya no le iba a importar absolutamente nada. Ella se estiro por las tejas terracota inclinadas detrás de ella, acariciando por la jarra de vino que ella había arrastrado hasta el techo esa mañana. Palmeando, tanteando por ella y luegoElla maldijo. ¿Dónde diablos estaba el vino? El mundo se tambaleo y se volvió cegadoramente brillante mientras que ella se levantaba sobre sus codos. Las aves circulaban sobre ella manteniéndose lo suficientemente lejos del halcón de cola blanca que había estado posado sobre una chimenea cercana toda la mañana, esperando para atrapar su próxima comida. Debajo de ella, la calle del mercado era un brillante tejido de color y sonido, lleno de rebuznantes burros, mercaderes ondeando sus bienes, ropas familiares y extranjeras, y el repiqueteo de las ruedas contra el pálido adoquín. Pero donde diablos estaba elAh, ahí. Insertado debajo de una de las pesadas tejas rojas para mantenerlo frio. Justo donde ella lo había almacenado horas antes, cuando ella había trepado sobre el tejado del enorme mercado interior para sondear el perímetro de las murallas del castillos dos cuadras más allá. O lo que sea que ella pensó que sonase oficial y útil antes de que se diese cuenta que prefería tumbarse en las sombras. Sombras que habían sido quemadas lejos por el implacable sol de Wendlyn. Celaena trago de la jarra de vino, o lo intento. Estaba vacía, lo que ella pensó fue una bendición, porque Dioses su cabeza estaba dando vueltas. Ella necesitaba agua, y más pan ácimo. Y quizás algo para el magnífico labio partido y el arañazo en su mejilla que ella se había ganado la noche anterior en una de las tabernas de la ciudad. Gruñendo, Celaena rodo sobre su estómago y sondeo la calle cuarenta metros bajo ella. Ella conocía a los guardias que la patrullaban justo ahora, había marcado sus caras y armas, justo como lo había hecho con los guardias en la cumbre de las grandes murallas del castillo. Había memorizado sus turnos y como ellos abrían las tres enormes puertas que guiaban dentro del castillo. Parecía que los Ashryver y sus ancestros tomaban la seguridad muy, muy en serio. Habían sido diez días desde que ella había llegado a Varese, luego de arrastrar su trasero desde la costa. No porque ella estuviese particularmente entusiasta de asesinar a sus objetivos, pero porque la ciudad era tan condenadamente grande que parecía como su mejor opción para esquivar a los oficiales de inmigración, de quienes se había escapado una vez de registrarse en su oh-tan-benevolente sistema de trabajo. Apresurarse hacia la capital también le había permitido cierta actividad de bienvenida luego de semanas en el mar, donde ella realmente no había sentido ganas de hacer nada excepto tenderse en la estrecha cama, en la estrecha cabina o de afilar sus armas con un fervor casi religioso.

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No eres nada más que una cobarde, Nehemia le había dicho. Cada centímetro de la afilada piedra le había hecho eco. Cobarde, cobarde, cobarde. La palabra la había seguido cada legua a través del océano. Ella había hecho una promesa, una promesa para liberar Eyllwe. Por lo que, entre momentos de desesperanza, furia y tristeza, entre los pensamientos acerca de Chaol y las marcas del Wyrd y todo lo que había dejado atrás y perdido, Celaena había trazado un plan de acción para cuando llegase a la costa. Un plan, sin importar lo descabellado e improbable, para liberar al esclavizado reino; encontrar y destruir las marcas del Wyrd que el rey de Adarlan había utilizado para construir su terrible imperio. Ella se destruiría a si misma con gusto para llevar esto a cabo. Solo ella, solo él. Justo como debería ser, sin la pérdida de vidas más allá de las suyas, ningún alma manchada además de la suya. Se necesita un monstruo para destruir a otro. Si ella tenía que estar aquí gracias a las mal direccionadas buenas intenciones de Chaol, entonces al menos ella recibiría las respuestas que necesitaba. Había solo una persona en Erilea que había estado presente cuando las marcas del Wyrd eran empuñadas por una raza de demonios que las habían transformado en tres herramientas con un poder tan inmenso, que habían sido escondidas por miles de años y casi borradas de toda memoria. La reina Maeve de las Hadas. Maeve lo sabe todo, como es de esperar cuando eres más vieja que el polvo. Así es que el primer paso de su estúpido, tonto plan había sido simple: buscar a Maeve, conseguir las respuestas sobre como destruir las marcas del Wyrd y luego regresar a Adarlan. Era lo mínimo que ella podía hacer. Por Nehemia, por... un montón de gente. No había nada dentro de ella, no en realidad. Solo cenizas y un abismo, y la promesa irrompible que había tallado en su piel, a la amiga que la había visto por lo que ella era en realidad. Cuando habían atracado en el puerto más grande de Wendlyn, ella no pudo evitar admirar la precaución que el barco tomo mientras llegaban a la costa, esperando hasta una noche sin luna, luego escondiendo a Celaena y a las otras mujeres refugiadas de Adarlan en la cocina mientras navegaban los canales a través de la barrera de arrecife. Era comprensible: el arrecife era la mayor defensa manteniendo a las legiones de Adarlan fuera de sus costas. También era parte de su misión como campeona del Rey. Esa era la otra tarea que residía en el fondo de su mente: encontrar una forma de evitar que el rey ejecute a Chaol o a la familia de Nehemia. Él había prometido hacerlo si ella fallaba en su misión de entregarle los planes navales de Wendlyn luego de asesinar a su rey y al príncipe en el baile anual de mediados de verano. Pero había empujado todos esos pensamientos a un lado cuando atracaron y las mujeres refugiadas fueron arreadas a la costa para ser procesadas por los oficiales del puerto. Muchas de las mujeres tenían cicatrices por dentro y por fuera, sus ojos brillando con los ecos de los horrores que habían vivido en Adarlan. 13


Por lo que, incluso luego de que se desvaneció del barco durante el caos al atracar, se había mantenido en un techo cercano mientras las mujeres eran escoltadas dentro de un edificio para conseguirles un hogar y empleos. Sin embargo, los oficiales de Wendlyn podrían llevarlas a una tranquila parte de la ciudad y luego hacer lo que quisieran con ellas. Venderlas. Herirlas. Ellas eran refugiadas: desprecias y sin ningún derecho. Sin voz. Pero ella no se habría quedado solo por paranoia. No. Nehemia se habría quedado para asegurarse de que estuviesen a salvo. Dándose cuenta de eso, Celaena se sumergió en el camino hacia la capital en cuanto supo que las mujeres estaban a salvo. Aprender como infiltrarse en el castillo había sido algo para mantenerse ocupada mientras decidía como llevar a cabo los primeros pasos de su plan. Mientras intentaba dejar de pensar en Nehemia. Todo había estado bien, bien y fácil. Escondiéndose en los pequeños bosques y graneros en el camino, ella era como una sombra atravesando los campos. Wendlyn, una tierra de mitos y monstruos, de leyendas y pesadillas hechas realidad. El reino en sí mismo era solo una extensión de arena caliente y rocosa, y de un denso bosque creciendo aún más verde mientras las ondulantes colinas del interior se convertían en cumbres elevadas. La costa y la tierra alrededor de la capital eran secas, como si el sol hubiese cocinado todo excepto la vegetación más dura. Ampliamente diferente del húmedo, congelado reino que había dejado atrás. Una tierra de plenitud, de oportunidades, donde los hombres no solo tomaban lo que querían, donde ninguna puerta era cerrada con llave y donde la gente te sonreía en las calles. Pero ella no estaba particularmente interesada en si la gente le sonreía o no, mientras los días pasaban ella encontró que era muy difícil hacer que algo le importase en lo absoluto. Cualquier determinación, cualquier ira, cualquiera cosa que fuese lo que había sentido al dejar Adarlan se había desvanecido, devorado por el vacío que ahora la carcomía. Cuatro días pasaron antes de que Celaena viese la enorme ciudad capital construida a lo largo de la ladera. Varese, la ciudad donde había nacido su madre, el vibrante corazón de todo el reino. Mientras que Varese era mucho más limpia que Rifthold y tenía mucha más riqueza repartida entre las clases altas y bajas, era una ciudad capital como cualquier otra; con suburbios y callejones oscuros, prostitutas y apostadores, no le había tomado demasiado encontrar su barrio bajo. En la calle debajo de ella, tres guardias del mercado se detuvieron a charlar, y Celaena descanso su barbilla sobre sus manos. Como cada guardia en este reino, cada uno estaba ataviado con una armadura ligera y portaba un buen número de armas. Los rumores decían que los soldados de Wendlyn eran entrenados por las hadas para ser despiadados, maliciosos y veloces. Y ella no quería descubrir si era cierto o no, por alrededor de una 14


docena de razones. Ciertamente parecían un buen asunto, mas observadores que los guardias de Rifthold, incluso si aún no notaban a la asesina en medio de ellos. Pero en estos días, Celaena sabía que la única amenaza que planteaba, era para sí misma. Incluso cocinándose bajo el sol cada día, bañándose cada vez que podía en una de las muchas fuentes de la plaza, aun podía sentir la sangre de Archer Finn empapando su piel y entre su cabello. Incluso con el ruido constante y el ritmo de Varese, aun podía oír el gemido de Archer mientras ella lo destrozaba en el túnel bajo el castillo. E incluso con el vino y el calor, aun podía ver a Chaol. El horror contorsionando su cara cuando había aprendido lo que su herencia hada y el monstruoso poder que fácilmente podría destruirla, acerca de lo oscura y vacía que estaba por dentro. Ella se preguntaba constantemente si acaso el habría descifrado el acertijo que ella le había dicho en el embarcadero de Rifthold. Y si él había descubierto la verdad... Celaena nunca se dejaba a si misma ir tan lejos. Ahora no era el momento para pensar en Chaol, o la verdad, o ninguna de las cosas que habían dejado su alma tan débil y agotada. Celaena toco su labio partido suavemente y frunció el ceño a los guardias del mercado, haciendo que su labio doliese aún más con el movimiento. Ella se ganó ese golpe en específico en la pelea que ella había comenzado en la taberna la noche anterior, le pateo las bolas a un hombre hasta su garganta y cuando el recupero el aire, estaba furioso, por decir lo menos. Bajando su mano desde su boca, ella observo a los guardias por algunos momentos. Ellos no aceptaban sobornos de los mercaderes, ni molestaban o amenazaban con multas como los guardias y oficiales de Rifthold. Cada soldado u oficial que ella había visto hasta ahora había sido igualmente... bueno. Del mismo modo en que Galan Ashryver, príncipe coronado de Wendlyn, era bueno. Dejando salir un indicio de molestia, Celaena saco su lengua. A los guardias, al mercado, al halcón en la chimenea cercana, al castillo y al príncipe que habitaba dentro de él. Deseo no haberse quedado sin vino tan temprano en el día. Había pasado una semana desde que había descubierto como infiltrarse en el castillo, tres días luego de llegar a Varese. Una semana desde aquel horrible día cuando todos sus planes se derrumbaron a su alrededor. Una brisa fría paso a través, trayendo consigo el aroma de las especias de los vendedores establecidos en la calle cercana, nuez moscada, tomillo, comino y verbena de limón. Ella inspiro nuevamente, dejando al aroma limpiar su desconcertada cabeza debido al vino y al sol. El repique de las campanas flotaba desde una de las ciudades de la montaña, y en alguna plaza de la ciudad una banda ministerial entonaba una melodía de mediodía. Nehemia habría amado este lugar. Así de rápido, el mundo se tambaleo, tragado por el abismo que ahora habitaba dentro suyo. Nehemia nunca vería Wendlyn, nunca vagaría a través del mercado de especias ni oiría las campanas de la montaña. Un peso muerto se presionó en el pecho de Celaena. 15


Había parecido un plan tan perfecto cuando ella llego a Varese. En las horas que paso descifrando el castillo real y sus defensas, había debatido como encontrar a Maeve para aprender todo acerca de las llaves. Todo funcionando suavemente, sin problemas, hasta que... Hasta ese día maldito por los dioses, cuando ella había notado como los guardias dejaban un agujero en la defensa de la muralla sur cada día a las dos de la tarde, y compendió como operaba el mecanismo de las puertas. Hasta que Galan Ashryver había salido por esas mismas puertas, a plena vista de donde ella estaba posada; en el techo de la casa de un noble. No había sido la vista de su piel olivácea y su cabello oscuro lo que la habían detenido de matarle. No había sido el hecho de que, incluso a la distancia, podía ver sus ojos turquesa, sus ojos, la razón por la que usualmente usaba una capa en las calles. No. Había sido la forma en que la gente lo vitoreaba. Aclamaban por él, su príncipe. Lo adoraban, con su galante sonrisa y su liviana armadura brillando en el infinito sol, mientras él y sus soldados montaban tras el hacia la costa norte para continuar forzando el bloqueo. Un rompedor de bloqueos1. El príncipe, su objetivo, era un maldito rompedor de bloqueos en contra de Adarlan, y su gente lo amaba por eso. Ella siguió al príncipe y a sus hombres a través de la ciudad, saltando de techo en techo, y solo necesitaba una flecha a través de esos ojos turquesa y el habría estado muerto. Pero ella lo siguió todo el camino hasta las murallas de la ciudad, las alabanzas creciendo más fuerte, gente lanzado flores, todos radiantes de orgullo por su perfecto, perfecto príncipe. Ella había alcanzado las puertas de la ciudad cuando las abrían para dejarle pasar. Y cuando Galan Ashryver monto hacia el ocaso, camino a la guerra y la gloria, a pelear por dios y la libertad, ella se posó sobre ese tejado hasta que él fue solo un punto en la distancia. Entonces entro a la taberna más cercana y se involucró en la pelea más sangrienta que había provocado nunca. Hasta que los guardias fueron llamados y ella se desvaneció momentos antes de que todos fuesen lanzados a las celdas. Y entonces decidió, mientras su nariz sangraba sobre el frente de su camisa y ella escupía sangre en los adoquines, que no iba a hacer nada. No había razón para sus planes. Nehemia y Galan podrían haber liderado el mundo hacia la libertad, y Nehemia debería haber estado respirando para eso. Juntos, el príncipe y la princesa podrían haber vencido al rey de Adarlan. Pero Nehemia estaba muerta y la promesa de Celaena, su lamentable y estúpida promesa, valía tanto como el lodo cuando había herederos amados como Galan que podrían hacer mucho más. Ella había sido una tonta al hacer esa promesa. Incluso Galan, Galan apenas estaba causando una 1 Se refiere a un bloqueo militar, en donde uno de los contrincantes cierra las vías de comercio, ya se marítimas o terrestres, para dificultar las transacciones a su enemigo, y el afectado, intenta quebrar ese bloqueo.

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abolladura en contra de Adarlan, y él tenía una flota completa a su disposición. Ella era solo una persona, un completo desperdicio de vida. Si Nehemia no había sido capaz de derrotar al rey... entonces ese plan, de encontrar una forma de contactar a Maeve... ese plan era completamente inútil. Afortunadamente ella aún no había visto a ningún hada, ni una sola maldita hada, o a las hadas, o incluso un poco de magia. Ella había dado todo de sí para evitarlo. Incluso antes de haber visto a Galan, se había mantenido lejos de los puestos del mercado que ofrecían desde piedras sanadoras, hasta pociones, áreas que usualmente estaban llenas de artistas callejeros o mercenarios cambiando sus talentos para obtener sustento. Porque a veces, si ella sentía un ligero cosquilleo, despertaba una cosa vibrante en sus entrañas cuando captaba un destello de energía. Había pasado una semana desde que renuncio a su plan y abandono cualquier intento de preocuparse en lo absoluto. Y sospechaba que serían muchas semanas más antes de que decidiese que estaba harta de ácimo, o de pelear cada noche solo para sentir algo, o de beber vino amargo mientras se tendía en los tejados todo el día. Pero su garganta estaba seca y su estómago gruñía, por lo que Celaena se movió lentamente desde el borde del tejado. Lentamente, no por los guardias que vigilaban, porque si cabeza estaba realmente girando. No confiaba en si misma lo suficiente para evitar una caída. Miro la delgada cicatriz a lo largo de su palma mientras se deslizaba hacia abajo por la canaleta y dentro del callejón fuera de la calle del mercado. Ahora no era más que un recordatorio de la patética promesa que hizo en la tumba medio congelada de Nehemia más de un mes atrás, y de todo y a todos los demás que había fallado. Justo como su anillo amatista, el cual apostaba cada noche solo para recuperarlo antes del amanecer. A pesar de todo lo que había sucedido, y del rol de Chaol en la muerte de Nehemia, incluso luego de que destruyo todo lo que había entre ellos, no fue capaz de dejar ir su anillo. Lo había perdido en tres ocasiones, en juegos de cartas, solo para recuperarlo luego, por cualquier medio necesario. Usualmente una daga presionada entre las costillas hacia un mejor trabajo de lo que las palabras hacían. Celaena supuso que era un milagro que en realidad hubiese llegado al callejón, donde las sombras la cegaron por un momento. Colocó una mano sobre la helada pared de piedra, dejando que sus ojos se acostumbrasen, deseando que su cabeza dejase de girar. Un desastre. Era un maldito desastre. Se preguntó cuándo se iba a molestar en dejar de ser uno. El fuerte hedor de la mujer golpeo a Celaena antes de que ella la viese. Entonces aquellos amplios ojos amarillos estaban frente a su cara y un par de labios secos y partidos comenzaron a sisear. -¡Inmunda! No dejes que te atrape frente a mi puerta otra vez. Celaena retrocedió, parpadeando hacia la vagabunda y su puerta, que... era solo una 17


alcoba en la pared, llena de basura y lo que tenían que ser bolsas con las pertenencias de la mujer. La mujer estaba encogida, su cabello sin lavar y sus dientes podridos y arruinados. Celaena parpadeo nuevamente y la cara de la mujer entro en foco. Furiosa, medio loca y sucia. Celaena levanto sus manos, dando un paso atrás, luego otro. -Lo siento. La mujer escupió una bola de flema en los adoquines, cerca de las botas empolvadas de Celaena. Fallando al juntar la energía suficiente para estar disgustada o furiosa, Celaena habría caminado lejos, de no haberse visto a si misma reflejada mientras levantaba la mirada de un charco. Sucias ropas, manchadas, polvorientas y rasgadas. Sin mencionar que olía horrorosamente y la mujer la había confundido con una... vagabunda, como ella. Compitiendo por un lugar en las calles. Bueno, ¿No era eso maravilloso? La peor de todas las bajezas, incluso para ella. Quizás sería gracioso un día, si se molestaba en recordarlo. No podía siquiera recordar la última vez que había reído. Al menos tenía cierto consuelo al saber que no se podía poner peor. Entonces, una profunda voz masculina rió entre las sombras a su espalda.

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