De vallas y violencia contra la mujer: Representaciones sociales y eficacia simbólica

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De vallas y violencia contra la mujer: Representaciones sociales y eficacia simbólica En un famoso artículo publicado en 1949, el antropólogo Claude Lévi-Strauss creó el concepto de eficacia simbólica, cuya rentabilidad heurística en diversas disciplinas ha sido extraordinaria. De acuerdo con ese concepto, la eficacia de los símbolos rituales y míticos, es decir su capacidad para influir y transformar el mundo, se fundamenta en la creencia de quienes los comparten. Así, un paciente se curará con oraciones y actos rituales practicados por un chamán porque él cree en esas oraciones y ritos y también, igualmente importante, porque la sociedad donde vive cree en ellos. Pero la eficacia de esas prácticas simbólicas está estrechamente ligada a su organización semiótica y a las representaciones sociales donde se inserta, al uso claro de los signos y símbolos, de modo que su articulación en sintagmas y textos siga tanto las reglas y convenciones de los sistemas de los cuales forman parte como de los co-textos1 y contextos culturales, históricos y políticos que transforman sus significados generales en sentidos particulares.

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“La combinación de redundancia y coherencia forma un conjunto significativo que genera el co-texto (contexto semántico o mundo de referencia). Éste tiene un carácter más bien macroestructural, en cuanto constituye el marco de referencia en el que el texto adquiere sentido (…) alude a los contextos intratextuales creados por el propio texto” (Villegas, Manuel. 1993. Las disciplinas del discurso: hermenéutica, semiótica y análisis textual. Anuario de Psicología 59: 19-60. Pág. 40).


Estas consideraciones previas vienen a cuento en relación con la campaña contra el femicidio en Quito, liderada por la concejala Carla Cevallos, campaña que se ha expresado a través de vallas y cruces en la ciudad y que ha causado un gran impacto público, pues todos los medios de comunicación han informado sobre ella e, incluso, se han hecho ya encuestas virtuales en algunos periódicos; más aún, ha provocado una fuerte reacción de los sectores más conservadores de Quito. Es muy probable que tanto impulsores como detractores de la mencionada campaña –izquierdistas y derechistas, liberales y conservadores, religiosos y ateos– compartan, en mayor o menor grado, con mayor o menor compromiso, la preocupación por la violencia contra las mujeres en la sociedad ecuatoriana, una práctica que se ha venido reduciendo pero que aún tiene niveles preocupantes, a pesar de las normas jurídicas que intentan frenarla y de los programas que a diversos niveles viene desarrollando el Estado desde hace varios años para combatir las agresiones machistas contra las mujeres. Si lo anterior es cierto, entonces ¿por qué un sector numeroso de la ciudadanía quiteña se opone a esta campaña?2 Una hipótesis es que la construcción de los

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Una encuesta online realizada por el diario El Comercio muestra una polarización entre quienes respaldan o rechazan la campaña. De 3153 personas consultadas, 1142 (36%) están a favor de la campaña y 2021 (64%) en contra.


textos –lingüísticos, visuales, cromáticos– de la campaña olvida el principio ya mencionado: la eficacia del mensaje depende en buena parte de la adecuación del mismo a los códigos propios de los sistemas de signos usados y a los contextos históricos, políticos y socio-culturales propios de la sociedad quiteña. La primera prueba que podríamos aportar para justifica esta hipótesis es, como el lector puede deducir, la utilización de la palabra “puta” que aún conserva en nuestra sociedad una fuerte carga de violencia y agresividad, a pesar de que ha perdido impacto semántico en los últimos años, en especial a partir de la visibilización de las meretrices a quienes hoy se tiende a llamar “trabajadoras sexuales”, una operación semiótica que busca, por cierto, alejarlas de las históricas connotaciones negativas predominantes en la palabra “puta”. Ciertamente la utilización de esta palabra, colocada en las vallas en letras mayores que las del resto del texto, busca crear un impacto a través de un acto de audacia irreverente, un dispositivo semiótico usado tanto por el arte como por la publicidad, que estructuralmente plantea lo que se ha llamado una ruptura paradigmática: se trata, aquí, de introducir un término en un contexto formal y público donde usualmente es rechazado, a pesar de que, como se sabe, sea parte del lenguaje interpersonal, coloquial y cotidiano.


La segunda prueba es el eslogan de la campaña: “si puta es ser libre y dueña de mi cuerpo, soy puta… y qué?”, el cual nos parece equívoco pues en su primera lectura el receptor carece de los co-textos interpretativos necesarios para hacer explícito el mensaje. En efecto, a todas las personas a quienes he mostrado el eslogan no saben, en principio, cómo descifrarlo y son varias las interpretaciones que surgen, con lo cual dicho mensaje, al propender a la plurivocidad, pierde eficacia comunicativa. La tercera es la articulación de símbolos como la imagen de la cruz, el color rosado y la imagen de una mujer sobre la cruz, que crea interpretaciones equívocas. En efecto, la inevitable asociación de la cruz con contenidos religiosos y con religiones particulares, donde este símbolo que originalmente representaba la muerte encarna hoy la vida, gracias al sacrificio de Jesús que invierte su significado, conduce a crear un espacio semiótico, es decir de significación, según el cual la muerte violenta de las mujeres y la carencia de soberanía sobre el propio cuerpo femenino están causados, al menos en parte, por el Cristianismo. Esta interpretación gana fuerza cuando se observa que en las vallas la expresión “No más” aparece sobre el travesaño de la cruz. Algunos opositores a la campaña han señalado y se han quejado de esta conexión.


Sí ciertamente la campaña ha alcanzado un impacto comunicacional en el público quiteño, no es menos cierto que al no aprovechar la opinión pública favorable a la lucha contra la violencia de género, ha dilapidado la oportunidad de alcanzar un amplio consenso y apoyo, de modo que la campaña se insertara a las numerosas iniciativas que el Estado viene desarrollando desde hace años. Por el contrario, la iniciativa de la concejala Cevallos aparece como un acto individual, en primer lugar porque, según ella misma afirma, es su iniciativa y no de la Alcaldía de Quito y, en segundo lugar, porque en las fotos que hemos revisado en internet siempre aparece ella sembrando las cruces sin que haya un colectivo que la respalde, con lo cual, a nuestro parecer, se pierde, de nuevo, la oportunidad de hacer de esta campaña una práctica inclusiva.

José Enrique Finol Investigador Prometeo


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