Sonetario de josefina leyva

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Los sonetos de Josefina Leyva

Alexa nd ria Lib rar y MIAMI


© Josena Leyva, 2013 Todos los derechos reservados

ISBN: 978-1490426051 Email: oriente27@aol.com www.josenaleyva.com ElblogdeJosenaleyva.wordpress.com www.youtube (buscar por JosenaLeyva) http://www.youtube.com/watch?v=ZgiEgfPusM4 www.alexlib.com/mundoccional www.alexlib.com/cena www.alexlib.com/dama www.alexlib.com/sonetos Portada: Palacio de Valle, Cienfuegos, Cuba.

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Ade adentrarse en mis poemas: Oneida Sánchez

los críticos literarios que me han hecho el honor

(Universidad de Nueva York); Jorge Chen Sham, (Universidad de Costa Rica); Ellen Lismore Leeder (Profesora Emérita, Barry University, Miami); Isabel Zwanck, (Instituto Literario y Cultural Hispánico, Buenos Aires); Bertha Bilbao Richter (Instituto Literario y Cultural Hispánico); Graciela Bucci (Sociedad Argentina de Escritores); Margarita Krakusin (Profesora Emérita, Alma College, Michigan); Orlirio Fuentes (Universidad de Hofstra, España). A la actriz argentina Norma Alarcón y a su director, Edelmiro Menchaca, porque pusieron mis poemas sobre el exilio en la escena teatral de Buenos Aires, y los llevaron a Ciudad México y a diversos lugares de la Argentina, Estados Unidos y Puerto Rico. A Deborah Dougherty (Alma College, Michigan), por haber traducido con absoluta lealtad al inglés mis metáforas de Rut, la que huyó de la Biblia y de Operación Pedro Pan, el éxodo de los niños cubanos.



Índice La ciudad del primer amor ..............................................................11 Adolescencia ......................................................................................12 Sonetillo ..............................................................................................13 En ruta .................................................................................................14 Desencuentro .....................................................................................15 Nostalgia por la casa abandonada ..................................................16 Vuelve la nostalgia por la casa abandonada..................................17 Ternura que roza la casa abandonada ............................................18 Adiós y promesa del reencuentro...................................................19 El cartero .............................................................................................20 La tarjeta de Navidad .......................................................................21 ¡Gracias! ..............................................................................................22 Semblanza de mi médico .................................................................23 Daniel en sus frágiles días ................................................................24 Soneto para un tango ......................................................................25 Canción del bandolero herido........................................................28

Sonetos que escribí para mis novelas Serenata ...............................................................................................31 Dos duendes de la noche .................................................................32 Fantasía................................................................................................33 Tu llegada............................................................................................34 Canción para la ausencia .................................................................35 La hora ................................................................................................36 Encuentro con mi personaje ...........................................................37 Soneto de estreno para una mujer insólita ...................................38


Medallas y algodones sobre la historia Los héroes en la plaza de Altamira ................................................41 Nueva York en dos estaciones .........................................................42 New York in two seasons .................................................................43 José de San Martín, Caballero de América ..................................44

Poemas que escaparon al soneto El rumor ..............................................................................................49 Canción de los carpinteros ..............................................................50 La luna de San Felipe ........................................................................51 El brote imprevisto de un recuerdo ...............................................52 La abuelita ..........................................................................................53 La llegada ............................................................................................55

El retorno del soneto El palacio morisco que se asoma al mar ........................................63




La ciudad del primer amor A Mario Zizelman, personaje de mi novela El aullido de las muchedumbres.

Recuerda la ciudad donde tu paso multiplicó tu nombre en cada esquina. Allá donde tu risa era un relámpago que alzaba sus campanas a la vida. Recuerda la ciudad de mar nervioso y llanto de silencio entre los trinos. La ciudad de apacibles peregrinos y barcos junto a muelles de retorno. Esa ciudad nos pertenece a ambos: a ti, por el misterio de tu sino, a mí, porque enterré mi calendario. Y después, dividimos el camino: tú, hacia la llama que quemó tu encanto, yo, hacia todas las cruces del exilio.

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Adolescencia Esta hora de abril, lejana e íntima, cuando íbamos de mano al Instituto en aquel mes de abril en que el reposo de las cosas soñaba con la vida. Esta hora de abril, mística y única, cuando la tarde se acostaba sola tú y yo, dos juncos que esperaban, sombras de alba, canción, presagio, despedida. Tú y yo, gaviotas de la tarde, apenas rozábamos las manos entre risas y la hora escapaba tan serena que era como si hoy, desde la brisa el encanto de aquella hora volviera a decirte, a decirme que fui, que eras.

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Sonetillo Iba una aguja cosiendo el mapa de un corazón. Iba otra aguja tejiendo la rosa de una pasión. El corazón se hizo trizas y la aguja se quebró. La otra aguja tejió en falso, la rosa se deshojó. El corazón va latiendo. La aguja clavada en él dibuja un remordimiento. Los pedazos de la rosa se clavaron en el viento, y el viento los hizo hiel.

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En ruta Llegaste, campanada en la distancia, tus huellas, detenidas en la arena, y el camino, un reguero de migajas que la brisa sopló sobre la yerba. Apareciste tú. Traías el mundo sometido a un dibujo en tu sonrisa. Y tus ojos, dos pájaros sin rumbo esperaban la trampa de una cita. Era el amor que llegaba de golpe con su llama de vértigo y su prisa empuñando el secreto de tu nombre. Y te fuiste dejándome perdida, como una rueda se detuvo, herida, como un mendigo en una muchedumbre.

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Desencuentro Tu silencio, apresado entre cristales, te estrujó una metáfora en la boca. Fue una canción perdida entre arrabales, y tu secreto avasalló a una rosa. Alcancé en tu mirada aquella estrella, tu aliento, humedecido en yerba fina, y tu gesto de amable indiferencia me abandonó de prisa en la partida. Tendí la mano para detenerte, presta a decirte mi palabra triste entre el gentío que ahuyentó mi suerte. Mas, tu bioplasma se encogió de frío, y fue imposible que incendiara el mío si tu silencio se clavó en mi muerte.

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Nostalgia por la casa abandonada ¡Qué aroma el de la casa abandonada tras el dintel que se quedó vacío! La sombra que olvidaba la mañana y acunaba el amor tuyo y el mío. La humedad en las paredes y en los sitios donde los cuadros fueron descolgados, la hiedra que abrazaba los tejados y el rostro del amor callado y tibio. Llegábamos muy juntos, esperando el encuentro de los besos furtivos que el eco en las paredes fue clavando. Muy juntos, cobijándonos del frío dejábamos que el amor fuera fraguando entre yedra y silencio nuestro nido.

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Vuelve la nostalgia por la casa abandonada (Casi un soneto de quince versos)

El filo de la lluvia la estremece desamparada y sola y pensativa, ignorada de todos los extraños que no rozaron su ternura íntima. Gota a gota la tarde la acaricia en la suave penumbra que la mece. ¡Qué lejos las siluetas enlazadas que a su melancolía le pertenecen! Para buscar un poco de su noche una silueta nueva que transpone la herrumbre de la puerta, deja un broche de besos en las alcobas vacías. Y su rumor monótono es un puente que copia del pasado indiferente otra pareja, su rumor, sus nombres.

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Ternura que roza la casa abandonada La mañana la envuelve, protegiéndola de su desamparada mansedumbre. Rota fachada con la frágil puerta y la yedra emergiendo por costumbre. Las ventanas quebradas, desfallecen en la penumbra de que huyó la lumbre. Manchas de cuadros sobre las paredes y la yerba emergiendo por costumbre. Allí, donde la yerba habita sola, donde una blanda golondrina errática rasguña el techo por colgar su nido, en otro tiempo el amor regresaba cada mañana con su amable ronda de murmullos y besos y quejidos.

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Adiós y promesa del reencuentro Otra vez volveremos a encontrarnos. Quizá en una mañana de noviembre en un rincón remoto de la vida donde estaré esperándote hasta siempre. Habrá escarcha, el paisaje será nuevo y habrá aviones y luces y habrá calles donde gentes ignotas se apresuren a olvidar nuestro encuentro y nuestro viaje. Y serás tú otra vez. Tú, detenido entre cristal y abrazo y tu premura sujetando el encuentro del destino. Y seremos nosotros para siempre, doblegando la arista de la duda, enhebrando el aroma de noviembre.

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El cartero Se va, sin dejar la esperada carta de Cuba

Un hombre pobre, con silbato y gorra, camisa limpia y pantalón zurcido; un hombre, tan sencillo entre los hombres, trae el mundo en su jubón envejecido. Verlo llegar: sorpresas del amor, un invento remoto, adioses, prisas, noticias, gentes con otro color, habitantes de casas nunca vistas. Verlo pasar, tan pálido, tan tímido, inocente de su gran trascendencia bajo la lluvia, el sol, el viento, el frío. Verlo partir, llevando la esperanza que anunció su anhelada presencia en su jubón, desbordante de cartas.

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La tarjeta de Navidad Recibida desde Cuba con seis meses de retraso

El paisaje, empapado de nostalgia, rozado por la noche de diciembre. Y en una esquina donde huyó la gente aparece una casa abandonada. La soledad ha venido a acompañarla con la prisa que el tiempo le detiene. Cansado rostro herido de mañana sin la misericordia de diciembre. La penumbra se puso grande afuera cuando la intimidad de antes huyera de sus trémulos salones vacíos. Y aquel árbol se quedó estremecido, oyendo la silueta que escapaba para siempre sobre la encrucijada.

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¡Gracias! Gracias por el aroma de tu casa, por la mesa y el pan de tu cocina, por el rumor del alba en tu ventana, por los leños ardiendo en las cenizas. Gracias por tu sonrisa generosa donde se juntan tu verdad y tu prisa, y por tu gesto juvenil que roza el fervor rescatado de la vida. Gracias por escuchar la confidencia del sollozo secreto en la partida que quemó mi canción sobre una ausencia. Gracias por tu palabra y tu alegría junto al olor desnudo de la tierra en donde la amistad armó la vida.

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Semblanza de mi médico Al doctor Carlos Iglesias

Un príncipe con ojos de gitano y un cascabel travieso en la sonrisa. La medalla del rostro le palpita en el perfil de emperador romano. El alma, que en hogueras se bifurca entre Fausto y Mercurio prisioneros, por donde las metáforas se truncan le asoma el yelmo de Quijote bueno. Es veloz en su gesto de acogida cuando la fuerza tiembla y se mendiga la salud, como un pájaro que pasa. Es un mago que inventa la sonrisa, es un héroe que inunda la mañana, ¡un príncipe que obsequia la esperanza!

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Daniel en sus frágiles días Al doctor Otto Morales Benítez A la señora Livia Benítez de Morales

Daniel de la sonrisa amable y franca, el gesto grácil, la ilusión amiga, cabalgando entre cedros y montañas alzabas la promesa de la vida. Daniel, sobre la helada pista blanca empuñando el fiel disco y la alegría, jinete de sonrisas y palabras buscabas el trofeo de la vida. Daniel, solo en París, frente a la hora que el destino cercara con su prisa, soñaste con los cedros y el aroma de tus montañas lejos, en la brisa. Y de golpe, inocente de tu hora quemaste la promesa de la vida.

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Soneto para un tango En Tigre, esa preciosa ciudad residencial acostada entre ríos y cercana a Buenos Aires, fui invitada a una casa amiga para escuchar tangos en vivo con cantantes profesionales. Dos ancianos de ochenta y siete años que formaban un matrimonio magnífico bailaron uno para enseñarme los pasos esenciales. Se llamaban Angélica y José. Poco tiempo después, Angélica murió y José le regaló los zapatos de tacones con que ella solía bailar a la anfitriona que nos cobijó a todos. Yo estaba muy lejos cuando me enviaron la noticia de que Angélica había muerto, y la despedí con este soneto.

Angélica se nos fue por el río y en la orilla quedaron sus zapatos. Dos bandoneones les dieron abrigo y un pájaro gorjeó para ella un tango. Atrás quedó José con su pañuelo y una guitarra acompañó su llanto. Lo demás fue sorpresa y fue desvelo y un piquete de amigos con un tango. Angélica partió, y en el silencio la viudez de una triste golondrina y el paisaje de Tigre desolado. En el recuerdo, su ademán sereno, la esperanza que tuvo su sonrisa y las rosas nacidas en verano.

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Entre los cuentos de mi padre que encantaban los mágicos días de mi niñez mientras paseábamos a caballo en cada tarde prodigiosa del invierno, hubo un relato sobre sucesos presenciados por él, que no ha desfallecido nunca en mi memoria, y es éste que voy a entregar a mis lectores:

En la región de intrincada maleza próxima al pequeñito pueblo donde habitábamos entonces, un audaz bandido había dado refugio a los cuatreros de la provincia. Era su eficiente guía en los campos, donde los ocultaba y proveía sus necesidades. El sargento del ejército no había logrado exterminarlos porque se le oponía la pericia de este hombre al que no pudo comprobar delito alguno para enviarlo a la prisión. La leyenda del bandido crecía, alimentada por su dádiva a los pobres, que no decayó nunca, y su sostenida conducta de robar únicamente a los ricos. Ambas características lo convirtieron en una especie de pequeño Robin Hood en la zona. Por su comportamiento invariable, los pobres, que formaban mayoría en aquellos campos, nunca delataron sus fechorías. Del estado mayor del ejército, en la capital, llamaron al sargento y lo conminaron a resolver esta situación a riesgo de perder su grado militar y su mando. El sargento apeló al secreto para contratar a un hombre negro y muy humilde, cazador profesional, y le ordenó esconderse detrás de un árbol de mamoncillos que estaba junto a un puente por donde el bandolero solía entrar al pueblito y salir de él después de comprar víveres encargados por los rufianes a quienes lideraba. El cazador lo esperó una noche tras otra, hasta aquélla en que mi padre oyó el leve quejido de un pájaro llamado “tojosa” al que la superstición atribuye el presagio de alguna muerte. Cuando, muy tarde, el bandido salió a caballo, el cazador le disparó y lo hirió

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gravemente en el hígado. Murió antes de llegar a la ciudad en una rastra de hojas de yagua que le improvisaron quienes lo socorrieron. El sargento, mientras tanto, estaba en el liceo de la Calle Real jugando al billar como una coartada de su inocencia en este suceso. Años después, el sargento salió de cacería con los hombres ricos de la región, y en una tarde de domingo, esos mismos hombres lo entraron al pueblito cruzado sobre su montura, muerto. Venían juramentados para no delatar a cuál de ellos se le había escapado la bala que le había arrebatado la vida al herirlo en el hígado. Por ese silencio inviolable, o por influencias ejercidas en el poder, ninguno de los cazadores fue condenado. Transcurrió el tiempo que borró una generación y trajo otra. En el país surgió una rebelión armada, y el jefe de policía en aquel lugar le dio el alto a un hijo del cazador que había dado muerte al bandolero. Le dio el alto que el jovencito no obedeció porque era retrasado mental. El jefe de la policía le disparó en el vientre y lo hirió de manera leve. Acudimos a visitarlo en el hospital para pobres de la ciudad cercana, y mi padre me dijo serenamente las mismas palabras que había pronunciado aquella tarde a la hora del crepúsculo cuando vio entrar al pueblo a paso solemne de sus caballos, a los cazadores con el sargento cruzado sobre la montura: “Es la ley del karma”.

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Canción del bandolero herido Jinete en tu caballo peregrino acechando palmares, bosques, gentes, ibas cercando noches y caminos sin miedo de la vida ni la muerte. Jamás imaginaste que el destino agazapado allí, detrás del puente, iba a quemar la llama de tu sino sorteándose tu alma con la muerte. Tú en la tierra, sangrando tu bramido, y tu caballo, centinela herido, entre el viento y la prisa de la muerte. Y tú, bajo el insulto de tu suerte fuiste llevado en hombros del destino para cobrar tu cita con la muerte. (Este soneto lo escribí para el libro de Margarita Krakusin Entre el exilio y la memoria: Josefina Leyva y su obra).

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Sonetos que escribĂ­ para mis novelas


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La canción prohibida de la doctora Fanny

Serenata Del personaje Jorge Landi a Fanny, la protagonista de esa novela

La mañana, después de las estrellas, un cascabel te llamará temprano, y vendrá a detenerse ante tu puerta el aroma febril de tu caballo. Verás en el espejo tu sonrisa, una violeta azul en tu ventana y una canción de fiesta detenida en los arpegios de su pentagrama. Habrá sol y silencio en tus esperas, y en tu acogida silbará una flauta comprometida con la primavera Será el amor, será el fervor del alma, y un peregrino llegará a tu puerta para dejarte, viva, su palabra.

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Para mi novela Las siete estaciones de una búsqueda En el interludio de mi novela, Las siete estaciones de una búsqueda, tuve la intención de crear un conjunto de páginas surrealistas para dar amenidad a la narración. En ese interludio coloqué dos poemas que traigo a este sonetario y a los que doy título ahora: “Dos duendes de la noche” y “Fantasía”. Este último poema lo publiqué en esa novela dividido en dos grupos de versos, sin señalar la estructura de dos cuartetos y dos tercetos propia del soneto, que ahora destaco. Lo hice para resaltar la locuran y la fantasia que quise poner en ese interludio, Ambos poemas y los otros excepto uno, aparecen como escritos por Ángel Cordero, el protagonista de esa novela mía, a Diana, la joven a quien amó profundamente.

Dos duendes de la noche Temblándote en lo negro de la noche vi tus ojos, relámpagos de tu alma, sobre el rumor de tu sonrisa huraña gritaron su silencio en un derroche. Dos gitanos del mar, fueron un broche de pasión en la sombra derruida. Fueron dos piedras mágicas de vida, dos nostalgias meciéndose en la noche. Y yo, desorientado por la duda de si fue por deseo o por reproche el furor de tus ojos en la noche encadené el clamor de mi pregunta: mi duda y mi esperanza clavé juntas en tus ojos, dos duendes de la noche.

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Fantasía Tu perfil, un cristal de la penumbra te cortó en dos la sombra e hizo un fantasma. El viento fue esculpiéndote en su música y un nardo se detuvo en tu garganta. Un toque de marfil hirió tu risa, un jazmín desbocó en ti su fragancia, un redoblante desnudó tu prisa, la brisa te anudó un chal de nostagias. Una bruja, robándote al destino ató tu cabellera en el camino y desató la ruta de tus plantas. Pero yo, desvelado por el vino te acuné en un recodo de mi sino y te llevé conmigo en la distancia.

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Otros sonetos escritos por Ángel Cordero para Las siete estaciones de una búsqueda. Ofezco a mis lectores la fascinación de Ángel Cordero cuando conoció a Diana.

Tu llegada Era la sombra en derredor. Yo estaba solo cuando te vi sobre la arena, y el estremecimiento de una ráfaga incendió los fantasmas de mi espera. La sombra se escapó por las esquinas y tú, de pie, llenaste el panorama. Fue como si una iglesia repentina echara a vuelo todas las campanas. Tus manos se me abrieron: dos gemelas rutas de amor, sorpresas de mañana, dos pájaros en su jaula de seda. Y tus ojos prendieron en mi entraña con su lumbre, mi garfio a tu belleza, con su enigma, mi cruz hacia tu alma.

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Canción para la ausencia La silla, desolada en una esquina guarda el rumor de tu sandalia leve, y es mucho más que una silueta herida en un paisaje helado por la nieve. La silla, secuestrada por las horas, calzada por la prisa de tu huida, abandonó en su entraña a una paloma y gastó el mapa frágil de una cita. La silla que, empapada por tu ausencia, fue suicida en un toque de demencia y está viva en la lumbre de un milagro. En esa silla se quedó tu huella, bien ahuecada en un cojín de seda como una joya en un perfil de mármol.

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Canción de la viejita refugiada en un asilo a quien le brotó por primera vez un poema, sin saber que era un soneto

La hora En esta esquina de áspero destino donde vinimos a esperar la muerte, abandonados por los que están vivos es inútil quejarnos de la suerte. Hoy, recordamos lo que ayer hicimos clavados entre angustias y placeres: mordimos la lujuria, el sacrificio y la torpe ilusión de lo aparente. Mecimos con amor a nuestros hijos, sudamos el contagio de sus fiebres, socorrimos a los buenos amigos, nos extasiamos ante lo prohibido, y hoy, frente al karma de lo que perdimos vemos morir la rosa y la serpiente.

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A Teresa, el personaje protagónico de mi novela La Reina de los Príncipes Negros

Encuentro con mi personaje Te adentraste en mi casa de repente, viajera de un exilio entre los páramos. Tú, la amazona de un corcel rebelde con las alforjas llenas de pasado. Era el anochecer, y al acogerte con el asombro de un suceso mágico, me dolió tu destierro del presente entre todas las rutas de tu caos. Era el amanecer, y me trajiste los leños de tu noche de cansancio tras quemar las fronteras de tus cárceles. Y nuestro encuentro fue –no lo dijistedos exilios reunidos un instante en la estación bordada sobre un páramo.

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Semblanza de mi personaje

Soneto de estreno para una mujer insólita Tú, mujer enlutada con antifaz de fiesta: la belleza de Italia en su fervor te presta los ojos como nudos de arena en un desierto y una sonrisa ajena que te divide el gesto. Tu pañuelo de holanda va enjugándote olvidos y un vendaje sutura tu seno adormecido. La noche de Walpurgis va abrazada a tu pecho sin vino ni guitarras para encender tus besos. ¡Oh, mi Yocasta trágica con tu pincel de oro! Tu secreto escondido en un tendón sonoro y un verdugo fantasma va espiando tus pasos. Una antorcha te quema la dicha en el regazo, la vida con la muerte debatiendo tu sino, esclava del pecado que te donó el destino.

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Medallas y algodones sobre la historia



La bella Plaza de Altamira, en Caracas, situada en una zona elegante, donde por dos meses de 2002 se congregó el pueblo para repudiar pacíficamente el régimen chavista. Ese pueblo fue tiroteado allí, y los disparos dieron muerte a una jovencita de 16 años a la que la multitud llevó en hombros a enterrar en un duelo colectivo inmenso.

Los héroes en la plaza de Altamira

Los héroes en la plaza de Altamira llevaban un olivo entre las manos afirmando el aliento de la vida, clamando libertad entre disparos. Los héroes en la plaza de Altamira sembraron su ideal en un relámpago. Llanto y furor en la noche homicida junto a una niña de dieciséis años. Los héroes en la plaza de Altamira por sobre el pavimento ensangrentado alzaron la bandera de la vida. Y cuando le amanezca al pueblo bravo, la historia que sus muertos incendiaron va a consagrar la plaza de Altamira.

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Nueva York en dos estaciones Una canción de fe sobre la vida: la promesa al futuro de Walt Whitman. Pasión de acero en montañas de luces, un águila cantando entre las nubes. Afirmada en metáforas de mármol la libertad en una antorcha, aleteando. Tus dos agujas desafiando el cielo como antenas al mundo sobre el viento. New York, en tu apoteosis albergaste un fantasma escondido bajo el hielo. Las campanadas de tus catedrales con presagio en sordina te advirtieron un mensaje de llanto: Laden, Laden, Laden. Pero tus hijos no lo oyeron.

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New York in two seasons (Translated by Kathleen Rupright)

A song of faith in life: the promise of Walt Whitman’s future. Passion of steel in mountains of lights, an eagle singing among the clouds. Confirmed in marble metaphors liberty in a torch, flattering. Your two needles challenging in the sky like antennas to the world on the wind. New York: in your apotheosis you harbored a hidden ghost beneath the ice. The chimes of your cathedrals in muted premonition warned you with a message of weeping: Laden, Laden, Laden. But your children did not hear it.

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José de San Martín, Caballero de América I El veterano de las libertades abandonó la gloria de Bailén, y honrando su blasón de coronel cruzó el océano hasta Buenos Aires. Apuesto caballero en sus salones, entre valses y espuelas bien bruñidas, fundó un hogar donde alojó la vida y dio a los granaderos su renombre. Agobiado por vómitos de sangre defendió el mapa de su patria herida con el fervor de todos sus combates. Y cuando lo pusieron en el lance de quebrar el país en dos partidas, alzó la frente y descruzó Los Andes.

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II En Chacabuco fue héroe entre los héroes, salvó en Maipú la historia americana, y sitió a Lima, ajeno a la venganza contra el criollo, el español o el reo. Fundó la Biblioteca, y un decreto lo elevó a redentor de los esclavos. Fue aliado de los indios, sus hermanos, y armó la paz con su ademán discreto. Y después, Guayaquil. Con su silencio ennobleció la historia americana cuando cedió a Bolívar sus trofeos. El cóndor del honor talló su pecho, penacho de verdad fue su palabra, vencedor de sí mismo aquel guerrero.

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Poemas que escaparon al soneto



El rumor I Un repicar de campanadas mohosas incrustando su yedra en los oídos. Una ronda de pajaritos negros goteando en el alero del vecino. Un crepúsculo ahogado por la lluvia derramándose en todos los caminos. Una serpiente subrepticia y leve soplando entre las ramas y los nidos. Unos pasos sobre alfombra de plumas llevando el hacha para un venadito. II Cuelga el honor como un trapo maldito sobre las alambradas de las plazas. Deja a los niños descalzos y tristes a la merced del viento en las ventanas. Quema la hostia, el alma decapita, traiciona la ventura y la confianza. La puerta del rumor trae la locura seduciendo con todos sus fantasmas. Un laberinto que no tiene fin, el suicidio es su última carnada.

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Canción de los carpinteros (Venidos de muy lejos para construir la casa de mi niñez)

Primer carpintero: Sobre tu ventana abierta te dejé una rosa anoche. Hoy la vi sobre tu pecho sellándolo como un broche. Segundo carpintero: Los pájaros del camino van contándote los pasos. Después, las aguas del río se te duermen en los brazos. Tercer carpintero: Un caballo que corría se detuvo ante tu puerta. Dejó una carta, temblando sin la alforja y sin la rienda. Cuarto carpintero: Y tú, mi campesinita me esperabas en la huerta con la sonrisa de un ángel y el alba de una promesa.

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La luna de San Felipe Donde por única vez he visto el milagro de la nieve rosada

Por sobre la cordillera iba cruzando la luna, tan señorial como un pájaro desprendido de su ruta. Desde la lumbre de un poncho la vi cabalgar Los Andes. ¡Qué llama sobre la nieve por los caminos distantes! Detrás nuestro, los faroles apagaron sus sonrisas con un rumor de nostalgias aferrándose a la brisa. Y más atrás, los chispazos de los leños estallaban en aquel hogar amigo entre rosas de palabras. ¡Ay, luna de San Felipe con tu feliz llamarada! ¡Qué vértigo tu silueta sobre Chile derramada!

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El brote imprevisto de un recuerdo Quizá estés en París en este instante ahora que en París son las cinco, y recuerdes tal vez aquellas tardes de sábado a las cinco. No tendrás el sol bueno de mi isla tras la ventana abierta. Sólo un poco de lluvia, tu tristeza y tu calle desierta. Quizás, irremediable como un golpe tu angustia vuelva a decirte en secreto que pecaste contra las rosas de la primavera. Y después, con el ansia de la fuga retomarás tu libro mientras que, soñador y melancólico, tu corazón lo morderá un suspiro.

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La abuelita Fue una abuelita como casi todas mi singular abuela. Tenía el cabello hecho un moño muy blanco y un cigarro amarillo en la mano derecha. Tenía frágil la sonrisa rápida y el corazón, inmenso, se le escapaba y la envolvía en un aura de evocaciones, alegrías, tristezas. Rezaba su Rosario por las tardes y recitaba a Bécquer en las mañanas frescas. Guardaba mi alcancía que ella llenaba (era muy pobre mi abuelita buena) con pequeños regalos de sobrinos que nunca supo gastar para ella. A veces deshacía su pelo largo (espuma pura y quebradiza y bella) para que yo aprendiera el buen oficio de peluquera. A las muñecas jugaba conmigo y disfrazaba al gato de pantera. Decía que los cocuyos en la noche eran estrellas y juraba que un angel premiaría mis acciones más nobles y más bellas. Mi abuelita era ciega, y se sabía a Sevilla, a Madrid, a España entera. ¡Tierra de sueño aquella Andalucía

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que contaba mi abuela! ¡Mi abuelita, gitana que cantaba las Peteneras. Mi abuelita tejía siempre al tacto y un día, en su noche sin fronteras, la sorprendió el cohete de mi prima debajo de su silla siempre quieta. Mi abuelita embelleció mi infancia con sus cuentos del mar, de las iglesias, de los esclavos de su casa grande y de aquel novio obrero que muriera. Mi abuelita era artista y era santa. Por mí creó sus cuadros de novelas: divinas acuarelas de un instante fugadas en el humo que la brisa rompiera. Mi abuelita, entre tazas de café consolaba mi angustia de niña con problemas, y cuando las discordias del hogar se hacían dramáticas y fieras, ella me daba su mano arrugada que avivaba el calor de su presencia. ¡Pobre abuelita que alegraba a todos para que nadie la alegraba a ella! ¡Pobre abuelita que murió un domingo en resurrección con carnaval y fiestas! ¡Pobre abuelita que dejó a su niña frente a las cuatro esquinas de la ausencia! ¡Pobre abuelita que era como todas, aunque era más que todas las abuelas!

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La llegada Llego, y miro la casa destinada para albergar mi exilio. ¡Mi casa! en una calle de herradura donde cantan los niños. Tiene el aroma virgen de la tierra y un farol distraído. Tiene la atmósfera del viejo París con su balcón, su reja, su pequeño jardín y su portera con delantal muy limpio. Me asombran las montañas que la envuelven con dimensiones nuevas. En La Habana era el mar, el llano y todo ¡parecía tan pequeño! Mis dos hijas se aprietan junto a mí sorprendidas de las cosas que ven y que allá no existían. Para aliviar mi incertidumbre, van callando la añoranza de su padre al que el castrismo no dejó venir por capricho político. Esconden su nostalgia de la escuela, de los amigos, de los muñecos, los rincones, el gato, las maestras que ampararon su miedo por los gritos de las horrendas turbas que asolaban el barrio con sus mítines.

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Me conmueve su empeño en protegerme como dos madres mínimas: No declaran su pánico a la escuela que enseguida tendrán que comenzar para estrenar sus becas de pobreza. Se juntan, ayudándome a cargar los gusanos (1) de las treinta y tres libras. Nos acogen las manos generosas de la familia. Tras los abrazos tibios del reencuentro me asomo a la ventana, temerosa de un terremoto que arrase la vida. Un terremoto es algo nuevo ahora que en Cuba no existía. Si ocurre, se desploman sobre el nuestro los altos edificios de las colinas, que ensombrecen la calle con sus múltiples pisos imponentes a mi desvalimiento. Yo no sabría hacia dónde correr cuando la tierra tiemble y la luz se desgarre en un aullido y se derrumben los puentes del río que corre por la esquina de mi casa y estallen las ventanas con sus vidrios. La aguja de la angustia se me clava sobre la entraña de mi incertidumbre. ¿Qué haré mañana, oh Dios, qué haré mañana para el pan de mi casa?

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¿Enseñaré francés a domicilio? ¡El francés! ¿Quién va a solicitarlo donde el inglés impone su designio? Olvidé la aritmética, el latín, el álgebra, la física, la química. Y los versos, a nadie le interesan. A nadie le motiva comprar versos. No, el trabajo lo debo buscar en los clasificados del diario. ¿Empezaré vendiendo por la calle periódicos, galleticas cubanas, criollos dulces sudados por mi madre en su cocina? ¡Vender! ¡Si no conozco la ciudad! ¿Dónde está el laberinto de sus rutas? ¡Y estas montañas que esconden el mar y me impiden volar hacia mi Cuba! Los exiliados del castrismo no conocemos regreso. Miro a las gentes bajo mi balcón tan bien alimentadas, tan vestidas, y me pregunto en qué se me parecen. No conocen el hambre ni el horror, ni el Comité (2), ni las balsas, ni la delación gratuita, las despedidas, los agentes, los pelotones que fusilan la vida. Las alambradas quedaron atrás fieles a sus consignas,

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pero desde lo más amargo de su tenaz pesadilla abren un foso entre esta gente y yo para dejarme sola y abatida. El vocablo extranjera se adelanta y salta sobre mí desde la calle: ¡Es la sorpresa de la libertad! Allá, en las alambradas del castrismo quedaron mis hermanos. Son los únicos que comprenden mi mundo: el lastimoso mundo del horror que acá es desconocido. Estre las alambradas estás tú, prisionero fantasma de una isla donde el espanto estremece las noches y quema las sonrisas. Mis dos hijas se aprietan a mi falda: ¡son mis dos compañeras! Mañana hay que salir a galopar para buscar las becas de una escuela. El hambre de mañana, ¿qué será en mi desvalimiento? Y de repente la paradoja del exilio viene filtrándose por todas las nostalgias y me siembra en el rostro la luciérnaga de una inmensa esperanza.

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Notas 1. Gusanos de las treinta y tres libras. El peso de la ropa, única pertenencia que se permitía sacar de Cuba, no podía exceder las treinta y tres libras. Los que emigraban, desafectos al castrismo, llevaban una valija de tela llamada popularmente “gusano” porque el peso de las maletas impedía llevar alguna ropa más. En nuestra isla, los desafectos al castrismo eran llamados despectivamente “gusanos”. 2. Comités de Defensa de la Revolución. Grupos represivos organizados en cada cuadra de cada ciudad, granja socialista o aldea de Cuba para vigilar a los vecinos y delatar las actividades conspirativas.

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El retorno del soneto Como homenaje a mi amada ciudad de Cienfuegos —la ciudad del primer amor— A Paco, Teresita y Yolanda González-Abreu A Carlos y Magaly Sibletz. A Rodolfo y Mercedes Bustamante



El Palacio de Valle, en la ciudad de Cienfuegos, al sur de Cuba, fue construido por artistas mozárabes traídos de España por su dueño, don Acisclo del Valle, magnate del azúcar que se suicidó al arruinarse durante la depresión económica que siguió a la primera guerra mundial. El palacio quedó abandonado por muchos años. Tenía en derredor una preciosa cerca con caligrafía y flora estilizada, tan bella que era única en el mundo. No he visto nada semejante ni siquiera en los palacios más famosos de Andalucía. Bajo la Revolución llegó un capitán y la hizo derribar, ignorante de su valía.

El palacio morisco que se asoma al mar Un árabe sediento se detiene ante el muro que el alabastro borda dibujando cenefas, y en la tarde —corcel que vuela hacia el crepúsculo— los pájaros del mar te salpican de arena. Un filósofo moro vaticina el destino clavado entre las grietas que separan tus piedras, cuando un tigre asalta tu frágil señorío y avanza entre zarpazos a derribar tus puertas. ¡Ay, palacio de mármol con columnas y alondras y almenares secretos entre fuentes que cantan nudos de historia y sueños oídos por palomas, y galerías que calzan un silencio sin tregua! De golpe, el eco trágico de un disparo le engasta adiós y eternidad a un mirador de seda.

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