CARETAS "la memoria insurgente del diablo"

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C A R E T A S

la memoria insurgente del diablo


la memoria insurgente del diablo


ALCALDE DE CUENCA

MARCELO CABRERA PALACIOS

DIRECTORA MUNICIPAL DE CULTURA, EDUCACIÓN Y DEPORTES ELIANA BOJORQUE

COORDINACIÓN

ANA ORDÓÑEZ RUBIO

ARTISTAS:

ÍTALO ESPÍN NÉSTOR BONILLA

CURADURÍA

CARMEN LANDY

TEXTOS

XAVIER ANDRADE RODRIGO JURADO ALBERTO DEL CAMPO TEJEDOR CARMEN LANDY

FOTOGRAFÍA:

NOÉ MAYORGA ORTIZ (SELECCIÓN PAOLA DE LA VEGA ) GEOVANNY VERDEZOTO (ARCHIVO MINISTERIO DE CULTURA TUNGURAHUA)

DISEÑO MUSEOGRÁFICO / CATÁLOGO: JOSÉ LUIS JÁCOME GUERRERO

COLABORACIÓN DE ARTISTAS NOÉ MAYORGA ORTIZ VICENTE FUENTES

DISEÑO AFICHE : CARLOS SALCEDO

ILUSTRACIONES:

ROBERT ROLDÁN FRANCISCO CASTELLANOS JOSÉ LUIS JÁCOME GUERRERO

MONTAJE MUSEOGRÁFICO:

CENTRO CULTURAL MUNICIPAL CASA DE CHAGUARCHIMBANA


Presentación Cuenca se distingue por pensar y vivir la cultura desde la inclusión y, por tanto, la democratización. Sin embargo, lejos de ser un distintivo novedoso, más bien es algo que nos hace enriquecedoramente diferentes. Es así que expresiones culturales que afirman, resisten, movilizan o, incluso, reinterpretan la historia local, nacional o regional son bienvenidas. En este contexto y desde el enfoque de la integración es que consideramos más que enriquecedor, necesario, participar de manera activa en CARETAS: LA MEMORIA INSURGENTE DEL DIABLO, la exposición que tenemos el privilegio de disfrutar aquí, en nuestra casa. Como ustedes constatarán, la muestra no es cualquier muestra, pues representa el corazón de la Fiesta de la Diablada Pillareña, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial del Ecuador. Así, traída desde un pueblo hermano del centro del país, lo que contemplaremos es nada más ni nada menos que contundentes referentes simbólicos e identitarios, provenientes de procesos de regeneración de la memoria colectiva transformados en hermosas piezas de arte. Constituyen el resultado de un proceso que tiene como eje transformador justamente la valoración de las fiestas populares. Brindemos, entonces, por la memoria colectiva de pueblos hermanos, encarnada en sorprendentes y valiosos objetos de arte. Bienvenidas y bienvenidos. Marcelo Cabrera Palacios ALCALDE DE CUENCA



Los caballeros de la comunidad de Píllaro debían cumplir con los ritos de iniciación vinculados a votos monásticos de castidad, obediencia y pobreza. Debían velar las armas durante una noche de oración y ser armados caballeros, como parte de su respeto al código de honor. Uno de sus objetivos era luchar contra los infieles. Según documentos coloniales, los diablos nacieron del sincretismo holístico para insurreccionarse y bailar mientras se rían de sus torturadores con sus caretas sembradas de cuernos agresivos. Por ejemplo, en una Octava de Corpus Cristi los indios fueron convocados a disfrazarse de diablos para arremeter en contra de los cobradores de tributos, censos y capellanías. Los caciques de Píllaro y Pelileo se pusieron de acuerdo para enfrentarse a los maestres de las Órdenes de Santiago de Calatrava, del Santo Sepulcro (época de Carlos III; 1716-1788), que estuvieron en Tungurahua vestidos con capas y espadas, montados a caballo, buscando herejes en las poblaciones de indígenas de aquellos años para garantizar el paraíso. Así, se puede ver que los diablos de Píllaro nacieron como una respuesta insurgente al status quo de aquellos años guiados por la Iglesia Católica.



NoĂŠ Mayorga Ortiz / Obra: Diablada PillareĂąa, de la serie Neo Builders Andinos 2016 (Arte Objeto) (11 piezas de lego intervenidas)


Las Vidas de las Máscaras Uno entra a la vida de las máscaras mediante el juego o la fiesta ritual, como espectador de espectros danzantes. Sea como actor o como observador, la máscara –instrumento de desfiguramiento y transformación radical de la identidad física– inyecta movilidad e ininteligibilidad a las relaciones que establecemos.

El interés etnográfico que toma al cambio como parte inherente a la tradición posibilita leer una colección de máscaras como el testimonio de la vitalidad y las múltiples formas de sobrevivencia que ha guardado la cultura material hasta nuestros días. Aquí están las máscaras usadas para diferentes propósitos rituales, así como aquellas de usos nacidos en el comentario directamente político del fin de año. Constituyen un vistazo fotográfico a la emulación de los iconos mediáticos y documentan la resistencia al igual que la capacidad de innovación de las tradiciones. Pero, también sugieren la libertad y el misterio que cataliza un artefacto tan simple que revela las ruinas que forman el presente y las ilusiones que encierran las caras performadas. Estamos ante la mascarada cotidiana. El éxito de la máscara radica en desfigurar la parte clave del cuerpo social: el rostro. En la edad de las modificaciones que persiguen la “belleza” estandarizada, estos artefactos reclaman lo absurdo de tales propósitos masificadores. Así, una carantamaula, por única o serial que sea, le deja a su usuario la impronta de la memoria de haber sido otro personaje. Aquellos que hacen usos ritualizados de las mismas guardan historias y encarnan personajes previamente codificados. Con la inclusión de logotipos u otros ornamentos inventan nuevas tradiciones materiales y ubican al nuevo objeto al servicio de una cambiante fiesta (y de la industria turística paralela que la cosifica y colecciona). Para ellos, la producción constante de nuevas máscaras es una alternativa a la apropiación estetizante del museo como institución. Para los que nos quedamos, no obstante, la máscara todavía nos permite jugar y subvertir, incluso rituales como el de entramparnos en la obsesión mimética con los colonizadores, o el de ocultarnos y transgredir nociones establecidas de género o normas de buen comportamiento. [Caretas: La memoria insurgente del diablo] preserva la riqueza de las máscaras en Ecuador; sobre todo, el exceso que constituye el alma de estos objetos. Es un exceso que radica en: la capacidad lúdica que despiertan, las múltiples capas de historia que movilizan y los sentidos de comunidad que afirman. Lo hacen a través de “espectáculos encarnados”, concepto que le es extraño al observador mestizo pero que le es nuevamente impuesto mediante la candidez de la mirada de un oso, la sonrisa de un perro, la languidez de un jaguar, los ojos bordados de un diabluma, el acné nada romántico de un personaje político. Máscaras y mascaradas, por fin la verdadera belleza está en la superficie de las cosas. [La muestra] presenta esto y deja así librar a los enigmas una nueva batalla en las memorias íntimas y colectivas del observador de estas imágenes. X. Andrade Guayaquil. 2016



El Diablo es Cosa de Grandes Ese tramposo, sinvergüenza –cínico, le llamarían los abuelos–, ese querido estafador que de chiquitos nos sirvió para disfrutar de cada travesura y que de grandes aprendimos a silenciar, anda suelto y, pese a todas las maniobras imaginables, nadie lo puede encarcelar. Pues ser libre es su destino. En cambio, de grandes, el nuestro es aprender de sus proezas para ser personas más completas. Sí, desde el primer día que entramos en la escuela de la vida (generalmente marcado por la escuela real de escalones y servicios), las instituciones (y sus reglas) y los encargados (y sus títulos) nos enseñan a mentir para sobrevivir, en vez de enseñarnos a reír. Así aprendemos a ser buenos –a comportarnos bien, a hablar bonito, a sentir como-es-debido. Sin embargo, ¿a dónde nos ha conducido todo aquello? Los presidentes, por ejemplo, en general, empiezan como buenos diablos. Pero con el tiempo terminan embotellados. Si nos detenemos a pensar, lo mismo nos pasa a nosotros. Aprendemos tan bien la lección, que son innecesarias las amenazas, peor los latigazos. Es más, bien podríamos argumentar que, si Jesús se hubiera rebelado, otro sería nuestro destino. Es hora, entonces, de una buena carcajada. Ser intencionalmente porfiados. Abandonar los trajes de siempre o las manías del lenguaje. El diablo, nuestra otra mitad, lo requiere. Lejos de entrampamientos banales, el diablo muchas veces tiene la virtud de ser la salida al descontento del día-a-día. O, lo que es lo mismo, podríamos decir que estar endiablados complementa muy bien a estar tristes. Como el serrucho, cuando completa un cuarteto, así también la Diablada. Pues constituye la puesta en escena de. De qué va a ser, sino de la fruición de los sentidos. Para finalizar una nota de cuidado: No estamos intercediendo por los mentirosos (de enmascararnos tras la lengua o la erudición, por ejemplo, para decir que somos más). No estamos abogando por los canallas, ladrones, sátrapas –gente de mentes, actitudes y sentidos pequeños. No. Estamos diciendo que hay pueblos y tradiciones que acogen al diablo como emble ma de descanso al tránsito que no respira, para cultivar desde el otro lado de las cosas. Estamos insistiendo en que deberíamos aprender de ellos. Si de niños fuimos niños, es hora de explorar a ser grandes con menos. Rodrigo Jurado Ambato. 2016



La Risa del Diablo A través de la literatura homilética, los sermones o las representaciones pictóricas y escultóricas, la Iglesia ha retratado al diablo

de forma espantosa y terrorífica. El cristiano habría de afligirse ante los cuadros de las ánimas benditas, que agonizaban ardiendo en el purgatorio. Allí los condenados alzaban desesperados la mano a la Virgen del Carmen, mientras las figuras diabólicas avivaban el fuego. En ciertas épocas históricas, esta pastoral del miedo utilizó el diablo para disuadir a los feligreses del pecado e incentivar una vida santa que les llevaría al paraíso eterno. Pero he ahí que en aquellos momentos de más represión, mayor es la frustración de los fieles y más necesarios son los cauces de escapismo, por lo que no es casualidad que coincidan en el tiempo las cruzadas morales y las representaciones burlescas del diablo, en que este aparece representado como un estúpido bufón.

Para difundir las representaciones terroríficas del mal, la Iglesia eligió representar al diablo vinculándolo a ciertas fechas que, según la concepción cíclica del año, pertenecían al reino de la oscuridad y la muerte. El diablo aparecería especialmente en aquellos momentos de tránsito (solsticios y equinoccios, principios y fines de año, cambios de estación, etc.), y muy particularmente en aquellos días en que las tinieblas habrían de ser derrotadas para dar paso a un tiempo nuevo de luz y esperanza. Así, en los últimos y primeros días del año pugnarían por prevalecer la oscuridad de los días cortos, la muerte, el mal, el diablo, frente a la luz solsticial, la vida, el bien y el nacimiento del Salvador. Esta concepción alentó mascaradas que representaban la lucha de contrarios. En América latina, el ambiente jocoso de las fechas navideñas, que el cristianismo había tomado de las saturnalias romanas, se ajustó a la temposensitividad indígena, que también asumía un mundo dicotómico, cuya pugna simbólica en ciertos momentos del año contribuiría no solo a reflejar sino a propiciar el cambio de un estado a otro, de una estación a otra, de un año a otro. Carnavalizadas ciertas fechas, el diablo aparecería como un ser monstruoso que amenaza con sembrar el caos, pero también este será objeto de burlas y humillaciones, dado que es necesario matar simbólicamente lo viejo, lo podrido, lo sucio, lo tenebroso, para que el mundo renazca renovado. La risa frente al diablo ha constituido, pues, no solo una manera de domesticar el miedo, sino también el elemento vitalista que permitía representar ambivalentemente la muerte, de la misma manera que la subyugación del diablo, mediante fórmulas de degradación carnavalera, sería la antesala del triunfo del bien. El diablo ha requerido ser representado, por lo tanto, de forma ambigua, a través de disfraces y máscaras estrafalarias, tan terroríficas como ridículas. Para ello, las culturas populares sometieron al diablo a la lógica grotesca de deformación material y corporal, la cual permitía mostrar por igual la corrompida naturaleza humana de instintos bajos y carnales, como también la exaltación del placer más animal. La sexualidad grotesca representa por un lado el voraz apetitito pecaminoso del diablo, pero también recuerda que periódicamente el hombre requiere de ciertas licencias liberadoras en el tiempo extraordinario de la fiesta, que permitan superar el tedio del tiempo ordinario del trabajo. Con el efímero triunfo del mal y el pecado, el diablo instaura una inversión del orden que pone de relieve por igual el lado oscuro y sucio del hombre, como también la necesaria y periódica exaltación de lo bajo y carnal. De ahí que el diablo no despierte solo el terror, sino también la risa liberadora, que habría de desatar las convenciones sociales, tirándolas por tierra, para que de ella pueda renacer el tallo de una nueva vida. Alberto del Campo Tejedor Sevilla, 2016



La Memoria Insurgente del Diablo La Fiesta de la Diablada Pillareña es una celebración de significados simbólicos basada en la tradición oral. Su nacimiento se

da con los caballeros de esta comunidad que primero debían superar ritos de iniciación de castidad, pobreza y obediencia, para luego cumplir con obligaciones religiosas y militares. Es así que los diablos, sus progenitores simbólicos, emergen del sincretismo para protestar en contra del poder establecido. El más importante entre ellos: su líder, porque une a la comunidad con un parentesco metafórico del pasado. Vistos de esa manera, los diablos, con su guía a la cabeza, serían los ángeles encubiertos que luchan contra el poder divinizado que impone su ley a través del pago impositivo de impuestos, por ejemplo. La Diablada tiene la fortaleza de congregar y transformar la comunidad porque crea un momento liminar y, por tanto, liberador en el que la ritualidad, los simbolismos e incluso las desigualdades sociales se fusionan por seis largos días. Lo hace por medio de bailes en los que los diablos incurren para apropiarse de los cuerpos que habitan el pueblo. Es más, ellos no solo proponen su propio código de expresión y subversión sino que también lo imponen. Por eso la Fiesta en sí es contestataria, porque es una respuesta a la imposición del status quo. No obstante, lo fundamental es que exhibe fuerza y dinamismo para representar la dramática transformación de la persona en diablo. Hoy, la Diablada se crea y recrea como espacio referente de afirmación y proyección de identidad cultural. No solo hace que Píllaro ponga en escena sus emociones sino que, al hacerlo, les permite a los lugareños apropiarse de su legado cultural para convertirlo también en un mecanismo de desarrollo social. Esto es visible en la ritualidad expresiva que se recrea en una escenografía a través de los personajes que participan en ella: diablos, guarichas y capariches, que bailan al son de sonetos tradicionales, arrancados desde una guitarra y un violín al ritmo de san juanitos, albazos o pasacalles. Si, por un lado, los diablos son el resultado encarnado de la reivindicación de la ruralidad que anualmente revierte la colonización de cuerpos y conciencias, por otro, ellos dinamizan la institucionalidad de su Fiesta al compartir con los turistas y extenderles la mano con su tributo a la insurgencia de forma festiva. Finalmente, sea a través de los personajes encantados o a través del baile y la música, la Diablada también es performativa. Tiene la facultad de transformar y vincular a los participantes a algo mucho más grande: la comunidad. Lo hace para (re)crear el mito del eterno retorno que está presente y debe ser reconocido y disfrutado. No solo escenifica el mundo al revés sino que también hace posible la entrada del año nuevo. Por eso, si la memoria existe, los diablos pillareños sostienen que es porque la insurgencia la ha hecho posible, gracias a que ha sido puesta en escena también para hacernos reflexionar cómo cada uno vive sus propios rituales. Carmen Landy Ambato. 2016



Anónimo La del Mena 1940 Aproximadamente

José Criollo Antigua 1970

Wilfrido Páez(+) La Chiquita 1983 Aproximadamente


NĂŠstor Bonilla La Cesar 2009

NĂŠstor Bonilla La Orejona 2012


Marco Callamara La Loca 2009

NĂŠstor Bonilla La Puntiada 2015


Néstor Bonilla La Gitana 2013

Ángel Velasco El Ángel 2003


Ítalo Espín La Tiburón 2006

Nestor Bonilla La de la Paila 2012

Ítalo Espín La Malcriada 2013




C A R E TA S la memoria insurgente del diablo Centro Cultural Municipal Casa de Chaguarchimbana

julio - agosto, 2016


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