Postales desde el filo de la crisis alimentaria

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Selección de artículos de LE

MONDE

diplomatique

¿Crisis alimentaria mundial?

ALIMENTOS

y comida «chatarra»

EDITORIAL AÚN CREEMOS EN LOS SUEÑOS


© 2008, Editorial AÚN

CREEMOS EN LOS SUEÑOS

La editorial AÚN CREEMOS EN LOS SUEÑOS publica la edición chilena de Le Monde Diplomatique. Director: Víctor Hugo de la Fuente Suscripciones y venta de ejemplares: San Antonio 434 Local 14 - Santiago. Teléfono: (56 2) 664 20 50 Fax: (56 2) 638 17 23 E-mail: edicion.chile@lemondediplomatique.cl www.editorialauncreemos.cl www.lemondediplomatique.cl Diseño: Carlos Muñoz Baeza Copyright 2008 Editorial AÚN CREEMOS EN LOS SUEÑOS. ISBN: Registro Propiedad Intelectual Nº


INDICE

Postales desde el filo… de la crisis alimentaria por José Luis Vivero Pol y Andrés Pascoe Rippey

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El FMI y el hambre por Serge Halimi

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Motines del hambre por Ignacio Ramonet

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El mercado mundial de cereales “revolucionado” por Dominique Baillard

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Son pocos los agricultores que cultivan trigo por Anne-Cécile Robert

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Alimentarse en lugar de ser alimentado por Dr. Jacques Diouf

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La obesidad al final de la comida por Philippe Froguel y Catherine Smadja

43

Una manera de enfermar acorde con nuestros tiempos por Dr. Oriol Ramis

49

La obesidad en la pobreza por Dr. Miguel E. Angulo J.

55

Por una gastronomía militante por Carlo Petrini

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Introducción

Postales desde el filo… de la crisis alimentaria por José Luis Vivero Pol y Andrés Pascoe Rippey*

Como una epidemia violenta, el miedo a un Apocalipsis alimentario ha infectado a las naciones, medios y sociedades del mundo. De golpe, nos hemos dado cuenta que vivimos en un mundo en el que la comida es más cara que nunca -y seguirá siendo caray en el que la producción se ha orientado hacia los cultivos más rentables, no siempre los más nutritivos. En el mundo globalizado de hoy en día, la sola idea de la escasez dispara espirales de pánico en los mercados, alza de precios y acaparamiento. Un mundo que está pagando el precio de la globalización y la desregulación del mercado mundial, como el arroz demostró con dramática eficacia en Chile en el mes de abril de 2008. Aunque ya existían señales de alerta sobre la subida paulatina del precio de los alimentos, los medios empezaron a poner atención cuando grupos de haitianos rompieron el silencio y protestaron contra el alza de los alimentos en el empobrecido Puerto Príncipe. Cientos de personas se manifestaron con violencia, con el resultado de varios muertos y la eventual renuncia del Primer Ministro Jacques Edouard Alexis. Más que nada, esa *JOSÉ LUIS VIVERO POL ES INGENIERO AGRÓNOMO Y OFICIAL TÉCNICO DE LA INICIATIVA “AMÉRICA LATINA Y CARIBE SIN HAMBRE”, OFICINA REGIONAL DE FAO, SANTIAGO, CHILE. ANDRÉS PASCOE RIPPEY ES FILÓLOGO Y CONSULTOR DE COMUNICACIÓN DE LA INICIATIVA “AMÉRICA LATINA Y CARIBE SIN HAMBRE”, OFICINA REGIONAL DE FAO, SANTIAGO, CHILE.

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renuncia hizo que el mundo tomara en serio la escalada de precios de la comida. Haití lleva años sumergido en una pobreza crónica despiadada con el hambre haciendo estragos por miles. Sin embargo, ahora este problema no es sólo una tragedia humana, sino una fuente de violencia y desestabilización de la sociedad, y una amenaza a los propios políticos y a los sistemas democráticos. Por tanto, ahora sí que hay que tomarse el problema en serio. Poco tardó el Banco Mundial (BM) en advertir que 35 países podrían sufrir disturbios a causa de la falta de alimentos, y el Fondo Monetario Internacional (FMI) estuvo de acuerdo. El director gerente del FMI, Dominique Strauss-Khan, alertó a principios de mayo que el aumento del precio de los alimentos y de las materias primas impactará aún más la situación inflacionaria en América Latina. Por si fuera poco, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ha predicho un aumento entre 10 y 15 millones de indigentes al finalizar este año si la situación del alza de los precios no se revierte. Esto supondrá un serio revés para los avances hacia la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, y ya muchos analistas estiman que vamos a retroceder unos siete años de progresos. Esta crisis no ha surgido de repente. El mundo había recibido advertencias y las había ignorado (1). Bueno, no todo el mundo las había ignorado, pues los agentes de bolsa y los grandes brokers de inversiones las habían tomado en serio y habían visto oportunidad de negocio en esa crónica de una crisis anunciada. A principios de 2007 se destapó la crisis de la tortilla mexicana, con lo que se cortó el listón inaugural al debate de biocombustibles versus alimentos. E hizo visible un problema del sistema de producción y comercio mundial que es estructural, y no coyuntural como se nos quiso hacer ver en su momento en el caso mexicano. El grupo financiero mexicano Ixe publicó recientemente un estudio que confirma que, entre marzo de 2006 y marzo de 2008, los precios internacionales de los alimentos han crecido en un 139 por ciento en promedio. Sólo en el último año, el precio del trigo en el mercado de commodities de Chicago subió un 130 por cierto, el del arroz un 74 por ciento y el del maíz un 31 por 8


ciento (2). Por su parte, el Banco Mundial dio a conocer un análisis donde indica que los precios se mantendrán altos hasta 2010. Su presidente, Robert Zoellick, explicó que “Esperamos que haya respuesta por el lado de la oferta de alimentos para que se reduzcan un poco los precios que seguirán altos en 2009 y 2010” (3). La crisis desde diversos ángulos Como parte del esfuerzo reflexivo en torno a lo que podría ser un nuevo mapa alimentario del mundo, surge este libro. En él, el lector podrá explorar las distintas explicaciones a este fenómeno así como los dramáticos efectos que está teniendo en la vida cotidiana de muchos países, y muy especialmente en los hogares más vulnerables, que son los que siempre se llevan la peor parte de cualquier crisis. Así, es la revolución en el mundo de los cereales el tema que aborda Dominique Baillard, adentrándose en un sistema comercial en el que los grandes países exportadores son los primeros beneficiados con el alza de precios y los países importadores son los más expuestos. Los países que no producen suficiente comida recurren a subvenciones, cuando sus finanzas lo permiten, debilitando su economía general. Y si sus recursos financieros son escasos, recurren a las medidas de protección del mercado interno, a la ayuda internacional y/o al incremento de la inflación, lo que repercute de nuevo en los más pobres, que son los que más gastan en alimentos en proporción a sus escasos ingresos. Por otro lado, Baillard no tarda en notar la ironía de que el BM, que debilitó a los agricultores y al Estado al imponer la liberalización de la economía, afirme ahora que ese sector es fundamental para luchar contra la pobreza, e insta a los Gobiernos a arreglar lo que el mercado solo no puede equilibrar. Como efecto colateral de esta alza de precios y sensación de crisis, el concepto de Soberanía Alimentaria está saliendo muy reforzado, pues sus predicciones sobre el mercado mundial de alimentos y el desmantelamiento de la producción basada en la pequeña agricultura se están cumpliendo de manera sistemática. Las propuestas de organizaciones como Vía Campesina, que hace un año parecían descabelladas, ahora empiezan a cobrar 9


sentido real. Se nos antoja que estamos ante las primeras grietas del modelo neoliberal de mercado desregularizado, donde las transnacionales campaban a sus anchas y los Estados estaban obligados a mantener su poder regulatorio al mínimo. El mercado de alimentos no volverá a ser el mismo cuando salga de esta tormenta. En la misma lógica, pero con distinto enfoque, Serge Halimi llama la atención sobre las recomendaciones que tanto el BM como el FMI hicieron a los países productores, y demuestra la crueldad del sistema financiero mundial: mientras que cerrar el enorme agujero producto de la crisis inmobiliaria es un paso natural del gobierno estadounidense, donar dinero al Programa Mundial de Alimentos para enfrentar la crisis alimentaria se hace a regañadientes y con condiciones. Al final, el texto de Halimi desenmascara el sistema a través del cual los especuladores se enriquecen con la crisis, comprando contratos de entrega de trigo o maíz a futuro, para venderlos más caros. Al capital que ha invertido millones de dólares en alimentos le interesa que el precio siga subiendo, porque así recupera la inversión y obtiene pingües ganancias. Estos textos ilustran la problemática de la crisis del precio de los alimentos con claridad. No hablamos de crisis de los alimentos porque consideramos que en estos momentos (mayo del 2008) todavía no estamos ante una verdadera “crisis alimentaria”. No faltan alimentos en el mundo, hay suficientes alimentos para alimentar a toda la población y tenemos además excedentes. Sólo América Latina y el Caribe produce más del doble de alimentos de los que se necesitan para alimentar a toda su población, y tras exportar una buena parte de ellos, todavía le queda un 30 por cierto de alimentos de sobra. La región es el principal exportador mundial de alimentos y el menor importador global -con sólo un 25 por ciento de alimentos consumidos que proceden de fuera de la región. Esta crisis hay que analizarla país por país para poder sacar conclusiones adecuadas. Sin embargo, seguir alimentando el fantasma de la crisis sólo va a alimentar el fuego de la especulación y de ello sólo de benefician los especuladores de los commodities (los hedge funds que están comprando cosechas futuras) y las grandes transnacionales agroalimentarias que 10


monopolizan los mercados de insumos químicos, semillas, compras al por mayor y ventas minoristas. Chile ante la crisis Vale la pena analizar el caso chileno, que es también adentrarse en el fenómeno global. Chile, con una subnutrición entre 2-3 por ciento (4) y con una desnutrición crónica infantil de menos del 3 por ciento, no es uno de los países en verdadero peligro de una crisis alimentaria. Con un campo altamente productivo, Chile es un exportador neto de productos agropecuarios, obteniendo un 10% de sus ingresos por esta fuente (5). La dificultad que enfrenta Chile es que sus exportaciones silvoagropecuarias no son principalmente alimentarias, por lo que podría sufrir -a partir del alza de precios de los alimentos básicos de la canasta alimentaria- un incremento en la presión inflacionaria. Según información de ODEPA, en el período 1999-2005, el 39 por ciento de las exportaciones de este rubro correspondieron a insumos forestales; 25 por ciento a frutas frescas y 11 por ciento a vinos (6). Aún así, Chile exporta un promedio de 50 por ciento de toda su producción silvoagropecuaria, lo que representa una tercera parte de todas sus exportaciones. Eso implica que su producción exportable excede por mucho su consumo, e implica que, en caso de escasez de alimentos, Chile podría reorientar su producción para atender la demanda interna. En ese sentido, es importante mencionar que Chile importa principalmente carnes, oleaginosas y cereales, y todos estos rubros han subido en el mercado internacional (la soja un 87 por ciento y los cereales un 45 por ciento). Si bien el caso chileno no es crítico, sí presenta vulnerabilidades. La profunda desigualdad es una alerta amarilla que no puede ignorarse. Valga como ejemplo la psicosis colectiva que tuvo como protagonista al arroz la semana ente el 24 y el 30 de abril de 2008. Comenzó el jueves 24 de abril en Estados Unidos, cuando Walmart y Costco -dos grandes empresas del mercado minoristaanunciaban que racionarían la venta de arroz a sus clientes. La noticia se esparció como pólvora y en menos de 24 horas el mundo 11


entero había reaccionado por obra y gracia de la globalización. En Chile, el precio del arroz era de 435 pesos el kilo el jueves; para el viernes el kilo ya costaba 490 e iniciaban las compras de pánico; el sábado 26 las tiendas sintieron que sus almacenes se quedaban vacíos y compraron toneladas extras; el domingo 27 empieza a sentirse el temor de la escasez en las calles y el kilo cierra, en muchas tiendas, a 750 pesos. El martes 29 el kilo se bate entre los 800 y los mil pesos. En algunos lugares, alcanza los 1.200 pesos. El gobierno y las empresas llaman a la calma, garantizando el abastecimiento del producto. Finalmente, el precio se estabiliza por los 830 pesos el kilo: casi el doble de lo que costaba cuatro días atrás (7). Se espera, en contraparte, que esta alza de precios estimule una mayor producción de este cereal en Chile, ya que la superficie sembrada se redujo en un 5,2% en la temporada 2006/2007 (8). El fenómeno se repitió en toda América Latina. La psicosis en torno al arroz ha sido emblemática de la situación de angustia alimentaria que, aparentemente de manera súbita, ha azotado al mundo entero. El pánico mundial fluye por los canales de la globalización, como fluyen los capitales financieros, las noticias o las personas. Este país tiene la capacidad de alimentar bien a toda su población, pero tendrá que acelerar las medidas. Al decir que Chile debe cuidar la alimentación de su población, no sólo nos referimos a la desnutrición antes mencionada, sino también a un problema igual de grave: la obesidad. Con un 11,7 por ciento de niños obesos -uno de los índices más altos de la Región-, el país andino está a las puertas de una eventual situación crítica originada por los malos hábitos alimenticios de su población. En su participación en este libro, el Dr. Miguel Angulo describe las formas a través de las cuales los hogares pobres sufren epidemias de obesidad, y los enormes costos para el Estado por atender esta forma de malnutrición. Angulo es claro en plantear la urgencia de atender este problema que está vinculado a la poca integración social, al bajo nivel de instrucción, y a la falta de acceso a alimentos más saludables. En este sentido, el derecho a una alimentación adecuada no está relacionado sólo con el derecho a estar libre de hambre, si no con el derecho a tener una dieta balanceada, adaptada a las preferencias culturales de cada persona y 12


basada en una producción sustentable que haga un buen uso de los recursos. Atacando el mismo tema, el Dr. Oriol Ramis urge a reconstruir nuestra relación con los alimentos saludables y el ejercicio, que se ha fracturado a partir de una industria alimentaria, a menudo globalizada, que está produciendo masivamente productos de alto contenido calórico, ricos en azucares y grasas que contradicen los hábitos tradicionales de alimentación. Ramis nos recuerda que la OMS ha llamado a los gobiernos a contrarrestar esta tendencia con normas legislativas y una mayor responsabilidad social empresarial. No podía faltar, para cerrar este tema, el texto de Philippe Froguel y Catherine Smadja, en el que se denuncian las tácticas de las empresas de comida rápida para promover sus productos ocultando el daño que hacen a la salud, así como el fomento rampante de la obesidad infantil, de la cual son parcialmente responsables. De igual forma, lanzan un desafío a los gobiernos: ¿cuándo tomarán cartas en el asunto para proteger los buenos hábitos alimenticios de los más jóvenes? Aspectos culturales y legales en torno a la alimentación humana Queda claro así que el hambre y la malnutrición tienen que ser enfrentados desde distintos frentes, y que cuando sube el precio de los alimentos debe recurrirse también al ingenio. Con eso presente, la Iniciativa América Latina y Caribe sin Hambre (9) ha lanzado un proyecto llamado Chefs Contra el Hambre, que busca dar herramientas a los más necesitados para aprovechar mejor los alimentos a los que tienen acceso, ofreciendo alternativas para crear platillos más ricos, nutritivos y eficientes. Chefs Contra el Hambre tiene una sólida alianza con el movimiento “Slow Food”, y es ese el tema que trata Carlo Petrini en su texto sobre el activismo alimentario. Petrini, el fundador del movimiento, es un defensor apasionado del derecho a gozar de la comida, y argumenta científica y filosóficamente a favor no sólo de comer bien como un placer, sino como una actividad ecológicamente sostenible. ¿Por 13


qué? Porque la comida producida masiva e irresponsablemente no sólo contribuye a fenómenos como el calentamiento global sino que fomenta el consumo de alimentos que engordan mucho y nutren poco. La reflexión sobre la comida buena y barata, sobre la comida como parte indiscutible de la vida, encuentra su lugar en el artículo escrito por Jacques Diouf, Director General de FAO, en el que indica que comer es un derecho. Diouf es claro en su planteamiento: el derecho a la alimentación fue aprobado ya en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, y hoy, sesenta años después sólo una veintena de países han incluido ese derecho entre otros tan valorados como la libertad de expresión o el derecho a un juicio justo. Se ha considerado globalmente que el derecho a reunirse libremente es más importante que el derecho a estar libre de hambre. ¡Qué gran paradoja! El director de FAO explica cómo “fue recién en 1966 que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC)”. Ese Pacto tardaría décadas, hasta mayo de 2008, para tener un Protocolo Facultativo que por fin permitirá a los ciudadanos recurrir a la Corte Penal Internacional (después de intentarlo en las cortes de sus naciones) para exigir se proteja su derecho a tener comida suficiente, saludable y adecuada. El derecho a estar libre de hambre recién se está colando entre las principales reivindicaciones de la sociedad civil y de los defensores de los derechos humanos. Parece que una vez consolidados los derechos civiles y políticos, podemos centrar nuestros esfuerzos en los derechos económicos, sociales y culturales. Los primeros requieren de voluntad política, los segundos de dinero. Puede que ahí esté su debilidad y el motivo de su largo olvido… Las fracturas del libre mercado global Antes de permitir que nuestras sociedades caigan en espirales de pánico por los alimentos, es indispensable preguntarse dónde está el error, en una pregunta que vaya a la raíz de esta situación y huya de las respuestas fáciles de cara a la galería. Porque si bien debemos precisar las causas de los problemas coyunturales, es 14


fundamental que miremos el cuadro general y repensemos lo que hoy es el mercado mundial de los alimentos. Las políticas económicas que muchos gobiernos han seguido por más de 30 años, trazadas originalmente por organismos como el BM y el FMI en el marco del “Consenso de Washington”, están dejando de ser convincentes y empiezan a mostrar su lado oscuro: la pobreza y la desigualdad persisten e incluso se agudizan (10) y, encima, la comida es cada vez más cara. De hecho, a nivel mundial, ahora hay más hambrientos que hace 18 años. Nuestro mundo cada vez produce más alimentos, pero los distribuye muy mal. El llamado a la liberalización total de los mercados nacionales e internacionales implicó una retirada del Estado en su rol de promotor de la producción y regulador del mercado, lo cual tuvo una incidencia notable en el abandono del sector agropecuario, lo que produjo un desplazamiento de la agricultura como sector importante en la economía. El modelo de agricultura para la exportación fomentó la producción rentable -a gran escalasobre lo consumible y sostenible -la agricultura familiar. La producción para el mercado nacional y la autosuficiencia en los principales alimentos básicos fue descalificada y la dependencia de los mercados internacionales, controlados por países del primer mundo y sus transnacionales se profundizó, al tiempo que se debilitó la capacidad de responder a emergencias alimentarias. Las reservas estratégicas fueron también desmanteladas, bajo el convencimiento de que el mercado proveería más barato y a tiempo. Ahora parece que esa teoría no se está cumpliendo. El campo dejó de ser rentable excepto para los grandes terratenientes, forzando a millones de campesinos a buscar suerte migrando a las grandes ciudades y a los países del norte. La concentración de tierras y de recursos se agudizó. Al final, y para pasmo de los economistas clásicos, la mano invisible del mercado no resolvió el problema. El modelo -hay que decirlo claramente- está fallando. En este sentido, el alza excesiva del precio de los cereales y la crisis alimentaria en ciernes son sólo otra más de las áreas donde el mercado mundial está haciendo aguas: antes había sucedido con el mercado financiero y algunos de sus grandes bancos de inversiones, luego hemos visto la crisis del sector inmobiliario y el mercado de las subprime; estamos en medio 15


de una verdadera crisis energética, con el precio del petróleo en sus máximos históricos y los biocombustibles despegando bajo un aluvión de críticas, y tenemos al pilar monetario del sistema neoliberal en caída libre desde hace meses. Todas estas fracturas en diversos sectores y de manera simultánea, están suponiendo el más serio revés para el sistema global de mercado que se basa en reglas escasas, poco control de las grandes empresas y flujos financieros que se mueven sin control alguno con un solo beneficio: hacer dinero. En este caso, el beneficio lo están haciendo a costa del hambre de millones. Y con todo lo que apreciamos -porque lo hacemos- a la globalización, es indispensable que revisemos, ahora que estamos a tiempo, un esquema económico y social que simplemente no está resolviendo los grandes problemas globales (alimentos, medio ambiente, paz). De paso, vale la pena recordar que todavía 52 millones de personas sufren hambre en América Latina y el Caribe, una Región que almacena de manera regular un 30% más comida de la que necesita para alimentar adecuadamente a todos sus habitantes. Entonces es justo decir que estamos hablando de un modelo que trata los alimentos como una mercancía cualquiera y no como una parte clave del sustento del ser humano. No es inoportuno señalar que la energía eléctrica y el transporte público son tratados con más respeto -en términos de administración pública- que la comida. Los alimentos, hoy, están engordando los bolsillos de los especuladores y adelgazando a los más pobres. Es hora de tomar cartas en el asunto. Los gobiernos de América Latina, que en general gozan de amplia legitimidad democrática, tienen todas las herramientas para romper la inercia y comenzar un nuevo ciclo con propuestas alternativas, modelos de producción y comercio diferentes y más justos. Hay que acabar con el hambre. Algunos ya lo están haciendo: Brasil, Colombia o Guatemala, por sólo nombrar algunos. El resto del continente puede seguir el ejemplo y transformar, para siempre, el rostro de una generación. Existe la oportunidad, el capital humano, la capacidad productiva y la tecnología. Existe la fuerza para que el hambre sea parte de la historia de esta región. Sólo falta la voluntad de los sectores y de las naciones. Revertir la epidemia de temor por el alza del 16


precio de los alimentos con políticas públicas de seguridad alimentaria y con la promoción del Derecho a la Alimentación es una meta posible. Y ante esta angustia alimentaria que parece azotar al planeta no está de más tener presente a Franklin D. Roosevelt, que al asumir el poder en 1933, en plena depresión, le recordó a su pueblo que no había nada que temer más que el miedo en sí. Ese miedo -que no es muy distinto al que vivimos hoy- es derrotable. Derrotemos el miedo y derrotemos el hambre. Construyamos un sistema alimentario más justo y sostenible. Está en nuestras manos. u 1

La FAO había alertado sobre esta subida elevada del precio de los principales alimentos desde Junio 2006 en los informes de Perspectivas Alimentarias Mundiales, pero nadie le prestaba mucha atención en esas fechas 2 BBC Mundo, 11 de Abril 2008. 3 Diario La Jornada, Roberto González Amador y Antonio Castellanos, 8/05/2008, México, DF. 4 Datos de Food Security Statistic 2007 FAO. 5 Información de la Oficina de Información de la Agricultura Chilena (ODEPA) 6 Memoria 2000-2006, Ministerio de Agricultura, Gobierno de Chile, 2006. 7 Datos producto de seguimiento de reportes periodísticos realizado por la Iniciativa ALSCH. 8 ODEPA, Temporada Agrícola No. 27, Febrero 2007, Ministerio de Agricultura, Gobierno de Chile. 9 Lanzada por los Presidentes de Brasil y Guatemala en septiembre de 2005 y que tiene por objetivo erradicar el hambre de la región. www.rlc.fao.org/iniciativa 10 Según el último informe de FAO “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2006”, desde 1990 hasta el 2004 se había incrementado la población subnutrida en 38 millones de personas.

J.L.V.P. y A.P.R.

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