Verkami

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EVERY GRAIN OF SAND - BOB DYLAN (Hotel Ercilla, Bilbao, 1993) Muchos casados consideran que el día de su boda es el más feliz de su vida y encargan reportajes de fotos y demás tonterías para que la ceremonia nunca termine. Nosotros pasamos corriendo despavoridos por el pasillo del comedor, entre los aplausos de los invitados, tras helarnos de frío en la ermita, sin saber si se debe entrar con la madrina/padrino a la derecha o a la izquierda. Lo cerramos todo muy deprisa para que fuera un día frío y de cielo azul de noviembre, con nocturnidad, sin ensayos, con una bronquitis descomunal. Hubo en el menú pimientos verdes rellenos de txangurro y seis minutos sagrados, los que dura Every Grain Of Sand. Nuestros amigos nos tenían preparado este especial vals, que sonó bien alto en una boîte de hotel setentera con mirrorball incluida y con un equipo de música preparado para escuchar millones de veces el September de Earth Wind & Fire, una garantía de estupendos graves. Every Grain Of Sand, la gema de Shot Of Love, nos llevó en volandas hasta el cielo a pesar del horror de sentirnos observados, aunque fuera por las personas a las que más queremos. Si me preguntáis por una canción para creer, en algo, en lo que sea, puede que aparte de Thunder Road para otros menesteres, os hable de Every Grain Of Sand. Creer en algo que está por encima de cada uno mismo, formado por una energía conjunta derivada de una puesta en común, called it love, y que también representa a la perfección la madre naturaleza, espejo en el que debemos mirarnos para entendernos. Observarla tiene un efecto curativo y energético descomunal. Una elegancia y una cadencia sonora fuera de lo común preparan el terreno para que, tras los versos, aparezcan dos solos espectaculares de armónica Hohner Marine Band donde quieres ver la vida, quisimos verla, bailando con los ojos cerrados en aquella pista de madera con focos. Nunca ese humilde pero expresivo instrumento ha alcanzado un registro cromático tan elevado, tan lleno de matices. Nunca unas notas altas han vibrado de una manera que represente mejor la fragilidad del alma. No hay ocasión en que no se me humedezcan los ojos con el primer solo. Una canción-confesión dentro de una gran película, el momento


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estelar, donde el artista se arrodilla, donde la inspiración besa y embelesa. El sentido de la creación está justamente ahí, dentro de Every Grain Of Sand. Madelyn, Carolyn y Regina, y de solista Clyde King, son los ángeles que te llevan en volandas hasta las puertas del cielo mediante un efecto ola de mar en un día plácido que se forma a lo lejos: empuja, llega, rompe, cambia el color de la arena, retrocede, baja, se pierde en el horizonte para volver, casi de la misma forma, con el mismo impulso pero siempre diferente. Tus ojos no pueden perderla de vista. Nada es igual en el proceso aunque todo se le parezca. Y sumergidos en ella, ciegos de vergüenza por las miradas de los demás, nos prometimos aguantar huracanes y también los días sin un gramo de brisa. Y en medio, todos los demás, entre los que suelen estar los más felices de tu vida, aquellos que pasan sin pena ni gloria, como cada hoja que tiembla, como cada grano de arena. No fue el cura, nuestro tío, el testigo de nuestro compromiso, sino Every Grain Of Sand. WE´VE ONLY JUST BEGUN - CURTIS MAYFIELD (Bilbao, 1994) Tuvo su gracia: alquilarse una casa en una calle llamada Kirikiño (Erizo, en euskera) recién casados, tercero sin ascensor. Nada pesaba entonces. Era un mini piso obrero e interior, muy especial. Decoramos la cocina como en los viejos caseríos, con cortinillas de cuadros de Vichy azul Bilbao de mantel de txoko. Mi madre me enjaretó los canutillos. Ellas hacían de puertas de los armarios bajeros. No existía Ikea, por lo menos en provincias. Tenía más pasillo que habitaciones, pero era nuestra primera casa. Las ventanas eran de guillotina y costaba mucho subirlas y bajarlas por todas las capas de pintura que llevaban encima. Casi todos los viernes llegábamos a las tantas cuando estaban todos los amigos; ahora ya nos falta uno. Organizábamos cenas, escuchábamos por el patio a Sabina con los Rodríguez tocar desde la Plaza de Toros porque estábamos muy cerca. También allí vimos a Dylan la primera vez que vino al Botxo y montamos, cómo no, una fiesta pre y post concierto. Tocó Disease Of Conceit. Bilbao es tan manejable que, a pesar de la cuesta del barrio, a todo íbamos andando. Pero lo que más recuerdo de esos tres años de alquiler, es el día que subí de Power Records con el Curtis Live. Fue escucharlo durante varios domingos por la mañana, recogiendo lo de la cena del sábado, pasillo arriba, pasillo abajo, soñando que estabas en Harlem o en el Bitter End, de lo nítido que se escuchaba todo por el eco de un pisito curioso en su estructura y con muchísimo encanto. Comprendí con Curtis Mayfield los fundamentos de la guitarra al servicio de la canción, el por qué ella debe ser mariposa que revolotea y no punto central de la escena, y así llegar

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a construir la ingravidez de la composición; cómo debe besar al cantante, soplarle en la nuca, flirtear con el bajo y escaparse un poco de las reglas que marcan los tambores. Supe desde entonces por qué Robbie Robertson fue un guitarrista tan especial y quién fue uno de sus maestros; él se fijó en el genio del soul de Chicago. Comprendí que el falsete es todo menos falso, y que los barrios, como Irala, tenían y tienen voz propia porque están llenos de corazones que laten. No queríamos movernos de allí, pero al final la llegada de un hijo te hace tomar decisiones. Tampoco es que nos marcháramos muy lejos, solo al otro lado de la calle, pero no era lo mismo. Aún se podían visitar las Torres Gemelas en Nueva York, pero no llegamos a tiempo y no conocemos todavía la Gran Manzana, aunque esperamos viajar allí algún día. El sol caía y cae de una manera especial en esa colina bilbaína de Iralabarri, tan British en su arquitectura, donde creías que te ibas a encontrar por las esquinas de sus cuestas a los Kinks o a los Jefferson Airplane, sobre todo en sus espléndidos atardeceres de verano, protegido como está por un lateral por nuestro monte Pagasarri, y por el otro por las Torres de Zabalburu, setentonas con su blanco ya tan sucio. Ese domingo, con Curtis de banda sonora, nuestro rincón sagrado quiso ser Norteamérica. Fue algo estupendo. Seguramente nos fuimos a comer unas rabas después, o a encargar un pollo asado al Rally. Y es que el séptimo día está hecho para descansar, para regodearse en su minúscula pero magnífica duración, como aquel piso, como esta canción, como ese plato de rabas. No me olvido de esos domingos gospel ni quiero olvidarme nunca. Aunque sea algo del pasado, con las canciones todo se hace presente. Habíamos comenzado nuestra vida, a vivirla, independientes, como queríamos. Éramos felices, así que, como dice casi llorando en falsete Curtis: We´ve only just begun... to live. BLUE -THE JAYHAWKS (Begoña-Bilbao, 1997) Qué dulce es la ansiedad cuando esperas el nacimiento de un hijo. Los meses previos solo veíamos maxicosis circular por las aceras. Ni recuerdo las veces que preguntamos si eran buenos para las espaldas de los bebés. Todavía las cesáreas no se programaban y había que esperar a ponerse de parto. La calma chicha acabó una noche del día de San Sebastián, con la alarma de las contracciones. Nada de taxis, ir a por el coche al garaje y subir a la clínica. Llovía a mares bajando por Hurtado de Amézaga, circulando hacia la colina de Begoña. La cara de mi hijo, cuando me lo presentó la enfermera, bien podría describirla como a la canción más bonita del mundo. Se llama Blue y es de la banda de Minneapolis The Jayhawks. La primera


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vez que la escuché pensé que era la mayor explosión de amor. También me lo parece ahora, mientras la escucho por ya ni sé sabe qué vez. Es su trenzado de acústicas y ese precioso movimiento seguido por el traste, es la entrada de los tambores como en Tiny Dancer, el piano escuela Nicky Hopkins, la nota suspendida sublime tras el going down, las cuerdas pletóricas tras las voces de lobos enamorados en su arquitectura de armonías gótico flamígeras para la eternidad. Ese mismo estallido sentí al día siguiente, al mirar por la ventana de la clínica. Hacía un día radiante, de esos únicos de enero en Bilbao. Los chaparrones nocturnos se habían llevado toda la espera. Teníamos al lado a nuestro crío, y con mirar su cara de luna éramos felices. Habíamos compuesto nuestra canción más bonita, como los Jayhawks con Blue, la canción más bonita del mundo. Y en el maxicosi, nos la llevamos a nuestra casa. EL PAISAJE - VAINICA DOBLE (Bilbao, 1997) Ya nos habíamos movido de Irala. No hay cosa más bonita que despertarte por los ruidos de tu pequeño, moviendo los barrotes de la cuna, ya de pie y protestando por su atención, con un pijama de una pieza de borreguito. Esa sonrisa que te despeja cualquier atisbo de derrota o cansancio. Enfrente, al otro lado de la calle, esta casa ya era exterior, había una pared de hormigón y una iglesia triste y gris, pero que es la mía -allí me bautizaron-, y el ruido de muchos coches, aunque al fondo se viera de refilón el monte. Abrí la persiana para coger a mi niño y darle mi ración de besos y el desayuno. Un instante que relaciono con un cd-walkman -siempre me he dormido con los cascos puestos- y una canción: El paisaje de Vainica Doble. Hasta entonces no era muy consciente de ser padre, pero en un segundo me entró una angustia repentina que se convirtió en fortaleza para siempre. Protección, me decían mis Vainica. De eso se trataba: de proteger esa sonrisa de por vida. Desayunamos. Me pidió a Aretha, su muñeca negra. Le estampó el bibe en la cabeza. Nos reímos a carcajadas, me emociona recordarlo. Su madre se despertó y se me quemaron las tostadas, en la pradera azul, junto al mar. En tres meses será mayor de edad. Me gustaría que pensara que todo lo pinté pensando en él, para hacerle soñar. IT COVERS THE HILLSIDES - MIDLAKE (Bilbao-Espinosa de los Monteros, Invierno 2007) Recuerdo los planes de fin de semana con los padres de los compañeros de nuestro hijo de la escuela, el alboroto y la alegría cuando decidíamos irnos a pasar

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el sábado o el domingo a la zona de Lunada en Espinosa de los Monteros, Burgos, cuando había nieve. Es tan determinante tener un hijo, que en unos pocos años, casi sin enterarte, estableces un círculo estrecho con su entorno que dura para toda la vida, sobre todo si tienes la suerte que tuvimos nosotros de dar con unos padres y unos críos tan majos. Hasta hoy.Preparábamos las botas de monte y los plumas y arrancábamos los coches rumbo a la meseta. El viaje era de una hora, perfecto para escuchar completo un disco. La salida de ese sentimiento gris y oscuro del duro y húmedo invierno en Bilbao, más que por gélido, por ausencia de cielo, tiene para mí su camino natural hacia la luz subiendo a Burgos, bien sea por la Peña Angulo rumbo a mi adorado Frías, o por el puerto del Cabrío pasando el Valle de Mena. Suele ser en dichos trayectos donde los discos pasan la prueba del algodón. En dicho valle del norte de Burgos hay un momento estético de belleza abrumadora, máxime si las cortantes paredes de los Montes de la Peña a la izquierda de la carretera están completamente blancas, como sucedía aquel espléndido día de sol radiante pero de frío invierno. El caso es que estaba uno muy colgado entonces de la obra maestra de Midlake, The Trials Of Van Occupanther, que es uno de los discos más descolocados en el tiempo. Es rock prerrománico hecho por unos tipos de Texas, pero lleno de melodías, giros vocales y trampas embaucadoras. Tuvo la suerte el destino de que, en el cruce de Lezana, momento en que la sombra de esa pequeña cordillera impresiona, justo cuando ya ves el campanario del Santuario de Nuestra Señora de Cantonad, al comenzar a subir el puerto, sintiéramos la alegría de nuestro chaval desde el asiento de atrás, la ilusión de todo lo que iba a hacer con la nieve, y ello acompañado de los acordes de It Covers the Hillsides. El pulso insultantemente eufórico del bajo, la resignación de una voz casi gregoriana, ese toque Fleetwood Mac de justo antes de que fueran tan famosos, los moog o teclados electrónicos desembocan todos en un puente dorado tipo al de Ballad Of Easy Rider de los Byrds que dice: I’m not sure where this river goes But we have no choice but to follow There was smoke in the sky over those trees Let us hope they are kind to you and me (No estoy seguro a dónde llega este río Pero no tenemos más remedio que seguirlo Hay humo en el cielo sobre aquellos árboles Esperemos que sean amables para ti y para mí).


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Me pareció entender el sentido del proyecto común, de estar juntos para siempre los tres, y un escalofrío raro y gozoso se prolongó varios segundos, como en los libros de Los Cinco. Luego vendrían las risas, los sacos rotos en la nieve, los enfados de los chiquillos por los bolazos en la cara, la espléndida y rica comida en el restaurante de la plaza del pueblo y el aprovisionamiento de deliciosas galletas italianas de mantequilla en la Dolce Vita. Y ya cuando el cielo azul cambiaba de color porque el foco del sol tenía que descansar para lucir un nuevo día, cansados pero llenos de luz, bajamos todos de vuelta a la latitud marina, al agujero sin luz, a la rutina hermosa, pero no tan memorable como había sido ese generoso domingo. It Covers The Hillsides, de estos raros tejanos que suenan a la Europa Medieval, te cuenta exactamente eso: el plan, subir a la montaña y respirar, valorando que la vida es la esperanza de que el tiempo nos vuelva a permitir un día así, amable para ti y para mí, que cubra las carreteras, las colinas, las casitas de pueblo y los pinos helados. DOWN TO YOU - JONI MITCHELL (Aquitania, 2008) Te puedo asegurar que fue el día más feliz de mi vida. Estábamos en la zona francesa de los Chateaux cercanos a Saint Emilion, a 30 kilómetros de Burdeos. Celebrábamos un aniversario de boda. Era el final de otoño y éramos tratados como reyes en una casa de alojamiento rural del siglo XVIII, regentada por un matrimonio inglés que en los sesenta fueron mods en Londres. Se hicieron amigos nuestros porque no paraba de llover y hacía mucho frío, siendo nosotros los únicos huéspedes. Además, a Maureen y Jon les pareció un detalle que eligiéramos su casa para la ocasión, en esa aldea perdida entre viñedos dorados. Nos pusimos morados a buenas viandas con dos desayunos para contar a los nietos. Maureen nos hizo unos scones de mantequilla para la ocasión, porque ella es escocesa. En fin, que todo olía a gloria, sabía a cielo e iba sobre ruedas. El domingo, ya un poco saciados de tanto comer y beber buenos caldos, decidimos hacernos un bocadillo sencillo de almuerzo e ir a perdernos, ya de vuelta, entre los castillos y los viñedos. Había escampado. Aparcamos en una cuneta, en una curva preciosa donde se divisaban los diferentes planos de los viñedos con todos los rojos, marrones y granates posibles cercanos a una vieja bodega-torre centenaria. Comimos ese bocadillo, seguramente de un queso francés con algo de tomate o lechuga, el clásico vegetal con un pan espectacular, y nos quedamos mirando todo aquello escuchando el Down To You de Joni Mitchell, que salió en el aleatorio del estéreo del coche a pleno volumen. Todo se paró en los cinco minutos que dura.

Si es cierto eso que cuentan de que en los últimos segundos de una vida se te aparecen como diapositivas una sucesión de momentos cruciales, o mejor, de felicidad extática, estoy seguro de que este será uno de ellos. Cuando entra el arreglo de cuerda, el sistema nervioso emocional me salta al modo amistad. Con la persona a la que veneras, compartiendo secretos, bocadillos, cielos entre viñedos, y Joni dice eso de everything comes and goes, mark by lovers and styles of clothes (todo viene y va, marcado por amantes, estilos y ropas), o después, in the morning there are lovers in the street, they look so high… (en la mañana hay amantes por las calles, parecen tan contentos…), describe un momento como ese para contrastarlo con todo lo que ella ha perdido cuando el amor se ha esfumado. Joni es parte de mi propia forma de sentir. Escuchad Down To You sin pausa y cerrad los ojos, mirando el viñedo. NOT DARK YET - BOB DYLAN (Sevilla, 2012) Me cuesta mucho despegarme de las ciudades y sus luces, de su gente y sus olores: sigo en Sevilla, quiero continuar hablando de Bob Dylan como lo hice en primavera en su Universidad. La conferencia se llamaba La Arruga Bella de Bob Dylan. Me sigue fascinando lo poco que se puede decir sobre su obra y milagros, aunque te dejen hora y cuarto. A mí me hubiera gustado analizar canciones. Me dio tiempo con Working Man Blues # 2, su Internacional del siglo XXI, y con Forgetful Heart, su fado menor. Creo que fui el ser más feliz durante esa mágica tarde, rodeado de estudiantes que habían elegido esos créditos. A la vuelta, rumbo a mi nuevo trabajo, iba en el coche dándole vueltas a lo que Lu me contó sobre lo que representa la Semana Santa allí, en ese decorado perfecto, si consigues abstraerte de la multitud y fundirte en toda su estética y simbolismo. Y caramba, sí que tenía que haber hablado más de Not Dark Yet. La perla del Time Out Of Mind es la canción más sevillana del de Minnesota, es su Madrugá, ves claro el perfil de un Cristo de madera vieja dibujando una silueta en la alborada, en ese instante previo al final y al principio de todo. Bob con ella descubrió el poder escalofriante del redoble marcial, y lo recuperó en Modern Times para Nettie Moore. Se escuchan desde el Altozano los rumores de la plegaria, las sombras caen, se reflejan los cirios en ellas, es imposible dormir, huele a incienso, el tiempo se esfuma. “Siento como mi alma se convierte en acero y aún tengo las cicatrices que el sol no pudo curar; no hay sitio para estar en ningún lado, no ha oscurecido, pero no va a tardar”. Fue precioso estar en Sevilla y aprender a entender todo su misterio desde Not Dark Yet.


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