El milagro de chapanche

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relato breve ilustrado

El milagro de Chapanche

perla rodriguez


Escrito por perla rodrĂ­guez Ilustraciones de jesĂşs prados


El milagro de Chapanche

H

ubo un tiempo en que Chapanche era una de las aldeas más visitadas de los Andes, rodeada de una extensa, rica y florida vegetación ofrecía a todo aquel que se arriesgaba a subir por la escarpada y curvilínea carretera, sus afamadas y milagrosas aguas curativas, que discurrían con una fuerza inusitada montaña abajo hasta desembocar en un ancha concha de piedra. Los habitantes de Chapanche se esmeraban por mantener sus casas pintorescas, sus balcones floridos y sus empedradas callejuelas limpias, ajenos a cualquier acontecimiento que pudiera romper su tranquila y sosegada rutina. Este lento transcurrir de sus vidas se vería interrumpido una fría noche de invierno andino, cuando un profundo, lento y ensordecedor ruido les hiciera estremecer. Todos se quedaron mudos, petrificados en sus lechos y con la manta hasta el cuello sin acertar a adivinar el origen de aquel amenazador e inquietante sonido. Nadie se atrevió a levantarse para ver qué era y de dónde provenía, todos permanecieron inmóviles escudriñando la oscuridad. Una vez terminó, todos se decidieron a levantarse y salir a la calle como impulsados por un resorte, su sorpresa fue mayúscula al observar una gran grieta que discurría serpenteante cruzando por en medio de la calle y atravesando toda casa que encontraba a su paso. Cada uno se apresuro a mirar acobardado su vivienda, descubriendo para su pesar un profundo zigzag que subía por la fachada, cruzaba el tejado y bajaba por el jardín para continuar hasta la casa de al lado o calle abajo. Chapanche quedó literalmente partida en dos.

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A

primera hora de la mañana y tras comprobar los daños, todo el pueblo se reunió en la plaza central que cruzada por una gran grieta acogía a los exaltados e incrédulos chapanchenienses, que no atinaban a descubrir el por qué de tan enorme brecha. Para unos era un castigo por su soberbia al considerarse la mejor aldea de la comarca. Otros, los más instruidos en la naturaleza en la que vivían señalaban que se trataba de uno de los muchos acontecimientos geológicos que se producían por aquellos escarpados y montañosos lugares. Fuera lo que fuera había dejado a sus habitantes atónitos sin conseguir recuperarse del susto ni del desastre y sin ver solución posible de cómo tapar aquella enorme abertura.

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L

a noticia de que Chapanche se había partido en dos se difundió por todas las aldeas cercanas, cuyos habitantes, incrédulos de la magnitud del acontecimiento, no encontraban más respuesta que un castigo de las fuerzas sobrenaturales por presumir tanto de sus aguas milagrosas. Gabriel Monzón el chapacheniense más anciano no recordaba una catástrofe similar, sería él quién hiciera el descubrimiento que daría un giro de 360 grados a toda la aldea. Esa misma mañana, el anciano de cabeza blanca y enclenque cuerpo se encontraba afanado en su labor de reconstrucción cuando vio algo brillar entre la grieta que cruzaba su jardín, se agachó e introdujo con mucho cuidado su mano, el semblante le cambio de la curiosidad al terror al descubrir que lo que había sacado con tanto cuidado era la mano de un hombre con un resplandeciente y enorme anillo de oro con un rubí engarzado. Estupefacto y atraído por el brillo de la joya se quedó absorto contemplando su hallazgo, para luego en un acto reflejo tirarlo lejos y salir corriendo con un grito de terror. Todo el pueblo acudió en tropel y formaron un corrillo alrededor del siniestro descubrimiento, un corto pero fuerte temblor sacudió de nuevo la aldea, cogiendo a todos desprevenidos concentrados como estaban mirando el brillo del dorado anillo. Cuando volvieron en sí, la sorpresa fue enorme al ver como la grieta se había cerrado totalmente dejando tan sólo una línea a modo de huella de su recorrido. Todos gritaron al unísono “¡ha sido la mano milagrosa!”. Don Evaristo, el cura recién llegado de España, recogió la mano como si de un niño se tratara y en procesión bajo el canto del Padre Nuestro y Ave María fue llevada a la pequeña ermita que coronaba la calle Mayor. El cura la colocó con sumo cuidado en una pequeña urna de cristal y todos se arrodillaron dando gracias por el milagro concedido.

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El rumor de la mano milagrosa recorrió todas las aldeas de la serranía andina y pronto empezaron las procesiones de peregrinos que acudían a pedir los más variados deseos.

Mientras tanto en la ciudad más cercana los periódicos y la televisión se hacían eco del terremoto de magnitud 3.5 en la escala de Richter que por su baja intensidad apenas se había notado a lo largo de la noche. Igualmente, informaban del hallazgo del cadáver de “Tiro Rojo” uno de los delincuentes más buscados en los últimos años por sus innumerables asesinatos. Por lo visto, el cuerpo se había encontrado en uno de los polvorientos caminos de subida a los pueblos de la serranía, atrapado en medio de una gran grieta. También señalaban que el cadáver presentaba la mutilación de la mano derecha con la que había matado a más de una treintena de víctimas. Se especulaba que se la habían cortado ante la imposibilidad de quitarle su tan conocido y famosos anillo de rubí, uno de los mayores tesoros robados del Museo del Oro de la ciudad, años atrás.

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