Cuentos de valores

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Cuento Érase una vez el final de un cuento de hadas. Todo había acabado felizmente, y el príncipe y la princesa habían llegado a casarse tras muchas aventuras. Y vivieron felices y comieron perdices. Pero, al día siguiente, el príncipe tenía un fuerte dolor de cabeza y no le apetecía comer perdiz. Salió a pasear por los jardines mientras la princesa devoraba una perdiz tras otra. Tantas comió, que al llegar la noche sufría una gran indigestión. Esa noche, el príncipe protestaba, pues no se sentía feliz. - Vaya birria de cuento. No me siento para nada feliz. - Si no eres feliz, es porque no has comido perdiz. Y al día siguiente ambos solo comieron perdices, pero el mal humor del príncipe no desapareció, y la indigestión de la princesa empeoró. - Vaya birria de cuento- dijo también la princesa. El tercer día era evidente que ninguno de los dos era feliz. - ¿Cómo puede irnos tan mal? ¿Acaso no fue todo perfecto durante el cuento? - Es verdad. Lo tenemos todo, ¡y hasta nos hemos casado! ¿Qué más necesitamos para ser felices? Ninguno de los dos tenía ni idea, pues se habían preparado para vivir una vida de cuento. Pero, al terminar el cuento, no sabían por dónde seguir. Decididos a reclamar una felicidad a la que tenían derecho, fueron a quejarse al escritor del cuento.


- Queremos otro final. - Este es el mejor que tengo. No me sé ninguno mejor. Y, tras muchas discusiones, lo único que consiguieron fue que eliminara lo de comer perdices. Seguían sin ser felices, claro, pero al menos la princesa ya no tenía indigestión. La infeliz pareja no se resignó, y decidió visitar a las más famosas parejas de cuento. Pero ni Cenicienta, ni la Bella Durmiente, ni siquiera Blancanieves, hacían otra cosa que dejar pasar tristemente los días en sus palacios. Ni una sola de aquellas legendarias parejas había sabido cómo continuar el cuento después del día de la boda. - Nosotros probamos a bailar, bailar, y bailar durante días- contó Cenicienta- pero solo conseguimos un dolor de huesos que no se quita con nada. - Mi príncipe me despertaba cada mañana con un ardiente beso que duraba horas- recordaba la Bella Durmiente- pero aquello llegó a ser tan aburrido que ahora paso días enteros sin dormir para que nadie venga a despertarme. - Yo me atraganté con la manzana cien veces, y mi príncipe me salvó otras tantas, y luego nos quedábamos mirándonos profundamente- dijo Blancanieves- Ahora tengo alergia a las manzanas y miro a mi esposo para buscarle nuevos granos y verrugas. Decepcionados, los recién casados fueron a visitar al resto de personajes de su cuento. Pero ni el gran hechicero, ni el furioso dragón, ni sus valientes caballeros quisieron hacer nada.


- Ya cumplimos con todas nuestras obligaciones, y ni siquiera tuvimos un final feliz ¿Y encima queréis que nos hagamos responsables de vuestra felicidad ahora que ha terminado el cuento? ¡Venga ya! La joven pareja recurrió finalmente a sus leales súbditos. Tampoco funcionó porque, a pesar de que obedecieron todas y cada una de sus órdenes, los príncipes siempre habían tenido todo tipo de lujos, y seguían insatisfechos. - Nada, tendré que encargarme de mi felicidad yo misma - decidió la princesa precisamente el día que el príncipe pensó lo mismo. Y cada uno se fue por su lado a intentar ser feliz haciendo aquello que siempre le había gustado. Pero por emocionantes y especiales que fueran todas aquellas cosas, no era lo mismo hacerlas sin tener a su lado a su amor de cuento. Tras aceptar su fracaso por separado, volvieron a encontrarse en el palacio llenos de pena y desesperanza. - Lo hemos intentado todo- dijo el príncipe, cabizbajo-. Ya no queda nadie más a quien pedirle que nos haga felices. Estamos atrapados en un penoso final de cuento. - Bueno, querido, aún nos queda una cosa por probar- susurró la princesa. Hay alguien que aún no se ha encargado de tu final feliz. - ¿Sí? ¿Quién? ¿La bruja? ¿El león? ¿El armario? ¿Voldemort? - Cariño, no te vayas del cuento. Me refiero a mí. Aún no me he encargado de hacerte feliz. Ni tú tampoco de mí. Era verdad. Y no perdían nada por intentarlo.


Aunque hacer feliz al príncipe tenía lo suyo. Solía levantarse de mal humor, trabajaba algo menos que poco y era un tipo más bien guarrete. Y tampoco la princesa era perfecta, pues lo menos que se podía decir de ella es que era caprichosa y mandona, bastante cotilla y un poco pesada. Pero, a pesar de todo, se querían, y descubrieron que, al esforzarse por el otro, olvidándose de sí mismos, no necesitaban más que ver asomar la felicidad en el rostro de la persona amada para sentirse plenamente dichosos. Nunca antes habían repartido felicidad, y hacerlo con su único amor los llenaba de tanta alegría que era difícil saber quién de los dos era más feliz. Pronto se sintieron tan dichosos repartiéndose felicidad que, a pesar del esfuerzo que les suponía, no pudieron parar en ellos mismos, y comenzaron también a preocuparse de la felicidad de sus súbditos y los demás personajes de su cuento. Hasta las legendarias princesas que no habían sabido vivir felices en su final de cuento pudieron recibir su consejo y su ayuda. Así, habiendo descubierto el secreto de los finales felices, hicieron por fin una última visita para llevar a su amigo el escritor un regalo muy especial: un nuevo final de cuento. Y el escritor lo tomó y lo agregó a la última página, donde desde entonces puede leerse “…y, renunciando a su felicidad por la del otro, pudieron amarse y ser felices para siempre”.



Cuento - ¡Oh, Gran Mago! ¡Ha ocurrido una tragedia! El pequeño Manu ha robado el elixir con el hechizo Lanzapalabras. - ¿Manu? ¡Pero si ese niño es un maleducado que insulta a todo el mundo! Esto es terrible.. ¡hay que detenerlo antes de que lo beba! Pero ya era demasiado tarde. Manu recorría la ciudad insultado a todos solo para ver cómo sus palabras tomaban forma y sus letras se lanzaban contra quien fuera como fantasmas que, al tocarlos, los atravesaban y los transformaban en aquello que hubiera dicho Manu. Así, siguiendo el rastro de tontos, feos, idiotas, gordos y viejos, el mago y sus ayudantes no tardaron en dar con él. - ¡Deja de hacer eso, Manu! Estás fastidiando a todo el mundo. Por favor, bebe este otro elixir para deshacer el hechizo antes de que sea tarde. - ¡No quiero! ¡Esto es muy divertido! Y soy el único que puede hacerlo ¡ja, ja, ja, ja! ¡Tontos! ¡Lelos! ¡Calvos! ¡Viejos! - gritó haciendo una metralleta de insultos. - Tengo una idea, maestro - digo uno de los ayudantes mientras escapaban de las palabras de Manu- podríamos dar el elixir a todo el mundo. - ¿Estás loco? Eso sería terrible. Si estamos así y solo hay un niño insultando, ¡imagínate cómo sería si lo hiciera todo el mundo! Tengo que pensar algo. En los siete días que el mago tardó en inventar algo, Manu llegó a convertirse en el dueño de la ciudad, donde todos le servían y obedecían por


miedo. Por suerte, el mago pudo usar su magia para llegar hasta Manu durante la noche y darle unas gotas de la nueva poción mientras dormía. Manu se despertó dispuesto a divertirse a costa de los demás. Pero en cuanto entró el mayordomo llevando el desayuno, cientos de letras volaron hacia Manu, formando una ráfaga de palabras de las que solo distinguió “caprichoso”, “abusón” y “maleducado”. Al contacto con su piel, las letras se disolvieron, provocándole un escozor terrible. El niño gritó, amenazó y usó terribles palabras, pero pronto comprendió que el mayordomo no había visto nada. Ni ninguno de los que surgieron nuevas ráfagas de letras ácidas dirigidas hacia él. En un solo día aquello de los hechizos de palabras pasó de ser lo más divertido a ser lo peor del mundo. - Será culpa del mago. Mañana iré a verle para que me quite el hechizo. Pero por más que lloró y pidió perdón, era demasiado tarde para el antídoto. - Tendrás que aprender a vivir con tus dos hechizos: lanzapalabras y recibepensamientos. Bien usados podrían ser útiles… Manu casi no podía salir a la calle. Se había portado tan mal con todos que, aunque no se lo dijeran por miedo, en el fondo pensaban cosas horribles de él y cuando esos pensamientos le tocaban eran como el fuego. Por eso empezó a estar siempre solo. Un día, una niña pequeña vio su aspecto triste y sintió lástima. La pequeña pensó que le gustaría ser amiga de aquel niño y, cuando aquel


pensamiento tocó la piel de Manu, en lugar de dolor le provocó una sensación muy agradable. Manu tuvo una idea. - ¿Y si utilizara mi lanzapalabras con buenas palabras? ¿Funcionará al revés? Y probó a decirle a la niña lo guapa y lo lista que era. Efectivamente, sus palabras volaron hacia la niña para mejorar su aspecto de forma increíble. La niña no dijo nada, pero sus agradecidos pensamientos provocaron en Manu la mejor de las sensaciones. Emocionado, Manu recorrió las calles usando su don para ayudar y mejorar a las personas que encontraba. Así consiguió ir cambiando lo que pensaban de él, y pronto se dio cuenta de que desde el principio podría haberlo hecho así y que, si hubiera sido amable y respetuoso, todos habrían salido ganando. Tiempo después, las pociones perdieron su efecto, pero Manu ya no cambió su forma de ser, pues era mucho mejor sentir el cariño y la amistad de todos que intentar sentirse mejor que los demás a través de insultos y desprecios.



Cuento Iba un joven león por la selva pensando que había llegado su hora de convertirse en rey, cuando encontró un león malherido. Aún se podía ver que había sido un león fuerte y poderoso. - ¿Qué te ha sucedido, amigo león?- preguntó mientras trataba de socorrerlo. El león herido le contó su historia. - Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, decidí demostrar a todos mi fuerza y mi poder, para que me temiesen y respetasen. Así que asusté y amenacé a cuantos animales pequeños me encontré. La fama de mi fiereza era tal que hasta los animales más grandes me temían y obedecían como rey. Pero entonces otros leones quisieron mi reino, y así pasé de golpear de vez en cuando a pobres animalitos a tener que enfrentarme a menudo con grandes leones. Gané muchos combates, pero ayer llegó un león más grande y fuerte que yo y me derrotó, dejándome al borde de la muerte y quedándose con mi reino. Y aquí estoy, esperando que me llegue la muerte sin un solo animal al que le importe lo suficiente como para hacerme compañía. El joven león se quedó para acompañarlo y curar sus heridas antes de proseguir su camino. Cuando al fin se marchó de allí, no tardó en encontrar un gigantesco león encerrado en una jaula de grandes barrotes de acero. Tuvo que haber sido muy fuerte, pero ahora estaba muy delgado. - ¿Qué te ha sucedido, amigo león? ¿Por qué estás encerrado? El león enjaulado le contó su historia.


- Cuando llegó el momento de convertirme en el rey de la selva, usé mi fuerza para vencer al anterior rey, y luego me dediqué a demostrar a todos mi poder para ganarme su respeto. Golpeé y humillé a cuantos me llevaron la contraria, y pronto todos hacían mi voluntad. Yo pensaba que me respetaban, o incluso que me admiraban, pero solo me obedecían por miedo. Me odiaban tanto que una noche se pusieron de acuerdo para traicionarme mientras dormía, y me atraparon en esta jaula en la que moriré de hambre, pues no tiene llaves ni puerta; y a nadie le importo lo suficiente como para traerme comida. El joven león, después de dejar junto a la jaula comida suficiente para algún tiempo, decidió seguir su camino preguntándose qué podría hacer para llegar a ser rey, pues había visto que toda su fuerza y fiereza no les habían servido de nada a los otros dos leones. Andaba buscando una forma más inteligente de utilizar su fuerza cuando se encontró con un enorme tigre que se divertía humillando a un pequeño ratón. Estaba claro que ese tigre era el nuevo rey, pero decidió salir en defensa del ratoncillo. - Déjalo tranquilo. No tienes que tratarlo así para demostrar que eres el rey. - ¿Quieres desafiarme, leoncito? - dijo burlón y furioso el tigre.- ¿Quieres convertirte en el nuevo rey? El león, que ya había visto cómo acababan estas cosas, respondió: - No quiero luchar contigo. No me importa que seas tú el rey. Lo único que quiero es que dejes tranquilo a este pobre animal.


El tigre, que no tenía ninguna gana de meterse en una pelea con un león, respiró aliviado pensando que el león le reconocía como rey, y se marchó dejando en paz al ratoncillo. El ratoncillo se mostró muy agradecido, y al león le gustó tanto esa sensación que decidió que aquella podría ser una buena forma de usar su fuerza. Desde entonces no toleraba que delante de él ningún animal abusara ni humillara a otros animales más débiles. La fama del león protector se extendió rápidamente, llenando aquella selva de animales agradecidos que buscaban sentirse seguros. Ser el rey de una selva famosa y llena de animales era un orgullo para el tigre, pero pronto sintió que la fama del joven león amenazaba su puesto. Entonces decidió enfrentarse a él y humillarlo delante de todos para mostrar su poder. - Hola leoncito - le dijo mostrando sus enormes garras- he pensado que hoy vas a ser mi diversión y la de todos, así que vas a hacer todo lo que yo te diga, empezando por besarme las patas y limpiarme las garras. El león sintió el miedo que sienten todos los que se ven amenazados por alguien más fuerte. Pero no se acobardó, y respondió valientemente: - No quiero luchar contigo. Eres el rey y por mí puedes seguir siéndolo. Pero no voy a consentir que abuses de nadie. Y tampoco de mí. Al instante el león sintió el dolor del primer zarpazo del tigre, y comenzó una feroz pelea. Pero la pelea apenas duró un instante, pues muchos de los animales presentes, que querían y admiraban al valiente león, saltaron sobre el tigre, quien sintió al mismo tiempo en sus carnes decenas de


mordiscos, zarpazos, coces y picotazos, y solo tuvo tiempo de salir huyendo de allí malherido y avergonzado, mientras escuchaba a lo lejos la alegría de todos al aclamar al león como rey. Y así fue cómo el joven león encontró la mejor manera de usar toda su fuerza y fiereza, descubriendo que sin haberlas combinado con justicia, inteligencia y valentía, nunca se habría convertido en el famoso rey, amado y respetado por todos, que llegó a ser.



Cuento Ratoncito no sabía por qué, pero siempre lo elegían a él. Apenas tenía amigos, porque como él se sentía pequeño e insignificante prefería dedicarse a lo suyo para no enfurecer ni decepcionar a nadie. Pero daba igual, cada vez que llegaba a la selva un nuevo rey, él era el objeto de las burlas y los golpes. Gritar, correr, morder o insultar tampoco servía de nada, porque cuanto más lo hacía más disfrutaban sus agresores. Y aunque alguna vez había pensado en pedir ayuda a los elefantes, tenía miedo de lo que pudiera pasar. Cierto día, mientras un gigantesco león estaba divirtiéndose a su costa agarrándolo por el rabo y girándolo como un ventilador, se soltó y salió volando por los aires. El ratón rebotó largo rato de árbol en árbol, bajando por la montaña, hasta quedar suspendido de una rama, ¡precisamente un par de metros por encima de otros dos leones! Ratoncito quedó inmóvil, sujetándose con su rabito a la rama con todas sus fuerzas para evitar ser visto, pues conocía de sobra a uno de los leones. Era el anterior rey de la selva que, tras perder la lucha con el gigantesco león, había cambiado su puesto de rey por un montón de heridas y cicatrices. Lo que escuchó el pobre ratón colgado de aquella rama casi hizo que se soltara. - Mira - contaba el antiguo rey- yo llegué a ser el rey después de llenar de miedo a todos. Tal y como me enseñó mi padre, busqué un animalillo miedoso y solitario, alguien sin amigos que no se atreviera a buscar ayuda, y lo castigué para mostrar mi fuerza y mi crueldad. Tuve


suerte, porque en esta selva hay un ratoncillo perfecto para eso, que además llora mucho y se llena de rabia, así que también era muy divertido fastidiarle… Tanto lloró Ratoncito en silencio, colgado de su rama, que los leones pensaron que comenzaba a llover y se marcharon. Pero luego el ratón se sintió aliviado, pues aquel león cruel había recibido su mismo castigo, y además ahora ya sabía que no lo elegían a él por mala suerte o por casualidad. Estaba claro, necesitaba nuevos amigos y aprender a controlar su miedo. Como nada de eso se le daba bien, miró qué hacían los demás animales, y aprendió que nadie hacía amigos dedicado a sus propios asuntos con gesto triste, como solía hacer Ratoncito, sino mostrándose alegres, preocupándose por los demás y ayudándoles con sus problemas. Consiguió un aire más alegre tras horas de ensayo ante un espejo. Y encontró cómo ayudar a los demás tras descubrir que, aunque no fuera muy rápido ni muy fuerte, su tamaño y su fino oído eran de gran utilidad para muchos otros animales. Así pudo por fin, con buenas dosis de esfuerzo y paciencia, hacer su primer amigo: un simpático mono a quien ayudó a recuperar unos plátanos. Y este, que tenía muchos y buenos amigos, le ayudó conocer a muchos otros animales y a sentirse mucho más feliz en la selva. Desgraciadamente para el pequeño ratón, no tardó en llegar un nuevo rey que quiso volver a infundir el miedo a costa de Ratoncito. Este se había entrenado con su amigo el mono para controlar su miedo y sus gritos, pero aún así estuvo a punto de desmayarse al sentir las garras del


tigre acariciando sus orejitas. Consiguió aguantar sin gritar ni llorar, y también se mantuvo tranquilo cuando el tigre lo insultó y lo empujó. El tigre se enfureció, pues no se estaba divirtiendo y se preguntaba por qué le habrían dicho que ese ratón era ideal para provocar miedo en los demás… ¡ni siquiera él parecía tenerlo! Además, los amigos del pequeñajo empezaban a llenar el lugar, y sus caras mostraban más enfado según subía el tono de las amenazas y provocaciones… Entonces ocurrió lo impensable: un león recién llegado, viendo el poco apoyo que tenía el tigre, pensó que podría ganarse la simpatía de aquellos animales fácilmente, así que intervino para pedirle al tigre que dejara tranquilo a Ratoncito. Para sorpresa de todos el tigre le hizo caso, entre otras cosas porque ya se había convencido de que aquel ratoncillo valiente y alegre no le serviría para infundir el miedo en el resto de animales. Y aquella fue la última vez que nadie quiso abusar de Ratoncito, que lo celebró con una gran fiesta llena de amigos a la que no faltó el león salvador, con quien se mostró muy agradecido y del que terminó siendo un gran amigo. Desde entonces, cada vez que Ratoncito ve a algún animalito convertido en el centro de los ataques y las burlas, corre a ser su amigo y le cuenta su historia para animarlo a convertirse en alguien valiente y alegre que esté siempre rodeado de buenos amigos.



Cuento A Mono no le caía muy simpático. Solo era un ratón egoísta, solitario y gritón. Pero aún así no se merecía lo mal que lo trataban. Y se sentía fatal por no hacer nada para impedirlo y quedarse solo mirando. Pero, ¿qué podía hacer él, un simple mono, frente a aquellos leones brutos y crueles? Igual nunca hubiera hecho nada si no hubiera llegado a oír aquella conversación entre dos leones bajo el árbol en que descansaba. Allí fue donde el antiguo rey de la selva, muy malherido por un combate perdido, contó a un joven león que todo era parte de una estrategia para mostrar a los demás su fuerza y su poder, y que por eso siempre atacaba a animalillos miedosos y solitarios a los que nadie saldría a defender. Dijo también que lo hacía delante de otros para contagiarles el miedo y convertirlos en sus cómplices, pues nunca se atreverían a reconocer que habían estado allí si no habían hecho nada para impedirlo. Mono se revolvió de rabia en su árbol, porque él podría ser muchas cosas, pero nunca cómplice de aquellos malvados. Así que ese día decidió que haría cuanto pudiera para acabar con el reinado del terror. Por supuesto, no pensaba pegarse con ningún león: tendría que usar su inteligencia. Lo primero que pensó para ponérselo difícil al león fue evitar que hubiera en la selva animalillos solitarios, así que buscó la forma de hacerse amigo del ratón. Le costó un poco, porque era un tipo huraño y poco hablador, pero encontró la excusa perfecta cuando escondió unos plátanos entre unas piedras a las luego no podía llegar. El ratón tenía el tamaño perfecto y accedió a ayudarle, y luego el mono pudo darle


las gracias de mil maneras. De esta forma descubrió Mono que el ratón no era un tipo tan raro, y que solo necesitaba un poco de tiempo para hacer amigos. Pero una vez que fueron amigos, el ratón resultó tener un montón de habilidades y Mono no dudó en ayudarle a unirse a su grupo de amigos. Lo segundo era vencer el miedo del ratón, así que inventó un entrenamiento para él. Comenzó por mostrarle dibujos de leones y tigres. El pobre ratón temblaba solo con verlos, pero con el tiempo fue capaz de permanecer tranquilo ante ellos. Luego fueron a ver a animales grandes pero tranquilos, como las jirafas y los hipopótamos. Cuando el ratón fue capaz de hablar con ellos e incluso subirse a sus cabezas, el mono aumentó la dificultad, y así siguieron hasta que el ratón fue lo suficientemente valiente como para acercarse a un león dormido y quedarse quieto ante él. Por último, decidió unirse a todos los animales a quienes sabía que no les gustaba lo que hacían los leones con el ratón ni con los demás. Estos se sintieron aliviados de poder hablar de los abusos del león con otros que pensaban lo mismo. Al final, llegaron a ser tantos, y a estar tan enfadados, que una noche se unieron para castigar al rey del selva, y con la ayuda de algunos animales grandes consiguieron encerrarlo en una gran jaula mientras dormía profundamente. Pensaba el mono que allí se acabaría todo, pero al anterior rey de la selva le sucedió un tigre aún más fuerte y cruel, que no tardó en ir a por el ratón. Este caminaba con su nuevo grupo de amigos y el tigre lo separó de ellos con muy malas maneras. A punto estuvieron de lanzarse a defender al


ratón, pero aún no eran tan valientes, y se quedaron allí protestando en voz baja y poniendo mala cara. De pronto, un joven león, que había visto lo sucedido, pensó que podría ganarse la simpatía y el respeto de aquel grupo de animales saliendo en defensa del ratón, y pidió educadamente al tigre que lo dejara tranquilo. Como el tigre no quería meterse en una pelea peligrosa, y el león no le había desafiado directamente, decidió irse de allí viendo el poco apoyo que tenía atacando a un ratón con tantos amigos. La aparición del león le dio a Mono una gran idea, y desde aquel día Mono no hizo otra cosa que hablar a todo el mundo de la suerte que habían tenido de encontrar un león protector, y pidió al león que les ayudara a acabar con cualquier pelea. Al león le encantó aquel papel, pues Mono y su grupo de amigos le respetaban y admiraban. Además, hablaban tanto de su amabilidad y valentía a todo el mundo, que su fama se extendió y empezaron a acudir animales de todas partes para vivir en aquella selva segura en la que ya no había ataques. Pero al tigre no le gustó nada todo aquello, y un día decidió atacar directamente al león delante de todos. El tigre era mucho más fuerte, así que el joven león tendría pocas opciones. Entonces Mono se dio cuenta de que le había llegado la hora de ser valiente, y decidió salir en defensa de su amigo el león protector. Todos debían estar pensando lo mismo, porque en cuanto Mono dio el primer salto, los demás animales también se abalanzaron sobre el tigre, haciéndole huir humillado y dolorido. Instantes después Mono y sus


amigos proclamaban al joven león como nuevo rey de aquella selva en la que habían acabado para siempre los abusos y el miedo. Y cuando años más tarde alguno se preguntaba cómo había podido ocurrir algo así, aunque nadie sabía exactamente la respuesta, todos sabían que un sencillo mono que al principio solo miraba había tenido mucho que ver.



Cuento La humanidad se jugaba su futuro en un gran partido de fútbol. Era la última oportunidad que nos habían dado los marcianos antes de exterminarnos. Solo unos pocos equipos formados por los mejores jugadores de los mejores clubs del mundo se ofrecieron a salvarnos. Bueno, esos, y un equipo de abueletes, tan viejecitos y despistados que ni ellos mismos sabían cómo habían acabado apuntados en la lista. Y como suele pasar con estas cosas, fue el equipo que salió elegido en el sorteo. De nada sirvieron las quejas de los gobernantes, las manifestaciones por todo el mundo o las amenazas. Los marcianos fueron tajantes: el sorteo fue justo, los abuelos jugarían el partido, y su única ventaja sería poder elegir dónde y cuándo. Todos odiaban a aquellos abuelos viejos, despistados y entrometidos, y nadie quiso prepararlos ni entrenar con ellos. Solo sus nietos disculpaban su error y los seguían queriendo y acompañando, así que su único entrenamiento consistió en reunirse en corro con ellos para escuchar una y otra vez sus viejas historias y aventuras. Después de todo, aquellas historias les encantaban a los chicos, aunque les parecía imposible que fueran verdad viendo lo arrugados y débiles que estaban sus abuelos. Solo cuando los marcianos vinieron a acordar el sitio y el lugar, el pequeño Pablo, el nieto de uno de ellos, tuvo una idea: - Jugaremos en Maracaná. Mi abuelo siempre habla de ese estadio. Y lo haremos en 1960. - ¿En 1960? ¡Pero eso fue hace más de 50 años! - replicaron los marcianos.


- ¿Vais a invadir la tierra y no tenéis máquinas del tiempo? - ¡Claro que las tenemos! - dijeron ofendidos. - Mañana mismo haremos el viaje en el tiempo y se jugará el partido. Y todos podrán verlo por televisión. Al día siguiente se reunieron los equipos en Maracaná. A la máquina del tiempo subieron los fuertes y poderosos marcianos, y un grupito de torpes ancianos. Pero según pasaban los años hacia atrás, los marcianos se hacían pequeños y débiles, volviéndose niños, mientras a los abuelos les crecía el pelo, perdían las arrugas, y se volvían jóvenes y fuertes. Ahora sí se les veía totalmente capaces de hacer todas las hazañas que contaban a sus nietos en sus historias de abueletes. Por supuesto, aquellos abuelos sabios con sus antiguos y fuertes cuerpos dieron una gran exhibición y aplastaron al grupo de niños marcianos sin dificultad, entre los aplausos y vítores del público. Cuando volvieron al presente, recuperaron su aspecto arrugado, despistado y torpe, pero nadie se burló de ellos, ni los llamó viejos. En vez de eso los trataron como auténticos héroes. Y muchos se juntaban cada día para escuchar sus historias porque todos, hasta los más burlones, sabían que incluso el viejecito más arrugado había sido capaz de las mejores hazañas.



Cuento Caco Malako era ladrón de profesión. Robaba casi cualquier cosa, pero era tan habilidoso, que nunca lo habían pillado. Así que hacía una vida completamente normal, y pasaba por ser un respetable comerciante. Robara poco o robara mucho, Caco nunca se había preocupado demasiado por sus víctimas; pero todo eso cambió la noche que robaron en su casa. Era lo último que habría esperado, pero cuando no encontró muchas de sus cosas, y vio todo revuelto, se puso verdaderamente furioso, y corrió todo indignado a contárselo a la policía. Y eso que era tan ladrón, que al entrar en la comisaría sintió una alergia tremenda, y picores por todo el cuerpo. ¡Ay! ¡Menuda rabia daba sentirse robado siendo él mismo el verdadero ladrón del barrio! Caco comenzó a sospechar de todo y de todos. ¿Sería Don Tomás, el panadero? ¿Cómo podría haberse enterado de que Caco le quitaba dos pasteles todos los domingos? ¿Y si fuera Doña Emilia, que había descubierto que llevaba años robándole las flores de su ventana y ahora había decidido vengarse de Caco? Y así con todo el mundo, hasta tal punto que Caco veía un ladrón detrás de cada sonrisa y cada saludo. Tras unos cuantos días en que apenas pudo dormir de tanta rabia, Caco comenzó a tranquilizarse y olvidar lo sucedido. Pero su calma no duró nada: la noche siguiente, volvieron a robarle mientras dormía. Rojo de ira, volvió a hablar con la policía, y viendo su insistencia en atrapar al culpable, le propusieron instalar una cámara en su casa para pillar al ladrón con las manos en la masa. Era una cámara modernísima que


aún estaba en pruebas, capaz de activarse con los ruidos del ladrón, y seguirlo hasta su guarida. Pasaron unas cuantas noches antes de que el ladrón volviera a actuar. Pero una mañana muy temprano el inspector llamó a Caco entusiasmado: - ¡Venga corriendo a ver la cinta, señor Caco! ¡Hemos pillado al ladrón! Caco saltó de la cama y salió volando hacia la comisaría. Nada más entrar, diez policías se le echaron encima y le pusieron las esposas, mientras el resto no paraba de reír alrededor de un televisor. En la imagen podía verse claramente a Caco Malako sonámbulo, robándose a sí mismo, y ocultando todas sus cosas en el mismo escondite en que había guardado cuanto había robado a sus demás vecinos durante años... casi tantos, como los que le tocaría pasar en la cárcel.



Cuento Había una vez un mago simpático y alegre al que encantaba hacer felices a todos con su magia. Era también un mago un poco especial, porque tenía alergia a un montón de alimentos, y tenía que tener muchísimo cuidado con lo que se llevaba a la boca. Constantemente le invitaban a fiestas y celebraciones, y él aceptaba encantado, porque siempre tenía nuevos trucos y juegos que probar. Al principio, todos eran considerados con las alergias del mago, y ponían especial cuidado en preparar cosas que pudieran comer todos. Pero según fue pasando el tiempo se fueron cansando de tener que preparar siempre comidas especiales, y empezaron a no tener en cuenta al buen mago a la hora de preparar las comidas y las tartas. Entonces, después de haber disfrutado de su magia, le dejaban apartado sin poder seguir la fiesta. A veces ni siquiera le avisaban de lo que tenía la comida, y en más de una ocasión se le puso la lengua negra, la cara roja como un diablo y el cuerpo lleno de picores. Enfadado con tan poca consideración como mostraban, torció las puntas de su varita y lanzó un hechizo enfurruñado que castigó a cada uno con una alergia especial. Unos comenzaron a ser alérgicos a los pájaros o las ranas, otros a la fruta o los asados, otros al agua de lluvia.. y así, cada uno tenía que tener mil cuidados con todo lo que hacía. Y cuando varias personas se reunían a comer o celebrar alguna fiesta, siempre acababan visitando al médico para curar las alergias de alguno de ellos. Era tan fastidioso acabar todas las fiestas de aquella manera, que poco a poco todos fueron poniendo cuidado en aprender qué era lo que


producía alergia a cada uno, y preparaban todo cuidadosamente para que quienes se reunieran en cada ocasión pudieran pasar un buen rato a salvo. Las visitas al médico fueron bajando, y en menos de un año, la vida en aquel pueblo volvió a la total normalidad, llena de fiestas y celebraciones, siempre animadas por el divertido mago, que ahora sí podía seguirlas de principio a fin. Nadie hubiera dicho que en aquel pueblo todos y cada uno eran fuertemente alérgicos a algo. Algún tiempo después, el mago enderezó las puntas de su varita y deshizo el hechizo, pero nadie llegó a darse cuenta. Habían aprendido a ser tan considerados que sus vidas eran perfectamente normales, y podían disfrutar de la compañía de todos con sólo adaptarse un poco y poner algo de cuidado.



Cuento Había una vez un tigre sin color. Todos sus tonos eran grises, blancos y negros. Tanto, que parecía salido de una de esas películas antiguas. Su falta de color le había hecho tan famoso, que los mejores pintores del mundo entero habían visitado su zoológico tratando de colorearlo, pero ninguno había conseguido nada: todos los colores y pigmentos resbalaban sobre su piel. Entonces apareció Chiflus, el pintor chiflado. Era un tipo extraño que andaba por todas partes pintando alegremente con su pincel. Mejor dicho, hacía como si pintara, porque nunca mojaba su pincel, y tampoco utilizaba lienzos o papeles; sólo pintaba en el aire, y de ahí decían que estaba chiflado. Por eso les hizo tanta gracia a todos que Chiflus dijera que quería pintar al tigre gris. Al entrar en la jaula del tigre, el chiflado pintor comenzó a susurrarle a la oreja, al tiempo que movía su seco pincel arriba y abajo sobre el animal. Y sorprendiendo a todos, la piel del tigre comenzó a tomar los colores y tonos más vivos que un tigre pueda tener. Estuvo Chiflus mucho tiempo susurrando al gran animal y retocando todo su pelaje, que resultó bellísimo. Todos quisieron saber cuál era el secreto de aquel genial pintor. Chiflus explicó cómo su pincel sólo servía para pintar la vida real, que por eso no necesitaba usar colores, y que había podido pintar el tigre con una única frase que susurró a su oído continuamente: "en sólo unos días volverás a ser libre, ya lo verás".


Y viendo la tristeza que causaba al tigre su encierro, y la alegrĂ­a por su libertad, los responsables del zoo finalmente lo llevaron a la selva y lo liberaron, donde nunca mĂĄs perdiĂł su color.



Cuento En la selva de Chin Pum, todo era paz y alegría hasta que llegó Jamina. Jamina era una jirafa altísima, con el cuello largo y flexible como un bambú, que apareció un día cualquiera para acabar por enfadar a todos, pues era el animal más curioso e indiscreto que nadie había conocido, y gracias a su altura no había guarida o nido de animales que escapase a sus miradas. Todo lo miraba y todo lo contaba, irritando a cuantos allí vivían, hasta que consiguió poner a todos de acuerdo para darle una lección. Por aquella época el gran Manuato, el mono más importante, decidió trasladarse a unas antiguas ruinas, y arregló todo aquello para que fuese la casa más acogedora. Jamina no pudo contener su curiosidad, y disimuladamente una noche se acercó a la ventana. Por ella pudo ver al mono el tiempo justo para ver cómo salía de la habitación, así que le siguió hasta otra pequeña estancia, pero tampoco llegaba a ver bien, y tuvo que seguirle con la cabeza por uno de los pasillos, y luego otra habitación, y luego otra.... Hasta que Jamina no pudo seguirle más ¡Manuato había dado tantas vueltas, que la jirafa tenía ahora un enorme enredo en su largo cuello! Entonces todo el resto de animales, conocedores del engaño, aparecieron para hacer ver a la arrepentida jirafa lo irritante de su comportamiento. Y ante la vergüenza que ella misma sintió, decidió que a partir de entonces dedicaría su largo cuello a cosas más útiles que tratar de avergonzar a los demás.



Cuento Sara y Marcos eran unos cotillas de campeonato. Siempre andaban espiando y curioseando todo de todos, y disfrutaban aireando cuanto descubrían, que era mucho y normalmente no muy bueno. A menudo les habían explicado la importancia de respetar la intimidad de los demás, pero ellos respondían diciendo "si no tuvieran nada que ocultar, no les importaría. Nosotros no tenemos nada que ocultar, y por eso nos da igual". Hasta que un pobre brujo con pocos poderes mágicos, pero muy mala uva se cruzó en su camino. Y después de que le destrozaran uno de sus trucos baratos, decidió vengarse con un extraño conjuro que hizo reír a los niños antes de dejar el lugar. Sin embargo, al día siguiente, mientras estaban en clase, el altavoz de las emergencias sonó con la voz del brujo: - ¡Din, don, dinnnn! ¡din, don , dinnnn! ¡Atención! Sara Márquez piensa que Roberto es un chico muy guapo y le gustaría ser su novia. ¡din, don, dinnnn! ¡Menuda vergüenza pasó Sara!; jamás le había dicho nada a nadie y se puso roja como un tomate... Se armó un gran revuelo que cesó cuando poco después volvió el altavoz con sus avisos: - ¡Atención!, ahora Marcos Mendoza está pensando que Antonio Muñoz es un gorila tonto y gordo, y que si él fuera más grande le daría una buena paliza... ¡din, don din! Y el pobre Marcos tuvo que salir corriendo y esconderse para evitar que Antonio le diera un zurra de espanto... Y así, durante todo el día, el odioso altavoz no dejó de contar los


pensamientos más íntimos de los dos cotillas, y cada minuto que pasaba su vergüenza y sus problemas iban en aumento. Hasta que la pareja se plantó delante del altavoz, llorando de ira y de rabia, pidiéndole que dejara de airear sus pensamientos. - Si no tenéis nada que ocultar, no debería importaros - respondió el brujo. al otro lado del altavoz. - ¡Claro que no tenemos nada que ocultar! - respondieron- ¡pero eso son cosas privadas! - volvieron a protestar. Entonces se miraron uno al otro, y comprendieron que lo que ellos mismos llevaban haciendo toda la vida era un ejemplo de lo que el brujo les estaba haciendo pasar a través del altavoz. Y tras prometer no volver a cotillear acerca de las cosas privadas de la gente, el brujo anuló el hechizo y se despidió de todos. Y en cada uno de los chicos que lo vivió, el recuerdo de aquella mañana de risa sirvió para que recordaran siempre la importancia de respetar las cosas privadas de cada uno.



Cuento Había una vez un rey que daba risa. Parecía casi de mentira, porque por mucho que dijera "haced esto" o "haced lo otro", nadie le obedecía. Y como además era un rey pacífico y justo que no quería ni castigar ni encerrar a nadie en la cárcel, resultó que no tenía nada de autoridad, y por eso dio a un gran mago el extraño encargo de conseguir una poción para que le obedecieran. El anciano, el más sabio de los hombres del reino, inventó mil hechizos y otras tantas pociones; y aunque obtuvo resultados tan interesantes como un caracol luchador o una hormiga bailarina , no consiguió encontrar la forma de que nadie obedeciera al rey. Se enteró del problema un joven, que se presentó rápido en palacio, enviando a decir al rey que él tenía la solución. El rey apareció al momento, ilusionado, y el recién llegado le entregó dos pequeños trozos de pergamino, escritos con una increíble tinta de muchos colores. - Estos son los conjuros que he preparado para usted, alteza. Utilizad el primero antes de decir aquello que queráis que vuestro súbditos hagan, y el segundo cuando lo hayan terminado, de forma que una sonrisa os indique que siguen bajo vuestro poder. Hacedlo así, y el conjuro durará para siempre. Todos estaban intrigados esperando oir los conjuros, el rey el que más. Antes de utilizarlos, los leyó varias veces para sí mismo, tratando de memorizarlos. Y entonces dijo, dirigiéndose a un sirviente que pasaba llevando un gran pavo entre sus brazos:


- Por favor, Apolonio, ven aquí y déjame ver ese estupendo pavo. El bueno de Apolonio, sorprendido por la amabilidad del rey, a quien jamás había oído decir "por favor", se acercó, dejando al rey y a cuantos allí estaban sorprendidos de la eficacia del primer conjuro. El rey, tras mirar el pavo con poco interés, dijo: - Gracias, Apolonio, puedes retirarte. Y el sirviente se alejó sonriendo. ¡Había funcionado! y además, ¡Apolonio seguía bajo su poder, tal y como había dicho el extraño!. El rey, agradecido, colmó al joven de riquezas, y éste decidió seguir su viaje. Antes de marcharse, el anciano mago del reino se le acercó, preguntándole dónde había obtenido tan extraordinarios poderes mágicos, rogándole que los compartiera con él. Y el joven, que no era más que un inteligente profesor, le contó la verdad: - Mi magia no reside en esos pergaminos sin valor que escribí al llegar aquí. La saqué de la escuela cuando era niño, cuando mi maestro repetía constantemente que educadamente y de buenas maneras, se podía conseguir todo. Y tenía razón. Tu buen rey sólo necesitaba buenos modales y algo de educación para conseguir todas las cosas justas que quería. Y comprendiendo que tenía razón, aquella misma noche el mago se deshizo de todos sus aparatos y cachivaches mágicos, y los cambió por un buen libro de buenos modales, dispuesto a seguir educando a su brusco rey.



Cuento Tere Timbalitos era una niña alegre y artista con un gran sueño: llegar a tocar la batería en un grupo musical. Pero para conseguirlo había un gran obstáculo: Tere tenía que practicar mucho para hacerlo bien, pero justo al lado de su casa vivían un montón de ancianitos, muchos de ellos enfermos, en una residencia; y sabía que el ruido de tambores, bombos y platillos podía molestarles muchísimo. Tere era una niña muy buena y respetuosa, y buscaba constantemente la forma de practicar sin molestar a los demás. Así, había intentado tocar en sitios tan raros como un sótano enterrado, una cocina, un desván, o incluso una ducha, pero no había forma, siempre había alguien que se sentía verdaderamente molesto; así que, decidida a ensayar mucho, Tere pasaba la mayor parte del tiempo tocando sobre libros y cajas, y buscando nuevos sitios donde practicar. Un día, mientras veía un documental de ciencias en la televisión, escuchó que en el espacio, como no había aire, el ruido no se podía transmitir, y decidió convertirse en una especie de astronauta musical. Con la ayuda de muchos libros, mucho tiempo, y mucho trabajo, se construyó una burbuja espacial: era una gran esfera de cristal, en la que una máquina sacaba el aire para hacer el vacío, y en la que sólo estaban su batería y una silla. Tere se vestía con un traje de astronauta que se había fabricado, se metía en la burbuja, pulsaba el de la máquina para sacar el aire, y... ¡se ponía a tocar la batería como una loca! En muy poco tiempo, Tere Timbalitos, "la astronauta musical", se hizo muy famosa. Acudía tanta gente a verla tocar en su burbuja espacial, que tuvo que poner unos pequeños altavoces para que pudieran escucharla, y poco después trasladó su burbuja y comenzó a dar conciertos. Llegó a ser


tanta su fama, que desde el gobierno le propusieron formar parte de un viaje único al espacio, y así se convirtió de veras en la auténtica astronauta musical, superando de largo aquel sueño inicial de tocar en un grupo. Y cuando años después le preguntaban cómo había conseguido todo aquello, se quedaba un rato pensando y decía: -Si no me hubieran importado tanto aquellos ancianitos, si no hubiera seguido buscando una solución, nada de esto habría ocurrido.



Cuento Hubo una vez en la sabana africana, un rinoceronte con mal humor que se enfadaba muy fácilmente. Cierto día, una gran tortuga cruzó por su territorio sin saberlo, y el rinoceronte corrió hacia ella para echarla. La tortuga, temerosa, se ocultó en su caparazón, así que cuando el rinoceronte le pidió que se fuera no se movió. Esto irritó mucho al gran animal, que pensó que la tortuga se estaba burlando, y empezó a dar golpes contra el caparazón de la tortuga para hacerla salir. Y como no lo conseguía, empezó a hacerlo cada vez más fuerte, y con su cuerno comenzó a lanzar la tortuga por los aires de un lado a otro, de forma que parecía un rinoceronte jugando al fútbol, pero en vez de balón, usaba una tortuga. La escena era tan divertida, que enseguida un montón de monos acudieron a verlo, y no paraban de reírse del rinoceronte y su lucha con la tortuga, pero el rinoceronte estaba tan furioso que no se daba ni cuenta. Y así siguió hasta que, cansado de dar golpes a la tortuga sin conseguir nada, paró un momento para tomar aire. Entonces, al parar su ruido de golpes, pudo oír las risas y el cachondeo de todos los monos, que le hacían todo tipo de burlas. Ni al rinoceronte ni a la tortuga, que se asomó para verlo, les hizo ninguna gracia ver una panda de monos riéndose de ellos, así que se miraron un momento, se pusieron de acuerdo con un gesto, y la tortuga volvió a ocultarse en el caparazón. Esta vez el rinoceronte, muy tranquilo, se alejó unos pasos, miró a la tortuga, miró a los monos, y cogiendo carrerilla, disparó un formidable tortugazo, con tan tremenda puntería, que ¡parecía que estaba jugando a los bolos


con los monos burlones!. El "strike" de monos convirtió aquel lugar en una enfermería de monos llenos de chichones y moratones, mientras que el rinoceronte y la tortuga se alejaban sonriendo como si hubieran sido amigos durante toda la vida... y mientras le ponían sus tiritas, el jefe de los monos pensaba que tenían que buscar mejores formas de divertirse que burlarse de los demás.



Cuento Había una vez un pueblo al que un día llegó un payaso malabarista. El payaso iba de pueblo en pueblo ganando unas monedas con su espectáculo. En aquel pueblo comenzó su actuación en la plaza, y cuando todos disfrutaban de su espectáculo, un niño insolente empezó a burlarse del payaso y a increparle para que se marchara del pueblo. Los gritos e improperios terminaron por ponerle nervioso, y dejó caer una de las bolas con las que hacía malabares. Algunos otros comenzaron a abuchearle por el error, y al final el payaso tuvo que salir de allí corriendo, dejando en el suelo las 4 bolas que utilizaba para su espectáculo. Pero ni aquel payaso ni aquellas bolas eran corrientes, y durante la noche, cada una de las bolas mágicamente dio lugar a un niño igual al que había comenzado los insultos. Todas menos una, que dio lugar a otro payaso. Durante todo el día las copias del niño insolente anduvieron por el pueblo, molestando a todos, y cuando por la tarde la copia del payaso comenzó su espectáculo malabarista, se repitió la situación del día anterior, pero esta vez fueron 4 los chicos que increparon al payaso, obligándole a abandonar otras 4 bolas. Y nuevamente, durante la noche, 3 de aquellas bolas dieron lugar a copias del niño insolente, y la otra a una copia del payaso. Y así fue repitiéndose la historia durante algunos días, hasta que el pueblo se llenó de chicos insolentes que no dejaban tranquilo a nadie, y los mayores del pueblo se decidieron a acabar con todo aquello. Firmemente, impidieron a ninguno de los niños faltar ni increpar a nadie, y al comenzar la actuación del payaso, según


empezaban los chicos con sus insultos, un buen montón de mayores les impidieron seguir adelante, de forma que el payaso pudo completar su espectáculo y pasar la noche en el pueblo. Esa noche, 3 de las copias del niño insolente desaparecieron, y lo mismo ocurrió el resto de días, hasta que finalmente sólo quedaron el payaso y el niño auténtico. El niño y todos en el pueblo habían comprobado hasta dónde podía extenderse el mal ejemplo, y a partir de entonces, en lugar de molestar a los visitantes, en aquel pueblo ponían todo su empeño para que pasaran un buen día, pues habían descubierto que hasta un humilde payaso podía enseñarles mucho.



Cuento Perico Picolisto era un niño rico que llevaba una vida muy tranquila y cómoda, aislado de muchas de las desgracias del mundo. Un día, Perico fue al cine a ver una película que le hacía muchísima ilusión, pero llegó un pelín tarde, justo cuando la taquillera le vendía la última entrada a un niño con un aspecto muy pobre, que llevaba ahorrando semanas para ver la película. Al verse sin su entrada, Perico se enojó muchísimo, y comenzó a gritar y protestar, exigiéndole al niño que le diera su entrada. -¿Por qué voy a darte mi entrada? He llegado antes que tú y la he pagadodijo el niño. - Pues... ¡porque yo soy más importante que tú! ¡mírame!, yo soy rico y tú eres pobre, ¿lo ves? - respondió Perico cargado de razón. Entonces apareció un señor muy distinguido, que se acercó a Perico Picolisto y le ofreció una entrada diciendo - Por supuesto, niño. Tú tienes más derecho que él de ver esta película Entonces Perico, con tono ostentoso y soberbio, apartó al otro niño y entró al cine. Echó un vistazo alrededor y se sintió muy cómodo cuando vio que la sala estaba llena de niños ricos como él, y se sentó a disfrutar de la película. Pero en cuanto se sentó, se sintió trasportado a la pantalla, y se convirtió en un personaje más, protagonista de muchas historias. Y en todas aquellas historias, Perico empezaba con muchísima mala suerte: unas veces sus padres desaparecían, otras su casa se quemaba y perdían todo su dinero, otras estaba de viaje en un país del que no entendía el idioma,


otras le tocaba trabajar desde niño para ayudar a criar a un montón de hermanos, otras vivía en un lugar donde todos le trataban como si fuera tonto o no tuviera sentimientos... Y en todas aquellas historias, Perico se esforzaba terriblemente por salir adelante, aunque todo eran dificultades y casi nadie le daba ninguna oportunidad. Pero igualmente, todas las historias acabaron con un final feliz, cuando un misterioso personaje, rico, sabio y afortunado, le ayudaba a salir adelante y cumplir sus sueños. Cuando terminó la película y Perico volvió a encontrarse en su asiento, estaba asustado. Pensó que en la vida real, él siempre había sido de aquellos que teniendo suerte, nunca ayudaban a crear finales felices. Se sintió tan mal, que estuvo llorando largo rato en su silla... Finalmente, una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, y salió del cine casi bailando. Estaba contento porque ya sabía a qué se iba a dedicar: sería esa ayuda que necesitan quienes tienen menos suerte, ¡sería creador de finales felices! Y mientras volvía a casa dispuesto a cambiar su mundo, vio a lo lejos al señor distinguido que le había dado la entrada. Era el misterioso personaje que le había ayudado a resolver todas las historias de su película.



Cuento Tomás Tarambana era un niño de plastilina naranja y azul que vivía en un colegio. Aunque tenía muchas cosas buenas, había empezado a perder un poco el respeto a los demás, y cuando su tía Agata, una gran bola de plastilina de colores, le regaló un tambor por su cumpleaños, aquello fue terrible. Daba igual cuánto le pidieran todos que tocara más bajo, o que fuera a hacerlo a otro lugar: Tomás se paseaba por toda el aula aporreando el tambor, sin que las molestias que causaba a los demás le importasen ni un pimiento. Así que el resto de figuritas del aula dejaron de querer jugar con Tomás, y sufrieron mucho con su ruidoso tambor hasta que Coco Sapio, un muñeco listísimo hecho con construcciones, inventó unos tapones especiales para los oídos que dejaban oir los ruidos normales, pero evitaban los más molestos. Tomás, al ver que los demás ya no le hacían caso, y que ni siquiera se molestaban, se enfadó mucho con Coco Sapio, y tras una gran pelea, el inventor terminó cayendo al suelo desde lo alto de una mesa, rompiéndose en sus mil piezas. Aunque fue un accidente, todos se enfadaron tanto con Tomás, que ya nadie quiso volver a saber nada de él, aunque a él tampoco le importó mucho. Y todo habría quedado así si no fuera porque a los pocos días, colocaron en la clase un precioso reloj de cuco, justo al lado de la estantería en que dormía Tomás. El cuco sonaba constantemente, "tic, tac, tic, tac", y para colmo cada hora salía a hacer "cucú, cucú", así que Tomás no podía descansar ni un poquito, pero los demás, con sus tapones especiales, estaban tan tranquilos.


Entonces Tomás empezó a darse cuenta de lo muchísimo que había molestado a todos con su tambor, y de la tontería que había hecho peleándose con Coco Sapio, que sería el único que podría ayudarle ahora. Y decidido a cambiar la situación, y a que todos vieran que iba a convertirse en el niño más bueno y respetuoso, dedicó todo el tiempo a ir reuniendo las piezas de Coco Sapio para reconstruirlo en secreto. Le llevó muchísimos días y noches, hasta que terminó justo cuando ya casi no podía más, de tan poco que dormía por culpa del reloj de cuco. Y cuando Coco Sapio estuvo reconstruido y volvió a tomar vida, todos se llevaron una estupenda sorpresa y felicitaron a Tomás por su trabajo, quien pidió perdón a todos por su falta de cuidado y por no haber tenido en cuenta lo mucho que les molestaba. Así que aunque Coco Sapio estaba algo enfadado con Tomás Tarambana, le convencieron para que inventara unos tapones para él, y a partir de aquel día, pudo por fin Tomás Tarambana descansar un poco, y nunca más dejó que nadie volviera a ser tan desconsiderado como lo había sido él mismo.



Cuento Estaban un chico un poco gamberro y sus amigotes pasando el día en un parque de atracciones. Habían ido muy temprano y todo estaba vacío y limpio, cuando vieron al barrendero del parque, cantando y bailando mientras barría. Como todo estaba tan limpio, les hizo mucha gracia verle trabajar tan alegre desde tan pronto, y no dejaron de contar chistes y gastarle bromas pesadas. Pero él no se molestaba y seguía barriendo su limpia calle, así que comenzaron a tirar papeles y bolsas al suelo, "para darle trabajo". Cuando llegaron más visitantes, y vieron al chico y sus amigos tirando bolsas y basura al suelo, pensaron que era uno de los juegos del parque, y lo mismo pensaron los siguientes, y los siguientes, y antes de que nadie pudiera darse cuenta, el parque estaba hasta arriba de basuras, y el buen barrendero no daba abasto. A nadie parecía importarle, pero empezó a ocurrir algo extraño. Según pasaba el tiempo, las atracciones del parque se iban vaciando, y cada vez había más personas cabizbajas mirando el suelo, hasta que al final del día, nadie hacía cola en los divertidos juegos del parque, y todo el mundo se dedicaba a mirar al suelo. "Pero bueno", se decían los encargados del parque, "¿qué estará pasando?" Pues... ¡que todos estaban buscando algo!. Resultó que a lo largo del día, a todo el mundo se le terminó cayando algo al suelo, pero como estaba lleno de bolsas, papeles y suciedad, en cuanto algo caía.. ¡era casi imposible encontrarlo! Y como aquello no tenía remedio, tuvieron que ponerse de acuedo


para limpiar el parque entre todos y luego encontrar sus cosas. Pero animados por el barrendero, lo hicieron cantando y bailando, y le pusieron tantas ganas y fue tan divertido, que desde aquel dĂ­a crearon un juego nuevo en el parque donde todos, armados de escobas y bolsas, se dedicaban a limpiar un rato riendo y bailando.



Cuento Había una vez un niño que paseando por un bosque creyó escuchar una triste lamento, como si lloraran cantando. Siguiendo el ruido llegó hasta una gran fuente circular, misteriosa y gris. De su estanque parecía surgir aquel sollozo constante; y al asomarse, entre las sucias aguas de la fuente no vio más que un grupo de grises peces girando en círculo lentamente, de cuyas bocas surgía un sollozo con cada vuelta al estanque. Divertido por la situación, el niño trató de atrapar uno de aquellos increíbles peces parlantes, pero al meter la mano en el agua, se volvió gris hasta el codo, y una enorme tristeza le invadió, al tiempo que comprendió enseguida la tristeza de aquellos peces: sentía lo mismo que sentía la tierra, y se sentía sucio y contaminado. Sacó la mano del agua rápidamente, y se fue corriendo de allí. Pero aquella mano siguió gris, y el niño siguió sintiéndose triste. Probó muchas cosas para alegrarse, pero nada funcionaba, hasta que se dio cuenta de que sólo devolviendo la alegría a la tierra podría él estar alegre. Desde entonces se dedicó a cuidar del campo, de las plantas, de la limpieza del agua, y se esforzaba porque todos obraran igual. Y tuvo tanto éxito, que su mano fue recobrando el color, y cuando el gris desapareció completamente, y volvió a sentirse alegre, se atrevió a volver a ver la fuente. Y desde lejos pudo oír los alegres cánticos de los peces de colores, que saltaban y bailaban en las cristalinas aguas de aquella fuente mágica. Y así supo que la tierra volvía a estar alegre, y él mismo se sintió de verdad alegre.



Cuento Había una vez una aprendiz de hada madrina, mágica y maravillosa, la más lista y amable de las hadas. Pero era también una hada muy fea, y por mucho que se esforzaba en mostrar sus muchas cualidades, parecía que todos estaban empeñados en que lo más importante de una hada tenía que ser su belleza. En la escuela de hadas no le hacían caso, y cada vez que volaba a una misión para ayudar a un niño o cualquier otra persona en apuros, antes de poder abrir la boca, ya la estaban chillando y gritando: - ¡fea! ¡bicho!, ¡lárgate de aquí!. Aunque pequeña, su magia era muy poderosa, y más de una vez había pensado hacer un encantamiento para volverse bella; pero luego pensaba en lo que le contaba su mamá de pequeña: - tu eres como eres, con cada uno de tus granos y tus arrugas; y seguro que es así por alguna razón especial... Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras a todas las hadas y magos. Nuestra hada, poco antes de ser atacada, hechizó sus propios vestidos, y ayudada por su fea cara, se hizo pasar por bruja. Así, pudo seguirlas hasta su guarida, y una vez allí, con su magia preparó una gran fiesta para todas, adornando la cueva con murciélagos, sapos y arañas, y música de lobos aullando. Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un gran hechizo consiguieron encerrar a todas las brujas en la montaña durante los siguientes 100 años. Y durante esos 100 años, y muchos más, todos recordaron la


valentía y la inteligencia del hada fea. Nunca más se volvió a considerar en aquel país la fealdad una desgracia, y cada vez que nacía alguien feo, todos se llenaban de alegría sabiendo que tendría grandes cosas por hacer.



Cuento Había una vez un canguro que era un auténtico campeón de las carreras, pero al que el éxito había vuelto vanidoso, burlón y antipático. La principal víctima de sus burlas era un pequeño pingüino, al que su andar lento y torpón impedía siquiera acabar las carreras. Un día el zorro, el encargado de organizarlas, publicó en todas partes que su favorito para la siguiente carrera era el pobre pingüino. Todos pensaban que era una broma, pero aún así el vanidoso canguro se enfadó muchísimo, y sus burlas contra el pingüino se intensificaron. Este no quería participar, pero era costumbre que todos lo hicieran, así que el día de la carrera se unió al grupo que siguió al zorro hasta el lugar de inicio. El zorro los guió montaña arriba durante un buen rato, siempre con las mofas sobre el pingüino, sobre que si bajaría rondando o resbalando sobre su barriga... Pero cuando llegaron a la cima, todos callaron. La cima de la montaña era un cráter que había rellenado un gran lago. Entonces el zorro dio la señal de salida diciendo: "La carrera es cruzar hasta el otro lado". El pingüino, emocionado, corrió torpemente a la orilla, pero una vez en el agua, su velocidad era insuperable, y ganó con una gran diferencia, mientras el canguro apenas consiguió llegar a la otra orilla, lloroso, humillado y medio ahogado. Y aunque parecía que el pingüino le esperaba para devolverle las burlas, este había aprendido de su sufrimiento, y en lugar de devolvérselas, se ofreció a enseñarle a nadar.


Aquel dĂ­a todos se divirtieron de lo lindo jugando en el lago. Pero el que mĂĄs lo hizo fue el zorro, que con su ingenio habĂ­a conseguido bajarle los humos al vanidoso canguro.



Cuento Érase una vez un niño que siempre trataba a su madre con gritos e insultos, sin importarle lo mucho que esto la entristecía. Un día, sin saber cómo, despertó en un lugar inmenso y solitario, sentado sobre una roca de la que surgían cuatro columnas que parecían sustentar el mundo entero. Estaba allí solo, cuando al poco vio llegar una inmensa bandada de cuervos con picos de metal que se lanzaron contra la roca, picoteándola con fuerza. Cuando volvió a estar sólo, misteriosamente se abrió una puerta en una de las columnas, y de ella salió una niña simpática y preciosa. -¿Has venido a ayudarnos? ¡qué bien! nos hace falta toda la gente posible. El niño no comprendía, y viendo su extrañeza, la niña le explicó. -¿Así que no sabes dónde estás? Esto es el centro de la tierra, estas columnas lo sujetan todo, y la piedra sobre la que estás las mantiene unidas -¿Y a qué queréis que os ayude?- dijo el niño extrañado. - Pues a cuidar la piedra, claro. Se te ve en la cara que eres la persona ideal-respondió la niña-.Los pájaros que has visto son cada vez más numerosos, y si no cuidamos esta piedra un día se romperá y todo se vendrá abajo. - ¿Que se me ve en la cara?-exclamó el niño sorprendido-¡Pero si nunca he cuidado una piedra! - Pero aprenderás a hacerlo, igual que hasta ahora no lo has hecho. Toma, mírate en este espejo- respondió la niña mientras le ponía un espejo frente a la cara.


Entonces el niño se vio reflejado, y pudo ver claramente cómo su rostro parecía el de un pájaro, y su nariz comenzaba a estar metalizada. Quedó allí parado, asustado y preocupado, sin decir palabra. - Todos esos pájaros fueron niños como tú y como yo-explicó la niña-pero ellos decidieron no cuidar este lugar. Ahora que son mayores, se han convertido en pájaros malvados que sólo lo destruyen. Hasta ahora, tú no has hecho mucho por cuidarlo, pero ahora que ya lo sabes, ¿me ayudarás a conservar todo esto? - dijo con una sonrisa mientras le tendía la mano. El niño no terminaba de comprender todo aquello, pero entonces, al mirar de cerca las columnas, vio que cada una estaba hecha de miles y miles de figuritas representado los grandes valores: sinceridad, esfuerzo, honradez, generosidad.... Y al acercarse al suelo, comprobó que la enorme roca estaba formada por las diminutas historias de niños respetando a sus madres, abuelos, hermanos, ancianos... sobre la que los cuervos trataban de grabar escenas de gritos e insultos. Y junto a sus pies, pudo ver su propio dibujo, el de la última vez que había gritado a su madre. Aquella imagen, en aquel extraño lugar, le hizo ver que era el respeto lo que mantenía unidas las columnas de los valores que sostienen el mundo. El niño, arrepentido, permaneció allí cuidando la roca durante días y días, con alegría y buenas obras, reponiendo el daño que causaba cada aparición de los pájaros, sin llegar a dormir un minuto. Así estuvo hasta que, agotado por el esfuerzo, cayó rendido. Al despertar, volvía a estar en su casa, y no sabía si todo aquello


había sido un sueño; pero de lo que sí estaba seguro, era de que ningún cuervo volvería a grabar un dibujo suyo gritando a su madre.



Cuento Érase una vez un niño que cambió de casa y al llegar a su nueva habitación vió que estaba llena de juguetes, cuentos, libros, lápices... todos perfectamente ordenados. Ese día jugó todo lo que quiso, pero se acostó sin haberlos recogido. Misteriosamente, a la mañana siguiente todos los juguetes aparecieron ordenados y en sus sitios correspondientes. Estaba seguro de que nadie había entrado en su habitación, aunque el niño no le dio importancia. Y ocurrió lo mismo ese día y al otro, pero al cuarto día, cuando se disponía a coger el primer juguete, éste saltó de su alcance y dijo "¡No quiero jugar contigo!". El niño creía estar alucinado, pero pasó lo mismo con cada juguete que intentó tocar, hasta que finalmente uno de los juguetes, un viejo osito de peluche, dijo: "¿Por qué te sorprende que no queramos jugar contigo? Siempre nos dejas muy lejos de nuestro sitio especial, que es donde estamos más cómodos y más a gustito ¿sabes lo difícil que es para los libros subir a las estanterías, o para los lápices saltar al bote? ¡Y no tienes ni idea de lo incómodo y frío que es el suelo! No jugaremos contigo hasta que prometas dejarnos en nuestras casitas antes de dormir" El niño recordó lo a gustito que se estaba en su camita, y lo incómodo que había estado una vez que se quedó dormido en una silla. Entonces se dio cuenta de lo mal que había tratado a sus amigos los juguetes, así que les pidió perdón y desde aquel día siempre acostó a sus juguetes en sus sitios favoritos antes de dormir.



Cuento Había una vez un grupo de duendes malvados en un bosque, que dedicaban gran parte de su tiempo a burlarse de un pobre viejecito que ya casi no podía moverse, ni ver, ni oir, sin respetar ni su persona ni su edad. La situación llegó a tal extremo, que el Gran Mago decidió darles una lección, y con un conjuro, sucedió que desde ese momento, cada insulto contra el anciano mejoraba eso mismo en él, y lo empeoraba en el duende que insultaba, pero sin que los duendes se dieran cuenta de ello. Así, cuanto más llamaban "viejo tonto" al anciano, más joven y lúcido se volvía éste, al tiempo que el duende envejecía y se hacía más tonto. Y con el paso del tiempo, aquellos malvados duendes fueron convirtiéndose en seres horriblemente feos, tontos y torpes sin siquiera saberlo. Finalmente el mago permitió a los duendes ver su verdadero aspecto, y éstos comprobaron aterrados que se habían convertido en las horribles criaturas que hoy conocemos como trolls. Y tan ocupados como estaban faltando al respeto del anciano, no fueron capaces de descubrir que eran sus propias acciones las que les estaban convirtiendo en unos monstruos, hasta que ya fue demasiado tarde.



Cuento Había una vez un niño al que no le gustaba vestirse cuando querían sus papás, ni ponerse lo que le decían tras el baño. El prefería vestir de forma mucho más rara, pero sobre todo, tardar mucho. Sus papás, que siempre tenían prisa, querían que fuera más rápido, pero a él eso no le gustaba y tardaba aún más. Hasta que un día sus padres tenían prisa, y se enfadaron tanto cuando se negó a vestirse, que le dijeron que saldría desnudo, lo que no le importó en absoluto. Así que salieron, y mientras esperaba desnudo junto a la casa que sus padres trajeran el coche, pasó el cuidador de los cerdos del pueblo. Ese hombre, que estaba medio sordo y veía muy poco, además había olvidado sus gafas, así que cuando vio la piel rosada del niño, creyó que era uno de sus cerdos, y a voces y empujones se llevó al niño a la pocilga. El niño protestó todo el tiempo, pero como el hombre no oía bien, no le sirvió de nada. Y así pasó todo el día, viviendo entre los cerdos, confundido con uno de ellos, compartiendo su comida y su casa, hasta que sus padres consiguieron encontrarle. Y el niño lo pasó tan mal ese día, que ya nunca más quiere que le confundan con otra cosa que no sea un niño, y siempre es el primero en vestirse y arreglarse para ser un niño perfecto, de los de libro.



Cuento Había una vez un pastor que compró un rebaño de ovejas, pero cuando las conoció resultó que no paraban de balar constantemente. Todo el día iban "bee, bee" creando un jaleo ensordecedor, ignorando todas las órdenes del pastor. Éste utilizó todos los medios para hacerse oír a sí mismo y a sus perros, pero todo fue inútil. Finalmente, viendo que las ovejas no paraban de hablar, le puso buen humor y decidió comprar una enorme oreja, y llevarla allí en su camión. Increíblemente, al ver la oreja las ovejas dejaron de balarse unas a otras, y todas comenzaron contar sus penas a aquella gran oreja y a seguirla según se movía el camión. Así fue como el pastor comprendió que hasta las ovejas tienen algo que decir y quieren ser escuchadas, y gracias a eso, ahora puede presumir de tener un camión-oreja pastor, el único del mundo.



Cuento Una niña tenía una muñeca a la quería tanto que la trataba con gran esmero y una delicadeza infinita, a pesar de que su amigos se reían de ella por ser tan cuidadosa. Con el tiempo la niña fue creciendo, cambió de casa y se hizo mayor, se casó, tuvo hijos y finalmente se convirtió en una adorable ancianita con muchos nietos. Un día volvió a su pueblo, encontró su antigua casa abandonada, y entró.Entre cientos de cosas y recuerdos, la antigua niña encontró su muñeca, tan bien cuidada como siempre, y se la llevó para regalársela a su nieta, a la que también entusiasmó. Y cada vez que la veía jugar con ella, se le escapaban lagrimitas de la alegría, y daba gracias por haber sido tan cuidadosa con aquel juguete y haber podido disfrutarlo tanto como cuando era pequeña.



Cuento El lobito del bosque pasaba las noches aullando a la luna, burlándose de ella, de lo vieja que era y lo despacio que se movía, y de su escasez de luz. En el mismo bosque, el pequeño erizo salía a consolar a la luna cuando cesaban los aullidos. Un día ambos estaban lejos de sus guaridas y les sorprendió una gran tormenta. Cuando acabó era de noche y ambos estaban perdidos. Al salir la luna, el lobo empezó con sus aullidos, mientras el erizo permanecía triste y asustado. Al poco, oyó una voz que le llamaba; no vió a nadie, y resultó ser la luna, que agradecida por su constante ánimo quería ayudarle a volver a casa. Así que juntó todo su brillo en un único rayo para indicarle el camino de vuelta. El erizo llegó pronto a la madriguera, mientras el lobo quedaba a oscuras y muerto de miedo. Sólo entonces se dio cuenta de que sus impertinencias no servían para nada. La luna estuvo sin brillar para el lobo hasta que éste pidió disculpas por su actitud, y prometió no volver a molestar a nadie.



Cuento Los hijos del rey están jugando en el bosque, y en su camino se cruzan con hasta 4 enanos, uno cada vez, que les piden por favor que tengan cuidado: a uno le dolía la cabeza y les pidió que no gritaran; otro estaba pintando un paisaje y les pidió que se apartaran porque se lo tapaban; el tercero estaba haciendo un gran puzle en medio del camino y les pidió que no lo pisaran, y el cuarto estaba mirando una mariposa y les pidió que no la asustaran. El príncipe que respetaba a los demás les hizo caso, pero el irrespetuoso no, fastidiándoles cuanto pudo. Por la tarde, ambos niños andaban separados y perdidos y necesitan llegar rápido a palacio, y cuando se encuentran a los enanos todos juntos les piden ayuda. Al príncipe irrespetuoso simplemente no le ayudan, mientras que al niño que les respetó hacen lo que pueden por ayudarle y le llevan por unos pasadizos secretos que van a parar al castillo. El otro príncipe llegó mucho más tarde, le castigaron por ello, y comprendió que es mucho mejor respetar a todo el mundo para tener más amigos.



Cuento El tigre, que era listo, rápido y fuerte,siempre se estaba riendo de los animales, en especial del canijo abejorro y del lento y torpe elefante. Un día de asamblea hay un derrumbe y la puerta de la cueva se bloquea. Todos esperan que el tigre resuelva el asunto pero no es capaz. Al final, el abejorro sale entre las rocas en busca del elefante, que no había ido a la asamblea por estar triste. El elefante acude a remover las piedras y todos los animales felicitan a ambos y quieren ser sus amigos. El último que sale es el tigre, avergonzado, que aprende la lección y desde entonces sólo se fija en las cosas buenas de todos los animales.


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