¡¡¡DOS AÑOS!!!!
NAHUEL - BAERT - CAIO - GUSTAVO - DECUR - GILLIG - LAURI – JORGE JUAMPA - LUBRIO - LEO - MONTAG - CAMI - BRUNO - AGUSTINA
¡2 AÑOS JUNTO A MUUCHOS AMIGOS! JUAMPA CAMARDA BRIAN JANCHEZ JORGE PALOMERA BRUNO PALERO HERNAN CASTELLANO MARIA MAGDALENA HERNAN CARRERAS PAULA VENTIMIGLIA PIPI SPOSITO JUAN CAMINADOR ANITA MORRA JUAN PABLO VOZZA NOELIA MIRAGLIA ARTURO ARCE GUADA SUAREZ CHANTI LAURA DATTOLI GATO FERNANDEZ GILLIG ALETA VIDAL DANTE GINEVRA JONATHAN WEISS MARTIN OJEDA CAMILA RAPETTI LUBRIO JUNIOR G. BARO BANDA DIBUJADA CONSTANZA OROZA LUCY FABIO BLANCO
CACHO MANDRAFINA LULA EUGENIA SUAREZ CAMILA TORRE NOTARI NUMERO 8 PIER BRITO SAMANTA ERDINI FEDE PAZOS DECUR ZELAYA LAURI FERNANDEZ JONI B DIEGO SIMONE ERICA VILLAR FEDERICO BAERT MARCOS VERGARA SEBA GUIDOBONO CAIO CIERVO BLANCO NAHUEL SAGARNAGA CHESTER GREENBAG AZUL PIÑEIRO BETO MIRANDA DIEGO LLANSO SHANNON WHEELER ADRIAN SIBAR MONTAG EL BRUNO MARCE MARTINEZ SANDRA BECCHIA
LEA CABALLERO SANTIAGO JEREZ FERRANTE FILIGRANA ROCIO ALEJANDRO JOSE GARCIA GONZALEZ MATIAS CHENZO GORY DIEGO PARES JUAN BAEZA OENLAO FIX NIAMH PAIO ROFE FURNIER CAPITAN MANU LUCERO MARCELO MOSQUEIRA OTTO PARPA NATALIA MEDRANO BRUNO PANZARASA ALE FARIAS LEO SANDLER GABRIEL BIZ AGUSTINA VALLEJOS
Se hace difícil escribir este editorial. Primero, hace frío y se me congelan los dedos a medida que tecleo. Por otro lado porque, por unos meses este es el último número de PELOTAZO (la revista que hizo que siempre comas el almuerzo frío porque te quedabas en la compu leyendo hasta que venía tu mamá y te llevaba de una oreja). Hagamos un repaso de toooodo lo que tiene este número aniversario de Pelotazo: arrancamos con la tapa de Nahuel (que vuelve después de muchos números) y sigue con un chiste acá abajo de Montag y Bruno (que también nos traen otra de sus “Estar Guars”).
Vuelven los hermanos de “El día que conocí a la bestia” de Laura Dattoli y Jorge. También está Lauri Fernández con sus historias sobre un pueblo y una mega historieta de Zoyla a cargo de Lubrio. Nos visitan también el groso de Decur y el zoológico de Diego. Sumale una nueva historia de Camila y “Yiyi” de Federico y Caio y un nuevo cuento de Jorge ilustrado esta vez por Agustina. Para ir cerrando esta locura aparecen los “Catitos” de Lucero, ese impresentable perro de la plaza de Gillig y una bella contratapa a cargo de Juampa Pero si hay algo que nos hace estar contentos y con ganas
de bailar en el patio es que éste es el número 24 de la revista lo que significa que cumplimos DOS años ininterrumpidos de publicación. 24 meses sin parar. Unas 400 páginas de historietas. Más de 50 personas (de toda América) hicimos estos veinticuatro números y llegamos hasta tu computadora para que pudieras leer historietas pensadas para vos y gratis. Esperamos que te hayas divertido leyéndonos tanto como nosotros nos divertimos haciéndola. Estamos completamente seguros que volvemos en unos meses, así que vos no dejes de leer historietas, bajate los números que te falten en www.revistapelotazo.com y compartilas con tus amigos. Prestá atención a nuestro sitio en facebook y a nuestra web que muy pronto vas a tener novedades. Y mientras tanto extrañanos.
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ยกEncontranos en Facebook y vas a ver cรณmo los domigos se ponen mรกs divertidos!
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Escrito por Jorge G. Palomera Ilustrado por Agustina Vallejos
Desde que tengo memoria mi papá me leyó cuentos a la hora de ir a dormir. Cuando estaba por cumplir tres años mis padres me regalaron un juego del abecedario. Traía fichas y stickers con cada letra del abecedario en minúscula y mayúscula. En imprenta y cursiva. Desde ese momento quise aprender a leer. También pasó que mi papá comenzó a trabajar horas extras y a la hora de acostarme él todavía estaba en la empresa. Por eso ya no me leían cuentos en la cama. Le pedí a mi mamá que me enseñara a leer y ella puso toda su paciencia de maestra jardinera. Me costó muchísimo pero cuando empecé el jardín me llevaba los chistes de la contratapa del diario y los leía cuando salía al recreo. Primero leía en voz alta y lenta. Después pude leer sin apoyar el dedo. Al final aprendí también a leer en cursiva. Cuando mi familia se enteró empezaron a traerme cuentos, historietas y libros. Todos querían verme leer en voz alta. Se ponían contentos, me aplaudían y me tiraban de los cachetes.
A mi mucho no me gustaba eso, pero lo bueno era que después me regalaban todos esos cuentos, historietas y libros. El tiempo pasó y cuando empecé la primaria ya tenía una gran biblioteca. Algunos vecinos y amigos me pedían que les enseñara a leer o que les leyera un cuento. De vez en cuando me pedían prestado algún libro para que sus padres se los leyeran por la noche. Cuando cumplí ocho años mi madrina me regaló un libro amarillo con un cuento que me encantó. Tenía muchas palabras que yo no conocía y tuve que preguntarle a mi mamá que querían decir. Tardé varios días en llegar hasta el final y ahí comenzó mi problema. Cuando lo cerré, después de haberlo terminado empecé a llorar como loco. Mi mamá corrió hacia el living. Me preguntó que me pasaba. Si me había asustado con algo o si el final no me había gustado. Como pude intenté explicarle que nada de eso me había pasado. El libro estaba genial. Me había divertido cada página. El final era maravilloso. Entonces mi mamá pensando que yo estaba loco me volvió a preguntar que me pasaba. Ahí fue cuando la abracé y le dije que lloraba porque el libro que tanto me gustaba se había terminado. Ella intentó explicarme que los cuentos empezaban y terminaban, que tenía un montón más para leer, que lo volviera a leer, que si no terminaba con uno no podía leer otro y muchas otras cosas más que a mí no me sonaban como algo que me sacara la tristeza. Me rompía el corazón que los personajes del libro de mi madrina ya se habían terminado y que no iban a viajar ni a divertirse mas conmigo. Entonces tuve una idea. Subí corriendo a mi pieza y agarré todos los cuentos que me gustaban y empecé a arrancarles las últimas páginas. Si no me gustaba que al final el malo se muriera lo sacaba del libro. Si no
me gustaba que el astronauta volviera a su casa para la hora de la cena, le arrancaba ese capítulo. Si no me gustaba que se terminara la historieta con una fiesta para los héroes, le rompía todas esas hojas. Al principio fue una buena idea, me gustaba. Pero cuando empecé a ver todas esas hojas rotas en el suelo, todas esas páginas que tanto me habían entretenido me di cuenta que mi invento no era tan copado. Entonces me puse a llorar otra vez. Y mucho más fuerte que antes. Todavía lloraba cuando llegó mi papá de trabajar y me preguntó que me pasaba. Me había traído una historieta pero yo no la quise leer. La tiré al suelo. Me preguntó por que. Le dije que no quería que me volviera a pasar lo mismo que antes. No quería encariñarme con una historia que sabía que se iba a terminar. Mi papá se quedó en silencio un rato y me sentó sobre sus rodillas. Me explicó que las historias terminaban. Eso era lo típico. Pero que si a mi no me gustaban los finales podía escribir mis propios finales. Que inventara nuevos cuentos o nuevas aventuras de mis personajes favoritos. “Si te gustó tanto que el vaquero persiguiera a esos ladrones, ¿Qué pasa cuando salen de la cárcel?” Me preguntó. “Si el astronauta volvió a su casa para el cumpleaños de su hijito. ¿Que le va a pasar el día que lo vengan a visitar los marcianos de dos cabezas? Escribilo, contalo, dibujalo. Las cosas se terminan sólo cuando vos querés Guille.” Esas palabras me hicieron abrir bien grande lo ojos. Se me ocurrieron un montón de cosas nuevas que le podían pasar a mis libros.
Salí corriendo y busqué entre mis útiles de la escuela cinta scotch y marcadores. Primero pegué todas las hojas que había recortado y arrancado. Después les empecé a escribir encima un montón de ideas nuevas que yo tenía. Por ejemplo en el libro de los caballeros no me gustaba tanto que el dragón fuera malo. Me parecía más divertido que estuviera resfriado. En el libro de la princesa me parecía mas misterioso que la reina fuera pelada y no que tuviera un cabello tan largo. Y así me pasé horas y días escribiendo y cambiando y contando nuevas historias. Lo gracioso fue que mis amigos me empezaron a pedir que le prestara esos libros. No los normales sino los modificados por mí. Quizás le causaban gracia o quizás a ellos también les gustaba que no terminaran y que siguieran por siempre. Ahora que soy más grande sigo con la misma idea. No me gusta que se terminen los cuentos que leo. No quiero dejar de ver a la gente que quiero. No me gustan los finales. Por eso cuando un libro me gusta demasiado lo continúo en mi cabeza. A veces escribo mis propios cuentos. Con personajes e historias nuevos que se me ocurren a mí solo. Por ahora se los cuento sólo a mis sobrinas pero pronto los voy a vender. Y en las últimas páginas voy a dejar muchas hojas en blanco para que los chicos que los lean puedan seguir con sus propias historias y no lloren como yo cuando era chiquito.
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