Brooklyn

Page 1

El sonido de la caja registradora y el tacto de los veinte centavos que la dependienta dejó caer en la palma de mi mano me hicieron salir de mi ensimismamiento. Por un momento, mi mente había despegado de los barrios bajos de Brooklyn y se había propulsado hasta muy lejos de allí. La televisión emitía ruidos incongruentes al fondo de la tienda, donde un hombre escuálido y con unas ojeras tan pronunciadas que hacían que su cara fuese fácilmente confundible con una calavera le propinaba golpes secos y certeros. Al tercero, las bandas grisáceas que no permitían ver la pantalla dieron paso a un joven presentador que, en un informativo de la cadena local, informaba sobre los acontecimientos que conformaban la crónica negra de aquella contaminada urbe. —Que tenga un buen día —me deseó la joven con una sonrisa. Emití un leve gruñido y abandoné el lugar. Aquella mañana, las calles de Utica Avenue se me antojaban más desoladoras que nunca. El cielo cubierto de nubes —no sabía si eran causa de la contaminación de las fábricas o de las condiciones meteorológicas— anunciaba una pesada y casi interminable jornada. Las diferentes tiendas comenzaban a levantar las persianas una vez quitadas las rejas de hierro que protegían al local de la montaraz noche neoyorkina. Los obreros se despedían con un beso de sus mujeres y se subían a los destartalados Ford de la pasada década para trabajar en unas condiciones lamentables por un sueldo de mierda. 1933 se estaba cobrando el egoísmo y la arrogancia de la sociedad de Nueva York, y no había resultado muy difícil ver durante estos años a aquellos que hace no mucho disfrutaban de lujosas mansiones, no ser ahora más que sacos de huesos destrozados en el interior de astillados ataúdes. Sí, y es que así era, aquellos capullos que presumían de lo fabuloso que era su día a día no pudieron tomar otra decisión que joder su vida y la de sus familias arrojándose desde lo alto de los desafiantes rascacielos de Wall Street. En fin, mi apartamento no se encontraba muy lejos de allí, y como no llegase pronto, Comic me estaría amargando el resto del día. Pero lo cierto es que yo no podía quejarme: tenía curro, un apartamento de mierda (pero un apartamento) y una educación lo suficientemente pobre como para que no me importase un carajo lo que los demás pudiesen pensar de mí. Torcí a la derecha tomando Clarendon Road y a los pocos metros la escalera de incendios que serpenteaba por la fachada del edificio me dio la bienvenida. Apoyado en ella, Chuck apuraba su cigarrillo hasta casi quemarse los dedos. —¿Qué hay, grant Tony? —me saludó desde arriba. —Un día te meteré un cigarro de esos por el culo —le respondí. Sonrió y, tras lanzarme los restos del ya extinto pitillo, se introdujo en el interior. El muy gilipollas me había apodado de esa manera por el lugar donde nací. Y aunque se lo hubiese repetido millones de veces, al muy imbécil todavía no le había quedado claro que grant no viene del italiano.


Di dos vueltas a la llave y el sucio recibidor con su característico olor a humedad y paso del tiempo consiguió apaciguar mis humos. Era extraño, pero todos los días sucedía igual: Chuck soltaba cualquier tontería por su boca de negro y aquella estancia que precedía al apartamento conseguía quitarme las ganas de partirle el cuello. Pasé junto al elevador que estaba, como siempre, fuera de servicio, y los tablones de madera iniciaron sus habituales crujidos al comenzar a soportar mi peso. Un día, hace ya unos años, hicimos una apuesta para tratar de averiguar cuánto tiempo llevaba jodida aquella máquina. Me detuve en el primer piso y fui hasta la puerta. Pero, antes de entrar, decidí asomarme al hueco de la escalera y mirar hacia arriba. Años atrás, cuando Tom nos consiguió aquel cuchitril, nos ordenó que de ninguna de las maneras, si es que queríamos conservar nuestras partes íntimas intactas, molestásemos al vecino de arriba. No teníamos la más remota idea de quién coño era, pero si Tom lo había dicho, el propio Papa tendría que quedarse con las ganas. Restregué los pies por la vieja alfombrilla y abrí la puerta. Dentro, Chuck permanecía tirado en el sofá viendo la tele. El apartamento estaba en calma: a la derecha, el salón seguía igual de caótico que siempre, y en frente, la ventana que daba a la escalera de incendios y el balcón dejaba entrar algo de brisa con el fin de ventilar el lugar. Mientras, en el pasillo de la izquierda, la puerta de la cocina estaba abierta y las puertas de las habitaciones cerradas. Dejé las bolsas de comida que había comprado en Nick & Sons sobre la barra que conectaba el salón con la cocina y me senté en el sofá. Allí, Chuck contemplaba cómo un enano con bigote y mala leche lanzaba todo tipo de improperios hacia miles de personas que le adoraban con la boca abierta. —Ese cabrón va a hacer mucho daño —apunté mirándole con asco. —¿Tú crees? —¿Es que no ves toda esa mierda que suelta por la boca? Es un sucio racista y xenófobo, va a cargarse media Europa como no le paren los pies. —Tú también eres racista —comentó Chuck con una sonrisa mientras me miraba. —Eres el único negro que me da asco de este mundo. —Vaya, gracias Tony —respondió con una carcajada—. La verdad es que tienes razón: o le detienen, o será tarde para arrepentimientos. —¿Sabes algo de Comic? —pregunté esperando no escuchar que había palmado. —Está en tu habitación, creo. —Será desgraciado. Me levanté de un salto y fui directo hacia mi dormitorio. Una vez allí, abrí la puerta y el desorden apareció ante mis ojos. —Sucio gato, lárgate de aquí —le grité sacándolo de mi “espacio de vital”.


—No le hables así al animal —escuché decir a Chuck desde el salón—. Él no tiene la culpa de que nacieses retrasado —se rio. —Algún día te atravesaré la cabeza con una pica —le respondí. —Lo estoy deseando —contestó cogiendo a Comic y acariciándolo con dulzura. Fui hasta la bolsa de comida de la tienda y eché el pienso en el comedero del gato. Lo llamé con un silbido y lo dejé en la terraza comiendo. Tras esto, me senté de nuevo frente a Chuck dejando la compra que había hecho encima de la mesa. —¿Y cómo está el viejo Nick? —inquirió al tiempo que cogía una bolsa de patatas y la abría para empezar a devorarla. —Intentaba arreglar la televisión a base de puñetazos. Y lo peor es que el cabrón lo ha conseguido. —Estos nuevos inventos son ridículos. Casi tienes que empeñar un riñón para comprar uno y luego se rompen con tan solo mirarlos. —Mientras lo pague Tom qué más te da. Lo que no entiendo es cómo puedes quedarte igual que un jodido zombi toda la mañana mirándolo. —Podría preguntarte lo mismo. No sé qué le ves a ese Fitzgerald si no tiene ni idea de escribir. Aquel comentario me sentó como una patada en los huevos. —Francis Scott Fitzgerald es el mejor novelista que hay y habrá a lo largo de la historia de este país de mierda y del mundo. Que lo sepas. Es genuino, incluso intuyo que llegó a predecir lo que pasaría respecto al crack de la bolsa. —Por dios Tony, solo los más enclenques cayeron en la euforia de la bolsa. —Solo los más enclenques fueron millones de familias, gilipollas. —El día que puedas hablar conmigo sin insultarme te construiré un monumento — apuntó esbozando una media sonrisa. El nombre de Hitler y su imagen desaparecieron de la pantalla y dio paso a una retahíla de vídeos de las calles de Nueva York, donde una corriente de información continua se deslizaba por una banda naranja situada en la parte de abajo. «El número de suicidios se reduce, mientras que el de parados continúa aumentando hasta rozar los casi 13 millones.» Chuck expulsó el humo del nuevo cigarrillo que se había encendido y ambos continuamos expectantes ante aquella caja tonta. «El nuevo presidente, Franklin D. Roosevelt, anuncia una nueva política de recuperación económica que ha bautizado con el nombre de New Deal. Según declaraciones del presidente: Nuestra tarea prioritaria es hacer que la gente vuelva a trabajar.» —¡Y una puta mierda! —estallé tras escuchar tanta tontería.


—Tranquilo, amigo. ¿No confías en él? —Seguro que no es más que otro cerdo mentiroso, igual que ese Hoover que acaban de echar. Estoy harto de tanto incompetente. —Pues yo creo que nos va a sacar de todo este embrollo. Es más: confío plenamente en él. Tiene las ideas claras y sabe lo que hace. —Sois todos unos tarados —terminé cogiendo mi libro de Fitzgerald que estaba preparado para comenzar a leerlo—. Por cierto, ¿a qué hora entras a currar hoy? —A las ocho —respondió haciendo memoria—. Te ha tocado el turno de noche. —Bueno, así podré quitarme de la cabeza toda esta mierda. ¿Te ha dicho algo Tom? —Que hoy nos espera mucho trabajo. Y que no llegues tarde. Dice que si entras a las doce y vuelves a llegar una hora después, te devolverá a tu país. —Maldito calvo canadiense —mascullé molesto—. Está bien. Dile que no se preocupe, cumpliré con su jodido horario. Chuck sonrió y volvió a centrar su atención en el televisor. Yo, harto del ruido que éste producía, decidí salir al balcón. Allí, me apoyé en la barandilla y traté de calmarme. Bajo mis pies, Brooklyn se extendía hasta toparse con la orilla del Hudson. En aquel lugar, el puente que nos conectaba con la metrópoli permanecía imperturbable ante la corriente de automóviles que discurría por él. Un día llegué a pensar que si la estructura cediese y el río se lo tragase, los dirigentes de la ciudad dejarían que muriéramos de hambre, ahorrándoles la tarea de eliminar el lastre neoyorkino. Suspiré desalentado y me llevé una mano a la cabeza. Al parecer, estaba comenzando a llover, pasando en apenas unos minutos a ser una continua lluvia de intensidad reposada. A lo lejos, las antenas de los rascacielos que habían comenzado a construirse a principios de los 20 se perfilaban en el horizonte, tratando de ocultar el humo de las fábricas que funcionaban sin descanso tras la gigantesca urbe estadounidense. «El gran sueño americano.» Pensé con una risotada bajo la incesante cortina de agua dulce. «La gran mentira americana.»


Juan Albarracín Edo © 2016


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.