Relatos, reflexiones, y algo más...

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Relatos, reflexiones, y algo más… Luis A. Dettoni Luzzi


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Relatos, reflexiones, y algo más…

Luis A.Dettoni Luzzi 2018


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DEDICATORIA

A las personas, lugares y tiempos que forjaron y estimularon mi sensibilidad para lograr transmitir emociones y vivencias. A todas aquellas mujeres que me han seducido, algunas dejando recuerdos inolvidables; otras… lamentablemente anónimas… A Susana Coyette Urruchúa, doctora en Filología Hispánica, que ha aportado sus conocimientos en la gramática y la redacción de mis libros. A la vida, que me ha sido benévola. A mi Ángel que estuvo conmigo en los momentos cruciales de mi vida.


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PRÓLOGO

En un memorable «Prólogo de prólogos», nos recordaba Borges que nadie ha formulado hasta ahora una teoría del prólogo, para definirlo a continuación: «El prólogo, en la triste mayoría de los casos, linda con la oratoria de sobremesa o con los panegíricos fúnebres y abunda en hipérboles irresponsables, que la lectura incrédula acepta como convenciones del género…, cuando son propicios los astros, no es una forma subalterna del brindis; es una especie lateral de la crítica». Para regalarnos más tarde la idea de un libro: «Constaría de una serie de prólogos de libros que no existen. Abundaría en citas ejemplares de esas obras posibles». Un querido maestro de Borges, al que nunca olvida entre sus lealtades, Macedonio Fernández, emprendió una aventura prologuística semejante en sus cincuenta y siete prólogos que preceden su Museo de la novela de la Eterna. La propuesta de Borges y la atrevida ejecutoria de Macedonio Fernández están hermanadas por una misma voluntad lúdica, que subleva e irrita a quienes entendieron y entienden la literatura como una trascendente solemnidad trazada por la mano de un demiurgo.


Esa misma voluntad lúdica es la que preside los siguientes textos. El doctor Dettoni, nuestro querido Don Luis, nos lleva desde su [¿lejana?] adolescencia hasta un cuasi presente. O sea, las líneas que leeremos pueden interpretarse como una autobiografía, pero una autobiografía muy sui generis, hecha a retales, a pantallazos, a pinceladas impresionistas. Pura emoción… Notas de humor, notas de nostalgia, notas de confidencias, escritas en un estilo coloquial, tanto que parece que estuviéramos frente a un texto que, más que leído, debe ser oído. Oído con el corazón, con los sentimientos, más que con los órganos auditivos. Y así, una vez más, el azar quiere que sea el discípulo quien prologue un libro del maestro cuando la convención parece señalar todo lo contrario. Y en este caso un libro completamente inédito en el que la curiosidad –por no decir la voluntad de cotilleo- demuestra su legendaria infatigabilidad.


El libro, el vino y los amigos son mejores compartidos‌.


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BAJO COSTE

Advertido por la compañía aérea, te presentas a embarcar una hora antes del vuelo. Allí llegas con tu único bulto a facturar, con un bolsito que llevas en bandolera, donde has metido a presión un kilo de cosas que no entraban ya en la maleta de mano: calcetines sucios, calzoncillos, regalos… Y el pasaje en la mano… Ahora pasas el primer control, donde, con dificultad, muestras el pasaje, para que sepan que eres pasajero y no un colado. Ah, y el DNI, por favor. Ya no tienes manos… el pasaje bajo la axila, la maleta entre las piernas, buscando en tus bolsillos la cartera con el DNI. El de atrás te mira con cara de mala leche… uf, por fin encuentras el DNI, lo enseñas, no lo miran…y sigues con la maleta, la mariconera colgada, el pasaje en la axila y el DNI en la boca. Ahora coges la bandeja de aduana, te quitas el reloj, los anillos, el monedero, el cinto, las zapatillas, el móvil, el tabaco, el mechero, la cadena con la virgen, la pulsera de acero que te


regaló la novia y, si eres mujer, el DIU. Hala, todo a la bandeja… lo pones en la cinta y detrás la maleta, para pasar por RX... y tú con una mano sujetándote los pantalones que se deslizan para abajo, con la otra mano sostienes el pasaje y el DNI, pasas el arco de seguridad, cagado, con los brazos en alto como si de Hacienda se tratara. Pita el arco… ¡¡¡joder!!! Para atrás. Otra vez te palpan, te pasan un detector. Ah, era una chapa de metal que lleva el vaquero en el pasacinto… Pasas el arco, recoges. Después del túnel, la bandeja y la maleta, te sujetas el pantalón para no quedarte con el culo al aire. En la mano del brazo que sujeta el pantalón, la bandeja sostenida por tres dedos… pesa tanto que ya tienes esos dedos acalambrados. Como has tardado en pasar por el arco, la maleta está encima del viajero que viene detrás, ese que ya te ha hecho ¡¡¡uffff!!! En el primer control. Lo miras, le sonríes con cara de estúpido… Buscas urgentemente una mesa para dejar la bandeja. Ohhh… qué alivio...: reloj, anillo, gafas, zapatillas. No tienes donde sentarte, tampoco llegas agachándote... la barriguita, que


echaste con la cervecita... Te sientas en el suelo, te retuerces y te esfuerzas hasta llegar a los cordones y abrocharlos… ¡¡¡DIOSSSSSSSS!!! Ahora buscas la puerta de embarque. Que es la C74. Buscas en los carteles y ves que una flecha te indica el pasillo: puerta C74, 15 minutos… ¡¡¡ ¿Quince minutos?!!! Solo llegas si eres deportista de alta competición. Ya estás sudando. Caminas, caminas… ahora desaparece el cartel… ¿Información? Tienes que volver atrás y a 50 metros ves un cartel que indica el pasillo… pero ya te lo has pasado. Atrás otra vez, en diagonal, lo encuentras, sigues caminando… La hora de embarque ya ha pasado. Te das prisa, después de media hora de maratón. O sea, unos tres kilómetros. Ves la puerta aún cerrada y junto a ella una cola de pasajeros de unos cuarenta metros. Dices: -Bueno, mientras llaman y entran me da tiempo a conseguir una botella de agua. Sudando, boca seca, visión borrosa, buscas un bar… No hay… ¿Un dispensador de bebidas, entonces? A ver… Tecla B12, aprietas. Clin clin… ¡¡¡Se llevó las monedas!!! La botella no sale. Sacudes y pateas


el dispensador… Si tuviera nariz, ya se la hubieras roto de un puñetazo. Como ya vas de vuelta, pones en la máquina otros dos euros, tecla B12, clin clin clin, run run la máquina. Cae una botella… ¡Anda! No es agua, que es CocaCola… pero la bebes, sin gustarte, para hidratarte… ¡Estás desesperadooooooooo! Bueno… a la cola… Esperas. Las piernas ya no responden. Cargas un rato sobre una, otro sobre la otra. Te agachas y te estiras. La gente te mira… parece que no se dan cuenta de que estoy evitando la formación de un coágulo… Por un altavoz con un volumen bastante bajo se emite algún sonido que interpretas como la indicación de que vamos a embarcar. Claro, a 40 metros0 no se oye bien… te resignas y decides seguir a los demás… La cola va avanzando poco a poco. Al fin llegas al mostrador. Otra vez el billete, otra vez el DNI… Caminas por el túnel que lleva al avión… Otra cola para pasar por la puerta del aparato… Deseando llegar ya a tu asiento, entras con tu maleta, buscas, llegas a tu número de asiento, abres el compartimento superior… Todo ocupado, ya no entra nada más…


cinco maletas… ¡Pero si solo hay tres asientos! Miras a la azafata, como preguntándole qué puedes hacer ante tal panorama. Con una sonrisa, ella te señala un sitio alejado, como a cinco asientos más atrás. Vas tratando de circular por el pasillo lleno de gente acomodándose. Permiso, gracias, perdone… Rozas culos, paquetes… Llegas, dejas tu equipaje a tomar por culo de tu asiento. Ahora vuelves… Otra vez permiso, gracias, perdone… Por fin te sientas. Intentas, con ayuda de tus brazos, que entren las piernas, ya que no las puedes dejar en el pasillo. Las encoges como puedes. Te ajustas el cinturón de seguridad… Agotado, esperas el momento del despegue. -Por favor, señores, tengan los cinturones puestos, el asiento en posición vertical, apaguen ordenadores y móviles… El vuelo tendrá una duración de dos horas cuarenta minutos… (vale, pero ya veremos…)Cuando estas cabeceando para dormitar un rato, después de una hora de circuito de resistencia, pasa el carrito: bebidas, bocadillos… Vuelves a ver agua. ¡Agua, por favor! Una botella de 50 ml, un vasito de plástico, una servilleta. Doy las gracias, pero me


dicen que son 2,50 €. ¡¡¡JODERRRR! Desajustas el cinturón. Metes la mano en el bolsillo apretando con el codo las costillas de tu compañero de viaje. Entregas tres euros… “Ahora le traigo su vuelta”… Jajajajajajaja… A las dos horas y media de viaje: Abróchense los cinturones, asiento en posición vertical… etcétera… Comienza el descenso al aeropuerto Adolfo Suárez. A los veinte minutos del comunicado, el avión toma tierra. -Señores, no se muevan de sus asientos hasta que las luces lo indiquen. Habéis aterrizado diez minutos antes de la hora prevista (seguro que era el cumpleaños del niño del capitán). Pero no: el avión carretea. Miras por la ventanilla y ves campo-campo. A lo lejos, unos edificios. El avión carretea, carretea. Veinte largos minutos. No sabes si has llegado a Madrid o has aterrizado en Ávila. Y sigue el avión carreteando hacia el aeropuerto. Veinte minutos. El avión se detiene. Se apagan las luces de seguridad. Miras por la ventanilla: campocampo. La gente, desesperada, se pone de pie, ocupa el pasillo, coge su equipaje. Tú, como ya


se sabe, lo has colocado más atrás… Intentas salir del asiento al pasillo, pero ya el del asiento de atrás se ha puesto a tu lado. No te puedes mover. Diez minutos de pie en el pasillo, llamando y wasapeando por el móvil. Más de tres horas sin usarlo. Tienes más ansiedad que cualquier fumador. Aparece la escalera móvil. Ves dos autocares articulados… Ya luego entiendes el motivo de que tardaran tanto en llegar… Ya resignado, otra vez esperas a que baje todo el pasaje para poder retroceder a buscar tu equipaje. Claro que intentar retroceder con la gente en el pasillo ansiosa por salir… puede hasta costarte la vida. Al fin bajaste del avión y subiste al autocar. Apretados como sardinas en lata. Arranca el autocar, frena a tirones, como todos en cualquier aeropuerto. No entiendes el motivo por el que tengan que avanzar a tirones. Todas las cabezas y todos los cuerpos se bambolean de adelante hacia atrás, de atrás hacia adelante… Parece como si el conductor se divirtiera con un juego casi infantil… Y cómo no iban a tardar tanto los autocares articulados… Otra media hora para llegar al aero-


puerto, media hora a 30 km/h. Estabas a 15 kilómetros del aeropuerto, más de lo que carreteó el avión. Piensas: Si me bajan en Toledo me voy caminando a casa…


EL TIEMPO QUE SE ESCAPA…

La inseguridad de tus sentimientos no te hace valorar el tiempo. Como las mareas, van y vienen al antojo de la luna. Ellas son previsibles. El tiempo que yo no tengo, el tiempo que se escapa, y tus sentimientos… Eso no es previsible…


YA LO SABIA (EL TRASLADO) Cuando se abrió el portón posterior del camión ¡Ya lo sabía! Dos horas de viaje con baches y vaivenes. Dos horas. Ocho caras inexpresivas, sudorosas… En su mente imágenes…imágenes: Su niñez, su colegio, la facultad… Sus compañeros… Luego botas, linternas, itakas… Sus proyectos, su lucha, su amada… Su porvenir… Ya lo sabía, ya lo sabía… Fue un momento, un segundo… No sintió nada… Una luz blanca… Se borraron las imágenes, se borró la esperanza…


Perdón si te he hecho daño… Por quererte tanto…

Soledad… paz…libertad… Silencio sublime… Sabiendo que detrás de la puerta Siempre hay alguien…


MI RIO

Le llamábamos Tercero. Hoy le dicen Talamochita. Serpenteante entre barrancos, juncos, helechos. Sus remansos, espejos verdeazulados, reflejan el paisaje de sauces y álamos. Testigo de aventuras, diversión, amores… El primer beso… Cómplice de secretos, pasiones, desventuras… Bajo los sauces que lamen tus aguas Me enamoré, me desenamoré, me volví a enamorar…. Mi río, que en noches de verano Envolviste nuestros cuerpos adolescentes, desnudos… Allí la vi a ella, caminando por la orilla. Sus curvas se recortaban en el resplandor plateado del agua. Plena pubertad, toda pasión. Su cabellera dorada ondulando el viento… Cabellera que se enredaría entre mis dedos… mis ojos… mi boca… En mi boca…donde ella posó sus labios…


Su sonrisa se fue desdibujando. Sus ojos dejaron de mirar. Su alegría fue ira. Dejó de disfrutar con la belleza. Dejó de amar. Dejó el sendero. No quiso querer. No quiso quererse. Su cara desencajada… Su mundo no era el nuestro… Loca… ¡Se volvió loca!


CRUEL Crueldad: obtener placer en el dolor y el sufrimiento de otros. Cruel, por no acudir a mis reclamos. Cruel, por negarme tu voz. Cruel, por negarme tus besos. Cruel, por aparecerte y esconderte. Cruel, por jugar con mi pasión. Cruel, por ignorar cuánto te amo… Y tú… ¡Y tú lo sabes!...

VIVE LA VIDA La vida: vivencias acumuladas A lo largo del tiempo. No vive más quien más años dura, Sino quien acumula más vivencias. Una cosa es vivir la vida Y otra, muy otra, Pasar por la vida…


LA PRIMERA VEZ La melodía de los Beatles invadía suavemente el salón. Las últimas luces de la tarde entraban por el ventanal. Tras el sillón el fuego de la estufa chisporroteaba. Su reflejo enrojecía los torsos desnudos, el perfil de sus senos turgentes, su pubis adolescente, sus blancos muslos… Su boca… Mis labios recorrieron su cuerpo, sus ingles, sus pechos… Sus labios entreabiertos… La pasión vence a la razón. Los sentidos encendidos, los dos fuera del mundo, los dos flotando... Sudoroso y jadeando… La música se oía lejana… Vuelve a sonar melódica después de la explotación emocional… Besándole la frente me disculpo. Ella: Gracias, Luis…


LA PESCA Bajo la sombra de tu tortuoso tronco y tu verde follaje, y lo largo de muchas siestas cobijaste nuestro silencio cómplice, reflejando tu sombra en las marrones aguas del río… Aguas que se van para siempre pero que siempre están allí. Vuelvo a tu vera después de muchos años… Aún escucho el silencio… ¡Picó, papá! ¡Picó, papá!


TREINTA AÑOS Mi corazón palpita agitado al verte. Tu voz me suena a melodía. Treinta años… ¡y me olvidé de olvidarte! Tu presencia me invade de alegría. Tus ojos son mi ventana al infinito. Tu cuerpo trenzado al mío… Sueño con tus labios… Tus labios… Ayyyy, tus labios… Treinta años… ¡y me olvidé de olvidarte!


AMISTAD 1 Cuando das todo por un amigo no esperes reciprocidad. Los sentimientos no son moneda de cambio.

AMISTAD 2 Los amigos siempre están… Si no están…no son tus amigos…


AQUEL PERFUME Después de tantos años el aroma de aquel perfume le trasladó a su juventud universitaria. Sí, sí, a aquel día… Al salir del anfiteatro, los comentarios “Esta noche fiesta en Entre Ríos 1572”. Ella estaba allí, menuda, pelo abundante y rizado, tez morena, Labios perfilados, nariz pequeña, ojos oscuros, morunos… Pantalón verde apretado a sus nalgas, camisa negra, marcada por unos altos pezones de sus pechos medianos… Se acercó a ella en la barra. Le preguntó: ¿qué tomamos? Después de saborear un cuba libre la música invitaba. Cogiéndola de su estrecha cintura la atrajo hacia sí, y comenzó a bailar en el sitio de una baldosa. Ella, sensual, envolvió con los brazos su cuello Y apoyó la cabeza en su hombro. Fue en ese momento cuando el aroma de aquel perfume perforó sus sentidos, traspasó su nariz, su cerebro, su fibra más íntima.


Fue en ese momento cuando hipotecado quedó su corazón. Llegaron a su apartamento de estudiantes (paredes blancas, muebles negros, cortinas, cubrecamas, luces color naranja, la cama revuelta, ropa encima de la cama, ropa colgada en una silla vieja). Ella se quitó la ropa. No defraudaron sus nalgas redondeadas, ya sugeridas en el pantalón. Ni sus pechos esbozados en la camisa… Ni sus piernas, como torneadas por un buen ebanista… Fueron tres meses de pasión y desenfreno… Hasta que al final… sus vidas se separaron: Ella era militar. Él era guerrillero…


TU AUSENCIA Me cambiaste por nada, me cambiaste por nadie. Por la paz de la soledad. Por la mentira de la tranquilidad. Elegiste el camino sin destino. El camino sin sentido… Sin sentido te ausentaste… Me cambiaste por nadie… Me cambiaste por nada…


VALENTINA La más bella y mejor guía, adelantada a tu tiempo, valiente Valentina, cómplice de jóvenes ideas, reservada y atrevida, sociable y caprichosa, centro de la familia, centro de los amigos, dulce y tierna, valiente Valentina… MAMÁ…


PADRES Ten presente: Los padres no son para siempre. Tú veras la atención que les prestas. Tú verás lo que los disfrutas…

HIJOS Todo lo que das, todo lo que haces por tus hijos… Debes hacerlo a fondo perdido…


CARLOS Carlos, 55 años, afable, polifacético, sociable, mundano. Pero, en el fondo, un lobo solitario con una gran sabiduría. Le gusta la soledad, disfruta de las pequeñas cosas de la vida, sabe vivir y y saborear el tiempo… Agotado por su trabajo, y cansado el eterno invierno, decide tomar cinco días de descanso, y marchar hacia un lugar con temperatura agradable, mar, vegetación colorida y gente tranquila. Buscando paz, desarrollando sus lecturas, y pensando en escribir sobre sus experiencias. Llegó al hotel, después de atravesar por las lastimosas incomodidades del aeropuerto. Pensaba: Si van a cometer un atentado, no lo facturan por aduana… Se instaló en la habitación, se duchó y bajó a tomar una cerveza en el bar del hotel. El camarero lo reconoció a pesar de los cuatro años transcurridos desde su última estadía allí: su corrección, su educación, sus propinas, lo hacían inolvidable. Imposible no recordarlo… Ya que no era temporada alta, no había muchos


clientes. La mayoría de ellos, de la tercera edad. Matrimonios que tienen la suerte de estar juntos en la última etapa de sus vidas. Fue en el hall del hotel donde se cruzó con ella: media melena rubia, ondulada, enmarcando una cara bonita: nariz pequeña, boca pequeña, labios bien perfilados, ojos de un verde oscuro… Caminaba con elegancia: pasos cortos, top negro, minifalda negra, chaqueta transparente con mangas largas, también negra, abierta por delante… una delicada gargantilla plateada destacaba su cuello. Aroma de perfume suave. Mirada tímida, dirigida al suelo, que recordaba la mirada de Lady Di. Se miraron a los ojos, esbozaron una sonrisa… Coincidieron en el restaurante a la hora de la cena. Ella se sentó en una mesa a su lado: modales exquisitos, manos bien cuidadas, uñas barnizadas de distintos colores, todos suaves: rosa, celeste, verde… Calzaba unas sandalias plateadas: pies bien formados, uñas coloridas como las de las manos… Nuevamente cruzaron una mirada y una sonrisa cómplice. Tendría treinta y cuatro o treinta y cinco años…


Él, con leve sobrepeso, disimulado por su altura. Abdomen algo prominente, solapado por ropa amplia pero moderna, y abundante pelo cano, cuidadosamente despeinado. Su altura, su espalda, su pelo, su forma de andar, lo hacían atractivo. Su mirada penetrante atraía la mirada de ella. Al día siguiente bajó a la playa a leer. Se sentó en el bar con ese propósito, y pidió un café y un vaso de agua. Ella, con un biquini rosa, caminaba por la orilla donde la arena negra contrastaba con el color plata del agua en la cual se reflejaba el sol. Negro de arena, plata del agua y rosa del biquini, su imagen impregnó las retinas de Carlos. Se acercó ella al bar, pidió un zumo de naranja, se sentó separada de él por un par de mesas. Otra vez la sonrisa… Él hizo una señal al camarero para pagar el zumo. Ella, antes de irse, se acercó a él y le agradeció en inglés. Por la tarde, Carlos salió a comprar algunos recuerdos para los suyos. Estando en la boutique, entro ella a mirar ropa. Aprovechando que estaba allí, un sonriente Carlos se acercó a ella y le


consultó sobre unos vestidos: cuál le parecía más bonito y adecuado para su nieta. Ella, sonriendo también, eligió uno. Luego Carlos se interesó por unos artículos de bisutería, y nuevamente el consultó a ella acerca del más apropiado. Ella señaló un objeto con el dedo, chapurreando en un deficiente español. Él, con muy poco bagaje de inglés, se las arregló para mantener una “conversación” entre palabras sueltas, medias frases y señas. Así se enteraron de que ella estaba separada desde hacía dos años y era de Londres; él separado por segunda vez, procedía de Madrid. . Ella, profesora de francés para niños; él, pediatra. Salieron riendo de la tienda… Carlos agradece su ayuda, ella se sonroja… Él la invita a cenar esa noche a modo de agradecimiento. Ella titubea un poco pero acepta. Quedaron en el hall del hotel a las nueve. Ella se presentó ataviada con traje negro largo, de generosos escote, sandalias doradas, y una torera dorada con transparencias. Labios muy rojos. Carlos, con pantalón color arena y una habanera del mismo color, con los dos primeros botones desabrochados para mostrar el inicio de su vello pectoral.


Durante la cena, chapurreando y con la ayuda de un traductor automático, intercambiaron dados acerca de sus vidas. Después de cenar fueron a una terraza con vistas al mar. Él pidió una caipirinha, y ella unas fresas con naranja. Cuando dieron las doce ella le confesó que era su cumpleaños número 35. Pidieron un pastel con una vela y una botella de cava. Volvieron al hotel riendo y cogidos de la mano. Al llegar al hall, se quedaron mirándose tiernamente. Él la cogió de las manos, las apretó, y ella respondió apretando las suyas. Entonces Carlos comenzó a retroceder, manteniéndola cogida de las manos. Ella, tras una breve resistencia, le siguió. Una vez llegados a su habitación, comenzaron a besarse con pasión, en la boca, en el cuello… ella lo rodeo con sus brazos y apoyó su cabeza en él, con fuerza, como quien necesita cariño. Carlos comenzó quitarle la ropa mientras besaba sus pechos. Su piel blanca contrastaba con el morado de las sábanas y el rosa de su ropa interior. Ella… pechos redondeados, medianos, firmes. Cintura


pequeña, nalgas prominentes. Favorecida por una curvatura de su columna, más profunda, sus muslos torneados. Su cuerpo bien tonificado, pero no de músculos de gimnasio… pelo rubio dorado, boca entreabierta, respiración agitada… Tendida sobre la cama, parecía un cuadro impresionista… Estuvieron largo rato acariciándose, revolcándose en la cama, cada vez con más pasión. Él comenzó a besar los dedos de sus pies, subió por las piernas y los muslos hasta llegar al pubis. Ella se giró y se puso encima, y mandando. Le besó los pezones, el pecho, el ombligo, hasta llegar al pubis. Se estuvieron amando hasta el amanecer. Después de ducharse juntos bajaron a desayunar. Ella debía partir para Londres. Se despidieron con un fuerte abrazo, mirándose tiernamente a los ojos, posando suavemente los labios de uno en los labios del otro… como quien sabe que ya no se verían nunca más… ¿O no?...


NOCHE DE LUNA LLENA Fue una noche mágica de luna llena, como en el cuento. Te fuiste con las doce campanadas dejando tras de ti tu vitalidad, el perfume de tu piel, tu risa abierta, y el corazón a mil. Si te ofrecen el corazón arrancado, si te ofrecen amor y cariño, Cuando te ofrecen su vida por tu vida, si te ofrecen llegar de la mano al final del final, ¡¡y eliges la soledad!! Huyes de tu destino, reprimes tus emociones, tu miedo al ridículo (¡¡tu razón te traiciona!!) Tus sentimientos sufren…


DOS LÁGRIMAS Dos lagrimones recorrieron sus mejillas acartonadas. Al contemplar las fotos almacenadas del pasado sintió un ahogo en el pecho: Ver a sus niños jugando, riendo, sin preocupaciones, felices, Reportajes de varios viajes realizados con su amada, Paseando, riendo, besos y cariños. Fiestas de verano con distintos personajes, dependiendo del año, Con amigas y amigos de sus amigos… Su pasión en distintas pasiones… Han pasado años, ha pasado el tiempo… Los niños ya son hombres, Su amada, secuestrada por su destino… En los viajes, ahora, posa solo…


CELOS Los celos son la expresión enfermiza de la inseguridad…

AVISO A CAMINANTES Cuando estés preocupado, cuando estés triste, te recibiré, te aconsejaré, te consolaré, te regalaré mi tiempo… Pero cuando salgas del pozo vuelve y regálame una sonrisa…


LA GUERRA Despertó tiritando. El frio del invierno se acentuaba por la ropa mojada que envolvía su cuerpecito. Miro a su alrededor. Escombros, humo, los cuerpos de sus padres y hermanos inertes. Chillo a gritos sus nombres. No obtuvo respuesta. Solo pudo recordar su propio nombre, Saúl. Con el rostro atravesado por el surco de sus lágrimas ya secas, con frío y hambre, buscó una salida hacia lo que había sido la calle de su vivienda. Empezó a caminar sin rumbo, sin llanto, sin miedo. Llora el que espera protección, tiene miedo el que puede perder algo. Él, con siete añitos, ya sabe que no puede reclamar protección y que ya no puede perder nada. Lo ha perdido todo. Menos la vida. Fue buscando la salida del pueblo. En la estrecha carretera vio gente que caminaba en fila. Con bolsas sobre los hombros, con gallinas y pollos, algunas mulas tirando de carruajes, perros deambulando sin amos... Se puso a caminar en el mismo sentido que toda esa gente, sin saber por qué, sin saber adónde llegaría… La lluvia había dejado charcos, de los cuales bebían los perros. Él también lo hizo: se


tiró boca abajo y bebió durante un buen rato. Tenía la boca y los labios resecos. Continuó caminando. Observo que unos metros por delante de él caminaba una niña de más o menos su edad, acompañada de su madre y de un hermanito de meses. No tenía noción del tiempo que llevaba caminando. Sus pies dolían del frío, sus piernas del cansancio, su estómago de hambre. Al cabo de un tiempo, la niña y su madre se apartaron del camino y se sentaron una frente a la otra. El pequeño Saúl, agotado, se sentó a pocos metros de ellas. La mujer sacó de una bolsa unos trozos de pan para ella y su hija. Saúl las miraba fijamente. La niña lo miró y le sonrió, lo que llamó la atención de su madre, Shalma. Madre al fin, giró la cabeza y vio al niño, sentadito, solo, mirando. Extendió la mano con un trozo de pan sobre el cual Saúl se abalanzo y se lo llevó inmediatamente a la boca. Agradeciendo la ofrenda con sus brillantes ojos oscuros, se sentó junto a ellas. El bebe se prendió al pecho de Shalma y estuvo mamando un buen rato. Cuando se durmió, la pequeña Iria se acercó a su madre y también se puso a mamar. Cuando la niña se retiró, Shalma miro a Saúl y le ofreció el pecho. El niño, con timidez, empezó a succionar. Al notar que su boca y su garganta se im-


pregnaban de esa leche dulce, templada, comenzó a percibir que se calmaba su dolor de estómago. Se sentía pleno, satisfecho. Sus párpados fueron pesando y pesando, hasta que por fin se cerraron. Despertó acostado sobre una manta, junto a Iria y al bebé. El sol estaba ya iluminando el horizonte. A su alrededor, bultos de gente durmiendo. Shalma sacó tres trozos de pan, recogió las mantas y, ya alimentados, comenzaron nuevamente a caminar. Muchas noches, muchos días, dolían los pies, surcados de ampollas que curaban con agua de lluvia y orina, y envolvían con jirones de ropas viejas que iban recogiendo por el camino, ropas de cadáveres que ya no las necesitaban. Pasaban por pueblos y ciudades que veían a lo lejos, desde la carreta. Los estruendos de las bombas, la metralla de los tanques, todo sonaba cada vez más lejos. Las siluetas de las ciudades, humeantes. Columnas de humo de distintas formas, de diferentes tonos y variados colores. Negros, grises, morados, blancos… En forma de chimenea, en forma de hongo… Se adivinaban edificios altos derrumbados, rascacielos derruidos… Cada vez más personas se agregaban a esa columna humana. Cada pueblo, cada aldea que re-


corrían, engrosaba más la columna. Ni noción del tiempo… Según Shalma, habían pasado varios meses desde el comienzo del éxodo. Un día, fue notorio que la gente comenzaba a caminar más temprano. Los más jóvenes avanzaban más rápido que en días anteriores. En sus ojos y en su actitud se podía ver una profunda alegría. El aire era más húmedo. Se notaba más la sensación de frío, pero el cielo se veía más azul. Después de varias horas, en el horizonte se confundían el cielo y la tierra. ¡Era el mar, el mar! Había allí miles de personas, agrupadas en una especie de ciudad, con tiendas-chabolas más o menos organizadas en calles. Gente vestida con pulcritud, con cara y pelo limpios. A Shalma le entregaron una manta y una bolsa con alimentos secos y agua. A Saúl e Iria, una bolsa con golosinas y galletas dulces. Fue la mejor comida en varios meses. Para Saúl fue una época feliz. No tenían que caminar, tenían comida a diario y no pasaban frío. Todo el día corriendo y jugando con Iria y varios niños, algunos mayores y otros menores que él. Chicos y chicas jugaban a la pelota, hecha con trapos, al igual que con muñecos y muñecas también confeccionados con trapos y retales. Aquí Saúl conoció a otros niños de su edad, Ser-


gio, Marlon, Ítalo, Franklin, Judith, Natacha… Distintas razas, distintos orígenes, pero el mismo objetivo: intentar huir del infierno… En el fondo de su mente, después de encontrarse sin protección, con miedo, sin nada, deseaba que esta situación no terminara nunca. Peroooooo… como todo en la vida de los sin-nada, todo fue a peor… Cierto día, Saúl despertó y no reconoció su entorno. ¡Por Dios! ¿Dónde estaba? Busco a su alrededor, corrió de tienda en tienda, de un lado a otro. No estaban ni Shalma, ni Iria, ni el bebé. Sergio le dijo que habían pagado a unos pescadores para que los sacaran de allí y los llevaran a cualquier sitio donde no hubiera guerra. Saúl se quedó pensativo, mirando a la nada, jugueteando con un palo, con el cual trazaba garabatos en el suelo. Sergio intento tranquilizarlo: -Tú me ayudas limpiar las barcazas que llegan y se van y, en unos meses, cuando llegue Osvaldo con su barco, le pediremos que te saque de aquí. Saúl comenzó a ayudar a Sergio, de sol a sol. Dejó de jugar con los niños, asumió la responsabilidad de luchar y luchar… Un día, Sergio preguntó: -Saúl, ¿cuándo cumples los años?


-¡En febrero! -exclamó, después de pensar un rato-. Y estamos en marzo. Se me olvido mi cumpleaños. Y además… ¿por qué y con qué lo iba a celebrar? Sergio se quedó triste con esas palabras. Al día siguiente, consiguió un puñado de golosinas de los encargados del campamento, y se las llevó a su amigo. Como siempre, Saúl agradeció con los ojos. En agosto llegó Osvaldo, un extraño mulato de piel oscura pero con pelo lacio y rubio, y ojos claros. Menos simpático y abierto que Sergio, pero con una mirada limpia y sincera. Cansado de navegar varios meses al año, y pasar escasos momentos en familia…aunque en estos momentos no le quedaba familia, pues también la había perdido. Saúl y Sergio ayudaron a Osvaldo a descargar, limpiar y volver a cargar un pequeño velero de no más de 10 metros de eslora. Una semana trabajando, hasta que la luz del sol dejó de iluminar lo suficiente. El ultimo día, antes de zarpar, los tres se permitieron un rato de diversión, jugando a la pelota, desafiándose a correr sobre la arena firme, lanzando piedritas al mar… Ya cayendo el sol en el horizonte, Osvaldo preguntó a Saúl si sabía dónde estaban. Saúl negó


con la cabeza -Estamos en Tampa, Florida, a un paso de abandonar este país. Por cierto, ¿quieres venir conmigo, de ayudante? Puedo llevarte lejos de esta guerra. Saúl quedó inmóvil. Su corazón palpitaba con frenesí, su piel se erizó. Al momento, esbozó una sonrisa, y se arrojó al cuello de Osvaldo, para abrazarlo. Entonces rompió a llorar. Partieron al amanecer, cuando el cielo y el mar se mostraban apacibles. A partir de entonces, Saúl ayudo a limpiar, colaboraba en la cocina, y por las noches se acostaba en cubierta mirando las estrellas. La temperatura subía día atrás día. A lo lejos se empezó a vislumbrar una mancha más oscura en el horizonte. ¡Era tierra firme! Osvaldo le dijo que era allí donde se dirigían. Llegaron a puerto. Primero bajó Osvaldo, para comunicar a las autoridades locales que venía con un niño de nueve años. Al cabo de un par de horas, regresó Osvaldo para buscarlo. Bajaron del barco y entraron en una oficina, donde unas mujeres uniformadas escucharon el relato de toda la travesía, desde su pueblo destruido por la guerra hasta el viaje por mar. Trajeron leche y galletas, agua y ropa nueva, y le enviaron a lavarse y cambiarse de atuendo.


Tras unas horas, lo recogieron y lo trasladaron a un albergue. En una sala rectangular, donde había 20 literas de dos alturas, le asignaron un sitio. Al final del pasillo, baños y duchas. Luego, lo llevaron al comedor, donde comían unos doscientos niños y niñas. A pesar de la cantidad de personitas, reinaba el orden y la calma. Se oían murmullos, pero no ruidos ni gritos. Por la mañana, después del desayuno, los niños se dirigían, en fila, a sus aulas. Allí permanecían de nueve a una, y les enseñaban Historia, Lengua, Matemáticas, Higiene Personal y Alimentaria, Música y Pintura. A esta rutina se incorporó Saúl, que fue paulatinamente ilusionándose cuando comenzó a leer y a entender lo que leía. Por la tarde se entretenía leyendo, dibujando y practicando piano. Pero todos los días se preguntaba si volvería a encontrarse con Shalma, Iria y el bebé. Fueron pasando así los años. Cuando ya contaba 14 años, lo trasladaron a una residencia de estudiantes. Las instalaciones estaban provistas de habitaciones para cuatro estudiantes y polideportivo, además de proporcionar una enseñanza más amplia y más compleja. Saúl había dado ya el famoso “estirón”, hasta llegar al metro setenta. Su cuerpo se había tornado atlético. Piel morena, pelo de tonos cla-


ros… Se aficionó al rugby y al piano, pero quiso seguir estudiando una carrera superior. Ya con 18 años, metro ochenta, espaldas anchas, muslos fuertes, inicia sus estudios universitarios para cursar la carrera de Medicina, muy desarrollada en la isla. Conoce allí a Judith, morena, menudita, ojos oscuros, nariz pequeña, boca también pequeña pero de sonrisa amplia. Divertida, delgada, ágil. Su suave voz hacía que Saúl se sintiera penetrado por tanta musicalidad. Deciden estudiar juntos algunas materias de la carrera, por lo cual se veían todos los días, durante ocho a diez horas, para “empollar”. Fue precisamente en un momento de descanso, tomando un café, riéndose de algún comentario entre carcajadas, chocándose las manos… cuando se hizo un silencio. Los dos quedaron mirándose de frente. Se acercaron y juntaron sus labios. La juventud, el deseo, la pasión… hicieron lo demás. Con 25 años Saúl se gradúa en Medicina, y decide especializarse en oncología, muy desarrollada y actualizada allí. En los pocos ratos libres que le dejan el estudio y la investigación, sigue encontrándose con Judit, su isla de paz y amor… Hasta que un día, lo intercepta una enfermera:


-Doctor Saúl, ha llegado una paciente de Venezuela, de 28 años, con leucemia linfocítica. Los resultados terapéuticos, en su origen, no han dado resultados. Se encuentra en la Sala 2. Entra allí Saúl, y una gran sorpresa lo deja paralizado al reconocer a Shalma. La paciente era Iria. Pálida, amarillenta, ojos saltones, extrema delgadez, boca seca, hematomas diseminados… apenas podía pronunciar palabra… Shalma tarda un momento en reconocer a Saúl. La expresión de sus ojos negros es inconfundible…y entonces se abalanza a sus brazos, llorando y balbuceando expresiones ininteligibles. A Saúl le saltaron esas lágrimas que marcaron su rostro a los 7 años. Se abrazó a Iria, prometiendo poner todo su empeño y sabiduría en buscar su curación. Se iniciaron las pruebas: extracción diaria de sangre, radiografías, tomografías, punción ósea, vías para suero y medicinas varias que alivian los síntomas (dolores, hemorragias, vómitos…). A la semana, comenzaron con el tratamiento con quimioterapia y radioterapia, y se valoró realizar un trasplante de médula ósea. A los tres meses comenzaron a desaparecer los síntomas. Iria empieza a tolerar los alimentos, aumenta de peso, pero… pierde su pelo. No obstante, todos se alegraron, ya que el tratamiento


parecer dar resultados. En vista de esta prometedora circunstancia, Saúl solicita el trasplante de médula a la Comisión de Salud Pública. Afortunadamente, tal solicitud prospera rápidamente, debido a la favorable evolución de la enfermedad y a la bien ganada fama de Saúl como oncólogo. Como donante compatible, se compromete su hermano, ahora de 21 años. A los cinco años, Iria se encuentra totalmente recuperada: su peso ideal, su brillante melena azabache, sus ojos oscuros, su piel colorida no solo por el sol sino también por su envidiable estado de salud, todo la ha transformado en una preciosa mujer. La felicidad de Iria, Shalma y Saúl es inconmensurable… Perooooooo… ahí está Judit. Su compañía y su apoyo fueron cruciales para Iria y Shalma durante todos esos años. Y así seguiría siendo… Son momentos agradables y de cierta felicidad que nos regala la vida. Pero aquí la infancia de bombas, pérdidas emocionales, sufrimientos…marca para siempre nuestra conducta, condiciona psicológicamente y, pensando en Iria… ¿también físicamente? Quizá…


RUPTURA Y DUELO Después de la ruptura: Las dudas... Los recuerdos… Los tiempos… Las costumbres… Los sentimientos… La ruptura no acaba con el ¡se acabó! Laberinto de recuerdos, de pasiones, de seguridad/inseguridad, de paz y soledad, eso desestabiliza el alma. Esa alma queda en un limbo de dudas, contradicciones, orgullos, sensibilidades… NO SE PUEDE SER FELIZ CON EL ALMA EN EL LIMBO.


LA DEPENDENCIA Fue en ese segundo, en ese preciso segundo. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo… Un nudo en el estómago, cierto mareo… Sudores fríos recorrían frente, cuello… Sensación de abandono que le ensordeció. Sus recuerdos, sus amigos, parecían tan lejanos… Su mente en blanco… Fue en ese segundo, en ese preciso segundo cuando descubrió que había extraviado el móvil…


RAZONES Yo tengo razón. Tú tienes razón. Pero ninguno de los dos es el verdadero dueño de la verdad…

PERSONAS Tal como las ciudades, toda persona tiene su encanto…


DESPUÉS DE LA VIDA Cuando se apague el mundo, cuando el silencio sea absoluto y tus ojos no reciban luz, no habrá angustias, ni tristezas ni alegrías. Tu rostro, todo paz y descanso, revelará la lucha de tu vida… Cuando se apague el mundo habrá lágrimas, arrepentimientos, perdones… ¡y también quien lo sienta!


DESEOS DEL AMOR Quiero perderme contigo, quiero vivir nuestro amor. Nos encontramos fuera de tiempo. Nos transmitimos nueva fe, nuevos proyectos. Perdimos el miedo a compartir. Quiero perderme contigo. Quiero vivir nuestro amor. Si el camino es tortuoso no quede mĂĄs que recorrerlo hasta el fin. El uno para el otro, las manos entrelazadas lo recorreremos. Con los ojos cansados contemplaremos el paisaje. TĂş y yo. Quiero perderme contigo. Quiero vivir nuestro amor.

AUTORIDAD La autoridad no se impone, se obtiene con respeto y justicia.


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Esta obra contiene una serie de relatos cortos, que tratan sobre sentimientos profundos. Algunos imaginarios, otros personales… pero sentimientos universales al fin… el amor, el calor familiar, la amistad, el pasado que se presenta inopinadamente… Todo ello en un periodo que abarca desde la niñez a la madurez… Reflexiones… son razonamientos resumidos en pocas palabras, pero con intensa profundidad existencial. La brevedad de los textos permite la amenidad, ya que pueden leerse por título, sin necesidad de seguir una secuencia determinada. Estas reflexiones no son más que ocurrencias que se dicen o piensan en un momento, en una conversación, peroooooooo… si no se plasman en el papel, pues caen en el más profundo de los olvidos…


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