APRENDIENDO A HABITAR Juan Carlos García Paredes
APRENDIENDO A HABITAR, Juan Carlos García Paredes Primera edición, 2008
Todos los derechos de la edición reservados a Juan Carlos García Paredes faustocuantico@yahoo.com Industria colombiana, Made in Colombia
ISBN: 978-958-8262-42-0
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ÍNDICE Pág.
Prefacio ...................................................................................
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Obertura ...................................................................................
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Territorio-hábitat .......................................................................
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Cuerpo-habitante .....................................................................
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Acción-habitar ..........................................................................
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Coda .......................................................................................
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Bibliografía...............................................................................
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“...es preciso que el sujeto se modifique, se transforme, se desplace, se convierta, en cierta medida y hasta cierto punto, en distinto de sí mismo para tener derecho al acceso a la verdad. La verdad sólo es dada al sujeto a un precio que pone en juego el ser mismo de éste..., no puede haber verdad sin una conversión o transformación del sujeto... Es un trabajo de sí sobre sí mismo, una elaboración de sí sobre sí mismo, una transformación progresiva de la que uno es responsable en una prolongada labor que es la de la ascesis*”. *ASCESIS: “... el término es usado, aquí, como cultivo del sí mismo, no en el sentido que implicaría renuncia de sí mismo (ascetismo)”. FOUCAULT, Michel. La hermenéutica del sujeto. Págs. 33-34 y 394.
“Pero ¿qué es una composición a diferencia de una organización? Una composición es la organización misma disgregándose”. Este “disgregándose” implica precisamente que se puede entrar en combinaciones o correlaciones nuevas que nos pueden conducir a cambios de velocidad y sentido permanentemente. Contraposición entre factores disgregantes... al idealismo de la transformación se contrapone el realismo de la deformación. “Si hay aquí una geometría es una geometría operativa del trazo y del accidente. El accidente está en todas partes, y la línea no deja de hallar obstáculos que la fuerzan a cambiar de dirección y reforzarse por medio de esos cambios”. Más que moldeamientos, modulaciones: “moldear es modular de manera definitiva, modular es moldear de manera continua y perpetuamente variable”. DELEUZE, Gilles. Francis Bacon, lógica de la sensación. Págs. 129 y 136.
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PREFACIO Aquí y ahora sólo un intenso gusto y un comprometido deber por querer formar parte de este mundo, y para lograrlo, se hace imprescindible aprender a habitarlo. No se propone sino un acto terapéutico que nos vaya liberando, que nos vaya acostumbrando; es decir, nos vaya soltando, tanto de todos esos fantasmas enclaustradores como de todos esos miedos disipadores, que no nos permiten intervenirnos y tampoco ejercernos o formar parte realmente de él. Se habla de un habitar que se considera un desafío inevitable en la medida que implica la posibilidad hermosa de acceder a lo auténtico vital. En el proceso, muchas veces, se ha sentido que se inicia la cura de la más dura y terrible esclerosis; que se comienza a olvidar este inútil y simple reproducirse, como este aburrido permanecer en lo mismo. Se ve, por primera vez, con asombro y espanto, la transformación de nuestras propias creencias, el conflicto de nuestros más amañados deseos, el devenir implícito al vivir; en definitiva, la emoción de lo que significa experimentar el tiempo. Después de esto sólo queda abrirse a acciones arquitectónicas muy sentidas, que puedan suceder entre estas sólidas solidaridades y estas gaseosas diferencias que afortunadamente nos confrontan. Apuntes, revisiones, correcciones, aclaraciones; sí, un trabajo en curso donde nos ponemos en juego y donde se aprende a escribir, a diagramar y a dramatizar, por primera vez, algunas nociones de cómo se podría componer habitabilidad. De cualquier manera y desde cualquier frontera, sólo un principiante en su primer curso de esto llamado habitar.
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O P O
Horizonte de multiplicidad e incertidumbre
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HABITAR COMO UN SUCEDER Habitamos en tanto nos convertimos
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I
E
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HABITAR COMO UNA REAFIRMACIÓN Habitamos en tanto que dominamos
N I B
I Ó
La noción misma de verdad, en estos dos regímenes, no es igual. Mientras que, en el primer caso verdad implicaría una transformación del sujeto que le permite tener el acceso a ella, en el segundo caso, en cambio, verdad es conocimiento de un dominio de objetos que reafirman el sujeto.
C
“el sujeto no debe transformarse a sí mismo. Basta con que sea lo que es para tener, en el conocimiento, un acceso a la verdad (al habitar) que está abierto para él por su estructura propia de sujeto”.
A
R
I
Al hablar de habitar se toca necesariamente la relación entre verdad y sujeto. Foucault nos muestra dos regímenes vinculados con esto. El primero exige toda una conversión y trabajo del sujeto para acceder a la verdad y, por ende, en éste caso, a un habitar y el segundo:
“La noción de conocimiento del objeto sustituye la noción de acceso a la verdad”.
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N
FOUCAULT, Michel. La hermenéutica del sujeto. Págs. 190 y 191.
Lo abierto
O BE R T U R A ¿Cómo son estos encuentros que suceden “entre” esos mundos de apegos que no le permiten, a la identidad, desplazarse, diferenciarse, replantearse... y los infinitos gestos de esos devenires potenciales que aquí, no más, la podrían estar esperando? ¿Cómo se da esa tensión entre eso que ya está habituado, que ya está significado frente al sublime desgarramiento de estas reacciones moleculares, de este descascaramiento de afectos, de estas burbujas que irrumpen y que la ponen entre un antes y un después, un aquí y un allá, sin ser posible ubicarla?
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Lo cerrado
Se quiere vivir en el instante milagroso de encontrar continuamente el fetiche que salva (la moda) o en la eternidad compulsivamente piadosa de creer que para todos los casos existe un algo que se mantiene igual (la teología). Se desperdicia el momento de la liberación y recurrentemente se busca la más inmisericorde forma de encarcelarse: los monumentos de todo tipo, por un lado, con su pretendida eternidad, y, por el otro, el excesivo despilfarro del consumo, de lo perecedero y lo trivial, incitando y seduciendo a abandonar permanentemente estos inevitables devenires, por un aparente cambio que siempre conduce a lo mismo. No se quiere por nada del mundo vivir en obra u ocupar lugares no reconocibles. Se matan los más auténticos deseos, supuestamente corruptos y prohibidos, en aras de que la casa se mantenga en orden, limpia y desinfectada. Se quiere más ser o dormir con la Venus del Milo o el David de Miguel Ángel, siempre de mármol, siempre ciertos, sin sudor, talcosos, imperturbables, que ser carne en movimiento. Se quiere ser el primero y el único en un lugar sin bordes y sin tiempo, donde todos los puntos, por donde se mire, sean iguales, estén localizados sobre una retícula uniforme y subsecuentemente ninguno sea el centro, pero todo remita a una jerarquía predecible e inexorable. Deprimente este espectáculo de homogeneidad imbécil que se busca, en aras de un tonto ego y de un imposible permanecer. Poco es lo que realmente quiere abandonar el lenguaje abyecto y loco que surge de ese creer en el “ya soy y seré” irredimible. Poco se desea sentir que estas ubicaciones son coyunturales tanto en lo individual como en lo relacional; saberse fuera de sí; dejar de pretender hacer de este pasajero un habitáculo 7
“universo no vital de fuerzas y orden mecánico. Hemos perdido esa gran figura real, no espiritual ni moral, sino cósmica y vital... Hemos perdido casi por completo la gran conciencia sensual, la conexión emocional por una lógica. ...al desprendernos de nuestras reacciones emocionales e imaginativas y no sentir nada el precio que pagamos es el aburrimiento y la paralización”.
INQUIETUD
Este cosmos ha sido sustituido por un...
“Este no debemos sentir lo hemos convertido en un no podemos sentir... Para nosotros todo es personal; el paisaje y el cielo no son más que el telón de fondo delicioso de nuestra vida personal”. LAWRENCE, David H. Apocalipsis. Pág. 59.
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CONFESIÓN
LAWRENCE, David H. Apocalipsis. Págs. 64 y 83.
eterno y total; dejar de buscar el resultado, dejar de buscar ser meta paradigmática y ejemplo moral. Para un sujeto que ha estado tanto en la estancia tranquila de lo pretendidamente permanente como en las rutas veraces de lo incierto, estar, recorrer, encontrar y olvidar deberían componer un juego de muchos balbuceos que van morfotematizando su entera vida. Habitarse no debe tratarse de la defensa o el ataque absoluto a una formalización o a una estrategia de desplazamiento. Cada habitar debe comenzar en reconocer tanto sus límites y sus posibilidades de expansión como su “es suficiente” y su “quiero ser otra cosa”. Como nos lo hace sentir Gabriel Tarde; no hay cimas, no hay finales: “La asimilación unida a la igualación de los miembros de una sociedad, no es, como se ha creído, el término final de un progreso social anterior, sino que, por el contrario, es el punto de partida de un nuevo progreso social”. (TARDE, G. Las leyes de la imitación. Pág. 98).
¿Cómo explicarse este triunfo de la razón sobre la sensación? ¿Por qué ese miedo a ser afectado y afectar de otro modo? ¿Es tan fuerte el rechazo al dolor que se prefiere perder la posibilidad de vivir, antes que asumir eso que implica ese tan difícil sentir; campo infinito de opciones que siempre nos sorprende por complejidad y emergencia y que obliga a renovar permanentemente las estructuras donde se traban estos pensamientos y estos sentires? ¿Por qué siempre se alega la pérdida de la razón pero nunca se alega la pérdida de la sensación? ¿Sólo es en la intelección totalizadora y supuestamente probada que se encuentra la unidad referencial tranquilizadora? No se quiere vivir si “debemos reconocer que todo lo que nace debe estar dispuesto a una dolorosa decadencia” (NIETZSCHE, F. El origen de la tragedia. Pág. 82). Se debe decir que este yo ha sido sólo, para sí mismo, tan solo proveedor permanente de amnésicos, tranquilizantes, analgésicos y somníferos, para controlar aquellos deseos que no están fundamentados, formulados y compuestos y puedan fracturar las creencias y las seguridades en los que él se posiciona y los códigos sobre los que él se mueve.
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Es preciso decir aquí que para poder hablar de habitabilidad se hace necesario preguntarnos con Deleuze: “¿cuál es el concepto de la diferencia, que no se reduce a la simple diferencia conceptual, sino que reclama una idea propia, como una singularidad en la idea? No hacer de la diferencia un concepto de reflexión que la someta a todas las exigencias de la representación: identidad del concepto, oposición de los predicados, analogía del juicio y semejanza de la percepción. Al confundir la asignación de un concepto propio de la diferencia con la inscripción de la diferencia en el concepto en general, se confunde la determinación del concepto de diferencia con la inscripción de la diferencia en la identidad de un concepto indeterminado. Confusión ruinosa para toda la filosofía de la diferencia” y también, para esta investigación, que trata de comprender las habitabilidades liberadas, en sus diferencias, de los prejuicios de “lo negativo y lo catastrófico”. ¿Qué es, entonces, comenzar a habitar tomando en cuenta esta problemática? Primera aproximación: dejar de pensar desde esos... “principios de reparto, que se consideran a sí mismos lo mejor repartidos –juicios prejuiciosos–. Semejante tipo de distribución procede por determinaciones fijas y proporcionales, asimilables a “propiedades” o territorios limitados en la representación. Es posible que la cuestión agraria haya tenido una gran importancia en esta organización de juicio como facultad de distinguir partes (“por una parte y por otra”). Aun entre los dioses, cada uno tiene su terreno, su categoría, sus atributos, y todos distribuyen entre los mortales límites y parcelas conformes al destino. Todo lo otro es una distribución que debemos llamar nomádica, un nomos nómade, sin propiedad, cercado ni medida. En este caso, ya no hay reparto de un distribuido, sino más bien repartición de quienes se distribuyen en un espacio abierto ilimitado, o, por lo menos, sin límites precisos. Nada corresponde ni pertenece a nadie, pero todas las personas están ubicadas aquí y allí, de modo de cubrir el mayor espacio posible. Aun cuando se trate del aspecto serio de la vida, se asemeja a un espacio de juego, a una regla de juego, por oposición tanto al espacio como al nomos sedentario. Llenar un espacio, repartirse en él, no es lo mismo que distribuir el espacio. Es una distribución de errancia y aun de delirio en la que las cosas se despliegan sobre toda la extensión de un ser unívoco y no repartido. No es el ser el que se distribuye según las exigencias de la representación, sino que todas las cosas se reparten en él en la univocidad de la simple presencia (el Uno-Todo)”. DELEUZE, Gilles. Diferencia y repetición. Págs. 58 y 73.
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Hablar de un absoluto categórico para definir habitabilidad sería hablar de tal nivel de estabilidad que sería imposible pensar, desde esa habitabilidad, lo que significa realmente vida. Cada habitar implica, como composición de fuerzas, impredecibles formas de fluctuación, inflexión, disyunción, confluencia, alternancia... En esta movilidad e intempestividad estamos avocados a replantear y construir, a cada paso, nuevas definiciones de este concepto. No se puede esperar de todos los habitares el mismo procedimiento de constitución, gobierno, sentido y forma de existencia; hacerlo sería anular la base de fundamentación de la misma vida. No se trata de devenir como algo o mantener algo y con ese algo constituir un siempre-todo; sino que con ese algo se deviene otro y ese otro resultante se sabe como un compuesto y como algo que genera otros más, que aún no están dados, pero que desean reconocerse, diferenciarse, reasociarse y recrearse. Se debe estar abierto a esas tensiones y distensiones, a esos despliegues, repliegues y plegamientos sin militancia alguna. Asumir, sin miedo, estas inevitables fracturas y recomposiciones de desempeño renovadoras. No se trata de matarse o resucitarse de una vez por todas. Habitar sólo puede llegar a ser factible cuando una verdadera voluntad para ello conduzca a abrir espacios y, al hacerlo, realmente se propongan y construyan nuevos tiempos.
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Lugares que generan miedo porque todos los mecanismos que se implican para aparecer en ellos están en función de excluir lo diferente, callar lo insólito, descalificar lo improbable y homogeneizar e incorporar lo nuevo dentro de sus sistemas de significación; es decir, en beneficio del fortalecimiento de sus exclusivos comportamientos. Lugares donde uno no puede aparecer sino simplemente parecer, parecer eso, aparentar, ser lo que no se es. Encontrarse dentro de una permanente sospecha y con una obligación como única opción posible de existencia.
La habitabilidad ya no vista como la ciencia o el arte de las poses (forma trascendente) sino como el estudio y exploración de los encuentros, de las relaciones, de los montajes, de los devenires que conducen a un estar en construcción permanente.
• Lugares que permiten la inclusión. • Lugares que posibilitan lo nuevo. • Lugares que asumen lo divergente.
¿Cómo pensar el hábitat desde esta visión de habitabilidad?
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El todo como lugar de lo abierto “Muchos filósofos habían dicho ya que el todo ni estaba dado ni podía darse; de ello sólo sacaban la conclusión de que el todo era una noción desprovista de sentido. La conclusión de Bergson es muy diferente: si el todo no se puede dar, es porque es lo abierto, y le corresponde cambiar sin cesar o hacer surgir algo nuevo, en síntesis, durar. “La duración del universo no tiene sino que fundirse en uno con la libertad de creación que en él puede hallar lugar, y ello hasta el punto de que cada vez que nos encontremos ante una duración o dentro de una duración, podremos concluir en la existencia de un todo que cambia y que en alguna parte está abierto”. DELEUZE, Gilles. La imagen movimiento. Pág. 24.
T E R R I TO R I O – H Á B I TAT
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Al considerar que existe un único sentido que está dado a priori se ha querido descubrir un medio que nos conduzca o mantenga en él, y no en un construir que no busque descubrir sino crear sentidos. Monstruosos estos hábitats vistos como lugares de llegada o permanencia que, supuestamente, permiten el descanso eterno y no una práctica infinita de asunción de lo incierto en lo creativo. Qué asfixiantes resultan esos cementerios que, con sus dogmáticas, ejercen inspección sobre la creación a la que debería remitir cada habitar. Al no reconocer que los valores son dependientes y coyunturales a las circunstancias, estos hábitats quedan sometidos a unos preceptos que marcan unos hábitos que predeterminan su habitabilidad. Lo único encomiable allí es obedecer templadamente “la justicia panóptica” de ese, supuestamente, único Sol verdadero que ilumina y muestra las cosas como realmente, sin sombras, son. ¿Pero es acaso posible imaginar un punto de vista exterior y a la vez interior liberado de toda sombra? Todo, en esos lugares que implican el todo, se subordina a un virtuosismo sesgado que no permite replantear aglomeraciones, pliegues, individuaciones, privacidades, tensiones, artificios y mucho menos cambios, duraciones... La habitabilidad se codifica y se manipula en función de ese panóptico y para el mantenimiento de él; cualquier desbordamiento se castiga en tanto que rompe la transparencia isomórfica buscada entre ese hábitat con su habitante y su habitar. ¿Como distinguir, desde estas negaciones, entre el filósofo rey virtuoso que cataliza universalidad por siempre y el tirano parcializado en una identidad que sí quiere hacerse dueña? Habría que distinguir entre lo que significa habitar “en la ley” y lo que significa habitar la vida. Todos estos hábitats implican preceptivas que lo que quieren es estipular, direccionar, equilibrar y repartir, a su acomodo, las energías de una naturaleza que tarde o temprano siempre termina venciendo. Piranesi, en su libro Parere sul l’Architettura, le hace decir a uno de sus personajes: “Supongamos que el mundo, aunque ya está harto de todo lo que no varía cada día, hiciera la gracia de sufrir vuestra monotonía. ¿A qué quedaría reducida la Arquitectura?
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Campo Marzio, fragmento
Le carceri
“...una política realmente democrática se encuentra ubicada frente a la forma moderna de una muy vieja alternativa, la del filósofo rey (o déspota esclarecido) y del demagogo, es decir, la alternativa de la arrogancia tecnocrática que pretende ofrecer el bienestar a los hombres sin ellos o a pesar de ellos, y la dimisión demagógica que acepta tal cual la sanción de la demanda que se manifiesta a través de las encuestas de mercado, los escores de la audiencia o las tasas de popularidad... “Pienso pues que tanto en el gobierno del Estado como en la dirección de una empresa, una política realmente democrática, es decir, realmente (y no sólo formal) racional, se debe esforzar por escapar de esa alternativa”. BOURDIEU, Pierre. Capital cultural, escuela y espacio social. Págs. 98 y 99.
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A un vil metier qu’on no fera que copier; así que vosotros no seríais arquitectos ordinarios, sino poco más que albañiles. Con la diferencia que estos, al hacer la misma cosa, hasta el punto de aprendérsela bien, tendrían más que vosotros la ventaja del mecanismo y se os acabaría el ser arquitectos, ya que los amos cuando quisieran construir sería tonto que le pidieran al arquitecto lo que con tanto menor gasto podrían obtener del albañil”. (TAFURI, Manfredo. La esfera y el laberinto. Págs. 56 y 57).
Un purismo tanto morfológico como conceptual conduciría a abrir el santuario donde el habitar sucede. Con Piranesi se comienza a comprender la necesidad trágica de un hábitat carente de significados globales y permanentes, desligado de todo sistema simbólico y abierto a una libertad natural que no se somete a ningún referente que le indique su forma de ser. Piranesi se despoja de la secreta aspiración a la formalización de nuevas síntesis totalitarias; nos hace reconocer la soledad absoluta en la que estamos sumergidos y la relatividad de nuestras acciones. En su obra sólo encontramos una proliferación y coexistencia de múltiples principios locales de individuación tanto espacial como temporal; informe acumulación de fragmentos que se apretujan unos con otros y se configuran según un método de asociaciones azarosas. Simplemente se encuentran las presencias de unos organismos diluidos que brindan la apariencia de una meteorología en curso, anulando la más remota memoria de ciudad como lugar de estatutos permanentes. Sus grabados son simples encuadres de una frase cinematográfica sin principios ni finales, que invitan a un viaje que resulta peligroso debido a que insta a una continua renovación formal y, por ende, a un avocarse a continuas ambigüedades de significación y a imposibles lecturas referenciales definitivas. Para Aristóteles, en cambio, un hábitat realmente habitable implicaba una composición igualitaria de tres elementos: libertad, riqueza y mérito; pero ¿de qué libertad, riqueza y mérito se estaría hablando en una sociedad que ya ha determinado su libertad, su riqueza y su mérito dentro de un canon y los ha definido dentro de una semiótica totalmente estipulada? La virtud está al servicio de la institución y la institución está al servicio de la uniformidad y ésta, a su vez, está al servicio de la estabilidad que significa justa medianía: democracia. Se niega de plano llamar ciudad a aquello que implicaría imaginar un territorio donde se permitieran los antagonismos, las intempestividades; en donde las relaciones, los encuentros o los montajes fueran abiertos, variables o divergentes; esto para Aristóteles es simplemente una demagogia 15
DISTINCIÓN ENTRE ESPACIO SOCIAL Y ESPACIO POLÍTICO Pretender que todo se haga homogéneo es pretender que todo se haga familia. Consecuencia: una sola forma de vivir lo público se hace posible. Esto es lo mismo que decir que existe un privado que trasciende al plano de lo público, domesticándolo. Lo público se socializa* y desaparece la diferencia entre él y lo privado. Lo público, al admitir una sola forma de ser en él, pierde su carácter intrínseco de ser lugar abierto tanto para el encuentro como para la separación y la alternancia; deja de ser lugar político que permite distinguirse, relacionarse y transformarse en y desde lo diferente. Lo público, al vincularse directamente con lo abierto, implica un actuar político, y éste a su vez, en tanto que no imponemos y no reproducimos, sino, simplemente, construimos, se vincula en un “jugársela” donde la libertad es condición sine qua non que permite la aparición de lo nuevo. En otras palabras, se posibilitan, con lo político, las condiciones para que la vida pueda suceder. * “Para nosotros esta línea divisoria ha quedado borrada por completo, ya que vemos el conjunto de pueblos y comunidades políticas a imagen de una familia cuyos asuntos cotidianos han de ser cuidados por una administración doméstica gigantesca y de alcance nacional –diría mundial–. El pensamiento científico que corresponde a este desarrollo ya no es ciencia política, sino economía nacional o economía social o Volkswirtschaft, todo lo cual indica una especie de administración doméstica colectiva: el conjunto de familias económicamente organizadas en el facsímil de una familia superhumana es lo que llamamos sociedad, y su forma política de organización se califica con el nombre de nación. Por lo tanto, nos resulta difícil comprender que, según el pensamiento antiguo sobre estas materias, la expresión economía política habría sido una contradicción de términos: cualquier cosa que fuera económica, en relación a la vida del individuo y a la supervivencia de la especie, era no política, se trataba de un asunto familiar”. ARENDT, Hannah. La condición humana. Pág. 42.
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absoluta o una anarquía pura que sería frontera fértil para tiranos desenfrenados. Fourier, por su lado, nos muestra el problema de otra manera. Hace una crítica explícita de nuestro mundo existente donde tanto el obedecer como el servir se han transformado en deseo, y el otro deseo, el no domesticado, ha devenido en utopía o simple y llana locura. Nos propone un hábitat donde las relaciones de dominación o reafirmación son reemplazadas por el orden y el estudio de la atracción apasionada; accionar secreto y fundamental de la naturaleza. Dice que ni los preceptos morales ni el obsesivo amor por las riquezas, en sí mismos, conducen al hombre a la felicidad o a la sabiduría; que en lugar del derecho a ser feliz se nos habla permanentemente del derecho al trabajo y, éste, se ha convertido en un deber trabajar que convierte nuestros hábitats en unos calvarios poblados por asalariados. Esta visión cerrada, que nos pone al servicio de un orden que se quiere percibir y ser percibido como resultado único y fijo, niega todo movimiento para que las pasiones puedan darse, crearse y armonizarse. No se trata de cambiar o frenar las pasiones; se trata de ponerse en estado de gracia con lo natural en tanto que el único objeto que tiene la vida es el ejercerse. Hábitat lleno de matices y contrastes como el de una selva tropical donde se da una gran diversidad biológica, pero, también, una infinidad de contactos y diferencias que posibilitan un sinnúmero de formas de satisfacción pero también de provocación de deseo. No se trata de negar, moderar, homogeneizar o conciliar sino de conjugar las voluntades conflictivas y negadas, que subyacen en nuestros distintos regímenes, y componerlas sobre un plano de intereses combinados. Insiste que los vínculos sólo son incentivos de cortesía coyuntural, producto de una libertad, nunca medios de persecución o manipulación. No es desde alterar o acceder a los circuitos de los poderes administrativos, sino realmente transmutando las nociones de fundamentación colectiva e individual, que se han establecido a perpetuidad, como se lograrán los cambios. Lo vicioso no es las pasiones sino esta metafísica sociológica y psicológica que quiere predeterminar eternamente las existencias queriendo verlas y mostrarlas como esencias. De lo que se trata es de promover un gran ardor por la vida no que todos signifiquemos igual la vida. En el hábitat fourieriano, el deseo distribuye por medio de la atracción y la repulsión; al distribuir, asocia y opone; al asociarse, se propaga; al oponerse, se limita y al suceder todo esto, mueve. 17
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¿Cómo crear resistencias, dentro de estos “hábitats loft”, que rompan con esa deriva que implica este reciclaje de lo mismo con lo mismo y que sólo nos arrastra hacia una entropía segura? “El punto más intenso de las vidas, aquel en el que se concentra su energía, se sitúa allí donde éstas se enfrentan al poder, forcejean con él, intentan utilizar sus fuerzas o escapar a sus trampas”.
DELEUZE, Gilles. Foucault. Págs. 125 a 158. “...y es necesario estar siempre en guardia contra toda las formas de eso que yo llamo el imperialismo de lo universal... pero las reacciones particularistas, que se expresan aquí o allá, pueden inspirarse en intensiones regresivas y esconder nacionalismos también imperialistas. Por eso hay que instaurar la discusión sin hipocresías entre los universalistas críticos de su propio universalismo y los particularistas críticos de su particularismo.” BOURDIEU, Pierre. Capital cultural, escuela y espacio social. Pág. 200.
“Nos servíamos de la ciencia para objetivar a los otros, pero nunca para ponernos en tela de juicio... La historia muestra que las gentes que están en vilo en el espacio social son frecuentemente los portadores de innovación y de libertad. Es la contrapartida –quizas– de los sufrimientos que están asociados a los estatus bastardos... yo me siento también, muy frecuentemente, en vilo, sin mucho aplomo, en una situación inestable. Esto no es agradable en lo absoluto. Me sucede con frecuencia admirar la tranquilidad de personas con aplomo, bien instaladas, bien asentadas en el mundo intelectual; esto es, llenos de aplomo y de seguridad. Pero no estoy seguro de que eso los disponga a la lucidez, al menos sobre su propio universo”. BOURDIEU, Pierre. Capital cultural, escuela y espacio social. Pág. 97.
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R E S I S T E N C I A S
Muy difícil fugarse de estas sociedades “loft” que promueven y reafirman, con todos sus totalitarismos, referencias, confluencias, igualaciones, unanimismos, generalidades e indiferenciaciones, estos hábitats “loft”.
Retorno del Bucentauro en el día de la fiesta de la Ascensión. El Canaletto
Como principiante, lo preocupante radica en como estas métricas universalizantes de evaluación han predeterminado una voluntad de hábitat que no sólo estigmatiza nuestras acciones en buenos y malos actos, nuestros señores y esclavos, sino que también nos hace creer que sólo existe una forma y un único sentido para y de habitar. Al no tomar en cuenta nuestros singulares contextos, no descubrimos o inventamos nuestras individuales concatenaciones y nuestros posibles aconteceres y devenires. Al estar tan preocupados por ocupar el justo medio y seguir una única verdad, debilitamos la fuerza irruptora de nuestras propias vidas. Seguramente la semejanza cultural, la pujanza económica y el poderío militar del mundo griego, en ese momento, hicieron que tanto Platón como Aristóteles vieran posible y soñaran una “socialidad absoluta”, como la define Tarde: “...una vida urbana tan intensa, que la transmisión a todos los cerebros de la ciudad de una buena idea surgida en cualquier parte en el seno de uno de ellos, sería instantánea”. (TARDE, G. Las leyes de la imitación. Pág. 96). Pero los procesos de nucleación, individuación y diferencia; la inminente necesidad que sentimos de liberarnos de nuestras sujeciones y asumir nuestros procesos de subjetivación hacen imposible que podamos esperar esto; sólo debemos esperar, como comenta Deleuze sobre lo que esperaba Spinoza de un hábitat: “Allí donde vaya no pide ni reclama, con mayor o menor posibilidad de éxito, sino que sean tolerados el mismo y sus fines insólitos, y juzga por esta tolerancia el grado de libertad, el grado de verdad que una sociedad puede tolerar, o, al contrario, el peligro que amenaza a todos los hombres” (DELEUZE, Gilles. Spinoza filosofía práctica. Págs. 12-13).
Es imposible determinar, de manera cerrada, la naturaleza de todas nuestras revoluciones, el número posible de ellas o el número posible de sus soluciones; sin dejar nada al azar. El “fides socialis” aristotélico o “la república” platónica sólo podrían hacerse posibles en los territorios de lo obvio y lo semejante, en las dimensiones pandas donde los preceptos, al ser triviales y sobre todo evidentes, son de fácil seguimiento e imitación. No se anda lejos de ese andemos juntos, pero para poder hacerlo tenemos que marchar y olvidarnos de los complejos cardúmenes del danzar de las comparsas a las que nos instan las fiestas dionisiacas, o esos cuadros del Canaletto que nos muestran esa Venecia en días de fiesta.
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“El dominio matemático que corresponde a la noción de espacio suscita también dos concepciones distintas. Se llamará ‘global’ a una concepción que parte de un conjunto cuya estructura está dada, para determinar un lugar y una función unívocos de los elementos que pertenecen a este conjunto (incluso antes de que se conozca su naturaleza). Es un espacio ambiente que puede padecer ciertas transformaciones con respecto a las figuras sumergidas en él. La concepción ‘local’, por el contrario, parte de un elemento infinitesimal que forma con su vecindad inmediata un pedazo de espacio; pero esos elementos o estos pedazos no llegan a concordar unos con otros mientras no se haya determinado una línea de conexión por vectores tangentes. Obsérvese que las dos concepciones no se oponen como el todo y la parte, sino más bien como dos maneras de constituir la relación entre estos. Se trata de dos espacios que difieren en su naturaleza y que no tienen el mismo límite. El límite del primero sería el espacio vacío, pero el del segundo sería el espacio desconectado, cuyas partes pueden empalmarse de una infinidad de maneras. Pero, sin embargo, existen condiciones bajo las cuales se pasa de un espacio al otro; y los dos límites se reúnen en la noción de espacio cualquiera”. DELEUZE, Gilles. La imagen movimiento. Pág. 262.
“La mayor novedad de los griegos no es establecer ese diagrama de poder que asegura la continuidad isomórfica y cronológica de la dirección del sí mismo, el ejercicio de la gestión de la casa y la participación en el gobierno de la ciudad, sino la de permitir que los ejercicios de gobernarse a sí mismo adquieran independencia y devengan ‘principio de regulación interna’ con relación a los poderes constituyentes de la política, de la familia, de la elocuencia y de los juegos, incluso de la virtud. Lo que los griegos han hecho no ha sido revelar el ser, o desplegar lo abierto, en un gesto histórico-mundial. Han plegado el afuera con ejercicios prácticos. Lejos de ignorar la interioridad, la individualidad, la subjetividad, han inventado el sujeto, pero como una derivada, como el producto de una ‘subjetivación’. Han descubierto la ‘existencia estética’, es decir, el doblez, la relación consigo mismo, la regla facultativa del hombre libre. “Siempre existirá una relación consigo mismo que resiste a los códigos y a los poderes, la relación consigo mismo es uno de los orígenes de esos puntos de resistencia de los que hablamos precedentemente... Lo que hay, pues, que plantear, es que la subjetivación, la relación consigo mismo, no cesa de traducirse, pero metamorfoseándose, cambiando de modo, hasta el extremo de que el modo griego es un recuerdo bien lejano. Recuperada por las relaciones de poder, por las relaciones de saber, la relación consigo mismo no cesa de renacer, en otro sitio y de otra forma. “En materia moral, no cesamos de saturarnos de viejas creencias en las que ya ni siquiera creemos, de producirnos como sujeto a partir de viejos modos que no corresponden a nuestros problemas... Diríase que los modos de subjetivación tienen una larga vida, y que nosotros continuamos jugando a los griegos, o a los cristianos...”. DELEUZE, Gilles. Foucault. Págs. 125 a 158.
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Hábitats resultado de saberes sustentados en leyes divinas escritas, incapaces de equivocación y perdón, generando pueblos supuestamente escogidos y habitantes de uniformidad ciega, obligados doblemente a un excluirse y ser excluidos en lo permanente. Odiosos lugares que al regular el tráfico de nuestros deseos regulan, también, la formalización de nuestros cuerpos y modelan nuestras almas de manera genérica. Como lo enseñaba Nigel Coates, tutor de Diploma School en el Architectural Association durante 1984: la ciudad debe ser vista como un paisaje artificial en proceso; una operación de readecuación donde todos los vínculos y rupturas sean factibles. Las formas y los programas deben ser trabajados juntos para generar un eje constante de inestabilidad entre ellos. Lo último que se quiere es una sola historia. Mutaciones, contaminaciones, hibridaciones, germinaciones... Desprogramar, reprogramar, transprogramar... La ciudad crece hacia el afuera de la acción que la incendia, que la motiva; no hacia el adentro de planeadores urbanos con métodos numéricos que la reglamenten, la congelen y la homogeneicen. Hagamos de la ciudad un compañero, un cómplice activo de las experiencias que ella misma contiene y ofrece. Nuestros hábitats deben ser sólo aditivos cómplices que propicien el acto de poder sacar ya sea el animal, el guerrero o el niño que llevamos dentro.
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EL CASO SAN AGUSTÍN Nos dice Agustín que ella, su madre, “Soñó, en efecto, que estaba de pie sobre una regla de madera y que venía hacia ella, toda triste y afligida, un mancebo resplandeciente con rostro alegre y risueño. Éste le preguntó la razón de su tristeza y de sus lágrimas diarias, no porque no lo supiera, sino porque tenía algo que decirle, como sucede en tales visiones. Cuando ella le hubo contestado que sus lágrimas eran por la pérdida de mi alma, él le mandó tener ánimo y que mirase bien y estuviese atenta, porque, donde ella estaba, allí estaba yo también. Ella se fijó y me vio de pie junto a ella en la misma regla..., al contarme ella el sueño y tratar yo de interpretarlo como un mensaje de que no debía desesperar de ser algún día como yo era al presente, ella, al punto y sin vacilación, me respondió: no, no me dijo donde está él, estás tú, sino donde tú estás, está él”. SAN AGUSTÍN. Confesiones. Pág. 85. POR TRANSITIVIDAD: En el lugar de Agustín no está su yo, está Dios y Dios está dentro de ella (la madre de Agustín), la soñadora (lugar donde sucedió el sueño).
ENTRE SEGUIR UNA REGLA DE VIDA O CONSTRUIR UN MODO DE VIDA Agustín, como habitante, simplemente se distancia o se aproxima al referente que predetermina su habitar. Está en función de esa pauta que marca origen, hábito y universalidad. Agustín no se define como agente que está en permanente acción de juego (con-jugarse con lo otro o disociarse de lo otro) sino en permanente acción de medirse (juzgarse con respecto de lo otro).
La lluvia para ser sucede y en su sucederse habita y en su habitarse adviene. Ninguna presencia es permanente, sólo permanece aquello que no sucede. Todo se la juega para poder vivirse y se entrega para volver a recibirse de otro modo, y si al volver a recibirse no se entrega de nuevo termina desapareciendo en una permanente no presencia que no ocurre y tampoco adviene.
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C U E R P O – H A B I TA N T E Hallarse entre dos roles: por un extremo, el perfecto adaptado (con el hábito), por el otro: el absoluto desadaptado (sin el hábito). Ser o no ser. Habitante debatiéndose entre pretender ser el feliz asalariado que obedece y sirve o ser el ansioso terrorista que se abomina y se destruye. Este habitante se define mediante tres instancias: 1. Habitante que posee la verdad de su objeto: lo tiene. 2. Habitante que posee la verdad de la producción de su objeto: lo sabe hacer. 3. Habitante que posee la verdad del uso de ese objeto: lo sabe usar. Estas tres instancias constituyen los principios de su definición. Este habitante, visto de esta forma, queda sujetado en tanto que él es igual a ese tener, a ese hacer y a ese usar que ya se saben; es una identidad sin fisuras, cerrada, y que sólo puede existir a través de unas formulaciones que, al obligar, disuaden, persuaden y predicen.
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Pero... ¿quién y qué es un habitante realmente habitador? ¿Cómo mantener el continuo desiderativo accional que ya no lo defina como resultado del cruce de unas acciones predeterminadas sino como acciones que escapan y resisten para sumergirse de nuevo en otras acciones? La controversia ya no se da en términos de una habitabilidad que se fundamente en leyes; que aseveren negar, afirmar y predecir. Sólo se habita si nos permitimos tanto crear como usar la herramienta que creamos; pero, por sobre todo, sólo habitamos, en tanto que vivimos la acción de poner en juego la herramienta que creamos. Otra vez citando a Nigel Coates: el habitante no debe comprometerse en ningún absoluto; la pluralidad es un recurso de su supervivencia. Moverse es básico; si se asume un centro ajeno referencial, es muy posible que lo que hace al habitante habitador muera. Seamos recolectores de ideas y materiales diversos que nos provoquen mutación y nos coloquen en estado de aventura. Más que una identidad somos un laboratorio-taller donde se está
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“Lejos de asegurar el ciclo y la analogía, el eterno retorno los suprime. ¿Cómo creer que él, Nietzsche, cayera en la insípida y falsa idea de una oposición entre un tiempo circular y un tiempo lineal, un tiempo antiguo y un tiempo moderno?”. DELEUZE, Gilles. Diferencia y repetición. Pág. 438. “Obra como si debieras volver a vivir innumerables veces y desea volver a vivir innumerables veces porque, de una u otra manera, tendrás que volver a vivir y recomenzar... distinto, pero no en otra parte, sino siempre en esta misma vida”. KLOSSOWSKI, Pierre. Nietzsche y el círculo vicioso. Págs. 85 y 91.
1949
1953
1973
1981
Francis Bacon, pintor (1907-1992)
No se trata de descubrir quién es el sabio o quién es el bueno. No se trata de que me salga con la mía pero tampoco se trata de renunciar a la mía, sino que te juegues tú tanto la tuya como yo me juego la mía, y en este juego, sobre este plano, que nos distingue y nos relaciona, sin que tú me caigas encima o yo te caiga encima, no hagamos un tuyo o un mío indiferenciado y más grande, sino un otro que actualice, en cada tirada de dados, la vida.
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cocinando permanentemente este “eterno retornar de lo diferente” que continuamente comete realidad.
H A B I T A N T E
Categorizarse un “adentro”, unas coordenadas, un eje, un sentido o unos límites, puede, aparentemente, ofrecer mucha tranquilidad pero sería matar ese acto poético del habitar en el “eterno retornar” del que nos habla Nietzsche. No se trata de creer en universales abstractos innatos que no tienen nada que ver con estas potentes, azarosas e inestables realidades. Habitar no es un acto de reafirmación de un habitante que se reafirma, a sí mismo, en él y a través de él. Es actividad continua de múltiples estímulos que se atraviesan mutua e intempestivamente y que aparecen y desaparecen constantemente. Fluir surgido de otros fluires que a su vez se precipita en otros. Vibración que surge de unos ecos que se dirigen a otros ecos. Hervor que nace del cruce de unas temperaturas que a su vez fueron polinizadas por otros temperamentos y que viajan hacia otros tiempos; ondulación lumínica hecha en una fragua que no tiene origen, pero que ayudará probablemente a producir las sombras de un cosmos incesante que nunca será tocado por lo idéntico o lo eterno. Se habitan-construyen unos trayectos sonoros, unas atmósferas sensoriales, unos claroscuros con capacidad y voluntad de cometer inferencias y de sufrirlas.
Sí, este habitante, en tanto que real, es netamente acción; acción entendida como un desprenderse de lo ya obsoleto, jugándosela con lo que está dándose y combatiendo con lo que no quiere irse y debe dejarse. Ser más en un voy que en un yo soy y en ese voy, ser cada día más ese que realmente quiere estar presente. Sencillamente se está deviniendo en un permanente ahí; en un único pero cada vez diferente mundo. Asumiendo contingencia y desaprendiendo hábito. Viviendo mutación. No se trata de huir o intentar ser por fuera del mundo o soportar el mundo como irremediable fatalidad; se trata de “introyectar” que el mundo y uno están en obra. El problema no es la muerte, no es el final. Tampoco el cómo acertar para ganar la eternidad. El problema es cómo poder habitar dentro de esta realidad que, querámoslo o no, implica impredicibilidad de direcciones o sentidos, e imposibilidad de fijación de imperativos trascendentes. 25
No se trata de perdonarnos nuestras limitaciones de predictibilidad o nuestras biodecomponibilidades. El problema es que, con sólo seguridad e invulnerabilidad absolutas, sí habría soberanía y predeterminaríamos unidad de una vez por todas, pero comprometeríamos seriamente esas instancias del afuera, de lo abierto, de la novedad, de la diferencia, de la libertad; en definitiva, del drama, que implica tan profundamente al habitar como noción y acción fundamentales del vivir.
Negar nuestras propias revelaciones. Excluir los agentes implicados, en nosotros, que no nos gustan; no permitirles que se muestren. En definitiva, no problematizarnos, no sentirnos, es imposibilitar el juego dramático donde sólo el habitar puede darse. Somos antipolíticos con nosotros mismos en tanto que suprimimos, evadimos e inhibimos esas voces, esos instintos que, al permitirnos escucharlos, nos podrían sorprender llevándonos a lo vital.
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Se propone un habitante inmerso en la acción de un construir desbordado de su propia identidad egocéntrica; asumirse en lo inacabado, en lo que está en permanente vía de transmutación. No se trata de quedarse ahí, pasivamente, quejándose del dolor que implica la experiencia que se vive o lo corto de la dicha que se experimenta; sin vigor. Como dice Deleuze: “...no es un pueblo llamado precisamente a dominar el mundo, sino un pueblo menor, inacabado, siempre en vía de construcción”. (DELEUZE. Gilles. Crítica y clínica. Pág. 16). La dicha de este habitante está, precisamente, en ese continuo formar parte de y entrar en contacto con, sin negar la contingencia; en ese continuo darse, rozarse, untarse, diluirse... Se trata de gozarse la vida aun desde la muerte porque se sabe, como dice Vauvenargues: “As though we were never to die, so must we live”. No hay sujeción, sólo coyunturas y trayectos. Todo confinamiento triunfal, tarde o temprano, se convierte en depresión, pero, a su vez, toda depresión está destinada a experimentar su propia mutación. Hesse lo expone hermosamente en un poema de su libro El juego de los abalorios: “...Debemos ir serenos y alegres por la tierra,/ atravesar espacio tras espacio/ sin aferrarnos a ninguno, cual si fuera una patria;/ el espíritu universal no quiere encadenarnos:/ quiere que nos elevemos, que nos ensanchemos/ escalón tras escalón. Apenas hemos ganado intimidad/ en una morada y en un ambiente, ya todo empieza a languidecer:/ sólo quien está pronto a partir y peregrinar/ podrá eludir la parálisis que causa la costumbre./ Aun la hora de la muerte acaso nos coloque/ frente a nuevos espacios que debamos andar:/ las llamadas de la vida no acabarán jamás para nosotros.../ ¡Ea, pues, corazón, arriba! ¡Despídete, estás curado!” (HESSE, Hermann. El juego de los abalorios. Págs. 433 y 434).
Para este habitante-habitador, habitar no es una acción de complacencias o compadecimientos, para o desde su ego; es un accionar libre de amaneramientos, de premios o castigos. No es un fingidor de dominios que no tiene; tampoco un artesano, obediente seguidor de tradiciones que no lo definen. No es el virtuosismo del fingidor ni el rigor referencial del artesano lo que busca; sólo se reconoce como articulador coyuntural y local entre sus profundas intensidades excluyentes y sus extensas superficies incluyentes. Valida el desafío sólo si se da sobre la base de aquello que lo desterritorializa de lo mecánico que lo desgasta. Habitar no se trata, para él, de la falsa obediente evasión del parásito ni de la resignación sumisa pero resentida del esclavo. 27
Asumir SATURACIÓN sin culpabilidad Asumir MUTACIÓN sin resentimiento Asumir DESAPARICIÓN sin nostalgia
EL CASO MONTAIGNE Habitar que sucede dentro de la confrontación de unas fuerzas que permanentemente lo mantienen en obra; no quiere callar ninguna de sus voces, sólo darles paso; ofrecerles comodidad. “No sólo me agitan los vientos de los acontecimientos según su inclinación, sino que además me agito y me turbo yo mismo por la inestabilidad de mi naturaleza... Estamos todos hechos de retazos y somos de constitución tan informe y diversa que cada pieza, a cada momento, juega su papel. Y existe tanta diferencia entre uno y uno mismo, como entre uno y los demás”. (MONTAIGNE, Michel de. Ensayos. Vol. II. Págs. 14 y 17). En él, siempre se da una alegre y ágil gimnasia de desmonte y remonte de fragmentos; de rearticulación y desarticulación de discursos que se van componiendo y descomponiendo, propiciando una gran diversidad de recursos existenciales, que dependen tanto de las circunstancias sociales por las que pasa, como de las meteorologías psíquicas que sienta. Hacer un retrato de toda su propia intempestividad psicológica es su objeto principal de vida. Quiere estudiarse, sentirse, experimentarse, sin presumir o menospreciarse. Más que intentar poseerse, que es una fijación que esclaviza tanto al poseedor como a lo poseído, Montaigne dice que de lo que se trata, el habitar, no es del triunfo, sino del gozar la vida, respetando sólo aquella tradición que no se fundamenta en evaluarla por lo rara o por la envidia que genere, sino por el bienestar y la comodidad que provea. Critica fuertemente el modelo pedagógico instituido, que escinde vida y lenguaje: “Sabemos declinar virtud aunque no sepamos amarla” (MONTAIGNE, Michel de. Ensayos. Vol. II. Pág. 411). Vivir y escribir son consustanciales para él: “No he hecho mi libro más de lo que mi libro me ha hecho” (MONTAIGNE, Michel de. Ensayos. Vol. II. Pág. 416). Es una escrituraexistencia como ejercicio de resistencia y pensamiento más que de justificación y reafirmación. No busca escribir bien, trata de pensar bien, pero, mejor aún, de actuar congruentemente con ese pensar su bien. La vida es pensamiento en curso y construir un lenguaje ideal totalmente categorizado que ponga cada concepto, de modo puro, en su lugar es posible pero no habitable. Su habitar es un ejercicio cotidiano, permanente, constante, temperado, comprometido... inacabable. Quiere vivirse sin hipocresía alguna, sin negar el peligro y sin esconder sus “vicios”, mirándose tal cual es; buscando aprenderse y cuidarse, no alabándose. En su acción de construirse no busca amueblar o retocar su alma, quiere intervenirse; arquitectarse, proveerse continuamente de recursos que le permitan aproximarse a ese arte cotidiano del vivir: “Nuestra vida está compuesta, como la armonía del mundo, de cosas contrarias, así también de distintos tonos, suaves y duros, agudos y sordos, blandos y graves. ¿Qué querría decir el músico que sólo amase algunos de ellos? Es menester que sepa utilizarlos en común y mezclarlos. Y lo mismo nosotros los bienes y los males, que son consustanciales a nuestra vida. Nada puede nuestro ser sin esta mezcla, y es un aspecto tan necesario como el otro. El intentar forcejear con la necesidad natural es imitar la locura de Ctesilón que intentaba pelear a patadas con su mula”. (MONTAIGNE, Michel de. Ensayos. Vol. III. Pág. 369). Sabe que la mayoría de nuestras leyes están hechas para poner al individuo al servicio de proyectos públicos; preceptiva que enajena al individuo sobornándolo con importancias inhabitables; convirtiéndolo en adicto y mendigo del triunfo y todos sus corolarios. Montaigne sabe que no se debe anteponer el éxito al cuestionarse y problematizarse. El ejercicio de un real habitante es construir y mantener su libertad, que es la variable sin la cual el habitar no existiría; pero toda libertad es un obedecer y conformarse a la naturaleza, naturaleza que no es ordenanza ni disciplina, sino precisamente libre albedrío y puro deseo latente de devenir.
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Hasta el más sublime de los paraísos resulta un infierno, si estando ahí no se desea estar ahí. Entonces, el problema no es de infiernos o paraísos sino de libertad para dejarnos y permitirnos atravesar por esos devenires y vivirlos como habitáculos transitorios. Este habitante no remite a un origen sagrado ni a un final eterno; sólo a un deseo que coincide con el ejercicio de su propia libertad inmanente. Este habitante sabe que esta exploración conlleva sus propios niveles de riesgo y de dicha, de libertades y compromisos y es de esta manera como se hace vida, se hace realidad..., se hace habitación. No hay nada más inhabitable que habitar el final feliz de un cuento de hadas, el deseo de otro, el molde predecible de una fórmula, la ilusión soterrada de un triunfo ajeno o un ideal imposible. Todos estos habitares son inhabitables porque nunca se habita en el colorín colorado de un cuento que ya está acabado, un cuento que no se está viviendo o un cuento que no se hace realidad. Se hace inminente aprender a habitar este perecedero que evidencia lo pasajero; que permite rupturas, bifurcaciones, discontinuidades o inclusiones. Sí, se es un balcón, un umbral, un litoral que se debate entre una infinita pluralidad de íntimos adentros y un sinnúmero de pululosos afueras; entre los atiborrados trazos de unos singulares antes y la proyección borrosa de muchos después que no se alcanzan. Aprender a habitar, reconociendo que todo lenguaje es susceptible de permanecer sólo por un tiempo y que necesariamente está obligado a asumir sus procesos de desaparición o conversión irreversible. Este habitante percibe el replanteamiento de un deseo, más que como un colapso, como una renovación de un desear inconmensurable. Este habitante no ve en ello el motivo de una angustia; siente que la muerte de una necesidad o la crítica a una tradición es la posibilidad de otro deseo que lo vital, para no morir, se provee. El quid para este habitante es cómo aprender a desear esa libertad y sentirla como su más profunda dicha. A una creencia y su continua reafirmación rampante sólo la destruye la mayor vehemencia de otro desear que no quiera determinar su definición sobre la base de esa misma creencia; otro deseo que sin misericordia sea capaz de 29
“Es preciso, finalmente, arrinconar las valoraciones humanas, ya que sólo tendrían valor como valores de rincón. Dado que han desaparecido muchas especies de animales, si desapareciese el hombre no se perdería demasiado. Hay que ser lo suficientemente filósofo para no admirar nada” (“Nil admirari”.). NIETZSCHE, Friedrich. La voluntad de poder. Aforismo Nº. 300. Pág. 224. Es preciso aclarar el sentido de esta idea, y para ello se tomará una explicación que Deleuze hace sobre Nietzsche para explicarnos a Foucault. “El principio general de Foucault, –nos dice Deleuze–, es el siguiente: toda forma es un compuesto de relaciones de fuerza. Dadas unas fuerzas, hay que preguntarse, pues, en primer lugar, con qué fuerzas del afuera esas fuerzas entran en relación, y luego, qué forma deriva de ellas... Se puede ya prever que las fuerzas en el hombre no entran necesariamente en la composición de la forma-hombre sino que pueden investirse de otro modo, en otro compuesto, en otra forma: incluso si consideramos un período histórico corto, el hombre no siempre ha existido, y no existirá siempre. Para que la formahombre aparezca o se esboce, es necesario que las fuerzas en el hombre entren en relación con fuerzas del afuera muy especiales... ¿Con qué nuevas fuerzas corren el riesgo de entrar en relación ahora, y que nueva forma puede surgir que ya no sea ni Dios ni el Hombre? Este es el planteamiento correcto del problema que Nietzsche llamaba el “superhombre”. Nietzsche decía: el hombre ha aprisionado la vida, el “superhombre” es aquel que libera la vida en el propio hombre, en beneficio de otra forma... ¿Qué es el superhombre? Es el compuesto formal de las fuerzas en el hombre con esas nuevas fuerzas... El superhombre es, según la fórmula de Rimbaud, el hombre cargado incluso de animales (un código que puede capturar fragmentos de otros códigos, como en los nuevos esquemas de evolución lateral o retrógrada). Es el hombre cargado de rocas o de lo inorgánico (allí donde reina el silicio). Es el hombre cargado del ser del lenguaje (de esa región informe, muda, insignificante, en la que el lenguaje puede liberarse, incluso, de lo que tiene que decir)”. DELEUZE, Gilles. Foucault. Estractos del último capítulo llamado: Anexo. Págs. 159 a 170.
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raptarle su energía y posicionarse desde su propia creencia con su nueva afirmación creativa. Sí, un deseo que invalide todos los conocimientos que posea esa vieja ingeniería preceptual o de creencia. Este habitante sólo desea construirse en función de este fundamento. Evitemos cualquier tipo de evangelización, liberémonos de cualquier superstición. Construyamos una ética que no persiga constituir ningún arquetipo o modelo referencial. Como nos lo dice Valery: “... que al cielo alce mi vista y en él trace mi templo, y sobre mí repose un altar sin ejemplo” (VALERY, Paul. El cementerio marino. Pág. 65). Expresión en la variabilidad más que estabilidad. Distinción en lugar de homogeneización. Autorregulación sobre normatización. El orden social no es ninguna garantía para la habitabilidad. No tengamos confianza en la estabilidad de las instituciones humanas. Debemos saber que todo valor que construyamos es circunstancial a su propio contexto. Preguntémonos: “¿Qué puedo saber, o qué puedo ver y enunciar en tales condiciones de luz y de lenguaje? ¿Qué puedo hacer, qué poder reivindicar y qué resistencias oponer? ¿Qué puedo ser, de qué pliegues rodearme, o cómo producirme como sujeto? Bajo estas tres preguntas, el YO no designa un universal, sino un conjunto de posiciones singulares adoptadas en un se habla, se ve, se hace frente, se vive. Ninguna solución es transportable de una época a otra, pero puede haber intrusiones o penetraciones de campos problemáticos que hacen que los datos de un viejo problema se reactiven en otro”. (DELEUZE, Gilles. Foucault. Pág. 149).
Pongámonos del lado de una filosofía que nos quiera enseñar a vivir dentro de esta emergencia de deseo que la misma vida presupone: vivir al máximo desde lo diferente, con lo mínimo, dentro de lo mutable. No se trata de habitar en la neutralidad, el neutral es un indiferente que no habita sino simplemente se suspende. Una cosa es saber que todo se desplaza, se corroe, que somos acciones que advenimos, duramos y desaparecemos, y aun así participar, proponer y gestionar su hechura o su destrucción, y otra cosa muy distinta, debido a la imposibilidad de determinar concreción por siempre, no definir habitación, no asumir decisión.
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Percepción que nos conduce a construir un concepto de habitabilidad con pretensiones de eternidad. Organiza sistemas operativos cuyo funcionamiento depende más de las identidades implicadas, que de las intensidades o profundidades por ser inventadas. Conjuntos espacio-temporales donde los elementos y sus características definitorias y las operaciones y sus propiedades particulares remiten a un acto referencial permanente. Esta percepción de ahora en adelante la llamaremos del ‘DENTRO DE’ al querer ubicarnos dentro de un área de consenso o de referencia trascendente para someternos (representación). Congelamiento que sólo quiere, finalmente, su propia expansión. Principio de reafirmación que se afilia, desde lo defensivo, a un habitar que se fundamenta a partir de una polarización que siempre hace referencia en un punto de fuga llamado origen. Nos conduce a una reactividad donde ella está en función de una acción recreativa: la reproducción de su propio molde cada vez más perfecto. Estos saberes interactúan como códigos de preservación de la unidad de sentido que ellos mismos implican. Pulsión operativa que tiende a homogeneizarnos con su genérico motivo-aliento de aparición.
Habitar lo inmutable
Percepción que nos lleva a mirarnos a nosotros mismos y al mundo como unas difuminaciones que muestran nuestra realidad en términos de relieves, picos, abismos, valles, sombras, borrones. Infinita proliferación de asociaciones y disociaciones cambiantes, que remiten más a una tectónica de diferentes intensidades y combinatorias sucediendo en lo nómade, que a diferentes rupturas finitas permanentes sucediendo dentro de lo sedentario. Esta percepción de ahora en adelante la llamaremos del ‘ENTRE’ en tanto que trata de un abismo friccional que nos puede hacer trizas. Meteorología sensorial inmisericorde que obliga a repensar permanentemente el juego del vivir, el viviendo y el llegar a vivir. No se trata de buscar finales ni principios sino siempre ubicarse más en ese en medio que se desprende y que es en donde ocurre lo más indómito de las fuerzas que arquitectan el cosmos. Principio del ‘eterno retorno’: habitabilidad expresada en una propensión a buscar acontecimientos que posibiliten transformación y de esta manera porvenir. Este principio hace que nos vivamos como un accionar de construcción permanente. Pulsión investigativa que tiende a diversificarnos con sus diferentes motivos-alientos de aparición.
Habitar lo mutable
A C C I Ó N – H A B I TA R Toda ideología se fundamenta en su propia creencia y toda creencia prescribe deseo. Habitar no se trata de ponerse al servicio de un ser aceptados o un ser protegidos. Un habitante sólo comienza a habitarse en el momento que no permite ser usado como materia de expresión de un habitar distinto al que él mismo es capaz de irse construyendo. La vida se abre paso; no le dan paso. Más que adelante está inmersa, más que perseguible es construible, más que tiránica simplemente es explorable dentro de las relaciones que ella misma implementa. No se trata de correcaminos ni de coyotes. Estas compulsiones no tienen nada que ver con este habitar. Éste estaría más fundamentado por la triada componer, descomponer para recomponer que por la dupla permanecer o desaparecer. No se debe, entonces, asumir un punto de vista ni un momento temporal sesgado como cosa en sí, para evaluar una circunstancia de habitabilidad que ha tenido sus propias fundamentaciones y expectativas de aparición porque nos haríamos sospechosos... “...de ese anacronismo psicológico que Lucien Febvre consideraba el peor de todos, el más insidioso –y Duby añadía como– el más natural para quien no tiene el sentido del cambio histórico o lo limita a lo superficial sin extenderlo a los movimientos del espíritu, para quien no piensa que los sentimientos, las emociones, los valores morales, los propios caminos del razonamiento también pueden tener su historia”. (DUBY, Georges. Obras selectas. Presentación y compilación de Beatiz Rojas. Págs. 44 y 45).
Más que predecibles cambios inscritos dentro de un principio soberano de identidad lo que se observa es una proliferación de diferentes pulsiones de habitar, que suceden tanto simultánea como en secuencias imprevistas, abriendo permanentemente este concepto a nuevos sentidos. Sólo se hace posible resignificar al hábitat y al habitante, si se comienza a cuestionar esta voluntad de saber, que surge desde un poder necesitado de certezas (moral) y que se alimenta de una identidad representativa que lo manipula y lo habita (conciencia).
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“No formular la sistematicidad global que coloca cada cosa en su lugar; sino analizar la especificidad de los mecanismos de poder, reparar en los enlaces, las extensiones, edificar progresivamente un saber estratégico y ya no tratar de construir un sistema sino un instrumento, entender la teoría como una caja de herramientas”. FOUCAULT, Michel. Un diálogo de poder. Pág. 85.
PROBLEMA DE CONTINUA COMPOSICIÓN
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“Se trata de saber si las relaciones pueden componerse directamente para formar una nueva relación más extensa o si los poderes quieren componerse directamente para constituir una potencia más intensa. No se trata ya de utilizaciones o capturas, sino de sociabilidades y comunidades. ¿Cómo se componen los individuos para formar un individuo superior, al infinito? ¿Cómo puede un ser atraer a otro a su mundo, aún conservándole o respetando sus propios mundos y sus propias relaciones? ¿Cuáles son los diferentes tipos de sociabilidad? ¿Cuál es la diferencia entre la sociedad de hombres y la comunidad de los seres racionales? No se trata ahora de una relación punto-contrapunto, o de la selección de un mundo, sino de una sinfonía de la naturaleza, de la constitución de un mundo cada vez más extenso e intenso. ¿En qué orden y cómo componer las potencias, las velocidades y las lentitudes?”. DELEUZE, Gilles. Spinoza filosofía práctica. Págs. 152 a 154.
Qué distinta visión, a ésta, ofrece Platón que fundamenta la definición de habitar sobre la base de un principio que parte de una reminiscencia permanente a una unidad original que siempre interactúa como único referente. Habitar que implica la institucionalización de la representación y lo que ella conlleva: la descalificación de los simulacros y la subordinación de la copia al modelo. Habitar el simulacro es destituir cualquier noción que implique una relación entre modelo y copia. “Hago, rehago y deshago mis conceptos a partir de un horizonte móvil, de un centro siempre descentrado, de una periferia siempre desplazada que los repite y diferencia”. Este habitar supera las oposiciones o complementariedades dadas entre temporal-intemporal, histórico-eterno, particular-universal. Nos abrimos a un habitar donde se implica lo intempestivo individuante (Nietzsche) y al todo como lugar de lo abierto (Bergson). Sólo lo intempestivo individuante ocurriendo dentro de lo abierto permite lo por venir: el habitar. (DELEUZE, Gilles. Diferencia y repetición. Pág. 17).
Platón no admite divergencia alguna: “...el que se banquetea a su placer, no ya como en una ciudad, sino como en una gran fiesta, ese no habla de ciudad, sino de cualquier otra cosa”. (PLATÓN. La república. Pág. 164).
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Se condiciona el pensar a actos de representación, reconocimiento, reelaboración, recapitulación, recordación, recuperación, reafirmación... Privilegio del saber sobre el aprendizaje. Saber condenado a la forma invariable de eso llamado hábito. Todo aprendizaje implica un cultivo y una cosecha, una lucha y una celebración. El saber predetermina el error y el acierto, el castigo y el premio, la condena y la salvación. Podríamos, entonces, hablar de tres opciones: •
Saberes de reafirmación de lo mismo: defensa a ese [yo, Dios omnipotente e instrumentalizador permanente].
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Saberes de desafío a la muerte: reafirmación del héroe [yo, mi ego queriéndose hacer eterno].
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Aprenderes, para “colmar o llenar” el silencio: asunción de devenires, ejercicio de los simulacros [yo disuelto jugándosela].
DELEUZE, Gilles. Diferencia y repetición. Pág. 19.
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Aristóteles propone una política que jerarquiza y ordena de una vez por todas y para siempre esa noción de unidad. Ambas propuestas, evidentemente, suceden dentro de los parámetros estáticos de esa idea referencial originaria. Todo allí está recurrentemente sesgado y objetivado a defender esa noción donde el “señor” se mantiene como señor y el esclavo, irremediablemente, está predeterminado, por siempre, a ser esclavo. Platón y Aristóteles, al plantear el hábitat perfecto y el saber para lograrlo, imaginan un acuerdo mutuo de significación (convergencia) entre virtud privada y virtud política: “... los ciudadanos deben tener necesariamente un punto de unidad común” (ARISTÓTELES. La política. Pág. 134).
“Los ciudadanos perfectos”, al definir la organización de su “hábitat perfecto”, entran en una discusión ya objetivada por esa convergencia que les permite determinar, de una vez por todas, cuáles son los tipos de bienes externos, corporales y espírituales “permisibles” para el mantenimiento del statu quo de esa unidad. Evidentemente, esa filosofía y esa política son las únicas actividades para el ciudadano que permiten, ya sea en el ámbito del territorio o del cuerpo, practicar lo mejor posible esta acción:
“... la juventud sólo aprenderá, entre las cosas útiles, aquellas que no tiendan a convertir en artesanos a los que las practiquen. Se llaman ocupaciones propias de artesanos todas aquellas, pertenezcan al arte o a la ciencia, que son completamente inútiles para preparar el cuerpo, el alma o el espíritu de un hombre libre para los actos y la práctica de la virtud”. (ARISTÓTELES. La política. Pág. 158).
Para Aristóteles, un hábitat estable, resultado de un acuerdo estable entre los habitantes que pueblan ese hábitat, es su fin fundamental: “...las instituciones guerreras, por magníficas que ellas sean, no deben ser el fin supremo del Estado, sino tan sólo un medio para que aquel se realice”. (ARISTÓTELES. La política. Pág. 126). No obstante, más adelante dice: “Una ciudad de la que saliesen una multitud de artesanos y pocos guerreros no sería nunca un gran Estado, porque es preciso distinguir un gran Estado de un Estado populoso... el orden no es posible tratándose de una gran multitud... La belleza resulta de ordinario de la armonía del número con la extensión...” (ARISTÓTELES. La política. Pág. 129).
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Lo que busca es un equilibrio de todas las variables para obtener así la máxima estabilidad posible y el aprovechamiento máximo de los recursos de los cuales, este habitar, es dueño. La virtud, tanto política como filosófica, más que ser un acto creativo, es un acto administrativo para la preservación de la misma; el habitante aristotélico queda subordinado a ella: “...es un error grave creer que cada ciudadano sea dueño de sí mismo, siendo así que todos pertenecen al Estado”. (ARISTÓTELES. La política. Pág. 157). Este acto administrativo preservante y regulador obstaculiza la proliferación de nuevas realidades dadas por el encuentro con lo diferente: “Este contacto con extranjeros, educados bajo leyes completamente diferentes, es perjudicial al buen orden, y la población constituida por esta multitud de mercaderes que van y vienen por mar, es ciertamente muy numerosa y también rebelde a toda disciplina política”. (ARISTÓTELES. La política. Pág. 131).
Es tal el conservadurismo de estas visiones que se llega, con tal de mantener esa unidad del hábitat, por medio de un saber incapaz de equivocación, a preferir una sociedad rural, apartada entre sí e incomunicada, que una sociedad urbana, bullendo, discutiendo y comunicándose. La ciudad, nos dice Aristóteles, propicia las demagogias, las indisciplinas, las incertidumbres de opinión; la inestabilidad de los regímenes. Talvez el gran éxito de habitabilidad de los monasterios, que crearon las órdenes eclesiásticas en el Medioevo, se fundamenta en esa estática lograda por exclusión y apartamiento análoga a este pensar platónico-aristotélico, pero ya no objetivada en un fides socialis sino en un fides deus. El monasterio medioeval es un sistema de producción que reparte obligaciones, determina vínculos, asegura reservas, administra poder, direcciona deseo y, en fin, propicia estabilidad tanto comunitaria como personal, para hacer posible ese encuentro con la verdad inmutable: Dios, único proveedor de un real habitar. Toda estructura monástica parece ofrecer esa superficie de doble faz: por un lado, construye una realidad cotidiana a partir de un manejo rutinario del tiempo, donde las tareas son repartidas y los horarios son fijados y, por el otro lado, un ambiente muy propicio para experimentar lo trascendente, a partir de ese apartamiento del mundo-vida que se ofrece. Obviamente en un hábitat así los desgastes del deseo, las vicisitudes económicas y las lides dramáticas de lo vital no necesitan ser excluidas, simplemente ya están comprometidas. Un monasterio es un espacio-tiempo donde se dan las condiciones perfectas para existir sólo en términos de un 39
Mantengamos las cosas en su lugar y usemos los lugares de acuerdo con los tiempos estipulados y enseñemos a los otros a hacer lo mismo. No nos saciemos y escapemos a la sospecha de cualquier disidencia que nos lleve a la exclusión. Huyamos a todo dolor del sin lugar. Infame consumo incontinente de distracciones depresivas que matan tiempo sin crear tiempo. Permanente insatisfacción del lugar que se ocupa; permanente insatisfacción del lugar al que se llega.
Lo monstruoso es que este monstruo nos hace sobornables y al hacerlo no nos entrenamos para gozar de las crueldades intempestivas de lo vital. Impregna a la crueldad de una baba repulsiva para que asqueados no nos sintamos seducidos por ella. Parafraseando a Bergson: lo realmente moral –monstruoso– es la costumbre de adquirir costumbres.
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entregarse y un renunciar; de un huir y un dejar de lado. Difícil imaginar sociedades más estables que éstas; aún hoy por los caminos de occidente, después de más de mil quinientos años, es frecuente encontrarse con esos aparatos incólumes de asociación humana.
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¿Podría hoy hablarse de la nefasta actualidad de un aristotelismo donde el saber está en función de un espectáculo opresivo de comprar y vender, de exhibir y mirar, de cambiar y recambiar, que nos hace soñar con transformaciones simplemente aparentes; afanes locos de no quedar atrás y siempre al último y único alarido de la moda; devorando todas las versiones, que finalmente son idénticas, tienen el mismo fin y dicen lo mismo? Toda formalización nos acarrea un tedio, pero no tenerla, nos implica un suicidio. Sólo el dios-monstruo “capital” posibilita una pseudopermanencia y una pseudopertenencia evasiva. La diversidad potencial del deseo queda cautiva en esa axiomática que todo lo puede; se monotematiza en ese exceso de intercambios mediatizados únicamente a través de él. ••• ••• ••• ••• •••
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Hemos sobrevalorado inmensamente nuestra capacidad de recursividad técnica y formal. Sistemáticamente siempre hemos repetido nuestros esquemas de necesidad de certeza. Lo monstruoso es, entonces, lo compulsivo de la utilización repetida de esta metafísica algebraica de dominadores dominados de lo mismo, deseosos deseantes de lo mismo: juego de determinar los que dominan, los que permanecen, los que están llegando, los que están partiendo y los que no están y no son. El capital instituye sistemas de limitación artificiales; una organización de limitación en expansión. Ya Guattari nos lo dijo, en su definición, sobre el capital: ••• ••• ••• ••• •••
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“No toleraremos más flujos que los que sean recuperables... La esencia del capital como, en general, la de cualquier formación de soberanía consiste en encontrar por todos los medios esta limitación: tú eres ciudadano, tú eres esclavo, tú esto, tú lo otro... Necesidad de invulnerabilidad... El capital no es un flujo de energía libre... Se trata de mantener una identidad (código) a través de regulaciones permanentes de intercambio (supercodificaciones). La supercodificación implica una voluntad de encierro; la axiomática entraña una voluntad de movimiento: se corre, es posible cabalgar, porque todo el sistema está en plena expansión, en plena fuga, y la axiomática jamás es cerrada. El capitalismo, se dice, se trata de una supercodificación en expansión. Cuantos más flujos de deseo hay, más reaccionaria es la axiomática del capitalismo”. (FOURQUET, François. MURARD, Lion. Los equipamientos del poder. Págs. 88 y 106).
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“Ahora bien, deben saber que hay una vieja oposición, tradicional por lo menos desde Aristóteles, entre dos clases de arte: las artes de conjetura y las artes de método. El arte conjetural es un arte que procede, en efecto, por argumentos que son simplemente probables y plausibles; y, por consiguiente, esto brinda a quien los utiliza la posibilidad de no seguir una regla –una regla única– e intentar, en cambio, alcanzar esa verdad probable mediante toda una serie de argumentos que se yuxtaponen sin que sea indispensable un orden necesario y único; mientras que todo lo que es arte metódico implica, en primer lugar, llegar como resultado a una verdad segura y bien establecida, pero gracias a un camino, por una vía que no puede sino ser una vía única”. Necesariamente esto implica dos aproximaciones al problema del habitar completamente diferentes: un habitar fundamentado en una vida que obedece no a una forma o modo sino a una regla (regula vitae) y, por otra parte, un habitar fundamentado en una vida que no obedece a una regla sino a un problematizar, cuestionar y experimentar (tekhne tou biou –arte de vivir–). Entonces de lo que se trata este habitar es de... “hacer de la vida el objeto de una tekhne, hacer de ella, por consiguiente, una obra –obra que sea (como debe ser todo lo que produce una buena tekhne, una tekhne racional) bella y buena– implica necesariamente la libertad y la elección de quien utiliza su tekhne. Si una tekhne tuviera que ser un corpus de reglas a las cuales fuera preciso someterse de cabo a rabo, de minuto en minuto, instante en instante, y no existiera, justamente, esa libertad del sujeto, que pone en juego su tekhne en función de su objetivo, del deseo, de su voluntad de hacer una bella obra, no habría perfección de la vida”. FOCAULT, Michel. La hermenéutica del sujeto. Págs. 370 y 402.
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Los saberes se ponen al servicio del capital pero el capital nunca se pone al servicio de los saberes a menos que, con estos, se puedan supercodificar las semióticas que impliquen una reterritorialización cada vez más potente del capital.
Esta estabilidad en expansión, hasta donde se percibe, produce: • Hábitats y habitantes con un alto sentido de especialización. Incapacitados y sin recursos inventivos para readaptarse a las circunstancias cambiantes. Excluyentes y polarizados en y con respecto a sus acciones y sus pasiones. • Hábitats y habitantes moda, incapacitados para la duración. Consumo inmediato y vacuidad inminente. • Hábitats y habitantes paradigmáticos, ideales y permanentes. • Hábitats y habitantes diseminados, sin unidad de desempeño, volatilizados en sus muy diversas contradicciones y oposiciones. • Hábitats y habitantes evasivos, escapando permanentemente. Paranoicos. Evitando caer en el error. Hipócritas; negando sus instintos.
Saberes del deber ser: simples aditivos de control para mantener los códigos en su lugar. No se trata de distanciar, como ya se ha dicho, vida de saber, territorio y cuerpo. Nos cuesta mucho trabajo imaginar y crear saberes que asuman las intempestividades y las diferentes gestiones de habitabilidad donde la vida está inmersa; donde confluyan y se crucen, se fundan y diverjan las infinitas gamas de pulsiones de deseo que ella gestiona; dejar de imponer objetivos comunes; permitir, propiciar y promover los muchos tipos distintos de seducción, no inscritos dentro de los códigos de seducción y consumo que proponen estas visiones reglamentarias. No ser productivo en nuestro actual imaginario cultural es considerado monstruoso, pero 43
¿CÓMO SER CREATIVO DENTRO DE LO DISCIPLINAR? ¿CÓMO HABITAR SIN CREAR? Habitar como un problema de seguir disciplinas o crear saberes consecuentes a nuestros propios devenires.
... En contraposición Edipo, el de los pies hinchados, el que no puede caminar; ese que aunque ido, retornado siempre semejante. Increíble caer en cuenta hoy que aquel experto en descifrar enigmas, sobre el caminar, haya tenido el destino de nunca poder fugarse, poder partir. Edipo ignora su propio enigma: ser un paralítico que se precia saber de caminos y caminantes. El retorno edípico no tiene nada que ver con el retorno dionisiaco. Es más, Edipo no retorna; Edipo, al repetirse, se imita. Edipo al buscar su origen lo que quiere es volver a ser hijo de su propia e idéntica madre. Edipo quiere ser por siempre, aunque sea una infamia, Edipo. El sí de Edipo se apoya sobre una negación: decir siempre sí a lo mismo y consecuentemente decir siempre no a lo diferente. Él siempre terminará volviendo familia toda fuga o exploración que acometa. Lo realmente loco es el sin límite o infinito permanente sobre el que se da lo edípico; es decir, lo trascendente. El regalo es absoluto, el recibirlo también debe serlo; he ahí la encerrona que se implica. Dentro de todo régimen edípico, tarde o temprano, los implicados descubren la farsa sobre la que se están moviendo y si no lo hacen, entonces quedan atrapados dentro de esa ciclicidad permanente y cada vez más ciega de un por siempre total. Al nunca morir, al nunca dejar de ser, siempre los encontramos muertos. Quién hubiera dicho que la eternidad soñada de Pablo y el excluyente puro de la Jerusalén celestial de Juan de Patmos eran, en el fondo, las más infames ocurrencias que haya generado nuestra especie. Estemos seguros de esto: en toda trascendencia y su respectiva necesidad rampante, encontramos un Edipo enconado, una madre incestuosa y un juez acechante. Ciclo vicioso estrechándose e impidiendo, cada vez más, el desplazamiento. No hay acciones. Todo está reducido a un mar de leva de coacciones y reacciones idénticas para reafirmar el vínculo y negar lo por venir. ¿Qué no se sabe de qué se trata lo edípico? He ahí el monstruoso juego donde sólo queda una madre diciendo: ¡mijo, encomiéndate a Dios! o un sacerdote diciendo: sigue viniendo, querido feligrés, algún día te salvarás. Este cuento ya no da más, a este cuento ya no se le cree más. Lo edípico no es un hijo, un padre, una madre o un Dios-juez; es un sujeto trabado, sujetado en una identidad, haciéndose cada vez más fijo y apretado. ¿Será que es así como se hacen los agujeros negros en el Cosmos? Una película de terror es una historia rosa al pie de esto. Afortunadamente, para algunos, como dice Deleuze: “el problema se ha desplazado a otro lugar; construir las orillas entre las cuales pueda una corriente fluir, separarse o conjugarse. Creo, Señor Edipo, que es tiempo de partir y no copiarse más. Dioniso llama.
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contradictoriamente lo que se genera permanentemente, es territorios de no producción: desecho no consumido por una sobreoferta que sólo produce lo mismo de lo mismo y ya hastía, o desecho de material virgen excluido de procesos de producción ya condicionados, con ópticas éticas y estéticas muy precisas. Qué preocupante es mirar cómo una sola tendencia se apodera de una diversidad potencial que sería la única capaz de exponernos a la vida. Nuestros saberes más que saberes son disciplinas que nos incapacitan para mirar y hacernos cargo de la real problemática subyacente al habitar: el tratar de resolver el conflicto de los muchos y distintos tiempos y lugares concomitantes, que, con sus propias expectativas de realización, nos desgarran tanto global como localmente. Al no permitirnos aceptar esta copresencia y apertura de todas estas formas imaginables e inimaginables de complejidad, siempre estamos proponiendo esquemas de ser que se arrogan el derecho de imponer su única forma de dominación sesgada; es decir, construyendo isomorfismos que nos delatan y nos ponen al servicio de un individual que cree ser el equivalente del accionar del mundo. Habitar implica asumir un campo donde existe un sinnúmero de voces que permanentemente entran en coaliciones, oposiciones o alianzas circunstanciales, a tal punto que nosotros, los agentes implicados, siempre estamos a la expectativa de entender las diferencias y las repeticiones, en permanente estado de expansión y complejización, que se dan en él. Sobreaxiomatización divergente que implica una proliferación de formas comunicacionales que nos hace sentir perdidos en un océano de pluralidad y de rutas susceptibles de ser cuestionadas o creadas. El punto es evitar cualquier protagonismo unilateral de comando eterno que niegue la apertura de lo vital. No existen vínculos originarios de referencia que obliguen a la obediencia. No sólo ya no se habita una armónica continuidad entre el afuera y el adentro, sino también esta ruptura es contingente; una grieta tornadiza irresoluble entre un permanecer y un partir, entre un peregrinar y un asilo donde se debate un fugaz YO que también se sabe a sí mismo desarraigable:
“...ninguna patria está destinada a lo moderno, por ende, ningún asilo espera al habitante de la metrópolis y ninguna casa puede ser finalmente poseída por el nómade que en ella lleva adelante su propia existencia”. (FOUCAULT, Michel. “El lenguaje del espacio”. Revista Critique Nº. 203, abril de 1964. Págs. 38 y 39).
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Entramos en tales niveles de generalidad que las nociones de creación y subjetividad se encuentran totalmente disociadas. Dentro de nuestro imaginario actual, subjetividad, para la mayoría de nosotros, es capricho, bagatela, aleatoriedad, y la creación sólo la validamos como propuesta que reafirme unidad ya establecida, agilice procesos, dentro de esta misma, para hacerla más operante y expanda e incorpore territorios que escapen a sus territorios de dominio.
Esta idea es la que nos permite mirar y hundirnos en la profundidad de lo “sin fondo”. Eterno retornar de lo diferente. Remitiendo a Artaud: “Subiendo el fondo y disolviendo la forma”*. Todos conmovidos, en ese permanentemente se comienza. * DELEUZE, Gilles. Diferencia y repetición. Pág. 62.
En consecuencia, lo habitable recibe su esencia del permitir que los mundos puedan entrar en contacto con otros mundos. No en términos de un piratear o un colonizar sino de un poblar. La idea de botín de pirata sólo se diferencia de la idea de impuesto colonial en términos del agente implicado. Mientras que el botín es el resultado de un acto oportunista de rapiña en un ahí y aquí contingentes, para satisfacer las necesidades inmediatas de una identidad cualquiera, el impuesto colonial es un botín que se institucionaliza para mantener la existencia hegemónica de una identidad-hábitat que desea parasitarse usando otra. La acción poblar, en cambio, quiere descubrir flujos y reflujos que potencien “devenir” de todas las partes participantes del encuentro, sin generar defensas ciegas, ya sea, sobre un tipo de hábitat, un tipo de habitar o un tipo de habitante. Sólo en la acción poblar puede hablarse de habitar y por ende de habitabilidad.
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En tanto que el habitante mantenga una posición de negación frente a las transformaciones del sí mismo, del hábitat y del habitar, será imposible pensar en alguna forma de habitabilidad real. El desarraigo, en sí mismo, no es el problema; el problema es la incapacidad, que tiene el habitante, de asumir ese hábitat y ese habitar apátridas que no niegan los movimientos, que no ofrecen referencias de ubicación eternas y que lo obligan a refugiarse en un sí mismo, supuestamente objetivo, que simplemente es una alucinación. El problema es ese delirio nostálgico que nos engaña haciéndonos pensar que el mantenerse en ese creer saber quién se es y a dónde se pertenece es posible. Nos embauca haciéndonos creer que esa eternidad que perseguimos y nos persigue está ahí, y nos traiciona haciéndonos insistir en procesos de construcción de habitabilidad, ligados a unas tradiciones cuyas normas se fundamentan en un disimular estos intempestivos desarraigos a los que nos insta la vida. Aceptemos la carencia de finales y principios, dejemos de soñar que una meta paradigmática de absoluta estabilidad es accesible o deseable. Sólo habitamos si nos atrevemos a habitar en estos inhabitables. No habitamos porque habitar no significa para nosotros sino una búsqueda permanente de paramentación de nuestros pensamientos y emociones a lenguajes ya legitimados. Los saberes nunca se deben poner al servicio de instancias de identidad que inhiban “devenir”; es decir, instrumentalicen al individuo dentro de logos, sean del tipo que sean, que sólo busquen usarlo para su reafirmación y expansión. Tanto los territorios como los individuos debemos aprender y estar en disposición de repensar y rebasar las fronteras estrictas de categorización que nos implican y en donde se amañan perezosamente nuestras nociones de habitabilidad. Nuestro supuesto habitar sólo nos lleva a ser contradictores y estigmatizadores de lo que ocurra diferente en nosotros y el medio. No nos vivimos, no nos arriesgamos, no nos jugamos. Somos en tanto que nos habitamos, pero sólo habitamos en tanto que nos construimos y nos deconstruimos; en tanto que nos respiramos. Sólo habitamos si nos atrevemos a darnos un lugar, pero también, si nos atrevemos a dejar ese lugar, por un pensar y un sentir que nos posibiliten un modo de ir en el ser, no, si seguimos un lenguaje que nos impone un modo de ser en el ir o nos detiene en un no ir dentro de un permanente modo de ser.
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Es importante complementar esta idea, por un lado, con lo que dice Deleuze sobre la disfuncionalidad temporal de transformación en cada una de estas instancias: lo más difícil es abrir al habitante al devenir; los modos de subjetivación y los territorios son de lenta transformación, las epistemologías relativamente, en cambio, son de rápida generación y, por ende, de fácil transformación; y, por otra parte, con lo que dice Wittgenstein: crear un lenguaje es construir un modo de vida.
Koestler lo cuenta de esta manera: “Los monos debieron reírse cuando el Neanderthal hizo su aparición sobre la tierra. Los monos, altamente civilizados, se lanzaban graciosamente de rama en rama; el hombre de Neanderthal era torpe e inclinado hacia la tierra. Los monos, satisfechos y apacibles, vivían en una atmósfera de refinados juegos, o se buscaban sus pulgas con recogimiento filosófico; el Neanderthal iba por el mundo con pesadas zancadas, dando golpes de maza en torno suyo. Irónicos, los monos se divertían mirándole desde lo alto de la copa de los árboles y arrojándole nueces. Algunas veces se estremecían de horror. Ellos comían con pulcritud y delicadeza frutos y plantas suculentas; el Neanderthal devoraba carne cruda, mataba animales y a sus semejantes. Derribaba los árboles que siempre habían estado allí, desplazaba las rocas de su posición inmemorial, trasgredía todas las leyes y todas las tradiciones de la jungla. Era grosero, cruel, desprovisto de toda dignidad animal..., desde el punto de vista de los monos cultivados, representaba un bárbaro retroceso de la historia. Algunos chimpancés, que aún viven, levantan siempre la cabeza con aire despectivo al ver a un ser humano...”. KOESTLER, Arthur. El cero y el infinito. Pág. 220.
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CODA Las relaciones de interdependencia, necesariamente inestables e intempestivas, entre espacio geográfico (hábitat), organismo (habitante) y medio epistemológico operativo (habitar) constituyen, sin protagonismo alguno, el nudo, necesariamente caótico, donde se gestan potencialmente los devenires o relativas permanencias que pueden sufrir o generar ellos mismos.
Todo “construir habitación” se da sobre una posibilidad permanentemente abierta de que cada una de estas instancias pueda, con respecto a sus dos complementarias, adoptar un sinnúmero de posturas dentro de la relación. Por ejemplo: el habitante puede asumir el hábitat y su respectivo saber como algo ya dado del cual se depende y él es el resultado. En este caso, más que decir que el habitante habita el hábitat y el habitar, se hablaría de cómo él es habitado por estos. La habitabilidad se expresaría, ahí, mediante ese dejarse habitar y ese ser habitado por el hábitat y el habitar. Podría darse, también, el caso donde el habitante al no ser expresión análoga del medio ni de los saberes implicados en él, experimenta un desgarramiento que lo obliga, en aras de no perecer, a transformarlos o a evadirlos y buscar otros. En esta situación no se hablaría de un ser habitado sino de un buscar habitar otros hábitats y habitares. Habitar, entonces, no significa una polarización que predetermine, de una vez por todas, la posición y relación de cada una de las tres instancias que comprometen esta tríada. En ese juego interminable de “arquitectar habitabilidad”, cada una de estas instancias, a veces, asume realidad constituida, otras, evade opuestos circundantes y busca relaciones consecuentes o crea operaciones de transformación propicias. Una habitabilidad que simplemente asuma el ser habitada siempre por los mismos cuerpos sin potencia de rechazo, por el mismo territorio invasor determinante y por los mismos saberes hegemónicos 49
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Secuencia que constituye la lĂnea horizonte del devenir
imperiales, no experimenta la acción de creación a la que insta esta arquitectación. Cada una de estas instancias debe reconocer, en sí misma, hasta dónde es capaz de asumir, hasta qué punto puede evadir, qué herramientas posee para buscar y encontrar, qué desea transformar y qué sentido es capaz de crear. Se reitera: para acceder a habitar, las formas de interacción de estas tres variables, por principio, deben ser consideradas infinitas. La libertad que cada una de ellas necesita para ser y desea para sí es condición sine qua non para que el habitar exista. No hacerlo sería constreñirlas a una inhabitabilidad que más temprano que tarde comenzaría a insidir sobre las otras. Aunque se reconozcan períodos de estabilidad no se puede sino asumir esta triada en toda su fuerza dramática impredecible. Para habitar y ser habitable y habitado por, se tiene que poseer tanto una apertura discursiva que libere de los amaneramientos esclerosantes que no nos posibilitan una renovación, como una capacidad de cerramientos recursivos que defiendan de los despedazamientos a los que nos seduce permanentemente lo diseminante sin potencia de concreción (ver diagrama adyacente). Plantearse a toda nueva vivencia la problemática de si nos quedamos o partimos, si se coincide, si se difiere o se negocia o se deviene. Sólo se habita en la frescura de lo que no se toma por garantizado, por sistematizado o por hábito. El “construir habitación” debe dejar de buscar la concreción de lenguajes que presupongan ideologías; “...Entendemos por ideología, como Louis Althusser, ‘un sistema (con su lógica y rigor propios) de representaciones (imágenes, mitos, ideas o conceptos según los casos) dotado de existencia y de un papel histórico en el seno de una sociedad determinada’ (DUBY, G. Obras selectas. Presentación y compilación de Beatriz Rojas. Pág. 56) y que hagan soñar con establecimientos definitivos y con delirios triunfalistas o promesas de tierras prometidas y habitadas por identidades con vida eterna. Duby lo enuncia de esta forma: “La organización ideal con la que hacen soñar las ideologías más revolucionarias también se percibe, al término de las victorias que esas ideologías incitan a obtener, como un establecimiento definitivo: ninguna utopía llama a la revolución permanentemente. Esa inclinación a la estabilidad está relacionada con el hecho de que las representaciones ideológicas participan de la pesantez inherente a todos los sistemas de valores cuya armadura está formada por tradiciones”. (DUBY, Georges. Obras selectas. Presentación y compilación de Beatriz Rojas. Pág. 70).
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Área de apertura o de cerramiento. Encuentro de las emisiones. Lugar de lo mutable o del juego. En tanto que la incidencia de lo automático repetitivo, dentro del encuentro, sea lo más fuerte, esta área tenderá a mantenerse fiel a su centro y la subjetividad será menos permeable a las transformaciones a las que la somete el medio (generación de lo entrópico) y, por el contrario, cuando la incidencia del medio sea, dentro del encuentro, lo más fuerte, esta área tenderá a diseminarse con respecto de su centro hasta finalmente darse, si se excede el límite de resistencia de la subjetividad, una desintegración de ella (se entra en lo caótico del sin fondo o en la desaparición). Entonces: podría decirse que la capacidad de maniobra que tenga esta área para articular relación entre estas emisiones sería el nivel de habitabilidad de cada subjetividad.
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Evidentemente se da una disfunción entre ideología y vida, entre habitar en la vida y habitar en las ideologías. Aquí, el problema que se percibe es el de cómo las ideologías, al catalizar creencia y capturar deseo, raptan los potenciales inventivos que ofrece esta triada. Según Duby, las ideologías son abarcadoras, deformadoras, concurrentes y estabilizadoras; en tanto que abarcadoras y estabilizadoras, las ideologías quieren ser totalitarias no sólo en espacio sino también en tiempo; en tanto que deformadoras, son sesgadas, excluyentes, y en tanto que concurrentes, siempre están buscando la forma de entrar en competencia con las otras y excluirlas del juego. Las ideologías no proveen de un habitar confiable, por fundamentarse en una pose o secuencia de poses ideales que pretenden mostrarse como una solución definitiva sin serlo (emisiones automáticas). Curiosamente, Gabriel Tarde hace caer en cuenta que los bloques dominantes, que implican las ideologías triunfantes, son los más permeables a la variación en tanto que son los más directamente expuestos y vulnerables a los contactos con otras estructuras ideológicas (emisiones de lo ajeno). En principio se podrían reconocer dos grandes estratos que componen estos bloques: el estrato profundo, encargado de la producción del maquinismo, y el estrato superficial, expuesto al encuentro y al contacto con lo diferente. Deleuze, siguiendo a Tarde, invierte el concepto interno-externo y percibe en las coberturas, en las interfaces, en las superficies, de estos bloques, el lugar de la profundidad, el lugar del deseo, el lugar que transforma el maquinismo y no el lugar que es transformado por el maquinismo (ver diagrama adyacente). Esto quiere decir que es en este estrato superficial donde el poder que poseen las ideologías dominantes ya no se utiliza para posicionarse ni mantenerse en el morar que ellas presuponen, sino para hacer posible un combatir, un discurrir, un aprender, un imaginar, un proponer; en definitiva, un aventurarse. Habitar no es ese momento privilegiado del triunfo en que el combate llega a su fin, sino un vivir que es a la aventura como la aventura es al habitar. Habitamos sólo en las creencias que habilitan los deseos y no en los deseos que habilitan las creencias. Habitar no se trata de una competitividad del más apto o más adecuado que surja de acuerdo con la normativa de un laisez faire amañado; ni tampoco un asunto de servicios sacrificados o sacrificios serviles que nos conviertan en una carroña a la que eufemísticamente nos ha dado por llamar héroe o mártir; sino un asunto de composiciones en movimiento entre unos territorios, unos cuerpos y unos saberes donde ellos 53
Ese inicio que implicaría a la habitabilidad sería un acto de resistencia relacionado directamente en un atreverse a vivir la diferencia en sí misma; sin hacerla pasar por lo negativo que subyace a la identidad. Hacer alcanzar a la diferencia un grado de positividad tal que la convierta en el objeto de una afirmación que le libere una potencia de agresión y de selección, que destruya cualquier peligro que la haga entrar en oposición o contradicción. Diferencia diferenciante, diferencia difiriendo. Asumir el inicio es asumir la repetición pero de lo diferente diferentemente. Nos dice Blood: “Lo mismo no retorna más que para traer lo diferente”. Perseverar no es repetir lo idéntico; perseverar es un continuo aprendizaje emprendedor que teatraliza y encarna ese continuo iniciarse. Perseverar, no reiterar. Habitar no es una moral, no tiene nada que ver con la categoría moderna del hábito ni con la categoría antigua de la reminiscencia. Qué difícil es alcanzar esa revelación incondicionada del iniciarse, en tanto que implica una desfundamentación del hábito y de la memoria y un asumir ese YO de lo problemático y de la pregunta que nos abre al porvenir. Disolverse para potenciar lo nuevo; disolver ese pasado y presente confluyentes y habitarnos en esa intempestividad concomitante al inicio que nos conduce, ya no a un presente eterno fatal sino a un presentarse permanentemente. “No ver en el pasado y en el presente sino dimensiones del porvenir... Noviazgo entre un Dios muerto y un yo disuelto... (para no caer de nuevo en las inhabitabilidades de los automatismos). Tras las máscaras hay, pues, otras máscaras, y lo más oculto es, a su vez, un escondrijo, y así hasta el infinito. Ninguna ilusión sino la de desenmascarar a algo o a alguien”. DELEUZE, Gilles. Diferencia y repetición. Págs. 103 y 167.
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mismos se experimentan, de muy distintas maneras, por medio de esas relaciones que surgen y ellos mismos se van creando. Habitabilidad sería acción de comunicación por fuera de las ideologías. Esta acción, como escribe George Bataille, es una acción que sólo es comunicar en tanto que las instancias, protagonistas de cada encuentro, se pongan en juego: “La comunicación no puede realizarse desde un ser pleno e intacto a otro: necesita seres que tengan el ser en ellos mismos puesto en juego, situado en el límite de la muerte, de la nada...”. (BATAILLE, Georges. Sobre Nietzsche. Pág. 50).
Comunicar, entonces, no sucede entre sujetos que posean una exactitud y un pleno dominio de sentido entre sus recepciones y emisiones o desde un sujeto incontaminable que imparta dogma. Aquí de lo que se habla es de un comunicar que, como dramaturgia, sea capaz de construir cuerpo, saber y territorio tanto en términos físicos (bioquímicas del cuerpo y geologías del territorio) como en términos mentales (psicologías del cuerpo y sociologías del colectivo). Más que habitar en la certidumbre que presupone un lenguaje consolidado sería comenzar a asumir ese instinto que nos conduce a donde ocurren los balbuceos de lo que está naciendo, de lo que está formándose, de lo que está a punto de acaecer. No habría aristocracia aristotélica, ni monarca platónico capaces de virtuosismo tal que puedan, sin tacha alguna, resolver esta problemática de la habitabilidad y, si los hubiera, profanarían, como ya lo dijo Piranesi, el santuario mismo de lo que significa ésta. El vínculo de continuidad organicista entre sangre, tierra y saber no existe; la casa y su habitante, en el territorio, ya no son más la completación de un paisaje ideal; sólo queda la errancia y ver en esa errancia estos principios de definición inevitable. Sobre arquitectar El arquitectar se encuentra muy comprometido con el status quo del poder y el desear, que definen las ideologías que lo dominan; por ende, como ejercicio resulta cosmético y como habitar-construir-poetizar heideggerianos se nos presenta inaccesible. El ejercicio del arquitectar no lo estamos fundamentando en un libre ejercicio de componer, desmantelar y crear rela55
“... en estos últimos tiempos, además de que la piedra se vio relegada tras el acero, el cemento y el vidrio, es sobre todo en términos de velocidad de comunicaciones y de dominio de las informaciones que se juegan las divergencias de poderes. ¡En estas condiciones, los arquitectos ya no saben demasiado a qué santos consagrarse!... Los políticos, los tecnócratas, los ingenieros gestionan en adelante este género de cosas recurriendo lo menos posible a los hombres de un arte que Hegel ubicaba, sin embargo, en primer lugar con respecto a los demás... Quedan las vías de la teoría pura, de la utopía, de la nostalgia de una vuelta al pasado. O incluso de la contestación crítica, ¡aunque los tiempos no parecen prestarse mucho a esto! “El objeto de la arquitectura voló en pedazos. ¡Inútil aferrarse a lo que fue o a lo que debería ser! Situada en la intersección de las posturas políticas más importantes, de las tensiones demográficas y étnicas, de antagonismos económicos, sociales y regionales muy lejos de resolverse, aguijonada por constantes mutaciones tecnológicas e industriales, está irreversiblemente condenada a ser tironeada y desgarrada en todos los sentidos... ¡Imposible, en adelante, de encaramarse, de buena fe, detrás del arte o la ciencia pura! Re-inventar la arquitectura ya no podría significar relanzar un estilo, una escuela, una teoría con vocación hegemónica, sino recomponer, en las condiciones de hoy, la enunciación arquitectónica y, en cierto sentido, el oficio del arquitecto. “Desde el momento en que el arquitecto ya no tendría solamente como objetivo ser un plástico de las formas edificadas, sino que se propondría también como un revelador de los deseos virtuales del espacio, lugares, recorridos y territorio, deberá llevar el análisis a las relaciones de corporalidad individuales y colectivas singularizando constantemente su enfoque y deberá volverse, además, un intercesor entre estos deseos revelados a sí mismos y los intereses que estos contrarían, o, dicho en otros términos, un artista y un artesano de lo vivido sensible y lo relacional. ¡Entiendan bien que no tengo particularmente la intención, para hacerle asumir semejante descentramiento de su papel, de obligarlo a tenderse en un diván psicoanalítico! Por el contrario, considero que él mismo se encuentra en la postura de tener que analizar ciertas funciones específicas de subjetivaciones. En este aspecto y en compañía de numerosos operadores sociales y culturales, podría constituir un relevo esencial en el seno de las disposiciones de enunciación con múltiples cabezas, capaces de asumir analítica y pragmáticamente las producciones contemporáneas de subjetividad. En consecuencia, ¡estamos muy lejos de verlo en una simple posición de observador crítico! “¿Cómo ser arquitecto hoy? ¿Qué parte de sí mismo, él, debe movilizar? ¿Qué pesos relativos tendrán para él los promotores, los ingenieros, los urbanistas, los usuarios actuales y potenciales? ¿Hasta dónde será lícito que se abstenga de compromisos con las diversas partes presentes?”. GUATTARI, Félix. Cartografías esquizoanalíticas. Págs. 263-265.
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ciones nuevas dentro de esta triada, sino en obedecer un punto de vista ya establecido que se imparte como fórmula. Más que caos, en lo que estamos inmersos es en una entropía surgida, no por exceso de diferencia o por exceso de interrelacionalidad, sino por congestión de muchas estrategias de posicionamiento que persiguen un mismo deseo: ser las únicas y permanecer por siempre. El problema es que somos muy parecidos en tanto que nos afianzamos sobre lo mismo y estamos pidiendo todos, al mismo tiempo, lo mismo. Vínculo de sentido de muy difícil remoción. Hemos convertido nuestro saber en una disciplina cuyo significado actual, más que vida, deberíamos significarlo como muerte. Cuestionar el sentido que subyace dentro de esta triada es una condición sine qua non para que el arquitectar exista. Arquitectar entonces es un “jugarse la vida” creando nuestra propia medida de libertad posible dentro de esta triada. Arquitectar es, cotidianamente, medirnos esos niveles de servidumbre, de dominio, de evasión y de libertad que nos van definiendo tanto a nosotros como a los territorios y a nuestro saber. Es preguntarnos, recurrentemente, por él: ¿Qué deseo y no puedo aquí y con esto que vivo? ¿Qué puedo de lo que deseo aquí y con esto que vivo? ¿Qué puedo y no deseo aquí y con esto que vivo? Arquitectar, como acción de habitar, no es un saber paradigmático; es un indagar permanente por un cuándo y un dónde nos relacionamos, por un cuándo y un dónde nos desprendemos, por un cuándo y un dónde rechazamos y un cuándo y un dónde constituimos o desmantelamos unidad. Es decir, es indagar por el cómo con el que jugamos y formalizamos nuestros ahoras y nuestros aquíes. Esta voluntad de indagar asume la realidad como un hecho potencialmente continuo de experimentación lleno de desgarramientos e irrupciones. Esta acción no busca construir murallas para sedentarizarse o reafirmarse en lo ya visto o sujetarse a lo ya obtenido, busca construir puentes y explorar otras rutas que comuniquen de manera revitalizante las instancias de esta triada, y de esta forma poner a nuestro mundo en situación de devenir. La magia de esta voluntad no está en el proponer estrategias de fijación, a través de medios supersticiosos, que nos congelen en un predeterminado conocimiento; es divagación cuya auténtica magia es “encontrazar” esas rutas que nos llevan a ese punto de contacto donde se da esa poética que hace posible el tiempo en términos de su propio durar. 57
Anaximandro
Quiero sentir con naturalidad que la única espiritualidad a la que se aspira significa, sencillamente ir; ir sin disimulos; aprendiendo a acompañarme, en estos juegos de apariencia, sin recurrir a delirios de soporte externos a estos mismos juegos; sabiendo que habitarse significa precisamente viajar; viajar sin esperanzas de falsas complacencias y sin necesidad de evasiones... feliz y perfecto en mis austeras, auténticas y pasajeras completitudes. Recuerdo, ahora, lo que dice Heidegger sobre el ser: “Decir de él que está próximo, que es lo más cercano, ya supone alejarlo, pues incluso la proximidad más cercana ya contiene esencialmente la distancia. El ser nunca dista de nosotros porque es aquello a donde estamos transpuestos... el ser habla del tiempo, es algo que tiene su fundamento (implícito) en el hecho de que el ser mismo es experienciado como irrupción de la presencia y ésta, a su vez, como el tránsito de la proveniencia a la desaparición”. (HEIDEGGER, Martin. Conceptos fundamentales. Págs. 147 y 169). Sí, el ser es un ir en un ahí que sucede en un sucediendo; ser desde ese umbral que niega toda alucinación; sin renuncias, expectativas o referencias.
NIETZSCHE, Friedrich. Los filósofos preplatónicos. Pág. 48.
“A partir de donde los seres tienen su nacimiento, hacia ahí también les ocurre su destrucción, según la necesidad; pues pagan las culpas las unas a las otras y la reparación de la injusticia, según el orden del tiempo”.
... que no me dé miedo ser arrastrado por el río de Heráclito ni por el eterno retornar nietcsheano; ser un accidente spinoziano, un fenómeno kantiano, una representación schopenhaueriana o una simple duración bergsoniana. ¡Qué no me dé miedo ser vida que vive!
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Descubro que la esencia de la identidad es su existencia perecedera; que sobre el carácter se antepone una dramaturgia infinita y cambiante que se extiende en un escenario igualmente infinito e igualmente cambiante; juego maravilloso donde toda prioridad coyuntural se desvanece; máximo sublime donde hasta el átomo más inmortal se nos derrite. Abogo por una huella, reclamo una memoria, pero lo cierto es que toda pretensión deviene matiz y es cubierta o se diluye en este acto incesante del arquitectar. Sólo trato de transformar en amor ese odio que se tiene con este intransmutable; aprender a dejarse abrazar por este estar más allá del placer y del dolor que es el único que conduce a la aventura. Permitirme sentir que esta tortura es un poder implacable; estímulo que no conoce derrota; inmisericorde fragua donde se teje y se celebra lo existente. Sólo viviendo es como la vanidosa identidad va logrando purificarse, a sí misma, en materia luminosa. Al ser la identidad y su saber abiertos, cualquier respuesta es una coyuntura. Todo descubrimiento altera los parámetros que se hubiesen consolidado previamente. Todo límite sólo provoca nuevas aperturas, como toda diseminación sólo conduce a la búsqueda de un nuevo ordenamiento. El límite, al determinar la ley, unifica, pero la diseminación, al posibilitar nuevos contactos, diversifica. No se trata de ningún terrorismo; es sólo el palpitar dinámico de una identidad que quiere aprender a devenir, que se niega a ser meta y cuya única razón de ser es un inventarse continuamente. Cada límite que se levanta es distinto a los otros, cada diseminación que surge se da en términos distintos a las otras; entonces, cada coyuntura sólo resuelve una parcialidad inmediata; sólo es antídoto para una puntualidad a la que responde. Al frente sólo este campo extraordinario de incógnitas, especulaciones y silencios que pueden disponerse de infinitos modos. La totalidad es una noción que implica siempre un otro infinito que no se sospecha. Quiero cuidarme sin ejercer la ley; sin cacería de bruja alguna, con una latente, atenta y briosa naturalidad de no tener seguro nada; vivir dichoso aun sabiendo que en todo recogimiento de mi respirar se da un despliegue que al desplegarse se recoge. Ser, sin miedo, mi deliciosa lucha entre mí dogmático y mí escéptico; entre esta tranquilidad del parecer ya saberlo todo y esta otra tranquilidad de estar, sólo, dentro de un parecer que sospecho.
Ahora no solamente nos enfrentamos a la problemática de no poder concebir una habitabilidad permanente como meta absoluta, sino que, además, nos enfrentamos a una fragmentación obligada, necesaria y deseable donde la solución nunca puede ser global sino, como dijo Deleuze, orquestal (ver recuadro, pág. 35 de este texto). Se hace imposible imaginar una noción homogénea que implique, para todos, el ir de un antes coercitivo a un después liberador. Lo totalitario colapsa. Estamos en un extraño tiempo donde nos enfrentamos permanentemente a la frustración de no poder acceder a lo universal; sugestivo confinamiento liberador de nuestro ser local y de nuestro devenir innumerable lleno de incongruencias pero también de posibilidades. Más que habitar en el espacio, hoy, comenzamos a tratar de habitar en la radical inseguridad que implica el tiempo. Prigogine nos lo hace sentir de esta manera: “Imposibilidad de hablar de una evolución finalizada, hacia un estado estable, un estado en el que el futuro ya no sea peligroso. Evolución –discurso o creación– que deja de ser búsqueda de identidad, de reposo, para hacerse creación de problemas nuevos, proliferación de nuevas dimensiones. La innovación hace más complejo el medio en que se produce, planteando problemas inauditos, creando nuevas posibilidades de inestabilidad y conmoción... Nos unimos a esta idea de Whitehead en la que afirmaba que todo lo que existe se crea, unificando el medio desde su punto de vista, si bien, al unirse a ese medio, aumenta su complejidad y multiplicidad para quienes, a continuación, vayan a crear una nueva síntesis: The many become one and are increased by one. Los muchos se hacen uno y quedan aumentados en uno”. (PRIGOGINE, Ilya. ¿Tan sólo una ilusión? Págs. 97-98).
Cada vez nos encontramos más en un universo que incrementa su complejidad; para algunos, esto significará una excitante vitalidad; para otros, el irremediable silenciarse de sus posibilidades. Dejemos inútilmente de obligar a la vida a comportarse de manera sesgada; a adaptarse a comportamientos ciegos, surgidos desde un ideal que una identidad, temerosa a morir, posee. Arquitectar es asunsión permanente de dramaturgias que generan teatralidades existenciales específicas con escenografías propias y tramas accionales lingüísticas singulares que, al interrelacionarse con otras, transforman sus contenidos, sus actores y sus escenarios. Los enquistamientos, como expresiones de poder, son las respuestas de lo débil ante lo inconmensurable. Recordando a Nietzsche y éste a su vez, recordando a los aristócratas italianos del renacimiento: es el vigor 59
La fuga da palos de ciego para arrancarle a la estatua un sollozo y la referencia defiende el material para que no muestre su misterio. La piedra-referencia se quiebra y el bejuco-fuga se quema; piedra que se desea quebrar, bejuco que se puede incendiar. En toda identidad subyace un viaje de divergencias y convergencias entre estas instancias, las tendencias fugantes tenderán a evaporarse y las esencias referenciales tenderán a desmoronarse. Lo magnífico radica en cómo la energía de lo fugante, en un ir hacia adentro tanto como en un ir hacia afuera posibilita una nueva visión de tiempo, pero también, en cómo la fuerza de lo referencial permite o no permite esa posesión sobre su espacio. Resolver la diferencia y convertirla en aceleración es vivir la simultaneidad tanto de un sujeto que se dice a sí mismo: “pero cómo soy de estúpido y no permito la florescencia de mi paisaje” y de unas fugas que se dicen a sí mismas: “cómo estamos siendo de torpes al poner a volar mariposas en la nieve”. Referencia que cae en cuenta de la imbecilidad de su enquistamiento, de su no querer sino saber de eso que ya sabe; fugas que caen en cuenta de la pretensión de su propuesta al someterse como sirvientas fieles a un fantasmagórico amo cruel y elucubrar estrategias imposibles para habitar en un holograma que aún no existe o ya está muerto. Al descubrir nuestra inhabitabilidad lo que descubrimos es nuestras propias inconsistencias o nuestra propia rigidez; caemos en cuenta del desface entre las alas y el volar; plumas que se marchitan antes de nacer, vuelo que no posee alas para vivirse. Sólo se habita y se es precisamente ese juego abierto entre energías fugantes y fuerzas sujetantes percibidas en tensión. El asombro es inevitable, en la lucha, el suicida y el homicida tienen que finalmente mirarse a la cara y comprender que el divorcio es imposible, que mal que bien esas fugas detestadas han sido gallardas y han cometido el gesto con belleza y que esa terca referencia ha determinado con suficiente lógica la razón que la ha mantenido en pie. Habitar es habitarse entre la referencia y las fugas; reconocer tanto las coordenadas polares de esa visceralidad sujetante que nos determina, como las intempestivas rutas de esa otra visceralidad fugante que nos pone en devenir; es transformar el conflicto entre nuestros Capuletos y nuestros Montescos en un acto de investigación e invención.
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la fuerza que nos ubica inevitablemente dentro de lo habitable; es el vigor, no la virtud, el que nos obliga a buscar lugar, a construir lugar y a dejar lugar. La voluntad de habitar desde el vigor es totalmente distinta a la voluntad de habitar desde esa debilidad a la que llamamos virtud; esta virtud quiere conservar lugar mientras que este vigor lo que quiere es crear lugar. Todo lenguaje estipulado es debilidad y siempre constituye una habitabilidad defensiva y mecánica. Desde esta voluntad no se puede hablar jamás de lenguaje, se habla de logros, de persuaciones y disuaciones. Es desde esta voluntad donde se precipitan los dramas, los equívocos, las ambivalencias, los indiscernibles, los tanteos; donde se gestan las dramaturgias de los devenires; es allí donde las habitabilidades ocurren. Esta voluntad es la fragua, la crueldad, donde se crea todo ese sinnúmero de guiones existenciales con los que se van definiendo los cuerpos, los territorios y los saberes. Esta emergencia, sumada a este vigor, donde el deseo está inmerso, es lo que nos lleva a inventarnos. Todo constructo cuyo objetivo sea dar, por siempre, un lugar a cada cosa y poner cada cosa en su lugar es una pedantería mesiánica que pretende explicar todos los por qué, los para qué y los cómo de nuestro ser en el mundo, y de esta manera generar una falsa satisfacción que nos cancela toda incógnita. Se trata de aproximarnos permanentemente a un entender que nos habilite nuevas emociones y a unas emociones que nos habiliten otros entendimientos. Lo que se busca con este arquitectar es una conjunción; unos artificios para hacer entrar en contacto estos cerrados con estos abiertos, estos intensos con esos extensos, estos aislados y profundos con estos plurales, múltiples y diseminados.
“...dinos cómo lo más alto desciende hasta lo más bajo y cómo lo más bajo asciende a lo más alto, cómo el medio se aproxima a lo más bajo y lo más alto –de modo que ellos– llegan y se unen en relación al medio...”. (JUNG, Carl G. Parasélsica. Pág. 96).
Busquemos mutuas permeaciones entre esos antagonismos, entre hipotálamos oscuros y cortezas iluminadas; troquelemos e irrumpamos; arquitectemos plazas, puentes, túneles y recorridos entre esos extremos que aún no se tocan y no se quieren. Habitar es construir confianza entre esas instancias que aún no se reconocen; no es defender conciencia unilateral 61
“El juego que yo imagino, por el conrario, es el más completo: nada hay en él que no se ponga en tela de juicio, la vida de todos los seres y el futuro del mundo inteligible... No puedo estar en juego sin la angustia que me da el sentimiento de estar en suspenso. Pero jugar significa superar la angustia... Tan pronto como se descubre la superchería de la trascendencia, la seriedad se disipa para siempre. Sin embargo, en la ausencia de la seriedad se escapa aún la profundidad infinita del juego: el juego es la busca, de acaecer en acaecer, de los infinitos posibles”. BATAILLE, Georges. Sobre Nietzsche. Págs. 94, 134 y 188.
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territorializada. De la única manera que no sentimos miedo viendo esta película de terror es no siendo vasallos ni de lo desconocido que nos angustia ni de lo conocido que nos aburre; siendo tanto gargantas deseadas como colmillos deseantes. Este arquitectar alude a una magia poética inmanente, jamás a una superstición alienante trascendente. Ningún habitar puede mitigar el terror si se fundamenta en el querernos fijar como propiedad de una ideología. Que nuestro habitar sea un ir aprendiendo-aprehendiendo a devenir; fluyendo; con naturalidad tanto en el curso impredecible de nuestros instintos más bestiales como realizando, con celo, nuestros deseos más delirantes y vitales. Como nos dice Demócrito: “La naturaleza alegra la naturaleza, la naturaleza vence a la naturaleza, y la naturaleza domina la naturaleza”. Este construir se hace tanto a partir de un cálculo inteligente, estrategia que posee la materia para mantener su balance, como a partir de un instinto de composición, fuerza que poseen las energías para movilizar a la materia. La materia es inteligente, es pasión preservante; las energías son instintuales, son acciones transformantes. ¿Qué es, entonces, desde estas nociones, habitar? Es un juego entre permanencias dispuestas a ser plataformas de avance y avances dispuestos a conjugarse con otros avances; un juego sin principios ni finales; inocente como todo danzar dichoso. Resumiendo, estas tres instancias: territorio (hábitat como lugar de lo abierto), cuerpo (habitante habitador jugándose) y acción (habitar el problema, la pregunta y el aprender) se afectan mutuamente de forma impredecible e intempestiva haciendo imposible la concreción de una gramática total que los explique y determine sus relaciones de una vez por todas. Esto nos conduce a decir que los conceptos de verdad o error son circunstanciales al contexto de cada triada que seamos capaces de formalizar. No hacemos, por tanto, posible el habitar la vida por ser virtuosos, sino por ser vigorosos, vigorosos dentro de estos rigores.
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