Poeisis. DIez grandes poetas argentinos

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alejandra pizarnik

nĂşmero

ocho


poesĂ­a: del griego poiesis (volver materia el pensamiento)



Flora, ese ser imperfecto

cuatro

É

rase en el Buenos Aires de los años 30, Elías Pizarnik y de Rejzla (Rosa) Bromiker una pareja de inmigrantes rusos judíos que llegaba a un barrio de Avellaneda, después de haber residido un tiempo en París. Un 29 de abril de 1936, vieron nacer a su segunda hija: una niña de

ojos grandes y profundos con una mirada que suscitaba, desde el comienzo, cierto misterio. La llamaron Flora. El resto de los Pizarnik y Bromiker, (con excepción de un hermano de Elias y una hermana de Rosa) fueron asesinados en el Holocausto, lo que


para la niña debió de significar un contacto temprano con los efectos de la muerte. Como anticipaba su mirada, Flora difería de las demás niñas de aquel barrio de Avellaneda. Su infancia fue muy complicada: Hablaba el español con un marcado acento europeo y tartamudeaba. Tenía graves problemas de autoestima que la complicaron de manera obsesiva. Es posible que comenzara por esta razón a ingerir anfetaminas, por las que pronto desarrolló u n a fuerte adicción. Durante muchos años Flora realiza terapias de psicoanálisis con León Ostrov, personaje del que se dice que estuvo enamorada. En 1954 concluye los estudios secundarios y comienza un

periodo de titubeo académico. A medio camino entre las aulas de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y las de la Escuela de Periodismo, la joven procura descubrir su vocación literaria. Permaneció como estudiante de la Facultad hasta 1957 pero no acabó sus estudios. Paralelamente tomó clases de pintura con el pintor surrealista Juan Batlle Planas. Surrealismo que recorre cada trazo de su poesía. En 1955, después de haber publicado su primer libro “La tierra más ajena”, tal vez como una metáfora un cambio más profundo, Flora abandonaría aquel nombre que le habían puesto sus padres. De ahora en más nacía: Alejandra Pizarnik.

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con la presencia de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir como máximos referentes. Aquella ciudad envuelta en un clima intelectual, de arte, de poesía y música, en la que residían muchos artistas exiliados de sus tierras, impactaría de un modo positivo en Pizarnik, quien pese a la distancia de sus afectos, comienza a amar a París. Además en esos años, Alejandra conocería y forjaría una fuerte amistad con otros dos grandes escritores de su generación: el argentino Julio Cortázar y el colombiano Octavio Paz, quien escribiría el preámbulo a su libro Árbol de Diana.

París y la libertad En 1960 Alejandra deja su casa en el barrio de Avellaneda para trasladarse a la ciudad de París donde pasaría cuatro años de su vida. Por aquellos años, Paris estaba atravesada por un auge del existencialismo, seis

En París desarrolla una actividad múltiple: es redactora de la revista Cuadernos del congreso por la libertad de la cultura, pertenece al comité de colaboradores extranjeros en otra revista de la época llamada “Les Lettres” Nouvelles, y además conoce a escritores de la importancia de

Yves Bonnefoy, André Pieyre de Mandiargues y Henri Michaux. Su pasión por París durará hasta su muerte. En una carta a su amigo Juan Lescano, después de haber adandonado París, Alejandra escribía: “Estoy haciendo lo posible (es decir lo imposible) por volver a París. Allí a pesar del desamparo soy feliz. Es decir puedo escribir con libertad.”


Un final anunciado En el año 1965 regresa a Buenos Aires y aparece un nuevo libro, Los trabajos y las noches.17 Con esta obra obtiene el ­­­­Primer Premio Municipal. Corresponde a su época de plenitud, y son poemas escritos, en su mayoría, en París. Tanto en Árbol de Diana como en Los trabajos y las noches hay poemas de esperanza. Sus tendencias obsesivas se agudizan hacia el final de su vida. Sobreviene una etapa de marcada melancolía, y la sombra de la locura desquició sus últimos años. Aparecen entonces sus libros: Extracción de la piedra de locura (1968), y El infierno musical (1971). Casi todas las imágenes de estos libros son de desgarramiento y de alienación. Es en el año 1970 cuando sufre su primer gran depresión y casi no publica. En El infierno musical ya hay imágenes de principio de

locura y aparece explícita la idea del suicidio descrito con placer, como si el suicidio —el no ser— fuese un triunfo. Cada vez más se hace evidente la disociación de la personalidad de Pizarnik, las múltiples personalidades que la atormentan. Por esta época sus cartas enviadas a amigos comienzan a ser incoherentes y termina sus días viviendo en un mundo de tinieblas. Por 1972, Pizarnik ya había ingresado en un hospital psiquiátrico de Buenos Aires, tras dos intentos de suicidio. Su vida termina en un abandonarse inerte y regresivo. Se suicida el 25 de septiembre de 1972, a los 36 años, a causa de una sobredosis de Seconal en una sailda de fin de semana del hospital. Alejandra (o Flora)­se hizo poema… para siempre.

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“Escribo para que no suceda lo que temo” ra Entrevista realizada a Alejand , Moia el Isab tha Mar por rnik Piza bra, publicada en El deseo de la pala Ocnos, Barcelona, 1972.

- Hay, en tus poemas, términos que considero emblemáticos y que contribuyen a conformar tus poemas como dominios solitarios e ilícitos como las pasiones de la infancia, como el poema, como el amor, como la muerte. ¿Coincidís conmigo en que términos como jardín, bosque, palabra, silencio, errancia, viento, desgarradura y noche, son, a la vez, signos y emblemas? - Creo que en mis poemas hay palabras que reitero sin cesar, sin tregua, sin piedad: las de la infancia, las de los miedos, las de la muerte, las de la noche de los cuerpos. 0, más exactamente, los términos que designas en tu pregunta serían signos y emblemas.

- Empecemos por entrar, pues, en los espacios más gratos: el jardín y el bosque. - Una de las frases que más me obsesiona la dice la pequeña Alice en el país de las maravillas: «Sólo vine a ver el jardín». Para Alice y para mí, el jardín sería el lugar de la cita o, dicho con las palabras de Mircea Eliade, el centro del mundo. Lo cual me sugiere esta frase: El jardín es verde en el cerebro. Frase mía que me conduce a otra siguiente de Georges Bachelard, que espero recordar fielmente: El jardín del recuerdo- sueño, perdido en un más allá del pasado verdadero. - En cuanto a tu bosque, se aparece como sinónimo de silencio. Más yo siento otros significados.

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Por ejemplo, tu bosque podría ser una alusión a lo prohibido, a lo oculto.

la desgarradura. estamos heridos.

- ¿Entraste alguna vez en el jardín?

- Mientras contestabas a mi pregunta, tu voz en mi memoria me dijo desde un poema tuyo: mi oficio es conjurar y exorcizar.*

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todos

- Entre las variadas metáforas con las que configurás esta herida fundamental creo, casi con certeza, que el viento es uno de los principales autores de la herida, ya que a veces se aparece en tus escritos como el gran lastimador.*

- ¿Por qué no? Pero también sugeriría la infancia, el cuerpo, la noche.

- Proust, al analizar los deseos, dice que los deseos no quieren analizarse sino satisfacerse, esto es: no quiero hablar del jardín, quiero verlo. Claro es que lo que digo no deja de ser pueril, pues en esta vida nunca hacemos lo que queremos. Lo cual es un motivo más para querer ver el jardín, aun si es imposible, sobre todo si es imposible.

Porque

- Tengo amor por el viento aun si, precisamente, mi imaginación suele darle formas y colores feroces. Embestida por el viento, voy por el bosque, me alejo en busca del jardín. - ¿En la noche? - Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al Malo (cf. Kafka). Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental,

- Poco sé de la noche pero a ella me uno. Lo dije en un poema: Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche.* - En un poema de adolescencia también te unís al silencio.


- El silencio: única tentación y la más alta promesa. Pero siento que el inagotable murmullo nunca cesa de manar (Que bien sé yo do mana la fuente del lenguaje errante). Por eso me atrevo a decir que no sé si el silencio existe. - En una suerte de contrapunto con tu yo que se une a la noche y aquel que se une al silencio, veo a «la extranjera»; «la silenciosa en el desierto»; «la pequeña viajera». Son estas, tus otras voces, las que hablan de tu vocación de errancia, la para mí tu verdadera vocación, dicho a tu manera. - Pienso en una frase de Trakl: Es el hombre un extraño en la tierra. Creo que, de todos, el poeta es el más extranjero. Creo que la única morada posible para el poeta es la palabra. - Hay un miedo tuyo que pone en peligro esa morada: el

no saber nombrar lo que no existe.* Es entonces cuando te ocultás del lenguaje. - Con una ambigüedad que quiero aclarar: me oculto del lenguaje dentro del lenguaje. Cuando algo - incluso la nada tiene un nombre, parece menos hostil. Sin embargo, existe en mí una sospecha de que lo esencial es indecible. - ¿Es por esto que buscas figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las aluden?* - Siento que los signos, las palabras, insinúan, hacen alusión. Este modo complejo

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de sentir el lenguaje me induce a creer que el lenguaje no puede expresar la realidad; que solamente podemos hablar de lo obvio. De allí mis deseos de hacer poemas terriblemente exactos a pesar de mi surrealismo innato y de trabajar con elementos de las sombras interiores. Es esto lo que ha caracterizado a mis poemas. - El no saber nombrar* se relaciona con la preocupación por encontrar alguna frase enteramente tuya.* Tu libro Los trabajos y las noches es una respuesta significativa, ya que en él son tus voces las que hablan. Trabajé arduamente en esos poemas y debo decir que al configurarlos me configuré yo, y cambié. Tenía dentro de mí un ideal de

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poema y logré realizarlo. Sé que no me parezco a nadie (esto es una fatalidad). Ese libro me dio la felicidad de encontrar la libertad en la escritura. Fui libre, fui dueña de hacerme una forma como yo quería. - Según un poema tuyo, tu amor más hermoso fue el amor por los espejos. ¿A quién ves en ellos? - A la otra que soy. (En verdad, tengo cierto miedo de los espejos.) En algunas ocasiones nos reunimos. Casi siempre sucede cuando escribo. - Por último, te pregunto si alguna vez te formulaste la pregunta que se plantea Octavio Paz en el prólogo de El arco y la lira: ¿no sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida? - Respondo desde uno de mis últimos poemas: Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis haciendo el

cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir*.



en a aj ás m a rr ie t a L

1954

1962 Árbol de Diana

La última inocencia y Las Aventuras Perdidas

catorce

1958


El infierno musical

1971 L

a

co

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1965

es

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ta

1968 Extracci贸n de la piedra de locura

quince



La jaula Afuera hay sol. No es más que un sol pero los hombres lo miran y después cantan. Yo no sé del sol. Yo sé la melodía del ángel y el sermón caliente del último viento. Sé gritar hasta el alba cuando la muerte se posa desnuda en mi sombra. Yo lloro debajo de mi nombre. Yo agito pañuelos en la noche y barcos sedientos de realidad bailan conmigo. Yo oculto clavos para escarnecer a mis sueños enfermos. Afuera hay sol. Yo me visto de cenizas.

diecisiete


A la espera de la oscuridad Ese instante que no se olvida Tan vacío devuelto por las sombras Tan vacío rechazado por los relojes Ese pobre instante adoptado por mi ternura Desnudo desnudo de sangre de alas Sin ojos para recordar angustias de antaño Sin labios para recoger el zumo de las violencias perdidas en el canto de los helados campanarios. Ampáralo niña ciega de alma Ponle tus cabellos escarchados por el fuego Abrázalo pequeña estatua de terror. Señálale el mundo convulsionado a tus pies A tus pies donde mueren las golondrinas Tiritantes de pavor frente al futuro Dile que los suspiros del mar Humedecen las únicas palabras Por las que vale vivir.

dieciocho

Pero ese instante sudoroso de nada Acurrucado en la cueva del destino Sin manos para decir nunca Sin manos para regalar mariposas A los niños muertos


Anillos de Ceniza A Cristina Campo Son mis voces cantando para que no canten ellos, los amordazados grismente en el alba, los vestidos de pájaro desolado en la lluvia. Hay, en la espera, un rumor a lila rompiéndose. Y hay, cuando viene el día, una partición de sol en pequeños soles negros. Y cuando es de noche, siempre, una tribu de palabras mutiladas busca asilo en mi garganta para que no canten ellos, los funestos, los dueños del silencio.

Cuarto solo Si te atreves a sorprender la verdad de esta vieja pared; y sus fisuras, desgarraduras, formando rostros, esfinges, manos, clepsidras, seguramente vendrá una presencia para tu sed, probablemente partirá esta ausencia que te bebe.in embargo no dicen nada

diecinueve


OO0rĂ­gen Hay que salvar al viento los pĂĄjaros queman el viento en los cabellos de la mujer solitaria que regresa de la naturaleza y teje tormentos Hay que salvar al viento

Revelaciones En la noche a tu lado las palabras son claves, son llaves. El deseo de morir es rey. Que tu cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones.

veinte


Árbol de Diana Dice que no sabe del miedo de la muerte del amor Dice que tiene miedo de la muerte del amor Dice que el amor es muerte es miedo Dice que la muerte es miedo es amor Dice que no sabe

Madrugada Desnudo soñando una noche solar. He yacido días animales. El viento y la lluvia me borraron como a un fuego, como a un poema escrito en un muro.

Formas No sé si pájaro o jaula mano asesina o joven muerta jadeando en la gran garganta oscura o silenciosa pero tal vez oral como una fuente tal vez juglar o princesa en la torre más alta.

veintiuno


Exilio a Raúl Gustavo Aguirre Esta manía de saberme ángel, sin edad, sin muerte en qué vivirme, sin piedad por mi nombre ni por mis huesos que lloran vagando. ¿Y quién no tiene un amor? ¿Y quién no goza entre amapolas? ¿Y quién no posee un fuego, una muerte, un miedo, algo horrible, aunque fuere con plumas aunque fuere con sonrisas?

veintidos

Siniestro delirio amar una sombra. La sombra no muere. Y mi amor sólo abraza a lo que fluye como lava del infierno: una logia callada, fantasmas en dulce erección, sacerdotes de espuma, y sobre todo ángeles, ámgeles bellos como cuchillos que se elevan en la noche y devastan la esperanza.


inocencia La última Partir en cuerpo y alma partir.

El ausente I La sangre quiere sentarse. Le han robado su razón de amor. Ausencia desnuda. Me deliro, me desplumo. ¿Qué diría el mundo si Dios lo hubiera abandonado así? II Sin ti el sol cae como un muerto abandonado. Sin ti me tomo en mis brazos y me llevo a la vida a mendigar fervor.

Partir deshacerse de las miradas piedras opresoras que duermen en la garganta. He de partir no más inercia bajo el sol no más sangre anonadada no más fila para morir. He de partir Pero arremete ¡viajera!

veintitres



“Pequeña centinela, caes una vez más por la ranura de la noche sin más armas or que los ojos abiertos y el terr es lubl inso s sore inva contra los en el papel en blanco.”

O0lga

0rozco

(fragme

nto)

ar táz r o C o) Julio gment (fra

“Puesto que el Hades no existe, seguramente estás allí, último hotel, último sueño, pasajera obstinada de la ausencia. Sin equipajes ni papeles, dando por óbolo un cuaderno o un lápiz de color. —Acéptalos, barquero: nadie pagó más caro el ingreso a los Grandes Transparentes, al jardín donde Alicia la esperaba.”

la nes , e g á roz n im lo at anqui e e r e t n n d po za ota e in nik belle do d de fl a r a n a z n “Pi orosa n est o, do de u dol uce u osieg ades s d rod desa sibili .” o rep lla y p d s adi lo lida as la pes til tod pe

Ca dez n n a Ju erná H

veinticinco


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“una p oeta tradició en la que c ulminó n y co una n la qu hermé ticame e se c erró nte y un mu para s ndo.” iempr e,

César Aira

veintiseis

“desde el silencio amado nos dirás el poema que nuestros oídos mortales no podrán escuchar mientras huérfanos por tu fuga tras el jardín más bello hemos quedado más solos los poetas desde este lado, sin tus lilas, escuchando el prolongado eco de tu canción eterna, honda, triste, tristísima ya desde tan lejos.”

a aed G ) a Rit mento g

(fra


Colección

uno - Esteban Echeverría dos - José Hernández tres - Leopoldo Lugones cuatro - Alfonsina Storni cinco - Oliverio Girondo seis - Juan Laurentino Ortiz siete - Jorge Luis Borges ocho - Alejandra Pizarnik nueve - Julio Cortázar diez - Juan Gelman



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