Valenciana

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Índice 8 Presentación 12 Advertencia

Hitos 17 Hitos en la historia de la Facultad de Filosofía y Letras de 1952 a 2008

Contexto histórico y Valenciana 69 La Valenciana María Guevara Sanginés 73 La Escuela de Filosofía, Letras e Historia de la Universidad de Guanajuato. José Luis Lara Valdés 83 Origen y desarrollo de la Universidad de Guanajuato a los 280 años de sus antecedentes Luis Palacio Hernández

Celebración de los 60 años de los programas educativos de Filosofía y Letras y 50 años del de Historia de la Universidad de Guanajuato, realizada el 7 de marzo de 2012 91 Mensaje del Rector General de la Universidad de Guanajuato Dr. Manuel Cabrera Sixto 95 Mensaje del Rector del Campus Guanajuato Dr. Luis Felipe Guerrero Agripino 99 Mensaje del Director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades Dr. Javier Corona 105 La carrera de Letras Españolas a 60 años Luis Palacios Hernández 127 La filosofía en cuatro tiempos Aureliano Ortega 131 La historia por celebrar José Luis Lara Valdés

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Personajes 139 Antonio Torres Gómez. Años de gestión humanista. Ensayo de biografía universitaria José Luis Lara Valdés 147 José Rojas Garcidueñas. El erudito, sus libros, su humanismo Juan Diego Razo Oliva 159 José Rojas Garcidueñas (1912-1981) Clementina Díaz y de Ovando 163 No moriré del todo Laura Gemma Flores García 171 Luis Rius. Luis Rius, profesor y poeta Luis Palacios Hernández 181 Matilde Rangel Paloma Olivares 187 Margarita Villaseñor. Recordación de Margarita Villaseñor Carlos Ulises Mata 195 Ernesto Scheffler Vogel Rodolfo Cortés del Moral 211 Ernesto Scheffler Vogel Dr. Ernesto de la Torre Villa 215 La Gracia de un Ernesto Paloma Olivares 221 Jesús Rodríguez Frausto y el Archivo Histórico de la ug Rosa Alicia Pérez Luque 225 En homenaje a toda una vida de trabajo: J. Jesús Rodríguez Frausto Patricia Gutiérrez de Castro y Rosa Alicia Pérez Luque 229 Un hombre, un libro, una época José Luis Lara Valdés 239 Alfredo Pérez Bolde Lic. Helia H. de Pérez Bolde y Mariano Pérez Bolde H. 243 Destino y obra de Agustín Cortés Gaviño Benjamín Valdivia 251 Arturo Salazar, profesor ejemplar, leal amigo Luis Palacios Hernández 257 Por Arturo Aureliano Ortega 261 Arturo Salazar camarada e historiador Peque Gutiérrez 265 Relación de colaboradores y colaboraciones 7


Presentación

El libro que ahora presentamos, celebra los sesenta años de existencia de los estudios de Humanidades en la Universidad de Guanajuato, historia que abarca desde la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras, hasta la instrumentación de la nueva estructura académica compuesta por Departamentos, Divisiones y Campus. La memoria de nuestra vida académica se ofrece en un texto central, que expone los acontecimientos más importantes y significativos en el devenir de la institución. Entre las referencias que ubican nuestro trayecto, se recuerda la huella de algunos académicos que han aportado iniciativas, gestiones y liderazgo en la evolución y transformación de la Facultad en sus etapas relevantes. De igual modo se registran distintos momentos representativos, que van del contexto histórico del poblado de Valenciana, al entorno cultural de los años cincuentas, cuando nació la institución, finalizando con una síntesis de la historia de la Escuela de Filosofía y Letras hasta los años noventas del siglo pasado. Pero como las instituciones cobran vida por los hombres que las conducen, se incluye una sección titulada: Los personajes, que ofrece un acercamiento muy particular por parte de cada uno de los colaboradores, sección que brinda un caleidoscopio conformado por diversos registros discursivos que van desde el recuerdo personal, la anécdota, la biografía intelectual o la rememoración luctuosa. Como libro colectivo que recoge la memoria de seis décadas de historia, manifestamos nuestro agradecimiento a cada uno de los colaboradores que aquí participan, muchos de ellos profesores en activo, pero también reconocemos los aportes de quienes han estado ligados, de una forma u otra, a la existencia de la Facultad o han sido familiares, discípulos, colegas o amigos cercanos de algunos de los personajes relevantes que han construido este espacio. En especial destacamos el trabajo de Luis

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Palacios , María Guevara, José Luis Lara, Aureliano Ortega, Laura Gemma Flores, Paloma Olivares, Carlos Ulises Mata, Rodolfo Cortés, Rosa Alicia Pérez Luque, Helia Pérez Bolde, Mariano Pérez Bolde, Benjamín Valdivia, José de Jesús Gutiérrez, Luis Ernesto Camarillo, Elías Guzmán y Fernando Ramírez Hernández. Al ser un texto conmemorativo, hemos reunido como un testimonio más, los elementos centrales de la ceremonia realizada al inicio de estas festividades el día 7 de marzo de 2012, incluyendo los discursos y textos leídos en el auditorio Ernesto Scheffler por las autoridades universitarias y profesores representantes de la comunidad académica. Con la participación en la ceremonia ya aludida y con el reconocimiento explícito de las autoridades universitarias a esta trayectoria, sin duda alguna el lugar que las Humanidades han logrado en este recorrido y lo que han aportado al desarrollo de la vida institucional de la Universidad de Guanajuato, se puede constatar en la fortaleza de sus programas educativos tanto del nivel licenciatura como del posgrado, programas que articulan, en una unidad indisoluble, las actividades de investigación y de extensión, ya que la característica primordial del área de conocimiento que aquí se cultiva, no puede considerarse al margen de la vida social y cultural de su entorno, condición que le ha permitido a la Universidad de Guanajuato en su conjunto, una presencia cada vez más patente en los cambiantes contextos que caracterizan la sociedad contemporánea. Con sesenta años de estudios en las Letras Españolas y en la Filosofía, y con cincuenta años de estudios en el campo de la Historia, los estudios humanísticos en la Universidad de Guanajuato expresan muy la declaración de Dilthey cuando señala que: “Lo que el hombre es, lo experimenta sólo por medio de la historia”. Esta aseveración está cimentada en la con­ vicción de que las ciencias del espíritu son saberes sobre la cultura, la sociedad, el hombre, la religión y la historia, como saberes que intentan ser definidos desde un presupuesto fundamental: los hombres ponen en sus propias creaciones un sentido, que para ser captado, exige un método propio de comprensión. A la investigación que busca descifrar el sentido de las creaciones del hombre, de comprender sus textos y documentos, se le ha dado el nombre de hermenéutica. Cabe señalar que históricamente el problema de la hermenéutica se vincula a planteamientos propios de la teología. Así, en el cristianismo por ejemplo, tuvo que habérselas siempre con la interpretación de los textos históricos en los que se codificaron sus creencias y ello exigió la fijación de criterios de interpretación y de comprensión de aquellos textos iniciales. El advenimiento de la Edad Moderna y el desa9


rrollo progresivo del principio de la subjetividad, determinó un viraje radical en los planteamientos y principios marcados por la tradición. En este sentido, por una parte los humanistas a través de la crítica filológica aplicada a los textos clásicos, echan por tierra los rígidos esquemas de la escolástica medieval; y por otra parte, la reforma protestante opone a los principios de la tradición y de la autoridad vigentes en el catolicismo, los principios de la autosuficiencia de las Sagradas Escrituras y de la aceptación subjetiva de la misma como palabra de Dios, proponiendo una lectura personal de la Biblia. Pero es el surgir de la conciencia histórica a partir de la Ilustración con Vico y con Herder y su desarrollo a lo largo del siglo xix, lo que aportará los impulsos determinantes que harán de la hermenéutica la teoría por excelencia de la interpretación de textos históricos. Uno de los más geniales representantes del pensamiento romántico, Schleiermacher, recoge el concepto de hermenéutica del lenguaje religioso y reelabora a partir de él la teoría de cómo han de ser interpretados y comprendidos todo tipo de documentos. Su versión romántica de la hermenéutica, además de ofrecer una alternativa diversa del método positivista y crítico practicado por historiadores y exégetas de la Ilustración, echa las bases del método que harán propio posteriormente las llamadas por Dilthey “ciencias del espíritu”. En efecto, durante la segunda mitad del siglo xix y principios del xx, el fenómeno del historicismo ofrece ocasión para un replanteamiento a fondo de los presupuestos metodológicos de las ciencias históricas y sociales. En la tentativa de construcción de una Crítica de la razón histórica, tarea pendiente que había dejado la filosofía kantiana, aparecen nuevas temá­ ticas y conceptos, como la distinción entre saber explicativo (Erklären) como forma de conocimiento que rige en las ciencias de la naturaleza y el saber comprensivo (Verstehen), como modo de conocimiento peculiar de las ciencias históricas. En los años setenta del siglo xx, el problema metodológico resurge en el campo de las humanidades pero se centra ahora en las ciencias sociales.

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Identificándose al menos tres alternativas de investigación: el neopositivismo, que sale en defensa de los derechos de la objetividad de la ciencia; la fenomenología, que recoge los planteamientos de la tradición humanista europea y el marxismo, que subraya los intereses sociales que están a la base de cualquier tipo de conocimiento. Iniciados los estudios humanísticos en el año de 1952 en la Universidad de Guanajuato, se puede afirmar que han estado la altura de los cambiantes escenarios culturales que durante sesenta años se han ido configurando en diferentes estratos, por ello, en nuestro tiempo podríamos aún sostener la propuesta de Husserl en el sentido de aceptar que todo conocimiento está inserto en un tiempo histórico y en un espacio, que son el tiempo y el espacio del sujeto cognoscente.Y que éste a su vez se encuentra en un mundo dado, el mundo de la vida, en donde tanto el sujeto como el objeto de conocimiento habitan en una interacción ineludible. En este mundo de la vida es en donde el hombre desempeña su función de crear fenómenos culturales, entre los cuales se encuentran, desde luego, la ciencia y la técnica como productos históricos cuyos planteamientos y procedimientos cambian en el decurso de la historia. De esta forma, el hombre como sujeto histórico, establece horizontes de interpretación y a su vez se encuentra condicionado por el mundo histórico, social y lingüístico al que está adscrito. Esa es nuestra vida como seres humanos, esa es la dimensión que nos empeñamos en relatar y que aquí, en nuestra casa que es la Universidad de Guanajuato, con gusto celebramos sesenta años de venirlo haciendo, por lo que en este libro conmemorativo reconocemos a los profesores que con su trabajo le han dado impulso a esta labor de estudiar el mundo de la vida que se enmarca en estas latitudes del centro de México. Dr. Javier Corona Fernández Director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades Campus Guanajuato, Universidad de Guanajuato, México.

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Advertencia

El presente es un libro de celebración y no un texto de investigación histórica en rigor estricto. Celebramos sesenta años de la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras, segunda escuela de humanidades en el país. Se pretende mostrar los trabajos y vicisitudes de esta institución desde 1952, año de su fundación, hasta fines del 2008 cuando la universidad se reorganiza en campus, divisiones y departamentos, diluyendo el nombre genérico de “Facultad de Filosofía y Letras” enunciado clásico que ha agrupado las diversas disciplinas abocadas a las humanidades. De igual forma, se busca destacar la relevancia que ha tenido la facultad —asociada en su identidad al ex convento de Valenciana— en su papel de generadora y difusora del saber humanístico en su contexto local, regional y nacional, con la finalidad de otorgar merecimientos a todos aquellos esforzados que labraron con su trabajo intelectual la solidez de los estudios que tienen al ser humano como centro de su reflexión; dar, así mismo, argumentos de identidad y compromiso a los que hoy siguen haciendo realidad la exaltación de los más caros valores humanos. Los jóvenes que recién ingresan a sus aulas, y los que en el futuro lo harán, encontrarán en estas páginas las razones del noble orgullo para transitar por los caminos de las ciencias humanas y los ámbitos universitarios. El no presentarse como un trabajo de investigación histórica rigurosa, no evitó tener en consideración trabajos de indagación laboriosa. Principalmente se siguieron las rutas de la investigación realizada por Luis Ernesto Camarillo Ramírez, Elías Guzmán López y Fernando Ramírez Hernández, preparada en 2002 con motivo del 50 aniversario de las carreras de Filosofía y Letras españolas; trabajo inédito llamado “Apuntes para la historia de la Facultad de Filosofía y Letras” y que fue revisado y ampliado para el sustento del presente texto por parte de Luis

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Ernesto Camarillo, en particular, quien además facilitó imágenes de documentos y material fotográfico ilustrativo. En dicha investigación se pueden consultar las puntuales referencias a las fuentes y detalles (a veces con exceso de meticulosidad) de las opiniones de personajes ligados a la vida de la facultad. Material de base para un futuro trabajo de investigación histórica que se pretenda exhaustivo. Se tuvieron a la vista y se correlacionaron otras fuentes de información como documentos de archivos, grabaciones, datos en entrevistas y textos testimoniales recientes a personajes protagonistas en la vida de la facultad principalmente la relativa a los últimos diez años. Destaco aquí la efectiva labor de búsqueda y escaneo realizada por Marina Rodríguez (de la Biblioteca Luis Rius, en Valenciana) quien localizó y separó los docu­ mentos —en el periodo de la década de los cincuentas— cuya pertinencia histórica y significativa merecieron aparecer en la presente edición. Las “citas” (entrecomillados) corresponden a las referencias puntuales de “Apuntes…”, a menos que en la redacción se contextualice la fuente respectiva cuando sea necesario; sin embargo, en beneficio de una lectura fluida, se intenta prescindir de estos mecanismos. El texto implica una “referencia cruzada” en cuanto a la información mostrada en estos Hitos, en relación con la ampliación y matices personales ofrecidos en los artículos y ensayos que acompañan la edición en la sección llamada Personajes. La reproducción de documentos y fotos de época, se pretende funcionen como referencias en el rigor de la información expuesta al tiempo de discurso visual acompañando al texto. Luis Palacios Hernández 13


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Hitos

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Guanajuato antes de 1950

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Hitos en la historia de la Facultad de Filosofía y Letras De 1952 a 2008

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n febrero de 1952 se funda la Facultad de Filosofía y Letras en la ciudad de Guanajuato. Segunda en el país después de la unam. Se profesionalizan los estudios humanísticos en provincia gracias a la visión del gobernador en turno, José Aguilar y Maya y del rector Antonio Torres Gómez quienes —continuando la obra iniciada por el licenciado Armando Olivares Carrillo, plasmado en el Plan integral de Consolidación del Proyecto Universitario—, bajo la articulación de dicho proyecto, hacen realidad igualmente a la Facultad de Química, la Escuela de Medicina, la Orquesta Sinfónica de la Universidad, la Escuela de Música, la Escuela de Artes Plásticas, la Escuela de Arte dramático y el Teatro Universitario que, un año después, deslumbraría a las artes escénicas del país con la puesta en escena de los Entremeses cervantinos en la plaza de San Roque. El periódico local Estado de Guanajuato —muy leído y creador de opinión en esa época— dirigido por Erasmo Mejía Ávila, anotó el sábado 19 de enero de 1952: “Desde este año funcionarán en nuestro máximo centro de estudios dos Facultades más: la de Filosofía y Letras y la de Arte Dramático, así como se creará la Orquesta Sinfónica de la Universidad”. Es notorio el énfasis puesto en la valoración de las disciplinas artísticas y humanísticas: filosofía, letras, música, pintura y grabado, el cultivo teatral… áreas todas que consolidan el concepto mismo de “Universidad” sin las cuales un centro de estudios superiores quedaría relegado a un conjunto de escuelas técnicas o tecnológicas —en conjunción con los estudios jurídicos— sin que se pudiera hablar de un hombre pleno, galvanizado por los “estudios humanísticos”, que diría Alfonso Reyes. Y aunque casi una década atrás la institución había pasado de ser “Colegio del Estado” a “Universidad de Guanajuato”, los años cincuenta fortalecieron la vocación universitaria al abrir, formal y académicamente, estas disciplinas practicadas, sin embargo, mucho tiempo antes en cursos, cenáculos y talleres colmando la necesidad humana del cultivo de la creación y la reflexión. 17


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Periódico Estado de Guanajuato p

I De esta manera llegaron a la ciudad los jóvenes profesores recién egresados de la Universidad Nacional, Luis Rius Ascoitia, Michelle Albàn Camoin, Francisco Carmona Nenclares y Ricardo Guerra, todos ellos motivados por el salmantino José Rojas Garcidueñas; había principalmente dos razones tras estos fundadores: el afán de la unam de descentralizar los estudios hu­manísticos a lo ancho del país y el reto de abrir senderos en tierras nuevas y en su desarrollo mismo tanto vital como profesional. Significativamente, por este año del cincuenta y dos, se construía el Auditorium, en lo que hoy conocemos como el “Edificio Central” de la universidad y seguían los trabajos con el resto del conjunto que culminarían en agosto de 1955. Edificio que da cuenta en su propia fachada —al lado de la majestuosa escalinata— de las escuelas y facultades hacía poco realidades: nombres en cantera verde que atestiguan esos años fundamentales para la Universidad de Guanajuato; presencia simbólica, material y orgánica de la Institución.

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rq. Vicente Urquiaga Rivas, José Aguilar y Maya, A Antonio Torres Gómez

Construcción escalinata p

Sin contar con espacio (ni menos sitio) propio, la recién creada Facultad de Filosofía y Letras —que fue el nombre oficial en su creación— ocupó algunas aulas y lugares de la Escuela de Derecho en ese mismo edificio central en virtud de los horarios al alcance: las aulas matutinas, en su uso, por Derecho (en su uso por derecho) y las vespertinas por Filosofía y Letras de las cuatro a las nueve de la noche en función de sus tiempos regulares. Al año siguiente llegan Luis Villoro para filosofía, Horacio López Suárez— amigo inseparable de Rius en sus andanzas académicas y amistosas en Guanajuato— junto con José Rojas Garcidueñas para las cátedras de letras, quien recibe su nombramiento oficial como director de la naciente institución humanística. Con el “Bachiller” Rojas Garcidueñas al frente, se formaliza la carrera de Filosofía, en este año del cincuenta y tres, sin menoscabo de los cursos de filosofía que, desde un año antes, venían impartiendo Ricardo Guerra y Carmona Nenclares.Al mismo tiempo se ofrecen, como materias optativas para la carrera de Letras, los cursos de Literatura Dramática e Historia del Teatro, ambas curriculares en la Escuela de Arte Dramático, iniciada en el año fundador de 1952. En ambas carreras estaban 19


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AP/Pilar Rioja

p Luis

Rius y Ricardo Guerra

t Escalinata

terminada 1952 Conferencias A u 1952 Conferencias B u

presentes varios cursos de Historia de México. Paulatinamente se integran al cuerpo de profesores José Pascual Buxó (Letras), Adolfo García Díaz (Filosofía), Rafael Segovia y Matilde Rangel (Historia). El año de 1955 —a tres años de fundada la Facultad— fue primordial para la vida de los estudios. Cierto, se frustró el intento de ampliar de tres a cuatro años la duración de las carreras “era muy prematuro hacerlo”; José Rojas Garcidueñas tuvo que retirarse de la Dirección dados su fuertes compromisos con el Seminario de Cultura Mexicana y de la Academia Mexicana de la Lengua y otros cargos que lo imposibilitaban para estar al frente en Guanajuato; se responsabilizaba a Luis Rius como “encargado de la Dirección”, dada la condición de extranjero que el poeta Rius tenía. En el desempeño de esta función, el joven profesor Rius, presenta un proyecto, avalado académicamente, donde solicita la aprobación de un Reglamento interno de la Facultad “con la intención de que la institución cumpliera con las finalidades para las que había sido fundada: [...] la

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formación de profesores universitarios de nivel facultativo y medio; la investigación de los problemas de su competencia; su organización como Centro de Investigaciones Humanísticas”. Como se ve en estos enunciados, se perfilaba desde entonces las directrices de lo que, han sido y son, los objetivos centrales del quehacer humanístico. Al mismo tiempo —en un generoso alarde de apertura académica— Luis Rius solicita, avalado por la Academia de la Facultad, que se nombren profesores honorarios a José Gaos, Edmundo O’Gorman,Alfonso Reyes,Agustín Millares Carlo, José Rojas Garcidueñas, Amancio Bolaño e Isla y Julio Jiménez Rueda. Ya para entonces se prefiguraba la importancia que la vida cultural ocupaba, y debe ocupar, en las tareas universitarias. El 3 de agosto de este año del 55, el secretario general de la Universidad, solicita a Luis Rius proporcione “nombre de intelectuales de categoría” a quienes invitar para la inauguración del nuevo edificio central de la universidad a realizarse el día 20 de este mismo mes. No era para menos, la Universidad de Guanajuato se disponía a estrenar el emblemático edificio central que se habría de constituir en uno de los signos identificadores del panorama urbano de la ciudad y centro neurálgico de la vida universitaria.

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Petición a Rius p t 1955

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Rius encargado de la dirección


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p 1957

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Renuncia Rius Patio de estudios u

Pero no todo era miel sobre hojuelas. A finales de este año, Luis Rius presenta su renuncia como encargado de la Dirección de Filosofía y Letras y solicita licencia —“por un año y sin goce de sueldo”— a las materias correspondientes a las carreras de Letras y Arte Dramático. Para entonces existía una cierta animadversión por la presencia española que restaban espacios académicos a los nacientes ánimos del nacionalismo mexicano en los ámbitos de la cultura propia. Al término de esta etapa cautiva, en marzo de 1957, Rius hace llegar su renuncia “dolorosa” y expresaba su gratitud a estudiantes, profesores y autoridades por “los cuatro años que viví al servicio de esa Casa de Estudios”. Se había construido un magno edificio central y aparecían puestos los cimientos de los estudios humanísticos. En armonía con la Orquesta, daba fin el primer tiempo del concierto inaugural; un allegro optimista lleno de ilusiones y campos vírgenes por sembrar.

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II El desplazamiento de la presencia española trajo consigo el relevo de varios profesores venidos principalmente de la ciudad de México y la incorporación a la docencia de los muy recientemente egresados. De esta manera llegaron Rubén Landa, Carlos Félix Lugo y, a través de éste, el profesor Ernesto Scheffler. Las noveles profesoras representadas por Amalia Ferro —primera titulada en Letras— y Gilda Puga, al inicio de esta etapa. Estos cambios y nueva situación fueron encabezados por la maestra Matilde Rangel quien contaba con los antecedentes académicos y la experiencia de los primeros años para ocupar la Dirección de la Facultad. Todo esto pasaba en el lapso de 1956 al 59. Desde los orígenes, profesores y estudiantes se habían sumado en forma muy natural a la vida teatral impulsada por Enrique Ruelas, quien convivía en la currícula de la carrera de Letras con los cursos de Arte dramático, amén de encontrar en el cuerpo colegiado el entusiasmo por el teatro del siglo de oro que cristalizaría en la puesta en escena de los Entremeses cervantinos y otras piezas de época en las plazas de Guanajuato. Foto: Gustavo López

p Matilde

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Rangel

1956 Informe Mati u

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Café Carmelo u

Mucho se ha escrito sobre esta época pionera: las reuniones y las charlas sobre proyectos e inquietudes en La Casa del Venado, en la Casa de la República (vivienda de los peninsulares Rius y Horacio López Suárez) y posteriormente en los altos de la casa del poeta e historiador Agustín Lanuza, en La calle de Alonso; sin olvidar, no sería por menos, las tertulias en el café-librería de Don Lupe Herrera en El Gallo Pitagórico (esquina de la calle de Alonso con la de Juárez) y las noches festivas en el Café Carmelo en la plaza de la Paz; vivencias recreadas con gala de imaginación por Jorge Ibargüengoitia en su novela nostálgica, Estas ruinas que ves, vivificada en Cuévano y sus habitantes coloridos. Dos documentos vale la pena traer a la memoria en consonancia con lo anterior. Uno de ellos es la “atenta súplica” que le dirige el se­cretario general de la universidad, Pedro F. Ortiz, a la directora Matilde Rangel donde le solicita la justificación de las inasistencias de los estudiantes cuando éstos “tengan que intervenir en las representaciones universitarias tea25


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t 1956

trales”, petición muy halagüeña al venir de tan alto funcionario, pero muy lógica y natural cuando el propio “Perico” Ortiz actuaba en el papel de “soldado” en el entremés de La guarda cuidadosa de la trilogía entremesina. El otro documento memorable es el recibido por la maestra Rangel de parte de Jorge Ibargüengoitia que se revela como un testimonio de primera mano del quehacer y sentir del escritor guanajuatense (más tarde, él mismo “cuevanense”). En él da cuenta de sus datos biográficos y años de formación profesional; de su producción creativa en el terreno dramatúrgico hasta esos momentos (enero de 1958), sus pretensiones económicas y, quizá lo más importante, su deseo de “trabajar con Ruelas en la dirección o en cualquier otra ocupación que hubiera en la escuela de teatro”. Muy sintomático este documento que evidencia el arraigo de Jorge a su terruño y el dejo de orgullo que la práctica teatral guanajuatense permeaba en el panorama nacional al tiempo que le gratificaba un desarrollo dramatúrgico que en esos momentos, con su producción y práctica en la metrópoli, lo tenía muy decepcionado. La precaria situación de la facultad no favoreció la adscripción del escritor dramaturgo a la nómina

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Justificar inasistencias


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Petición de J. Ibargüengoitia 1

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1958 Petición de J. Ibargüengoitia 2 p

universitaria; dado el caso, quizá los derroteros de la carrera de letras, del teatro universitario y de la misma vida de Ibargüengoitia, hubieran sido en algo diferentes. Sin embargo el escritor no cejó en su empeño, seis años después, colaboró en un programa de verano llamado del Antioch College, impartiendo cursos de literatura mexicana y acendró su amistad con Margarita Villaseñor como bien lo recuerda ésta en su remembranza Conversaciones frente al mar de la presa… (con Jorge Ibargüengoitia). Otro documento, fuera del contexto teatral, es el enviado por el poeta Octavio Paz a la misma maestra Rangel para que “preste su benévola atención” a la solicitud de un profesor para las cátedras de literatura mexicana e iberoamericana. Relevante para la vida académica de la Facultad en este lapso, fue el cambio de cuatro años, en vez de tres, de las carreras de filosofía y letras españolas (1957); dos fueron los argumentos centrales: obviar la revalidación con los planes de la unam (que seguían siendo el modelo académico) y fortalecer los contenidos de la currícula que ofrecía el grado de “Maestría”. En este mismo año, Horacio López Suárez, diseña y organiza los 27


CP/Fundación Ruelas

CP/Joy Laville

p Jorge

Ibargüengoitia en Valenciana

1964 Enrique Ruelas en Valenciana p

Cursos de Verano (previos a los del Antioch College) con los mismos profesores de la Facultad y en iguales espacios del edificio central con horarios matutinos. En la existencia documental de este Programa, López Suarez, fungió como secretario, mientras Raúl Aranda, secretario de la universidad, firmaba como director honorario. En realidad el profesor López Suárez era el responsable de todo el funcionamiento, no dejaba de lado su ejemplar Blue Book donde se consignaban las universidades norteamericanas potenciales de alumnado. En la vida del programa, se llegó a contar con cerca de 250 estudiantes extranjeros recibiendo los cursos de lengua y cultura mexicana impartidos por el profesorado entonces existente. Más tarde sería la maestra Matilde Rangel la responsable de la conducción de dicho programa. La construcción del edificio académico de los estudios humanísticos seguía su marcha. Terminaba el segundo tiempo del concierto de las humanidades. Movimiento andante asociado a los espacios del edificio central universitario, casa matriz propiciando el “hijuelo” que pronto sería cepa del cactus suculento de los estudios humanísticos.

III Culminado el periodo directivo de la maestra Matilde Rangel, se realizó una votación profesoral para ocupar la dirección. Con el mayor número de votos, resultó electo el profesor Ernesto Scheffler quien fue designado por rectoría en abril de 1959. De amplia cultura y vocación filosófica, el neokantiano profesor Scheffler enfrentó la carencia de los espacios físicos, la escasez de profesores de tiempo completo y la limitante de los estudian-

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1956 Petición Octavio Paz u


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1959 Académicos de la Facultad p

tes en horarios vespertinos. A diferencia de años anteriores, se evidencia una mayor presencia de los profesores recién egresados de las propias carreras: Magdalena Puga Rendón, Laura Cos, Xóchiltl Robles, Ma. de los Ángeles Moreno, María Medina, Ma. del Carmen Esquivel.y Virgilio Fernández quienes se sumaban a los cercanos incorporados de tiempo antes; Matilde Rangel, Amalia Vallejo de Ferro, Gilda Puga,Victoria Báez y Luis Rionda Arreguín. Este fenómeno habría de disponer lo que, desde entonces el mismo profesor Scheffler, calificaría de “incesto cultural universitario”. Una especie de péndulo de presencias: si antes dominaban los venidos de fuera, ahora los locales vernáculos ocupaban las cátedras. A tres años cumplidos en el cargo directivo, se convoca la reunión académica de la cual surge una terna, consecuencia de tal, resulta reelecto Ernesto SchefflerVogel (en el cuarto mes de 1962). En marzo de este mismo año se anuncia, dentro del “Plan de Acción de la Universidad de Guana­ juato” orquestado por Armando Olivares Carrillo, la necesidad de crear la carrera de Historia al interior de la Facultad de Filosofía y Letras. De acuerdo con el impreso que anuncia las carreras y los cursos correspon-

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p 1959

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Ernesto Scheffler director

Ernesto Scheffler efecto u

dientes a 1962, se organizan los semestres y materias de la carrera de Historia que coinciden puntualmente con el “Anteproyecto” de 1960 signado por Matilde Rangel y Ernesto Scheffler; en ese mismo impreso se puntualiza que “el período de inscripciones de la Universidad de Guanajuato, abarca del 13 al 31 de enero de cada año”. Paralelamente, se reformularon los planes de estudio de las carreras de Letras Españolas y Filosofía para emparejar el sistema de asignaturas seriadas y opcionales a lo largo de cuatro años. Los afanes para la creación de la carrera de Historia databan de una década antes, cuyos esfuerzos para su creación se remontaban desde la época de Rojas Garcidueñas y el tesón de la maestra Rangel, el auxilio del arquitecto y teórico del arte Paul Gendrop y la decisión de Ernesto Scheffler. El crecimiento del alumnado —en virtud de la nueva oferta de la carrera de Historia—, la ampliación del profesorado por las mismas razones y las necesidades de los servicios escolares, empujaron a las autoridades universitarias a buscar un diferente espacio físico para la extendida Facultad de Filosofía y Letras. En agosto de 1963, la Facultad se asienta en una sección de las instalaciones de la Escuela de Arquitectura (hoy “Unidad Belén”) cuya manzana, frente al Mercado Hidalgo, comprendía tres accesos: por la calle de Mendizábal, por la avenida Juárez y por el Jardín Reforma; esta última 31


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1962 Materias anverso p

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1960 Anteproyecto Historia

1962 Materias reverso u

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Biblioteca Olivares en los sesentas

sería la utilizada por los profesores y estudiantes de humanidades ya que el portón de entrada conducía, escalera abajo, a un pequeño patio donde se ubicaban los salones, baños y un modesto espacio para los trabajos administrativos; también del portón, escalones arriba, se llegaba (llega) a la magnífica Biblioteca Armando Olivares (reubicada ahí un año antes y en honor al ilustre rector) cuyo rico acervo (de cerca de 30,000 volúmenes) conjunta principalmente obras del siglo xix y xx, escritas en diferentes idiomas, libros antiguos con el ex libris del propietario, marcas de fuego y otras riqueza bibliográficas. Cambio e instalaciones que animó a los profesores de Filosofía a ser sede de un propicio Coloquio de Filosofía donde participaron universidades como la UNAM, la de Nuevo León, la Veracruzana y los anfitriones de Guanajuato. El evento tuvo una duración de cuatro días. Esta segunda etapa de identidad física, no podría estar completa sin la imagen vivencial de las tardes cotidianas compartidas en las bancas rodeadas de árboles y arbustos del Jardín Reforma (también llamado Morelos) vigilado por la escultura, concebida por el artista Gorky González, en pedestal olímpico del minero empuñando la máquina perforadora de rocas argentíferas. Clases y conferencias, consulta y lectura en la 33


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Biblioteca Olivares hoy p

Olivares y las charlas fraternas en el jardín, constituyeron el signo de los tiempos. Recuerda Luis Rionda: “Los profesores de filosofía, letras e historia convivían armónicamente con los profesores de arquitectura: Paul Gendrop, Luis Ortiz Macedo, Luis Lajous, Lozano Ramos, y el colega de letras Manuel de Ezcurdia …” hasta que Víctor Manuel Villegas Monroy, director de Arquitectura, mandó tapiar con tabiques la puerta que comunicaba los dos espacios, el área de Filosofía y Letras y los de Arquitectura. Para entonces se había fortalecido la presencia de la opinión estudiantil a partir de “La sociedad de alumnos”, las colaboraciones en la revista Colmena universitaria, los programas en Radio Universidad, el seguimiento en la vida cultural con buenas conferencias, la participación en la vida teatral y el fomento de la educación cinematográfica a través del Cine Club de la Universidad de Guanajuato. Fue también la época de estudiantes y jóvenes profesores, que más tarde algunos se desarrollarían en los niveles del posgrado allende Guanajuato, como Margarita Villaseñor (de la primera generación de Letras), Susana Franco, Georgina García Gutiérrez, Ignacio Sosa,Velyna Ramírez, Alfredo Pérez Bolde y Modesto

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Restauración del ex convento de Valenciana. 1962-1964

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En la década de los sesentas —bajo el rectorado de Eugenio Trueba Olivares— se dan los primeros pasos para las mejoras del conjunto monumental, nominado genéricamente “Valenciana” que comprende la iglesia dedicada a San Cayetano Confesor (1788), al exconvento de los Tiatinos —nunca en uso como tal, en funciones de hospital y, finalmente, Colegio de Santa María— y al mismo poblado minero donde se localiza la rica mina de Valenciana. En el pasado inmediato, se había publicado la única monografía que daba cuenta del valor artístico y patrimonial de este sitio, Valenciana, de Antonio Cortés (1933) quien al mismo tiempo se dolía del estado ruinoso y lamentable de este com­plejo religioso; mismo tono de alerta que emplearía el artista Manuel Leal en su artículo “Valenciana” publicado en la revista Umbral Nº 24, ug, enero-febrero de 1945; ahí denuncia “sus arcadas casi derruidas, hierbajos que crecen en todos sitios; puertas finamente talladas lamentablemente hechas pedazos. Distantes uno del otro dos brocales desportillados coronados de herrumbrosos horcajos de hierro de especialísimo arte, y de los cuales les penden ropas de la pobre gente que cuida el hoy desolado lugar…” Se revive el interés del patrimonio arquitectónico y artístico cuando Justino Fernández, director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la unam, solicita a Víctor Manuel Villegas, miembro de ese Instituto, que elabore una monografía sobre el templo de Valenciana con el fin de consignar

la valía estética de este monumento religioso en el mapa del patrimonio artístico mexicano. Corría el año de 1960. En este mismo año de 1960, el gobernador J. Jesús Rodríguez Gaona, según consigna la publicación Valenciana y el churrigueresco de Víctor Manuel Villegas (ug, 1989), “proporcionó los fon­ dos para emprender los primeros trabajos de consolidación de la parte más afectada”. A estos esfuerzos gubernamentales, para septiembre de AH/Universidad de Guanajuato

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Exconvento sin restaurar 1

Exconvento sin restaurar 2 p

1961, se unen los de la Secretaría de Patrimonio Nacional en las personas del abogado Eduardo Bustamante y del arquitecto Guillermo Rosell, se­ cretario y oficial mayor respectivamente de esta Secretaría, quienes visitan el conjunto y “cooperaron con el gobierno local para realizar la obra más urgente de restauración de los corredores del exconvento”. Con fecha del 5 de noviembre de 1962, Adolfo López Mateos, publica el decreto presidencial gracias al cual el inmueble del exconvento pasa a ser propiedad de la Universidad de Guanajuato, originalmente para que dicho edificio restaurado, llegara a albergar a la Escuela de Arquitectura —fundada en 1959— y a la Escuela de Ingeniería. Con ello se inician los trabajos de restauración encabezados por el arquitecto Víctor Manuel Villegas tal y como se detalla, con abundancia de textos, planos y fotografías, éstas, autoría del fotógrafo Francisco Ballesteros, a lo largo del texto antes aludido. En ese mismo texto se consigna en forma clara que “las obras de restauración del exconvento

se concluyeron en 1964 y fueron inauguradas por [el presidente de México] Adolfo López Mateos”. Al considerarse, por parte de Arquitectura e Ingenierías, que el espacio sería insuficiente, tres años más tarde en el edificio restaurado “quedaron alojadas en él las aulas de la Escuela de Verano [las llamadas del Antioch College, de los Grandes Lagos de eua] y las de Filosofía y Letras”.

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Exconvento en restauración 3 p

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Foto: LPH

p Acceso

Biblioteca Olivares

Ortiz Prado —egresado de la primera generación de Historia que se integró al cuerpo docente de esta carrera al ganar un examen de oposición. Al mismo tiempo comenzaron a oírse algunas voces discordantes y contrarias a la existencia de la facultad —inclusive de altas autoridades universitarias— que clamaban por su desaparición por ser “muy onerosa” y que “no tenía sentido”. Llegado el año de 1967 y la nueva rectoría de Euquerio Guerrero; se le propone al profesor Ernesto Scheffler el cambio de instalaciones de Arquitectura (y por consecuencia de la grata Biblioteca Armando Olivares) al recién restaurado ex convento de la orden de los tiatinos, adyacente a la iglesia de Valenciana. En el hecho subyacía la paradoja de que dicha restauración había sido responsabilidad del mismo arquitecto Víctor Manuel Villegas cuyo proyecto estuvo jalonado con la intención de albergar a la Escuela de Arquitectura (amén de vivificar el conjunto iglesia ex convento convertido éste en refugio de animales y escenario de película). 37


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Restaurado el convento (1964), inaugurado con pompa por el presidente de la República Adolfo López Mateos y, en abril de 1965, celebrado ahí el Primer congreso nacional de arquitectos de la república mexicana. Los de arquitectura deci­ dieron que no era lugar adecuado para sus fines de vastos muebles restiradores y optaron por seguir vecinos de Belén, donde permanecen hasta ahora (2012). En la democracia de la vida de la Facultad, el maestro Scheffler convoca a una sesión plenaria de profesores y estudiantes para discutir las ventajas del tránsito a Valenciana. Previamente había realizado un sondeo conjetural en compañía del maestro Luis Rionda, en mesa de café frente hoja dividida; la opción se abría entre los que podrían aceptar “subirse” a Valenciana o a aquellos que querían permanecer en el espacio tapiado de la Escuela de Arquitectura. La elección era importante,Valenciana era entonces casi un pueblo olvidado cuyo único destino era el de los trabajadores del centro minero y los esporádicos visitantes de la iglesia churrigueresca. En cerrada votación, con algunos votos a favor, se ganó el cometido de ocupar el edificio hasta entonces sólo utilizado por el programa de verano llamado del Antioch College (Universidades de Los grandes lagos de Estados Unidos) los fines de semana y sólo los dos meses veraniegos —desde 1964— cuando Arquitectura sesgó su intención de ser sede. Fue entonces que el referido programa lo equipó con un buen acervo bibliográfico y amuebló —con enseres a tono del edificio diseñados ex profeso por el arquitecto Luis Ortiz Macedo— salones, auditorio, la propia biblioteca y oficinas administrativas. Con todo ello, el profesor Scheffler hizo llegar un documento a la rectoría asumiendo el cambio y arguyendo las suficientes razones para aceptar el traslado. La rectoría lo hizo suyo y en noviembre de 1967 la Facultad se instala en el ex convento restaurado. A partir de este momento es que podemos hablar de un sello de identidad de los estudios humanísticos asociados con los espacios de Valenciana: El término “Valenciana” como sinónimo de Filosofía y Letras. Ello constituyó el tercer y vigente ámbito definitorio de las humanidades en la Universidad de Guanajuato.

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Jardín Reforma en 1966 p


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p Valenciana

en los sesentas

El histórico 1968 testimonia el relevo del profesor Ernesto Scheffler por la persona del maestro Luis Rionda —cuyo nombre había aparecido en la terna de 1962— quien asume la dirección de la Facultad en el edificio de Valenciana, en cuyo auditorio, Luis Rionda había realizado su examen recepcional de grado de Maestro en Filosofía en diciembre del año anterior, evento que fue el primero efectuado en esas instalaciones. Las circunstancias no fueron del todo fortuitas: en el transcurso de las réplicas se fue la luz por problemas eléctricos… y tuvieron que solicitar al cura de Valenciana unos candelabros para proseguir con el examen. Si bien el examen de grado del maestro Rionda fue el primero realizado en las nuevas instalaciones valencianas, el primer titulado de la carrera de Filosofía fue el maestro Alberto Ruiz Gaytán todavía en los espacios de Arquitectura. Fue precisamente Ruiz Gaytán, junto con el maestro Scheffler y Eugenio Trueba, quienes sinodaron el examen de Luis Rionda. Ya desde entonces las autoridades federales, vía las universitarias, solicitaban a la Facultad modificar planes de estudio, años de carrera y grados otorgados con el objeto de diferenciar las licenciaturas de las maestrías; objetivos éstos que se buscaban en el resto de las universidades para igualar los estatus de carrera y facilitar las revalidaciones a la vista de los posgrados. 39


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Foto: Rolando Brice単o

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Eugenio Trueba

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1967 Razones para ir a Valenciana AH/Universidad de Guanajuato

Luis Rionda p


Las Escuelas de Verano de Filosofía y Letras

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Con casi cuatro de existencia de la Facultad de Filosofía y Letras, el profesor Horacio López Suárez presenta, en el mes de septiembre de 1955, un anteproyecto relativo al Programa de Verano que la Universidad de Guanajuato podría ofrecer a estudiantes norteamericanos; en él se consideran cursos de español en tres niveles, literatura española y cervantina, cursos de literatura hispanoamericana y mexicana, así como un curso de poesía modernista. Documento que dirige al rector Antonio Torres Gómez y al secretario de la Universidad Raúl Aranda. Propuesta que seguramente fue bien vista ya que en diciembre de ese mismo año se envían las ofertas a los jefes departamentales de lenguas de las universidades estadounidenses. Es sin embargo hasta el año de 1957 —seguramente a principios de julio, como se tenía previsto— que da inicio la Escuela de Verano de la Universidad de Guanajuato, con horarios matutinos y en los mismos salones que ocupaban Filosofía y Letras en el edificio central dado el periodo vacacional y cuya planta profesoral estaba integrada por docentes de la misma facultad aunque el Programa dependía institucionalmente de la Universidad como se constata en las firmas de Raúl Aranda como director honorario y Horacio López Suárez como secretario de la Escuela de verano. Este programa tuvo gran éxito gracias al interés de los extranjeros por las materias ofrecidas: Literaturas mexicana e hispanoamericana, Arte mexicano, Historia de México, Arte mexicano. Se llegó a contar con una inscripción aproximada de 250 estudiantes durante la existencia del Programa que terminó en el año de 1961.

Horacio López Suárez p

En el año de 1962, se delega el Programa de la Escuela de Verano al Antioch College a iniciativa de Enrique Romero Illadez, quien convence al rector en turno, Daniel Chowell Cázares, de la firma de un convenio entre la Universidad de Guanajuato con las Universidades de los Grandes Lagos de Estados Unidos (llamado Programa del Antioch College). Cuando este programa se ubicó en el exconvento de Valenciana, una vez que terminó su restauración en 1964, fue que las instalaciones ya se encontraban amuebladas con mesas, sillas, butacas y escritorios de estilo rústico con asientos de baqueta y mesas de trabajo con dos niveles cuyos módulos se podían agrupar en semicírculo, todo diseño original del arquitecto Luis Ortiz Macedo; amueblado que permaneció íntegro prácticamente hasta finales de los años ochenta. La adquisición de una buena biblioteca para uso del Programa con recursos de la propia Escuela constituyó un significativo acervo al que se sumó, más tarde, el obtenido por la Facultad de Filosofía y Letras en sus años de existencia previa. 41


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1955 Anteproyecto Verano

Fue precisamente en este año cuando el escritor Jorge Ibargüengoitia se integró al cuerpo docente de la Escuela de Verano Antioch College, seguramente invitado por el doctor en letras Manuel de Escurdia quien fundamentalmente vivificaba los enlaces con las universidades norteamericanas. A su llegada a Guanajuato, el escritor vive unos días en la casa de Manuel de Escurdia (frente el Teatro Principal) y posteriormente se aloja en la casa de La Presa, de Margarita Villaseñor, que había sido su casa natal tal y como lo narra la propia Margarita en su artículo “Conversaciones frente al mar de la presa” incluido en el libro Ibargüengoitia a contrarreloj [sic]. El profesor Luis Rionda se recuerda en esa Escuela teniendo como colegas, además de Ibargüengoitia, a Manuel de Escurdia, Alfre­ do Pérez Bolde, Margarita Villaseñor y Virgilio Fernández.

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1955 Convocatoria Verano p

Poco tiempo después, una vez que la Facultad de Filosofía y Letras se instala en el ex convento de Valenciana, en noviembre de 1967, el Programa del Antioch College se reubica en la casa del Conde Antonio Pérez Gálvez (en la Plaza de la Paz frente al callejón de “La Condesa”) donde los mismos profesores seguían impartiendo las clases respectivas. Eugenio Trueba Olivares también rememora estos cursos “en el edificio que hoy ocupa un banco en la calle de Sopeña”. Sería hasta 1987, por iniciativa y gestión del profesor Luis Palacios, que se firma un nuevo con­ venio para ofrecer cursos de verano en la Universidad de Guanajuato, vía específica de la Escuela de Filosofía y Letras, esta vez con las universidades del medio oeste norteamericano, nominado Programa de Verano del Committee on Institutional Cooperation (cic), consorcio que agrupa a doce universidades estadounidenses.


El acervo bibliográfico que la facultad había logrado reunir desde sus orígenes —y el importante acervo donado por Arturo Sierra Madrigal en 1955— se sumó al existente de la Escuela de Verano del Antioch College. Sin ser la Olivares, la biblioteca era un espacio muy pertinente como instrumento intelectual para los trabajos que la reflexión requiere. En 1972, la maestra Susana Franco asiste a un curso de biblioteconomía en Italia y, a su regreso, presenta a rectoría un proyecto que consideraba la formación de una “biblioteca central” que diera servicio a todos los universitarios en la ubicación de un edificio estratégico y con sistemas de clasificación, control y préstamos bibliográficos acordes a los nuevos tiempos. Autorizado el proyecto se formaliza la concentración de las diversas bibliotecas de la ug en la llamada Biblioteca Central (ubicada en la calle del Truco, en el centro de la ciudad) con el argumento de la fácil consulta para todos los estudiantes de la universidad. La biblioteca de Filosofía y Letras fue la base del acervo central y quedó totalmente desmantelada exhibiendo todos los anaqueles vacíos. Algunas bibliotecas universitarias sufrieron merma en sus existencias, otras defendieron su integridad con argumentos diversos, como ejemplos fueron las de la Escuela Preparatoria, la Escuela de Música, Química y Derecho. La obligada acreditación de los idiomas en las carreras exigía la adscripción de profesores de lenguas extranjeras; idiomas modernos como el inglés, francés, alemán e italiano; idiomas clásicos como el latín y el griego. Cada estudiante regular optaba por un idioma moderno y un clásico para su tira de materias. La existencia de estos cursos regulares invitó a varios estudiantes de otras carreras a inscribirse a algún idioma bajo la modalidad de “materias libres” (varios de ellos, bajo esta libre inscripción idiomática, afirmarían que “habían estudiado filosofía y letras” en Valenciana). El auge de la inscripción a idiomas, el mayor número de estudiantes que asistían a los cursos y el hecho de que se comenzaba a hablar de un “departamento de Idiomas”, motivó a que Luis Echeverría a través del gobernador Luis H. Ducoing, donara un laboratorio de idiomas (1972), gracias al llamado programa de “Fortalecimiento del De­ partamento de Idiomas Cásicos y Modernos”, situación que prevaleció hasta finales de los setentas, cuando los cursos se trasladan al Edificio Central creando la Escuela de idiomas. Entre abril y mayo se organizó el Coloquio Cervantino Guanajuatense, organizado por el Departamento de Acción Social de la ug y la carrera de Letras Españolas, una especie de preludio al Primer Festival Cervantino Internacional que se inauguró el 29 de septiembre 1972. La mejor consolidada Sociedad de Alumnos organiza, en marzo de 1974, una 43


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Examen recepcional en Valenciana p

de la primeras y mejores semanas culturales cuyo programa incluyó la presencia de Carlos Flores Montúfar, José Agustín, Juan Bañuelos y José Revueltas como conferencistas invitados y un recital de Guadalupe Trigo. La decisión de trasladar el Archivo Histórico de Guanajuato (fundado oficialmente en 1954) al edificio de Valenciana, constituye uno de los grandes aciertos de la administración universitaria en tanto “venía a satisfacer las inquietudes investigativas de diversos intelectuales guanajuatenses interesados en la conservación y consulta de los fondos documentales”. La fecha, 1975; al frente —el titular desde el mismo año de la fundación oficial— J. Jesús Rodríguez Frausto investigador que continuará la labor iniciada por Agustín Lanuza y Fulgencio Vargas en la organización, clasificación, consulta y develo de los documentos históricos e historiográficos de la ciudad de Guanajuato. Acción que cobra importancia al contar un archivo in situ, para preparar estudiantes de Historia en la práctica de la paleografía y el manejo de las fuentes directas para la historia de la ciudad, del Bajío y de México. La fuerza que alcanzó esta oferta de consulta, atrajo a varios renombrados investigadores locales y foráneos, al tiempo que profesionalizó la práctica de la investigación histórica a los profesores y estudiantes al grado de que otras universidades hermanas solicitaban sus servicios como docentes a pesar de cursar semestres intermedios en su propia carrera de Historia. Discípulos destacados del profesor Rodríguez Frausto —princi-

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El Archivo Histórico de la Universidad de Guanajuato Rosa Alicia Pérez Luque

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El Archivo Histórico de la Universidad de Guana­ juato busca establecer un equilibrio en el desarrollo de las diversas funciones del archivo: conservación, organización y difusión, pues son aspectos que están íntimamente relacionados entre sí. En materia de conservación, el personal del archivo ha recibido diversos cursos de restauración de importantes documentos que se encontraban en lamentables condiciones de conservación. Asimismo, en fecha próxima empezará a funcionar el taller de restauración, mismo que vendrá a resolver los problemas que presente el acervo. Por otra parte, los trabajos de clasificación y descripción del corpus documental han continuado. A la fecha ha aumentado significativamente el número de instrumentos de consulta que se encuentran a disposición de los investigadores. Paulatinamente se han ido catalogando nuevos grupos documentales, o bien se han depurado algunos de los instrumentos descriptivos que ya existían. Todo ello gracias al trabajo especializado del personal del Archivo, al extraordinario apoyo brindado por tesistas y estudiantes de Historia, así como a la inestimable ayuda de algunos investigadores. En el proceso de organización de los documentos, se ha procurado combinar —en la medida de lo posible— el principio temático con el de procedencia. Asimismo, con la finalidad de brindar un servicio de consulta más eficaz, y al mismo

tiempo lograr un mejor control del material, se ha ido avanzando en la catalogación automatizada de los fondos. La documentación que conserva el archivo cubre una cronología que va de 1557 a 1940 y ha sido organizada en 27 grupos documentales, de los cuales la mayoría cuenta con algún instrumento de consulta, ya sea inventario, catálogo o índice. Además de las secciones de biblioteca, hemeroteca, mapoteca y fototeca. Al paso de los años el acervo del Archivo Histórico de Guanajuato ha sido enriquecido con la donación de algunos archivos particulares como el del general Manuel Doblado, del licenciado Manuel Cortez, así como de algunos libros notariales. Por lo que se refiere a difusión, a partir de 1987 se publica la revista Testimonios, órgano de divulgación del Archivo cuyo objetivo es el de dar a conocer su valioso contenido así como los trabajos de investigación que de él se han derivado. Además hemos publicado el Catálogo de Documentos para la Historia de Guanajuato en el Archivo de Indias siglos xvi-xix. La activa participación del personal del Archivo en diversos eventos, además de difundir el quehacer del propio Archivo, ha hecho posible la vinculación con numerosas instituciones afines con las cuales se mantienen intercambios de publi­ca­ciones e información que han venido a incrementar nota45


blemente el acervo biblioheme­rográfico del Archivo Histórico (Archivo General de la Nación, Archivo Histórico del Estado de México, Archivo Histórico de Jalisco, Instituto de Investigaciones His­tóricas de la Universidad Nicolaita, Fundación mapfre américa de Madrid y El Colegio de México, entre otros). Dada la importancia del material que alberga el Archivo Histórico de Guanajuato, el maestro Antonio Pompa y Pompa (de grata memoria y uno de los principales promotores de su fundación) se dio a la tarea de microfilmar gran parte de su acervo para el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Y en 1990 gracias al apoyo del Instituto de Cooperación Iberoamericana y de la propia Universidad se reprodujeron en microfilm valiosos documentos para la historia de Guanajuato que se encuentran en el Archivo General de Indias de Sevilla, que fueron depositados en el Archivo de Guanajuato, con el objeto de que sirvan de apoyo a la investigación histórica.

Los cuarenta años de actividad realizada en el Archivo Histórico de Guanajuato que hemos intentado reseñar aquí, nos permiten reconocer como un acierto indiscutible del Ayuntamiento la cesión del Archivo Histórico Municipal a la Universidad de Guanajuato, convirtiéndola así en una de las primeras instituciones de educación superior en el país con la importante misión de preservar la memoria histórica de la comunidad que le dio origen. A cambio, el Archivo Histórico ha proyectado a todos niveles el prestigio de la Universidad de Guanajuato. A partir de esta breve retrospectiva de cuatro décadas de trabajo en el Archivo Histórico de Guanajuato, creemos que —sin dejar de reconocer que aún queda mucho por hacer—, se han cumplido cabalmente los objetivos originalmente propuestos desde su fundación: preservar y divulgar el patrimonio histórico-documental de los guanajuatenses, sin embargo son ellos junto con los especialistas, quienes tienen la última palabra.

palmente es su escuela de paleografía— fueron Alicia Pérez Luque, Marina Rodríguez, Guadalupe Curiel de Fosse, Patricia Gutiérrez y José Luis Romero, entre muchos estudiantes. En los trabajos estrictamente académicos, se retoma la iniciativa de modificar los planes de estudio a través de una comisión de la propia Facultad, se anotaba la idea de un sistema de créditos, del cambio de grado académico y la necesidad de que los alumnos presentaran una prueba de capacidad para traducir al español textos de lengua extranjera. Ello constituyó una reforma a los planes de estudio, en 1976. Se tiene una “mayor presencia en la sociedad guanajuatense; figuras como Alfredo Pérez Bolde, Luis e Isauro Rionda Arreguín, Mario Ruiz Santillán, J. Jesús Rodríguez Frausto, entre otros; se hicieron reconocer a través de sus publicaciones e investigaciones”; es decir, vigorizando la presencia de las humanidades en la sociedad. El año de 1977 habría de ser de gran significación y cambios para el entendimiento de la vida universitaria del país y puesta al día de la coti-

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dianeidad de la ciudad de Guanajuato y su Universidad, constante en la armónica simbiosis evolutiva. Si el 68 no había calado socialmente en los ámbitos abajeños, por la censura y silencio de los medios periodísticos, el sindicalismo universitario arremetió contra la tranquilidad provinciana con demandas de mejoras salariales, democracia en las prácticas universitarias y profesionalización de la vida colegiada en la docencia e investigación. En consecuencia aparece la forma del Sindicato Independiente de Trabajadores de la Universidad de Guanajuato (situg), inspirado en los sindicatos de la unam (stunam y suntu). Algunos de los líderes destacados fueron los universitarios Edmundo Jacobo Molina, Enrique Arreola y Luis Cervantes Jáuregui. El afán central era democratizar las prácticas académicas y defender los derechos laborales de los universitarios. A pesar de los dichos y rumores, no había ningún partido político atrás, ni menos “el comunismos internacional”. Para este año la universidad no era autónoma y, por lo tanto, las decisiones universitarias dependían directamente del ejecutivo. (Luis H. Ducoig, universitario reconocido, era el gobernador del estado de Guanajuato). Al no haber acuerdo entre autoridades y el sindicato, estalló la huelga el 18 de mayo de 1977, primera en la historia universitaria. “Participaron trabajadores y estudiantes, principalmente de la Escuela Preparatoria, la Facultad de Química y la Escuela de Filosofía y Letras, lo que produjo una difícil situación en la estructura de la institución, provocando un divisionismo tanto entre la comunidad universitaria como en parte de la sociedad guanajuatense, consecuencia de las diferentes posturas en torno de las cuestiones laborales de la universidad”. Se tomaron los edificios de Química, Escuela Preparatoria y Valenciana; sin embargo, las actividades académicas de esta última continuaron en el Edificio Central. (El ex convento de Valenciana se encontraba en reparaciones debido a las fracturas físicas que presentaba por deslizamientos estructurales del terreno). Luis Miguel Rionda precisa que la huelga permaneció del 18 de mayo al 23 de julio fecha en que terminó. En marzo de este año, se crea la “Unidad de Investigaciones Filosóficas” a cuyo frente estuvo el profesor. Ernesto Scheffler (autorizada por el rector Eugenio Trueba); espacio físico en Valenciana donde, en 1984, se establecería la Biblioteca Luis Rius. Más tarde la “Unidad” se localizará en el Edificio Central de la Universidad, a partir de marzo de 1978. En otoño del mismo año, se efectúa un paro en contra del director Luis Rionda y del secretario académico, Alberto Ruiz Gaytán. La soli­ citud formulaba la elección del director en votación universal y secreta. El rector Néstor Raúl Luna sugiere una terna para elección. Los tres 47


propuestos fueron Amalia Vallejo de Ferro, Edmundo Jacobo Molina y Alfredo Pérez Bolde; los dos primeros tuvieron mayoría en votación, por lo que rectoría nombró a la maestra Amalia V. de Ferro directora y a Edmundo Jacobo Molina como secretario académico. A finales del sintomático año del setenta y siete, se realiza una evaluación de las planes de estudio subrayando la necesidad de cambio en tanto su agudo enfoque historicista, la actualización de los contenidos a la vista del estado vigente de las humanidades y volvió a la mesa de discusión curricular el asunto de la revisión de los grados académicos de licenciatura por el, otorgado en ese momento, de maestría. Sin embargo un acontecimiento iba a trastocar las perspectivas universitarias. En sesión del Consejo Universitario del 15 de diciembre, se votó por la expulsión de los principales líderes del situg, entre ellos el de Edmundo Jacobo Molina, lo que repercutió sensiblemente en el decurso de los siguientes dos años en la vida académica —y aun de relaciones antaño fraternales— al interior de la Facultad de Filosofía y Letras.

Amalia Ferro p

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E. Jacobo Molina


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Mineral de Valenciana

La maestra Ferro tuvo que soportar una serie de demandas estudiantiles consistentes en las recientemente formuladas, sumando a ello la remoción de varios profesores que, a su consideración, no cumplían con el perfil de competencia académica. Aunado a esto y, quizá por adecuación de la planta física, la directora solicita el cambio de espacio, ocupado por el profesor Scheffler en la llamada “Unidad de Investigaciones Filosóficas”, a otro local en tanto el solicitado sería adecuado para las cátedras en Valenciana. Situación y circunstancias difíciles que obligaron a la maestra Amalia Ferro a la renuncia al cargo. Largo interludio de nueve años que reacomodó los espacios físicos salidos de la escuela de Derecho, ambulando por el reducido patio de Arquitectura —gozoso, sin embargo por la biblioteca Olivares y el Jardín Reforma—, y el aterrizaje en la emblemática Valenciana que marcó, desde las alturas serranas, la vista de las humanidades hacia la cañada guanajuatense.

IV Consignan los historiadores, Luis Ernesto Camarillo et al, en su documento titulado “Apuntes para la historia de la Facultad de Filosofía y 49


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Letras”, que “…como consecuencia de lo anterior se presentó una serie de desavenencias entre algunos estudiantes y la Dirección que culminaron con una nueva amenaza de paro en las actividades de la escuela; hecho que significó el planteamiento de una re-organización de su estructura y que comenzó con la llegada a la Dirección del maestro Luis Palacios en febrero de 1979” quien permanecería en el cargo durante tres períodos consecutivos hasta el 15 de enero de 1991. El 5 de abril de 1979, el Consejo Universitario, aprueba la “restructuración del Plan de 1976”, cuya práctica conllevó diversos problemas de instrumentación académica: actualización de contenidos programáticos, nueva estructura en la planificación de las asignaturas, validación de estudios con las generaciones en proceso, incorporación de profesores con perfil adecuado, actualización de las nóminas docentes y de apoyo administrativo. Este cambio obligaba, simultáneamente, al cambio del nivel académico de “Maestría” a “Licenciatura” para las tres carreras —adecuación de grado que se venía sugiriendo desde la Oficina Federal de Profesiones una década atrás— lo que también obligaba a un examen de admisión más riguroso que admitía, ya no a normalistas, sino a universitarios con cualquier bachillerato, de preferencia de humanidades. Cumplido con todo ello, se incrementó al 100% las plazas docentes y un aumento del 25 porcentual en el número de alumnos que llegó a una inscripción de 126 estudiantes para toda la Escuela de Filosofía y Letras, nominada formalmente así desde entonces, al no otorgar ahora el título de “Maestro”. AH/LPH

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Luis Palacios p

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Palacios

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Foto: Roberto Briseño

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Rionda

En noviembre de ese mismo año, se funda el Centro de Investigaciones Humanísticas a cuyo frente estará el maestro Luis Rionda Arreguín con la finalidad de fortalecer la investigación a través de los trabajos de los profesores de tiempo completo. Hay que decir que en estas fechas comenzaban en la Universidad los trabajos para organizar un sistema coherente de investigación que se articulara con la docencia colegiada y no solamente el cultivo de la indagación individual y aislada que se presentaba en muchas de las áreas del conocimiento. Los primeros años de la década de los ochentas testimoniaron una gran movilización de asistencias a congresos, coloquios y encuentros nacionales e impartición de cursos, cursillos y conferencias de académicos venidos de otras universidades, principalmente de la Universidad Nacional; entre estos últimos podemos anotar los nombres de Ignacio Bernal, Jesús Reyes Ruiz, José Rojas Garcidueñas, Eduardo Matos, Evodio Escalante, Eugenia Revueltas, Abelardo Villegas, Margarita Peña, José Antonio Muciño, José Ignacio Palencia y Adolfo Sánchez Vázquez. En el afán de dar consistencia a los estudios de la lingüística moderna —como instrumento necesario al interior de los estudios literarios— se convinieron cursos integrales del panorama lingüístico y gramático-funcional, con profesores de la unam y del Colegio de México; éstos, profesionales en la disciplina escasa en sus cultivadores, impartieron magníficos cursos; lo suscribieron Juan Manuel Lope Blanch, Elizabeth Luna Traill, Juan López Chávez, Ma. Eugenia Herrera, Luis Fernando Lara, y más tarde profesores de otras universidades como Alberto Espejo de la Universidad Veracruzana. Significativa nota reveladora del apoyo de los colegas nacionales y de las autoridades universitarias para con la Escuela, se consigna que en un solo semestre se contó con quince lingüistas que solventaron todos los cursos de la carrera de letras en esta área. Pero no solamente era la asistencia a los nuevos horizontes que los coloquios nacionales ofrecían (y que en esa época florecieron en el país), sino también el protagonismo de la organización con Filosofía y Letras como sede de tales eventos. De esta manera se realizó uno de los congresos que “mayor relevancia tuvo en las últimas décadas del siglo xx”, según dijo años más tarde el filósofo Ramón Xirau. Nos referimos al Primer Congreso Nacional de Filosofía organizado por la Asociación Filosófica 51


de México, A.C., realizado del 7 al 11 de diciembre de 1981 en varios de los espacios de la Universidad de Guanajuato comprendido el gran número de ponentes nacionales e internacionales convocados en el programa: el salón del Consejo Universitario, el Teatro Principal y muchas de las aulas del edificio central. La ciudad vio por sus calles a pensadores tales como José Ferrater Mora, Mario Bunge, Javier Rubert de Ventós, Jesús Mosterín, Juan A. Nuño, Leopoldo Zea, Abelardo Villegas, Luis Villoro, Gabriel Vargas Lozano, Juliana González, Adolfo Sánchez Vázquez, Eduardo Nicol, Ramón Xirau y más de cinco centenares de participantes y estudiantes venidos de toda la República. La compleja organización se integró con Luis Villoro como presidente de la Asociación, Ramón Xirau y Luis Rionda como vicepresidentes; Luis Palacios como presidente del Comité sede, acompañado con diversas comisiones representadas por profesores y personal de Filosofía y Letras. Muy afortunada fue la circuns­ tancia que en ese momento la gubernatura de Guanajuato la ocupaba el ejecutivo Enrique Velasco Ibarra gran entusiasta de las humanidades y colega —que había sido en los ámbitos universitarios de la unam— del doctor Luis Villoro, profesor fundador de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, gracias a lo cual el apoyo económico casi total corrió a cuenta del gobierno del estado. En el dinamismo de los apoyos gubernamentales y universitarios, muy pronto —en agosto de 1982— la Escuela fue sede y cabeza de orga­ nización del V Coloquio Nacional Universitario sobre la Comunicación Escrita organizado por el Colegio Nacional de Investigadores de la Lengua Escrita (conaile) del cual Luis Palacios era miembro fundador desde los inicios de este colegio. En dicho coloquio estuvieron representadas las universidades de Colima, Chihuahua, Guanajuato, Iberoamericana, Puebla, Sonora, unam y Veracruzana.Tres meses después se organizó el V Encuentro Nacional de Estudiantes de Historia que reunió gran cantidad de ponencias y trabajos que testimoniaban las rutas de investigación historiográfica que circulaban por el país. La Escuela en un corto lapso propiciaba, en su propia casa, encuentros con sus pares profesorales y estudiantiles que vivificaban la vida académica y de relaciones cercanas entre las humanidades cultivadas en las universidades. Sin embargo una grave carencia resultaba acuciante: la total ausencia del acervo bibliográfico; triste era ver los estantes vacíos y empolvados en aquel holgado espacio que había sido la biblioteca de Filosofía y Letras, primer salón a mano izquierda subiendo la escalera de acceso al patio principal. El argumento principal había sido desde siempre el fácil acceso que deberían tener todos los estudiantes universitarios a la Biblioteca Central en

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Foto: Luz Adriana

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el centro de la ciudad. Se comenzó a trabajar con un contra argumento más factual, las tarjetas de control de lectura mostraban —desde el traslado de los 14,000 volúmenes a ese sitio— que los usuarios de los títulos pertenecían en un 90% a estudiantes y profesores de Valenciana quienes tenían que desplazarse desde ahí al centro frecuentemente para hacer sus lecturas y consultas. Paralelamente se iniciaron gestiones ante la Secretaría de Programación y Presupuesto en la ciudad de México para solicitar apoyo económico específico para la adquisición de bibliografía, previas listas elaboradas en rubros editoriales. Fortuita fue la relación que se tuvo con Alfonso Ayala Sánchez, funcionario federal en Guanajuato, quien se encontraba inscrito en algunos cursos de filosofía como estudiante de materias libres; gracias a sus buenas gestiones, el director de la Escuela, acompañado de algunos profesores y estudiantes, se entrevistó con Ramón Aguirre Velázquez, a la sazón aspirante a la candidatura al gobierno de Guanajuato, quien resolvió un apoyo concretado, a los pocos meses, en la cantidad de $250,000.00 aunque la promesa inicial había sido de un millón de pesos de esa época. Con las nuevas adquisiciones y el paulatino regreso de los acervos bibliográficos —antes suyos— la Biblioteca de Filosofía y Letras comenzó a cobrar cuerpo y, a la vuelta promedio de dos años, los anaqueles se encontraron felizmente ocupados.Varios cientos de ejemplares quedaron en la Biblioteca Central y siguen ostentando el sello original de “Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras”. El 10 de enero de 1984, muere en la ciudad de México, Luis Rius a la edad de 54 años. La Escuela de Filosofía y Letras, a iniciativa de la Rectoría, organiza un homenaje luctuoso realizado el 24 de febrero siguiente con la asistencia de sus amigos Ricardo Guerra, Horacio López Suárez y su primera esposa e hijos (véase la semblanza “Luis Rius profesor y poeta” en este mismo ejemplar). Con ese motivo se oficializa el nombre de “Luis Rius” para la biblioteca de Filosofía y Letras; la placa de cantera que lo atestigua, estuvo primero en el salón original de la biblioteca antes mencionado, posteriormente en el segundo patio techado del edificio de Valenciana y, finalmente —el nombre— en el nuevo edificio construido a espaldas del ex convento valenciano. El Centro de Investigaciones Humanísticas comenzó a dar a la publicación lo los llamados Anuarios del cih, dedicados inicialmente al de Filosofía y después al de Letras. La reedición de Vitoria y el problema de la conquista en Derecho Inter-

Placa “Luis Rius”

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AH/LPH

p Luis

AH/LPH

Palacios y S. Elizondo

nacional, de José Rojas Garcidueñas y, lo más significativo, la edición del texto del siglo xviii: Pasatiempos y entretenimientos de Cosmología del jesuita Andrés de Guevara y Basoazábal ejemplar original en resguardo en la Biblioteca Armando Olivares cuyo trabajo de paleografía y estudio crítico se había encomendado al investigador José Ignacio Palencia desde la gestión del maestro Luis Rionda. El respaldo presupuestal del gobernador Enrique Velasco Ibarra, se tradujo en la aparición editorial en dos tomos: el volumen facsimilar y el amplio texto crítico paleografiado de Los Pasatiempos, tratado científico que evidencia el saber ilustrado del jesuita guanajuatense. Para 1985 se efectuó el “Primer Foro de Transformación y Desarrollo Académico”, impulsado por estudiantes y profesores de la Escuela. Surgen de ahí varias propuestas académicas, entre ellas el lugar en el organigrama y funcionamiento del Centro de Investigaciones Humanísticas y del Archivo Histórico. Se genera una crítica y autocrítica del cih en cuanto a sus objetivos, ello obliga más tarde —por decisión de rectoría— a una movilización de esta dependencia al cambio a la Plazuela de San Fernando. Lo grave fue la mutilación de la nómina de la Escuela ya que con el cambio, el cih, se llevó consigo varias plazas académicas, el acervo “Rojas Garcidueñas” donado por Margarita Mendoza López —viuda del primer director de la Facultad— y una regular biblioteca de textos de investigación ubicados ahí exprofeso. (Véase recuadro). Dicen igualmente los autores de “Apuntes para la historia de la Facultad de Filosofía y Letras” que “Ya entre 1986 y 1987 se comenzó a percibir un nuevo grupo de profesores, que apenas unos cuantos años antes habían concluido sus estudios de Licenciatura en la propia escuela, integrados al cuerpo docente de la misma, como lo habían hecho poco tiempo atrás algunos de sus compañeros estudiantes. Esto se dio con el

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Luis Palacios y Carlos Monsiváis p


AH/Universidad de Guanajuato

Evento académico en los ochentas u

objeto de continuar fortaleciendo las cátedras que no contaban con profesores de medio tiempo o tiempo completo en la institución”. Entre ellos se encontraban igualmente los profesores, provenientes de la unam, Rodolfo Cortés del Moral y Aureliano Ortega Esquivel, quienes venían colaborando previamente con cursos diversos en la carrera de filosofía. Al mismo tiempo, se imparten y reciben varios cursos fuera de la Universidad. Se asiste y participa, con gran regularidad, a congresos y coloquios regionales y nacionales. Es también el momento en que algunos profesores, licenciados de las tres carreras, inician sus estudios de posgrado. En junio de 1987, con la aprobación del Consejo Universitario, se modifican los planes de estudio de las tres carreras, cuya vigencia comenzó en agosto. Aparece el primer número de la revista Testimonios que divulgaba los trabajos del Archivo Histórico con Alicia Pérez Luque al frente. Se elabora el Plan Institucional de Desarrollo 1987-1995 (pide), que contenía los tres apartados básicos: Principios y conceptos filosóficos de la Universidad de Guanajuato, Diagnóstico Institucional y Programas Institucionales, teniendo como base el “Plan Integral de Desarrollo” orientado a la búsqueda de la excelencia académica (pladi). Se puntualizan estos documentos en el afán de hacer notar las nuevas políticas educativas federales que se instrumentaban en esos tiempos incidiendo en las organizaciones universitarias contextualizando un mejor ambiente de las actividades académicas y que fortalecían los cuerpos colegiados, la investigación, la extensión y los apoyos federales para proyectos institucionales. 55


En el mismo año la Escuela participa en el Primer Coloquio Cervantino Internacional (noviembre de 1987), evento realizado al parejo de la inauguración del Museo Iconográfico del Quijote, proyectos instalados en Guanajuato por el publicista Eulalio Ferrer. A mediados de ese año, durante la estancia del maestro Luis Palacios en la Universidad Veracruzana invitado a impartir un curso de teoría literaria, ejecutivos del Programa de Verano llamado Committee on Institutional Cooperation (cic), le presentan el proyecto de establecer dicho programa en la Universidad de Guanajuato y que en esos momentos se efectuaba en la capital Xalapa. Acordado con rectoría, y los mismos ejecutivos estadounidenses venidos a Guanajuato, se formula el convenio del Programa cic-Universidad de Guanajuato a través de la Escuela de Filosofía y Letras. Para el verano junio-agosto de 1988 se realiza el primer programa de Verano en las instalaciones de Valenciana con profesores y personal de la propia Escuela. Integrado por doce universidades del medio oeste norteamericano, el cic, iniciaba su oferta de cursos en Guanajuato, bajo el rubro continental de Lengua y Cultura Latinoamericana junto a otros de culturas diversas en sus programas internacionales. Con un promedio de adscripción de cincuenta alumnos (en algún año alcanzó en número récord de setenta AH/Universidad de Guanajuato

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Grupo de Verano cic, 1996 p

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Política educativa de la Universidad de 1990 a 2001

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Es evidente que la vida académica de la Facultad de Filosofía y Letras no se encuentra solamente sujeta a las instancias internas de los planes y proyectos nacidos de sus academias o de los objetivos y metas planteados por sus directores, obedece igualmente a las circunstancias planteadas por la vida jurídica de la institución y a las políticas federales concernientes a la educación superior. Cambios importantes es estos rubros se dieron en los ámbitos nacionales y estatales que incidieron en el desarrollo y expectativas de las escuelas, institutos y facultades universitarias. Este contexto, significativo y trascendental en los años noventas, es importante para entender gran parte del desarrollo de la Facultad en esos años. El trabajo de investigación histórica de Luis Ernesto Camarillo Ramírez, Elías Guzmán López y Fernando Ramírez Hernández, realizado en 2002 con motivo del 50 aniversario de la Facultad, titulado Apuntes para la historia de la Facultad de Filosofía y Letras, destaca los eventos más relevantes en estos años y que aquí se enuncian en sus grandes líneas. En 1990, a partir de los criterios propuestos por la Comisión Nacional de Evaluación (conaeva) se permite avanzar en la planeación y evaluación con participación colegiada. La sep instrumenta el Fondo para Modernizar la Educación Superior

(fomes); ello representó una vía para que las instituciones de educación superior pudieran acceder a recursos adicionales mediante la presentación de programas institucionales: Proyecto de Su­ peración Académica y Administrativa 1992-1994 (prosaa), base sobre la cual las unidades académicas debían de elaborar su Programa Operativo Anual (poa). El 11 de mayo de 1994 fue aprobada por la Cámara de Diputados la modificación de la Ley Orgánica de la Universidad a través de la cual lograba su autonomía (en vigor a partir del 21 del mismo mes), lo que favoreció la participación colegiada hacia el interior de las diferentes unidades académicas, asunto que ya había sido planteado como parte del Plan Institucional de Desarrollo 1987-1995 (pladi). Continuando con esa línea de planeación y evaluación institucional, en 1995 se dio a conocer el Plan de Desarrollo Institucional 1995–2001 en el cual se definieron las políticas y estrategias institucionales como marco indicativo para la formulación de programas, proyectos y líneas de acción específicas en las áreas sustantivas de docencia, investigación y extensión; así como las áreas adjetivas de mejoramiento de la calidad de vida de los trabajadores y una administración más adecuada. 57


estudiantes), por vez primera la Escuela abría el rubro presupuestal de “recursos propios” que le permitía disponer de los ingresos para sus necesidades varias: buen salario extra e inmediato a sus profesores que sacrificaban sus vacaciones veraniegas, adquisición de mobiliario y equipo de oficina, reparación y mantenimiento del edificio y adquisición de acervo bibliográfico. Durante una década, el maestro Palacios coordinó y encabezó este Programa que siguió existiendo, en los últimos años paulatinamente a la baja, a partir de 2006 a la vista de la mediática situación política del país. Se realizó la última edición en el verano de 2011 con la inscripción sólo de trece estudiantes estadounidenses. Sonaban los acordes del Allegro final que galvanizaban la identidad valenciana y las humanidades se armonizaban, a partir del movimiento con tono propio, en las voces corales de los discursos de las ciencias sociales y humanas para un futuro fuertemente enraizado en las cercanías de la madre veta argentífera del Cuévano ya timbrado por Jorge Ibargüengoitia.

V Al inicio del rectorado de Luis Felipe Sánchez, la comunidad académica propone un “Proyecto Académico Colectivo” que fuera encabezado por un académico que hubiera participado en el autodiagnóstico garantizando con ello el conocimiento de la problemática de la Escuela. La selección recayó en el maestro Aureliano Ortega Esquivel quien fue nombrado director a partir del 16 de enero de 1991. En abril, se presentó el Programa General de Desarrollo Académico que contemplaba el desarrollo y consolidación de las tres actividades sustantivas y la organización de los estudios del posgrado. De igual manera, en agosto de 1991, se realiza el II Foro de Transformación y Desarrollo Académico con la participación de académicos invitados de diversas universidades nacionales. “menos exitoso que el primero, en términos de asistencia y del número de ponencias presentadas” pero permitió claridad en los lineamientos a futuro. A partir de los apoyos federales, vía prossa y poas, respectivos, se lograron avances diversos desde una perspectiva institucional lo que obviaba la gestión personalizada ante rectoría como había pasado hasta entonces. Destaca la adopción del principio de un tronco común para las tres carreras y la instrumentación de un sistema de créditos que hacía más flexible la formación académica. Así mismo se amplió paulatinamente el horario de clases con la apertura del horario matutino sumado al vesper-

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tino existente. Se trabaja en el incremento en el acervo bibliográfico y se crea la secretaría administrativa de la Escuela. El día 26 de noviembre de 1992 se celebró el XL aniversario de la Escuela que contempló la realización de varios eventos y un homenaje al Maestro Ernesto Scheffler Vogel, fallecido el 5 de junio de este mismo año; se develó una placa en el auditorio de la Escuela, que desde ese día lleva su nombre. Por “decisión personal de dejar el cargo”, el maestro Aureliano Ortega, termina su gestión en junio de 1993. La convocatoria fechada en ese mismo mes, se presentan los proyectos para la dirección de la Escuela; los aspirantes candidatos fueron Rosa Alicia Pérez Luque y Agustín Cortés Gaviño. De acuerdo con la normatividad, vigente en ese momento, este último es electo director mientras que la primera asume la secretaría académica. En su breve período, Agustín Cortés, procuró llevar adelante los puntos esenciales enunciados en su proyecto: organización y cohesión de la vida colegiada, cultivo de la interdisciplina y mayor influencia de la escuela en la vida cultural de la región, fortalecimiento y promoción de la producción editorial y creación de instancias de creación literaria y humanística. Logro relevante es este aspecto fue la aparición de los dos números de la revista Valenciana de marzo y octubre de 1994 (de donde se reproducen algunos de los artículos aparecidos en este libro), la continuación de la revista Testimonios del archivo histórico y Papeletras en la ciudad de León de donde era originario. AH/Universidad de Guanajuato

Relevo directivo u

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La peculiar personalidad de Agustín, siempre crítica y combativa, hizo singular su gestión al alternar el desempeño académico administrativo con sus actividades políticas y literarias; es memorable su evidente participación —con pasamontañas incluido— en la marcha de apoyo al movimiento zapatista en la conservadora ciudad de León. Su actividad literaria está elocuentemente reseñada en el artículo de Benjamín Valdivia “Destino y obra de Agustín Cortés Gaviño” al cual remitimos en la presente obra. En suma de lo anterior y por el hecho de radicar en la ciudad de León, Cortés Gaviño, renunció al cargo en junio de 1995. A la vista de dos gestiones inconclusas en la vida administrativa de la Escuela, Luis Fernando Macías presenta, como candidato único, su proyecto para la dirección de Filosofía y Letras. Asume el cargo en julio de 1995 permaneciendo en el periodo previsto hasta junio de 1999. En octubre de ese primer año de gestión, fue presentado el Plan Rector de Desarrollo de la Escuela de Filosofía, Letras e Historia 1995-1999, donde se subrayaba “una estrategia de restructuración y planeación desde el exterior” contrariamente al proyecto del maestro. Agustín Cortés, quien enfatizaba el fortalecimiento desde el interior, pero muy similar a la política desarrollada por Aureliano Ortega. Como en proyectos anteriores y, a partir del “autodiagnóstico de 1990”, se consideraba “la reforma curricular, la formación y actualización de los docentes, el fortalecimiento de la investigación, la formalización de investigadores y programas de publicaciones y medios; se incluía la apertura de nueva oferta educativa, un programa de vinculación intramuros, un programa de vinculación y cooperación con el sector social y el regreso al intento de abrir programas de posgrado”. En 1996, se realiza la apertura de la Unidad de San Miguel de Allende, dependiente de la Escuela.“Se pretendía extender las tareas sustantivas de la Escuela y de la Universidad en general a un ámbito regional diferente”. En dicha unidad se ofreció el tronco común, los tres primeros semestres mismos de Valenciana; la elección de la carrera determinaba el cambio a esta locación en la capital de Guanajuato. Al año siguiente, a través del promep (Programa de Mejoramiento del Profesorado), se permitió financiar 13 proyectos de posgrado de profesores, así como la contratación de dos de ellos que terminaban sus doctorados. Al mismo tiempo, se presenta el Nuevo Plan de Estudios de Filosofía y Letras; sus características principales: la integración de un tronco común para las tres licenciaturas, que consideraba el 30% de los cursos totales de cada una de las carreras, organización por créditos y la ampliación a diez semestres, en vez de ocho, para orientar los trabajos de investigación.

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En el año de 1998, inició el Programa de Maestría en Filosofía que anunciaba en sus objetivos: “con este programa se podrá crear una base importante para futuros desarrollos en el Área de Humanidades”. Con ello, la dependencia académica, se perfilaba a cambiar el estatus de Escuela a Facultad nominación que se formalizó poco tiempo después. Al término de la gestión, se convoca a la presentación de candidatos y proyectos respectivos. A ella responden Aureliano Ortega Esquivel y Francisco Almaguer Ríos. El primero asume nuevamente el cargo en su segunda ocasión mientras que la secretaría académica es ocupada por José de Jesús Jaime; etapa esta iniciada en junio de 1999. A partir del documento llamado Plan de Desarrollo de la Escuela de Filosofía y Letras 1999-2003, planteado y discutido desde el mes de mayo anterior al interior de la comunidad académica de Filosofía y Letras, se formulaban las acciones que tendían que llevarse a cabo de acuerdo con metas generales y diversos plazos. Este fue el documento que deberían aceptar y desarrollar quienes se presentaran como candidatos a la dirección. En función de ello, “al tomar posesión del cargo de director, el maestro Aureliano Ortega, sumó a las propuestas de la comunidad sus propuestas y decisiones en función del desarrollo integral de la escuela dando como resultado el diseño de una serie de metas y lineamientos estratégicos que conformaron el documento prospectiva para el período 2000-2003”. Con el apoyo de programas federales como el promep y el fortalecimiento de los cuerpos colegiados, así como las líneas de investigación, la Escuela y la universidad van consolidando la profesionalización de sus docentes. Las actividades académicas se fortalecen al interior y amplían sus alcances en lo nacional y en el extranjero. En el año de 2002, se celebran los 50 años de la Facultad de Filosofía y Letras. (14 y 15 de noviembre) evento emotivo que contó con la presencia de algunos de los miembros fundadores. Igualmente se autoriza formalmente la nueva denominación del plantel Valenciana, de “Escuela” a Facultad de Filosofía y Letras, en función de la existencia de la maestría en filosofía. Debido a compromisos relativos a la obtención de grado, Aureliano Ortega, solicita constantes permisos que lo obligan a ausentarse al tiempo que, consecutivamente, la rectoría encarga del despacho de la dirección a los académicos Genaro Martell, José Luis Lara Valdés y. Rodolfo Cortés del Moral, por periodos que varían entre cuatro y tres meses. Esto no afectó la marcha de la escuela dados los objetivos y metas claramente planteados. 61


De junio de 2003 a junio de 2007, la dirección es asumida por el docente en filosofía, Genaro Ángel Martell Ávila. El 24 de noviembre de 2006, el Consejo Universitario aprueba el plan y la apertura del Doctorado en Filosofía. Los tres programas de licenciatura (Filosofía, Letras españolas e Historia) y el de la maestría en Filosofía recibieron la más alta calificación (nivel uno) en la evaluación de los Comités Interinstitucionales para la Evaluación de la Educación Superior (ciees). Los cuerpos académicos Filosofía Social y Epistemología y Filosofía Contemporánea pasaron de ca’s “en formación” a “en consolidación”, según la evaluación del promep. Se gestiona la inclusión de la Maestría en Filosofía al Padrón Nacional del Posgrado de calidad del Conacyt, el cual se otorgaría en 2008. Se habilitaron dos espacios audiovisuales para la docencia y se remodeló el Auditorio Ernesto Scheffler, siendo reinaugurado por el rector Arturo Lara López. Se inician las gestiones para la construcción del nuevo edificio de la Biblioteca Luis Rius. Organización de varios coloquios nacionales e internacionales y convenios con instancias culturales para la realización de diplomados en el ámbito de las humanidades. Con motivo del bicentenario de la muerte de Emmanuel Kant se realiza una mesa de exposiciones sobre la vida y obra del filósofo, así como la publicación del libro Kant en las perspectivas del pensamiento contemporáneo. A partir de junio de 2007 se inicia la gestión de Javier Corona Fernández avalado por su proyecto de desarrollo. Durante este periodo ingresaron los dos Programas de Maestría y Doctorado en Filosofía al pnpc (Programa Nacional de Posgrados de Calidad) de conacyt. Los Cuerpos Académicos Epistemología y Filosofía Contemporánea y Filosofía Social avanzaron para ser reconocidos como Cuerpos Académicos en Consolidación, dentro de este mismo Programa. El plan de estudios de ambos posgrados dio la base para la apertura de la Maestría en Literatura Hispanoamericana y de la Maestría en Historia (Estudios Históricos Interdisciplinarios). Se incrementaron los indicadores de calidad con el ingreso de profesores de Filosofía, Letras Españolas e Historia al Sistema Nacional de Investigadores (sni) y la participación sistemática en el Programa de mejora del Profesorado (promep), obteniendo un mayor número de profesores de perfil deseable. Se fortaleció la actividad de Extensión, principalmente en los eventos académicos de carácter estatal, nacional e internacional; asimismo, los

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apoyos para intercambio académico de los estudiantes y el ingreso a programas de posgrado en distintos países de Europa, América Latina y Estados Unidos. Como un factor prioritario, se dio un mayor impulso al programa de publicaciones, iniciándose las colecciones Pliego filosofía, Pliego literatura y Pliego historia, en colaboración con la Dirección de Extensión y apareció el primer número de la revista Valenciana. Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato. Nueva época. Enerojunio 2008, recordando aquella fundada por Agustín Cortés, revista que imprime en su actualidad el número ocho. Se inició la construcción del nuevo edificio de la biblioteca Luis Rius y se incrementaron sus acervos con los fondos otorgados por el Programa Integral de Fortalecimiento Institucional (pifi). En proceso la organización de la nueva etapa académico administrativa de la universidad, el doctor Javier Corona, se integra al equipo de apoyo del rector Arturo Lara para el diseño de la estructura académica constituida por Campus, Divisiones y Departamentos. En la última etapa de la estructura universitaria compuesta por Facultades, Escuelas y Centros de Investigación y en la perspectiva de la nueva organización en Campus, Divisiones y Departamentos, el doctor en filosofía Javier Corona se postula como candidato a director para la División de Ciencias Sociales y Humanidades del Campus Guanajuato. Puesto que gana en proceso normativo universitario en el año de 2009. A la vista de dicho proceso y en vísperas de los cambios estructurales universitarios, la Rectoría asume y firma la propuesta de la Academia de la Facultad quien, en sesión ordinaria colegiada, propone la desig­ nación del maestro Luis Palacios para que ocupe la dirección del 28 de octubre al 15 de diciembre del año 2008, como una forma simbólica de cerrar el ciclo de la historia de la Facultad de Filosofía y Letras en esta etapa trascendental. En su evolución, a partir de enero 2009, se reorganiza la Universidad de Guanajuato en Campus, Divisiones y Departamentos; nuevo panorama que hoy se fortalece en la máxima Casa de Estudios guanajuatense. La historia de esta etapa está por escribirse y será responsabilidad de las nuevas generaciones quienes hoy integran la División de Ciencia Sociales y Humanidades, Campus Guanajuato —cuyo Consejo divisional lo conforman los departamentos de Filosofía, de Letras Hispánicas, de Historia, de Estudios de Cultura y Sociedad, de Lenguas, y de Educación— para que las jornadas de trabajo y reflexiones subsiguientes, tracen los nuevos senderos de las valencianas por venir. 63


Directores

RELACIÓN DE DIRECTORES EN FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

Nombre

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Inicio

Término

Otros datos

Luis Rius Ascoitia

Febrero 1952

Febrero 1953

Encargado de la Dirección. (Apoyado por Ricardo Guerra y Michelle Albàn).

José Rojas Garcidueñas

Febrero de 1953

1954

Primer director formal

Luis Rius Ascoitia

(finales de) 1954

1955

Encargado de la Dirección

Matilde Rangel López

1956

Abril de 1959

Directora

Ernesto Scheffler Vogel

Abril 1959 Reelecto abril 1962

1968

Srio. Académico: Luis Rionda

Luis Rionda Arreguín

1968

1977

Srio. Académico; Alberto Ruiz Gaytán

Amalia V. de Ferro

1977

1979

Srio. Docente: José Arenas. Srio. Docente del 1º julio ’78 al 1º feb. ‘79 Luis Palacios.


Nombre

Inicio

Término

Otros datos

Luis Palacios Hernández

1º Febrero 1979

15 Enero 1991

1er. Secretario académico: Jorge Arturo Castro Rivas.

Aureliano Ortega Esquivel

16 Enero 1991

30 de junio 1993

Secretaria Académica: Lydia Cervantes y, casi inmediato, Faustino Gallaga.

Agustín Cortés Gaviño

1º Julio 1993

13 Junio 1995

Sria. Académica: Alicia Pérez Luque

Luis Fernando Macías

14 Junio 1995

14 Junio 1999

Con la apertura de la Maestría en Filosofía, en 1998, la Escuela pasó a denominarse nuevamente Facultad, en el año 2001

Aureliano Ortega Esquivel

15 Junio 1999

14 de junio 2003

Srio. Académico:Genaro Ángel Martell Ávila

Genaro Ángel Martell Ávila

16 de junio 2003

14 de junio de 2007

Srio. académico: José de Jesús Jaime

Javier Corona Fernández

14 de junio 2007

20 octubre de 2008

Srio académica: Aureliano Ortega Esquivel.

Luis Palacios Hernández

28 de octubre 2008

15 de diciembre 2008.

Srio académico: José Elías Guzmán López

A partir de Enero 2009, se reorganiza la Universidad en Campus, Divisiones y Departamentos.

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Contexto histĂłrico y Valenciana

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Foto: Luz Adriana

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La Valenciana María Guevara Sanginés*

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abía una vez unos bosques de encinos donde habitaban el venado y la liebre, donde también merodeaban varios grupos de hombres disfrutando de la sierra y la cañada. Suena idílico y, aunque extraño, parece el comienzo de un cuento de hadas; pero ese era el paisaje de Guanajuato en los primeros años del siglo xvi, antes de que los empresarios aventureros renacentistamedioevales europeos se lanzaran a la búsqueda de nuevos horizontes. Llegaron al país de las hadas en búsqueda de tesoros qué explotar: sus ganados se reproducían y engordaban sin competencia natural, pero el ganado no lo era todo y tuvieron que someter al resto de los integrantes del paisaje: el chichimeca y el bosque; así que se dieron a la tarea de conquistar al habitante indígena y explotar la tierra. Explorando encontraron la famosa veta madre que en una línea de oriente a occidente reúne las minas, teatro de leyendas. Pronto se organizó toda una sociedad compleja, multirracial y estratificada; como duendes excavaron y sacaron la riqueza del mundo subterráneo para exponerla en el mundo externo; surgieron entonces poblados como Santa Ana, Santa Fe, Santiago de Marfil, Monte de San Nicolás, etcétera, que cambiarían el paisaje para siempre: aparecen realejos y poblados por doquier, se abren caminos que dan paso a las recuas y los habitantes llegan de una variedad impresionante de lugares del mundo: África, Asia, Europa y América. En las cercanías de Santa Ana se explota desde el siglo xvi toda una serie de minas como el Arcabuco, Santa Isabel, el Tepeyac que con el correr de los siglos serían icono. Como buen espacio minero,Valenciana ha estado sujeta a los vaivenes de grandes bonanzas y aparatosas borrascas y con ello a historias conocidas pero también a historias olvidadas o perdidas envueltas en el misterio y en la leyenda. Su * Guevara Sanginés, María. “Historia y Arte del Templo de la Valenciana, Guanajuato”, Tesis para obtener la licenciatura, México, unam, 1984, 152 p.

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paisaje también ha sufrido cambios radicales: de bosque de encinos a real de minas, de real de minas a sitio abandonado, de sitio abandonado a poblado floreciente, de poblado floreciente a escondite de guerrilleros, de escondite de guerrilleros a pueblo semifantasma, de pueblo fantasma a ¿comunidad académica?, de comunidad académica a… A los rancios historiadores modernos y “postmodernos” con sus aburridos mamotretos sobre estadísticas de producción y número de habitantes, explicación teórica de procesos y abstracciones de la realidad se les olvida con frecuencia que la historia también es leyenda y cuento y que la transformación de este pedazo de bosque fue producto de los sueños, pesadillas, sufrimientos y dichas de muchos seres humanos que creían, a veces negaban, en un rey que vivía allende el mar.También crecían en una religión de salvación (premio y castigo) que los impulsó a construir edificios esplendorosos. Uno de estos edificios, la iglesia con su convento, se construyó en Valenciana durante los tormentosos años de la segunda mitad del siglo xviii, cuando el real de minas se había convertido en un floreciente poblado al recuperar y explotar la veta aparentemente perdida. Valenciana se encontraba, desde 1760, disfrutando de la más grande de las bonanzas que haya tenido; había suficientes obreros, empresarios entusiastas y riquezas en abundancia, no sólo en dinero sino en sensibilidad artística y artistas especializados. No es extraño, entonces, que alguien como el conde de Valenciana haya tomado la batuta en la empresa de construir una obra de arte al gusto y a la medida de las creencias de la época; entonces los obreros se suman a dicha obra y con el famoso “fondo de mano de piedra”1 participan en el financiamiento de la magna obra que marcará para siempre la vida del poblado. Así es que en los momentos en que Europa se seculariza como parte del proceso modernizador que había comenzado a fines del siglo xv, España se reorganiza administrativamente y se moderniza a través de la implementación de las llamadas reformas borbónicas. Mientras en el mundo muere el barroco, aparentemente exhausto, y surge el neoclasicismo secularizador y puritano, en Valenciana el modo de vida barroco da un grito vital. Bajo la influencia jesuita y de los últimos aires del barroco, los habitantes de Valenciana construyeron un templo que, por un lado, satisfacía las necesidades espirituales de la comunidad minera y, por el otro, encausaba los excedentes de riqueza de la misma. Para atender el culto en el templo y las necesidades espirituales de los habitantes de Valenciana, se intentó traer a un grupo de sacerdotes 1. Piedra de gran contenido de plata que extraían los operarios mineros, que se depositaba en un canasto especial, para obras pías o para otras obras como construir Valenciana.

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(teatinos),2 para lo cual se construyó el convento anexo al templo cuyo santo patrono es precisamente el fundador de los teatinos: San Cayetano. Aunque los teatinos no llegaron a Valenciana, la capilla “particular” nunca dejó de dar servicio religioso a la comunidad, por ello es que a principios del siglo xx se aplicaron las leyes sobre patrimonio nacional y entonces el templo, con su convento, pasó a ser propiedad del Estado mexicano. A partir de la guerra de Independencia (1810) La Valenciana ha sufrido constantes abandonos de sus pobladores y con ello un deterioro importante de sus edificios, algunos de los cuales ya no existen, otros son un montón de polvo de adobe y otros más han cambiado su función y aspectos originales. En todas las historias escritas en forma de libro hay que pasar las hojas para seguir el hilo de la narración o para cambiar de historia; así es como cambiamos de hoja en nuestra historia y comenzamos leyendo que por los avatares del tiempo, el abandono y el descuido, el edificio conventual ha sido usado para fines diferentes a los que se le adjudicaron en su origen: en 1867 se instala el Colegio de Santa María de Valenciana, escuela de lenguas y estudios superiores, que años más tarde se trasladó primero cerca de la Alhóndiga y después a la ciudad de León. El edificio, por descuido y abandono, sufrió desperfectos de diversa índole; sin embargo, ya en pleno silgo xx fue utilizado como dispensario. En noviembre de 1962 se emite un decreto presidencial3 por medio del cual el convento pasa a ser propiedad del Gobierno del estado de Guanajuato. Es entonces cuando, como resultado de un movimiento renovador de la ciudad de leyenda se rescatan diversas ruinas como las fachadas de las iglesias de los minerales (Rayas) y, además, se “restaura” el ex convento de Valenciana con la intención de albergar a la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guanajuato. Como esta escuela prefirió instalarse en el antiguo convento de Belén, entonces el edificio secular fue destinado, en 1968, a la Facultad de Filosofía y Letras, que a decir de una de sus fundadoras,4 era una escuela “errante”. Desde entonces, este edificio ha sido testigo de una aparente sedentarización, así como de los éxitos y fracasos de quienes en la Universidad de Guanajuato han intentado darle vida a la discusión y al conocimiento humanista a través de las letras, la filosofía y la historia. Por lo pronto, cerramos el libro de historias en la inteligencia de que en el futuro se agregarán otras páginas que nos cuenten sucesos olvidados en las páginas escritas así como nuevas historias de tiempos recientes. 2. Orden de sacerdotes, de origen italiano, organizada en el siglo xvi bajo el espíritu de la Reforma Católica. 3. Diario Oficial de la Federación, núm. 5, 6 de nov., 1962. 4. Maestra Matilde Rangel.

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Foto: Luz Adriana

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La Escuela de Filosofía, Letras e Historia de la Universidad de Guanajuato José Luis Lara Valdés

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scribió Emmanuel Kant en Comienzo presunto de la historia humana lo siguiente: Es lícito esparcir en el curso de una historia presunciones que llenen las lagunas que ofrecen las noticias; porque lo antecedente, en calidad de causa lejana, y lo consiguiente, como efecto, pueden ofrecernos una dirección bastante segura para el descubrimiento de las causas intermedias que nos hagan comprensible el tránsito. Pero pretender que una historia surja por entero de presunciones no parece diferenciarse mucho del proyecto de una novela. Como que tampoco llevaría el título de historia presunta, sino de pura invención.1

De tales planteamientos kantianos hacemos, en humanidades y ciencias sociales, método de investigación, de indagación, de averiguaciones que nos permiten explicar aquello que interesa. Este bosquejo histórico de la Escuela de Filosofía, Letras e Historia de la Universidad de Guanajuato procura tal método. Si bien hace poco más de cuarenta años inician formalmente las dos primeras carreras, Filosofía y Letras Españolas, con cuatro o más estudiantes y un número semejante de profesores, y hace treinta que hay carrera de historia, los estudios de nuestras disciplinas trascienden hacia los orígenes de la educación escolarizada en la ciudad de Guanajuato hacia 1733, mientras que en la región a los inicios de la cultura hispanoindígena en la Yuriria del siglo xvi. El texto de Kant que abre este artículo fue divulgado hacia 1786. Para ese año había sucedido en el Colegio de la Santísima Trinidad de la ciudad de Guanajuato la enseñanza y el aprendizaje de la filosofía en tanto sinónimo de conocimiento, de lógica en tanto expresión lingüístico literaria, de teología en tanto ideología dominante, de metafísica, de lenguas clásicas, de teoría e historia del conocimiento. 1. Kant, Emmanuel, Filosofía de la historia, México, Fondo de Cultura Económica, p. 67.

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El Colegio de la Santísima Trinidad era la institución donde la juventud rica o pobre halla Escuelas para los primeros doctrinales elementos, de leer, escribir, contar, y aprender la doctrina christiana: clases para la Latinidad, Poesía, y Retórica: General para la Filosofía, donde batidas las cataratas de la ignorancia se habiliten los entendimientos para discurrir en todas materias con acierto.2

Se estudiaba filosofía como gran y única vía para saber mediante los estudios; mucho antes de diferenciar entre ciencia y filosofía, a ésta en el siglo xviii se le consideraba ciencia. Colegiales de Guanajuato hacían ciencia en aquel siglo de la ilustración europea. Existen noticias y alguna edición de apuntes filosofales que dan testimonio de aquella actividad.3 La labor de los jesuitas fue interrumpida en 1767 y clausurados los estudios, hasta 1794 cuando los religiosos del oratorio establecieron el Colegio de la Purísima concepción, con cuatro escuelas de primeras letras y cursos para jóvenes. Entre las materias de estudio estaban: Gramática, Retórica, Filosofía Moderna, Teología, Matemáticas, Maquinaria.4 Es destacable el que estos años de fin de siglo xviii fueron los de la enseñanza “moderna”, el principio del apogeo de las ciencias experimentales, sucediendo también atisbos del fin del monopolio clericalista sobre la educación. Hacia 1811 fue clausurado este colegio y la enseñanza sucedió en un semiclandestinaje de grupos organizados por filantrópicos religiosos y otros hombres de profesiones liberales. En el xix, con la creación del Colegio del Estado hacia 1827, nuestras disciplinas quedaron contenidas en los planes y programas de estudios de la Segunda Enseñanza y de las carreras de Foro (Derecho), Minería, y Eclesiástica.5 La importancia de tal integralidad fue destacada hacia fin de aquel siglo por el eminente estudioso naturalista, el doctor Alfredo Dugès, cuando en ocasión de inaugurar su curso de Historia Natural dijo: 2. Fernández de Souza, Juan de Dios, Carta consolatoria a la ciudad de Guanajuato en la sensible muerte de… el padre rector Ignacio Raphael Coromina… Méx., Colegio de San Ildefonso, 1764, pp. 2-3. (Facsímil editado por Gobierno del Estado de Guanajuato en 1991). 3. Andrés Guevara y Basoazábal escribió y publicó (siguiendo sus textos se reformó la enseñanza de la filosofía en Nuestra España primero y México después) Instituciones Philosopiae; Lógica y Metafísica, en Agustín Lanuza, Historia del Colegio del Estado de Guanajuato, Méx., M. León y Sánchez, 1927, p. 33. Se trata de obras extraviadas en bibliotecas antiguas, no así una que la Universidad de Guanajuato rescató en edición facsimilar en 1984 Pasatiempos cosmogónicos, 2 volúmenes. 4. Gaceta de México compendio de noticias de Nueva España de los años de 1798 y 1799, t. IX, Ciudad de México, Manuel Antonio Valdés, p. 41 en adelante. La obra consultada se localiza en el fondo bibliotecario Lic. Manuel Cervantes/Biblioteca Armando Olivares/Universidad de Guanajuato. 5. Decreto No. 36 en Decretos del Primer Congreso Constituyente del Estado de Guanajuato, Archivo del Congreso del Estado de Guanajuato.

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¿Acaso podrá uno levantarse hasta las sublimes contemplaciones de la astronomía y sus aplicaciones sin matemáticas? La química que tantos servicios presta diariamente a la sociedad ¿podrá practicarse sin previos conocimientos de física y de matemáticas? Y para no salir de la esfera de nuestros trabajos, diré que es imposible comprender algo de biología, que es la ciencia de la vida, sin tener a lo menos unas nociones de ciencias puras, como la física, la química, la mecánica, la meteorología, y aun la filosofía, pues ésta última nos enseña a interpretar los hechos y estudiar las cosas con método y lógica.6

Luego es plausible la idea de que los contenidos de las actuales carreras de Filosofía, Letras Españolas e Historia estuvieron presentes en la sociedad local por lo menos desde 1733. No hemos estudiado a los autores de medio siglo xviii en adelante, salvo a un puñado; vale la pena exponer lo que llamó la atención de Guanajuato, hacia fines del siglo xviii la Gazeta de México, cuando dice en el artículo donde da noticia del nuevo colegio que más que por la fama de su riqueza, Guanajuato lo era por “abundante de raros y sobresalientes talentos”.7 Mas no debiendo restringir la presencia histórica de nuestras disciplinas y campos de estudio a una ciudad, habrá que mencionar que en Yuriria, población hacia el sur del territorio estatal, funcionaba desde 1560 el Colegio de San Pablo, para la enseñanza de la teología, la filosofía, artes mayores y artes menores. En toda la región de los actuales estados de Michoacán, Jalisco, San Luis Potosí, Querétaro y Guanajuato no hubo otro lugar para los estudios, según anotó el cronista agustiniano del siglo xvii, Diego de Basalenque: nadie es hoy nada sin haber tenido que ver con el sitio.8 Así podremos apreciar que nuestra sociedad ha tenido contacto con el conocimiento a través de los estudios que hoy llamamos humanísticos y de ciencias sociales, mucho tiempo antes de estos cuarenta y algo de años recién pasados. Después del antecedente de los estudios habrá que ir a los del edificio sede de la Escuela de Filosofía, Letras e Historia, por encontrarnos en una feliz circunstancia.

6. Alfredo Dugés. Guanajuato, Méx., Gobierno del Estado de Guanajuato, p. 177. 7. Vid supra nota 4. 8. La importancia de este Colegio la hemos abordado universitarios de Guanajuato a partir de los trabajos de rescate de su antigua biblioteca, ver entre otros textos José Luis Lara Valdés, “El recinto y la biblioteca de los religiosos agustinos de Yuriria, Gto.,” en Mariano González Leal, Guanajuato: la cultura en el tiempo, León, Gto., El Colegio del Bajío, 1987. La frase de Basalenque así como la historia del Colegio de San Pablo y su impacto regional en Nicolás P. Navarrete, Historia de la Provincia Agustiniana de San Nicolás de Tolentino de Michoacán, t. I, Méx., ed. Porrúa, S.A., 1978.

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A partir de 1867 funcionaba en el edificio que nunca fue monasterio ni convento, pero que llamamos ex convento de la Valenciana, el Colegio de Santa María, en él se impartía la Primera y la Segunda Enseñanza, sobre todo en un amplio campo de disciplinas humanísticas. El mayor impulso de este campo del conocimiento fue obra de Ignacio Montes de Oca y Obregón, teólogo erudito y polígrafo quien, hacia 1869 expresaba lo siguiente: (Este) es uno de los primeros colegios de la República en que se haya enseñado el idioma griego; el segundo en que se aprende la lengua hebrea; el único en que a la vez se abren cátedras de tres lenguas antiguas y de cinco idiomas modernos extranjeros. Las Matemáticas, la filosofía racional, la geografía, la historia, la declamación y todas aquellas ciencias y artes que pueden aprender los alumnos del Colegio de Santa María.9

Algunos de los egresados del Colegio de Santa María fueron a terminar su Segunda o la Tercera Enseñanza en el Colegio del Estado, mismo que reconocidos los estudios de aquél a partir de 1877, luego del fortalecimiento de contenidos de las materias y de la integración de instrumental para laboratorios dónde estudiar ciencias experimentales. Entre otros egresados del colegio de Valenciana mencionaremos algunos por su obra: Ponciano Aguilar (ingeniero), Nicéforo Guerrero, Joaquín y Jesús Chico (juristas), Ramón Valle (poeta), Luis Chico Goerne (funcionario). El siglo xx trajo las revoluciones sociales, la carrera armamentista, y los grandes movimientos populares que ajustaron las cuentas de las ideologías. México fue colmado de hombres de pensamiento y acción cultural de todos los estrados del compromiso social. Los antiguos liceos, institutos literarios, escuelas de altos estudios, sostuvieron la enseñanza de las humanidades, sólo que conforme avanzaba el siglo se hizo necesario organizar estos saberes en disciplinas, nuestras carreras entre otras. Antes del fin de la primera mitad del siglo xx el antiguo Colegio de Guanajuato continuó su secuela, primero jesuita, luego felipense, después estatal, para llegar a ser la Universidad de Guanajuato, 1945-1947; pocos años después hacia 1952 fueron creadas las carreras de Filosofía y de Letras Espa­ ñolas, hasta entonces solamente impartidas por la Universidad Nacional (hoy la unam). Aquí habrá que variar el punto de vista por la importancia en la explicación del contexto social.

9. Lanuza, op cit., pp. 311-314.

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Entre 1952 y 1957 en Guanajuato, Jalapa, Monterrey y Guadalajara, en ese orden, las universidades consolidaron o establecieron su área de ciencias humanas. Fueron años, por cierto, de notable apogeo intelectual derivado del impulso que el Presidente Miguel Alemán diera a la idea de lo mexicano, fue la década de la mexicanidad, cuando se editaron y leyeron, al menos por los concurrentes a las nuevas carreras mencionadas y en las distintas universidades: El laberinto de la soledad, de Octavio Paz y su poemario Águila o sol, El cuadrante de la soledad, de José Revueltas, de Xavier Villaurutia Nostalgia de la muerte, de Rosario Castellanos Presentación en el templo, de José Gaos La filosofía mexicana, de Leopoldo Zea La filosofía como compromiso, de Emilio Uranga Análisis del ser mexicano, por sólo referir algunos casos.10 Otro hubo, aunque más bien se les distinguía por una postura ideológica, los hegelianos Fernando Salmerón y Alejandro Rossi, los marxistas Wenceslao Roces y Adolfo Sánchez Vázquez, José Revueltas considerado autor maldito, quien lograra inducir en la militancia a Eduardo Lizalde y Enrique González Rojo.8 10. Agustín, José Tragicomedia mexicana, I, Méx, Ed. Planeta, 1990, pp. 98-121

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Los intelectuales entonces no dejaban de publicar, según fuera posible desde el grupo al que se integraban; todavía permeaban gustos y opiniones sobre la Revolución Mexicana; las historias cuyo objeto de estudio fueron la lucha de clases dieron lecturas a los niños que se educaron en la década de los 30 a los 40. Pero sin duda lo que mejor representa la época es el cine, el teatro, la música, y la arquitectura resultado de obra pública sexenal. En Guanajuato y como drástico contraste, o al menos para mí, la década de los años 50 a 60 inició con hambre; la política económica alemanista había llegado a niveles de depauperación, siempre ocultada en una obra pública ostentosa, difícilmente funcional cuando se le aprecia desde la arquitectura. Obras que tuvieron la estructura del acero y el concreto y la superestructura del plafón y el yeso, imitando en molduras gustos de antaño. Los neos evidenciaban la vocación por el pasado mexicano pero no eran la solución al presente; los neocolonial, neoazteca, tan populares en las obras de la carretera panamericana, en gasolineras, en multifamiliares, en viviendas populares. La mole del edificio central de la Universidad de Guanajuato nos expresa el neocolonial. El “espacio escalerado” según Salvador Díaz Berrio. El año de 1952 es para Guanajuato, en contraste con el empobrecimiento de amplios sectores de la sociedad, el de la fundación de los nuevos valores para las artes, las humanidades y las ciencias sociales. Con la fundación de la Escuela de Filosofía y Letras, surgen la Orquesta Sinfónica de la Universidad, la escuela de Teatro y el Teatro Universitario, la Escuela de Artes Plásticas. Mejor ámbito no pudo haberse dado. En lo que se refiere a nuestra escuela hay datos inconexos, lagunas de información; memoraciones y remembranzas de aquellos que vivieron la circunstancia, con la inevitable carga de interpretación y subjetividad. Se sabe que las carreras podían ser cursadas por créditos, sin necesidad de ceñirse a programas inflexibles. Se sabe que fue de sus primeras direcciones el bachiller José Rojas Garcidueñas, y del talento de sus primeros profesores, hombres de la talla de Luis Rius, Horacio López Suárez, el jesuita políglota Jesús del Real. De sus primeros alumnos hay que reconocer, por su trayectoria para la Escuela, de la que llegó a ser directora, Amalia Vallejo de Ferro.11 11. Archivo Histórico de Guanajuato, Escuela de Filosofía y Letras, Legajo con diversa folletería, mecanoscritos, reportes, notas, sin clasificar.

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En 1954 fue constituido el Archivo Histórico Municipal, o de Guanajuato, que había sido entregado a la Universidad de Guanajuato, en 1947, para ser “laboratorio de la historia”. Integraron las colecciones los fondos del cabildo de la ciudad, legajos judiciales, donaciones documentales de particulares y otra información impresa; se abría o se afianzaba en anhelo por la otra carrera: Historia, pero no en esos años sino hasta la siguiente década. Pero si bien la carrera de Historia no tuvo inicio sino hasta 1962, el titular del Archivo Histórico, Jesús Rodríguez Frausto, editaba cuanto documento podía dando inicio a la importante obra histórica historiográfica regional, con que nuestra escuela mediante la Universidad de Guanajuato, se ha significado en la sociedad. En 1957 el filósofo Ernesto Scheffer Vogel integró el Círculo de Estudios Filosóficos y Culturales, dedicado a la divulgación del conocimiento y a la confrontación de reflexiones académicas. Eran los años cuando solían leerse los autores antes mencionados, y los internacionales sobre todo el existencialismo francés, sin despegarse de los clásicos latinos y griegos, ni de los escolásticos medievales. Esta comunidad de Filosofía y Letras nutría la república de los literatos, de los poetas y los anhelos de la representación teatral. El teatro clásico, español, o contemporáneo de entonces; pudo verse al contingente estudiantil poner a Eugene Ionesco o dar lecturas públicas de poesía contemporánea. Para el año de 1962 el rector Olivares Carrillo dijo en su Plan de Acción: …resulta indispensable, crear dentro de la Escuela de Filosofía y letras, la Facultad de Historia, hasta ahora no existente porque, si nuestra Entidad Federativa es una de las que más gloriosamente han participado en la formación de los episodios nacionales, no puede concebirse que esta Institución abandone el estudio de la Historia, que debe constituir una de nuestras más constantes preocupaciones.12

La carrera de Historia vino a modificar los planes y programas de estudio de las carreras de Filosofía y Letras; entre otras reformas se terminó el sistema de créditos y se implantó el de asignaturas por anualidades. De esa 12. Olivares Carrillo, Armando, Plan de Acción, México, El Autor, 1962. Con este discurso tomó posesión por segunda vez Olivares Carrillo, pero su desaparición dejó la fundación de la carrera de Historia para otras administraciones.

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época viene el documento donde se establece, incluso, la metodología de la enseñanza: [En las horas de clase] el maestro expone oralmente el tema de su clase, dedicando al final un mínimo de 15 minutos para dar respuesta a diversas cuestiones relacionadas con el tema y que los estudiantes libremente deseen formular y aclarar. Asimismo el profesor hará distintas preguntas con el fin primordial de desarrollar el sentido crítico de los alumnos…13

Más adelante se establece dedicar otra hora de la semana de clases, a “la lectura y al comentario de textos apropiados, en forma de seminario de investigación”. Más adelante, dos años, atendiendo la resolución de las ocho escuelas y facultades de universidades del país, donde eran impartidas nuestras carreras, se preparó una modificación más: el tronco común para las tres carreras, por un año, estableciendo el objetivo de ampliar horizontes de cultura general, y colaborar a la consolidación de la vocación.14 Otro fasto por anotar es la llegada, en 1968, de la comunidad de la Escuela de Filosofía y Letras, donde también se estudiaba Historia, a la Valenciana. Hasta ese año los estudios habían tenido diferentes sedes, y finalmente llegaba a su propio recinto. El homenaje al Colegio de Santa María, que había pasado sus mejores años y la institución trasladado a León, celebrando además un centenario de haber estado en funciones tal institución educativa: profesores y alumnos de la Escuela recién instalada en el sitio, realizaron las siguientes actividades: Poema de Anacreonte, por Alberto Ruiz Gaytán, en griego. Historia del Colegio de Santa María por J. Guadalupe Fernández, en latín e italiano. u Balada alemana, por Ernesto Scheffler Vogel, en alemán. u Poemas franceses, por Mario Hernández Lira, en francés. u Poemas ingleses, por Mario Ruíz Santillán. u Disertación poética, por Amalia Vallejo de Ferro. u u

Cuarenta años no son muchos, pero no hay más tiempo para reseñar, sólo anotaré la perspectiva correspondiente. Nuestra escuela es, de todas las de la Universidad de Guanajuato, la que más ha editado en la obra intelectual de sus egresados y personas relacionadas con ella. A lo largo de cuarenta 13. Ver nota 7. 14. Ibidem.

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años diversas revistas locales, regionales, nacionales, internacionales han editado las letras de universitarios de Guanajuato que nos dedicamos a la comunicación, a la creación, al análisis, etcétera. Estudiantes y profesores de nuestra escuela cultivamos y conservamos el honor del rescate del patrimonio cultural en todas sus manifestaciones, en tanto injerencia de la universidad que tutela al conocimiento, y los medios para ir hacia él. Luego nos hemos dedicado al rescate, preservación y estudio de archivos históricos, bibliotecas de libros viejos, y costumbres: para el análisis y la explicación. No pocos profesores de nivel medio superior, licenciaturas y posgrados, han egresado de estas carreras para la materia más natural a nuestras disciplinas: la metodología de algo, la creación literaria, el discurso crítico, la investigación no sólo histórica. Pero, justo es decirlo, cualitativamente sólo el tiempo que todo lo decanta, dirá lo que ha sido nuestra comunidad.

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Origen y desarrollo de la Universidad de Guanajuato a los 280 años de sus antecedentes Luis Palacios Hernández

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emos dicho, y se ha dicho, que: “Esta no es una ciudad que alberga a una universidad, sino una Universidad que guarda a una ciudad”. Este quiasmo o retruécano revela algo más que una figura retórica: es una realidad actuante desde el momento que la primera semilla fue sembrada. En el largo recorrido histórico de las peculiares etapas de la vida de la Institución, sigo, con recuerdo grato, los anotaciones escritas por el gran amigo, Arturo Salazar y García (qepd) de su publicación: “Etapas de la Uni­ versidad de Guanajuato. Desde 1732 a nuestros días”, catedrático de la la Escuela de Filosofía y Letras, profesor entrañable de la carrera de Historia. Por iniciativa de Doña Josefa Teresa de Busto y Moya, se promueve la idea de fundar un Colegio de la Compañía de Jesús. De esta manera, en casa y terrenos donados por esta benefactora en el centro de la Villa, se abre el “Hospicio de la Santísima Trinidad” el 1º de octubre de 1732. Seis años después, Don Pedro Lascuráin de Retana, por medio de dona­ ciones, logra se funde una misión permanente de la Compañía de Jesús incorporándose al Hospicio, mismo que en 1744 recibe por parte de la Corona Española, la licencia para ser “Real Colegio de la Santísima Trinidad”. Es en esta etapa cuando se inicia la construcción del templo de la Compañía de Jesús y del Colegio. Desde su fundación, y a pesar de la expulsión de los Jesuitas y otras vicisitudes, el Colegio tuvo una intensa vida académica ya que fue escuela de primeras letras; se impartieron cursos de Artes, cátedras de Gramática, Retórica, Filosofía, Teología, Matemáticas y Maquinaria. ¿Qué sería de la ciudad sin la Universidad? La vida optimista y la riqueza evidente de sus construcciones emblemáticas son sello de identidad de los que circulamos (o caminamos) por sus calles, callejones y ese río, hoy convertido en logo turístico para beneplácito de la tarjeta postal, fueron resultado de las ganancias mineras y el esfuerzo de cientos de anónimos trabajadores principalmente durante el siglo xviii (“cuando los 83


perros se amarraban con longaniza” como decía mi abuela Josefina), contrastaron con la primera mitad del siglo xx, cuando el futuro Cuévano de Jorge Ibargüengoitia, comenzaba a enfermar de silicosis y desgaste social. Sólo su carácter de capital del estado y su Universidad, permeando las capas sociales, ofrecían una opción de mejora social y económica. A pesar de ello (o quizás por eso), la ciudad ofrecía sus descascarados encantos y su magia provinciana vistiendo los auténticos ropajes de la vida cotidiana. Por esos años (los años cincuentas), como otros muchos, llegaron artistas de la palabra e imagen como Carlos Fuentes y Luis Buñuel. El primero adjetivándonos como “Las buenas conciencias” o campeones del golpe de pecho en jolgorio prostibulario (ostensiblemente —¿o novelísticamente?— olvidando a Puebla, Morelia o San Luis Potosí y el largo etcétera de los campos guadalupanos); y el segundo realizando un film donde el personaje Francisco (Arturo de Córdoba) explota sus patologías en la Plaza de la Paz o disparando fotos frente a la casi terminada monumental escalinata de la Universidad.

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La Revolución de 1910 laceró el Colegio; pero pasada la etapa de violencia se inició la recuperación y paulatinamente fue ganando prestigio académico entre los centros de educación de la República. El paso siguiente lo encabezaría Armando Olivares Carrillo transformando al Colegio en Universidad —el 24 de marzo de 1945—, incorporando a ésta al nuevo ritmo de desarrollo del México posterior a la Segunda Guerra Mundial, con la idea: “no es el tamaño de los obstáculos lo que hace a una universidad: sino el trabajo”. Posteriormente la vida de la institución se orientaría con un marcado contenido humanístico y no exclusivamente técnico Las tres décadas doradas del fortalecimiento humanístico y cultural de la ciudad, a partir de la actividad de su universidad, serían: los años cincuentas, sesentas y setentas. Los 50’s: que llamaríamos el inicio: Febrero de 1952, se funda la Facultad de Filosofía y Letras; marzo, fundación de la Escuela de Música; abril del mismo año, primer concierto de la Orquesta Sinfónica; en igual año, se abre la Escuela de Artes Plásticas, cuya primera 85


exposición se hizo pública en febrero de 1953. En agosto, comienzan los trabajos de la Escuela de Arte Dramático (proyecto seminal, suspendido en 1963, cuya reapertura se objetiva significativamente en agosto de 2012 con la Licenciatura en Artes Escénicas).y el Teatro Universitario de Guanajuato, actividades paralelas y concurrentes que Enrique Ruelas concibió como germen para “que esto cunda en todo el país y así, cada año, Guanajuato será la capital teatral de México”; y, por fin, Estreno de Los Entremeses Cervantinos a cargo del Teatro Universitario de Guanajuato el 20 de febrero de 1953. En esa misma década: Los pasos, de Lope de Rueda y El retablillo jovial de Alejandro Casona. Los 60’s que bautizaríamos como de la consolidación: en el contexto de la liberación femenina y la píldora anticonceptiva (uno para otro, lo mismo), los Beatles, el “Amor y Paz” los conciertos masivos y sorpresivos del Woodstock. Se estrena en Guanajuato El caballero de Olmedo de Lope de Vega a iniciativa de Ruelas con su “troupe” universitaria, en un paraje rumbo a San Javier (hoy perdido para siempre por ocultamiento del río y un hotel que ha caído en cadena estándar de hospedaje). Más tarde, ahí, muy junto en San Matías, se estrena Yerma de García Lorca. Pero también, tendríamos que agregar musicalmente, que en abril de 1963, la Estudiantina de la Universidad de Guanajuato ofrece su primera audición, sin saber que sus serenatas personales iban a inaugurar, muchos años más tarde, un jugoso negocio de callejoneadas con gafetes y porrones, todo por el mismo boleto. Los 70’s, por fin, signan la internacionalización. En efecto, a prácticamente dos décadas de que don Quijote y Sancho, acompañando a los personajes entremesinos en la plaza de San Roque, hubieran salido a la luz de los reflectores, Guanajuato se engalana con la primera celebración del Festival Internacional Cervantino en octubre de 1972. Para esa ocasión El teatro universitario estrena Las Estampas del Quijote en otro espacio con fuerte raíz de origen: la plazuela del mineral de Cata, donde los Juglares, creados por el “Flaco Arias” comparsaban la representación.Ya al final de la década, Ruelas subraya la raíz minera de la ciudad con la obra Dos hombres en la mina, en una auténtica mina vinculada estrechamente con la Universidad. Inscrita profundamente en el entorno político y social, la Universidad de Guanajuato, vivió los cambios y transformaciones de las inquietudes sociales que desmbocaron en los movimientos sindicales universitarios; todo ello configuró el ambiente y circunstancias que prepararían la búsqueda del régimen autónomo obtenido el 21 de mayo de 1994 lo que ha propiciado el fortalecimiento de los cuerpos colegiados y una mayor

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movilidad de estudiantes y profesores en un ámbito de mayor competencia en las rutas de la docencia, investigación y extensión. En el tiempo presente, la reorganización académica y administrativa de la ug, ha obligado a la reubicación de lo que han sido sus Escuelas y Facultades, anclajes vitales de las zonas de la ciudad minera: Valenciana, Paseo de la Presa, La Alameda, Avenida Juárez, Jardín Reforma, San Matías, Noria Alta y el centro corazón de la cañada cuevanense. Pronto, quizás, estaremos conjuntados en lo que los medios y documentos oficiales llamarán familiarmente “campus”. Seremos, por fin, una ciudad que, en sus apéndices, tenga una universidad con verdes y bucólicos cerros.Y entonces ¿tendremos la circunstancia que da vida a la ciudad que nos ha vitalizado para llegar al siglo xxi y celebrar este jocundo maridaje que podríamos festejar? La respuesta, creo, la tenemos los universitarios que conocedores de nuestro pasado y conscientes de nuestra pertenencia a la Universidad pública, seguiremos comprometidos con nuestras raíces profundas como las minas que nos rodean todas las mañanas en el paisaje guanajuatense. Nota: El presente texto, recupera y actualiza la participación que el autor leyó en la ceremonia de celebración del 275 aniversario de la Universidad de Guanajuato, en octubre de 2007. 87


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Celebración de los 60 años de los programas educativos de Filosofía y Letras y 50 años del de Historia de la Universidad de Guanajuato, realizada el 7 de marzo de 2012

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Mensaje del Rector General de la Universidad de Guanajuato Dr. Manuel Cabrera Sixto

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e da mucho gusto participar en esta importante ceremonia, que lo es no únicamente para la comunidad de la Sede Valenciana, sino para toda la Institución. La creación, en 1952, de los programas educativos de Filosofía y de Letras y, en 1962, del de Historia, constituye un capítulo trascendente de nuestro devenir, por la sencilla razón de que en esas disciplinas se asienta el pilar humanista de nuestra Institución. Por la razón también de que sin ellos, sin sus egresados y sus aportaciones, serían inexplicables los últimos 60 años de la Universidad de Guanajuato. Es muy grato recordar el momento social y cultural en que surgió y del que forma parte la creación y la historia de ésta, que fue primero escuela, luego facultad, y ahora integra los departamentos respectivos, pertenecientes a la División de Ciencias Sociales y Humanidades del Campus Guanajuato. A sólo siete años de concluida la Segunda Guerra Mundial, Guanajuato y su universidad, encabezados por ciudadanos visionarios como el rector Antonio Torres Gómez y el gobernador José Aguilar y Maya, respondieron a la gravedad del momento con más educación, más arte y más cultura. Fueron creados entonces, a la par de Filosofía y Letras, la Escuela de Música, la Escuela de Artes Plásticas, la Escuela de Arte Dramático, la Orquesta Sinfónica y el Teatro Universitario. Proyectos educativos y culturales de la mayor trascendencia para una universidad y una sociedad que de esa manera pudo iniciar una nueva etapa, con una posición robustecida en lo académico y en lo material gracias al gran apoyo de destacados profesores de la unam. A partir del momento en el que la Universidad de Guanajuato tuvo el orgullo de contar con la segunda escuela de su tipo creada en el país, 91


sólo después de la fundada en la unam, el camino no ha sido sencillo. Sin embargo, en sus 60 y 50 años de vida, esta comunidad ha convertido las limitaciones en estímulo y los retos en oportunidad. Al respecto, la evolución de sus indicadores de calidad y competitividad es elocuente. En el aspecto de la matrícula, en 1980, la entonces escuela no llegaba a los 100 alumnos en la totalidad de sus programas, y carecía de oferta de posgrado. En el año 2012, como parte de un proceso en que anualmente se reciben muchas más solicitudes de las que se pueden aceptar, los programas de licenciatura reúnen a 322 alumnos, 100 por ciento de los cuales están inscritos en programas considerados de calidad nacional, al contar con el Nivel 1 de los ciees. Foto: Luz Adriana

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Asimismo, en sólo 14 años, esta comunidad alcanzó las condiciones académicas y materiales para crear cuatro programas de posgrado: tres maestrías y un doctorado, con cobertura para las tres disciplinas. Hoy, estos programas forman parte del Programa Nacional de Posgrados de Calidad del Conacyt, lo que permite a sus alumnos recibir becas por cursarlos. Asimismo, esta comunidad cuenta hoy con cinco cuerpos académicos, dos en formación, dos en consolidación y uno consolidado, de los que se derivan líneas de investigación de gran pertinencia y potencial. La visión que estos datos aportan, nos permite afirmar que, primero en el Edificio Central, luego en la Sede Belén y desde el mes de octubre de 1967 en esta Sede de Valenciana, los programas educativos de Filosofía, Letras e Historia se han consolidado como un referente para la universidad, para la ciudad e incluso para el estado, la región y el país. Con todo, lo que esta comunidad le ha dado a la Universidad de Guanajuato en sus 60 años de existencia es mucho más que un conjunto nutrido de profesionistas de las humanidades. En los programas educativos que hoy celebran aniversarios se han formado o impartido clases pensadores como Ricardo Guerra, Ernesto Scheffler y Luis Rionda; historiadores como Jesús Rodríguez Frausto, Aurora Jáuregui y Alfredo Pérez Bolde; lingüistas, historiadores de la literatura y artistas como Luis Rius, Margarita Villaseñor y Jorge Ibargüengoitia, entre muchos otros, reconocidos fuera de nuestras fronteras, cuyas ideas nos han mejorado y cuyas obras constituyen una aportación ineludible a la cultura mexicana. Por supuesto, no debemos olvidar que muchos universitarios, luego de su paso por estos programas, han destacado en la promoción y la administración cultural; el mundo del teatro; el periodismo escrito, la radio y la televisión; y muy especialmente, en el mundo de los libros. Por esas y muchas razones más, por el cariño que tenemos por esta comunidad, me permito hacer un reconocimiento a quienes fueron sus directores: José Rojas Garcidueñas, Luis Rius, Matilde Rangel, Ernesto Scheffler, Luis Rionda Arreguín, Amelia Vallejo de Ferro, Luis Palacios Hernández, Aureliano Ortega, Agustín Cortés Gaviño, Luis Fernando Macías, Genaro Martell y Javier Corona; así como a los directores de los tres departamentos en esta etapa y al director de la división. Felicito sinceramente a toda la comunidad por este aniversario en el que queda de manifiesto su gran esfuerzo y capacidad de trabajo al servicio de la Universidad de Guanajuato. “La verdad os hará libres”. 93


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Mensaje del Rector del Campus Guanajuato Dr. Luis Felipe Guerrero Agripino

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sta tarde, quisiera compartir con ustedes una reflexión general en torno al festejo de estos sesenta años del inicio de los estudios profesionales de la carrera de Filosofía y de Letras y cincuenta años de la carrera de Historia en nuestra universidad. Quizá valga la pena hacer referencia al año de 1950 cuando se celebra la primera asamblea de universidades y planteles de educación superior en Hermosillo y a la que asistiera el maestro Antonio Torres Gómez, quien fuera rector de la Universidad de Guanajuato, y que planteara una tesis en esa asamblea: “que las Universidades deben conjugar lo técnico con lo profundamente humano”, y esa tesis marcaba una de las grandes líneas de esa asamblea.Ya en el año de 1954, la Universidad de Guanajuato se integra a la anuies. Esta es una pauta de lo que era y es nuestra universidad: de las primeras instituciones en el país —la segunda— que comienza a ofrecer los estudios de filosofía y de letras en las universidades públicas estatales.Y es que hablar de las humanidades en la Universidad de Guanajuato es hablar de una característica esencial de nuestra institución. El día de hoy, al festejar estos sesenta y cincuenta años de estas disciplinas, también nos debe hacer reflexionar en torno de la gran labor que realizaron los profesores y las autoridades académicas de aquellos años, en los cincuenta, en los sesenta; el gran impulso por las humanidades y por las artes. En este presente debemos brindarles gratitud y reconocimiento a quienes han hecho posible la universidad que hoy tenemos, con ese sello de las humanidades. Están presentes aquí varios de esos profesores que marcaron esa gran característica; infortunadamente, también, algunos de ellos ausentes; a todos ellos nuestro reconocimiento. El doctor Javier Corona muy bien mencionaba en su intervención, la trascendencia de las humanidades en la actualidad. Nuestra universidad —por lo que concierne a las ciencias sociales y humanidades— se en95


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os pasillos del ex convento L hoy

cuentra en un proceso de evolución cualitativo de suma relevancia pero no hay que perder jamás la esencia de tales disciplinas. Quienes ingresaron a estudiar en aquellos años Filosofía, Letras e Historia, más que la obtención de un grado académico, era el amor hacia el conocimiento y el saber. Por eso les decimos maestros, más allá del grado académico que en su caso hubiesen obtenido.Varios de esos profesores marcaron una tradición, una corriente del pensamiento, no solamente en lo que fue después escuela o facultad, sino en la institución toda. El día de hoy debo refrendar esa característica de nuestra universidad en cuanto a que las humanidades tienen un sentido importante en nuestra institución, en la medida que lo tiene en la humanidad, en la medida que lo tiene en la práctica permanente de la libertad intelectual; la liberación de todas las formas de autoritarismo, mediante el único mandato de evitar el tono normativo, buscando siempre una comprensión holística y rigurosa.

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Foto: Luz Adriana

Los pasillos del ex convento   hoy u

Ser humanista es pensar y respetar el pensar. Por eso el día de hoy en este festejo, en una universidad con crecimiento, una universidad que comprende prácticamente todas las áreas del conocimiento, debemos aplaudir los logros científicos, sobre todo por su gran capacidad explicativa y por sus aplicaciones; pero también hay que abrazar, con fuerza a las humanidades cuyo valor más importante no es solamente lo que nosotros podemos hacer por ellas, sino lo que ellas pueden hacer por nosotros. En su origen había un lema que caracterizaban estos estudios: “pensar alto y sentir hondo”, creo que es buen momento para refrendar eso y que las nuevas generaciones —que están aquí con nosotros— orgullosamente pertenecientes a lo que hoy es la División de Ciencias Sociales y Humanidades, dignamente representan ese lema, pensar alto y, seguir siempre, sintiendo hondo. Muchas felicidades.

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Foto: Luz Adriana

El Auditorio Sheffler, en la actualidad p

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Mensaje del Director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades Dr. Javier Corona Fernández

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on seis décadas de historia en la Universidad de Guanajuato, la investigación humanística se ha desarrollado en nuestros espacios académicos atendiendo las sucesivas pautas conceptuales y las transformaciones teóricas de este milenario campo de saber. En las disciplinas que se cultivan en la División de Ciencias Sociales y Humanidades del Campus Guanajuato se encuentra representado el conjunto de las ciencias que tienen por objeto la realidad histórico-social, cuyo tema medular es la comprensión de la vida y de las manifestaciones que impregnan toda la realidad que envuelve al ser humano. Puesto que la vida se manifiesta como historia, estos fenómenos que se han desplegado en el decurso de la humanidad tienen un espacio de reflexión al que se ha dado, según un uso lingüístico general, la denominación de humanidades y ciencias sociales. Denominación fecunda y polisémica, utilizada para dar cuenta de los distintos eventos que constituyen la realidad que en estas disciplinas se quiere no dominar, sino, ante todo, comprender. Para las humanidades y las ciencias sociales, todo cuanto acaece forma parte de su objeto de estudio como producto histórico que articula la actividad del hombre. En la Universidad de Guanajuato el año 2012 consolida, en principio, una trayectoria de doscientos ochenta años desde su antecedente más remoto como centro de estudios, y ya como universidad pública desde el siglo pasado, hoy el 2012 consolida sesenta años de estudios de filosofía, sesenta años de estudios de letras y cincuenta años de estudios de historia; en este derrotero hemos venido descubriendo los conjuntos de relaciones existentes entre las prácticas discursivas que constituyen los modos de lenguaje característicos de una época, el alma oculta de donde nace la manera de expresarse de un pueblo. En el análisis y reflexión de tales manifestaciones culturales, identificadas como propias para cada una de las distintas edades históricas, salen a la luz los principios que condicionan lo que el hombre dice de sí mismo. Pero hay que advertir siempre que esta 99


formulación teórica de nuestro campo disciplinario no pretende inventar un rasero común del mundo histórico en donde todo queda efectivamente igualado.Antes bien, la investigación social y humanística se concibe como una forma de dispersión en el tiempo, diáspora que en algún sentido incluye también cierto modo de sucesión, de estabilidad y de reactivación de saberes y conductas de las sociedades y de las civilizaciones; este rasgo es lo que nos ha permitido dialogar con humanistas de remotos tiempos que guardan, respecto a nosotros, una mediación de siglos y siglos. Por estas razones el saber producido en este campo de investigación no puede formularse a partir de una estructura intemporal, ya que su espectro temático no pertenece al orden formal, sino al orden real. En este sentido cabe decir que la pretensión del saber humanístico no consiste en aprehender las condiciones de toda experiencia posible, sino en identificar las circunstancias de la experiencia real, históricamente determinada, para comprender las condiciones de emergencia que han definido los modos del ser humano en su devenir y las distintas direcciones en que la verdad se va constituyendo en la historia. Esta intención de fondo nos lleva a una importante precisión: en nuestro campo de estudio, conocimiento y saber no son conceptos equivalentes o intercambiables. Como diría Michel Foucault desde su cátedra en el Colegio de Francia titulada “Historia de los sistemas de pensamiento”: el saber no pertenece al orden del conocimiento, sino al orden de la historia; el saber no se concibe en términos de verdad o de sujeto, sino como producto histórico. Lo que en el mundo contemporáneo define a las humanidades y a las ciencias sociales es la historia de las transformaciones del saber y esto es así porque las distintas ciencias aparecen siempre sobre un fondo de saber, sobre un sentido de realidad que cohesiona o dispersa la investigación científica de cada era. Si el saber constituye la posibilidad histórica de los conocimientos, la investigación humanística de nuestros días no debe pretender entonces determinar las condiciones del saber, sino plantear al saber en tanto que condición de posibilidad para el conocimiento emergente. Como investigación tanto teórica como práctica, en la actualidad la crítica filosófica debe mostrar que las ciencias humanas no son simples estudios dotados de cierta condición histórica y que producen un saber en el que las distintas experiencias de los sujetos, así como sus maneras de enunciación discursiva y, en general, su pensamiento, pueden reducirse sin más a una producción racional; por el contrario, los resultados de su investigación son productos históricos. Decir que la verdad tiene una historia, implica establecer su legitimidad racional y también la exigencia

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Foto: Luz Adriana

Mural en Valenciana u

de dar cuenta de ello en un tipo de exposición que no se quede en la superficie edificante o puramente complaciente de los discursos. Hoy el saber humanístico es más necesario precisamente a la vista del desastre social y ecológico que vivimos. En esta dirección, quiero comentar que en una reunión de Consejo General Universitario muy reciente, yo me atreví a decir que en esta División de Ciencias Sociales y Humanidades consideramos que la universidad, como concepto y como realidad educativa, debe mantenerse independiente de los partidos políticos y de las instancias gubernamentales, y quiero subrayar esto: independiente, lo cual no significa al margen o ajena a lo que acontece en esas instancias, ya que, como dije en dicha ocasión, 101


eso constituye parte de nuestro objeto de estudio. La anterior aseveración la hago por una sencilla razón: como institución educativa la universidad pertenece a un orden superior. En efecto, actualmente en México ni los gobernantes ni los partidos políticos están a la altura de la historia de este país y de su gente, a pesar de lo lamentable que puede ser la conducta de muchos mexicanos, lo que sucede también con cualquier otra nacionalidad o cultura, y en los sitios más diversos. Respetando desde luego, las simpatías o militancias personales, pienso que en esta División coincidimos en que la independencia de juicio respecto al poder es un factor fundamental en la docencia y en la investigación que aquí se cultivan, porque la salvaguarda del pensar crítico es también un elemento de veracidad. Ahora que convocamos a este aniversario me atrevo a sostenerlo frente a mi comunidad, ya que en esa ocasión hubo muchas voces que me obje­ taron tal pronunciamiento, dudando que ese fuera el sentir general de la División de Ciencias Sociales y Humanidades del Campus Guanajuato. Puedo afirmar que esta peculiaridad es la que siempre hemos tenido en cuenta al plantearnos los objetivos que han marcado el desarrollo de nuestras disciplinas, colaborando sin duda en los logros obtenidos en los últimos años por la Universidad de Guanajuato a la luz de los indicadores que ha cimentado en la consecución de los objetivos de planeación que estructuran su vida académica e institucional en general. No obstante, por otra parte somos plenamente conscientes de que la docencia y la investigación humanista —origen de las universidades en todas las épocas— se ha mantenido siempre más allá de los esquemas eficientistas exigidos a la educación superior en nuestros días. Pero esta es una celebración y como director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades, me han encomendado la agradable tarea de darles la bienvenida y decirles a todos nuestros invitados que nos da mucho gusto recibirlos en esta casa de estudios en donde la vida nos ha reunido para compartir nuestro interés por las distintas visiones del mundo que ha construido el ser humano. Estas cosmovisiones tienen como raíz la vida en todo su esplendor y profusión, la cual, esparcida sobre la tierra en innumerables vidas individuales, vividas de nuevo en cada individuo y conservadas en la resonancia del recuerdo, nos reúne ahora una vez más como comunidad académica que hace memoria de sí misma. La presente celebración es muy importante —lo mismo que las anteriores—, porque nos saca por un momento del aislamiento y conflictividad en que estamos inmersos como seres del siglo xxi, y nos salva un poco de las vicisitudes de nuestro tiempo. Para mí, la reunión es valiosa porque nos pone en una sintonía de recuerdos comunes que de otra manera queda-

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rían escondidos en la memoria personal de cada uno, como el instante fugaz de un presente que se escapa. En este encuentro que celebra décadas de estudiar el mundo real, histórico, la vida está presente en innumerables formas y muestra, sin embargo, rasgos comunes. Entre sus diversas formas hago resaltar una, y conste que no trato de explicar ni de clasificar nada; solamente describo la situación que todos pueden observar por sí mismos con sólo voltear a su alrededor. En esta reunión, ahora, cada pensamiento, cada acto de conciencia interno o externo se presenta en nosotros como una punta de condensación del pasado que se resume en los viejitos, pero que también tiende hacia adelante como podemos ver y sucede en las generaciones más jóvenes. Por ello, no resulta difícil aceptar lo que los fenomenólogos nos dicen acerca de esta experiencia general en la que aprehendemos a los demás hombres y a todas las cosas no sólo como realidades que están con nosotros y entre sí en una conexión causal, sino que parten de cada uno a modo de relaciones vitales hacia todos lados, haciendo referencia a hombres, a cosas y a lugares. En nuestra vida cotidiana el amigo es entonces para nosotros una fuerza que eleva nuestra propia existencia, cada miembro de la familia tiene un puesto determinado en la vida y todo lo que nos rodea es entendido como vida y espíritu que se han objetivado ahí. El banco delante de la puerta, el árbol umbrío, la casa y el jardín tienen en esta objetivación su esencia y su sentido. Así crea la vida desde cada individuo su propio mundo. Este mundo en el que hemos coincidido nos permite celebrar la amistad y recordar a nuestros maestros fundadores, a los compañeros que ya no están físicamente pero que sin ellos esta reunión sería incompleta. Y ya para no aburrirlos, voy a terminar este mensaje de bienvenida con unas palabras del escritor Samuel Butler que me parecen apropiadas para una ocasión como esta y que he tomado de un libro de Gastón Bachelard que se titula La intuición del instante, y dice: “Habremos perdido hasta la memoria de nuestro encuentro… y sin embargo nos reuniremos, para separarnos y reunirnos de nuevo, allí donde se reúnen los hombres muertos: en los labios de los vivos.” Gracias por venir a esta celebración, bienvenidos.

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Peri贸dico AM. Foto: Luis Carlos Salinas R.

Celebraci贸n del 7 de marzo de 2012 p

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La carrera de Letras Españolas a 60 años Luis Palacios Hernández

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n “El principio fue la poesía”. En el amanecer de los años cincuenta, en mil novecientos cincuenta y dos para ser precisos, llegan Luis Rius, Michelle Albàn y Ricardo Guerra a la ciudad de Guanajuato para iniciar el camino de la Carrera de Letras. Si bien es cierto que formalmente se inauguraba la Facultad de Filosofía y Letras (en febrero de 1952), en la práctica la carrera que comenzó a funcionar fue la de Letras Españolas. Todo se debió a una serie de circunstancias afortunadas para que tal acontecimiento fuera un hecho: la intención de la unam de descentrar los estudios humanísticos —y extenderlos más allá de las fronteras metropolitanas— y la visión a futuro del rector en turno, Antonio Torres Gómez. Igualmente se contaba con el entusiasmo de esos jóvenes recién egresados de las aulas para abrir brechas intelectuales propias y otras, en los terrenos fértiles de la provincia mexicana. Se sabe que los senderos del país se abrieron como posibilidad también en las regiones de Monterrey, Michoacán y Veracruz —que muy pronto seguirían el camino— pero fue en la ciudad de Guanajuato donde llegaron los primeros viajeros con sus maletas cargadas del conocimiento bruñido de lo hispánico y las ideas de la filosofía refulgente de la España de Gaos en conjunción con lo propio de Alemania y Francia, aires fecundos trenzados con las gratas tierras mexicanas. Para 1953, ya se formalizaba también la carrera de Filosofía, aunque sus cursos habían arrancado desde unos años antes; el programa de Letras Españolas contemplaba en esos inicios con una tira de materias que sería repartida en tres años, tal como se puede leer en el impreso que se publicó hacia febrero de ese año anunciando los “Cursos de 1953” en el tríptico al que engalanaba el escudo de la Universidad de Guanajuato; en su portada se reproducían, orgullosamente, los parabienes del ex rector de la UNAM, Dr. Luis Garrido, y “los votos y buenos augurios a esta noble empresa” del intelectual Alfonso Reyes, carta que el regiomontano recién 105


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Luis Rius

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Horacio López Suárez

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Luis Villoro

había hecho llegar al novel director de la que había venido a convertirse en la segunda Facultad de Filosofía y Letras del país, José Rojas Garcidueñas, escritor de origen salmantino guanajuatense. En esos años tempranos, en horarios vespertinos de las cuatro a la nueve de la noche, las primeras cátedras se instalaban en las aulas de los salones prestados por la Escuela de Derecho, en lo que hoy se conoce como el Edificio Central de la universidad a pesar de que el icono de la escalinata grandiosa y los remates cuasi barrocos del blanquiverde edificio aún no formaban parte de la imagen representativa de la ciudad; es decir, todavía no era objeto de la turística tarjeta postal. En efecto, simbólicamente en los años cincuentas se comienza a construir lo que hoy conocemos como la imagen mental y colectiva de “la Universidad”; mientras las piedras y adobes caían y las canteras se levantaban, los hombres viejos y maduros repetían frases añorando a los “colegiales” y a aquellos “hijos del Colegio del Estado”. En esos salones prestados (comenzaba la errancia de los humanistas, como alguna vez la calificó Matilde Rangel) se oían las voces de Horacio López Suárez, de Michelle Albàn, de José Rojas Garcidueñas y de Luis Rius en las clases de Literatura española, Literatura mexicana e hispa­ noamericana, Gramática, Latín, Francés… Pero la seducción mayor la constituían las clases del amable y terso Luis Rius quien, con voz natural en modulación poética leía, casi sin ver el libro, a San Juan de la Cruz,

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pMichelle

Albàn

José Rojas Garcidueñas p


Tríptico 1953 anverso u

Tríptico 1953 reverso u

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Tirso de Molina, Quevedo o Góngora: el venero de lo mejor de la poesía de los siglos de oro, reconstituyendo las riquezas del lenguaje español en tierras americanas. En los austeros y ajenos espacios físicos, sin embargo, una cosa era cierta, el interés y placer de descubrir y gozar los matices del idioma y su voz más dulce, atrajo a un puñado de muchachas (como más tarde sucedería en las aulas inmensas de la Universidad Nacional) a deleitarse y (¿por qué no?) a adentrarse en las transparencias de los ríos dorados de las

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1955 Manuscrito Rius


palabras del idioma español en la barca conducida por el argonauta grácil recién llegado con sus frescos veintidós años. De esta manera llegaron a deleitarse y aprender las hermanas Magdalena y Margarita Villaseñor, Amalia Vallejo de Ferro (quien fue la primer titulada) y otras cuantas, todas cautivadas por la presencia y voz del joven profesor. Los grupos no pasaban de la decena, varios trabajaban llegada la tarde y existía la ventaja prevista de ingresar con cualquier bachillerato (no necesariamente de humanidades, lo cual era casi inexistente en las preparatorias) o con la carrera de normalista, circunstancia que fue muy bien aprovechada por los aspirantes, en esos años, hasta los ochentas. Estas ventajas, horarios vespertinos e inscripción relajada, fueron factores bien estudiados por las autoridades fundadores de las carreras de filosofía y letras (para propiciar la inscripción) y, a pesar de los embates en contra en años siguientes, fue hasta los ochentas que el requisito obligó el bachillerato de humanidades, circunstancia producida (¡paradojas del destino!) por el desarrollo de las humanidades en la Universidad. En la planta baja del edificio, hoy central, existía un café universi­ tario que servía a todo el conjunto (ello, a finales del año cincuenta y cinco). Ahí se refugiaban, en ocasiones, algunos profesores a dialogar y relajarse; eventualmente podía aparecer algún estudiante con monedas restantes a degustar una taza o, si era afortunado, a que algún amable profesor le invitara una soda en la oportunidad de consulta (hoy le llamaríamos a ello, cubículo y asesoría académica). Al fondo de ese café, por cierto, existía una reproducción del mural de Diego Rivera, dibujo en líneas ocre sobre blanco marfil, imitación de La tierra fecunda cuyo original enriquece las paredes de la Universidad de Chapingo (¿qué pasó con esa pintura?). Treinta años después la maestra Amalia Ferro, recordaría cómo endulzaban los recesos, y aún las propias clases de Rius, llevando vasitos cafeteros, de esos, de época, a las compañeras y profesor, recipientes humeantes y bamboleantes en tapas de cartón una vez que las cajas respectivas funcionaban como archiveros. Pero de igual forma por las noches en los fines de semana, esos profesores y esos estudiantes de la infanta facultad, participaban gozosos en las representaciones de los Entremeses Cervantinos que Enrique Ruelas acababa de concebir para la ciudad anidándolos en la plazuela de San Roque; con vestidos de manta colorida y alpargatas compradas en no sé dónde; los académicos vivían el mundo mágico y encantado del siglo xvii recreado por Cervantes y revivido en el Guanajuato que veía nacer en paralelo a la escuela de letras.Y no era para menos. 109


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1950 Enrique Ruelas

En el mismo año de fundación de Filosofía y Letras, también se había abierto la carrera de Arte Dramático a cargo de Enrique Ruelas quien impartía la clase de Teoría y Práctica de la Actuación, mientras que los mismos profesores de Letras cumplimentaban la currícula con los cursos de Literatura Dramática, Fonética y Producción teatral. Primer producto de estos trabajos fue la presentación de dos obras, bajo la dirección de Ruelas en teatro cerrado: estreno de la obra Arsénico y encaje de Joseph Kesselring (8 de agosto) y La soga de Patrick Hamilton (15 de noviembre), en ambas la dirección corrió a cargo de Enrique Ruelas. Dado el éxito, inesperado para todos, de los Entremeses y otras piezas al aire libre, la Escuela de Arte Dramático se quedó sin estudiantes (c. 1963) ya que todos los interesados gozaban las mieles de los aplausos en las plazas y lugares abiertos como escenarios naturales. Primeras generaciones que crecieron signadas por el torrente de la literatura española y sus afluentes dorados de la poesía peninsular y el regusto de la musicalidad del idioma donde los relieves de Sor Juana y los poetas decimonónicos asomaban discretos en el océano de la riqueza hispanoamericana. Fueron los años de la poesía magnificada. En la fortuna de las fotografías significativamente históricas —de noviembre de 1955— generosamente proporcionadas por Sara Barrón Chowell, recordamos aquí los nombres de los profesores y alumnos de la segunda y tercera generación de Letras españolas y algunos de Filosofía. Los profesores Luis Rius, Horacio López Suárez, César Rodríguez Chicharro, Juan Espinaza e Isaías Altamirano (ambos de filosofía) y Matilde Rangel (historia); los alumnos Hilda Paul Arteaga, Alicia Illades, Magdalena Villaseñor Margarita Villaseñor, Angelina Aguilar Liñán, Sara Barrón

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Entremeses cervantinos p


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bra teatral O Arsénico y encaje

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oracio López Suárez H y grupo 1955

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1955 Cuaderno informativo p

Chowell, Ethelvina Araiza Castro, Juana Rangel, Lucila Carmona Lozano, Victoria Báez y José Luis Arredondo (filosofía). Cumplido el ciclo de la primera generación de egresados, el panorama naciente, sufrido y al tiempo idealista de los fundadores, se comienza a ver enturbiado por muy diversas circunstancias: impedimentos para ampliar la carrera a cuatro años, ingreso de otros profesores que no armonizaban con los proyectos originales, la incomodidad de los espacios físicos; pero, sobre todo cierta atmósfera de resentimiento ante los ceceos de los líderes académicos que hacían caminar a la carrera. Luis Rius, en efecto, se había encargado de la Dirección a la salida de Rojas Garcidueñas (imposibilitado por sus varios compromisos en la ciudad de México), la fuerte presencia de Horacio López Suárez, Luis Villoro, José Pascual Buxó, Rafael Segovia y varios académicos que venía frecuentemente invitados a las cátedras, conferencias y cursillos. Naturalmente, se contaba con personalidades del mundo cultural mexicano como el propio Rojas Garcidueñas y su esposa Margarita Mendoza, Ricardo Guerra, Matilde Rangel quienes, aunque cercanos a aquellos, no dejaban de sufrir los

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p Profesores

y estudiantes 1955

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Grupo Letras

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Profesores y estudiantes 1955

Luis Rius y grupo 1955 1954 Constancia Margarita u

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J. Pascual Buxó

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Rafael Segovia

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Carlos Félix Lugo

embates de un cierto “nacionalismo literario” que exigía un mayor porcentaje de contenidos mexicanos e hispanoamericanos. A finales del 1955, Luis Rius presenta su renuncia como “Encargado de la Dirección” y el cargo lo asume la maestra Matilde Rangel —de encargada y posteriormente de directora— quien había estado desde los inicios de facultad impartiendo cursos de Historia. Esta etapa fundadora está signada por proyectos de largo alcance —además de la fuerte carga dentro de las aulas atendiendo a letras y a arte dramático— consistentes en la formulación de un Reglamento interior que preveía la existencia de un Centro de Investigaciones Humanísticas, la creación de una Escuela de Verano (que fue un hecho más tarde), los esfuerzos para que los estudiantes y egresados de humanidades ocuparan las cátedras en las preparatorias y fortalecer el lugar de las humanidades en provincia. La etapa de la maestra Rangel es un período de verdaderos y heroicos esfuerzos por volver a construir el edificio de las humanidades a la salida paulatina de los fundadores. La dinámica de funcionamiento comenzó a tener tintes propios y se sucedieron los relevos profesorales para solventar las cátedras vacías. Reuniones varias de Academia, oficios de petición a las autoridades (en esa época, enviados y llegados directamente de Rectoría), incorporación de profesores recién egresados —caso paradigmático de la recién y primera titulada en Letras, maestra Amalia Ferro—, la puesta en marcha de un nuevo Plan de Estudios (1957) y el funcionamiento de la Escuela de Verano a cargo de los mismos profesores de Letras. Los siguientes diez años fueron asentamiento y sedimento de los estudios literarios con asignaturas en ciclos anuales, divididos en semestres, las materias fuertemente ancladas en los planes de estudios de la unam, con acentuada influencia hispánica bajo las directrices de la Filología y la autoridad de Menéndez Pidal. El cuerpo docente integrado en su mayoría

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Nombramiento maestro Ferro p

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Plan de estudios 1955

por mujeres; aquellas que se habían formado en las cátedras de los Rius y López Suárez, los horarios vespertinos (con el sopor de la digestión de la primera hora y el júbilo de las horas venideras de la expectante noche). Años, que en los noventas, habrían de ser calificados por Aureliano Ortega como de estudiantes y profesores “diletantes”. Algo era cierto, gozo y placer en la lectura y discusión de los temas de las aulas llevados al exterior y la satisfacción de publicar en la Colmena universitaria o en discretas revistas y periódicos culturales, raquítico panorama editorial que se ofrecía en aquella época carente de estímulos y apoyos institucionales. Fueron los años de gestión del profesor Ernesto Scheffler y el cambio del edificio central al pequeño patio y salones circundantes, espacio prestado por la Escuela de Arquitectura que estaba, ahí al lado, sólo comunicada por un vano en arco de medio punto. La ganancia, así se sintió, era la biblioteca Armando Olivares a la cual se tenía acceso propio cuya entrada se encuentra por el Jardín Reforma, misma entrada empleada por los estudiantes de filosofía, de letras y los de la recién creada, carrera de Historia. 117


Dos cromos quedaron en el recuerdo de aquellos años: el espacio casi sagrado de la biblioteca y sus mezanines, con los estantes repletos de libros preciosos, las finas atenciones del bibliotecario “Don Pepe” (González) que conocía todos los secretos de la información (¡quién no lo recordó al leer El nombre de la rosa y su personaje Malaquías encargado de la biblioteca, sin lo oscuro e inquietante de éste!); la otra imagen son los encuentros en el solaz del Jardín Reforma, espacio abierto que ofrecía el ámbito propicio para la tertulia, charlas y consultas que el patiecito de Arquitectura no permitía. De vez en vez, nos reuníamos en los cafés vecinos y, cuando los horarios lo permitían, pagábamos boleto para entrar a las funciones del Cine Reforma en doble exhibición. Por segunda ocasión, los estudios humanísticos dependían para su exis­ tencia de espacios prestados por otras escuelas, errabundos universitarios con sus libros bajo el brazo: eran los años de las grandes novelas latinoamericanas: Rayuela, Cien años de soledad, La ciudad y los perros, La región más transparente… textos que, por cierto, leíamos fuera de las obligaciones académicas. Nótese que en los párrafos anteriores he cambiado la persona gramatical del impersonal “se” al personal “nosotros”; la razón es simple, fueron esos años en que quien esto escribe, se incorporó a la carrera de letras abandonando la idea de la inscripción a la Facultad de Química

Amalia Ferro 1961 p

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xamen recepcional. E Salón de actos, Escuela de Derecho


gracias a los consejos de la maestra Amalia Ferro y del profesor Scheffler quien, un mediodía soleado, me invitó (¿sobornó?) con un café en Valadez y entre sorbo y sorbo, usted no está para química, su práctica musical y el entusiasmo por Radio Universidad y el teatro lo encaminan directamente a humanidades, presente el examen de admisión y si al final del primer semestre no se siente a gusto, se encuentra con las fórmulas, los matraces y las retortas… yo ya pasé por eso, decía con sus claros ojos mirando de frente degustando el café. En ese momento se bifurcó mi sendero y me marché con los errabundos. Pero esa etapa de “arrimados de Arquitectura” terminaría a finales de 1967 cuando el director de ésta,Víctor Manuel Villegas, mandó tapiar el vano de comunicación. De la noche a la mañana una pared de ladrillos húmedos, chorreantes de mezcla rápidamente cuadriculada, nos impedía, tanto a los de arquitectura como a los de humanidades, traspasar los espacios para una interrelación que ya se había hecho habitual. Cuenta Luis Rionda que los profesores arquitectos como Paul Gendrop, Luis Ortiz Macedo, Luis Lajous, Lozano Ramos, Manuel de Ezcurdia, convivían armónicamente con los Scheffler, los Rionda, Matilde Rangel, Virgilio Fernández, Amalia Ferro… El rector Euquerio Guerrero invita a su oficina al director de Filosofía, Ernesto Scheffler, y le propone que la facultad que encabeza, con sus ahora tres carreras, se instale en Valenciana (oh! paradojas del destino, la restauración del ex convento la había asumido el propio arquitecto Villegas para albergar ahí a la escuela de arquitectura que, finalmente, no quisieron), edificio que cuenta con auditorio, varias aulas, biblioteca, área de cafetería, patio claustral; mire profesor, es un lugar propicio para la meditación y la reflexión teorética adecuada para las humanidades, un poco lejos pero eso se puede solucionar. Ni tardo ni perezoso, Scheffler se reúne con Luis Rionda y en una mesa del café El Retiro, ponen frente a sí, una blanca hoja de papel máquina, trazan una línea a lo vertical, de este lado “los que jalan”, de este otro, “los que no jalan”. Comienza la retahíla de nombre de profesores y estudiantes, éste jala, de este lado, éste no jala, de este otro; pasan fortuitamente algunos colegas asomándose a la hoja definitoria: no, éste no es posible que jale, hay que cambiarlo para acá, éste, sí jala, entonces para acá; al paso de la tarde era un jaladero en la hoja sufrida que culminó en una vaga idea de los que se animarían a “subirse a Valenciana” y es que pronto tendría que convocarse a una asamblea general para tomar votación. Llegó la tarde esperada. La votación fue del todo reñida, con argumentos en pro y en contra. La frase estentórea de Marisela Gallegos (estudiante 119


p Estudiantes

en Valenciana

de letras), “para qué queremos tanto lujo!” tan lejos y peligroso.Valenciana, pueblo casi olvidado, frecuentado por algunos turistas y conocedores del churrigueresco de la iglesia, que no compraban postales de las momias ni mordían chiclosas charamuscas; un poste de madera vieja sosteniendo un foco de 60 watts que ayudaba a la oscuridad de las noches frías, problemas con el drenaje y el agua potable, la esperanza de los horarios de los camiones Flecha Amarilla que bajaban y subían a los valencianos entre cajas, canastas y rostros curtidos. Por unos cuantos votos, ganamos los “que sí jalábamos”. En el airoso y frío noviembre de 1967, nos cambiamos al ex convento de los Tiatinos y sufrimos los embates de los vientos de la sierra de Guanajuato (siempre en horarios vespertinos hasta llegada la noche) y bajábamos, por los caminos derechos y naturales de las recuas muleras, no por la ondulante carretera automovilística, hasta llegar al oasis camionero del Parador de San Javier y seguir cada quien su camino. Acompañen a las muchachas, no las dejen solas, recomendación frecuente que no olvidábamos los varones solícitos y complacientes. En los buenos momentos de la “coperacha”, el objetivo era El salón rojo, bar del Hotel Castillo de Santa Cecilia que en esa época gozaba de fama y que, para nosotros, contaba con el atractivo extra del responsable de la música al órgano, el profesor de filosofía Mario Ruiz Santillán; apenas asomábamos el quicio de la entrada, sonaban las notas del festivo Bach en bienvenida con cantatas y partitas (más tarde sería una fuga) hasta que parroquianos alegres obligaban a las melodías de las “Gotas de lluvia sobre mi cabeza” o la emblemática “Hey, Jude!”

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Condiscípulos p


Auditorio Valenciana en los ochentas u

Cafetería Valenciana en los ochentas u

Casi recién llegados a lo que desde entonces sentimos era la identidad encontrada; quiero decir, a la Valenciana, asumida hasta ahora como identificación plena y sinónimo de las Humanidades en la Universidad (terminada la errancia de los espacios y se comenzaban a otear los horizontes de los nuevos tiempos); recién llegados, digo, la facultad estuvo bajo la conducción académica del maestro Luis Rionda Arreguín. Fueron tiempos difíciles edulcorados con sus ratos amables, poco a poco valoramos los nuevos espacios y los disfrutábamos, los patios conventuales, la biblioteca propia enriquecida, los salones con sus muebles en diseño consonante con 121


el edificio, el sombrío aljibe convertido en austero auditorio y sus largas bancas de dura madera, la cafetería atendida por la señora “Mari”: sus quesadillas y antojos sencillos naufragando en los ríos interminables de café. Los vientos difíciles llegaron con el setenta y siete, el surgimiento del sindicalismo universitario que buscó una mejora académica y laboral para la universidad toda; la facultad involucrada significativamente en los acontecimientos y, finalmente, la salida de los principales líderes del movimiento sindical. Como consecuencia, y durante toda la década de los ochentas, hubo relevo del profesorado y administración, se modificaron los planes de estudio, se asistió con mayor frecuencia a congresos, reuniones y coloquios y, en el caso de Letras, vientos frescos soplaron en las aulas al fortalecer los estudios de las literaturas latinoamericanas e incorporar las nuevas rutas de la teoría y la crítica literaria; se escuchaban ya los planteamientos de la lingüística moderna y los nombres de Saussure, los Formalistas rusos, el Estructuralismo francés y la Semiótica. Eran tiempos similares en otras escuelas de letras como las de la Universidad Veracruzana, de Puebla, la unam, de Monterrey… Las ideas, corrientes y nuevas tendencias circulaban por el mundo occidental y a México nos llegaban de Francia, principalmente, gracias a las traducciones y trabajos críticos venidos de Buenos Aires y las ediciones de Tiempo Contemporáneo y Siglo xxi, sin olvidar los dignos trabajos cubanos de Casa de las Américas, sus publicaciones y las excelentes traducciones de la revista Criterios; junto con la revista Semiosis de la Universidad Veracruzana y Cuadernos del Seminario de la unam.

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Generación 1970


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Egresados Letras en los ochentas

Coloquio Letras p

En esta larga etapa de casi tres décadas, es necesario anotar a aquellos egresados que sobresalieron en ámbitos no necesariamente académicos sino en actividades de creación literaria o promoción cultural de alto nivel. Entre los primeros es importante mencionar el magnífico papel de Margarita Villaseñor como adaptadora de obras dramáticas, editora de textos literarios hoy casi clásicos y, por fin, ella misma poeta de gran valía cuya obra completa será próximamente publicada; por tal trascendencia, se incluye en esta edición, una semblanza de esta guanajuatense distinguida. En el segundo de los casos, se subraya la magnífica labor de Ramiro Osorio Fonseca, incansable trabajador en la formación de grupos teatrales, Director General del Gran Festival Ciudad de México, Fundador y Director del Festival Iberoamericano de Teatro en Bogotá, Colombia, entre otros muchos cargos, y, con gran orgullo nuestro, Director general del Festival Internacional Cervantino. En épocas posteriores y cercanas, creció significativamente el número de estudiantes con la convicción genuina de la vida completa; llegados, no sólo del estado de Guanajuato, sino de otras partes del país y muy recientemente del extranjero a acreditar materias y compartir las aulas con los nacionales; se fortaleció en gran medida la licenciatura y se abrieron los estudios de posgrado en Literatura hispanoamericana; los estudiantes egresados de Letras hoy figuran en los cursos de La Sorbona, Madrid, Barcelona, Berlín cursando maestrías o doctorados. Muchos de esos egresados, con su maestría y doctorado realizado, se han incorporado con orgullosa identidad nunca negada, a los trabajos de docencia, investigación y extensión al trabajo cotidiano para formar a las novísimas generaciones retribuyendo, al tiempo que se engrandecen, a su hoy Departamento lo que en un tiempo les fue otorgado en los goces y reflexión de la lengua y la literatura. 123


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Margarita Villaseñor

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Ramiro Osorio

La competencia académica, evidenciada por los grados obtenidos, ha sido magnificada por los logros creativos en los certámenes nacionales e internacionales. Algunos ejemplos relevantes: Carlos Ulises Mata, Elba Margarita Sánchez Rolón y Lilia Solórzano fueron ganadores, con un lapso intermedio de tres años, del certamen ensayístico convocado por inba y Gobierno de Durango, el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas, en los años respectivos de 2001, 2004 y 2007. Carlos Ulises, a su vez, obtuvo el primer lugar en el concurso internacional de ensayo Dante en América Latina, convocado por Consorcio Interuniversitario de la Cultura Italiana en 2009. Shaday Larios ganó el Premio Internacional de Ensayo Teatral en 2010; el mismo año Isaura Contreras gana el Premio Nacional de Novela Rosario Castellanos y, recientemente en este año de 2012, Luis Felipe Pérez, el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández. La pujanza de los estudiantes de Letras también se manifiesta en la excelente organización y magníficos trabajos estudiantiles de los jóvenes locales y los venidos de las varias universidades hermanas, todos reunidos en el Coloquio Nacional de Lengua y Literatura Efraín Huerta convocado por los respectivos estudiantes de Letras desde 2005 y que este año celebrará su séptima edición. A sesenta años de existencia, estamos orgullosos de lo realizado pero sabemos que el siglo XXI depara nuevos caminos que las generaciones de jóvenes que hoy ocupan Valenciana, sabrán afrontar los retos como lo hicieron aquellos pioneros que hoy rememoramos con fervor y reconocimiento. N. B. Texto reformulado cuyo soporte fue leído el 7 de marzo de 2012 en el Auditorio Scheffler con motivo de los 60 años de la Facultad.

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Profesores letras en la Universidad Veracruzana

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Generación Letras. Agosto 2007

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Evento letras. Felipe Oliver, Andreas Kurtz y Elba Margarita Sánchez

Luis Palacios, Elba Margarita Sánchez y J. M. Klinkemberg p

Profesores letras p

Generación Letras 2008 p

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Campana del brocal p

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La filosofía en cuatro tiempos Aureliano Ortega Esquivel

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ablar de la fundación, el devenir, los avatares y los posibles desenlaces que en el curso de los últimos sesenta años nos ofrece el cultivo profesional de la filosofía en Guanajuato no es algo que se pueda resolver en dos palabras. Mucho menos, si se trata de evitar los lugares comunes, la zalamería chabacana, el autoelogio o la autocompasión, vicios a los que somos tan afectos quienes celebramos los cumpleaños de seres aborrecidos o queridos. De tal suerte que en el escaso tiempo del que dispongo trataré de ser parco, sobrio y justo. Nada garantiza que lo logre, sobre todo por ser, además de hablador, juez y parte, parte y juez de esta larga aventura académica, filosófica y vital. No debe perderse de vista, sin embargo, que en calidad de parte únicamente sumo la mitad de esos años, aunque en el papel de juez deba abarcarlos todos. Para llevar a buen puerto la empresa me voy a servir de lo leído, lo sabido, lo visto y lo experimentado; pero no sólo de eso; como lo que voy a narrar no deja de ser “una historia”, me apoyaré en una propuesta de periodización tan arbitraria y personal como todas las periodizaciones, pero qué vamos a hacer, las historias son así. Propongo, pues, dividir estos primeros sesenta años en cuatro fases o “tiempos” y dar un nombre distintivo a cada uno de ellos, sin que dicha división implique un corte artificial, violento o definitivo, un “grado cero” a cada paso, una ruptura o una discontinuidad insuperable. Los digo: la primera fase o etapa de esta historia puede llamarse sin grandes discusiones “Fundación”, y corre entre 1952 y más o menos 1958; la segunda, “Supervivencia heroica”: es la más larga porque abarca, completos, los años sesenta y setenta del siglo pasado —hablamos, por supuesto, de “décadas largas” y “décadas cortas” tal y como habla Braudel de “siglos largos” y “siglos cortos”. Pero vuelvo a lo mío. La tercera fase es, alternativamente, de “Perplejidad”, “Búsqueda” y “Ensayo” (había pensado llamarla “Refundación”, pero me sonó muy pretencioso…), y se despliega a lo largo de 127


unos quince años para dar paso, hacia la segunda mitad de los años noventa, a la última fase: ¿Cómo llamarla? ¿Madurez? ¿Mayoría de edad? ¿Profesionalización? No se me ocurre un nombre que haga justicia a lo que ha sucedido en esos años; les dejo a ustedes, pues, el reto de dar nombre al presente.Y ahora les cuento. Fundación. Nuestro primer y único “grado cero” tiene lugar cuando se conjugan en un proyecto común los compromisos de un rector (Antonio Torres Gómez), los cuidados de un padre académico (José Gaos) y las inquietudes de algunos jóvenes filósofos a quienes la aventura de fundar y dar forma a los estudios filosóficos “en la pintoresca provincia mexicana” les sirve de fogueo académico, desintoxicación discursiva y compás de espera, mientras reciben las becas que los llevarán a Europa a cursar sus posgrados. Aunque la nota distintiva es que no son “cualesquiera jóvenes filósofos”, sino representantes del famoso grupo Hiperión, de quienes se dijeron y aún se dicen maravillas. Del fogueo académico no hay mucho qué decir, dado que vinieron a lo que debían, dijeron lo que sabían e hicieron lo que podían; de la desintoxicación se habló y todavía hoy se habla mucho, porque tiene que ver con el grado de saturación al que llegó hacia esos años la discusión en torno de la “filosofía del mexicano” o de “lo mexicano”; momento único en la historia de nuestro pensamiento y cuyo perfil dañino fue clara y oportunamente diagnosticado por Gaos, quien tuvo el tino de sacar a “sus muchachos” de la ciudad de México: unos marcharon a Jalapa, otros a Morelia, a Guanajuato viajaron los demás; del compás de espera… bueno: el hecho es que, para 1958, ya todos ellos se había ido. Supervivencia heroica. Idos los “Churumbeles” (como les decía el populacho), quedaron al cargo de la filosofía, por una parte, los que formaban una segunda oleada de migrantes: entre ellos Ernesto Scheffler y Carlos Félix Lugo (quien, creo, jamás regularizó su situación laboral y partió cuando las luchas ferrocarrileras reclamaron su militancia comunista). Se quedaron también los que ya estaban, el maestro Rionda y algunos otros valientes. Lo de “supervivencia heroica” viene al caso por el hecho de que la filosofía no era entonces (¿lo es ahora?) bien vista en Guanajuato. Se trataba de un quehacer que, no sé a honras de qué clase de título o herencia, reclamaban para sí los abogados y los curas, aunque fuera evidente que ni unos ni otros tenían ni por asomo algo de filósofos. Bajo esas condiciones, completar una plantilla docente, reclamar un espacio, pedir un presupuesto se convirtieron en tareas ingratas, lo que no mató el ánimo e, incluso, estimuló cierta porfía, algo de necedad y mucha, mucha resistencia. Finalmente, cuando después de la derrota del

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Herraje del brocal

movimiento sindical de 1977 parecía que el sueño de los abogados se cumpliría (esto es, cerrar la carrera), algo que debemos algún día explicar, les jugó un broma y puso a la filosofía, otra vez, gallardamente en pie. Perplejidad, búsqueda, ensayo. Hacia 1980 la carrera de filosofía (no lo digo yo, me lo contaron…) “se llenó de rojos”, desplazó sus expectativas inmediatas “a la izquierda” (no mucho), recompuso su planta de base y contó con el apoyo externo de profesores como Adolfo SánchezVázquez, Abelardo Villegas, José Ignacio Palencia y el entonces joven Rodolfo Cortés del Moral. Llegué yo y, detrás de mí, Enrique Avilés, el más rojo de todos. A los cuantos años (no más de tres o cuatro) los que habían sido nuestros alumnos ocuparon las cátedras que abandonaron, uno a uno, los abogados, los curas y algún aventurero brasileño. Podría decirse que la carrera “era nuestra”, pero cabría agregar que no sabíamos, bien a bien, qué hacer con ella. Lo que en todo caso parecía innegable era el hecho de que esos nuevos (y no tan nuevos) profesores se preocuparon desde siempre por consolidar su formación, cursar posgrados, salir del terruño, hacer mundo. Ahora (hace quince años) o “Nuestra era”. El último de nuestros avatares (esbozado desde más o menos 1993) se produjo cuando la Secretaría de Hacienda y Crédito Público tomó el control absoluto de la educación pública en México. ¡Publica o perece, obtén el grado, gánate el presupuesto, concursa para todo, rinde, cumple, produce, se eficiente…! Y no hubo más remedio, lo hicimos. No sin tenaz y heroica resistencia, pero, en fin, fuimos avasallados por la eficiencia, la pertinencia y la rendición de cuentas.Y aquí estamos; fundamos una maestría y luego un doctorado (el primero en el área). Perdimos “el decoro provinciano” pero ganamos otro tipo de respetabilidad… ¿Qué sigue? Ya no seré yo, sino ustedes, los que tendrían qué responder. 129


Biblioteca Armando Olivares p

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La historia por celebrar José Luis Lara Valdés1

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acia finales de 1950 disertó en el Aula Magna de la Universidad de Guanajuato el etnohistoriador Wigberto Jiménez Moreno sobre el futuro de la ciencia de la historia, con base en un estado del arte de las publicaciones, ubicando con descripciones de los temas, a los autores en circunstancias de ensayo historiográfico; la universidad lo publicó en, Umbral, el medio oficial de aquellas décadas, y acaso la publicación más longeva antes de que apareciera Colmena Universitaria, aún con vigencia, ésta, además, forjada en la otrora Facultad de Filosofía y Letras, y más como Centro de Investigaciones Humanísticas. El año que Jiménez Moreno dictó su conferencia no existían aún las carreras de Maestro en Filosofía y Maestro en Letras Españolas, a partir de 1952 las ofrece la Universidad de Guanajuato, y pasarían diez años para que se pensara en abrir la carrera de Maestro en Historia. Pero ya había conocimiento histórico cultivado en investigaciones y publicado, al momento de hacer Jiménez Moreno recuento de autores y corrientes de interpretación, sólo que de ello no se informó o no le informaron ¿quiénes hacían posible estas construcciones del conocimiento histórico antes de que surgiera nuestra carrera?, ¿de quiénes era la pre­ sencia en estos campos del conocimiento y del saber?...; de abogados, aso­ciación entre quienes no hacían uso absoluto del ejercicio profesional y abrazaban la filosofía, la literatura, la historia, o alguna de las tres: bien pensar, bien escribir. Desde tiempos del Colegio del Estado de Guanajuato, 1826 en adelante, los abogados que optaban por retirarse del foro y abismarse en archivos y bibliotecas, a la manera de Lucio Marmolejo, o bien, de compartirlo todo, como sucedió al notario público Agustín Lanuza. 1. Profesor del Departamento de Historia de la División de Ciencias Sociales y Humanidades. Cronista de la División de Derecho, Política y Gobierno, de la Universidad de Guanajuato.

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Este punto sigue siendo de particular interés ya que el abogado era el filósofo, el literato, el dramaturgo, el actor teatral y el historiador; oficios del carácter de la persona que así se distinguían de los prosélitos de Themis únicamente; Armando Olivares Carrillo dejó testimonio de esta particularidad. También Antonio Pompa y Pompa, Manuel Sánchez Valle y, en otros lugares, Ernesto de la Torre Villar, Silvio Zavala, Edmundo O´Gorman, Luis González y González, Alfredo López Austin. Larga es la tradición pero también la especialización se abrió paso, y así fueron establecidas, como en otras universidades, las carreras de Filosofía y Letras en la Universidad de Guanajuato; surgieron líneas propias para construir estos campos del conocimiento y del saber; igual sucedió cuando tuvo inicio la carrera de Historia, primero como Maestro de Historia luego como Licenciado en Historia, soy de las generaciones que nos formamos en el segundo plan de estudios, el de la licenciatura con un perfil que dejaba a manera de crisálida la sola función social del maestro para elevar el vuelo a las investigaciones. Si menciono que en la forja del Derecho estaba la vocación por nuestras tres carreras distintivas, es para dar lugar a los tres oficiantes en la trayectoria institucional, dicho de otra forma: 60 y 50 años no deben verse como surgidos de la nada, hemos sido el resultado del crecimiento exponencial de la universidad en tanto que éste se significa en los hombres y mujeres, antecesores nuestros, que nos legaron su obra impresas o manuscrita, o en la impronta de la memoria; obras que han trascendido fuera de la región, o aquí se han quedado; obras que han distinguido a la Universidad de Guanajuato, o que así pueden verse en el marco temporal de estos 50 años de historia que hoy comenzamos a celebrar. Principalmente fueron abogados quienes enseñaban historia y acaso en ello radica el valor social del concepto de “historia patria” ya que estuvo también en la construcción de la teoría del derecho discutir sobre “derecho patrio” desde el siglo xix, ello devino en ser programación de los gobiernos administradores de lo educativo: el concepto de historia nacional constituía el eje pedagógico para forjar identidades unitarias, por cierto está en la historia de la nación la búsqueda de unión, de una sola patria, de una sola nación; como para borrar de un plumazo la diversidad multinacional de los europeos que nos conquistaron, quienes nos trajeron la filosofía, la galana forma de escribir; como si así se olvidaran a las naciones originarias que hoy constituyen nuestro orgullo y esperanza en tanto núcleo social: los llamados pueblos de indios que prevalecieron con todo y lengua propia. Pero eso va para la historia del presente, los 50 años de formación de historiadores en la Universidad de Guanajuato han

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pasado desde que, y acorde a las políticas educativas “la historia patria” era el conocimiento que debía garantizar la identidad nacional. El año de 1961 el filósofo Ernesto Schefler Vogel, la literata Matilde Rangel López y otros estudiosos de la Escuela de Filosofía y Letras dieron a prensas Verbum, la revista de la escuela que, en el número 1 incluyó textos varios: “Marxismo” de José Trueba Dávalos, “La ciencia del hombre” de Alberto Ruiz Gaytán, “Las dos caras de Hidalgo” de Matilde Rangel, “Soledad” de Margarita Villaseñor, “La ciudad perdida” de Joaquín Guerra y Aguilar, “La educación entre los aztecas” de Gilda Puga, Scheffler, entonces director de la escuela, tradujo “La técnica al servicio del humanismo actual” de Giambatista Vico y publicó un artículo suyo: “El problema del hombre”. Desde el origen mismo de nuestra carrera, y acaso propiciando que así sucediera, hubo profesores apasionados por la historia. Manuel Sánchez Valle, Fulgencio Vargas, venían recuperando el archivo histórico de la Intendencia y de la Alcaldía Mayor de Guanajuato, tarea a la que se unieron alumnos, como José Arenas Sánchez, que llegaron a ser profesores y en particular este personaje, autor de la primera microhistoria: La Alhóndiga de Guanajuato,2 le vimos utilizar los archivos locales como eje principal de la construcción exploratoria y explicativa de su objeto de estudio. El archivo dado por el Ayuntamiento a custodia de la Universidad de Guanajuato, vino a ser el taller del historiador hasta la última década del siglo xx;3 atendiendo un reclamo nacional de hacer la historia propia con los archivos regionales fueron dirigidas las investigaciones hacia ensayos, ponencias, artículos, investigaciones con diverso grado de profundidad, y tesis de grado, a la historia regional: pareciera que no sabíamos hacer nada más que historia regional cuando que la infraestructura era el rescate del patrimonio documental y la superestructura exponer a discusión los rasgos identitarios del mexicano. El rescate de los archivos en las entidades federativas vino a ser una puesta en valor de la materia prima del historiador: la memoria histórica documental. Este campo de cultivo, la microhistoria, la historia regional, tuvo en el maestro Isauro Rionda Arreguín importante impulso a las varias generaciones que nos impartió su “Seminario de Historia del Bajío” en dos 2. En las frecuentes visitas que realizaba a nuestra entidad el doctor Ernesto Lemoine Villicaña, ponderaba la metodología y las interpretaciones que Arenas Sánchez logró para producir esta obra. 3. Hago descripción de esta situación entre la organización del Archivo Histórico Municipal de Guanajuato y la formación de historiadores en mi artículo “La ciudad y su archivo”, en Jornadas de Patrimonio Documental. Memorias, El Colegio de Historiadores de Guanajuato, 2005.

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semestres; notable, ya que tenía contenidos entrecruzados con la historia nacional, a partir de la guerra contra los chichimecas, el auge minero, la guerra de independencia, las guerras de Reforma, etcétera. Y haciendo mención, el profesor Rionda, de la necesidad de validar, confrontar, refutar con los documentos existentes en los archivos de las entidades municipales, como el del gobierno del estado de Guanajuato, que llegaron a organizar él, y su hermano el maestro en filosofía, Luis Rionda Arreguín. Por ello fue natural que, habida la experiencia del trabajo en archivos, En el plan de estudios de 1997 se abrió una línea de cursos optativos constituyentes de la materia Historia Regional.4 Mas también sucedía en otras universidades: hubo cursos, seminarios, talleres, congresos, simposia, foros sobre historia regional; lo notamos con la relación de tesis para la obtención del grado, en la nuestra sucedió la formación de historiadores a la par del rescate y organización de archivos, contando con nuestro propio taller, compartíamos en vigencia de actualización en las entidades federativas, teoría y metodología para la historia regional; Veracruz, Puebla, Tlaxcala, Michoacán, San Luis Potosí, Sonora, Zacatecas, Nuevo León; donde iniciaron los encuentros del movimiento nacional de estudiantes de Historia hará treinta y tantos años, y donde confrontamos el etnocentrismo versus historiantes regionalistas. Reconocemos en el contexto historiográfico a la historia regional En el Catálogo de tesis de Historia de Instituciones de Educación Superior,5 aunque con omisiones en la edición del año 2004; la información nos valida cuando vemos que ha sido tema de tesis nuestra entidad federativa, su historia y sus archivos; una treintena de instituciones de educación superior en México, así como tesis generadas en instituciones de otros países cuyos autores debieron realizar estancias en nuestra entidad. Hay ya una discusión con las siguientes preguntas: ¿qué diferencia la historia regional de la historia nacional?, ¿qué de la historia política, de la historia cultural, de la historia económica, de la historia de género, de la 4. El planteamiento que dimos para esta materia, y sus cursos, se basó en la propuesta de problemas e hipótesis de trabajo similares, esto es, no se trata de formar historiadores de Guanajuato sino de las regiones, y gestores del patrimonio documental histórico, incorporando al patrimonio monumental edificado y al patrimonio intangible: aún hoy dos cambios curriculares después se sustentan como cursos optativos: “Sociedades prehispánicas de centro norte de México”, “Sociedades regionales del centro norte, siglos xvi a xviii”, o “Siglo xix”, o “Siglo xx”, o un curso definido como teoría de la historia regional. El plan de estudios con esta propuesta tuvo vigencia por diez años y en la reforma curricular de 2008 se adecua la experiencia a otra modalidad, más disciplinaria y se sostiene en tanto línea de generación y aplicación del conocimiento, para ser compartida con los actuales y los futuros estudiantes de Historia, en modalidad de optativas temáticas, o seminarios de investigación y tesis. 5. Catálogo de tesis de historia de Instituciones de Educación Superior. 1931-2004, 2007.

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historia de la ciencia, y otros conceptos?, ¿para qué queremos la historia regional, para confrontar o para validar a la historia nacional?, ¿y el fin último, la enseñanza de la historia, considera esta teoría de la historia?6 De manera del todo empírica propongo que haber compartido discusiones entre estudiantes de historia del país, nuestra principal expectativa se cumple: la investigación consolida la enseñanza-aprendizaje de la historia. Acaso podemos partir desde la toma de conciencia nacionalista en las construcciones del ¿para qué enseñar historia?, ¿cómo enseñar a hacer la historia? Por ello me he detenido en mencionar al archivo histórico que es la episteme propia, como notablemente lo destacaron Lucas Alamán, José Hernández y Dávalos, Genaro García, entre otros que dieron en la recuperación de fondos documentales la base de las explicaciones e interpretaciones, a la par de la necesidad por el rescate y organización de los archivos,7 el plusvalor de 50 años de formación de historiadores en la Universidad de Guanajuato, a más de las publicaciones y tesis logradas. El recurso de la investigación constituyó el mérito para obtener título, y comenzaban a ser conocidos archivos regionales, con lo que sucedieron confrontaciones con cuanto se enseñaba en la historia patria, o historia nacional; emergieron de las tesis las disputas desde lo regional en el manejo de la construcción de identidad nacional, cuando la historia sucedió de manera diferente en las regiones. El caso era que nuevas investigaciones en fondos documentales antes desconocidos dieron nuevas explicaciones e interpretaciones de los hechos dados por sabidos en el marco histórico general; pongamos enseñar en Sonora la importancia de la lucha insurgente que inició en Guanajuato sin ningún referente de lo que acontecía en aquellas Provincias Internas de Occidente. Tenemos entonces que ha sido con la formación de historiadores, en las entidades federativas, el interés por temas regionales; a la par de la atención a fondos documentales con los que, casi siempre los historiadores en formación tuvimos a la mano nuestro taller de rescate y organización de fuentes, puntales para la historia regional. Lo muestran artículos, tesis de grados, y diversas publicaciones, en su respectivo aparato crítico.8 6. Cortes historiográficos los he abordado antes: Guanajuato: historiografía (El Colegio del Bajío, 1988); “Los últimos cincuenta años de historiografía prehispánica del Centro y Norte de México”, en Cincuenta años de investigación histórica en México (ug/unam, 1998); “Panorama historiográfico sobre la Intendencia de Guanajuato”, en Independencia nacional, fuentes y documentos. Memoria 1808-2005 (unam, 2007). 7. Para nuestra entidad federativa además tenemos el notable caso de Lucio Marmolejo, Primo Feliciano en San Luis Potosí, y supongo que en otras entidades existió el compilador de historias que dio con archivos importantes de ser conservados. 8. Véase mi artículo “Panorama historiográfico sobre la Intendencia de Guanajuato”, en Independencia nacional, fuentes y documentos. Memoria 1808-2005 (unam, 2007).

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Esta producción es lo que la Universidad de Guanajuato aporta a la sociedad mexicana, 50 años de producción histórica e historiográfica, catálogos de archivos y de bibliotecas, no pocas, me atrevo a estimar en 50 por ciento de las tesis de grado, más de 100 en 50 años, han sido publicadas. Para celebrar este medio siglo los profesores Graciela Bernal y Miguel Ángel Guzmán realizan la compilación de datos sobre esas tesis de Historia, que incrementarán con la obra intelectual publicada por profesores y egresados. Se publicará el documento y quedará constancia. Pero, hay que decirlo, se ha roto el paradigma, en el más objetivo estilo khuniano, los jóvenes de ahora no creen en sus profesores, la revolución del conocimiento ya está en los teclados y en la nube; que, no es privativo de los estudiantes actuales de Historia, sino de todas las disciplinas que se imparten en las universidades. El paradigma del archivo y la biblioteca, de la heurística y la hermenéutica, de la semántica y de la historiografía no son significativos para los jóvenes que ahora estudian. ¿Cómo serán medidos los siguientes 50 años de formación de historiadores?, ¿quién quiere vivir para dar cuenta de ello? Es la tarea que dejamos a los jóvenes que ahora están en formación.

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Personajes

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Antonio Torres Gómez Años de gestión humanista Ensayo de biografía universitaria José Luis Lara Valdés

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on Antonio Torres Gómez nació en la ciudad de León, Guanajuato, siendo sus padres José Torres Gómez y Carmen Gómez de Torres. Realizó estudios hasta la segunda enseñanza en las instituciones estatales, pasando a cursar la licenciatura en derecho en la Ciudad de México, donde llegó a vivir en casa de la abuela, por orientación de su padre, como estrategia de apoyar mejor sus estudios. Tuvo amistad con otros guanajuatenses que vinieron a ser compañeros de su acción como humanista, político, gestor de acciones concertadas para la producción y aplicación del conocimiento, entre ellos José Rojas Garcidueñas y Juan José Torres Landa. Sus estudios profesionales los realizó entre 1932 y 1936, en la entonces Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. La especialidad a la cual se adscribió fue a la de derecho privado. En diciembre de 1936 presentó su examen de grado para obtener el título de licenciado en derecho. El tema fue “Los actos ilícitos como fuente de obligaciones”. La estancia en la Ciudad de México corresponde a la época de educación socialista, cuando están llegando de Europa pensadores que impulsan, como gran medio del desarrollo del conocimiento, a la investigación, viendo al conocimiento desprovisto de fanatismos, como postulaba la legislación de la enseñanza, apegándose al método científico. En cuanto al derecho, tocó a don Antonio Torres Gómez la época de fortalecimiento del conocimiento jurídico más allá de la doctrina positiva, sobre todo con los profesores que llegaron de España a fortalecer los estudios de derecho comparado, puntal para las investigaciones jurídicas, y todas las investigaciones en ciencias sociales que entonces apenas levantaban vocaciones. De regreso a Guanajuato volvió al seno del Colegio del Estado, en tránsito a ser la Universidad de Guanajuato, donde cursó la carrera de abogado y notario. A partir de 1937 comenzó su experiencia como profesor. También comenzaron entonces los desempeños propios de la profesión 139


del abogado, por la entidad, a la cual llegó a conocer en las carencias sociales que portaba la época de las entreguerras mundiales. La segunda guerra mundial alteraba las mentalidades de la sociedad, definiendo rutas imposibles por las cuales se podía creer, mas difícilmente construir la nueva sociedad de cara a las lecciones brutales de una guerra deshumanizada. Si tal era el entorno general de su ámbito profesional, en lo particular Torres Gómez habría dado lugar a la formación académica de humanista. Las acciones posteriores así pueden verse, como un transitar entre el derecho y la filosofía por la humanidad. De 1947 a 1949 se desempeñó por primera vez en las funciones de rector de la Universidad de Guanajuato. En el mismo año de 1949, entre el 6 de julio y el 2 de octubre, estaba dedicado a la dirección de la Facultad de Derecho. En tanto, el 26 de septiembre asumía la gubernatura del estado el licenciado José Aguilar y Maya, su maestro en la Universidad Nacional, quien le dio el encargo de la rectoría de la Magna Casa de Estudios de Guanajuato. Aguilar y Maya llegaba a la gubernatura después de haber sido el Procurador General de la República, desde donde impulsó el servicio militar obligatorio para la juventud mexicana, entre otras disposiciones emergentes debido al ingreso de nuestro país en el conflicto bélico mundial. Aguilar y Maya fue de los políticos que enfrentaron la situación internacio­ nal en busca de una correlación de fuerzas a favor de la humanidad. De muchas maneras, estos dos hombres condensaron los esfuerzos de otros tantos de aquellos tiempos que consolidaron un proyecto de sociedad ligada a la universidad. En 1950 la Universidad de Guanajuato tenía una población estudiantil de 1,633 alumnos. Comenzaba la década de acciones más conducentes a la modernización de la institución, desde la filosofía de la educación nacionalista, procurando el fortalecimiento de las carreras científicas, y formalizando los ideales humanísticos en las carreras más reconocidas por tal vocación social: la filosofía a la cabeza. Con su rectorado y los recursos financieros que hicieron posibles rector y gobernador, se consolidó el proyecto de universidad humanista pero científica, involucrada en los problemas sociales y cauce del desarrollo cultural de su comunidad. Es notable el apoyo a los estudios basados en laboratorios, como la ciencia química y la física, las cuales fueron apuntaladas en su aprendizaje como prácticas científicas; fue entonces cuando se lograron mejoras a los laboratorios y se integraron las ideas del estudio de la ciencia para el beneficio de la humanidad, nunca para la destrucción. Importantes cien-

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tíficos mexicanos con perfil de filósofos fueron traídos por el rector de la Universidad a convivir impartiendo conferencias a la comunidad. Según reseña un estudioso, con el rector Torres Gómez inició “una intensa actividad de conferencias, conciertos y exposiciones en cantidad considerable”, y menciona a varios de los que pasaron por la Universidad compartiendo su talento, sus ideas, su arte: Edmundo O’Gorman, José Rojas Garcidueñas, Fanny Anitúa, Eduardo García Máynez, Luis Jiménez de Asúa, Guillermo Rosembleuth, Mariano Azuela, Pedro Garfias, José Castillo Larrañaga, Guillermo Díaz Plaja, Silvio Zavala, Andrés Soler, entre otros. En el listado notamos a los forjadores de generaciones de abogados, filósofos e historiadores desde otras instituciones educativas.1 En la reunión con que dieron inicio los trabajos de asociación de las universidades e instituciones de educación superior del país, en Hermosillo, Sonora, en abril de 1950, impulsaron Torres Gómez, Armando Olivares Carrillo, Francisco Gómez Guerra y Fulgencio Vargas “la tesis de que la Universidad debía conjugar lo técnico con lo profundamente humano”. En el segundo congreso de instituciones de educación sucedido en Guanajuato, se reiteró como una vocación de la universidad este ideal. Sin duda que el momento culminante de esta filosofía es el impulso a las carreras de artes y humanidades, como medio para formar a los futuros profesores de la educación media superior que ofrecía la universidad. Las escuelas de teatro, música, filosofía y letras en los primeros años de aquella década se asumen como la fundación universal que la ciencia requería para ser entendida y lograda. En la inauguración de cursos del año de 1954, el rector Torres Gómez informaba a la sociedad, en presencia del gobernador Aguilar y Maya, de los logros, así como del incremento en la matrícula: 3,630 alumnos, la cual había crecido cien por ciento. En ese año se invitó a la universidad a integrarse al congreso mundial de la Asociación Internacional de Universidades. Fue también la década cuando las obras de infraestructura dieron mayor realce a las instalaciones universitarias, dentro de la época que se vivía: El vetusto colegio sede desde el siglo xviii de los altos estudios en Guanajuato, tomó unidad arquitectónica con un elevado paramento blanco y verde distinguido por una escalinata monumental para acceder al auditorio. En todo, fachada y portada del auditorio, quedaron plasmadas evocaciones en forma de diseño, de la arquitectura histórica habida en el pasado de la ciudad de Guanajuato. En otras entidades, la arquitec León Rábago, Compilación histórica de la…, p. 113 passim.

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tura, en cambio, se adecuó a la modernidad, como fue en las preparatorias de León, Irapuato, Celaya, y en la Escuela de Medicina de León. Distinguía a la Universidad de Guanajuato la filosofía humanista, al grado que, en 1955, el Consejo Universitario dispuso fueran recogidos y editados los discursos del rector, pronunciados entre 1950 y 1955, que a contuvieran. En la introducción, la ponderaba el doctor Francisco Carmona Nenclares con la doctrina que se aplicaba en universidades francesas y alemanas (de Alemania occidental), y la postulaba como sigue: “merece convertirse en una doctrina universitaria mexicana”.2 Cuatro discursos fueron editados en formato de cuaderno: el del 28 de marzo de 1950 donde proponen los delegados por Guanajuato en la primera reunión de la Asociación de Universidades e Instituciones de Estudios Superiores, anuies, la filosofía o “doctrina Guanajuato” a que se ha hecho mención; el que dictó el 16 de septiembre de 1951, en ocasión de habérsele otorgado el grado de Doctor Honoris Causa al li­cenciado Miguel Alemán Valdés; el que pronunció el 17 de febrero de 1953 en la segunda reunión de anuies realizada en Guanajuato, y un homenaje a Miguel Hidalgo en la Universidad Michoacana, el 30 de julio de 1953, durante el acto donde se recordó la muerte del caudillo de la Independencia. En 1955, Torres Gómez tomó otras funciones en su vida al dejar la rectoría en manos del licenciado Enrique O. Cervantes, bajo el signo de otro gobernador, Jesús Rodríguez Gaona. La universidad estaba cimen­ tada hacia su mejor desarrollo, como lo pudieron continuar, y en algunas acciones culminar, los siguientes rectores. Sin duda, entre Antonio Torres Gómez y Armando Olivares Carrillo, estuvo gran parte de las acciones de refundación y modernidad acorde al trayecto de nuestro país, de la Universidad de Guanajuato, lo cual fue posible en algo así como década y media, si cerramos la etapa en 1962, año de la muerte infortunada de Olivares Carrillo. Las estadísticas de matrícula estudiantil por sí solas expresan el crecimiento que vino lográndose en el servicio que daba la Universidad de Guanajuato a la sociedad en el periodo rectoral de don Antonio Torres Gómez: 1949: 1,705-1,8483 1950: 1,997 2. Torres Gómez, Discursos universitarios. 3. La Universidad de Guanajuato. Se respetan los datos de esta fuente, que difieren de la consultada sobre matrícula en los mismos años, vid supra.

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1951: 2,111 1952: 2,411 1953: 2,754 1954: 3,631 En 1961 asumió la gubernatura el licenciado Juan José Torres Landa; habían sido don Antonio y Torres Landa compañeros de aula desde la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, y la carrera de Derecho. Con este gobernador, Torres Gómez fue llamado a colaborar desde la Secretaría de Gobierno del Estado de Guanajuato, así como en otras funciones que repercutieron en la comunidad universitaria. En el año de 1966 nuevamente tuvo a su cargo la dirección de la Facultad de Derecho, a partir del 1 de enero y hasta el 15 de noviembre de 1968. Después, pasó por otro lapso dedicado a funciones propias de la profesión del abogado, así como del funcionario público. Volvió a ocuparse de la dirección de la Facultad de Derecho del 18 de octubre de 1971 al 8 de septiembre de 1973. En estos años tuvo impulso la fundación del cuerpo de profesores de la Facultad de Derecho, dedicados a la investigación, con lo cual pudo tomar otro sendero la formación de abogados de la Universidad de Guanajuato. Don Antonio Torres Gómez siguió impartiendo su cátedra desde entonces, además de ser miembro del Departamento de Investigaciones Jurídicas. Asimismo, no interrumpe su actividad profesional como abogado y notario público en la ciudad de León, Guanajuato. Su obra intelectual, si bien no es numerosa, sintetiza la gestión del universitario. En el año 2000 la Universidad de Guanajuato, a través de la Facultad de Derecho y el Departamento de Investigaciones Jurídicas, publicó la compilación de su esfuerzo docente e investigativo en el volumen Introducción al estudio del Derecho. En fecha 30 septiembre del mismo año, el Consejo Universitario resolvió otorgarle un Doctorado Honoris Causa, por su trayectoria académica, aportación al desarrollo institucional e impulso al avance de las ciencias y las humanidades. Asimismo ha sido condecorado con la medalla “Miguel Hidalgo y Costilla”, que otorgó la LVI Legislatura del Estado de Guanajuato. Nos gusta como epígrafe la expresión que hizo, en 1953, a propó­sito del escudo universitario que por aquellos años de su rectorado era co­ locado en la cima de la fachada del Auditorio: “La verdad os hará libres; grabado en nuestro escudo, hoy adquiere su significación más honda al convertirse en símbolo de exaltación de la grandeza del espíritu que, 143


liberado al fin del mundo de las sombras, puede admirar en todo su esplendor la claridad del día.”4

Otros cargos y funciones que ha desempeñado Diputado en el Congreso Estatal. Secretario General de Gobierno. Oficial Mayor de Gobierno. Presidente Municipal de León, habiendo ocupado diversos cargos edilicios. Diputado federal por el III Distrito Electoral. También fue diputado para el Congreso Estatal. Presidente, Magistrado, y Secretario General del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Guanajuato en distintos periodos. En la Judicatura desempeñó los cargos de Juez Municipal, y de Primera Instancia. Integrante de la Comisión Editorial del Gobierno del Estado de Guanajuato. Director de la Escuela Secundaria Preparatoria de León, Gto. Primer Vicepresidente de anuies. Miembro del Segundo Congreso Universitario y Primera Asamblea General de la Unión de Universidades Latinoamericanas con sede en la Universidad de Santiago de Chile. Miembro del Seminario de Cultura Mexicana, del Ateneo de Ciencias y Artes de México, y de la Academia de Derecho Procesal Penal. Presidente del Consejo de Cultura de la Ciudad de León.

Fuentes Guzmán López, José Elías, «Antonio Torres Gómez y las humanidades en la Universidad de Guanajuato”. Entrevista videograbada el 4 de abril de 2002 en su despacho del Edificio Montes de Oca, León, Gto. Facultad de Filosofia y Letras / Universidad de Guanajuato. Hernández Aguado, Juan, comp., Protagonistas guanajuatenses, México, ed. del autor, 2002. Kilian Ramírez, Mauricio Helmut. “Entrevista y respuestas documentadas al Lic. Antonio Torres Gómez”, 17 a 24 de enero de 2003, Edificio Montes de Oca, León, Gto. [En poder del autor] 4. Torres Gómez, Discursos universitarios.

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Lara Valdés, José Luis, Historia de la Facultad de Derecho de la Universidad de Guanajuato, México, Universidad de Guanajuato / Facultad de Derecho, 1999. León Rábago, Diego, Compilación histórica de la Universidad de Guanajuato, México, Universidad de Guanajuato, 1998. Pompa y Pompa, Antonio, Espejo de provincia, México, Porrúa, 1975. Torres Gómez, Antonio, Los actos ilícitos como fuente de obligaciones, México, unam (tesis de licenciatura en Derecho), 1936. ———, Discursos universitarios, México, Universidad de Guanajuato, 1955. La Universidad de Guanajuato, Dirección General de Bibliotecas [sin autor].

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José Rojas Garcidueñas El erudito, sus libros, su humanismo Juan Diego Razo Oliva1

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la edad de 69 años, el 1 de julio de 1981, falleció en la ciudad de México José Rojas Garcidueñas, prolífico y destacado intelectual humanista oriundo de Salamanca, Guanajuato, por lo que ahora, al mediar este año 2011, cumplimos 30 años sin su estimada presencia, por no decir que casi lo hemos relegado a un injusto olvido. En julio de 1983, su viuda Margarita Mendoza-López (también una gran personalidad en el mundo de las disciplinas humanistas y artísticas de México) me envió una amable carta donde me informaba de cómo estaba ejecutando la última pero expresa voluntad de su esposo fallecido, respecto a la distribución o destinos concretos que ya habían seguido o estaba dándole a la rica biblioteca y otros acervos documentales que durante toda su vida, viajando por nuestro país y por el extranjero, había reunido, con inagotable sed de erudito, el ilustrado e ilustre escritor y pensador salmantino. Con el informe, me anexó el currículum vitae del recién fallecido, cuidadosamente revisado y actualizado por ella misma. Y cuando por teléfono le llamé para agradecerle su gentil comunicado, me dijo que yo podía pasar a su casa, un amplio y precioso departamento en la calle de Bolívar del centro de la ciudad, a recoger unas tres docenas de libros sobre folclor literario y musical del país, que para mí había apartado Pepe Rojas Garcidueñas, más unos cuantos fólders en que separó de su archivo varios documentos relativos a sucesos y personajes de la historia de Salamanca y de Guanajuato, bajo el supuesto de que yo algún día tal vez me ocupara en comentarlos y darlos a conocer. De algunos ya lo he hecho. Al especificar que el lote más cuantioso y de importancia selectiva de esos fondos bibliográfico y documentales lo heredaba Rojas Garci1. Docente e investigador cronista de la Escuela Nacional de Artes Plásticas (unam), antigua Academia de San Carlos.

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dueñas al Centro de Investigaciones Humanísticas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, explicaba que ello se hacía en razón de que reunidos libros, folletos, manuscritos y documentos en un solo espacio, podrían “facilitar la tarea de quien, en algún momento, se interese por estudiar su obra, que abarca diversas disciplinas”. Uno de los documentos incluido en la donación, de singular interés, era el original mecanoescrito de su libro Salamanca. Recuerdos de mi tierra guanajuatense. Del idóneo espacio en que se depositaron, fue posible disponer gracias al gentil ofrecimiento que había hecho el maestro Luis Rionda Arreguín, director de dicho centro. También se tomó con especial consideración que José Rojas Garcidueñas fue fundador de la mencionada facultad en la UG. Poco más de un año después, en noviembre de 1984, la misma Margarita Mendoza-López, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, leyó un texto con propiamente esta misma información frente a quienes asistimos a la sesión de homenaje póstumo que rindió el Ateneo Doctor Jaime Torres Bodet, A. C. al intelectual salamantino que también figuró en vida como uno de sus miembros prestigiados. Cuando este texto fue editado en forma de un pulcro y cuidado cuadernillo de 28 páginas, la señora Margarita de nuevo me hizo el honor de obsequiarme un ejemplar. Allí, entre la página 3 y la 14, se pueden leer las palabras entrañablemente amorosas, pero muy serenas, con que la viuda de José (“Pepe”) Rojas Garcidueñas trazó la semblanza y trayectoria intelectual y espiritual, siempre fincada en noble humanismo, de quien fue su pareja conyugal desde 1943 hasta el día que él falleciera. Me parece magnífica la oportunidad que brinda el boletín Nuestra Tierra, Salamanca, Historia y Cultura para que en sus páginas comencemos a recuperar el noble recuerdo y la justa admiración que merece el licenciado José Rojas Garcidueñas, esto apenas como anticipo de un gran homenaje en toda forma que ya dije se le debe en nuestra ciudad, el solar natal pedazo de “su tierra guanajuatense” que no en pocos de sus textos figuró como asunto central o como referencia significativa. Así es que nada mejor que traslademos aquí, en primer lugar, lo que leyera doña Margarita en la sesión solemne que el Ateneo Doctor Jaime Torres Bodet dedicó en memoria del ilustre desaparecido un poco después de tan sensible pérdida humana. Creo igualmente que el currículum vitae que la misma viuda revisara y actualizara (justamente antes de que ella también muriera, en su caso en forma por demás trágica durante los terremotos de 1985 en la ciudad de México), puede incluirse como un apéndice especial en este u otro número del boletín, respetando la integridad de su

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contenido y su forma, ya que por sí mismo adquiere el valor de documento de archivo con datos de primera mano. Consideren, pues, los lectores de estos párrafos, que son de mi parte como una invitación general a que, a partir del caso de José Rojas Garcidueñas, entre los nuevos historiadores de la localidad y entre el público general, se genere un más amplio conocimiento y divulgación de la cultura y la historia de Salamanca, de personajes nacidos aquí o radicados, asunto éste que desde luego incumbe a la historia y cultura de Guanajuato y de México como escenarios más amplios. El texto referido de doña Margarita lo intituló sencillamente con el enunciado “José Rojas Garcidueñas, el hombre”. Y luego lo desarrolló abriendo un total de 21 breves apartados, siendo los dos últimos los que relatan cómo fue su enfermedad y muerte. Estos finales sucesos de la trayectoria vital de un hombre a quien siempre se le vio animado por una gran inquietud intelectual y creativa a partir de la palabra escrita, a mí me causaron la impresión de que ante tan fatales realidades –de las cuales tuvo un pronóstico oportuno que él mismo solicitara a los médicos que le atendieron de síntomas preocupantes—, nuestro admirado Pepe Rojas Garcidueñas las enfrentó como un sabio de estirpe semejante a aquellos patricios de la Roma Republicana o del Renacimiento Humanista, quienes, visto que llega “la hora”, de lo que menos se ocupaban era en causar pesadumbres inútiles en sus deudos y amigos. Ejemplar estoicismo. Pero es mejor que leamos los términos mismos en que redactó su texto elegíaco la viuda doña Margarita Mendoza-López. Dicen (con algunos intercalados y precisiones de mi parte):

José Rojas Garcidueñas, el hombre El hombre Conocí a José Rojas Garcidueñas en 1934 —hace exactamente cincuenta años—: ambos descubrimos afinidad en gustos y fuimos compañeros en conferencias y conciertos, en teatros y exposiciones de artes plásticas. Intercambio de libros y opiniones. En 1943 decidimos, por comodidad, casarnos. No fue amor apasionado, sino mutua comprensión. Las costumbres establecidas chocaban con nuestras personalidades: en el momento en que cualesquiera de los dos se sintiera atraído por otra persona, nos separaríamos sin que mediaran recriminaciones. Absoluta y total independencia, por ello seguí yo usando mi apellido de soltera 149


—Mendoza-López— y nos divertían los malos entendidos que la situación suscitaba, como por ejemplo, cuando el Director del Instituto Nacional de la Juventud Mexicana, licenciado Agustín Arriaga Rivera, me comisionó para que asistiera, como representante de la institución, a la ceremonia de ingreso como Académico de la Lengua del licenciado José Rojas Garcidueñas. Treinta y ocho años duró esta unión fincada en la más absoluta libertad. Jamás nos preguntamos en dónde habíamos estado o a dónde nos dirigíamos. Teníamos amigos comunes, pero también otros que no lo eran. Esta vida en común, cercana e individual, me permite ahora hablar del hombre que fue José Rojas Garcidueñas. Niño Casa solariega en la Salamanca guanajuatense del año de 1912. La hermana primogénita fallece. El cariño paternal se vuelca en el segundo hijo, José de Jesús [nombre compuesto con que fue bautizado], quien duerme cuando le viene en gana, trastocando el horario usual y obligando a su madre a jugar con él hasta el amanecer. Porfía por comer una golosina y, cuando lo ha hecho, se emberrincha porque no quería haberla comido. Jugando aprende las letras, forma palabras y se hace amigo de Julio Verne. La revolución Mira saquear su casa y a su padre, y a otros señores, frente a los rifles de los revolucionarios. Llora, no por miedo, pues no comprende lo que sucede, sino porque mira llorar a su madre. Escolar El internado del Colegio Francés de la ciudad de México le abre sus puertas.Tristeza profunda de niño mimado. Lee incansablemente, refugio de solitarios. Conversa no con los niños sus compañeros, sino con los padres maristas que son sus profesores. Se desata la Guerra Cristera y los hermanos maristas endilgan a los alumnos la tarea de fijar, por la noche, impresos propagandistas en los muros cercanos al colegio. Años más tarde le entristecía que se utilizara a niños y adolescentes en semejante ocupación.

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Estudiante en jurisprudencia Se inscribe en la Facultad de Derecho [de la unam] no por gusto, sino porque debe seguir alguna de las carreras tradicionales. Descubre el derecho internacional, se engolosina con fray Francisco de Vitoria y con el concepto que de la conquista tiene. Para optar el grado de Licenciado en Derecho escribe “Vitoria y el problema de la conquista en Derecho Internacional”. [Que editará Ábside en 1938] Paralelamente a los estudios en leyes es alumno de la Facultad de Filosofía y Letras [también de la unam] y asiste al curso de investigaciones históricas que imparte don Nicolás Rangel. Su afición por el siglo xvi se acrecienta y se gana el mote de “El Bachiller”. Escribe [y edita en 1935] El Teatro de la Nueva España en el Siglo xvi, mismo que es reeditado en 1973. [Fue de hecho su obra primera] José Vasconcelos lanza su candidatura para la Presidencia de la República. José Rojas Garcidueñas, como otros muchos estudiantes lo siguen, por ser civil y por ser El Maestro de América. Jamás le perdonó que abandonara la lucha y se exiliara, dejando al garete a quienes lo apoyaban, y menos aún que tergiversara los ideales primigenios para ponerse al servicio del fascismo. Los libros Fueron los libros sus verdaderos y únicos amigos. Los amaba, cuando decía: “mis libros”, su voz cobraba entonación de amor. Acostumbraba leer dos o tres a la vez, alternándolos, cada uno en horas determinadas. Pasada la media noche tocaba su turno a las novelas policíacas. Cada año releía El Quijote y reunió una interesante colección de Quijotes. Julio Verne, que de niño le divertía por las peripecias que acontecen a los personajes, cobra con la madurez profundidad insospechada por las dimensiones de humanidad universal que se desprenden de los caracteres [por él] creados. Clasidiscos [revista] Los artículos [siguientes] publicados en esta revista están firmados con el pseudónimo de El Bachiller de Salamanca. “El concierto”, 1959. (Publicado antes, en 1956, en Anécdotas, Cuentos y Relatos.) “Estreno de los órganos de Catedral”, 1959. “El órgano de San Francisco”, 1959. “Recordando a Purcell”, 1959. “Un ballet melodramático sobre Cuauhtémoc”, 1959. “Se cuenta de Stravinsky”, 1959. 151


Rueca [otra revista en que publicó] “Tres fichas relativas a Ruiz de Alarcón”, 1943 y “El hallazgo del crítico”, 1948. (Publicado posteriormente, en 1956, en Anécdotas, Cuentos y Relatos). Lector Gustaba leer en voz alta y lo hacía extraordinariamente bien. Recreaba las páginas de Cervantes con la entonación castellana y leía el Martín Fierro dando el tono y el deje justos del argentino. Intenté grabar sus lecturas, pero la aversión que sentía a micrófonos y grabadoras lo impidió. Cuando de obras de teatro se trataba daba a cada personaje la entonación precisa y adecuada. Los animales De niño da terrones de azúcar a los caballos de su padre, contemporiza con la grulla neurasténica que vive en el corral, juega con los gatos y está atento a la llegada de las golondrinas que anidan entre las vigas del techo del corredor. De adulto, y en la ciudad de Guanajuato, hicimos migas con los pájaros que cambiaban las copas de los árboles del Paseo de la Presa por nuestra terraza, en la que encontraban cajetes con agua y arroz crudo y martajado que les hacía desdeñar el consabido alpiste y el tradicional pirul. Si alguna vez no encontraban lo que era de su gusto se azotaban inmisericordes contra la ventana del estudio hasta que pedíamos excusas y esparcíamos el arroz. En cuanto a los perros, de niño tuvo por amigo al Greco, galgo que era vegetariano. De adulto, entre otros, a uno grande y callejero por cuya estampa tuvo que ser llamado Perro Viejo. Un día que subíamos los peldaños de la Ladera de Santa Gertrudis, en Guanajuato, y abríamos la puerta de nuestra pequeña casa, entró Perro Viejo con nosotros y al mirar el rectángulo en el que habíamos sembrado hortalizas, fue tal su regocijo que a el se fue y con entusiasmo indescriptible se revolcó una y otra vez, destruyendo las pequeñas matas que apenas brotaban. La disyuntiva era clara: legumbres y verduras o alegría de Perro Viejo. Optamos por lo segundo. Perro Viejo era callejero y desdeñaba el lugar fijo. Una tarde descubrió que la gaveta inferior del escritorio le agradaba y, sin miramientos, en ella se metió sin importarle ni los papeles que en ella había ni que tuvo que hacerse mil dobleces para caber. No hubo más remedio que limpiar la gaveta de papeles y dejarla a disposición de Perro Viejo.

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En la Ciudad de México y en la avenida Chapultepec apareció otro perro, viejo también y callejero, que dormía en el estacionamiento cercano y se alimentaba con lo que buenamente podía darle el bolero que ahí ejercía su profesión. La amistad entre José y el vagabundo perro surge de inmediato. Al poco tiempo la enfermedad aparece, el veterinario resultó impotente y el zalamero perro fue sepultado bajo un arriate de rosas. Coleccionista En un momento determinado pensé, muy en serio, abrir una miscelánea, tal era la cantidad de objetos diversos acumulados en casa: lápices de todos colores, plumas fuentes y atómicas, frascos de tinta, papel secante, resmas de papel y rimeros de cuadernos en blanco, además de tarjetas postales, fotografías, timbres postales, mapas y guías de viaje; monedas y cajas de cerillos. Todo en un maravilloso desorden, sin el menor intento de clasificación. Entremezclados con los objetos mencionados, pequeños jabones de los que se encuentran en las habitaciones de los hoteles mexicanos y que son desconocidos en las europeas y americanas. Escritor Me da mucho trabajo escribir –solía asegurar—. Sin embargo, en sus sesentainueve años de vida compuso quince libros y una buena cantidad de artículos y ensayos. El primer libro fue escrito a los veintitrés años —El Teatro de Nueva España en el siglo xvi — y los últimos a los sesentainueve años —Temas Literarios del Virreinato y Salamanca, recuerdos de mi tierra guanajuatense. El teatro, el derecho internacional, la literatura y el folclor, la historia, el arte y los sucedidos cotidianos fueron la temática que manejó. La versatilidad en los asuntos es el resultado de su inagotable curiosidad para las disciplinas humanas. Su última inquietud quedó pendiente: la traducción de las obras de Machado de Assis. [Joaquín María Machado de Assis, brasileño, 1839-1908] Ocupaciones Fue José Rojas Garcidueñas licenciado en derecho y maestro de letras. Sus ocupaciones fueron la docencia en letras, historia y arte, pero también ejerció sus conocimientos internacionales como abogado consultor y consultor jurídico en la Dirección de Límites y Aguas Internacionales de la Secretaria de Relaciones Exteriores, además de participar como represen153


tante o asesor en reuniones en Washington, San Salvador, Río de Janeiro, Buenos Aires y Caracas. Empleos y cargos [estos] de categoría dentro de sus dos profesiones que ni fueron obstáculo para que en el lapso de 1944 a 1947 fuera gerente de la Orquesta Sinfónica de México, dirigida por el maestro Carlos Chávez y [tampoco para] que de 1951 a 1953 desempeñara el cargo de administrador del Instituto Tecnológico de México. No cabía en su manera de ser el estar a mano sobre mano y jamás tuvo por denigrante ningún trabajo. Cuando decidió dejar la ciudad de Guanajuato, a la que fue para fundar y dirigir la Facultad de Filosofía y Letras, y mientras en la capital se arreglaba su reingreso a la Universidad Nacional Autónoma de México, durante unos tres meses se convirtió en inspector de una secretaría –no recuerdo cuál— tarea que lo obligaba a visitar empresas y comprobar que la calidad de los productos y los precios de venta eran los adecuados. El mismo empeño, la misma responsabilidad con que preparaba una clase universitaria ponía en ese empleo. Quiero aclarar que lo aceptó no por necesidad económica, sino porque sentía la obligación de percibir un sueldo. Miembro de agrupaciones No fue amigo de buscar o solicitar distinciones y fueron algunas instituciones las que lo llamaron para que fuera uno de sus miembros, entre ellas la Academia Mexicana de la Lengua, de la que fue Académico de Número y Secretario Perpetuo; el Seminario de Cultura Mexicana; la Asociación Internacional de Derecho de Aguas; la International Law Association; el Instituto Hispano-Luso-Americano de Derecho Internacional. Convivencia humana Un acendrado sentimiento de convivencia humana y de rechazo a la intromisión ajena era su norma de conducta, lo mismo se tratara de países que de personas. Su simpatía hacia el político guatemalteco Jacobo Arbenz, no por su persona sino porque intentaba destruir la preponderancia de la United Fruit Company en Guatemala, le costó la negación de una visa para dictar un curso en la Universidad de Berkeley. —Usted está en contra de los Estados Unidos —dijo el funcionario migratorio estadounidense—. —No hay tal. No estoy en contra del país sino de quienes se empeñan en intervenir en los asuntos de otros pueblos.

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—Mi país jamás interviene –contestó el funcionario—. —A mí, como mexicano, no puede decirme semejante mentira. Acto seguido se dedicó a dar una cátedra de la historia de las intervenciones, armadas unas, económicas otras, que México ha sufrido. —Lo ignoraba –respondió el flemático funcionario—, pero no se le puede extender la visa. Divertido solía relatar [este] sucedido cuando años después viajó en varias ocasiones a Estados Unidos, con pasaporte diplomático, como Abogado Consultor de la Dirección de Límites Internacionales de la Secretaría de Relaciones Exteriores. [La] ciudad Amaba entrañablemente a la Ciudad de México —“mi ciudad”— la llamaba y la conocía palmo a palmo. No la que se conformó en los últimos años de urbanismo enloquecedor, sino la que existía en los años veintes y que por mucho tiempo conservó su fisonomía. Recuerdo los largos paseos dominicales salpicados con acuciosas explicaciones que encerraban datos históricos, sucedidos legendarios, vivencias de niñez y de adolescencia. Gozaba cuando alguien le pedía fuera guía. De vez en vez decía:“mi pobre ciudad”. Jamás aceptó los cambios y se hacía el disimulado ante los que han sido positivos. Viajero París:Vivencias infantiles [le] afloraban; cancioncillas francesas que la madre le cantaba para arrullarlo; el recuerdo de sus maestros en el internado del Colegio Francés surgen y recuerda que aprendió a beber ajenjo, al atardecer, convidado por ellos, por monsieur Bernauld, en especial. En dos únicas ocasiones estuvo en París, pero [tenía] conocida la ciudad como si la hubiera vivido; saboreaba sus calles, admiraba sus bellos trazo. Sus lecturas de autores franceses le hicieron conocer, a distancia, la hermosa ciudad. España: “¡Nada más faltaba que me sintiera extranjero en España!” –aseguraba—. El leve silbar de las eses y su despego a la entonación popular mexicana –la cantinflesca— hacía que su español no desentonara con el que en España habla el hombre culto. Su gusto por el vino, el queso y los embutidos le acercaba a la cocina nacional [española]. Con el cordero segoviano se deleitaba, lo mismo que con las vieiras y el vino gallegos; el aceite y el pan fueron desde niño parte de su alimentación. ¿Cómo no saborearlos en España? 155


Deseos no realizados Imprenta. Su gran sueño, irrealizado, fue tener una imprenta y hacer ediciones preciosistas, paradas a mano, sin prisa, sin apremio de tiempo, con capitulares fuera de serie, pieles y hierros y papel que fueran un deleite a la mirada y al tacto. Salchichonería. “Quiero poner una salchichonería –solía decir— muy bien surtida: mortadelas, patés salchichones, caviar, sobreasada, truchas y ostiones ahumados, queso camembert y quesillo de Oaxaca, fromage avec echalotte canadiense y panela salmantina.Vinos franceses y del Rhin, Valdepeñas y vino verde portugués. Aceitunas verdes y negras; alcaparras y rajas de jalapeños; pan negro, blanco, de centeno; negro con incrustaciones de cominos y ¡bolillos, teleras y pambazos!” “En cuanto las provisiones estén en su sitio, invito a los amigos que sepan gustar de estas cosas y cierro la puerta, ¡no vaya a ser que algún impertinente comprador quiera llevárselas!” Quehaceres domésticos —Si tú alternas los quehaceres domésticos con los intelectuales ¿Por qué no he de hacer lo mismo yo? –comentaba. De entre las tareas caseras le agradaba cocinar.Yo no podía enseñarle las recetas establecidas porque las ignoraba, pero sí los platillos que salían de mi inventiva. En un cuaderno anotaba, minuciosamente, los pormenores y tenía un buen sazón, aunque ensuciaba más trastes de los estrictamente indispensables, cacharros que él mismo lavaba. La tortilla de huevos, aderezada con muy diversos condimentos era su especialidad: tierna por dentro y dorada por fuera; llegó a dominar el albondigón, el paté de hígado de pollo y el arroz al vapor. Las especias, las yerbas olorosas y el vino eran sus condimentos favoritos, sin que faltaran el ajo y la cebolla. Reunimos una buena colección de libros de cocina, del siglo xix mexicano –Amapola del Bajío, uno de ellos—. También recetas de países extranjeros. Nos divertía considerar la cantidad de tiempo que se invertía en la preparación de los guisos y la cantidad de ayudantes que eran menester. Cosa increíble pero ciertísima: tanto a él como a mi nos gustaba lavar trastes. Enfermedad —No quiero que me hagan nada. Quiero escribir.

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—Te prometo que así será —contesté—. A su alcance mesillas auxiliares rodantes colmadas con todo lo que pudiera necesitar. Una “andadera” especial le permitía ir de un estante a otro. La señorita Gloria Gopar iba por las mañanas y con ella despachaba los asuntos que, como Secretario de la Academia Mexicana de la Lengua, debía cumplir. Por las tardes el joven estudiante Rubén Federico mecanografiaba las cuartillas manuscritas que José escribía. José Manuel Otero le ayudaba en otros menesteres. Con el ingeniero Luis Cabrera traba asuntos relacionados con la Dirección de Límites Internacionales [de la sre]. Durante el año de reclusión, 1980-1981, escribió dos libros: Temas literarios del Virreinato, a petición de Miguel Ángel Porrúa, y Salamanca, recuerdo de mi tierra guanajuatense, de hondo significado afectivo para José, quien aseguraba permanecería en el olvido. La sorpresa fue inaudita cuando José Antonio Pérez Porrúa se interesó por editarlo [ya como texto póstumo]. Además, revisó algunos relatos que, unidos a otros publicados en ediciones fuera de comercio (Ediciones de “La Paloma”), fueron recogidos por José Luis Martínez en el tomo El erudito y su jardín. Para Roberto Mantilla Molina redactó un breve estudio titulado “Cuencas hidrológicas internacionales”. Poco antes de salir rumbo al Sanatorio Español [donde expiró], me dictó a la máquina unos datos que acerca de la Academia Mexicana le pidió José Luis Martínez, director de la institución. La muerte —La muerte es la felicidad puesto que por ella dejamos este “valle de lágrimas”—, dije al desgaire y momentos después comentó: —Gracias por lo que me dijiste. No era que él necesitara de palabras reconfortantes, sino que esas que dije le comprobaban que no iba a caer en angustias ni apesadumbramientos inútiles. Mis palabras no fueron vanas y jamás miró tristeza en mí, aunque… tan bien me conocía que adivinaba lo que en mi interior sentía, pero tuve el valor de llenar mi pensamiento de alegría y no de dolor. Cometía impertinencias con amigos que de buena intención iban sintiéndose obligados a comentar la enfermedad. A varios impedí llegar hasta él. No comprendían que lo que deseaba era ocupar su tiempo que le quedaba escribiendo. La mirada alegre y de paz lo acompañó hasta el último momento, por ello es que pido a los amigos que lo recuerden con alegría, no con tristeza. 157


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José Rojas Garcidueñas (1912-1981) Clementina Díaz y de Ovando

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n la ciudad de Salamanca, Guanajuato, nació el 16 de noviembre de 1912, José Rojas Garcidueñas. De familia acomodada se le envió a estudiar a la capital de la República en el Colegio Francés. Su carrera de abogado la hizo en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, aquí obtuvo su título de abogado en 1938 con la tesis: Victoria y el problema de la conquista en derecho internacional. A los cursos que el maestro Manuel Toussaint dictaba en la Facultad de Filosofía y Letras —que por 1934 se encontraba en el patio chico del que fuera antiguo Colegio de San Ildefonso— asistía José Rojas Garcidueñas. De este colegio con motivo del IV Centenario de la Universidad de México (1951), Rojas Garcidueñas escribiría su historia desde el internado jesuítico hasta los días de la Escuela Nacional Preparatoria. En 1935 apareció el primer libro de Rojas Garcidueñas, El Teatro de la Nueva España en el siglo xvi. Al reorganizarse el Instituto de Investi­ gaciones Estéticas, el director Manuel Toussaint invitó en 1939 a Rojas Garcidueñas a colaborar como ayudante de investigador. En ese año de 1939 se publicó en la Biblioteca del Estudiante Universitario la obra de Rojas Garcidueñas: Autos y Coloquios del siglo xvi, obra fundamental en la que demostró su amor y conocimiento por la literatura novohispana. Su erudición y gusto por la cultura de la Colonia se revelaría espléndida en Don Carlos de Sigüenza y Góngora. Erudito barroco (1945) y en el fruto sazonadísimo: Don Bernardo de Balbuena. La vida y la obra (1958). A partir de la publicación de Autos y coloquios del siglo xvi, los amigos —cuenta Antonio Gómez Robledo en la contestación al discurso de Rojas Garcidueñas a su entrada a la Academia Mexicana (22 de junio de 1962)— le traspasaron a Rojas Garcidueñas el bachillerato, o bachillería, de uno de los autores que figuraban en el libro: el Bachiller Arias de Villalobos. Le adjudicamos, como propio el apelativo, por lo mucho que de él nos hablaba mientras componía su libro, en aquellas interminables charlas 159


de café de chinos, alrededor de San Ildefonso, cuando dábamos cada cual libre curso a nuestros sueños por estas calles tan preñadas de historia, una historia que para nosotros vivía y cantaba en cada lienzo de la cantera y del tezontle. El escritor Andrés Henestrosa nos da otra versión del mote puesto a Rojas Garcidueñas, “El Bachiller” Rojas Garcidueñas para sus amigos, con que se quería aludir al título de un libro famoso, El bachiller de Salamanca, y por ser él oriundo de la ciudad de ese nombre en el estado de Guanajuato. Sea valedera la versión de Gómez Robledo o la de Henestrosa, cierto es que “Bachiller” fue por toda su vida Rojas Garcidueñas. Así lo llamamos siempre amigos y compañeros. El “Bachiller” fue un hombre generoso, leal, de maneras señoriales que hacían honor a sus “sonoros y castizos apellidos”, de espíritu juguetón y de un gran sentido del humor. En ocasiones hacía alarde de esa “lengua vitrátil” que le achacaba Francisco de la Maza, sobre todo en la conversación, arte en el que era maestro, y también en esa literatura de ficción y humanística, en esas anécdotas, cuentos y relatos, ediciones de limitadísimos tirajes las más veces tiradas a mano y con viñetas del autor, y que como aguinaldo de navidad enviaba a sus amigos. Entre estos cuentecillos se hizo famoso “El hallazgo del crítico” (1947). Fue una broma que jugó a Francisco de la Maza y que éste aceptando el reto contestó con otro cuento “El estilo Luis XVII” (1948). En 1973 Rojas Garcidueñas se jubiló como investigador de medio tiempo, pero continuó vinculado al Instituto de Investigaciones Estéticas como investigador honorario hasta el día de su muerte. Junto a su trabajo de investigador, Rojas Garcidueñas dictó en diversas instituciones universitarias estatales y particulares, las cátedras de Historia Universal, Historia de México, Historia del Arte. En la Facultad de Filosofía y Letras impartió desde 1942 a 1966, Iniciación a las Investigaciones Literarias, Curso General de Literatura Mexicana, Historia del Teatro en México, Crítica Literaria y Seminarios de Teatro Mexicano. Una gran parte de los maestros que hoy día tienen a su cargo en la Facultad de Filosofía y Letras las cátedras de la especialidad de letras fueron sus alumnos.Y mucho le debieron en su formación. De 1953 a 1954 fue director y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato. Aquí realizó una muy buena labor pues gracias a su ejercicio como maestro e investigador de la lite­ ratura, en particular la mexicana, hizo posible que el Departamento de Letras se iniciara ya con la garantía de una larga experiencia y, también,

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con el respaldo de un buen número de personas que habían trabajado con él y además habían sido sus alumnos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1955 fue profesor de la Facultad de Humanidades, de la Universidad de San Luis Potosí. En 1954 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacio­ nal Autónoma de México, Rojas Garcidueñas obtuvo el grado de maestro en letras. En 1961 fue nombrado Académico de Número de la Academia Mexicana Correspondiente de la Real Española, de la que fue secretario perpetuo. También perteneció al Seminario de Cultura Mexicana. Además de sus labores de investigador y profesor, Rojas Garcidueñas desempeñó diversas tareas y cargos públicos, principalmente como abogado consultor de la Secretaría de Relaciones Exteriores y de la Sección Mexicana de la Comisión Internacional de Límites y Aguas entre México y los Estados Unidos, y Asesor Jurídico de la Comisión de Límites y Aguas entre México y Guatemala, y con tal carácter participó en conferencias y comisiones internacionales. Variada, copiosa y de alto valor es la obra de José Rojas Garcidueñas tanto en derecho como en el del arte mexicano, pero ante todas cosas en el campo de la literatura novohispana, en la novela mexicana. Su investigación Presencia del Quijote en las artes de México (1968) le valió el Premio Monterrey. En los muchos artículos y libros, Rojas Garcidueñas, en conferencias y congresos, puso de manifiesto su talento, su juicio equilibrado y certero, su crítica positiva, en la que no por detenerse en el detalle perdía de vista el panorama; asimismo en ese su quehacer literario en el que se encuentra el donaire, la agilidad de la pluma, el buen decir, lo hacen ser considerado como uno de los muy connotados críticos de la historia y la crítica de las letras patrias.Y en buena parte también de la historia del arte mexicano. Rojas Garcidueñas murió en esta ciudad de México el 1 de julio de 1981. Su desaparición constituye una sensible pérdida para el Instituto de Investigaciones Estéticas así como para la literatura y la cultura nacionales.

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He levantado un monumento más duradero que el bronce y más alto que la vieja mole de las reales pirámides, que ni la corrosiva lluvia ni el viento podrán destruir, ni tampoco la innumerable sucesión de los años o la huida del tiempo. No moriré del todo, y una gran parte de mí se librará de la muerte. Horacio (I siglo A.C.)

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No moriré del todo1 Laura Gemma Flores García

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i bien los grandes maestros de la arquitectura han legado sus obras como mudos testigos de la historia, el poeta y filósofo latino demostró que la fuerza de la palabra conlleva la imperecedera presencia de aquél que la articula. Sin duda José Rojas Garcidueñas lo sabía. Me fue dado conocer a José Rojas Garcidueñas cuando apenas comenzaba mi carrera profesional y cuando hacía un año que él la había consumado. Entonces supe que mi ciudad natal “tenía un libro”, un libro importante que no podía faltar en ninguna biblioteca salmantina, un libro de donde podía abrevarse la historia de su fundación, la descripción de nuestra iglesia agustina, la leyenda del Señor del Hospital, el paso de Tomasita Estévez por la Independencia, la leyenda de Andrés Delgado mejor conocido como “El Giro”, la llegada de la Refinería.2 También supe que ese ensayista tenía unos herederos (la juventud nos hace creer que todos los que escriben grandes obras ya están muertos); una de ellas era una distinguida señora propietaria de una de las librerías más visitadas en Salamanca y quien, al paso de los años, se volvió una mujer por muchos reconocida y ahora —para mi beneplácito— respetada; se trata de la querida amiga Rosa María Rojas a quien agradezco parte sustancial del material que conforma este texto. No con cierto temor y respeto me doy a la tarea —casi obligad— de conjuntar algunas palabras sobre este personaje: digo temor porque ocupada en otros estados de la república como Michoacán y Zacatecas postergué el estudio de mi ciudad natal hasta que hace muy pocos años fue publicada una obra donde compilé los libros de la biblioteca de San Agustín; sin embargo nunca me dediqué a historiar a sus personajes. 1. Conferencia dictada ante El Colegio de Historiadores de Guanajuato, A.C. el 26 de enero del año 2012. 2. Me refiero a su obra: Salamanca, recuerdos de mi tierra guanajuatense, México, Editorial Porrúa, 1982.

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José Rojas Garcidueñas no fue cualquier figura pública de las letras y mucho menos un “provinciano”. Antes que todos los epítetos arriba mencionados debo decir que fue un extranjero en su propia tierra, la que sin embargo nunca confinó a un postrer lugar: cosmopolita, erudito, viajero, embajador intelectual y amigo de doctos escritores, crítico absorto en la producción de sus colegas y coterráneos, que lo mismo producía y analizaba ensayos de filosofía especulativa que narraba historias vernáculas que pincelaron su vida de diplomático en otros países americanos y de Europa central. Nació en la ciudad de Salamanca, Guanajuato, el 16 de noviembre de 1912 y murió en la capital de la República Mexicana el uno de julio de 1981. Sus padres fueron Joel Rojas y Victoria Garcidueñas de Rojas. Casó en 1943 con Margarita Mendoza López, profesora de la unam y promotora artística, quien fue una de las primeras en difundir sus obras y en historiar su biografía.3 Rojas Garcidueñas estudió sus primeras letras en su natal Salamanca, el bachillerato en el Colegio Francés de México y en el Colegio del Estado, en Guanajuato. Más tarde se trasladó a la Escuela Nacional de Jurisprudencia donde estudió leyes y posteriormente estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México, donde obtuvo el 17 de agosto de 1938 el grado de Licenciado en Derecho con mención de Honor, y el de Maestro en Letras aprobado con Magna cum Laude el 14 de diciembre de 1954. Si bien veinte años distaron de sus dos carreras de formación, ejerció las letras desde antes de concluir sus estudios como literato. Fue profesor ayudante del Seminario de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, entre 1941 y 1942, donde uno de los profesores titulares era don Alfonso Reyes, escritor, diplomático y traductor y quien, junto con otros intelectuales de su talante, fue fundador del Ateneo de la Juventud. Garcidueñas también fue catedrático interino de literatura mexicana en dicha facultad hacia 1943 y al siguiente año se convirtió en profesor titular; como tal se desempeñó de 1944 a 1966. Asimismo, impartió Literatura Española e Hispanoamericana en The Pennsylvania State College, en Estados Unidos. De 1939 a 1952 desempeñó, simultánea o sucesivamente, diversas cátedras de Historia Universal, Historia de México, Historia del Arte, Literaturas Española, Hispanoamericana y Mexicana en las escuelas univer­sitarias de Artes plásticas y de Música, en la Escuela Normal de Este escrito no es sino una transcripción interpretada de la lista de acciones y obras del autor en cuestión y recuperada por su esposa.

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Maestras y en la Academia de Danza del inba, así como en instituciones particulares como el Colegio Francés, el Colegio de México y el México City College. En los años cincuenta probó fama y se forjó una reputación en el interior de su país; fue director y profesor de la recién fundada Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato de 1953 a 1954 y profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Luis Potosí, en 1955. La lista de asignaciones como funcionario y jurista incluyen que fue abogado del Departamento Jurídico de la Secretaria de Asistencia Pública hacia 1938 y 1939, gerente de la Orquesta Sinfónica de México, A.C. durante 1944 y 1947; jefe del Departamento de Información para el Extranjero en la Secretaria de Relaciones Exteriores de 1947 a 1948; administrador del Instituto Tecnológico de México de los años 1951 a 1953; abogado consultor de la Dirección de Límites y Aguas Internacionales en la Secretaria de Relaciones Exteriores de 1956 a 1974. Posteriormente fue Consultor Jurídico de la misma. 165


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Sus compromisos diplomáticos internacionales fueron diversos. Fue asesor de la Delegación mexicana en las Reuniones Interparlamentarias de Legisladores Mexicanos y Norteamericanos en Washington (1962) y en Guanajuato (1963). Actuó como representante de México en la V Reunión Interamericana de Jurisconsultos en San Salvador, efectuada en 1965. El mismo año también fungió como representante de México en la II Conferencia Extraordinaria Interamericana en Río de Janeiro. Posteriormente ocupó el cargo ode asesor de la delegación mexicana en la Conferencia Internacional de Agua para la Paz realizada en Washington en el año de 1967. Fue delegado de la Primera Conferencia de la Asociación Interna­ cional de Derecho de Aguas llevada a cabo en Buenos Aires y Mendoza durante 1968 y en la Segunda Conferencia de Caracas hacia 1976. Al revisar su enorme actividad académica y diplomática se pensaría que no contaba con tiempo libre para escribir versiones de interés personal, pero el historial de este prosista parece indicar que bien aprovechó las largas jornadas de traslado entre una ciudad y otra, y sus obligados reposos en la quietud de los hoteles extranjeros a donde llegaba para desatar toda la agilidad de su pluma que se resume en más de ciento cincuenta publicaciones entre: libros, artículos, adendas, prólogos, sumarios, pensamientos, ensayos, cuentos, leyendas, disertaciones, narraciones, biografías, versos, epís­tolas, diatribas, etcétera. Las casas editoras que lo acogieron fueron de gran prestigio, como Miguel Ángel Porrúa, el Instituto de Investigaciones Estéticas de la unam, la editorial sep 70s, los Talleres Gráficos de la Nación, el Instituto de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, y otras no tan conocidas en aquel entonces como: Editorial Ábside, Editoriales Xóchitl, Editoriales de la Paloma, Editores de Andrea, y otras. También el escritor sacó a la luz muchas ediciones privadas que, se presume, salieron de sus propias arcas en un intento de perpetuar su pensamiento y para sostener una serie de vínculos tanto intelectuales como afectivos con la serie de expositores e intelectuales mexicanos y extranjeros a quienes prologó, como es el caso de: Francisco del Paso y Troncoso, Antonio Caso, Juan N. Chavarri, Manuel Quesada Brandi, Margaret Shedd y otros. Huelga decir que la distribución de estas publicaciones corría por su cuenta: las regalaba a parientes, amigos, colegas, diplomáticos y toda serie de sujetos a quienes deseaba halagar con tan singulares presentes en fechas memorables y navidades.4 Sus temáticas, hablando de temas biográficos, mostraban como tendencia general recuperar la memoria de personajes del pasado mexicano 4 Dato proporcionado por Rosa María Rojas.

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como: Xicoténcatl, Hernán Cortes, la Malinche, Don Carlos de Sigüenza y Góngora, Sor Juana Inés de la Cruz o Juan de Palafox y Mendoza. En el ámbito de las artes escribió ensayos de estética y descripción artística; trajo a la memoria trabajos de Manuel Toussaint, historiador del arte de la unam y adalid de una serie de historiadores del arte que se formaron en sus aulas. Historió a Salvador Toscano, cineasta mexicano pionero e introductor del cine en México; Justino Fernández, dedicado a la estética y a la filosofía del arte mexicano; al escultor Enrique Guerra, alumno de Noreña que vino a cerrar el círculo de grandes escultores mexicanos del siglo xix; a Gilberto Owen Estrada, poeta mexicano nacido en Sinaloa en 1904; a Diego Rivera y a Julio Ruelas, entre otros. La erudición de José Rojas Garcidueñas no debemos tomarla como un evento aislado y extraordinario. Los intelectuales de su época lo mismo investigaban acerca de la física cuántica, que de lenguas otomíes, platillos mexicanos, países del mundo y obras de artes plásticas, música y poesía. No es raro pues encontrar entre la lista del personaje aludido productos como la biografía de Genaro Fernández Mac Gregor, escritor e internacionalista, Los hispanos en el idioma zapoteco, la biografía de José Bernardo Couto, jurisconsulto y diplomático, y escritos raros como el Estudio comparativo entre el Estebanillo González y el Periquillo Sarniento o el epílogo de la Divina Comedia en francés, o Diego Rivera por Modigliani, y una comparativa entre Julio Ruelas y Félicien Rops. Tampoco dejó de lado el amor a su terruño, a sus costumbres mexicanas que quizás al salir al extranjero revaloraba: las fiestas y leyendas de Salamanca, Guanajuato, como las de Todos Santos y Fieles Difuntos, festejos de Navidad en el Bajío.También nos dejó Fuentes de la ciudad, Versos dedicados a la inundación de Salamanca, o un texto sobre las Posadas en México y las pastorelas. Si habría que afirmar que tuvo alguna predilección por un periodo histórico diríamos que el novohispano llamó particularmente su atención. Como ejemplo tenemos sus autos y coloquios del siglo xvi, el Epistolario de la Nueva España, sus Tres piezas teatrales del Virreinato, los estudios sobre Sor Juana y Sigüenza y Góngora, su pequeño artículo “Renacentismo en España y en la Nueva España”, sus Fiestas en México en 1578, Temas literarios del Virreinato, Bernardo de Balbuena y otros más. Las obras dedicadas a Salamanca se resumen en Fundación del Convento Agustino de San Juan Sahagún en Salamanca de la Nueva España, Fiestas en Salamanca, Guanajuato de 1957, los Versos dedicados a la inundación de Salamanca en 1957, la Historia del Señor del Hospital y su obra póstuma Salamanca (recuerdos de mi tierra guanajuatense) de 1982.

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Temas de su predilección también fueron diatribas diplomáticas y anécdotas, cuentos y relatos que fueran compiladas por José Luis Martínez en la obra: intitulada El erudito y su jardín a la que dedicaré la última sección de mi comunicación. Esta publicación, a cargo de la Academia Mexicana, del año de 1983, reúne pequeños cuentos entre los que se encuentran: “El Hallazgo del crítico”, “El Heraldista”, “Christmas-Nochebuena”,“El erudito y su jardín”,“Un manuscrito de Urbina”,“Ejemplo de la vanidad”, “Historia de un tipómetro”, “Historia de ‘Amigo’”, “Viaje en el ‘Huatusquito’”, “Una copa de cognac”, “Nicolás Rangel y Juan de Dios Peza”, “El Señor de la Buena Lluvia”, “Por dos muy buenas razones”, “El concierto”, “La descorazonante realidad”, “Una aurora boreal”, “…es rutinario pero nadie lo sabe”, “De historia mínima”, “Relato de las Islas Mistrocks”, “Et in terra Pax”, “El ‘protector de México’”, “En una fecha memorable”, “De Salamanca”, “De una charla con don Alfonso Reyes”, “Il n’avait la barbe comme ça”, y otras 18 anécdotas y sucedidos que a decir de Rosa María Rojas el escritor editaba por su propia cuenta para enviarlos como presentes a sus amigos más cercanos. Cumplían un tiraje de aproximadamente de 200 ejemplares, por lo cual el lector podrá darse cuenta de los muchos compromisos del autor. Algunos de estos librillos se resguardan en los acervos familiares de las hermanas Ma. Eugenia y Rosa María Rojas, pero gran parte de ellos fueron legados a la naciente Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Guanajuato. Dejamos para los especialistas en literatura y hermenéutica el registro y análisis de los mismos. Nuestra labor en este escrito representa una testimonial de su producción y constituye un tributo y un agradecimiento a los entusiastas promotores de su obra; en especial al maestro Luis Palacios Hernández, a quien agradezco la gentil invitación por haber incluido estas modestas líneas en esta importante compilación que deseamos contribuya a la difusión y trascendencia de una época relevante de nuestra cultura guanajuatense.

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Luis Rius Luis Rius, profesor y poeta Luis Palacios Hernández

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onocí a Luis Rius a finales de abril de 1977 cuando vino a sustentar las conferencias La poesía española de México a partir de 1939, en el Auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras en Valenciana, supongo que a instancias del todavía director Luis Rionda (nótese la abundancia de los luises). Estábamos en la inminencia del conflicto sindical del cual nadie imaginaba su trascendencia. Para muchos era un acontecimiento de alta significación y concierto. Por un lado, conocer en persona a aquel poeta que aparecía semanalmente en el canal 13 como protagonista generador de uno de los pocos programas culturales —Viaje alrededor de una mesa— existentes en el desolado panorama de la oferta cultural televisiva en el país; por otro, la oportunidad de ver encarnada aquella imagen que la imaginación juvenil había prefigurado a partir de las entusiastas palabras de la maestra Amalia Ferro cuando, a muchos como a mí mismo, elogiaba al “querido maestro Rius” para empujarnos a ingresar a las aulas de la todavía joven Filosofía y Letras. Recuerdo, como de tarjeta postal, estar charlando junto al maestro en algún espacio abierto, quizá el jardín frente al templo de Valenciana, al final de su presentación en el auditorio de nuestra facultad. Luminoso día primaveral que cobijaba la gentil y suave voz del poeta Rius, melancólicamente hablando de poesía entrelazada con sus ya lejanas vivencias en la ciudad minera. Fue la única vez que lo vi y fue en la sede de Valenciana que Rius, como profesor fundador de los estudios literarios, nunca utilizó. Para entonces yo bien sabía del fervor —principalmente a través y de la maestra Ferro— que se ofrecía a la personalidad de Luis Rius; ella como todas (porque eran prácticamente “ellas”), es decir, mujeres que habían integrado la primera generación de la carrera de Letras españolas, allá por los años cincuentas, asiduas estudiantes al igual que entusiastas admiradoras del joven profesor de 22 años que las deleitaba e instruía con los sonetos, églogas y décimas de San Juan de la Cruz y Tirso de Molina. 171


Arte declamatoria que el joven cultivó y que fue parte indisoluble de su personalidad. En la línea de esta seducción, años más tarde (1995), en un excelente libro colectivo dedicado a Rius y los poetas del exilio español, Gonzalo Celorio habría de recordar sus experiencias estudiantiles en la unam: […] su curso de literatura castellana medieval […] estaba saturado. El salón de clases se abarrotaba principalmente de estudiantes del sexo femenino que enrarecían el aire con suspiros cuando el maestro Rius decía, sin que los ojos, perdidos en los volcanes aún visibles, se posaran en el texto, un romance fronterizo o una cantiga serrana, unas coplas dolorosas o unos risueños villancicos. […] Yo me tenía que sentar en la tarima porque el salón 201 tenía capacidad para sesenta alumnos y entrábamos en él cerca de cien […].Y si bien es cierto que eran mujeres las que suspiraban, también lo es que los hombres quedábamos cautivos en las disertaciones y las lecturas del maestro Rius.

Por fortuna todavía podemos atestiguar esa musicalidad de voz sobria y bien timbrada del poeta Rius, en las grabaciones de la colección Voz viva de México de la unam. Llegado a Guanajuato junto con Michelle Albàn, Francisco Carmona Nenclares y Ricardo Guerra a instancias de José Rojas Garcidueñas y el rector guanajuatense Antonio Torres Gómez, en 1952, Luis Rius se encarga de los trabajos de organización de la naciente Facultad, inaugurada formalmente en febrero de ese año con la apertura de la carrera de Letras Españolas. Un año después se integrarían Horacio López Suárez y Luis Villoro, amigos entrañables de Rius con quien compartirían la vida académica y las vivencias tempranas de la cañada guanajuatense. Ese año del 53, se nombra oficialmente a Rojas Garcidueñas director de la Facultad y se inaugura la carrera de Filosofía. Tengo para mis adentros que la presencia de estos artistas e intelectuales (hiperiones y poetas en ciernes) coadyuvaron al ambiente cultural que maduró el ímpetu de Enrique Ruelas para que, subyugado por la latente —quiero decir, aún no manifiesta— belleza propia de la ciudad, se lanzara a la aventura teatral callejera de los Entremeses cervantinos, aterrizada una noche deambulante en la plazuela de San Roque. Bien lo revive Eugenio Trueba —también compañero de andanzas nocturnas— en los párrafos escritos en su texto Historia del Teatro Universitario publicado en las memorias del XIV Cervantino, correspondiente a agosto de 2003:

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Por ese tiempo se echó a andar la Escuela de Filosofía y Letras. En la voz de Luis Rius, uno de los fundadores, la lengua se hacía tersa cuando nos leía a Garcilaso, mientras Luis Villoro escribía ensayos sobre el indigenismo y Ricardo Guerra hablaba a borbotones sobre Hegel y Heidegger. Pepe Rojas Garcidueñas, primer director, promovía la investigación. Se despertó la afición a escribir y se produjeron poco después 17 números de “Garabato” con sólo cuentos. No se escribió teatro, salvo un par de sainetes para café, de burla política que representábamos por las noches en la taberna de Carmelo y que nunca fueron objeto de censura. Antonio Corona y Alonso Echánove se lucían en los papeles de politiquillos bribones.

Y, hablando del teatro universitario, dice: Los intérpretes se han sucedido por generaciones.Todos querían colaborar, aunque fuera como simples comparsas. Horacio López Suárez y Luis Rius a veces se vestían de caballeros para el diálogo de la dama enamorada. Pedro Garfias llegó a salir de fraile. Margarita Mendoza López, José Rojas Garcidueñas eran asiduos cooperadores. [Armando] Olivares representó varias veces el papel de Cervantes. Margarita Villaseñor llegó a hacer la Chirinos.

Como se ve, aquí Trueba menciona a varios de los personajes que fueron terreno y savia de los formales estudios humanísticos al tiempo que regaban los campos vírgenes de la emplazada escena teatral. Amén de los arriba mencionados, se anota la presencia de Margarita Mendoza López, esposa de Rojas Garcidueñas y de Margarita Villaseñor, alumna que era de la naciente Facultad. Aunque no en el texto, pero sí en el recuerdo y en las fotos, habría que sumar las participaciones joviales de Amalia Vallejo (después de Ferro) y de Lucila Carmona también estudiante a la sazón, y corazón en el cuerpo de comparsas coloridos de las escenas cervantinas, retozonas multitudes regodeando la cruz del atrio en las noches de función. Pero quizá el sentir redivivo más acentuado lo experimenté en febrero de 1984 cuando tuve la oportunidad de organizar y participar en el homenaje luctuoso a Luis Rius en Valenciana, una tarde noche tibia llena de recuerdos y lágrimas. Al fallecimiento del poeta Luis Rius, el rector Néstor Raúl Luna me mandó llamar a su oficina para pedirme organizara “lo más pronto posible, de ser posible antes que la unam”, un homenaje a nuestro fundador en el entendido que su carrera profesional, y aun sus vivencias primigenias, se habían forjado en la universidad y en la ciudad guanajuatense. La petición tenía dos relieves: en ese momento yo ocupaba la dirección de la Facultad 173


y era egresado de la carrera de Letras Españolas de la cual Rius había sido fundador. En rápido viaje a la ciudad de México, se estableció contacto y acuerdo con varios de los cercanos al poeta muerto el martes 10 de enero de 1984. Llegado el 24 de febrero, aquella tarde nos congregamos en el Auditorio de Escuela de Filosofía y Letras (aún no llevaba el nombre de Ernesto Scheffler) los cercanos y entrañables amigos de Rius, de Guanajuato y de la unam, venidos de la ciudad de México a nuestra invitación; ahí se encontraba Ricardo Guerra, Arturo Souto, Horacio López Suárez, Eugenia Revueltas, María Luisa Capella y, por Guanajuato, Eugenio Trueba, Eugenio Mancera y yo mismo en mi calidad de director. Entre el público, se encontraban también Eugenia Caso Lombardo —primera esposa de Luis Rius, quien posteriormente contraería segundas nupcias con Pilar Rioja, nombre con el cual se le asocia frecuentemente— sus hijos: Luis, Eugenia y Manola Rius Caso; el ingeniero Enrique Pérez Cancio y la maestra Amalia V. de Ferro quien fuera estudiante de la primera generación de la carrera de Letras Españolas. El programa de Homenaje luctuoso se estructuró en cuatro partes: Semblanza de Luis Rius; La poesía en el exilio; La crítica literaria; y remembranzas de amigos. Carente, en esos años, de fieles y sofisticados aparatos de videograbación, tuve por fortuna la feliz ocurrencia de disponer sobre la mesa de intervenciones, una clásica grabadora Sony de esas llamadas de “carrete abierto”, único dispositivo con que contábamos en esos años galvanizantes. Gracias a ello, ayudo a la memoria de las emotivas participaciones. En la primera parte participaron Eugenio Trueba y Ricardo Guerra. El primero recordó esos primeros años de la década de los cincuentas cuando Luis Rius Llega a Guanajuato y habita, junto con “Horacio López Suárez, Luis Villoro, Pérez Cancio y otros; una destartalada casa en Pocitos” donde durante el día se tomaba café y se jugaba dominó o ajedrez en la farmacia Lanuza y por la noche se servían quesadillas, frijoles y ron en el Café Carmelo; “Inocencio Burgos, huésped fugaz de Pocitos, había pintado ahí unos escalofriantes murales a la cal”. Trueba recuerda igualmente a ese otro huésped inolvidable y parroquiano del Carmelo, Pedro Garfias a quien Rius admiraba y respetaba devotamente; según Trueba, Garfias era un significativo referente dada la “orfandad temprana” de Rius, recordando al respecto que en las recitadas poesías de León Felipe, Machado y el cante jondo, los jóvenes Rius y Horacio López Suárez recorrían las callejuelas guanajuatenses con la nostalgia a cuestas encarnada en la voz del peninsular Garfias.

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El tono amable y coloquial de las palabras de Eugenio Trueba animó a Ricardo Guerra, aludido varias veces en esos recuerdos por las vehementes discusiones que protagonizaba, prendido de las ideas de Heidegger y Hegel, frente al grupo de amigos, entre los cuales el “dulce y amable” Rius contrastaba en actitud con la beligerancia de Guerra. Ambos “muy jóvenes, rubios y melenudos”. Así, el doctor en filosofía Ricardo Guerra, por su parte ponderó la elocuente semblanza realizada por Eugenio hacia los años tempranos y guanajuateños de Rius y se congratuló de estar nuevamente en la Universidad de Guanajuato “a pesar del motivo doloroso que nos reúne”. Sin texto escrito ex profeso, Guerra subrayó, “más allá de sus otras virtudes”, su sentido profundo de responsabilidad académica y su respeto ético en las tareas de la cátedra, no solamente en sus años de inicio en Guanajuato, sino en la etapa de madurez en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional donde Rius, amén del profesorado, desempeñó diversos puestos de carácter administrativo académico; testigo cierto que fue de 175


ello en tanto Guerra, durante los ocho años de gestión como director de la Facultad, convivió con Rius como colega y cercano amigo. No es de extrañar tal énfasis del doctor Guerra en la vida académica de las instituciones porque recuerdo con claridad lo que dijo, y después me recomendó, que la veraz y digna historia de nuestras facultades se hace con el distingo objetivo de las etapas de avance en la madurez de la academia. En la parte final de su intervención, Ricardo Guerra recordó ese rasgo de finura característico de Luis Rius presente no sólo en su carácter sino también en su poesía; para el gran amigo de Rius, los años que éste vivió en la provincia signaron su numen poético, su temperamento y su obra donde se muestran las tonalidades de lo español y lo mexicano, ese español bruñido con “el toque divino de América”. Una frase anecdótica que Luis le dijo a su amigo Ricardo en Madrid, ya en años últimos, refleja esta dualidad cultural e idiomática: “Ya no me hallo, Ricardo”. En las partes segunda y tercera del Homenaje, Eugenio Mancera y María Luisa Capella hablaron del valor de la poesía de Luis Rius en el contexto de la poesía en el exilio. Por su parte Eugenia Revueltas se refirió a la obra poética de Rius y su valor literario destacando las características más personales de su varia invención. Se alternaban con las participaciones las lecturas de poemas de Rius en las voces de Elisa Jaime y Diego León Rábago. En la mesa de los amigos entrañables se encontraban en esa ocasión, lo decíamos, Arturo Souto y Horacio López Suárez. El primero, catedrático y amigo inseparable de Rius en la ciudad de México, no tuvo la experiencia compartida de Guanajuato sino a través de las palabras del fundador de la carrera de letras en esta ciudad. Presente en el homenaje, y visiblemente emocionado, se refirió de manera particular al quinto volumen de poesía publicado de Luis Rius: Cuestión de amor y otros poemas, editado por Promexa precisamente en ese año de 1984 y prologado por el magnífico poeta español Ángel González, cuyo estudio crítico introductorio fue lo último que leyó Rius antes de que el texto entrara a la imprenta. La edición, cuidada por el propio Souto, quien también es el autor del dibujo de Rius que ilustra la portada, es una obra antológica que incluye aquellos que Rius pensaba eran sus mejores versos sumando otros no publicados en libro. A juicio de Arturo Souto, el poemario recoge los versos de la más “pulcra, diáfana y certera poesía” escritos y seleccionados por Rius —después de una rígida “censura” propia ante su obra toda— y aparecidos en Canciones de Vela (1951), Canciones de ausencia (1954), Canciones de amor y sombras (1965), Canciones de Pilar Rioja (1970), en la edición se presentan organizados temáticamente. Naturalmente,

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varios ejemplares acompañaban al expositor y estuvieron a la adquisición de los interesados. En la cuarta de forros se anotan los datos más significativos de la vida y obra de Luis Rius cuyas líneas de inicio se dice: “Luis Rius nació en Tarancón (España) el 1 de noviembre de 1930 y desde 1939 residió en México”; al final una lacónica frase: “Muere en la ciudad de México el 10 de enero de 1984”. Tocó el turno a Horacio López Suárez, quien rememoró cómo Luis Rius llegó a Guanajuato, en 1952, a fundar la Facultad de Filosofía y Letras acompañado por Ricardo Guerra y Michelle Albàn; un poco más tarde llegaría el propio Horacio a la par que el filosofo Luis Villoro. Con orgullo menciona que, en esa época, Alfonso Reyes les envía una carta de felicitación por haber iniciado la segunda Escuela de Filosofía y Letras del país. A continuación varios cuadros vivenciales nacidos del manantial de los recuerdos de Horacio López Suárez que narro de la mano de sus nostalgias: La primera vivienda que habitaron fue la casa de Pocitos (o “De­ pósitos”) en la esquina de esta calle con el callejón de Cinco Señores (callejón enfrente de la casa del “Palillo” Castro), a la que, en un arranque de nostalgia e identidad le llamaron La República (por la España en la esperanza o la utópica formulación del deseo). En ella convivieron también el ingeniero Enrique Pérez Cancio y el doctor Luis Villoro. Luis Rius tenía, a la sazón, 22 años. En dicha casa vivieron a “pan y cueva” y luego se instalaron en la calle de Alonso, en casa de la familia Lanuza (Alonso Nº 41) quienes tenían “una farmacia en la planta baja”; los nuevos huéspedes ocupaban la planta alta. En esos días aparece por Guanajuato Pedro Garfias, poeta signado por la Guerra Civil Española, a quien los habitantes de La República conocían “de oídas”. A su integración al grupo, el poeta salmantino-valenciano, les transmite su entusiasmo por la poesía y los poetas de la generación del 27 así como por las obras (entonces no tan conocidas) de Neruda, Borges, Huidobro,Vallejo… sin olvidar la producción artística de Chávez Morado, los Revueltas, Pellicer, Octavio Paz y Siqueiros. Para entonces el grupo se animaba con la presencia de Luis Pablo “Palillo” Castro, Eugenio Trueba, Armando Olivares Carrillo, el “silaoense Fernando Robles” (aunque nacido en Guanajuato), don Guadalupe Herrera —anfitrión de la librería-cafetería de El gallo pitagórico— y el director teatral Enrique Ruelas en los albores de los Entremeses Cervantinos, producción y actuación donde varios de estos amigos colaboraban. Las reuniones, casi a diario, empujaron las necesidades culinarias: así apareció la tortilla española; platillo emblemático nacido al calor de la pregunta: ¿qué vamos a comer hoy? Y la respuesta frecuente: ¡tortilla española! 177


Fue tal el éxito del menú obligado que su fama llegó a alturas insospechadas, léase a oídos rectorales; quiero decir, a los del rector de la Universidad de Guanajuato, Don Antonio Torres Gómez, quien con los méritos de la discreción que el puesto obligaba, manifestó su interés de paladear los sabores nacidos de la penuria. Parece que el entusiasmo fue grande: el rector no llegó solo sino lo acom­pañaba el mismísimo José Aguilar y Maya —gobernador del estado—: dos de los personajes a cuyo empuje e iniciativa debemos los es­ tudios de Filosofía y Letras, la Orquesta Sinfónica, Artes Plásticas, Arte Dramático, el Teatro Universitario y los Entremeses Cervantinos, la Facultad de Química… A esa casa y a ese grupo se sumó pronto Alberto Gironella, Jorge Ibargüengoitia y —su más tarde esposa— Joy Laville; también el pintor responsable de los murales del Café Carmelo, Inocencio Burgos. Se habla también de un mural pintado por Humberto Guevara, universitario sobresaliente y bohemio. Esos murales del Café, los acordes de la guitarra bohemia y mexicana de Carmelo, los frijoles con carne de puerco y chile, el ron, las cervezas y la atención discreta de Teté, compañera de vida de Carmelo, fueron las atmósferas que arroparon al grupo creciente mientras sus integrantes sembraban la vida cultural del Guanajuato, después renombrado Cuévano, por el agudo Jorge, el de Estas ruinas que ves. Y triste, López Suárez nos contó que en alguna de esas noches bohemias, o quizá en una caminata por las estrechas callejuelas, Luis Rius reflexionaba con el mismo Horacio sobre la trascendencia que esa etapa tendría sobre sus vidas y se aseguraban que, al margen de todo, su paso por Guanajuato —esta universidad, sus calles, sus gentes, en fin— los marcaría para siempre. Con el espíritu de Rius flotando a lo largo de ese aljibe —transformado en Auditorio gracias a los trabajos de restauración del arquitecto Víctor Manuel Villegas en los años sesentas—, los asistentes revivieron esas épocas llegadas con las remembranzas. De pronto, con voz emocionada, la maestra Amalia Ferro intervino desde su lugar entre el público disculpándose para decir que “es difícil guardar la compostura debida ante tan emotiva ceremonia” ya que le había tocado ser de las alumnas fundadoras de la carrera de Letras y discípula del joven maestro Luis Rius. Recordó con voz trémula y entrecortada esos años pioneros cuando ella era tratada con afecto y cordialidad por el maestro Luis Rius. Seguía recordando con claridad el respeto y gentileza con que éste se dirigía a ella debido a su mayor edad. También el fervor y la admiración de las estudiantes para con su maestro. Las penurias de los espacios y los pocos re-

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cursos pero, sobre todo, la brillantez, sabiduría y elocuencia del maestro fundamental en la vida formante de las letras españolas. Terminó el engarce de sus recuerdos pidiendo perdón y en el límite del llanto. Salidos del Auditorio, subimos al patio principal cercado por su arquería claustral con la cúpula del templo de Valenciana como vigilante en lo alto de los techos abovedados y se descubrió una placa de verde cantera, de esas que salen de las manos de los loceros al pie del cerro de la Bufa, una austera placa que mostaba (muestra) el nombre de Luis Rius en relieve, dando nombre a la biblioteca de Filosofía y Letras. La familia donó, para la misma biblioteca, un retrato al óleo con la efigie del profesor Rius que fue pintado por Eugenio Caso. Un acontecimiento más cercano guardo en relación con la pervivencia de Luis Rius. A principios del 2004, llegado de la uam-Iztapalapa, vino el estudiante de posgrado, Gerardo Vega Sánchez, con la petición de que le dispusiera el ejemplar Canciones de ausencia, publicado por la Universidad de Ganajuato en 1954 ya que “era prácticamente inconseguible”; fotocopia de por medio le proporcioné el ejemplar y una cordial entrevista sobre el maestro y poeta Rius en Guanajuato. La intención era realizar un trabajo de crítica literaria de la obra del poeta hispanomexicano ya que hasta entonces lo más completo era el volumen Poesía y exilio. Los poetas del exilio español en México y, concretamente el capítulo “Luis Rius. Corazón desarraigado”; edición del Colegio de México de 1995; volumen colectivo de entre cuyos participantes figuran Arturo Souto y Gonzalo Celorio. Tiempo después (en 2007) recibí por paquetería, con amable carta manuscrita, el ejemplar Un encuentro poético con Luis Rius, autoría de Gerardo Vega Sánchez; trabajo ganador del “Diploma a la investigación 2004” convocado por la uam. Lo refiero porque me parece es (hasta donde sé) el mejor trabajo de apreciación crítica sobre la obra toda de Luis Rius; así lo atestiguan los capítulos, el aparato crítico y la abundante bibliografía directa e indirecta sobre la obra del poeta. Vuelvo, para terminar, a las reflexiones de Luis Rius acompañado (¿de Horacio López Suárez?, ¿de sus amigos?) en esas noches de luna deambulando por las callejuelas guanajuatenses cuando, sin saberlo de cierto, creían que esa etapa de sus vidas, jocundas y llenas de ideales, marcarían su juventud y madurez. El horizonte poético del maestro en literatura española le anunciaba lo que, en efecto, este lugar fue para sus existencias pero también lo que su labor en la Universidad significó para la cultura que nos engrandece y dignifica en el amanecer del siglo xxi, cuando este árbol robusto, con sus frutos en Valenciana, llega a sus sesenta años.

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Ganar谩s el pan con el sudor de tu frente, y la luz con el dolor de tus ojos... Le贸n Felipe

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Matilde Rangel Paloma Olivares

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adie ignora que los seres humanos nos movemos en dos dimensiones multifacéticas y simultáneas: por un lado, a horcajadas entre el cielo y la tierra; con los brazos extendidos al espíritu y los pies atrapados entre el fragor de la materia. A cada paso enfrentamos la disyuntiva de decidir entre la sobriedad kantiana del deber y la policromía momentánea del placer; entre la sumisión al autoritarismo de la razón y el acatamiento a la tiranía del corazón.Y fatalmente, a cada paso, hay que elegir una de las dos dimensiones y beber hasta la última gota la copa de las consecuencias. Estamos condenados a ser libres, decía Sartre. Por otro lado, al mismo tiempo vivimos en la dimensión kairótica —compuesta por instantes intransferibles, inefablemente significativos, en los que un segundo adquiere amplitud histórica y la historia fugacidad instantánea— y en la cronométrica que es convencional, compartible, fácil­ mente mensurable. Pero si bien nada de esto es un secreto, sí es un misterio.Y tengo para mí que el discurso de la vida no es otra cosa que la búsqueda incesante —consciente o inconsciente— de la integración de estas dimensiones en un punto celeste que nos es único: en una metafórica estrella, luminosa y palpitante, que no se alcanza en un tiempo que se mide en años, sino en uno que se va construyendo por instantes. Desde esta perspectiva, puedo afirmar que Maty no murió hace siete años; esta convocatoria hace evidente que no han acabado de pasar, ni el paréntesis de eternidad que fue su vida, ni el doloroso segundo en que cerró los ojos para abrirlos a la luz. Y ahora ¿en dónde estoy..? En otra dimensión en otro espacio… 181


La de Maty era, no me cabe la menor duda, una búsqueda consciente. Y por ello doblemente dolorosa, doblemente solitaria. Tal vez no sea casualidad, sino tocar las regiones del misterio, que de las hijas que parió con el espíritu, una se llame Estrella y otra Citlali. Y me llegó tu luz, pequeña niña estrella, a iluminar mi pertinaz penumbra como gotear de lunas diminutas de tus abiertos ojos asombrados. Por eso, para hablar de este libro de poemas de Maty Rangel, tenemos que salirnos del cronos y situarnos en el kairos y pedirle, precisamente a ella, una poca de su mirada poética, porque la poesía es el arte de hablar sin decir nada para sugerirlo todo —dice Paul Valéry—. Escribir es resolver una nebulosa interior. Es cierto que escribimos para conocernos; pero también para ser conocidos. Así, un poemario es un sendero luminoso de señales; un libro en el que la razón es lo transitorio y el corazón lo permanente. Y esta mañana quiero dejarme conducir suavemente por las señales luminosas que Maty ha ido dejando en el camino de su atormentada existencia; dejarme atrapar por la voz de los silencios entre líneas para escuchar su latido en el rítmico lenguaje que aquí habla, y descubrir las vertientes del corazón que hoy tenemos en las manos. En primera instancia, la lectura de sus poemas me sugiere una confesión; la misma que revela en la primera de sus décimas la gigantesca Juana de Asbaje: En dos partes dividida tengo el alma en confusión: una, esclava a la pasión, otra, a la razón medida. Si este es el conflicto existencial por excelencia, lo es aún más en la vida de las herederas de dos ríos de tradiciones que no logran conjuntarse y dos sangres que no logran perdonarse. Más de tres siglos después, Maty escribe: Yo te he matado, Amor, arteramente, para salvar

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mi austeridad antigua. y ahora que ya no estás, hoy que te has ido, sé que tú eres más fuerte porque me estoy muriendo con tu muerte Si seguimos esta veta luminosa hacia el mundo interno de Maty, en segundo lugar me sugiere una contundente afirmación de la sentencia pascaliana, y decir que sobre la tremenda fortaleza de su razón, el corazón tuvo razones que la razón no alcanzó. Si para Protágoras el hombre fue la medida de todas las cosas, para Maty —como para Sor Juana— la razón era la medida exacta de sus pensamientos y de sus acciones. Razón-cárcel que mantuvo al corazón sometido entre la solidez de sus estructuras. Sometido, sí, pero no acallado, porque supo escapar y asumir su propio galope hacia un mundo que la razón no alcanzó. 183


El corazón es, finalmente, lo que del poeta trasciende y el de Maty lo que hoy nos ha reunido. Nacida en tierra minera, vio a sus mineros picar piedra con el alma ensangrentada hasta encontrar un hilito de plata que justificara sus pulmones cascados y sus vidas cercenadas. Como ellos, Maty buscó sin tregua la veta que diera sentido a su existencia.Y con ese derecho puede gritar al destino: Déjame hablar. Necesito gritar que eres injusto. Preguntarte valiente cara a cara ¿qué has dejado de mí?... ¿qué has hecho de mi vida tan mía, tan entrañable, tan concreta...? La prodigiosa vida codiciada por mí, única y breve y plena, despilfarrada en un necio deber y en un olvido. El título de los bellísimos poemas líricos que escribió para sus nietos es otra señal luminosa; otra sutil y elocuente sugerencia: En el corcel de la fantasía. Un libro pequeñito como ella, lleno de la ternura que no asumía, de la dulzura que no mencionaba, de la fragilidad que no se permitía, salvo en el verso: Yo fuera para ti lo que tu ignoras: dulce fragilidad para tus manos. Pasmo de luz a tu mirada errante. Para tu corazón temblor de luna para tu plenitud ritmo y fragancia Y esto me conduce de la mano a otra reveladora sugerencia: una lucha perenne entre su devenir racional —totalmente masculino— y su finísima sensibilidad, totalmente femenina.

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Creo que al fin he logrado parecerme a los árboles. Ahora sé la razón 184


de su serenidad y su frescura. Sé que son protectores y son tiernos. En sus textos, como en su vida cotidiana, la audaz Maty integra —instante a instante— sus dimensiones, y se atreve a sintetizar el lirismo de sor Juana y León Felipe, la rebeldía nietzscheana y la angustia heideggeriana, como catapultas que impulsan al arte y a la trascendencia. Y porque cada palabra y cada silencio de estos versos han sido escritos, no sólo con su voz propia, sino también con el dolor de sus ojos que iban perdiendo lentamente la luz y con la tinta de su sangre, se han vuelto espíritu y han ganado la Luz. Leámosla otro poco y veamos si he interpretado con justicia las señales: ¡Qué vocablo tan pobre es el dolor para expresar todo un desgarramiento! Cinco letras absurdas, sin sentido, para abarcar un universo inmenso de la mortal tragedia insospechada. Dolor es una herida envenenada, un pantano sin fondo y sin orilla. Es despertar con la zozobra eterna de una vaga pregunta sin respuesta. Dolor es un gemido, un grito o un silencio; es un hueco infinito en la infinita cavidad del llanto. Pero el dolor también es una flama donde poder quemar las impurezas y por eso también es un camino, una oportunidad… un privilegio… para llegar a Dios con más riqueza. ¡Hasta siempre!, querida Maty. Que un coro de ángeles arrulle tu descanso. Mayo de 2010

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Margarita Villaseñor Recordación de Margarita Villaseñor Carlos Ulises Mata

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n una entrevista telefónica con la escritora Margarita Villaseñor, hecha a principios de 2008 con el propósito de documentar su participación en un apasionante capítulo de la cultura literaria mexicana originado en Guanajuato, me dijo, entre otras cosas, lo siguiente: “Yo nací en México, crecí en Guanajuato (…) Me siento guanajuatense porque ahí pasé algunos años, porque mis padres eran guanajuatenses los dos, pero tengo prácticamente 40 años de estar viviendo en el df ”. Aquellas palabras, con sus reconocibles notas como de disculpa y justificación de la oriundez, sumadas a otras que le escuché dos años más tarde, cuando tuve la suerte de cenar con ella y otros amigos, me hicieron descubrir que Margarita Villaseñor, de la misma manera que Efrén Hernández, Efraín Huerta y Jorge Ibargüengoitia, los otros grandes escritores mexicanos del siglo xx nacidos en Guanajuato, tuvo una relación no por distante menos significativa con su estado natal. Puede incluso decirse que, para esos cuatro escritores fundamentales, Guanajuato fue el escenario afectivo y la atmósfera imaginaria que se abandona por necesidad y que por necesidad, también, se lleva consigo hasta la muerte, acaso por el hecho irrefutable de que todo escritor habla en la lengua de su infancia, como Ibargüengoitia lo reconoció cuando dijo: “Hablo y escribo en guanajuatense y traduzco al español, un idioma que manejo con poca seguridad.”1 Así las cosas, resulta significativo que, si bien fue la Ciudad de México desde donde Margarita Villaseñor desplegó una vasta y aún poco valorada actividad en el teatro, la poesía, la televisión y la traducción, fue en Guanajuato donde protagonizó el capítulo luminoso al que aludo, desconocido por la mayoría e inexplicablemente no incluido en los anales de honor 1. Excélsior, 19 de abril de 1974, p. 7ª. Hay una afirmación similar del mismo Ibargüengoitia cuando, en otro artículo (2 de marzo de 1973), se refiere a “mi desafortunada tendencia a traducir al único idioma que conozco realmente: el guanajuatense”.

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de la edición mexicana, cuyo recuerdo debe ser recuperado, por razones sentimentales, de justicia poética, de documentación académica y aun por mera nostalgia provinciana. Pero antes de llegar a ese punto, quiero esbozar, así sea en gruesos trazos, la figura de Margarita Villaseñor, en cuyo homenaje han sido escritas estas páginas. Nacida —de eso sí no hay duda— un 30 de abril, acerca del año en que ese nacimiento ocurrió circulan sorprendentemente cuatro versiones: la versión de que fue en 1930, aportada por Benjamín Valdivia en su antología El país de las siete luminarias (1995) y reiterada luego en su Historia de la literatura guanajuatense (2000), libros ambos conocidos por Margarita, sin que Valdivia recibiera de ella una rectificación; la versión de que fue en 1934, difundida por Aurora Ocampo en su Diccionario de Escritores Mexicanos del siglo xx, y repetida luego por numerosas fuentes; la versión de que fue en 1937, proporcionada por la familia de la escritora; y finalmente la versión de que fue en 1943, que la mismísima Margarita Villaseñor, con excelente coquetería, me dio personalmente en el curso de la entrevista referida. Más allá de la anécdota francamente rulfiana sobre “las cuatro edades de Margarita Villaseñor”, una cosa debe dejarse asentada: Margarita fue una mujer fuera de la norma (y fuera de la horma, también), marcada por la precocidad y por la permanente ruptura de las previsiones que sobre ella podían formular su familia, sus amigos, sus colaboradores y sus colegas de generación. En acatamiento a esa inclinación a explorar caminos poco ordinarios, Margarita Villaseñor jugó en su infancia mucho más el juego de los libros que el de las muñecas; pidió a sus padres ser inscrita en la escuela mucho antes de tener la edad entonces acostumbrada y ahora preceptiva de seis años y, como era previsible, dejó muy pronto la ciudad —Guanajuato— en que podía acogerse al prestigio protector de una familia y un padre socialmente conspicuo ( Jesús Villaseñor Ayala, un abogado que llegó a ser magistrado de la Suprema Corte de Justicia). Para ponerlo en clave quijotesca, Margarita realizó su primera salida para estudiar letras francesas en el ifal de la Ciudad de México; luego, atraída quizá por la presencia en Guanajuato de profesores eminentes como Ricardo Guerra, Luis Villoro, Michelle Alban y “el hermosísimo” Luis Rius, Margarita volvió a la ciudad para estudiar la Maestría en Letras Españolas, escribiendo a su término la tesis “El tiempo y el espacio en la obra de Ramón del Valle Inclán” (1962), cuya defensa la convirtió en una de las primeras mujeres que se tituló en esa carrera y en esa escuela, creada en 1952, lo que la hace la segunda escuela de letras más antigua del país, sólo después de la de la unam. Como si aquello no agotara su sed,

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Margarita realizó entonces su segunda salida para estudiar en la unam el Doctorado en Letras Modernas, a cuyo término, francófila como ya era, decidió continuar sus estudios en la Universidad de París, en donde completó un doctorado de tercer ciclo en literatura comparada. No obstante tantos estudios, y no obstante tampoco los muchos años que dedicó en su vida a la enseñanza, erraríamos al pensar que Margarita fue más una profesora que una artista. Pienso, mejor, que fue una escritora que dio clases porque le gustaba, y porque encontró en esa actividad una manera de mantenerse vinculada a los libros y, por supuesto, de ganarse la vida, tan legítima para un escritor como la de vender llantas (como Juan Rulfo) y la de administrar una compañía de seguros (como Wallace Stevens). Lo que quiero hacer ver es que, en forma paralela a los libros que leía por placer y por formación, acontecieron los libros que escribió, y son su obra más personal. Así, en 1956, Margarita publicó en la Universidad de Guanajuato la plaquette Poemas, a la que siguieron, en los mismos talleres universitarios, Tierra hermana, en 1958, y Poemas cardinales, en 1964, apenas un año antes de que, en 1965, viera la luz La ciudad de cristal, en la mítica editorial californiana City Lights que dirigió Lawrence Ferlinghetti. No menciono con la amplitud que merecen sus libros El rito cotidiano (unam), de 1981, y De muerte natural (Katún), de 1984, precisamente porque quiero fijar el retrato de Margarita en el momento de su segundo regreso a Guanajuato, a mediados del año premonitorio de 1967. Fijarla y suscitar en quien lee la aparición de su figura. Una figura imposible de pasar inadvertida al llegar a Guanajuato acompañada de la trayectoria que someramente acabo de describir, con un hijo recién nacido,2 e inevitablemente rodeada del aura que la mentalidad provinciana asocia siempre a una mujer que habla tres idiomas, es guapa, rubia y arrojada, y se ha asentado en la ciudad sin la presencia de un esposo reconocible. La vuelta inopinada tuvo una motivación puntual: el entonces rector Euquerio Guerrero —un abogado notable que habría de presidir la Suprema Corte de Justicia de la Nación, fundar el Insen, y había estudiado al lado de su padre— invitó a Margarita a trabajar con él. Tres cosas le pidió don Euquerio a Margarita: la primera, hacerse cargo de la imprenta universitaria, de la que el propio rector dijo en un informe que “[se] encuentra en situación muy precaria por su maquinaria obsoleta”;3 la segunda, crear y dirigir una revista de la universidad (cito 2. Raymundo Fabricio, en realidad el único que tuvo, surgido de su primer matrimonio, con un músico italiano residente en California, a quien conoció cuando estuvo en ese estado dando clases en una institución privada, el Monterey Institute of Foreign Studies. 3. Revista, número 13, enero de 1969, p. 28.

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otra vez al rector) “[que] dé cabida lo mismo a las corrientes literarias más modernas que a las tradicionales, [en la que] se escriba sobre ciencia y técnica […] [omitiendo] cualquier aspecto de culto a la personalidad y siguiendo el lema de nuestro Centro de Estudios”, en función del cual “habrá libertad para exponer ideas”;4 y tercera, hacer libros, para lo cual habría que contar apenas con unos talleres, de los que, no obstante sus carencias, habían salido una década antes unas escasas aunque bellas llamadas “Ediciones Llave”, único antecedente de lo que lograría Margarita. Aunque queda muy claro que las ideas literarias y estéticas del rector y de la joven escritora no coincidían en muchos puntos, una vez asumida la libertad que se le concedió, Margarita hizo un activo uso de su sentido crítico y de su gusto, de su conocimiento del francés, el inglés y el italiano y, claro, de sus contactos, al punto de que en el transcurso de enero de 1968, pocos meses después de su regreso, consiguió que la vieja imprenta universitaria produjera y comenzara a distribuir el primer número de la Revista de la Universidad, una publicación mensual que bajo su dirección alcanzó 30 números y cuyo mejor elogio consiste en decir que, al lado de unos cuantos textos oficiales y oficiosos, y de uno que otro poema escolar, publicó ensayos de Drieu La Rochelle, Nathalie Sarraute y de Olivier de Magny; obras de teatro originales y enteras de los —por decir lo menos— excéntricos Michel de Ghelderode y Georges Courteline; libros completos, como la biografía de Juventino Rosas, de Jesús Rodríguez Frausto, distribuida en cuatro entregas; nutridas secciones de poemas de autores entonces poco conocidos; y sobre todo traducciones, las más, realizadas por la propia Margarita, aunque también otras, por ejemplo de las “Elegías” de Rilke y de la “Canción del destino” de Friedrich Hölderlin, por Ernesto Scheffler, así como de “El matrimonio del cielo y el infierno”, de William Blake, hecha por Salvador Elizondo, y que hasta donde sé no se ha reeditado. Margarita me lo contó así (reúno enseguida fragmentos de nuestra charla de 2008): “Era una revista libre; era una cosa que me interesaba a mí, que no hiciéramos la clásica revista de una universidad pequeña y de provincia. Las portadas y las secciones de creación, que iban en medio fueron una idea que llevé a la revista; hice además muchas traducciones para publicar. Publicamos a muchos autores de vanguardia o muy moder­ nos, que no se conocían en todas partes de México, que no se conocían en Guanajuato, y que con la revista tenían una manera de llegar a los estu­diantes. Metimos mucho de música electrónica […] Manuel de Elías en aquel entonces vivía en Guanajuato y había que aprovechar a las 4. Revista, número 7, julio de 1968, pp. 28-29.

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personalidades que estaban allá y que podían colaborar […] Me tocó ser el vínculo con los intelectuales de la Ciudad de México y los intelectuales de Guanajuato. Pero claro, no se trataba, nunca se trató, de aventar para un lado a la gente local.” Con todo, lo mejor, o mejor dicho lo más perdurable, estaba por llegar. En una fecha que no he podido precisar con exactitud, aunque ocurrida con seguridad en enero o febrero de 1969, mediante el uso de un crédito de Nacional Financiera por un monto de $360 mil pesos, se creó la Editorial de la Universidad de Guanajuato y se nombró directora a Margarita Villaseñor. En palabras del rector Guerrero, el propósito de la nueva entidad era “dar a la luz pública cuando menos 12 obras al año, escogiendo firmas de conocidos y reputados escritores mexicanos y otras de maestros de esta Universidad”.5 Ante ese nuevo desafío, una vez más, Margarita Villaseñor hizo uso de su talento, de su envidiable intuición literaria y, claro, de su agenda telefónica de amigos inteligentes, y consiguió, en ese mismo año, y con el solo apoyo material de su amiga Teresa Silva Tena, el siguiente (deslumbrante) resultado: integrar editorialmente, formar, diseñar las portadas respectivas, corregir, comprar el papel, contratar las imprentas, y en suma, publicar y poner en librerías cuatro títulos que, sumados a otros tres que se editaron en el transcurso del año siguiente, han devenido clásicos indiscutibles de la literatura mexicana. El primero, el Diario 1911-1930 de don Alfonso Reyes, prologado por su nieta Alicia y con nota de su hijo mayor, primicia inusitada que llegaba a los lectores a una década exacta de la muerte de nuestro primer polígrafo, y sobre el que debieron transcurrir 41 años para que en 2010 se emprendiera una nueva edición, ahora monumental y completa, cuyo impulso original se debió a don José Luis Martínez y que, dada su dimensión, han tenido que asumir un ejército de investigadores y ocho de las principales instituciones culturales del país. El segundo, la Prosa, de José Gorostiza, que —cualquier devoto lo sabe—, no existía, ni habría existido, como libro, y que obtuvo esa forma gracias a Miguel Capistrán, a quien Margarita Villaseñor le encargó reunir en un volumen el relativamente escaso pero muy valioso conjunto de las reseñas, los textos de opinión y los artículos publicados en revistas y periódicos por el autor de Muerte sin fin, quien además le dictó a Capistrán una presentación breve y conmovedora, en tercera persona, en la que además de dedicar el volumen a la memoria de Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia, Gorostiza aporta el dato de que “cuando niño, vivió en la 5. Revista, número 13, enero de 1969, p. 9.

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ciudad de Guanajuato, población cuyo recuerdo sobrevive con profunda fuerza en él”, siendo el motivo de la persistencia de ese recuerdo, según Margarita me contó, el supuesto hecho de haber sido en Guanajuato, en una casa cercana a la Basílica en la que ahora funciona un banco, donde el poeta atisbó la imagen imborrable de un adorno que pendía de un candil y que estaba compuesto de una docena de pequeñas barquillas de cartón, la cual más adelante le regaló el comienzo de la escritura de las Canciones para cantar en las barcas, según Margarita me dijo que le dijo José Gorostiza. El tercero, el Cuaderno de escritura, de Salvador Elizondo, al que se debe la revelación de la potencia ensayística, y de las obsesiones formales que, si bien se ve, constituyen la arquitectura secreta de sus ficciones, las que, como observó con penetración Adolfo Castañón, asumen una variedad casi sin equiparación de técnicas narrativas, la mayor parte de las cuales se sustentan en modalidades retóricas de tipo argumentativo, axiomático y expositivo.6 El cuarto, los Cinco ensayos, de Juan García Ponce, todos ellos brillantísimos, especialmente, para mí, el soberbio, peleonero y pionero titulado “Ante el desconocimiento de Anagnórisis”, y el titulado “La noche y la llama”, cuya primera frase dice memorablemente: “En el principio, eran los Contemporáneos.” Libro éste que tuvo el extraño destino de no volver a editarse sino 32 años después, en 2001, con exactamente el mismo contenido, con un título diferente —Palabras sobre palabras—, y sin que el Grupo Patria tuviera la gentileza de asentar que su editio princeps había salido en Guanajuato. El quinto fue Actitudes, de Tomás Segovia, primer libro de ensayos de uno de los mayores ensayistas del idioma, y libro que Octavio Paz elogió antes y después de su aparición; antes (en carta de mayo de 1967), al ofrecer su intermediación para que lo publicara el Fondo de Cultura o Joaquín Mortiz, y después, cuando le dice en carta a Tomás (enero de 1975):“Tu libro de ensayos ha circulado poquísimo y te quejas con razón. (Por cierto: espléndido tu texto sobre Owen, con o a pesar de los terminachos lingüísticos).” El sexto de la serie sería El tigre en la casa, de Eduardo Lizalde, su verdadero primer gran libro, con el cual, según el mismo Paz, aconteció la “aparición, en el sentido fuerte de la palabra”, de Lizalde como “verdadero poeta”, aparición la cual (insistió Paz y vale para el libro) “tiene algo de milagroso”. Y finalmente, el séptimo, El libro de la imaginación, de Edmundo Valadés, colección de cuentos y maravillas que casi no hay lector literario en 6. Véase “Las ficciones de Salvador Elizondo”, prólogo de Adolfo Castañón a las Obras: tomo uno, de Salvador Elizondo, El Colegio Nacional, México, 1994, pp. ix-xx.

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México que no haya leído como si fuera de texto, es cierto (y es triste) que leyéndolo bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, que (cuesta trabajo explicarlo) en 1976, sin que hasta donde entiendo hubieran vencido los derechos de la Universidad de Guanajuato, lo incorporó a su catálogo como verdadero éxito de ventas, como se muestra en el hecho de que en 2007 se hizo de él la decimosexta reimpresión, sin anotar siquiera en ninguna de ellas una mención a la primacía editorial lograda sobre esa compilación por Margarita Villaseñor. Lo repito: final y tristemente, con el libro de Valadés, luego de apenas dos años de andadura, el proyecto editorial de Margarita se truncó, dejando en el cajón de su buró originales de libros de José Vasconcelos, de Diego Rivera, de Rosa María Phillips, entre otros que no logró recordar en nuestra entrevista. La razón de esa brutal conclusión tenía por supuesto que ser también brutal. Margarita lo cuenta así: “Resulta que termi­ naba su periodo como rector el licenciado Guerrero, o no lo terminaba, sino que se [iba] a la Suprema Corte de Justicia. El caso es que cuando él deja la rectoría, entra el licenciado Manuel Fernández Mendoza a suplirlo, y a mí me llamó una persona, su secretario privado o administrativo, y me dijo: ‘Yo no quiero hacer libros, no me interesa para nada.’ O sea que ya no quisieron, me dijeron que ya no les interesaba hacer libros. Tranquilamente.Y bueno: cada quien tiene sus ideas.Y ya, pues se acabó la editorial.” Se acabó la editorial, como se acaba aquí mi evocación de Margarita Villaseñor. Poeta; dramaturga; traductora; guionista de incontables series televisivas; investigadora académica; productora, adaptadora, directora teatral y actriz; única guanajuatense, junto al gran Efraín Huerta, que ha recibido el Premio Villaurrutia (hoy pasajeramente en predicamento); atinadísima editora de una revista que 40 años después de su desaparición sigue siendo legible y de un puñado de clásicos absolutos de las letras mexicanas, Margarita Villaseñor conquista nuestra admiración y exige la justicia mínima de que sus libros vuelvan a estar disponibles, de que el volumen y variedad de su aportación se establezca con rigor. Lo único que no admite su legado, como tampoco su inteligencia y su belleza, como tampoco la inspirada ferocidad con que vivió y amó y se entregó al desengaño, a sus amigos y a la escritura, es el silencio o el desdén, ni mucho menos el olvido. Leído en el Salón de la Academia de Ingeniería, como parte de las actividades de la XXXIII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, el lunes 27 de febrero de 2012, como parte de una mesa redonda en homenaje a Margarita Villaseñor, en la que participaron también los maestros Luis Palacios y Miguel Capistrán. 193


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Ernesto Scheffler Vogel Rodolfo Cortés del Moral

Una situación

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reo que tú y yo partimos de premisas o de teorías distintas; pero creo también que en algo estamos de acuerdo, en algo esencial: que las teorías son un pretexto para pensar y que una teoría es filosófica no porque nos convenza sino porque nos hace pensar en serio, a fondo… aunque pensar ya no esté de moda… aunque ahora la filosofía se antoje aburrida, o peligrosa[,] o improductiva. El seguir pensando a pesar de todo, el seguir discutiendo ideas filosóficas nuevas y viejas a pesar de [que] sea una mala inversión… eso nos permite seguir viviendo por dentro, tener una existencia menos plana y menos mezquina… estoy seguro de que estamos de acuerdo en esto… me gustaría que continuaras hablando. Estas palabras (dirigidas por el maestro Scheffler al autor de las pre­ sentes líneas —aproximadamente dos años antes de su muerte— en medio de una discusión del Seminario de la Unidad de Investigaciones Filo­ sóficas, que él coordinaba) nos parecen oportunas en previsión de la pregunta acerca de lo pertinente o justificable que puede ser la publicación de sus escritos en la situación objetiva y subjetiva, local y global, que priva en los días que corren. Unos escritos que, como se tratará de mostrar, son fragmentarios en un sentido que trasciende las cuestiones de composición, extensión y circunstancia. Una situación —dicho sea del modo más neutral posible— en la que las obras y las acciones se ordenan y valoran según el grado en que responden eficazmente a requerimientos, intereses o fines específicos y de acuerdo con la mayor o menor urgencia o utilidad inmediata que éstos revistan en cada caso; una situación aquejada por una falta de tiempo ya crónica, de cuyo interior —aun de los conocimientos más abstractos y de las creaciones culturales más originales y autónomas— se espera algún rendimiento tangible de cara a los problemas y las preocupaciones del momento. En definitiva, ¿qué razón puede asistir al propósito de hacer llegar al atareado público actual un conjunto de ensayos temáticamente diversos y cronológicamente dispersos, que sin 195


duda no se hallan a tono con las prioridades de los últimos días? Ni siquiera es necesario aplicar con todo rigor este criterio general para dar por cierto que los escritos referidos vienen a ser inactuales en principio, y el peor servicio que podría prestárseles consiste en inventar atenuantes o introducir extrapolaciones figurativas o terminológicas que les otorguen actualidad aparente. En lugar de ello, procede poner a consideración el otro término: nuestra actualidad. Más allá de ideologías y posiciones particulares, algo que resulta evidente en esta última es el carácter complejo y multívoco de los acontecimientos y los estados de cosas que la integran. Independientemente de las continuidades básicas y las innumerables herencias que haya que reconocer, es indiscutible que tales acontecimientos y estados entrañan magnitudes, encadenamientos y concentraciones desconocidos todavía en el pasado reciente. Entre otras cosas, se hace obligatorio hablar de complejidad en la medida en que los componentes de la situación actual, ya sea en conjunto o por separado, se revelan ambiguos de una manera singular y recalcitrante (se podría decir irónica): las posibilidades prácticas y teóricas que se abren, gracias a sus nuevas dimensiones e intensidades, se corresponden con el surgimiento de nuevos determinismos e inercias; el incremento cualitativo y cuantitativo del conocimiento, merced a casualidades que apenas comienzan a perfilarse, pone al descubierto clases de incer­ tidumbre y entropía que anteriormente sólo eran concebidos por la imaginación metafísica; formas históricamente inéditas de sensibilidad y de actividad cultural se desarrollan a la par de mecanismos y estilos emergentes de barbarie, una de cuyas propiedades innovadoras estriba en la facilidad con que consiguen incorporarse a la vida cotidiana y la opinión pública sin suscitar demasiada resistencia… No cuesta trabajo arribar al convencimiento de que a semejante actualidad le resulta conveniente e incluso indispensable cierta dosis de inactualidad, algo que le proporcione la ocasión de tomar distancia reflexiva respecto de sus presuntas evidencias y prioridades de última hora, así como de los lenguajes con que las viene consignando —lenguajes y discursos que a menudo se encuentran circunscritos por completo en la neutralidad funcional de la información especializada, cuya peligrosidad material y espiritual es admitida a la sazón hasta por quienes la producen o administran profesionalmente. Los textos aquí reunidos proporcionan esa distancia y lo hacen por cierto no en virtud de alguna coincidencia colateral o a fuerza de ponderar verdades genéricas, alojables en cualquier momento y lugar. Su inactualidad atañe de modo particular y concreto a nuestra actualidad, ya que se ocupan de fenómenos y problemas que continúan figurando a la

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base de la cultura y la realidad social del presente, años finales del siglo xx, pero en perspectivas y con disposiciones que hace poco empezaron a olvidarse por obra de las nuevas inercias y de los más recientes excesos de confianza. La principal utilidad que estos textos han de reportarnos es la de contribuir a recobrar la conciencia (peculiar y distintiva del mundo contemporáneo) de que nuestra actualidad consta de múltiples tiempos y cronologías; tiempos asimétricos o semi-simultáneos, cuya comprensión implica pensar los hechos y los proyectos desde varios emplazamientos, a sabiendas de que el criterio que debe regir su orden y número también está a nuestro cargo, también se halla en proceso de formación, de suerte que es menester poner en juego igualmente las certezas que hemos adqui­r ido a últimas fechas. Así, aunque no fuera más que por este motivo, por la oportunidad que brindan de volver a pensar nuestro presente, la publicación de los escritos del maestro Scheffler quedaría cabalmente justificada. Por lo demás, la argumentación seguida hasta aquí permite adivinar la índole de estos escritos. En efecto, son escritos filosóficos, es decir, reflexivos, textos cuyo rendimiento discursivo neto consiste en hacer pensar —volver a pensar—, sea cual sea su contenido temático y la cantidad de información que suministren sobre el mismo. Más adelante se podrá aludir brevemente a las premisas y las filiaciones filosóficas que suscriben; por lo pronto debe entenderse que su inactualidad no es un defecto imputable a ellos como tales ni es remediable mediante la pre­ sentación de textos más actualizados, más al día. Para bien o para mal, a la filosofía no le es dable (incluso cuando intenta ser constructiva o edificante) dejar de poner en cuestión aquello que en cada caso se encuentra al día, y esto exige efectuar diversos distanciamientos y aproximaciones. En suma, en ella la inactualidad no es un defecto sino una condición necesaria, un requisito estructural.

El individuo Scheffler: profesor de filosofía, pensador no intelectual Basta, pues, con que nuestro sentido de la realidad no se halle demasiado ofuscado o subyugado por el brillo del presente inmediato (cosa que a estas alturas supondría una cortedad de miras o un optimismo realmente patológicos) para que el motivo antes expuesto convalide con suficiencia los esfuerzos invertidos en este trabajo editorial. Sin embargo, lo cierto es que existe por lo menos otra razón que obliga a llevarlo a cabo, más directa y específica, y del mismo peso que la precedente. Es una razón de 197


naturaleza moral que concierne al desarrollo de la cultura y del quehacer académico universitario de esta ciudad y de este estado. Al margen del contenido teórico y el rendimiento reflexivo de estos textos, su publicación es ante todo el refrendo por escrito del reconocimiento que la comunidad de Guanajuato hace al autor de los mismos por los más de 35 años que dedicó a la formación filosófica de sus generaciones actuales, dentro y fuera de sus aulas universitarias. Aunque se trata efectivamente de un motivo más directo y comprensible de suyo, el darle expresión en este caso particular conlleva dificultades que se mencionarán enseguida. Antes, empero, importa llamar la atención sobre el dato recién apuntado.Ya la mera cifra temporal, invertida en alguna actividad socialmente significativa, es en sí misma harto meritoria, equivale a una vida productiva completa desde el punto de vista intelectual. Quienes en mayor o menor grado han tenido participación en el trabajo de la enseñanza saben que es preciso reunir capacidades y disposiciones muy diversas para ser un buen profesor, y, aunque pocos de ellos llegaran a tener una idea justa de lo que se requiere para serlo durante 35 años, todos pueden convenir en que, además de las cualidades pedagógicas y las profesionales, esto último implica una resolución existencial y espiritual que sólo es medible con una escala de valores no estandarizable ni traducible a registros institucionales. De acuerdo con las enfáticas declaraciones de sus discípulos (tanto de los transitorios como de los permanentes; de los últimos lo mismo que de los iniciales), durante ese lapso el maestro Scheffler fue un profesor no únicamente bueno o muy bueno sino memorable, académica y humanamente memorable. A mayor abundamiento, lo fue en el ámbito que menos se presta a ello. Si de por sí resultan onerosas las condiciones que deben satisfacerse para ser un buen profesor en cualquier disciplina y nivel educativo, por lo que respecta a la enseñanza de la filosofía el cuadro de exigencias es todavía mucho más dilatado y difícil de cumplir. Mientras que en todos los demás casos (incluido el de las matemáticas) el proceso enseñanza-aprendizaje se pone en marcha a partir de objetos suficientemente delimitados e identificables en principio para el alumno por los antecedentes escolares y la experiencia del mundo circundante con que cuenta, de suerte que la meta del proceso consiste en la adquisición de información pertinente sobre dichos objetos y de habilidades teórico-prácticas para el empleo de la misma; en el caso de la filosofía, por el contrario, se carece de tales referentes básicos, y más bien el punto de partida estriba en tomar distancia respecto de las certezas espontáneas y las ideas generales que estructuran el sentido de realidad del alumno, lo

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cual hasta cierto punto constituye una intervención violenta que sin duda provoca resistencias y reacciones aversivas. Contra todo lo que suele suponerse, transmitir conocimientos o enseñar a actuar en tal o cual contexto, o incluso enseñar a producir conocimientos, es algo incomparablemente menos problemático y aventurado que enseñar a pensar. Al interior de la filosofía, pensar no significa tener ideas propias ni entender las ajenas, sin ensayar modos de poner en cuestión las ideas existentes, sin importar su procedencia; modos nuevos o renovados de mostrar sus límites, posibilidades y alternativas. Conseguir que el individuo medio (aun el dotado de inclinaciones y de instrucción universitaria previa) acceda a este ejercicio del pensar y llegue a experimentar verdadero interés en él representa una meta por demás difícil e insegura, que se realiza a contracorriente y no dispone de métodos o medios capaces de garantizar siquiera un mínimo de resultados positivos. De ahí que en la abrumadora mayoría de las ocasiones la enseñanza de la filosofía quede reducida a (y confundida con) una práctica prefilosófica: el estudio analítico de teorías y terminologías prototípicas, seleccionadas en función de alguna tendencia ideológica o axiológica más o menos declarada. A su vez, lo más frecuente es que semejante estudio desemboque o bien en conatos de adoctrinamiento semi-romántico de corta duración o bien en jornadas de aburrida memorización que a la postre hacen que el estudiante se felicite por no tener que volver a encontrarse con esa clase de teorías en el resto de su historial académico. No es cuestión de incompetencia didáctica o de limitaciones curriculares, sino de peculiar naturaleza de la formación filosófica, que a decir verdad jamás ha estado bien avenida con los esquemas y los procedimientos del orden escolar. Justamente por eso resultan ser memorables obras educativas como la que el maestro Scheffler llevó a cabo durante 35 años dentro de la Universidad de Guanajuato y en otras entidades universitarias del estado. Desde luego, como sucede regularmente, la mayor parte de quienes asistieron a sus cursos no se dedica a la filosofía de modo disciplinario. Pero tanto, ellos como los que se han desarrollado en la docencia y la actividad académica aseguran que a través de esos cursos adquirieron conciencia efectiva de lo que significa pensar en el sentido más estricto del término, y sostienen que entre los logros cualitativos de su preparación universi­ taria aparece en primer plano el convencimiento de que los saberes, los acontecimientos y los modos de vivir de que consta el mundo actual entrañan objetivamente consecuencias e interrogantes cuyo discernimiento exige la intervención de la reflexión crítica, pese a los equívocos e incomodidades que comporta. 199


Como queda dicho, para suscitar este efecto de manera unánime a lo largo de tantas generaciones de universitarios, se precisa de algo más que de cultura filosófica y vocación pedagógica. Hace falta la posesión de una extraña facultad de sugerir, mostrar y crear espacios de intersubjetividad donde los individuos comienzan a interrogarse acerca de la realidad y de sí mismos por encima de sus evidencias e intereses ordinarios. Es el ejercicio de esa facultad el elemento común que con diferentes expresiones evoca la gente que convivió con el maestro Scheffler dentro o fuera de los salones de clase.A ese prolongado ejercicio se debe el que alrededor del maestro se haya formado una especie de comunidad virtual que hasta la fecha prevalece, aunque sus miembros no mantengan comunicación ni se conozcan entre sí suficientemente. Cabe resumir esta serie de indicaciones advirtiendo que el suyo es uno de los pocos casos en que la designación de maestro no alude a un simple grado académico sino a una condición espiritual que sólo excepcionalmente se alcanza y más excepcionalmente aún se invierte durante 35 años en el desarrollo del pensamiento dentro de una misma colectividad. Sin embargo, en la medida que acudimos a frases de esta clase, nos sale al paso un problema (también moral) cuyo origen reside en un rasgo de personalidad que viene a redondear la peculiaridad del expediente que a nombre del autor de los presentes escritos obra en la memoria universitaria de Guanajuato. La primera referencia que de él puede dar quienquiera que lo haya tratado sin duda concierne a la actitud inalterablemente llana y modesta que le asistió en relación con los trámites de la vida cotidiana, al igual que a la hora de examinar teorías y de formular sus propias iniciativas de pensamiento. Nosotros, empero, nos inclinamos a considerar que tras esta espontánea y personal disposición de carácter actuaba también una determinación razonada acerca del comportamiento que pretende ser consecuente con el trabajo del pensar. Hasta donde nuestros recuerdos permiten hacer inferencias, opinamos que el maestro no sólo era ajeno por temperamento a la notoriedad pública y a los reconocimientos institucionales, sino que además poseía motivos y convicciones que le hacían refractario a ese tipo de episodios; carecía a ojos vistos del don de la espectacularidad y el talento publirrelacionista que aseguran el éxito de los intelectuales en los diversos escenarios de la industria cultural establecida. En atención a tan notable e inusual defecto optamos por catalogarlo como pensador no intelectual. El problema estriba en que se traiciona de modo sutil pero radical la obra y la identidad de los individuos de este género cuando, con la mejor de las intenciones, se les convierte en objeto de elogio. Las frases

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empleadas, por sobrias y sustanciales que quieran ser, comienzan a antojarse anodinas, burdamente protocolarias, como cumplidos estereotipados aplicables a discreción. A la postre, nos sobreviene la impresión de que estamos caricaturizando la identidad del maestro Scheffler al tratar de figurarla con el formato del homenaje. En casos como éste, la resolución de evitar honores y reconocimientos —sólo secundariamente tiene que ver con modestia o sencillez personal— deriva en principio del convencimiento de que en el seno de la reflexión filosófica (a diferencia de lo que ocurre en el arte) las ideas y las elaboraciones dotadas de verdadero valor no son obra de ninguna mente singular ni confieren dignidades especiales a quienes trabajan en ellas, de suerte que toda celebración del individuo es vivida por éste como una impostura y como un acto de mal gusto. Para no abundar más al respecto, podemos limitarnos a agregar que la peculiaridad de la persona del maestro Scheffler estriba en que hace recordar todavía la diferencia —ya abstrusa o insignificante para muchos— entre el pensador en sentido estricto y el intelectual en sentido estandarizado, entre pensar en serio y crear para triunfar, según expresaba él mismo.

Los textos y las ideas El contenido de esta obra, como se aprecia a golpe de vista, no conforma un corpus discursivo homogéneo o unívoco: se compone de artículos y ensayos de moderada extensión, escritos en diversos momentos y contextos. De hecho, es producto de una selección que pretende ilustrar el trabajo de reflexión escrita desarrollado por el maestro Scheffler desde la década de los cuarenta hasta los últimos días de su vida (pero sin ceñirse a un criterio estrictamente cronológico y sin procurar algún equilibrio o distribución equitativa de temas y épocas, sino más bien atendiendo lo más puntualmente posible al conjunto de preocupaciones e interrogantes fundamentales que dan unidad a ese trabajo). La identificación de dicho conjunto no ofrece dificultades. Por un lado, durante los seis o siete últimos años de su actividad académica, principalmente en el Seminario de la Unidad de Investigaciones Filosóficas, el maestro procedió a exponerlo de modo cada vez más completo y sistemático desde varias perspectivas y emplazamientos argumentales, de suerte que quienes tuvimos contacto constante con él en esta etapa de su carrera estamos en condiciones de reconstruirlo con suficiente claridad, al menos en sus aspectos básicos. Por otro lado, el contenido de los textos aquí reunidos lo muestra de modo directo e inequívoco, incluso recurrentemente; 201


hasta la lectura más somera permite reconocerlo y percibir las modificaciones o resoluciones que experimentó con el paso del tiempo. Sin embargo, pasa algo curioso: justamente en la medida en que resulta identificable este conjunto de preocupaciones, se pone de mani­fiesto del carácter fragmentario e incidental de los textos. De primera intención, tal contraste podría equiparse con el que priva entre un proyecto debida­mente trazado y la realización incompleta o precaria del mismo, pero esto implicaría un error de apreciación. Como quedó anticipado entre paréntesis, los escritos que integran la presente obra no son fragmentarios desde el punto de vista formal; cada uno de ellos, aun los más breves, posee unidad expositiva propia y da cuenta de su motivo temático con los relieves dictados por la coyuntura a que responde. Se trata, pues, de otra cosa. Son fragmentarios no respecto de la cuestión que abordan en cada caso, sino en relación con el problema y el propósito de fondo en torno de los cuales giró desde siempre el esfuerzo reflexivo del maestro Scheffler.Tan pronto se tiene una idea no distorsionada o simplificada de la naturaleza de uno y otro, se comprende que el contraste existente entre éstos y los textos no quedaría superado del todo ni siquiera con el desarrollo puntual del más ambicioso sistema teórico. El problema que ocupó el centro del pensamiento escrito del maestro es el de la condición humana: el problema filosófico por excelencia, problema milenario y pertinaz cuya formulación provoca de inmediato discusiones interminables y en el cual confluyen todas las deliberaciones acerca de cualquier asunto. Afirmar que determinado discurso se ocupa del hombre da la impresión de decir muy poco y de incurrir en una forma inextricable de tautología. De hecho, no hay discurso filosófico que no sea susceptible de entenderse como registro o elucidación problemática de esta cuestión. Sin embargo, se da el caso de que no todas las concepciones filosóficas la asuman como centro; algunas han intentado eludirla o transfigurarla, de suerte que parezca que hablan de otra cosa; y algunas más (las que mediante el uso metódico del prefijo post buscan erigirse en la vanguardia de la vanguardia) se proponen desmantelarla, demostrar que es producto de ideologías rebasadas o de empleos erróneos del lenguaje. Pero incluso esta forma es parte de la trama de la cuestión. De acuerdo con las directrices seguidas por la reflexión del maestro Scheffler, tales conatos de ruptura ponen de manifiesto que el problema del hombre es de una índole radicalmente distinta de la de todo otro problema planteable. En última instancia, cabe señalar que ni siquiera es propiamente un problema, por cuanto no apunta a una solución única y definitiva ante la cual las restantes tengan que considerarse falsas o desprovistas de sentido. De cualquier manera, por problema del hombre, si se

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desea conservar la expresión, habrá que entender un cúmulo de interrogaciones que en cada momento histórico demandan nuevas respuestas y dan lugar a nuevos esquemas de pensamiento. Dicho de otro modo, son preguntas que no quedan satisfechas con una contestación específica y puntual, por amplio y documentado que sea su contenido, sino que exigen en cada caso el desarrollo de un debate en el que implícitamente se pone en juego el acervo de conocimientos, valores y proyectos de la época. Con todo, el carácter insoluble de la cuestión está lejos de autorizar la conclusión de que cualquier respuesta resulta igualmente pertinente en cualquier contexto —aquí el relativismo, el agnosticismo y el nihilismo no proporcionan salida ninguna, son elementos sintomáticos del debate. Tampoco debe conducir a pensar que se trata de una incógnita eterna e inmutable, destinada a mantener en la perplejidad a la praxis de todos los tiempos. Por el contrario, la filosofía tiene entre sus principales cometidos el de revelar las transformaciones teóricas y prácticas que el problema del hombre ha sufrido en el curso de la historia; mostrar que el paso de una época o formación cultural a otra implica un cambio de fondo en el modo de plantear y afrontar el problema. A juicio del maestro Scheffler, el mencionado carácter insoluble o inzanjable deriva del hecho (lógico y ontológico) de que la cuestión del hombre no hace referencia a un objeto o fenómeno (es decir, a algo observable, clasificable y predecible), sino a un horizonte de realidad, a un estado general de las cosas y las vidas, cuyo discernimiento consta de múltiples planos y perspectivas que se sustraen de entrada a cuanta tentativa de unificación se pone en marcha. El problema del hombre queda planteado o reabierto cada vez que una época se aboca a comprender su especificidad y cada que una sociedad determinada decide reconocerse a sí misma más allá de su mundo circundante; se reabre aunque no se le llame por su nombre y aunque los argumentos e intercambios discursivos carezcan de pretensiones filosóficas. Por los demás, pese a que comúnmente se le concibe como algo genérico e ilimitado, lo cierto es que tiene su propia historia. A lo largo de ésta se han desarrollado diversos interrogantes y modos de preguntar, sin que el tránsito de unos a otros pueda atribuirse al mero dinamismo de las modas intelectuales o al predominio de ciertas tendencias teóricas — pues tal predominio es parte del proceso. Al interior de la cultura clásica moderna que se universalizó en Occidente en el siglo xviii llegó a ser de todo punto imposible preguntar por el hombre en el sentido y con los términos en que lo hizo la filosofía griega antigua o el pensamiento medieval, por más que haya conservado innumerables ingredientes de ambos. En atención a semejantes características, conviene precisar que en 203


realidad no es un problema filosófico (un género de preguntas metateóricas inventado por el discurso filosófico para su tratamiento exclusivo); antes bien, surge y se hace presente inevitablemente en la trama concreta de la práctica social y en las maneras específicas en que acaece la existencia de los individuos. La tarea que le toca a la filosofía consistente en dar forma explícita y reflexiva a aquello que se halla implicado en los múltiples lenguajes y testimonios en que se expresan esa práctica y esas existencias. Con base en estas consideraciones de fondo el maestro Scheffler procedió a establecer el marco y el referente de su trabajo filosófico. En primera instancia, le interesaba identificar y analizar los rasgos distintivos del problema en el mundo actual (en el ocaso del milenio); seguidamente, se proponía mostrar que dichos rasgos corresponden a un horizonte de realidad en el que la condición humana se enfrenta con sus propios límites, es decir, en el que los poderes y los acontecimientos puestos en marcha disponen de capacidad suficiente para modificar de raíz las posibilidades y las formas de vida humana a nivel mundial. Esta modificación radical, que abarca por igual los factores materiales y los contenidos espirituales de la sociedad contemporánea, puede orientarse en cualquier dirección, incluidas las catastróficas o las mayormente opresivas; y a juzgar por los saldos que arrojan los hechos de los años más recientes no se cuenta con motivos para estimar que el desenlace global observado hasta hoy sea el más afín al mejoramiento de la humanidad. Al final del milenio nos encontramos en una situación objetiva y subjetiva en la que, a fuerza de repetirse, la palabra crisis ha dejado de ser significativa. A diferencia de la modernidad clásica antes aludida, en cuyo interior era factible distinguir con claridad entre el conocimiento riguroso y los prejuicios, entre la causa del progreso racional y la autoridad de la tradición, o bien entre el ideal de la libertad y la emancipación de los pueblos y el mantenimiento de los regímenes jerárquicos, la realidad desplegada a lo largo del siglo xx es refractaria a las disyuntivas tajantes; los procesos de que consta se revelan irreductiblemente ambiguos o multívocos. Hoy sabemos que la proliferación del conocimiento y del orden racional pueden desembocar en formas de esclavitud y oscurantismo tanto o más nefastas que las padecidas en siglos anteriores; somos testigos de que los movimientos y los proyectos sociales emprendidos con fines libertarios entrañan el riesgo de convertirse en vehículo de sistemas represivos y totalitarios. De esta suerte, la problemática peculiar del hombre contemporáneo gira en torno de una paradoja por demás extraña e inesperada: se sabe depositario de poderes y saberes que hasta hace pocas décadas se antojaban fantásticos, y al mismo tiempo experimenta una nueva clase de

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impotencia, vinculada con la impresión de ser continuamente rebasado por los acontecimientos o, peor aún, con la sospecha de que su praxis se halla incorporada a una materialidad fun­cional que a cada paso tiene menos que ver con la naturaleza, con lo humano y con lo divino; una materialidad surgida de la paulatina pero acelerada fusión de las tres dimensiones ontológicas que hasta ahora y desde siempre habrían configurado el sentido de la realidad, cuyas leyes y fines remiten a lenguajes o escrituras que no precisan de lectores como nosotros. A mayor conocimiento y eficacia técnica parecen corresponder fatalmente ma­yor incertidumbre y frustración. Es innecesario insistir en este fenómeno, habida cuenta de que hasta los estratos más acríticos e indi­ferentes del individuo medio actual poseen de él una evidencia intuitiva que se refuerza cotidianamente con el flujo de noticias y acontecimientos emergentes. ¿Qué papel ha de jugar la filosofía en semejante estado de cosas? ¿De qué signo debe ser su intervención en un horizonte de realidad donde la noción de crisis ya no se refiere a situaciones extremosas y eventuales, sino a un factor constitutivo y previsible de la dinámica social y de las conductas, susceptible de mediciones y cálculos? La respuesta del maestro Scheffler involucra tres aspectos esenciales por lo menos. En primer lugar, la filosofía debe despojarse de toda ambición consciente o inconsciente de perennidad, lo cual significa entre otras cosas que no ha de esperar que los principios, los criterios y los sistemas conceptuales que elaboró en el pasado suministren la clave del mundo contemporáneo. Coincide con los representantes más sobresalientes del pensamiento crítico alemán de este siglo (desde el neokantismo y la fenomenología husserliana hasta la Escuela de Frankfurt) en el sentido de que el desarrollo actual de la reflexión exige el rebasamiento de las aspiraciones y del régimen discursivo de la metafísica. Lejos de entregarse a la defensa de los viejos absolutos (cuyo trágico desenlace se prolonga hasta la consumación de las guerras mundiales, la organización imperialista del poder y el resurgimiento de los fundamentalismos étnicos o religiosos), sobre la filosofía recae la responsabilidad de contrarrestar el efecto narcotizante de los nuevos absolutos, de las nuevas ficciones masificadoras, que impiden percibir el trasfondo de irracionalidad en que se desenvuelven los procesos sociales y ayudan a que la miseria material y espiritual imperante para la parte mayoritaria de la humanidad deje de provocar indignación o siquiera tristeza (la diferencia estandarizada, manifiesta o disimulada, es el resultado sumario de la crisis permanente). En segundo lugar, empero, tendrá que cuidarse de alentar o servir de coartada al negativismo quietista que en diversos grupos y modalidades 205


se ha tornado preponderante en la cultura de las últimas décadas, tanto en los países del primer mundo como en los subdesarrollados. En numerosos pasajes de estos textos (y virtualmente en todos) se hace oír la exigencia imperiosa de no confundir la comprensión crítica del presente con el juego efectista y acomodaticio que con la etiqueta de nihilismo posmetafísico han sacado a la venta varios grupos de intelectuales europeos y norteamericanos a partir de los años setenta. La diferencia no es solamente de premisas sino también de intencionalidades. Ese sedicente nihilismo comienza personificando el punto omega del radicalismo crítico con respecto al fracaso y el desmoronamiento de los viejos absolutos y termina proponiendo métodos tendientes a que los individuos y las comunidades del presente y del futuro se adapten lo más cómodamente posible al funcionamiento objetivo y subjetivo de los nuevos absolutos. A la vista del hundimiento histórico sufrido por los valores y las verdades universales de la razón moderna clásica, se consagra alegremente a la empresa de proclamar la improbabilidad y la inutilidad de toda verdad y todo valor, para arribar por último a la conclusión de que cabe asumir tal estado nulo como la auténtica emancipación, tras la cual lo único que tiene sentido (y si no lo tiene no importa) es la procuración hedonista de los intereses privados y locales, con el convencimiento de que el mundo es un gran espectáculo, una enorme fábula que sólo podría ser remplazada por otra. Descontando la evidente incongruencia teórica en que inevita­ blemente incurre la absolutización del relativismo en cualesquiera de sus formas, lo que hay que lamentar en este esquema de razonamiento es la índole de sus repercusiones netas. Sutilezas y malabarismos retóricos aparte, nos encontramos con que el máximo criticismo coincide con el máximo conformismo, la ultravanguardia culmina sin aspavientos en el conservadurismo más doméstico y mezquino. Mientras tanto, para la reflexión filosófica (necesariamente menos complaciente y menos apta para ajustarse a los giros de la mercadotecnia ideológica), la refutación del concepto metafísico de hombre en manera alguna conduce a la desaparición de los problemas, las amenazas y las opresiones que determinan la condición humana en nuestros días. El que se haya puesto de manifiesto la insolvencia teórica y práctica de las categorías especulativas, más aún, el que los acontecimientos del siglo xx hayan llegado a desmentir (si es que tal es el caso efectivamente) la constelación entera de verdades, ideales y proyectos de la cultura moderna no constituye la solución de ningún problema ni auspicia liberación de ninguna clase; sólo comporta la evidencia de que los problemas, los peligros y las contradicciones que entraña la condición humana (es decir, las posibilidades, los límites, las necesidades

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y los sentidos implicados en la existencia de los individuos y las sociedades) son más densos, complejos y multívocos de lo que la razón moderna era capaz de suponer. Y esto no equivale a un final (feliz o trágico) sino a un punto de partida, es el estado de cosas en que cobra forma y relieves concretos la tarea que el pensamiento contemporáneo tiene pendiente: arriesgar nuevas hipótesis, ensayar otros modos y estrategias de comprensión, incrementar su potencial de crítica y autocrítica, elaborar y reunir los componentes que se requieren para poner en marcha un realismo y una racionalidad acorde con el horizonte de realidad en que nos ha tocado vivir. Bien se puede calificar de idealista o de utópica esta formulación, pero es harto seguro que los calificativos aplicables a cualquier disposición que trate de orientar el trabajo del pensar en otra dirección habrán de ser incomparablemente más deplorables. Finalmente, el tercer aspecto de la respuesta concebida por el maestro Scheffler concierne a la transformación que debe experimentar el desem­ peño teórico-discursivo de la filosofía y a las acciones que deberá emprender de inmediato si es que desea estar a la altura de la tarea mencionada. A todo lo largo de su trayectoria histórica, presidida por el canon y las prescripciones disciplinarias de la metafísica, el discurso filosófico sobre el hombre acusó muy a menudo la tendencia a asumir un carácter excluyente y hegemónico; sus elaboraciones teóricas o bien se desarrollaron en contrapartida de los restantes tipos de saber y de experiencia, o bien aceptaron entablar relaciones directas y metódicas con algunos de éstos, siempre y cuando se les reconociera sin regateos el derecho a ocupar la dirección y dictar las reglas del sistema resultante. Dado que desde la antigüedad griega hasta la modernidad clásica se propuso dotar de un fundamento o esencia inmutable a la condición humana, los lenguajes, los criterios y los marcos referenciales empleados por los otros discursos teóricos y prácticos no podrían sino aparecer ante sus ojos como estrechos e insustanciales, útiles solamente para explicar lo secundario y contingente; por lo tanto, más que apoyarse en ellos, debía darles trato de objetos de estudio y proporcionarles auténtico sustento. A fuerza de presenciar las catástrofes materiales y espirituales sufridas por las sociedades del siglo xx, así como los vertiginosos descubrimientos de la multidimensionalidad del mundo, la filosofía ha terminado por convencerse de que persistir en la postulación de fundamentos y verdades incondicionadas significa no sólo quedar confinada con conocimiento de causa a la calidad de discurso fallido y anacrónico, sino también traicionar definitivamente a la condición humana misma; significa tolerar y hasta contribuir a las fragmentaciones y los callejones sin salida que determinan su estado actual 207


a cambio de mantener en pie unas pretensiones de trascendencia suprahistórica que hace las delicias de cierta aristocracia intelectual recesiva. Tras este obligado acto de autocrítica, tendrá que encaminar sus esfuerzos a la formación de un pensamiento convocante. En lugar de procurar la supremacía teórica y detentar la exclusividad en el tratamiento del problema del hombre, sus iniciativas deberán contemplar el advenimiento de un espacio discursivo tan amplio y versátil como la progresiva complejidad de los fenómenos contemporáneos, en cuyo interior quede asegurada la concurrencia y la relación activa de los diversos saberes y contra-saberes existentes. Sin renunciar en ningún grado a la peculiaridad y la radicalidad de su rendimiento reflexivo, habrá de abandonar el inveterado empeño de dar cima de una vez por todas a la definición del hombre (con la forma de la eternidad) y replantear su intercambio con el conjunto no cerrado de aproximaciones teóricas y extrateóricas que consignan en diferentes perspectivas la problemática de la humanidad actual, no con la finalidad de efectuar una nueva síntesis enciclopédica coronada por el anuncio de otro deber-ser ilusoriamente unificante, sino más bien para lo opuesto a eso: ensayar estrategias de comprensión capaces de hacer fructíferas las diferencias; lenguajes que permitan ajustar la diversidad actual y potencial de los saberes a la multidimensionalidad del mundo y a la asimetría irreductible de los modos y los sentidos de vida que entraña el acaecer de la condición humana (en la forma de la temporalidad o la historicidad). Los textos del maestro Scheffler se inscriben en el proyecto de una antropología integral, en alternativa a la polarización prevaleciente entre las antropologías de orientación fisicalista y las proclives a los contenidos simbólicos, normativos o axiológicos (llamadas con frecuencia humanísticas). El carácter integral de esta antropología poco o nada tiene que ver con el recuento extensivo de teorías, terminologías y concepciones generales aparecidas hasta ahora, menos aún con la tentativa de establecer un término medio entre ellas o de lograr su acuerdo mediante procedimientos de homologación más o menos imaginativos y sofisticados. Como queda dicho, es indispensable dejar de procurar la unidad a toda costa de conjurar con identidades abstractas la aparición de las diferencias. Hay que aprender a trabajar con éstas tanto en la teoría como en la práctica; incluso es necesario familiarizarse con la idea de que lo humano implica en principio apertura y proliferación de diferencias, y el reto crucial de la civilización contemporánea estriba concretamente en impedir que tal proliferación con­ tinúe fungiendo como origen o coartada del miedo, las segregaciones, los exterminios y los programas tecno-administrativos destinados a la homogeneización de los individuos y las formas de vida.

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El objetivo prioritario de la antropología integral es el desarrollo de un esquema de análisis y discernimiento en el que cada teoría puede ser comprendida como una explicación en perspectiva de ciertos fenómenos y al mismo tiempo como elemento significativo de una situación obje­ tiva y subjetiva más vasta, que a la vez demanda otras aproximaciones. Su contenido discursivo será suministrado por el elenco de disciplinas y subdisciplinas científicas que se cultivan en el presente, incluidas las naturales y las formales, en la medida en que a su manera cada una resulta aportadora de los dos respectos apuntados. Pero dicho contenido no ha de reducirse a las ciencias y a los lenguajes teóricos en sentido estricto, también abarcará (con criterios y emplazamientos necesariamente cambiantes, no predeterminables) el registro hermenéutico de los demás géneros y niveles de experiencia y comportamiento (desde la conciencia cotidiana y el sentido común hasta las prácticas artísticas y religiosas), deberá asignar pesos específicos a las recepciones y las evaluaciones implícitas del saber científico que se llevan a cabo en el seno de los mismos. Evidentemente, ya desde su trazado inicial, el proyecto de la antropología integral supone la habilitación de un nuevo concepto de cientificidad, más implicante que selectivo, junto con modos inéditos o renovados de interacción discursiva. Supone asimismo parámetros alternativos de universalidad, pertinencia y validez, y tras ellos la revisión de los dispositivos metodológicos y comunicativos que determinan en cada caso la producción del conocimiento y la incidencia efectiva que alcanzan en el desenlace de la realidad social. Pero sobre todo involucra la conciencia de que su elaboración representa una labor permanente, distribuida en numerosos grupos y frentes, y de naturaleza transdisciplinaria, pues no únicamente corre a cargo de expertos y especialistas ni se limita a la función explicativa. Además de crear conciencia acerca de la necesidad y la viabilidad de esta empresa, la filosofía tendrá el encargo de combatir los reduccionismos y las simplificaciones, así como los diálogos de sordos en que continuamente desembocan las iniciativas de investigación y la socialización de sus productos… Basta con esta somera descripción del propósito que animó la reflexión del maestro Scheffler para convenir en que sus escritos son a todas luces fragmentarios, y que lo seguirían siendo aunque se prolongaran al infinito, y que perderían por completo el valor que les asiste tan pronto dejaran de serlo. Otoño de 1996

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Ernesto Scheffler Vogel In memoriam Dr. Ernesto de la Torre Villa

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e me ha invitado a honrar la memoria de un amigo, de un sabio, de un hombre de bien. Razones poderosas me fuerzan para participar con breves y sentidas palabras, que son una recordación, en este homenaje que la Universidad de Guanajuato rinde al maestro y filósofo Ernesto Scheffler Vogel. La nuestra fue amistad de toda una vida. Más de 60 años unían una fraterna, honrosa y limpia amistad; 60 años de pruebas, de lejanías, de circunstancias difíciles que no hicieron sino aumentar el afecto, la estima, la comprensión absoluta de dos voluntades que encontraron, en el conocimiento de uno y de otro, la posibilidad de anudar un fuerte vínculo social, una identificación espiritual e intelectual que perduró en el tiempo. Cicerón decía que: Sólo puede existir amistad entre hombres de bien. Sólo se puede querer con ese amor que se da en toda auténtica amistad a los que se conducen de tal manera, que todo mundo hace aprecio de su lealtad, integridad, ecuanimidad y generosidad; los que no albergan en su alma ni malicia ni liviandad, ni imprudencia y poseen firmeza a toda prueba.

Toda una vida ligados en indeclinable amistad, en una relación sincera que nacía de gustos y actitudes comunes, de conjunción de ideales, de esfuerzos similares, fue lo que no identificó y nos llevó a mantener el fuerte vínculo de la amistad. Nos conocimos por la década de los veinte cuando él, con otros compañeros de la facultad de química, iba al laboratorio que el tío de uno de ellos tenía en la colonia San Rafael. Mis hermanos, mis amigos y yo éramos vecinos del dueño del laboratorio y compartíamos con él el amor al deporte, que practicábamos en las empedradas, arboladas y tranquilas calles de Rosas Moreno y García Icazbalceta. Eramos inquietos y 211


por actitud afín asistíamos al laboratorio, en donde conocimos a un amigo también inseparable: Ernesto Juan Manuel Garduño. La amistad entonces iniciada continuó. Ellos, junto con Cecilia Dolores, terminaron su carrera y nosotros iniciamos la nuestra; pero aficiones como la música, la lectura, las excursiones nos mantuvieron fuertemente unidos. La música fue uno de los lazos de amistad más definitivos. Durante más de 20 años asistimos a los conciertos de la Sinfónica Nacional, que —primero en el destartalado Teatro Hidalgo y más tarde en Bellas Artes— se daban todos los viernes. Ahí formamos el grupo de los adictos a la música moderna, a Igor Stravinski, Arthur Honneger, Paul Hindemith, Aaron Copland y formamos la porra que aplaudía a Silvestre Revueltas. Juntos asistimos a admirar a Antonia Merce (La Argentina), el Cuarteto Aguilar, Claudio Arrau, Alejandro Brailowsky, Ernesto Ansemet dirigiendo El Pájaro de fuego o La consagración de la primavera. Después de los conciertos íbamos, con escasos recursos, a tomar un café con pastelillos de frijoles, que hacían los chinos de Dolores. Desde ahí caminábamos por la Ribera hasta San Cosme, en donde nos dividíamos los vecinos de San Rafael de los de Santa María. En el transcurso discutíamos sobre la música, coincidíamos y disentíamos, pero siempre con extrema cordialidad. Años más tarde, llevados por el cumplimiento de una misión arqueológica, pasamos largas temporadas en las sierras de Guerrero y Morelos. Grandes caminatas a caballo, chapuzones en el Amacuzac y exploraciones en la ruinas y las grutas de Chimalacatlán, pláticas sobre el famoso guerrillero Rubén Jaramillo, que se nos aparecía sorpresivamente, y en las cuales pudimos captar el hondo sentido social que lo movía; conversaciones sobre tesoros y apariciones, con los peones de la expedición, a la luz de las fogatas fueron una gran experiencia que nos ligó más. Años después, a ese grupo originario de amigos unióse otro, con mayor parte de procedencia e inclinaciones a la medicina, a las ciencias biológicas, otros a la filosofía y la economía, y juntos constituimos la Sociedad Vita, cuyas finalidades y pretensiones esenciales radicaban en transformar los laboratorios científicos en sitios modernos de estudios avanzados. Nuestro primer blanco fue el viejo Museo del Chopo, mas nuestra ambición fue desmedida pero razonable, como nos lo expresó el famoso sabio Isaac Ochotorena. En las reuniones que teníamos semanalmente en la casa de Ernesto, cobijados por el afecto y la bondad de su familia, que nos obsequiaba deliciosas galletas de jengibre y polvorones de naranja, discutíamos todo lo divino y lo humano: ciencia, música, literatura, arte. El tiempo pasó. Cecilia Dolores y Ernesto se unieron en un matrimonio que fue modelo de afinidad y de mucha entrega. Marcharon a Guanajuato.

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Ernesto se dejó arrastrar por la fuerza que tiene el pensamiento filosófico y consagróse plenamente a la enseñanza exacta, clara y convincente, con la cual ha orientado a varias generaciones de alumnos, que vieron en el aula al amigo y al auténtico maestro conductor de inquietudes espirituales. Ernesto Scheffler logró mostrar en Guanajuato que era, más querido que sabio, auténtico hombre de bien, y que por tanto era un amigo, que con él se podía hablar de todo como con uno mismo. Mostró en todo momento que la amistad hace más brillante la buena fortuna y más llevadera la adversidad al compartirla y comunicarla principalmente en los momentos malos. Él fue siempre más indulgente, más apacible y más inclinado al trato cordial. Crecimos juntos y maduramos también juntos. Al llegar a la madurez, y viendo que nuestra vida se dividía, no se desvaneció nuestra amistad sino que se acrecentó. Cuando mis hijos y el de él crecieron, entonces pude recomendarles que atendieran la amistad de ese hombre recto y sabio que fue Ernesto. Pocas semanas antes de su partida, todavía conversamos largamente, recordamos momentos extraordinarios y brindamos con el gozo que él ponía en las cosas buenas y agradables. Hoy, ante la nostalgia de su presencia, de su amistad y de su afecto, nos enorgullecemos de haber sido amigos de ese maestro sabio y generoso, de ese hombre de bien que fue Ernesto Scheffler. México, D.F., noviembre de 1992.

Texto leído en el homenaje que le rindió la Escuela de Filosofía, Letras e Historia en la ciudad de Guanajuato, el 26 de noviembre de 1992. 213


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La Gracia de un Ernesto Paloma Olivares

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sto nada tiene que ver con la obra de Oscar Wilde. El Ernesto de esta historia, maravillosamente real, no era inglés sino descendiente de alemanes. Y no era ningún disoluto, sino un profundo pensador neokantiano, aunque no le hacía mala cara a una buena botella de tinto… Y, finalmente, su vida tampoco fue una comedia de teatro, sino una lección inolvidable. Pero —muy acorde con el peculiar sentido del humor de Ernesto— no deja de hacerme sonreír la graciosa coincidencia: su esposa se llamaba ¡Cecilia! Así que ahora dedico estas líneas, con un mundo de nostalgia en cada letra, a la dulce memoria de Ernesto y Cecilia Scheffler. * Un día, siendo yo muy joven, entré en su biblioteca y a rajatabla le pregunté al neokantiano, —¿Ernesto, y tú crees en Dios? Ernesto dejó de escribir. Me miró con sus profundos ojos azules (extrañamente parecidos a los de María Rosa), y me respondió: Sí. Pero no soy cristiano… —¡Vaya!, pues ¿qué no es lo mismo creer en Dios que ser cristiano? —volví a preguntar, mientras Cecilia llegaba, con sus trencitas rizadas y sus tenis amarillos, a poner una despostillada taza de café cerca del cenicero y asomarse al papel escrito en la vieja y leal máquina que deberíamos poner en un museo. Luego se fue a la cocina… Ernesto, que la había seguido con la mirada, muy lentamente sacó un pañuelo del bolsillo de su saco gris, se puso a limpiar los anteojos (que en lugar de un tornillo tenían un alambrito doblado) que acababa de quitarse, y me dijo: 215


—No, no es lo mismo. Ser cristiano es tan difícil, que no me creo capaz de serlo. Acto continuo, volvió a su máquina de escribir. Por supuesto no le entendí una palabra, y pensando que los filósofos están medio chiflados, me fui a pedir a Cecilina un poco del delicioso café que acababa de hacer en la “lechucita”, una viejísima olla medio chueca y abollada por el uso. Ceci tenía manos de ángel en la cocina.Y era milagrosa: en su casa se multiplicaban los panes y los peces para quien llegara a la hora de comer o cenar, fuera quien fuera. Recuerdo, por ejemplo, una tarde en que Ernesto llegó con un borrachín al que había conocido en una cantina, diciendo muy alegre: —Cecilina, mira lo que me encontré… Cualquier esposa hubiera pegado de gritos. Ceci les dio de comer. Hoy, más de cuarenta años después, cuando ya no puedo decírselo, sé exactamente lo que Ernesto quiso decirme aquella tarde en su biblioteca, a la que llegaba el rayo de sol de Cecilia, como flotando entre las notas de Vivaldi en el ambiente cálido y acogedor de su modestísima casa junto al cerro. Ahí aterrizábamos los amigos, grandes, medianos y chicos, a cualquier hora. Mal tocábamos el timbre, la puerta se abría casi misteriosamente gracias a un cordel accionado desde el pie de la ancha escalera, en la que había pilas enormes de periódicos y revistas Proceso. Ernesto leía mucho; pero no siempre tenía dinero para comprar libros. Para ser precisa, casi nunca... O se los regalábamos los amigos, o los pedía prestados a la biblioteca. Luego se sentaba a pensar a fondo lo que había leído, y después escribía lo que había pensado. Era un filósofo convencido, y su imagen me llega frecuentemente a la memoria, cabalgando en el alado corcel del tiempo. Una tarde de otoño lo encontré —muy serio— con un cucurucho de papel en la mano, recogiendo grillos para evitar que se comieran los tiernos racimos de sus flores de cera, unas pequeñas maravillas que cuidaba con delicadeza exquisita. En su honor, tengo una en mi estudio. Luego se fue al cerro a liberar a los grillos, musitando algo… Después, se sentó a escribir. Mil veces fui a esa casa, y no recuerdo una sola vez que no haya sido recibida con música, café y una generosa dosis de afecto, comprensión y estímulo. Hasta donde sé, nadie que haya conocido a Ernesto y Cecilia puede decir lo contrario. Gracias a él logré tocar el concierto en La para sopranino y orquesta de Vivaldi; entre mis tesoros guardo el viejo acetato que Ceci me regaló después de que Ernesto se fue. Ernesto era decano de Escuela de Filosofía, hasta que, fiel a sus convicciones auténticamente izquierdistas, se adhirió al movimiento

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sindical universitario de Guanajuato entre 1976 y 1977 —inicialmente situg— que pedía aumento salarial substancial, bonificaciones, democratización de la vida interna de la ug e, inclusive, su autonomía. La huelga estalló el 18 de mayo. Primero fue declarada ilegal, luego sofocada el 23 de julio de 77 por el autoritario gobierno de Luis Ducoing, y las actividades se reanudaron sin mayor trámite. Algunos de los promotores fueron expulsados, Armando Martínez Donjuán entre ellos; otros desertaron, y los restantes se alinearon sumisamente ante la promesa del mejor salario a que pueda aspirar el gremio educativo. ¿Cómo vivieron Ernesto y Cecilia esos meses sin su raquítico sueldo? No sé. Recuerdo haberlo visto frente a un puesto de tacos, buscándose alguna moneda en el bolsillo de su pantalón gris. No debe haber tenido muchos; siempre lo vi vestido igual. 217


Ernesto cuya respetabilidad impidió que le hicieran algo peor —los funcionarios no llegaron ahí por idiotas, y no lo iban a convertir en mártir ostentosamente— en 78 fue condenado al congelamiento, solo, en un “centro de investigaciones filosóficas” (un salón del cuarto piso del edificio central de la Universidad que se sacaron de la manga, sabiendo que Ernesto padecía del corazón), a donde lo visitaban las moscas y, de vez en cuando, algún ex-alumno de los tantos que en su casa comieron frecuentemente, y a quienes así ayudaban, él y la increíble Ceci, a estudiar. En esa humillante soledad se fue apagando, pausada y resignadamente… Después de aquello, pocos amigos le quedamos al “paria” cuya imagen encorvada y afable —subiendo durante catorce años los cuatro pisos— confrontaba a tantos que preferían volver al vista a otro lado. Cecilia sufría por él y con él; pero ni dejó de sonreír, ni de preparar café, ni de invitar a comer —de lo que tuviera— a quien tocaba a la puerta de su casa. Ernesto no volvió a pisar una cátedra; pero nunca dejó de enseñar. En su casa, en el café, en la calle, en la cantina… En donde podía. Poco le importó el “aumento” salarial, del que algo le tocó; le habían arrancado la mitad de su vida. La última vez que lo vi fue en 91, una tarde maravillosa, embelesado con el libro de bon-sais que le traje de Japón. Cuando volví al año siguiente, con un pequeño ciruelo vivo, ya se había ido. Se lo llevó el corazón. La dulce Ceci lo siguió poco después. No sé si Ernesto haya alcanzado a ver el resultado de aquel movimiento: aspaug y astaug son ahora agrupaciones sindicales que tienen red médica, centros deportivos, contratos colectivos, plan de jubilaciones... Aquel movimiento que a Ernesto le costó irse consumiendo en el aislamiento, como se apaga la luz de una vela, movió conciencias y puso en tela de juicio el papel social de la Universidad, lo que disgustó muchísimo, en ese entonces, a los tradicionalistas bien instalados que fueron escalando puestos, autoridades universitarias a las que ahora también les alcanzan los beneficios sindicales. Muchos de ellos jubilados de por vida. Un puñado de agradecidos ex-alumnos logró que el auditorio de la Facultad de Filosofía lleve su nombre, ante el que nos inclinamos quienes hemos tenido el privilegio de conocerlo.Y el Centro de Investigaciones, que desde el aislamiento impulsó, conserva cuidadosamente algunos de sus escritos sobrevivientes en un libro cuyo título dice mucho: Al declinar el milenio. Ernesto y Cecilia tuvieron sólo un hijo: Carlos, que ahora milita en las filas del prd. Ha sido diputado estatal y contendido para presidente municipal y para gobernador. Si la impronta de sus padres sigue ahí, dudo que lo dejen llegar a las esferas del poder.

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Cuando recuerdo la estatura gigantesca de Ernesto y Cecilia, inevitablemente miro al cielo.Y entre lágrimas —será porque el sol lastima los ojos— sonrío al escuchar, desde allá, su voz: —Sí, creo en Dios; pero no soy cristiano. Es tan difícil que no me creo capaz de serlo…

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Jesús Rodríguez Frausto y el Archivo Histórico de la ug Rosa Alicia Pérez Luque

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on una enorme visión tanto del valor de su memoria histórica como de la función de la universidad, en 1947 el Ayuntamiento [de la ciudad de Guanajuato] pone el Archivo Municipal en custodia de la Universidad de Guanajuato con el propósito de que esta institución se encargara de rescatar y organizar su acervo, al mismo tiempo de promover la investigación histórica en la entidad. Sin embargo, no fue sino hasta mayo de 1954 cuando se funda oficialmente el Archivo Histórico al nombrar el entonces rector de la universidad, el licenciado Antonio Torres Gómez, al maestro J. Jesús Rodríguez Frausto como su primer director encargado de su custodia y organización. A partir de entonces el maestro Rodríguez Frausto inicia los trabajos de rescate y clasificación temática del acervo documental, siguiendo el sistema de organización utilizados en otros archivos del país. La formalización del Archivo Histórico como espacio académico de investigación histórica venía a satisfacer las inquietudes investigativas de diversos intelectuales guanajuatenses interesados en la conservación y consulta de sus fondos documentales. Después de depender de varias instancias universitarias, finalmente en 1977 el Archivo Histórico se integra a la Escuela de Filosofía y Letras, donde tendría una función sumamente valiosa en la formación de numerosas generaciones de jóvenes historiadores, quienes tendrán oportunidad de obtener y poner en práctica conocimientos de paleografía, así como de historia de México y Guanajuato. Asimismo, estudiantes y profesores del área de historia dispondrían a partir de entonces, de material para realizar sus tesis e investigaciones. Con el maestro Rodríguez Frausto el archivo se consolidaría en forma definitiva como un centro de investigación de importancia no sólo local sino nacional. El rescate y organización de sus fondos produjo un efecto decisivo en la historiografía guanajuatense, ya que paulatinamente 221


surgieron temas de investigación basados en fuentes primarias inéditas que venían a aportar nuevos datos sobre la historia de Guanajuato. Así, investigadores procedentes de instituciones tanto nacionales como extranjeros empiezan a utilizar sus fondos documentales. El propio director del archivo, durante sus treinta y dos años ininterrumpidos al frente del mismo, realizó una intensa labor de difusión, publicó cerca de cuarenta trabajos entre estudios biográficos, monografías históricas y artículos, entre los que destacan: Biografías de Guanajuatenses Distinguidos, Guía de Gobernantes de Guanajuato y La Colonización Estanciera de Guanajuato, dando a conocer de esta manera el valioso contenido del acervo del Archivo Histórico. Con el mismo propósito participaría en numerosos congresos. Así, poco a poco el Archivo Histórico de Guanajuato iría ocupando un lugar en el ámbito de la investigación en México. Después de muchos años de un intenso trabajo en solitario, empiezan a integrarse a las actividades del archivo algunos estudiantes de historia por la vía del servicio social, y serían ellos quienes años más tarde continuarían la obra iniciada por el maestro Rodríguez Frausto. En 1987 después de recibir un merecido homenaje por su trayectoria como investigador y director del archivo, el maestro Jesús Rodríguez Frausto decide retirarse y queda la responsabilidad del archivo en manos de quien esto escribe.

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En homenaje a toda una vida de trabajo: J. Jesús Rodríguez Frausto Patricia Gutiérrez de Castro Rosa Alicia Pérez Luque

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l equipo que laboramos en el Archivo Histórico de Guanajuato, conscientes de la trascendental labor que el profesor J. Jesús Rodríguez Frausto, ha venido desarrollando a lo largo de sus 32 años de labor ininterrumpida en este centro de investigación, hemos querido dedicar este primer número de nuestra publicación Testimonios como un sencillo pero sincero homenaje a quien ha dedicado gran parte de su vida al rescate de la historia de nuestro estado. Originario de la ciudad de León, Guanajuato, donde nació un 19 de febrero de 1922, a edad temprana se trasladó a la Ciudad de México donde realizaría sus estudios. Dada su extraordinaria facilidad para el dibujo, en especial para el retrato, en 1942 ingresa a la Escuela Libre de Arte y Publicidad, habiendo estudiado cinco años antes en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, antigua Academia de San Carlos. Sin embargo, aunque con el correr de los años descubriría que su verdadera vocación era la historia, supo conjuntar ambas aptitudes, la de artista y la de historiador, lo que le permitió más tarde, cuando iniciara su obra historiográfica, ilustrar él mismo varios de sus trabajos, como fue el caso de Biografías, órgano de divulgación de este Archivo Histórico y única publicación de nuestra universidad que ha superado las cien ediciones. Alternó estos estudios con los de secundaria y bachillerato y al concluir éste inició, en 1948, la Maestría en Historia de México en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Algunos de sus maestros fueron los prominentes historiadores Edmundo O’Gorman, Ignacio Rubio Mañé, Francisco de la Maza, Justino Fernández, Arturo Arnaiz y Freg, Vito Alessio Robles, Jorge A. Vivó, Rafael García Granados, Alberto María Carreño e Ignacio Garibi. Pero su firme vocación de historiador ya se había manifestado años atrás, pues aun antes de comenzar sus estudios profesionales ya se había iniciado en la investigación histórica con temas taurinos y escrito, asimis225


mo, una serie de artículos para El Sol de León con el nombre de Bocetos históricos leoneses, lo que fue la puerta de entrada para conocer el pasado guanajuatense que tanto le ha apasionado. Tan sólo tres años después de haber concluido su formación académica, en 1953, publica su primer libro titulado Hidalgo no era guanajuatense, mismo que provocó gran polémica. En ese mismo año es invitado por el entonces rector de nuestra Máxima Casa de Estudios, licenciado Antonio Torres Gómez, a organizar el acervo documental del Archivo Municipal de Guanajuato, que estaba bajo su custodia. Lo que siempre había deseado, conocer la historia de nuestro estado y desentrañar el intrincado pasado de esta ciudad de Guanajuato, dejaba de ser una quimera, pues, ¿quién con tan férrea vocación de historiador iba a desaprovechar la oportunidad que se le brindaba, de conocer a través de sus fuentes primarias esa apasionante historia? Prueba de ello son las numerosas publicaciones que con el fin de dar a conocer el material que iba descubriendo en el proceso de organización de este Archivo Histórico, sacó a la luz. Entre ellas las ya mencionadas Biografías, importante trabajo sobre guanajuatenses distinguidos; Guía de gobernantes de Guanajuato, La huella de Juárez en Guanajuato, Orígenes de la Imprenta y el Periodismo en Guanajuato, Restauración de la República en Guanajuato, León se fundó así, y otras más. Del gran valor de su obra historiográfica se han percatado importantes instituciones, tales como el Archivo General de la Nación, la Secretaría de Educación Pública y la Universidad de Nuevo León, entre otras, mismas que de sus obras publicaron Documentos relativos a Abasolo, Sóstenes Rocha y La Colonización estanciera en Nueva España, respectivamente. También ha participado ya como ponente, comentarista o moderador, en diferentes congresos de Historia. En 1964, por ejemplo, participó con la ponencia “Lo Mexicano en la Constitución de Apatzingán2 en el Simposio de Historia sobre la Constitución de Apatzingán organizado por la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, misma que le valió medalla de oro. Pero su prolífica obra no concluye aquí, ya que son numerosos sus trabajos de investigación inéditos: La Ciudad Cautiva de Guanajuato, Orígenes de Guanajuato, Orígenes de las poblaciones Guanajuatenses, Emeterio Valverde y Téllez ante la temática filosófica de su tiempo, El Conde de Valenciana y su tiempo, entre otros.

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Un hombre, un libro, una época1 José Luis Lara Valdés2

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lberto Ruiz Gaytán nació a su vida en 1923, en la antigua Valladolid que hoy decimos Morelia; y hay que recordar que Valladolid tuvo por vocación ser el centro del poder eclesiástico en una extensa territorialidad y por los siglos de los siglos. Atrapado en esa esfera de influencia, el doctor Ruiz Gaytán fue relevantemente confesional, plegado a las prácticas y rituales católicos. Solía decir el hombre, que no siguió la profesión sacerdotal porque le hacía falta una virtud, nunca nos dijo cuál. Me contó otro hombre, religioso agustino, Nicolás Jiménez, compañeros ambos por los tres años que Alberto esperó ser oficialmente aceptado entre los eremitas de san Agustín, la orden del libro, que pasaron los años entre los libros del Colegio San Pablo en Yuriria, entre el florido barroco arquitectónico de San Luis Potosí, y su señorial Morelia; años que le desalentaron toda vez que en cuanto llegó la aceptación oficial Alberto ya emigraba a la vida que le supimos, la de “los pocos sabios que en el mundo han sido”. Alberto Ruiz Gaytán y Francisca Jacobo son sus padres en aquella época, sobre todo inolvidable por el efecto del “callismo” en la vida cotidiana, terrible dilema querer creer y saber de intolerancia religiosa, de nuevo orden social desde otra moral, la del Estado o la de la Iglesia, dilema mexicano en el que don Alberto creció y vivió por más de 60 años: el México laicista y comecuras al que no dio importancia porque toda su vida fue tremendamente creyente. Al menos esa virtud no le faltó. “El último de los clásicos”, le nombró el titular de una entrevista editada junto con otras a otros personajes, por la Comisión Editorial del Gobierno del Estado de Guanajuato. Los que lo conocimos cercanamente podemos decir que era erudito, hablaba, leía y traducía —en distintos grados de dificultad— francés, inglés, italiano, latín y griego; pero el cas1. Texto introductorio al libro Libertad religiosa y progreso moral, de Alberto Ruiz Gaytán, Ediciones La Rana, 1993. En esta translación enmiendo el estilo y agrego la última palabra al título. 2. Profesor del Departamento de Historia de la División de Ciencias Sociales y Humanidades.

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tellano lo vivía plenamente. Al menos podemos reconocerle capacidad con los étimos en el título de su publicación Perfiles hispanorievales, editada en la Universidad de Guanajuato en la segunda vez, porque la primera fue edición de autor en San Miguel de Allende (1973), en donde podemos leer lo siguiente: A la memoria del esclarecido y humilde sacerdote agustiniano, quien fuera mi primer maestro en letras clásicas y españolas, en el Convento Agustino de Yuririhapúndaro, Fray Nicolás de Navarrete, a quien deseo comparta con el Gran Padre San Agustín y con Fray Luis de León, “La escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”.

Al conocer lo anterior puede comprenderse la vocación agustiniana de Alberto Ruiz Gaytán. Cuando yo trabajaba en el rescate de la biblioteca histórica de Yuriria, en el hoy Museo antes Convento, podía imaginar a Alberto mozo leer, bajo la sabia guía del cronista Nicolás Porfirio Navarrete, los libros que nosotros limpiábamos y clasificábamos: Horacio, Erasmo, Lope de Vega, Sor Juana Inés de la Cruz,Von Gesneri, Palafox y Mendoza, y otros, en sus ediciones príncipe de los siglos xvi y xvii. Precisamente fray Luis de León me da la mano para decir que, como a él le aconteció en el desprecio a su trabajo, pasó a Alberto Ruiz Gaytán, tanto por su vocación confesional, como por la irónica hiriente de sus versos quevedianos, sólo que muy Ruiz Gaytán. No pocos de estos versos hirieron a sus semejantes, con la enorme capacidad de humorista que tuvo. También fue excluido de la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, sólo que a diferencia de fray Luis, don Alberto no pudo pronunciar: “Decíamos ayer”, en los claustros valencianos. Pero volverá en sus letras, las que son editadas por el actual Gobierno del Estado a través de la Comisión Editorial, aunque ya no estará el Maestro para la réplica seria, erudita, como él acostumbraba, siempre puntualizada con la anécdota o el humor. A los cuatro años de edad salió de Morelia para dar inicio a las estancias más distantes: Celaya,Yuriria, Guanajuato, Granada, Boloña, León, y para el final, Irapuato y otra vez Celaya, donde murió. No pocos recordamos el epitafio que había elegido para su tumba, cuando nos lo comentaba con su risa rotunda: “Si alguien me viene a visitar pido disculpas por no levantarme y atenderlo”. En cierta ocasión comentaba después de la risa: “al menos quisiera que dijeran: era un buen amigo”. La Tabernilla de la Amistad y el inefable hombre de pelo blanco y lentes de vidrios gruesos, serán recordados por quienes concurrimos a tal

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espacio, por cierto al menos durante dos décadas. Se le recuerda ya instalado en el Mesón de San Antonio cuando ahí estuvo una vecindad, y por último en el callejón de Peñaranda, uno de tantos recovecos del Guanajuato atormentado por lo tortuoso de no pocos callejones. De ese Guanajuato supo don Alberto extraer amistades entre el pueblo llano, así como supo cultivar la de notables pensadores, poetas y no pocos farsantes del teatro. Su filosofía de la amistad, discurso constantemente construido al alimón con su colega de colegio invisible, don Agustín Basave Fernández del Valle, a quien visitaba en Monterrey, o con aquel poeta que ha declarado no ser nada tan suyo como el mar cuando lo mira, don Elías Nandino, a quien visitaba por tierras jaliscienses. Humano en fin, tendía los brazos tanto como quien lo necesitaba lo permitía, sus manos dispuestas a la fraternidad, esas manos con las que escribía ensayos, reflexiones, sonetos, saetas, dramas, tramas, cartas entrañables a extrañados compañeros. Las mismas manos de la señal de la cruz y el gesto enhiesto al decir salud. Las manos que trazaban las líneas al conocimiento en el pasar de las hojas de los libros que leía, mientras los ojos convertían el acto lectural en una disertación somera, abismado en las pausas para la reflexión. Varias generaciones de estudiantes de filosofía sufrieron su método del que sólo lee y diserta, grave error en los tiempos de la educación activa y experiencial; pero hacia el fin de sus días su mejor regocijo fue la adolescencia preparatoriana, a la que trataba de interesar en las etimologías, en los clásicos castellanos, en el buen decir y el buen escribir para el buen vivir. Pero hubo alumnos que le fincaron incompetencia docente, y argumentaron que nunca entregaba un programa de la materia que impartía en Filosofía, que sólo proporcionaba los índices de libros y que asistía irregularmente porque dicen que decía: así se acostumbraba en Europa, educación a distancia. En 1977 fue retirado de la docencia universitaria. ¡Qué otro acto docente podía realizar sino el escolástico agustiniano! El del Magister dixit, el de tolle legere. Se distraía mientras leía para disertar, para reflexionar. Todo aquel que quería saber más y mejor, podía llegar a tocar la puerta de su casa, donde, instalada la Tabernilla de la Amistad, en pleno simposio de todo se podía hablar; y sostener piezas breves de oratoria, repasar los versos amados de Jorge Manrique, Lope de Vega, Garcilaso, Góngora, Sor Juana, de quien decía que había sido la única poetisa. Hoy sé, ha dicho un añorante de su amistad, que no hay una puerta adonde llegar a tocar para ser abierta por el conocimiento, por la sabiduría, por la 231


paideia. Fue un gestor de conductas, un maduro fecundador de conductas a través del aula, aunque no tanto como a través de su propio ser en cada entrega de su charla, su esencia. ¿Estudios? Estudió. Toda la cultura clásica escolástica, peripatética en los claustros de los agustinos, ya se ha dicho, de Morelia,Yuriria, San Luis Potosí y Celaya, después de todo desde los siete años de edad estuvo al amparo de san Pablo y san Agustín. A los 17 estaba en el Seminario Conciliar de León, la licenciatura en Teología la obtuvo en la Universidad de Granada, España. De ahí su amor por fray Luis de León, a quien convocaba allá. Para regularizarse con el sistema de educación pública hacia 1956 estaba registrado en una escuela privada de León, tenía 29 años. Los estudios de filosofía los realizó en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, hacia 1966, justamente en tal recinto tuvo la fortuna de ser electo, entre un grupo de autobecados, para ir a doctorarse en Boloña, Italia, llevándose la aportación de sus amigos. Pero no soportó la distancia o el dinero nunca fue suficiente y pronto regresó dejando pendiente la culminación de los cursos di laurea en aquella universidad que acogiera a los jesuitas, de Guanajuato entre otros, en el siglo xviii, y que luego vino a ser la de mayor difusión del pensamiento marxista. Ahí, a partir de la negación de la negación don Alberto pudo discrepar de los postulados materialistas. De vuelta a casa se dedicó a la vida pública, formando parte de cuanto acto cultural era posible. Perteneciendo al grupo Oasis de León, una noche de bohemia leyó su obra de sonetos Cantera y forja, ésa que luego imprimió el Centro de Investigaciones Humanísticas de la Universidad de Guanajuato, y de la que el buen amigo Rafael Ramírez hizo posible, financiándola, una grabación con las voces de actores universitarios y notables compañeros de don Alberto: Alba Mora de Domínguez,Víctor Lara, Carlos Gaona. Prologó textos, fue fecunda su labor periodística, ésa que estuvo compilando el notable último bibliotecario que Guanajuato ha tenido, don José González Araiza y que deseamos haya sido si no concluida avanzada a ello. Hizo teatro, en Guanajuato quién no le hace al teatro. En una noche con Enrique Ruelas y el grupo de la universidad, montaron la obra “Por insigne y leal merced”, para conmemorar un centenario más de la llegada de la imagen de Nuestra Señora de Guanajuato a estas tierras. La obra se presentó en el escenario del Teatro Juárez, pero el original anda perdido. Habría que revisar la biblioteca que a su muerte donó al otro enorme amigo que tuvo, el hoy Obispo de Casas Grandes.3 3. Entonces era don Samuel Ruiz.

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Pero su obra más importante fueron sus amigos, su opus nigrum por aquello de nigromántico que tuvo, de mago de las palabras. Esa alquimia secreta y compartida, paulatina complicidad para el bien pensar y el bien sentir, para el bien gozar el espíritu de las letras; nadie como Alberto Ruiz Gaytán para hacer viva y presente la vida cautiva en las letras de aquellos hombres sepultados por cientos de años, pero siempre vivos cuando una voz, como soplo de vida les dice levántate y habla. Se fue el 27 de septiembre de 1988, asistido por su amigo Rafael Ramírez, abad de Guanajuato; no pudo haber tenido mejor compañero a su lado entonces para cruzar el palmo pendiente, conforme a los preceptos de su fe. Se fue probando y viviendo lo que debe y puede y quiere hacer todo hombre condenado a la sabiduría: ese anticuado nombre de la ciencia. Así pasó por este mundo ese hombre libro, así dejó estaciones y así se fue por la senda por donde se han ido los pocos sabios que nos toca, a las varias generaciones que le tratamos como amigo, profesor, compañero, alumno. Vale la pena recordar un texto suyo, una reflexión acerca de dos líneas de un soneto escritas por él en el momento en que moría, por accidente vial, un amigo suyo en la ciudad de México; dos líneas que tuvo tiempo de continuar mientras él viajaba hacia Monterrey: Son más bellas las flores del desierto porque tienen más prisa por morirse. Soy de los que piensan que no hay simples coincidencias, es decir, que hasta las llamadas “coincidencias” no suceden “al azar”, por “pura casualidad”, sino que en este orden del mundo, o, como dijo el gran científico Albert Einstein: en esta «estructura maravillosa del mundo real», está siempre lá presencia, la presencia de “la razón que se manifiesta en la naturaleza”.

El libro que nos ocupa es como miles y millones de libros, colmados de palabras conceptuosas, plagado de nombres de autores, de títulos de otros libros, para la construcción de una disertación que permite al autor plantear su tesis, su postura personal, tal como lo sostiene en las primeras páginas. Fue su documento recepcional para tener el título de Maestro en Filosofía por la Universidad de Guanajuato, en 1988. A tramos investigación filológica, en otros disertación histórica, y ocultas por las páginas sus posturas, leemos: “El respeto, en cuanto tal, es una actitud nacida de la convicción interior y no de la coacción exterior” (p. 31), en otra parte concluye el autor: “lo esencial de una prescripción jurídica está en su «objeto» (fin) y no en la rela­ción entre el acto y la sanción” (p. 171).

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La lectura sin embargo se dificulta por el exceso de palabras señaladas con signos tipográficos, pudiendo deberse a la peculiar sistemática de Ruiz Gaytán. Era notorio que don Alberto hablaba en diversos tonos, giros, matices, intencionalidad. No trabajó igual la estructura de otros textos que se le conocen. El tema del libro Libertad religiosa y progreso moral es abordado por don Alberto con el hilo conductor de la historia, al menos en los capítulos ii y iii, para luego optar por la disertación conceptual y la contrastación de pensadores diversos, a veces distantes en el tiempo, a veces coetáneos, a las corrientes filosóficas. Usa de la filología como base —sobre todo en los capítulos iv, v, vi y vii— estableciendo las conclusiones, la verdadera propuesta, entonces sí la tesis, que le ocupa los capítulos vii y viii. En el capítulo ii la exposición va de la difusión del cristianismo por Europa, y las acciones en contra de tal sistema religioso, a la convicción por la tolerancia como medio de convivencia, asunto ilustrado por la historia de la iglesia romana. La historia culmina con los debates y decretos del Concilio Vaticano II, realizado a principios de la década de 1960. En este capítulo iii el autor valida la tolerancia como libertad, tomando la dogmática canónica: “Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa” (p. 34). Los siguientes capítulos son un ejercicio de hermenéutica que Ruiz Gaytán aplica a la cita (de cita), con las palabras “persona”, “derecho”, “libertad”.Tal es el otro momento metodológico de la tesis: la disertación, el análisis filológico y filosófico. De lo filosófico mediante la contrastación de conceptos y categorías en el tiempo, según los usos que se conocen, o según las expresiones de autores varios, como al referirse a “individuo” en el capítulo iv; según los seguidores de Duns Scotto: Al interpretar la hacceitas como forma final que completa y que reduce a todas las demás formas constitutivas de un objeto. Esta forma última constituye a la pluralidad de los demás en individualidad única e intransferible (pp. 51-52). De lo filológico echando mano del repertorio histórico-historiográfico que puede ser una enciclopedia, o un diccionario especializado, aunque el autor utiliza como instrumentos varios diccionarios y así da un con­ traste con los autores que verifica, o no, o que recuerda haber leído. En el capítulo v, “Persona y Libertad”, leemos lo siguiente: “El término ‘persona’ en latín, fue usado en el teatro para designar la máscara con que los actores representaban a los diversos personajes durante la actuación” (p. 63). 235


En el capítulo vi, “Libertad y Moral”, leemos: “En griego se decía eleuthería, cuyos equivalentes. principales al español son ‘libertad’,‘indepen­ dencia’, ‘generosidad’, ‘alteza de ánimo’, ‘licencia’ y ‘desenfreno’” (p. 134). Para abordar la explicación del derecho lo hace por la ética, en el capítulo vii, concluyendo respecto del particular en el capítulo viii en un derecho destacado y destacable por una axiología, teoría de los valores posibles, valores humanos diferenciados de una preceptiva jurídica, diferenciados por la contingencia natural. Así termina por definir su postura personal por la libertad religiosa, de facto, y de iure. Para el filósofo Ruiz Gaytán la libertad “consiste en la no necesidad”, “en la contingencia de la producción de un acto por parte de su autor”. Otro es el asunto que el libro muestra de sí mismo, y del hombre que lo construyó, lo sabemos al revisar el aparato crítico o erudito. De entrada está la apariencia de un consultor de obras generales, de fuentes de segunda mano que no verifica, como parece serlo todo aquel que construye partiendo de enciclopedias y de diccionarios; el de Abbagnano sobre Filosofía es el más recurrente, sólo que, ya se anotó antes, hasta esta apariencia por lo demás peligrosa para quien carece justamente de la erudición, da la evidencia del sabio que don Alberto fue. Deja entreverado que parte de su constructo teórico le viene por las opiniones de teólogos de los cuales fue alumno —agustinos, del Conciliar de León, de Granada, y de su vida cotidiana—. Recuerda, al anotar que Abbagnano refiere a cierto autor mas no lo cita, recuerda don Alberto a sus autores leídos en sus estancias anteriores: San Agus­tín, De trinitate, o bien cotejada la fuente general en el idioma original del autor Scheler: Derfortna-lismus in der ethik, edición de 1913. Me atrevo a plantear, dejando el debido espacio para la duda, que Alberto Ruiz Gaytán repetía la fórmula del scriptorium medievalista: cuando el conocimiento era descrito en óperas, en summa, en pandectas, en digestos, antes de la especialización y departamentalización actual. Pero dejo la duda para mejores análisis. Aparecen fuentes en francés, italiano, alemán, natural y de alguna manera pretensiosa en su castellano amado, y en el idioma de la cultura universal de la ciencia: el latín. Aparecen citadas 19 fuentes entre hemerografía y bibliografía, no pocas de éstas, las contemporáneas, dejando a Abbagnano el recuento de autoridades del pasado, y el recuerdo de sus lecturas pasadas. Lo imagino, al autor, en los pasillos o los claustros, o las celdas del Colegio de san Pablo de Yuriria, leyendo aquellos volúmenes ahí resguardados, con fechas de edición del siglo xvi en adelante, la biblioteca del colegio de filosofía más importante del centro norte de la

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Nueva España entre 1560 y 1733, fecha ésta en que se establece la cátedra de filosofía en Valladolid, cuya biblioteca antigua también conoció en el Seminario don Alberto. De algunos autores hace anotaciones interesantes, como en los casos siguientes: Acucioso estudio histórico de cada una de las cuatro sesiones conciliares —1962, 1963, 1964 y 1965— por lo que respecta al tema de la libertad religiosa (p. 24). [Se refiere a la obra La libertad religiosa de Teo­ doro Ignacio Jiménez Urresti, consultor del Episcopado Español para el Concilio Vaticano II.] Han puesto a la luz [se refiere a los autores] el carácter individualizador de las ciencias del espíritu, frente al carácter generalizador de las ciencias naturales (p. 33) [Se refiere a Windelband en sus Preludio y Rickert en Los límites de la concepción naturalista]. Sabemos, por la publicación de la Universidad de Guanajuato, La Colmena, que construyó las partes del todo en artículos, que se aproximó a través del ensayo en los siguientes textos: “Institución y tiempo en San Agustín” (1972),“Sistemas éticos, apostillas” (1975),“La etimología, ingreso a la semántica” (1978), “Alma y conciencia” (1982). La disertación de esto que ahora es libro sucedió en 1988. Para no dejar parcializado al autor en su erudición, habrá que mencionar el descuido de las llamadas en las páginas 46 y 47, cuando los paréntesis y sus números del 1 al 5 no llevan al lector a ningún lado; descuido o desentendimiento, no lo podremos decir, ya que falta el autor para explicarlo, y el acta de su examen recepcional, en el Archivo Administrativo de la Universidad de Guanajuato, no refiere nada del particular. Es una fría y escueta memoria de titulación. Un hombre, un libro, un universal, un universitario; cómo olvidar que toda obra perecedera lo es mientras permanece impresa, como ésta que es obra de gentes de bien, de hacer, de bien pensar, de bien actuar porque el motor del bien fue Alberto Ruiz Gaytán; un bien que dura mientras la memoria lo mantiene. Cómo quisiera que este sabio, que este pensamiento ahora convertido en texto fuera el abrevadero de los pensadores futuros. Si es que no desaparece el oficio del lector.

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Alfredo Pérez Bolde Helia H. de Pérez Bolde Mariano Pérez Bolde H.

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lfredo Pérez Bolde nació el 6 de febrero de 1933, primer hijo de María Teresa Pérez Bolde Escobedo y del licenciado Manuel Martín del Campo. Transcurrió su niñez en un ambiente que propiciaron su madre (chapada a la antigua), Obdulia, su hermana menor y la señorita María Granados, amiga de la familia. Asistió al Jardín de Niños María Elena Cornejo y los estudios primarios los realizó en el Colegio Morelos de las señoritas López, la Escuela de San Pedro y la Escuela del Sol. Sus estudios secundarios y de bachillerato los realizó a partir de 1946 en la Universidad de Guanajuato; estudió dos bachilleratos: el de ciencias biológicas y posteriormente el de humanidades; asistió a la Escuela de Medicina en 1956 pero a dos años después suspendió los estudios por falta de apoyo económico; en el año de 1958 se inscribió en Filosofía y Letras, en la carrera de Letras Españolas. Sus aficiones nacieron con él y al desarrollarlas durante su vida, determinaron su carácter personal: su afición por la lectura se despertó en la casa de la familia Aguado, amigos de su madre a los que visitaban con mucha frecuencia, pues don Agustín, el jefe de la familia, de oficio relojero, poseía un enorme mueble con grandes y viejos libros que desde muy temprana edad Alfredo hojeaba con verdadero interés. Gracias a la curiosidad, aprendió en forma prematura a leer. Con el tiempo, se enteró de que los grabados que alguna vez le despertaron gran admiración, eran de Doré y lo que al principio deletreó con tanta dificultad eran la Divina comedia y El Quijote. Así, al ingresar a la escuela primaria, ya sabía leer y podía narrar con facilidad todo lo que leía; a su corta edad se inició en la cotidiana costumbre de leer y leer: hasta tres o cuatro libros al mismo tiempo. Dueño de un carácter afable, sensible y simpático, su especial sentido del humor le hizo ganar, durante las diferentes etapas de la vida, muy buenos y entrañables amigos, entre los que se encuentran: sus primos Ana María y Joaquín Madrigal Valdez, Alfonso Domínguez Aguilar, Héctor 239


Flores Aguilar, Mauricio Ranck, Everardo Ruiz, Braulio Ortiz, los hermanos Isauro y Luis Rionda,Virgilio Fernández y muchos más. De su amistad con don Agustín Aguado aprendió el difícil arte de la relojería, y a los diez años fue capaz de reparar los relojes descompuestos de la familia. Una “Cámara de Cajón”, regalo de su madre, lo inició en la afición por la fotografía, campo en el cual obtuvo varios premios y reconocimientos, ya que muchos de sus trabajos fotográficos fueron utilizados para ilustrar carteles de algunos programas gubernamentales (Guanajuato Turístico, Guanajuato Limpio), portadas de discos de la Estudiantina de la Universidad de Guanajuato, contraportada de un libro de Jorge Ibargüengoitia, carteles alusivos a obras pictóricas, exposiciones en los Festivales Cervantinos (IV fic). En 1971 se montó una exposición fotográfica llamada “Visión fotográfica del viejo Guanajuato” en la Alhóndiga de Granaditas; en 1976 el entonces gobernador del estado, Luis H. Ducoing, lo invitó a exponer sus trabajos fotográficos en una exposición que montó para la Semana Santa sobre Guanajuato colonial y sus monumentos. Dicha exposición viajó durante un año por los principales municipios del estado. En la actividad fotográfica fue fundador del Concurso Universitario de Reportaje Gráfico y montó para la Escuela Preparatoria, de la cual fue director durante nueve años, un taller de fotografía. También inició en esta actividad a muchos de sus amigos y se puede recordar la figura de Pérez Bolde deambular por Guanajuato con su cámara al hombro. La taxidermia fue otra de las actividades que realizó con agrado y que durante un tiempo llevó a cabo atendiendo trabajos a solicitud de sus amigos. Su afición por el teatro se manifestó desde su etapa escolar, ya que organizaba funciones de títeres en la escalera de la casa materna a las cuales invitaba a sus amigos y vecinos, cobrando la entrada y las ganancias las invertía en la elaboración del vestuario de los muñecos, la escenografía y, en fin, la producción de sus funciones. Con el tiempo, al ingresar a la Escuela de Filosofía y Letras y al ser partícipe del Teatro Universitario, nació el interés particular por dirigir teatro. Tuvo su primer grupo de teatro en la Escuela de Filosofía y Letras en 1969 con el que montó la obra titulada Su Alteza Serenísima, de José Fuentes Mares; en 1970 dirigió Sodomaquia, de Frabetti, que junto con la anterior recorrió las ciudades de Zacatecas, Aguascalientes, Saltillo, Fresnillo, y algunas ciudades en el estado como: León y San Miguel de Allende. En Guanajuato Su Alteza Serenísima se montó tres veces más. Formó un grupo independiente llamado Compañía de Teatro Intrascendente, que en 1971 montó El Juicio Final, de José de Jesús Martínez, El Censo, de Emilio Carballido y El Crucificado, de So-

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lórzano; en 1972, Pedro de Urdimalas, de Cervantes; en 1973, Cianuro solo o con leche, de Juan J. Alonso Millán; en 1974, La Prueba de las Promesas, de Juan Ruiz de Alarcón (esta obra participó en el II Festival Cervantino); en 1975, Los Sainetes, de Ramón de la Cruz. También dirigió grupos de teatro independiente y de clubes de servicio de la localidad. Fue además actor, técnico, utilero y escenógrafo; actividades todas que realizó con verdadero profesionalismo, amén del gusto con el que las desempeñaba.La labor periodística es otra de las actividades que efectuó Pérez Bolde. Su trabajo inicial consistió en repartir el periódico parroquial El Perafán cuando cursaba el tercer año de primaria; ya en la Escuela Secundaria participó como redactor en el periódico estudiantil Orto; en 1957 trabajó con el maestro Erasmo Mejía como reportero y redactor del periódico El Estado de Guanajuato; y el año anterior, en 1956, trabajó para la cadena García Valseca en León, Guanajuato. Es por todos conocida la participación de la pluma de Pérez Bolde, con su especial estilo de decir las cosas en los diarios locales como El Sol, El Heraldo, el A.M., El Nacional y Excelsior y en los suplementos culturales que diversos periódicos han hecho durante el periodo del Festival Internacional Cervantino. De 1980 a 1984 participó en rtg, canal de televisión del Gobierno del Estado de Guanajuato, como conductor en la realización del programa “En Busca del Pasado”. Escribió guiones para programas culturales de Televisa e Imevisión. Como investigador y estudioso de la historia de México se han publicado los siguientes trabajos suyos: Interpretación del Códice Boturini, Apuntes sobre la Historia de México, Descripción e interpretación heráldica del escudo de la Universidad de Guanajuato, quedando en preparación las investigaciones La Rebelión de Sierra Gorda y El Colegio de la Purísima, Historia de México 1987. Algunos periódicos locales le publicaron relatos y cuentos, quedando sin publicar sus Leyendas de Guanajuato que escribió a partir de 1956. Fue coautor de diversos textos entre los que se encuentran las publicaciones del Gobierno del Estado: Guanajuato en los caminos de tierra adentro y una colaboración muy importante que hizo con tres investigadores ingleses sobre Guanajuato en el siglo xix para la Enciclopedia Británica, así como trabajos publicados en el Colegio del Bajío. Sus actividades como maestro de la Universidad de Guanajuato fueron ampliamente reconocidas por la labor que desarrolló durante los 32 años de servicio ininterrumpido a favor de la sociedad, ya que fue maestro ante grupos formales o participando directamente en la comunidad, en coordinación con las presidencias municipales y agrupaciones de tipo político, de salud, de educación, labores y de servicio como conferencista. 241


Agustín Cortés Gaviño (15 de febrero de 1946-9 de diciembre de 2000) Maestro, militante político honesto, enemigo de la mediocridad, crítico de las ideas preconcebidas, polemista irreverente, siempre estarás con nosotros a donde sea que vayamos. Del epitafio de Agustín Cortés Gaviño

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Destino y obra de Agustín Cortés Gaviño1 Benjamín Valdivia

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acido en la ciudad de León, Guanajuato, Agustín Cortés Gaviño permaneció allí hasta el segundo año de secundaria, cuando sus padres decidieron conducir la familia hacia el Distrito Federal con el objetivo de otorgarle la ocasión de cursar estudios en la Universidad Nacional Autónoma de México, cosa que efectivamente hizo. Egresó de la Facultad de Derecho de tan insigne institución, misma en la que también realizó estudios de letras hispánicas y la maestría en letras, además de impartir cátedra allí durante varios años, tanto en la escuela para extranjeros como en la Facultad de Filosofía y Letras. A tales intereses académicos se unen los intereses literarios, pues con varios condiscípulos de la Facultad de Derecho fundó, en 1967, y dirigió en los nueve años de su duración, la revista Xilote, que es señalada por Mauricio-José Schwarz como “verdaderamente fundamental” para la generación que surge a finales de los sesenta y principios de los setenta en México. En ese mismo año, fructífero sin duda, aparece su primer libro: Hacia el infinito. En el año siguiente, otro libro: ¿De dónde? Con esas dos colecciones iniciales de relatos se presenta dignamente como uno de los pioneros de la ciencia-ficción mexicana.2 Ya desde aquellas tempranías se manifiestan otras de las inquietudes de Agustín Cortés Gaviño: la radio, el cine, el periodismo y la producción discográfica. Así, trabajó en una radiodifusora y en diarios de la capital, y participó en la grabación de los discos Anarquismo y 26 de julio. También elaboró un cortometraje con guión y tomas propias sobre el movimiento estudiantil y popular de 1968, 1. Publicado originalmente en Agustín Cortés Gaviño, ...Y otros regresos. Obra literaria reunida, edición y prólogo de Benjamín Valdivia, Instituto Cultural de León / Azafrán y Cinabrio ediciones, Guanajuato, 2007. 2. Miguel Ángel Fernández Delgado lo sitúa en la primera generación de escritores mexicanos de ciencia-ficción, en su artículo “Los cartógrafos del Infierno en México” (Revista El hijo del ¡Nahual!, núm. 8, México, 2002, pp. 27-41.)

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documental que recibió una distinción en el certamen de cine experimental realizado en Nuevo León en ese tiempo. En 1974 fue becario de literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes. Su dedicación editorial fue siempre constante; fue fundador, director, colaborador e impulsor de diversas revistas como la ya mencionada Xilote; Manatí, órgano de la Confederación de Escritores Iberoamericanos; Séptimo sueño; Zurda, órgano cultural del Partido Socialista Unificado de México.Ya reinstalado en su natal León formó las revistas de humanidades Gaceta de Barataria, Papeletras y Valenciana, en el Centro de Difusión de la Ciencia y la Cultura (Cedicc), en León, y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato, instituciones ambas de las que fue director académico. En la amplitud de sus dedicaciones, este escritor vinculó desde muy pronto su quehacer literario y cultural con la actividad política, que jamás fue burocrática y sí, más bien, de búsqueda de una mejor realización de sus ideales de libertad, democracia y justicia. En esa dirección, no sólo participó en la ya citada revista Zurda, sino que formó la Brigada Cultural Efraín Huerta, que sesionaba en la casa familiar en el Distrito Federal. Como militante formal fue miembro del Partido Mexicano de los Trabajadores a mediados de los setenta y muy pronto pasó al Partido Comunista Mexicano, dentro del cual laboró en la campaña presidencial proscrita de Valentín Campa Salazar, que le valió al pcm su registro reconocido y su rápida desaparición para integrarse sucesivamente a fuerzas de izquierda cada vez más moderadas: el Partido Socialista Unificado de México, el Partido Mexicano Socialista y el Partido de la Revolución Democrática. En esta recomposición de las organizaciones de la izquierda mexicana fue candidato a diputado por el Distrito VII de la capital; y posteriormente fue candidato a senador por el estado de Guanajuato y a presidente municipal de León, ciudad en la que desplegó su dinámica labor literaria, política, cultural y académica por medio de colaboraciones en diarios y revistas, cursos en varias instituciones educativas, talleres literarios, consejos culturales y editoriales, y hasta la realización de una película.Todas estas acciones de vida se vincularon a las tendencias partidistas liberales, aunque su personalidad tendía más al anarquismo o, como señala su hermano Omar, al existencialismo, que lo confrontaba con las tesis del materialismo histórico. La diversidad de sus alcances sociales y culturales se hace visible con claridad en sus obras escritas, que incluyen cuentos y poemas tanto como guiones de cine y trabajos académicos o artículos de opinión. Como muestra podríamos citar la ponencia “Reformar el marco de gobierno

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municipal para la mayor participación ciudadana”, en la que propone formas organizativas para la gestión de los ayuntamientos que tomen en cuenta a la población; o bien el prólogo que realizó para la edición de cuatro obras de Ignacio Manuel Altamirano publicadas por Promexa, en 1979; o los varios artículos que dedicó a la novela negra y policiaca; o, en fin, su tesis de licenciatura en letras hispánicas: La novela de la contrarrevolución mexicana: La novela cristera, presentada en la unam en 1977, donde plantea la existencia de un proyecto literario ideológicamente opuesto a la consagrada novela de la Revolución. Pletórica de viajes y desplazamientos, la vida de Agustín Cortés Gaviño se movió entre su ciudad natal y la multiplicidad del mundo, incluyendo un viaje casi postrero a Rapa-Nui. En el entorno de la escritura de Agustín Cortés Gaviño destaca la composición de cinco libros de cuentos y uno de poesía. Hacia el infinito (1968) es un conjunto diverso de relatos que se unifican en torno de la ciencia-ficción; los asuntos están permeados de la tecnología y se cifran desde el primer cuento, titulado “Mensaje al primer hombre en la luna”, pues la aspiración del autor es mostrarnos un mundo mejorado por la capacidad de la ciencia aplicada, un mundo ampliado en el espacio y en el sentido, de forma tal que los logros de los astronautas deben ser considerados como un paso general de la humanidad. Buena parte de las narraciones que componen ese volumen son escenas de viajes planetarios, auténticos periplos por la imaginación de un cosmos en el que las vidas están ordenadas por las máquinas de nuestro tiempo futuro y por misteriosos cuerpos de control hiperorganizados y omnipresentes. Se consigna, en ese su libro primero, un claro afán de conseguir el resultado mediante recursos directos, en especial el diálogo entre los personajes.Y, como contrapunto, al relato de anticipación tecnológica se le oponen las figuras de la tradición gótica —el vampiro y el aquelarre— o la vernácula —el trompetista— pero sin perder su lineamiento. Decididamente, por otra parte, el escritor asume lo inevitable: la potencia tecnológica y el viaje espacial se hayan unidos a la estructura militar. Son soldados, sargentos, alusiones de la guerra, la invasión o la conquista. Sobre todo la conquista: el viaje busca siempre más, ya sea en el conocimiento, el poder o la colonización. El futuro, que es el orbe donde acontece gran parte de lo relatado, se formula con los mismos elementos y los mismos vicios del presente. Si en Hacia el infinito se trata de una ciencia-ficción apegada al género, en ¿De dónde? (1969), la ciencia-ficción se tiñe de referentes sociales 245


y denota un aire crítico, la denuncia del vacío de las formas: aparece el futuro e infaltable teletransportador, pero en un contexto que revisa las secuelas del consumismo en el porvenir; y la ciencia es ficción también hacia el pasado: aparece Frankenstein. Los recursos narrativos también se reajustan y evolucionan, dando apertura a modalidades como el diario, la canción o la paráfrasis bíblica, cuyos referentes le serán de tanta utilidad al autor en sus obras siguientes. La ironía, que tan distintiva será de este autor, se abre en este segundo volumen de cuentos y toca a los personajes, los temas, los títulos y hasta las dedicatorias. El cuento “¡Hey Franky!” se refiere con toda familiaridad a Frankenstein; otro relato se denomina “¡Cómprame una bomba, papá!”, poniendo en el límite doméstico y de juguete infantil al armamentismo. Las dedicatorias, por su parte, son para personajes de historieta: “A Rico Mac Pato con afecto”, “Para Ciro Peraloca”; o de dudosa alusión eclesiástica: “A Adán y Eva”, “A Santa Claus, Melchor, Gaspar y Baltasar”. Reúne también en las dedicatorias a generales del Pentágono, Albert Einstein y al actor de horror Boris Karloff. Este segundo libro marca un corte que será fundamental en sucesivas obras de Agustín Cortés Gaviño: la ruptura y el descentramiento: lo importante será poner en crisis al lector y para ello todos los recursos son válidos. En su breve libro de 1973, Como un fantasma que buscara un cuerpo —título que es directamente un verso de Octavio Paz—, nuestro escritor encuentra un punto de reposo: la sensación que se acompaña de la imagen. Los textos se vuelven más metafóricos y su eje son los sentimientos o estados interiores: el sueño, la espera, la inquietud. Sus personajes se vuelven terrestres y la ironía se atenúa: son como fantasmas (fantasmas que buscaran habitar sus cuerpos). Uno espera en una banca; uno más se sabe perteneciente a una novela de García Márquez; otro es castigado por cometer el crimen de soñar. Para este punto, la escritura está completa, tanto en su aspecto demoledor como en el expresivo. Precisamente será en El hombre que volvió de la chingada y otros regresos (1978) que se tenga el fruto maduro de una obra a la vez demoledora y expresiva. Los cuentos de ese libro —que considero el más completo y consistente, el que muestra con todo las potencias del autor— son, cada uno, la síntesis de los componentes verbales, ideológicos y estéticos que se presagiaban oscuramente en los tres anteriores. Aunque el idioma se aprecia como más vernáculo, y hasta soez, reconocemos que es en todos los casos necesario: es de una fuerza vital en bruto que arrasa al lector y devasta los formalismos: es un lenguaje real.Y, sobre todo, cada segmento alude a un trasfondo de profunda densidad metafísica, pues el hombre que vuelve de la nada lo conoce todo, sabe el destino del hombre y del

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universo; y no por miseria, sino por compasión, es que cuenta su historia en las cantinas y burdeles; o bien, en “La última cena según la describe el evangelio de Judas Iscariote”, la mentada alude a la raíz del mal, a la formación de los malos entendidos y de todas las incomprensiones entre los humanos. Su poder narrativo estriba en localizar los anclajes de la cultura y de los prejuicios para someterlos al bisturí de la crítica y mostrarlos en todo su desgaste. Se trata, sin duda, del más poético de sus libros de cuento: una tensión exacta entre la veta popular y social y los componentes subjetivos de aliento filosófico. Se atisba en algunos de sus tratamientos una cierta desesperanza, visible otra vez desde los títulos: “El pez ciego”, “Los sonidos apagados”, “Las miradas sin eco”, “Lo otro”. No es ya la mofa de aquellas dedicatorias a Mac Pato o Ciro Peraloca sino la intensidad de haber descubierto una raigambre anímica de lo que hace que lo humano se ponga en duda, pero también forja los caminos de la última esperanza. En La parábola del obispo que quería ser Papa y otros deslices semejantes, de 1997, la plenitud del estilo se aboca con facilidad a concentrarse en las 247


aristas de la narración: los personajes se muestran en toda su viveza y abonan con gran economía a transmitir lo que se quiere. Así, Emiliano Zapata resucita vestido con ropa deportiva, pero conservando el característico bigote. La ironía es parte integral de los personajes; y eso lleva al tema a una dimensión de fantasía creíble: no dudamos de la pinta contradictoria del héroe, con lo cual nos ha desarmado el autor y estamos a su merced para creer el resto del relato. Los dichos de un viejo revolucionario se presentan como auténticas alegorías poéticas, de talante sagrado, para darnos la sensación prefecta de la grandeza del General.Y, en otra parte, nos enfrentamos a una “epidemia de hormigas”, que evocan la corrección de Horacio Quiroga, pero en un ambiente urbano y contemporáneo, a modo de un postexpresionismo. De igual modo, el fantasma se vuelve una presencia y el habla popular, realista, lo convierte en cosa del mundo, ya no en entidad etérea o alma difusa. Con mucho más control de sus herramientas estéticas, Agustín Cortés Gaviño arma ese su último libro preparando la entrada de los temas y conduciendo las atmósferas de un cuento al siguiente con gran maestría. Así acontece en el primer extremo, con Emiliano Zapata; y lo mismo hace con el tema de la parábola, que es precedido por el cuento “Los mercaderes del templo”. La parábola restituye el ideal cristiano y lo enfrenta a las dificultosas condiciones materiales del orbe eclesial. Su posición personal es que existe una divergencia entre el encomiable propósito originario y las secuelas institucionales en ese sentido. Como actividad paralela a su obra narrativa, aunque ciertamente menos desarrollada, la obra poética de este autor ha sido una constante. En múltiples revistas y periódicos se publicaron sus textos poéticos, que demuestran una sensibilidad más sutil e interrogativa que la visible en los cuentos. Bajo el nombre de Noctambulario se publicó en Perú, en 1970, la única colección formal de poemas que conozco de Agustín.3 Sus intenciones formales y sus tratamientos nos aclaran la forma en que el autor distinguía sin duda entre los alcances poéticos y los prosísticos. El estribillo, la musicalidad, el tinte alegórico se concentran en sus poemas de un modo que no encontramos en sus cuentos. La reiteración de giros y segmentos como eje conductor de la expresión en sus poemas hace ver el propósito sonoro e ideal de sus composiciones. En cierto modo son un contrapunto de su obra en prosa; pero, con otra perspectiva, son un complemento o una versión diversa de idénticas preocupaciones. 3. En la base de datos del inba aparece la referencia del libro La prostitución del hada (Zendal, Lima, 1973), del que no he tenido más noticia ni he encontrado a nadie que pueda confirmarlo. Aunque, debemos reconocer, en dicha base de datos no aparece Noctambulario (Zendal, Lima, 1970).

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Arturo Salazar, profesor ejemplar, leal amigo Luis Palacios Hernández

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l lunes 9 de diciembre de 2002, fallece Arturo Salazar. Por vez primera en la historia de la Facultad de Filosofía y Letras se honraron los restos de un miembro de nuestra comunidad académica en las propias instalaciones de Valenciana. Ese día, desde muy temprano, profesores, estudiantes y amigos que lo quisimos y apreciamos verdaderamente, nos encontramos en los velatorios del dif municipal y, por acuerdo unánime, se resolvió trasladarlo a su centro básico de trabajo cuyos muros fueron testigos de muchas horas de enseñanza. Ahí frente a un ataúd cubierto con la bandera rojinegra del astaug resguardado por una fotografía de los contingentes zapatistas que llegaron a Guanajuato —a quienes Arturo apoyó en su estadía–, flores y, principalmente, muchos estudiantes y colegas universitarios, acompañamos las últimas horas del intelectual crítico y amigo solidario de muchos años. Mientras escuchaba las palabras que Aureliano Ortega, director de la facultad, dirigía a los que llenábamos el auditorio y su anexo, recordaba con nitidez la ocasión que conocí a Arturo por primera vez. Fue al final de una tarde cálida del mes de julio de 1978, un sábado 29 para ser preciso; en un restaurante de la Plaza de la Paz llamado Los Pericos Negros, alrededor de una mesa de verde tejido; frente a tazas de café nos encontrábamos la maestra Amalia Ferro, a la sazón directora de la facultad, Julieta Contreras, Arturo y yo mismo en mi papel de secretario académico de la misma dependencia. El objeto de la reunión era acordar la posibilidad de que Julieta se incorporara a la planta docente de letras para cubrir las materias de Teoría y Crítica Literaria. Había respondido a una convocatoria que habíamos hecho circular en las instalaciones de humanidades de la unam para tal fin. Desde un principio hubo buena disposición por ambas partes: nosotros teníamos en las manos un ofrecimiento de un nuevo tiempo completo que rectoría nos había asegurado, dadas las precarias condiciones profesorales por las que nuestra facultad transitaba luego del reciente movimiento sindical del situg; por parte de 251


la licenciada en letras existía el buen ánimo de incorporarse a la Universidad de Guanajuato, lo cual podría ser más certero e inmediato (faltaban algo como quince días para el inicio del semestre) si su marido (léase Arturo) pudiera también tener la oportunidad de ejercer la docencia en Guanajuato; se habló de la posibilidad del nivel medio superior. En este punto aún escucho la peculiar voz de Arturo, sin gravedad en el rostro y con la amigable sonrisa que siempre le acompañó: “Quiero decirles dos cosas, para hablar francamente. No me he recibido de la carrera de historia y he sido perseguido político por los sucesos del 68. No sé si eso sea un gran inconveniente para que ustedes consideren la posibilidad de que pudiera trabajar en esta universidad; si creen que ello sea un obstáculo, yo no lo tomaré a mal y July trabajará con ustedes, sin embargo.” Creo que esa espontánea sencillez fue la tarjeta de presentación de la permanente honestidad con la que Arturo Salazar se condujo durante los 24 años que lo conocí. Más tarde, me pude enterar, por el propio Arturo y Julieta, que ese sábado su relación era de pareja y que el lunes siguiente formalizaron su matrimonio en la ciudad de México, alentados por contratos de trabajo en la Universidad de Guanajuato. Una semana después se encontraban en esta ciudad con la casi certeza de una modesta casa habitación, no cumplida en los primeros días. Sé que la primera noche guanajuatense quienes les ofrecieron hospedaje solidario, en el barrio de Pastita, fueron el también recién llegado matrimonio de Ramiro Osorio y su esposa Cristina. Desde un principio el trabajo de Arturo fue altamente significativo: en las propias aulas de la entonces Escuela de Filosofía y Letras, dentro de la carrera de historia y en los recintos de la Escuela Preparatoria, donde fungía como director el también muy recordado Alfredo Pérez Bolde con quien Salazar congenió de inmediato haciendo equipo de trabajo en los terrenos de la historia; asimismo con Alicia Pérez Luque, Matilde Rangel y Jesús Rodríguez Frausto a cargo del Archivo Histórico ya resguardado en Valenciana. Uno de los primeros trabajos con los que Arturo se comprometió en el ámbito de la carrera de historia fue la reforma curricular que me correspondió, ya como director de la escuela, llevar ante el Consejo Universitario y que fue aprobada en marzo de 1979. Ello permitió actualizar la currícula de las tres carreras en el contexto académico nacional. La puesta al día del panorama histórico le facilitó, al profesor Salazar, delimitar mejor sus intereses en el periodo de la historia del México contemporáneo donde sus vivencias e inquietudes sociales estaban más vigentes y articuladas.

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Clase Historia u

Poco a poco la presencia de José Arturo Salazar y García (como para burlarse de sí mismo nos decía con grandilocuencia) se fue haciendo tangible, no sólo en las aulas y patios del ex convento de Valenciana, sino en charlas, conferencias, coloquios, congresos donde Arturo representaba a nuestra escuela y universidad.Varios de nosotros lo recordamos siempre crítico, informado y, al tiempo respetuoso de la dignidad de los demás. Me asombraba constantemente la información y amplio conocimiento que tenía de la historia, no solamente de México, sino también de la zona del Bajío y de la ciudad de Guanajuato y sus costumbres. Debo decir que en graves problemas que la escuela sufrió, era a Arturo al que primero acudía para intercambiar con él puntos de vista y siempre encontré un apoyo y una honestidad vigorosa más allá de una simple amistad. En nuestras reuniones de colegas, ya fuera en las reuniones de academia, en los foros interminables del auditorio, en los colegios de carrera o en las cotidianas de pasillo u oficinas, el entusiasmo de Arturo y sus interminables anécdotas e inagotables ideas e inquietudes, sazonaban el quehacer de los que compartimos estos senderos vitales. Entre los recuerdos se espigan algunos. El arduo trabajo acometido para lograr ver publicadas las obras Historia mínima de Guanajuato y Personajes de Guanajuato, ediciones del inea aparecidas en 1990 y 1991 con un tiraje de 10,000 ejemplares cada una, lo que representó un gran esfuerzo del investigador (la primera en coautoría con José Luis Lara). Igualmen253


te, el trabajo historiográfico de varios de los profesores de la carrera de historia de la Escuela de Filosofía y Letras para el Colegio del Bajío, donde Arturo coordinó y participó en el volumen Guanajuato: evolución social y política, aparecido en 1988. Su publicación acerca de las Efemérides sobre la Universidad de Guanajuato, donde el incansable y mal pagado profesor da cuenta de los hitos del devenir de la institución desde sus inicios como hospicio de la Santísima Trinidad (x-01-1732) hasta la autonomía de la universidad (v-21-1994); la publicación, en 1987, de la Historia de la Facultad de Medicina de la ug, desde su fundación, en 1837, hasta ese momento; más recientemente su lúcida autoría en la historia del Teatro Juárez, en el magnífico libro de Ediciones La Rana del año 2000. Todo ello, sin mencionar los trabajos sobre la biografía y planteamientos históricos sobre Manuel Doblado, e innumerables artículos, ponencias y colaboraciones en congresos, revistas, boletines y periódicos. Siempre al tope en carga académica semestral, el maestro Arturo Salazar nunca evitó las responsabilidades, casi siempre miembro de la Academia de Filosofía y Letras, fue coordinador de la carrera de historia, representante de nuestra facultad ante el Consejo Universitario y secretario académico de 1988 a 1990 y de 1993 a 1995. Una de las grandes responsabilidades, pero también fuente de ingresos propios que nuestra facultad posee hasta el momento, es la puesta en marcha del Programa de Verano del Committee on Institutional Cooperation (cic) que reúne a 12 universidades del medio oeste de Estados Unidos, programa que se inició en 1988 con el apoyo en docencia (durante el periodo junio-agosto de cada año) por parte de algunos profesores de la facultad. En el verano de 2002 Arturo Salazar recibió un reconocimiento especial por haber sido uno de los profesores que en forma ininterrumpida impartió la materia de Historia de México a un promedio de 60 estudiantes extranjeros anualmente y fungió como guía profesional en las excursiones académicas en Guanajuato, Michoacán y zonas arqueológicas del Valle de México. Arturo Salazar había nacido en la ciudad de México el 9 de mayo de 1946. Contaba con la edad de 56 bien cumplidos años. Falleció a la 1:58 de la madrugada del lunes 9 de diciembre de 2002 en una clínica de León, Guanajuato. En el mismo día 9 decembrino, exactamente dos años antes que su colega en letras, nuestro amigo igualmente, Agustín Cortés Gaviño. Sus cenizas reposarán en el Distrito Federal. Su obra y su recuerdo están en Guanajuato. Las palabras de Aureliano Ortega terminan también esbozando a nuestro amigo y colega Arturo, yo casi lo veo dirigirse a la asamblea en

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este auditorio de Valenciana. Hay un catafalco a mi lado. Las imágenes de los que ahí miro se deforman por el líquido casi no perceptible pero intermitente; quisiera poder hablar pero se me cierra la garganta… Como un sollozo escucho que alguien dice “no te olvidaremos, siempre estarás con nosotros…” Me aterra pensar que mañana en las aulas, en los pasillos, en el café y en este Auditorio, no contaré con la presencia cálida, leal, honesta del hombre que hizo de su profesión una forma de vida, o, ¿cómo decirlo?, hizo de su vida parte fundamental de la historia de esta facultad de humanidades y de esta universidad. Me reconforta saber que su legado está en el recuerdo que sus amigos sinceros guardamos de él y de los muchos jóvenes donde Arturo vive.

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Por Arturo Aureliano Ortega Esquivel

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onocí a Arturo Salazar, hace una treintena de años, una tarde de agosto en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Él cursaba ya la carrera de historia y yo iniciaba la de filosofía. Huelga decir que, al margen de su aspecto —Arturo era un poco mayor que el resto de quienes apenas iniciábamos nuestros estudios—, lo que en principio llamó mi atención fue esa voz extraña, ronca y metálica, que salía trabajosamente de una garganta dañada por la tor­tura y el maltrato sufridos en los separos de la policía durante la madrugada del 23 de septiembre de 1968. Porque Arturo era, después me enteraría, un excarcelado que debido a su participación en el movimiento estudiantil formaba parte de esa falange, casi mítica, de jóvenes presos políticos cuyo ejemplo, cuya voz, desde el penal de Lecumberri nutría entonces el imaginario de la revolución. Recientemente liberado, Arturo abandonó la carrera de ingeniería para buscar, a través de los estudios históricos, las herramientas teóricas y metodológicas que eventualmente le permitirían aprender y explicar cómo y por qué habían tenido lugar eventos como el propio movimiento del 68, o aun movimientos sociales anteriores desde cuya formación, modales y mirada pequeñoburguesa no había percibido sino como sombras, pero que ahora, después de su bautizo revolucionario proyectaban su luz y su mensaje de liberación y de justicia sobre una mente que entendía, porque desde lo más recóndito trataba de desentrañar el denso plexo de sus causas, y sobre una conciencia que se comprometía, porque encontraba en aquella luz y aquel mensaje la cifra de su voluntad y su tarea. Entendimiento intelectual y compromiso político llevaron a Arturo hacia la historia, disciplina abarcante y totalizadora que nunca abandonó y a cuyo cultivo y magisterio prodigó el resto de sus años. Llegó a Guanajuato en 1978 e inmediatamente se incorporó a la Escuela de Filosofía y Letras. Por sabido, no callamos el hecho de que su 257


ingreso vino a paliar el descalabro que la planta docente de la escuela había sufrido a partir de la derrota y represión del movimiento sindical del año anterior y de la expulsión de sus mejores profesores. Pero Arturo no vino ha hacer las cosas bajo la impronta de los vencedores; ni más ni menos porque su formación intelectual, un sólido marxismo, y su compromiso con la libertad y la justicia sociales, lo situaban justamente del otro lado de la barricada. No le será fácil olvidar a los auténticos de por acá, recelosos, reaccionarios, recoletos, que Arturo introdujo en las aulas de Valenciana la concepción materialista de la historia; que a él se deben los primeros seminarios sobre la historia del movimiento obrero y las revoluciones socialistas; que sus fantasmas de siempre, entender la realidad social para transformarla revolucionariamente, llenaron de espíritu combativo sus lecciones y abrieron la mente de más de un estudiante proveniente del proletariado, de la ciudad o el campo, llenando su imaginario de futuro. Ese compromiso y ese anhelo lo llevaron en años recientes a abrazar, abiertamente, la causa zapatista, en la que veía, más allá del folclor mediático y el halo místico de su comandancia, una salida voluntariosa y fresca al empantanamiento en el que medran la izquierda domesticada y los movimientos de oposición ocasional; pero, sobre todo, porque encontraba en el zapatismo amplio —el de las clases más depauperadas, el de las amas de casa, el de los marginados, el de los estudiantes— una alternativa a la evidente derechización de la política de Estado y a la traición clientelar de los partidos políticos.

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Poco a poco, en el transcurso de los años, sin cambiar o malbaratar la ruta, sin dejar de preocuparse y enterarse del contexto socio-histórico mundial, Arturo orientó sus expectativas académicas y sus estudios de gabinete hacia la historia de nuestro país, especialmente hacia el complejo, difuso, difícil pero determinante y decisivo siglo xix. Ahí, solía decirnos, entre esa maraña de apuestas y aventuras militares, políticas, románticas y doctrinarias, de golpes de Estado, de revueltas, de imperios de opereta, de leyes que no se cumplen, de invasiones, de arrojo y patriotismo, están algunas de las claves de inteligibilidad que bien podrían explicar el cómo y el por qué de nuestro ingrato y malvivido tiempo. Al sigo xix mexicano dedicó muchos años, muchos esfuerzos; y sus mejores obras. Han quedado, sin embargo, en el papel o en las entrañas de su computadora cientos de notas, de apuntes, de ideas o de escritos que merecen ser recuperados, trabajos, publicados. No siendo un escritor prolífico, Arturo era en cambio un investigador acucioso, puntual, muy productivo por lo que respecta a ese trabajo negro del historiógrafo que, como el viejo artesano de Marc Bloch ha visto pasar la vida en el cultivo de su quehacer intelectual y revisa en la memoria, recorriéndole el cuerpo un leve pero perceptible temblor, todo lo que a lo largo del tiempo aquel, su amado oficio, le ha brindado. Porque Arturo, por sobre todas las cosas, amaba la historia y su tarea de historiador. La muerte –“larga guadaña buida/guadaña larga y buida en la punta de una caña”— nos lo ha quitado como de rayo, casi sin aviso. ¡Hasta siempre, camarada!

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Arturo Salazar camarada e historiador Peque Gutiérrez Guerrero

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ue un hombre bueno, querido por muchos, y no supe de alguien que haya sido objeto de alguna trastada de su parte. ¿De cuántos se pudiera decir lo mismo al momento de su muerte? Conocí a Arturo Salazar y García en 1980, en uno de mis tantos ingresos a Filosofía y Letras; él se desempeñaba como maestro de Historia Contemporánea, Materialismo Histórico, Técnicas de la Investigación, Sociología y Economía, si mal no recuerdo. Su llegada a la escuela en Valenciana representó un refresco académico necesario, era la actualización, y se le calificaba como el capacitado para impartir las materias del nuevo plan de estudios de la licenciatura en historia. Muchos de sus alumnos fueron primero discípulos, luego amigos y finalmente colegas, él así lo veía. Fue también un alma sencilla, en la propiedad del concepto. Quizá por ello, los alumnos lo preferían como asesor de su tesis o miembro de su jurado para examen recepcional. Caballero combatiente convencido del marxismo, en él veía el bien como futuro para la humanidad; en un gesto que puede o no calificarse como virtud, todo aquello que tuviera un ligero olor a izquierda lo apoyaba. En todo caso, él era congruente con sus ideas, desde su juventud, en la que sufrió cárcel por dos años en Lecumberri, como víctima de la represión gubernamental de 1968. Arturo, como convencido socialista hizo una vida sindical activa, dentro de una inmovilidad casi generalizada en nuestro mundo universitario; era proselitista nato. Al terminar sus estudios en la Universidad Nacional Autónoma de México, vino a Guanajuato, donde permaneció el resto de su vida. Fue guanajuateño por convicción, pues no sólo aquí hizo su vida familiar sino académica, y Guanajuato fue el objeto de su estudio. Alfredo Pérez Bolde y José Luis Lara Valdés, sus cómplices de aventura en las esferas de Clío. 261


Investigó y publicó sobre Manuel Doblado, la Intervención Francesa (que publicó la presidencia municipal de Guanajuato), la primera investigación sobre la remisión a la Ciudad de México de los restos de los primeros caudillos insurgentes (publicado por el Archivo General del Estado), donde la mera anécdota del acto no le interesó tanto, como los tumultos y las pequeñas asonadas que entre el pueblo provocaron el recorrido. Con José Luis Lara, realizó una Historia mínima de Guanajuato, obra publicada por el Instituto Nacional de Educación para Adultos. Incursionó también en avatares sobre la educación en Guanajuato hacia mediados del siglo xix, ahí se puede ubicar su trabajo sobre la historia de la Facultad de Medicina de León. Su incursión dentro de la alta burocracia universitaria, cuando fue secretario académico de la Escuela de Filosofía y Letras, no puede situarse como un placentero paseo, pues es bien sabido que ese puesto es donde concurren todos los problemas, es una silla incómoda, que Arturo procuró solventar de la mejor manera. También realizó el primer rescate del Archivo Histórico del Congreso del Estado, apoyado por algunos de sus alumnos, pero que avatares de los trienios legislativos han soslayado. Fue “entrón” y participativo, colaboró muchas veces con la antigua Dirección de Difusión Cultural y en la actual de Extensión Universitaria como conferencista y participante de mesas de trabajo sobre temas sociales. Muchas veces le correspondió, ya cuando su colega Pérez Bolde había desaparecido, dar la charla introductoria sobre la historia de Guanajuato a los muchachos que llegan de intercambio académico a nuestra universidad. O era común encontrarle apresurado en la calle para llegar a tiempo a darles una plática a los guías de turistas, “para que no anden inventando cuentos”. Cuando fue Guanajuato, por primera vez, sede del Encuentro Nacional de Estudiantes de Historia, en 1982, manifestó su deseo de presentar una ponencia, cosa que le fue denegada, porque se argumentó, en aquel entonces, que era asunto exclusivo de alumnos. Pero Arturo no se achicaba con la adversidad, su buen humor siempre le acompañó. Hará más de veinte años, cuando lo fui a visitar a su casa en ocasión de sus primeros problemas con el colesterol, dicho de otra manera, sufría de la famosa “gota”, reímos porque padecía él, un ortodoxo comunista y aspirante a proletario, la más aristocrática de las enfermedades. Conversador nato, nunca eludió el diálogo, lo mismo en clase que en el café y por supuesto en la cantina. De cierto, que la última vez nos

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vimos ahí, en un centro de esparcimiento social de esa índole, La Taberna, de antiguo escala hidrante y alimentaria de mucha preferencia por los de la escuela de Valenciana hará poco más de cinco lustros. A veces era juguetero y bromista, a mí me llegó a “chancear” más de una vez y “caía” en la chanza cuan ingenuo soy. Ignoro qué tanto sabía de los sucesivos y diversos apodos que le impusieron los maestros y alumnos, el primero y más popular fue de “Woody Allen”, por su parecido con el cineasta, pero el que sin duda fue el que permaneció es el de “Papito”, con el que todos lo denominaban, pero que nunca escuché, más que a su Julie decírselo directo. Arturo ahora nos ha dejado, vivió su ciclo, y creo que fue feliz en la mayor parte de su existencia. No puedo decir que la muerte sea justa, no puede serlo en edad temprana, pues Arturo Salazar y García había llegado a la madurez como historiador, en la verdad del término: conocimiento, dominio de la materia y capacidad para regenerarla y transmitirla. En esta etapa profesional ya se encontraba, siempre con sencillez y dignidad.

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Relación de colaboradores y colaboraciones Nombre

Colaboración

Aparecido en:

Rodolfo Cortés

Ernesto Scheffler:

Publicado como Introducción al texto

del Moral

Una biografía intelectual

Al declinar otro milenio (textos reunidos de Ernesto Scheffler) Ed. La Rana, Gto. 1997

Ernesto

Ernesto Scheffler Vogel

Publicado en Al declinar otro milenio

De la Torre Villar

(in memoriam)

(textos reunidos de Ernesto Scheffler) Ed. La Rana, Gto. 1997

Clementina Díaz

José Rojas Garcidueñas (1912-1981)

Publicado en Anales IIE 51, UNAM, 1983.

No moriré del todo

Conferencia dictada ante El Colegio

y de Ovando Laura Gemma Flores García

de Historiadores de Guanajuato, A.C. el 26 de enero del año 2012.

María Guevara

La Valenciana

Sanginés José de Jesús

Publicado originalmente en Revista Valenciana Nº 1, 4, Univ. de Gto. Marzo 1994.

Arturo Salazar camarada e historiador

Gutiérrez

Artículo publicado en el suplemento Expresso Nº 176 del 21 de diciembre 2002, periódico Correo, Gto. Número dedicado íntegramente a la memoria de Arturo Salazar.

Helia H.

Alfredo Pérez Bolde: Semblanza

de Pérez Bolde

Publicada en Altar de muertos, cuadernillo de homenaje a APB. Universidad de Gto., 1994

Mariano Pérez Bolde José Luis Lara

La Escuela de Filosofía, Letras e Historia

Publicado originalmente en Revista

Valdés

de la Universidad de Guanajuato

Valenciana Nº 2, 4, Univ. de Gto. Octubre 1994

José Luis Lara

Años de gestión humanista

Publicación de Homenaje. Facultad de

Valdés

de Don Antonio Torres Gómez.

Derecho, Universidad de Guanajuato, 2004

Ensayo de biografía universitaria José Luis Lara

[Alberto Ruiz Gaytán] Un hombre,

Texto introductorio al libro Libertad religiosa

Valdés

un libro, una época.

y progreso moral, de Alberto Ruiz Gaytán, Ediciones La Rana, Gto. 1993.

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Nombre Carlos Ulises Mata

Colaboración Recordación de Margarita Villaseñor

Aparecido en: Texto leído dentro de las actividades de la XXXIII Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, febrero de 2012.

Paloma Olivares

Matilde Rangel: una mirada poética.

Texto leído con motivo de la presentación del libro Poemas y relatos de Matilde Rangel en León, Gto. Ed. La rana, Gto. Mayo, 2010

Paloma Olivares

La gracia de un Ernesto

Texto leído en la Alianza francesa. SF

Aureliano Ortega

Por Arturo

Artículo publicado en el suplemento Expresso

Esquivel

(Impreso transcrito)

Nº 176 del 21 de diciembre 2002, periódico Correo, Gto. Número dedicado íntegramente a la memoria de Arturo Salazar.

Luis Palacios

Arturo Salazar, profesor ejemplar, leal

Artículo publicado en el suplemento Expresso

Hernández

amigo.

Nº 176 del 21 de diciembre 2002, periódico

(Impreso transcrito)

Correo, Gto. Número dedicado íntegramente a la memoria de Arturo Salazar.

Rosa Alicia Pérez

El archivo histórico de la Universidad

Publicado en Revista Testimonios Nº 4, Univ.

Luque

de Guanajuato

de Gto. Junio de 1994

Rosa Alicia Pérez

[J. Jesús Rodríguez Frausto] En

Publicado en Revista Testimonios Nº 1, 4,

Luque

homenaje a toda una vida de trabajo

Univ. de Gto. Mayo-Septiembre, 1987.

Patricia Gutiérrez

Sección: Guanajuatenses distinguidos.

de Castro Juan Diego Razo

José Rojas Garcidueñas.

Artículo preparado para Homenaje a JRG que

Oliva

El erudito, sus libros, su humanismo.

incluye la biografía de éste, escrita por su viuda Margarita Mendoza López. (Nov. 1984).

Benjamín Valdivia

Destino y obra de Agustín Cortés

Publicado originalmente en: Cortés Gaviño,

Magdaleno

Gaviño

Agustín. ...Y otros regresos. Obra literaria reunida. Edición y prólogo de Benjamín Valdivia. Instituto Cultural de León / Azafrán y Cinabrio ediciones. Guanajuato, 2007

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