Manucio

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Me parecía increíble que quisiera recortar el tamaño de los libros, era una locura concebir un libro pequeño. Sin embargo su seguridad y confianza parecían convencerme de su acierto. Las primeras publicaciones me hacían sentir imprimiendo vejestorios. Pero nunca pude reprocharlo. Cada plantilla toma tiempo, la fuerza en las manos y la delicadeza del punzón; crean la identidad en cada página, y la unidad en el libro. Las membranas con que se cubrían estas páginas también se diseñaban con paciencia y maestría. Sólo un visionario como el gran Teobaldo Mannucci habría podido ver que lo que venía iba a ser muy grande y debíamos hacer parte de ello. - La Italia está en guerra pero estas guerras sólo son vientos de cambio – Me dijo Mannucci un día en el taller, tratando de convencerme que los libros eran la herramienta de difusión del conocimiento griego y por ello debían escribirse en esta lengua. -Pero y ¿qué hay si nadie quiere comprarlos? .- pregunté -Leer a los grandes maestros es un deber para entender el mundo. Sócrates, Platón y Aristóteles deben estar revolcándose en sus criptas – dijo indignado y aterrado ante mi escepticismo -El griego está dejando de interesar a los italianos – reproché -La lengua griega es la lengua madre… y los fondos de la familia de mi gran amigo, Giovanni Pico no puede echarse por la borda – siendo tan puntual y firme como siempre finalizó una más de nuestras divagaciones Nunca entendí cómo llegó a Aldus (luego de años de trabajo juntos debí conservar algún cariño) la idea de que la Italia dividida podía concebir un Renacimiento de la cultura en toda la extensión del territorio, la política y la época. Sólo la decisión de su personalidad podía haber aportado tanto al nuevo pensamiento de occidente. Seguía siendo para mí irrisorio el dejar atrás los caracteres góticos con los que las primeras enciclopedias habían sido creadas. Y mucho menos pensé que un tamaño más pequeño del conocido por todos iba a llamar la atención. Así que trabajar en aquella obsesión pudo llegar a ser muy tedioso. Las maquetas de las chapas se veían como jeroglíficos egipcios. Las letras tan pequeñas me mataban los ojos en las noches de presión, pues el tiempo y el dinero siempre han apremiado. Un accidente inclinó mis punzadas dando como creación la bastardilla, pero esto redujo espacio para darle gusto al terco italiano. Pero como en todo Aldus no pudo evitar entrometerse pretendiendo que la letra tuviera un leve parecido al verdadero manuscrito que habíamos recibido del mismísimo cardenal y poeta Pietro Bembo. -Estoy seguro que el texto que nos ha entregado Pietro Bembo es un manuscrito original de Petrarca, aunque él asegure haber hecho unas modificaciones, los trazados parecen tener el sentimiento de una lírica humanista como la de Francisco Petrarca – afirmó mirando mi reacción.

-¿Con qué objeto el señor di Bembo no daría crédito a la escritura original de Petrarca? .- pregunté de nuevo con el escepticismo que siempre le tuve al genio de mi Jefe -Pues quiere el crédito para él y claramente las regalías de la imprenta del libro. Pero puedo apostar por mi primogénito Paulo que esa es la misma letra de Petrarca. – se tomó las barbas y continúo su exhaustivo examen – es que basta con mirar la delicadeza de los trazos al finalizar no hay rigidez, se siente el flujo de las bellas melodías de sus poesías. -Bueno la bastardilla debe entonces tener esas finalizaciones que insinúan el movimiento del que hablas Aldus -Por fin haz entendido mi querido Griffo, pensé que tenías la cabeza tan dura como el mármol. – El buen humor de Aldus pocas veces salía a flote pero era en verdad muy flojo – Hoy el mundo se va a ver más humanista, más clásico por ello debemos reproducir el pensamiento de los grande griegos, que concibieron el arte de las humanidades. Las largas noches y el mal olor del canal de Venecia, a las afueras de la imprenta hicieron de Mannucci un hombre con paciencia y sensatez. Mucho tiempo pasamos juntos, muchas copas de vino tomamos juntos así que tuve tiempo de conocerlo más que a mí mismo. Un día doblo un pliego ocho veces y me dijo: -Mira este va a ser el tamaño de los libros que hagamos en esta imprenta. A lo que rápidamente respondí – Estás loco Aldus, hacer las chapas tan pequeñas para una plancha de ese tamaño me va a dejar ciego. Claro cómo no eres tu quien da punzadas de tamaño milimétrico -Tranquilo Francesco, vísteme despacio, que tengo prisa. – dijo pausadamente -No me hace gracia esa media sonrisa que dibujas en tu cara mientras yo trabajo en el planeta de los pequeños libros – dije enfadado Lo que yo aún no sabía era que tenía razón y la vida va tan rápido que debemos tomarla con calma. Ese día entendí porque Mannucci había puesto en las imprentas de los libros la antigua imagen de las monedas romanas, de la época de Tito, en las que la cruz estaba grabado el lema “festina lente”, que traduce “apresúrate despacio”. El sello era tan hermoso como audaz. El ancla representaba la quietud, la solidez y la estabilidad, (la misma que caracterizaría al italiano) y el delfín que se enredaba en el ancla por el contrario representaría el movimiento y la innovación.


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