editorial El otro día, en una conversación informal, un maestro me preguntó: si tú fueras consejero de Educación, ¿qué harías? En concreto: ¿cuáles serían las tres medidas que tomarías durante los primeros cien días o incluso más allá? Le miré con aire dubitativo e improvisé una respuesta que, con el paso del tiempo, me ha ido dando vueltas en la cabeza. La primera: Escuchar las vo-
de choque que permitan avanzar hacia una escuela inclusiva e integradora con especial atención al alumnado social y culturalmente más desfavorecido. Para evitar las altas tasas de fracaso escolar en la ESO; para prevenir las carencias, con medidas de discriminación positiva, desde los primeros compases de Primaria; dignificar la Formación Profesional; y reforzar los Programas de Cualifi-
cambian pero los discursos de los poderes públicos o de las organizaciones sindicales se enquistan. Ello sucede, por ejemplo, con el manoseado tema del tiempo escolar –de la jornada y del calendario– donde la discusión parece agotada. Porque la cuestión de fondo no es si la jornada es mejor partida o continua –hay sólidos argumentos que avalan ambas propuestas–, ni si hay que
El reto es lograr un equilibrio entre el cambio y la continuidad
Y tú, ¿qué harías? ces de los diversos agentes de la comunidad educativa para tomar el pulso a la situación, tratando de discernir lo urgente de lo que puede esperar, lo importante de lo secundario, las necesidades reales de las ficticias, los intereses generales de los meramente corporativos. Sí, observar y conversar mucho Con el propósito de percibir todo aquello que funciona y, por tanto, es conveniente mantener. Porque tan nefasto resulta carecer de ideas para cambiar lo que sea necesario, como tener demasiadas y tratar de tocarlo todo. Además, con demasiada frecuencia, estas modificaciones suponen una involución y marcha atrás. El reto es tan claro como complicado: lograr un punto de equilibrio entre el cambio y la continuidad y entre la intervención de la Administración –para garantizar la igualdad de oportunidades, la calidad de la enseñanza y del trabajo docente y el escrupuloso respeto a los Derechos Humanos y de la Infancia– y la autonomía del profesorado. La segunda: tomar medidas
cación Profesional, la Educación de Personas Adultas y otros espacios formativos que constituyen las llamadas escuelas de las segundas oportunidades. En este capítulo no pueden regatearse esfuerzos ni en tiempos de crisis; al contrario, es en estas coyunturas cuando la educación requiere un mimo especial: tanto para garantizar una mayor equidad y cohesión social como para desarrollar la investigación puntera en los distintos campos del conocimiento. Pero no todo supone más dinero, pues existen otras medidas de reconversión del personal docente como la supresión de los profesores de Religión, en la enseñanza pública, para reciclarlos como personal de apoyo en las aulas, aunque ello significa romper previamente el acuerdo del gobierno con la Santa Sede: una decisión tan necesaria como coherente en un Estado aconfesional. La tercera: trascender el debate que se queda en la corteza de los problemas y las soluciones. Los tiempos
alargar más horas y días el calendario, sino qué uso se hace del tiempo, cómo se aprovecha y se hace más efectivo y, desde un punto de vista social, cómo se logra la conciliación laboral y familiar. Lo mismo sucede con otros debates. Modificar la perspectiva de análisis no supone renunciar a unos principios básicos sino abrir la mirada a otras perspectivas menos encerradas en el coto escolar y más abiertas a la complejidad social. Y, sobre todo, exige dejar de ser esclavos de la inmediatez y pensar en el futuro de las nuevas generaciones. Y tú, querido lector o lectora, ¿qué harías?
JAUME CARBONELL SEBARROJA, director
Nº IDENTIFICADOR: 406.000 { NOVIEMBRE 2010 Nº 406 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. 3
Libro_CP406.indb 3
20/10/2010 12:54:31