EL LÍMITE DEL CUADRADO Habitar hace del cuadrado una forma orgánica. A través de los proyectos en Venecia de John Hejduk entendemos el límite como catalizador y configurador del espacio. Se proyectan veintiuna casas en cuadrados de nueve por nueve con la finalidad de reflexionar en torno a la repercusión del límite en un superficie constante.
Juan Medina Revilla
Casa para el hombre que no creía en la ciudad Apenas quedaba una parcela libre en el Meatpacking District cuando Frank Line decidió hacer de su casa una negación de la ciudad más densa y racional del planeta. Tras agenciarse ese último trozo de tierra edificable construyó a 45º una casa de una planta. Las esquinas quedaban libres de las garras del dinero -diría él-; en las dos traseras había unos tiestos en el suelo agradables junto al cemento gris, en las que daban a Bleecker St.,un banquito londinense vandalizado. Pensaban que era un hipster, horror.
Casa para conservar la geometría intacta Carlo Querini no podía seguir trabajando para la revista que le llevaba dando de comer casi cincuenta años. Tema de principios, raro en un italiano, aunque fuesen geométricos. Albini, Morassutti, Ridolfi, Ponti, Grassi... ¡Brunelleschi, por Dios! ¡Todo por la borda! Desapareción de Roma y construyó un cobijo para las figuras geométricas puras en peligro, lo más masivo posible, un búnker que nos salvara a los ojos de Platón. Pudo vivir tranquilo su vejez y nosotros se lo agradecemos también.
Casa para el ecologista sin ambición Édouard Poissy, Lédo, fue un joven de centro con inquietudes ecologistas de los que tanto se estilaban en los dos mil. La vejez, que cuidadosamente transforma lo amargo en bonhomía y lo simpático también, hizo de Lédo un anciano de los del siglo anterior: de obra y mili. Le seguían gustando los árboles de la ciudad y plantó un pequeño Gingko en un solar cedido. En el tronco grabó: Le Temps n’a plus d’importance. Después, para sorpresa de todos, levantó un muro perimetral. Nadie podría entrar. Quiso hacer su pequeña aportación y preservarla.
Casa para el sonámbulo prudente En California todos sabían lo que podía pasar si Hank O. Levy dibujaba por la noche. Prudente tras algún que otro episodio peligroso en su juventud, construyó su estudio alrededor de su casa. Así al salir sonámbulo por la puerta, no estaría en la calle sino en un segundo espacio a salvo. Muchos firmarían su atropello y es que Hank, a veces,en medio del sueño, cogía el lápiz y completaba alguno de los encargos que tenía entre manos. Mandaba el fax y volvía a la cama.Por la mañana, había construido una guitarra gigante.
Casa para el hombre y el árbol amigo Eleonor Brady nunca tuvo muchas cosas. Cuando murieron sus padres se quedó con la vieja casa en el límite del pueblo de Passaic, con un horizonte lejano precioso. Las puestas de sol bajo su querido peral, el que vio crecer de niña, tocaban a su fin, iban a contruir unos adosados de a cien a su alredeor. No dudó; partió su casa en dos, levantó el suelo y tiró la mitad del tejado. Media casa para ella, media para su árbol. Lo plantó cerca de la puerta, al entrar, rodearlo era un gesto que reforzaba su presencia.
Casa para el hombre que hizo de su casa calle Para que engañarnos, Gramsky pensó lo de su casa muy joven cuando le flipaban los graffitis. Dormía poco y le bastaba un colchón para considerar hogar esos metros cuadrados. Se quedó su dormitorio y demolió el resto menos dos fachadas que parecían de papel. Convirtió su casa no sólo en calle, sino en lienzo donde podía hacer lo que quisiese porque era privado, suyo, mejor dicho, no le solía hacer asco a las paredes privadas de otros... Han pasado los años y está pensando en volver a contruir su casa.
Casa para un claustrofóbico vocacional Al poco de entrar todo va bien pero unos metros después la angustia se empieza a hacer insoportable para Henry Frames. Al fondo, la luz que parece vaticinar la tragedia, trae un nuevo soplo de aire. La casa tiene un principio y un fin, los dos son exteriores. La verdad es que esta tensión diaria, llegar agónicamente, le venía bien para escribir sus novelas de misterio aunque el médico le recomendaba tirar los muros. Henry se sentaba a medio camino y escribía la angustia mayor. Ganó un Nobel a título póstumo.
Casa para el pensador deambulante La vida de Jean Michel Soucolt, Mimi, era pensar, pensar y caminar. Decía que no sabía ni lo más mínimo de ontología kantiana delante de una mesa, tenía que estar andando y echando humo por una enorme pipa de invierno tipo System como si fuera un barco a vapor. En su gran sala daba vueltas alrededor de un óculo que le dejaba intuir la hora, no intoxicarse y saber el tiempo. Cuatro puertas llevaban a minúsculas salas qu cumplían su función. Cada una tenía a su vez salida a la calle por si el pensamiento le encontraba parado.
Casa para el habitante azteca(y para Utzon) Tuvo que avanzar mucho la técnología para juntar por fin a Jorn Utzon con Axayáctl en una mesa. La verdad es que se entendieron de maravilla y ni siquiera tuvieron que aprender un idioma común para saber que querían ser compañeros de piso en una casa basamento en medio de un bosque frondoso, levantada justo hasta la altura de las copas, donde se descubre un horizonte inmenso en un mar de vegetación. Descubrieron rápido que no podía funcionar cuando Axayáctl quiso sacrificar a una joven como ofrenda. Con los corderos Jorn estaba encantado.
Casa para el moderno sin grandes luces ¡Ay! Philip Monstrom quiso serlo todo, el poder era su perdición: podía cambiar de bando por un puñado de dólares. Cuando fue moderno intentó su casa, con pilares cada tres metros. ¡Pocas luces! -bromeaba siempre su amiga Ms. Vanderow-. La realidad es que no supo jamás poner ni un sólo mueble y vivió en una estructura durante un año antes de convertirlo en galería de exposiciones con preciosos carteles de lo que tocaba: a veces postmodern, a veces deconstructivismo, a veces Latinoamérica. Era hábil para la pasta, el que más.
Casa para el obseso de la privacidad Theresa Loner se fue haciendo cada día más reservada desde su famosa foto en cueros en el festival de Woodstock si bien mantenía intacto su amor por Hendrix y los canutos. Cuando tuvo ocasión de ver su casa tras la reforma hizo todo tipo de pruebas para comprobar que nadie la podía ver ni oír cuanto más se alejaba de la entrada. Estaba encantada: del zaguán al vestúbulo, luego de una antesala al estar, el cual precedería a la recámara y finalmente al dormitorio.
Casa para dos hermanos simétricos Los hermanos simétricos vivieron juntos desde que nacieron. Damon & Nomad, Albert & Trebla, Greg & Gerg… No necesitan hablar desde hace años porque comparten cerebro, lo que les permite leer solamente la mitad del periódico. La mano derecha del primero se ayuda de la zurda del que nacería segundos después para forjar candelabros, tenedores de cuatro puntas y demás objetos capicúas.
Casa para el pintor (y para Tessenow) Konstantin Mayakov viajó a Berlin cuando todavía era político aunque ingeniero de carrera. Ni Kino International ni Fernsehturm que valga; fue ver la Neue Wache y decidir vivir de su afición: pintar. Como alto funcionario, tenía un cuadrado de nueve por nueve en Leningrado. Levantó un muro anchísimo donde poder cavar un camarote y un aseo y, en el espacio central con un gran lucernario practicable, su taller de pintura. Siempre estaba destartalado con paños y pinturas. Captó la luz soviética mejor que el propio Lenin.
Casa-curva para el amante de la velocidad Tony Maura abandonó los circuitos cuando el cuerpo no le aguantaba más. Fue campeón del mundo cuatro veces -él diría cinco por aquella injusta avería en Le Mans-. Se retiró y fue comentarista pero por poca que fuera la distancia de las pistas, para él era demasiada. Se plantó en el circuito de Montréal famoso por su muro temerario y les propuso construir una casa en su curva. Sonaba imposible, pero la televisión manda y el riesgo vende. Veía las carreras como los toros. Se quedó sordo. Fue feliz, aunque nunca tanto.
Casa para el soldado nostálgico(y para Higueras) Leonard Richter, el alemán aliado, creció en Oregon lejos de sus padres, no se sabe muy bien como llegó hasta allí. Acabó la segunda guerra antes de lo que le habría gustado, parecería que hubiese nacido para la trinchera. Volvió a Salem sólo con medallas. Cabizbajo y disconforme, se construyó una zanja cuadrada (aconsejado por un jóven Fernando Higueras en una conversación de ascensor sin documentar). “Algo es algo” se repetía cada mañana al salir a dar clases de gimnasia a los críos.
Casa de verano y cargas uniformemente repartidas La vida de Ed Hoover era maravillosa, siempre mirando al sol. Tuvo éxito como ingeniero de puentes sin necesitarlo y sin trabajar nunca más tarde de la seis. Muchas tardes subía a la ladera de San Francisco a contemplar el paisaje, las personas como hormigas, hasta ver el rayon vert. Allí quiso construirse una cabaña al cumplir los cincuenta y dejar de trabajar. Era su última obra: lo mínimo y siempre dependiente de la naturaleza. Rodeada de árboles, no aguantaría el viento. Una losa y un pilar en medio, suelo y techo. Dos hamacas de teka, una vacía. Como su vida, parecía provisional. Aún está en pie.
Casa para siempre Rita no tenía miedo a la muerte. Nunca quiso tener hijos porque no quería cambiar ni un ápice su vida de ensueño. Tenía tanto gusto como dinero y pasaba los años entre La Toscana y París. Es fantástico conseguir que te conozcan por algo tan impopular como la elegancia. Militante comunista desde los diciseis, tenía enamorado al propio Antonio Gramsci. Desde que leyó a Sartre fantaseaba con su tumba y su epitafio. La edad cambió las palabras por un viejo ciprés de su villa y, la tumba, por un mundo de piedra; para siempre.
Casa para un hooligan inglés Damon Halborn nunca se planteó qué era estar vivo. Este hecho no le impidió apasionarse ni disfrutar dedicando su vida al Nottingham F.C. Por triste que suene, él era feliz como lobotomizado. Recibió una herencia importante de una tía sin descendencia e hizo de su casa un caricatura. Seis plataformas a modo de graderío al borde de la cancha donde entrenaba su equipo, a las afueras de la ciudad. Arriba del todo: un sofá, una nevera y un montón de objetos ultra. Abajo, lo mismo.
Casa para cuatro egipcios Llegaron directamente con ese movimiento tan característico que recuerda a los flamencos rosados al andar desde los jerogíficos del Templo de Dendera. Se escaparon de allí ante la atónita mirada monócula de Horus y de Ra. Se asentaron en un barrio tranquilo del Cairo. En vez de una pirámide se montaron un cubo y cada uno de los cuatro viviría en un lado, de perfil, que era como se sentían más comodos, en el espesor del muro.
Casa para un niño castigado Realmente era difícil imaginar otra solución para el pequeño de los Druffaut. A los trece ya conocía todos los correccionales franceses y las playas aledañas, a las que corría buscando aire. Al llegar metería los pies en el agua y sentiría libertad. Minutos después lo detendrían y devolverían a los padres deseperados. Sin embargo, funcionó. Una casa con un ricón de catigo que se acabaría por convertir en dormitorio. Jules pasaba tanto tiempo allí que acabó por ser filósofo.
Casa para Simón del Desierto Arriba, Simón, estoico, en lo alto de su enorme columna. Durante los primero años no bajó nunca de allí, donde le dejaban caer los alimentos desde un globo. Cuando descubrió que unas enormes escaleras de caracol le llevaban hasta la base, empezó a bajar por las noches a los bares de Nueva York. Con los materiales que recolectaba acabó por construir una casa de cien plantas. (Hoy, vive en un ático en Central Park tras vender su millonaria torre.)
Juan Medina Revilla