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Capítulo 16

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Capítulo 15

Capítulo 15

CAPÍTULO 16.

La pandemia detrás del estallido

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RAIMUNDO IRAZABAL JOSÉ PINTO ANDRÉS PUIG

Octubre de 2019 marcó un cambio fundamental en la historia reciente del país. Desde ese entonces, las calles de Chile fueron testigos de una masa de personas que desbordaron las grandes avenidas. El sonido de las cacerolas, el asfixiante aire mezclado con lacrimógenas y el abrasante calor de las barricadas acompañó a los chilenos durante meses. Aunque hubo múltiples factores que marcaron el estallido social, el fundamental fue el cansancio acumulado de las personas con la enorme desigualdad de Chile, que salió a manifestar en las calles su descontento. La desigualdad tiene diversos rostros en el país: es de ingresos, pero también de oportunidades, de salud, de educación, de condiciones de vivienda, de género. Si en 2019 las manifestaciones tuvieron su punto cúlmine el domingo 25 de octubre con más de un millón de personas en la capital y otros tantos en regiones expresando su rechazo a los abusos, al sistema de pensiones de capitalización individual, la salud y educación para ricos y pobres, en 2020, tuvieron dos jornadas épicas. La primera fue el domingo 8 de marzo, una jornada única e histórica, en que casi dos millones de personas se congregaron en las calles de Santiago para conmemorar el Día Internacional de la Mujer (8M). La segunda fue el plebiscito del domingo 25 de octubre, en que más de cinco millones 800 mil personas se pronunciaron por el cambio de la Constitución de 1980 mediante una convención constitucional. El llamado estallido social comenzó con el rechazo de estudiantes de Santiago al alza del pasaje del Metro, decretada por el ministerio de Transportes de acuerdo con recomendaciones técnicas. Inicialmente el movimiento fue solidario: los estudiantes se manifestaron en las calles contra alzas que no los perjudicaban directamente, porque el ticket escolar no subió, pero sí a sus familias. Pronto pasaron de marchas a los llamados a evasión del pasaje y a saltarse los torniquetes de la red. La primera respuesta del gobierno fue policial: rechazar la petición de derogar el alza y bloquear las estaciones del Metro que eran ocupadas por estudiantes. Pronto las manifestaciones adquirieron ribetes más violentos con destrozos en decenas de estaciones el Metro, saqueos en supermercados y pequeñas

tiendas, cuyos autores no han sido encontrados hasta hoy. El presidente declaró Estado de Emergencia, sacó los militares a las calles y decretó toque de queda, lo que no frenó las movilizaciones. El estallido social ya era una realidad, y aunque después se derogó el alza del Metro, esto no impidió que las manifestaciones se multiplicaran y extendieran por todas las ciudades del país durante meses. Violaciones a los derechos humanos y daños a la propiedad pública y privada se hicieron cotidianos en el último trimestre de 2019. El 8M apareció como una extensión de los meses anteriores. Había canalizado la tensión acumulada en un verano más apacible, cuando el movimiento social se tomó cierto respiro tras los vertiginosos hechos ocurridos desde octubre. Parecía que ese día el estallido volvería a surgir con las mujeres en las calles. Sin embargo, un virus dijo algo distinto. Cuando muchos temían una nueva explosión social, el coronavirus se apropió de la agenda del país. Ya no había espacio para las protestas. El 3 de marzo de 2020, en la región del Maule, se registró el primer contagiado por la Covid-19 en el país. El 8 de marzo, el mismo día en que dos millones de mujeres salieron a las calles, eran diez los casos. Y hacia finales de marzo había casi 3.000 personas infectadas con el virus. Mientras Chile entraba en las semanas más oscuras de la pandemia, el prolongado confinamiento se encargó de frenar el impulso del estallido social, pero no aplacó el descontento. El país entraba en una nueva etapa, en medio de una pandemia, pero con un hecho histórico en el horizonte: el plebiscito por el cambio de Constitución, como resultado del acuerdo del 15 de noviembre de 2019 de los partidos políticos y el gobierno para impulsar un proceso de cambio constitucional que dejara en manos de las personas el futuro de la Carta Magna. Era una válvula de escape al descontento y buscaba el término de la violencia. Pactado para el 26 de abril de 2020, la pandemia obligó a diferir esa votación. Finalmente, fue el 25 de octubre de ese año fue el día escogido para el plebiscito. Aunque se esperaba un triunfo del Apruebo, este sorprendió por su magnitud.

Marzo 2020: el cese del estallido

El verano estaba terminando. El calor era sofocante y el aire estaba denso, como un día cualquiera de marzo en pleno Santiago. El Metro iba abarrotado de personas, pero sin la amargura o estrés de un día laboral en la capital. Eran mujeres, de todas las edades y lugares de Santiago, dando la impresión de una marea teñida de verde y morado, desde niñas y jóvenes hasta abuelitas. También, uno que otro varón que las acompañaba. No era un día cualquiera sino el 8M, el de la marcha más grande que el país había presenciado hasta ese momento: cerca de dos millones de personas congregadas pacíficamente en contra de la desigualdad y violencia de género. Ese día, Isabel Suárez caminaba por la Alameda. Mirando de un lado a otro, incrédula, no comprendía lo que pasaba. Hace algunos meses se había unido a la Coordinadora 8M por convicción, pero también con la ilusión de iniciar un camino que les abriera más espacio a las mujeres en la sociedad y en la política. Un camino difícil, pero que ese día parecía por fin rendir sus frutos. – Había muchas mujeres en las calles aledañas –dice mientras suspira–. Para mí fue un día maravilloso. Nunca imaginé que esto podía suceder... La conmemoración del Día Internacional la Mujer de 2020 fue especial. No solo por la cantidad de personas que salieron a las calles, sino porque era la primera gran manifestación luego del estallido social. Después de la extraña tranquilidad presenciada durante el verano, ese 8 de marzo resurgió con intensidad la movilización social. Los cánticos y pancartas inundaban el lugar: “Somos el grito de las que ya no tienen voz”, clamaba uno de ellos. Las manifestantes se quejaban no solo por los sistemáticos abusos y desigualdad de género en el país. También criticaban a la clase política, por las mismas razones que originaron el estallido de octubre. Sin embargo, todo estaba por cambiar.

Fuente: Elaboración propia con base en información de prensa.

Los días posteriores al 8 de marzo estuvieron marcados por el cambio de agenda. Lo que se creía sería la reactivación de las protestas terminó siendo la última gran manifestación en largos meses. Los problemas que generaron las movilizaciones no terminaron en ese momento: la desigualdad y los abusos prosiguieron, así como el malestar social. Pero pasaron a un segundo plano después de la confirmación y expansión del brote de Covid-19 en el país. El avance fue rápido e imparable. Esto significó un cambio de paradigma. Manifestarse en las calles ya no era una opción, la crisis sanitaria no lo hacía posible. Sobre quien lo intentó, además, había represión. Con el primer caso confirmado el 3 de marzo, el gobierno del presidente Sebastián Piñera debió actuar rápidamente. El 18 de ese mes , se decretó Estado de Excepción de Catástrofe, dando pie a una seguidilla de restricciones: primero el toque de queda, luego las cuarentenas parciales y, finalmente, el confinamiento total para la mayor parte de la población del país. El silencio desolador que acompañó a las calles durante el invierno fue un duro contraste para aquellos acostumbrados al ruido de los cánticos y cacerolas. Durante ese tiempo se terminó por sepultar cualquier esperanza de revivir lo ocurrido el 18 de octubre del 2019, aquel episodio que comenzó con las bulladas evasiones en el Metro.

Retrospectiva: ¿Qué pasó en octubre?

“En medio de esta América Latina convulsionada, Chile, nuestro país es un verdadero oasis con una democracia estable”, dijo el presidente Piñera, una semana antes de que empezaran las evasiones al Metro de jóvenes secundarios que, con la consigna de “evadir, no pagar, otra forma de luchar”, protestaban contra el alza de $30 al pasaje. Pero al oasis lo secó una tormenta de arena que comenzó esa noche del 18 O con la evasión al tren subterráneo, cuyas estaciones debieron cerrarse para evitar más desmanes. A eso lo siguieron los cacerolazos que atronaron en diversos barrios de la capital, hasta en sectores acomodados, y el incendio de la escalera del edificio Enel. Las protestas se masificaron y extendieron por todas las ciudades del país.

Esa noche, el presidente, como si no pasara nada, celebró el cumpleaños de uno de sus nietos en un restaurante Romaria en la comuna de Vitacura. Mientras la gente salía a protestar, y otros a saquear, las redes sociales ardían al ver la foto del mandatario en la pizzería. “Fuimos y había pacos por todas partes, apagando fuego. Ese fue el primer día, entonces reaccionaron fuerte, en donde veían a alguien y empezaban a gritar al tiro. Ahí nos dispararon, cerca del edificio Enel”, relata José Tomás Aguilera, que estuvo presente la noche en que se quemó. El 19 de octubre las personas salieron a la calle a manifestarse, cada uno con su propia demanda en diversas partes del país, mientras algunos se encontraban aterrados al ver a los militares nuevamente en las calles como en la dictadura que vivió Chile durante 17 años. Por otro lado, los jóvenes que no vivieron esa época le perdieron el miedo a ver soldados con sus fusiles en la vía pública y persistieron en sus demandas. Durante todo el sábado fueron saqueados 60 recintos de la cadena de supermercados Walmart, otras 150 tiendas y supermercados de la cadena SMU, farmacias, bancos, automotoras y oficinas de las AFP; todos símbolos del modelo neoliberal. La madrugada del 20 de octubre, Piñera afirmó que “estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie”. Por su parte el general Javier Iturriaga, elegido por el mismo presidente para liderar el Estado de Emergencia en la región Metropolitana, sostuvo un día después de la frase del mandatario que “soy un hombre feliz la verdad, no estoy en guerra con nadie”. Durante toda esa semana hubo manifestaciones desde Arica a Punta Arenas, algunas pacíficas y otras fueron manchadas por actos violentos, hasta que el 25 ocurrió una de las manifestaciones más multitudinarias que ha tenido Chile en toda su historia. En un ambiente alegre y de esperanza se escuchaban los gritos: “El pueblo, el pueblo, el pueblo, donde está”. Diferentes manifestantes llevaron sus carteles con su propias demandas o afiches en contra del gobierno de Piñera. Según reconoció el gobierno, y registraron los medios de comunicación, un millón doscientas mil personas asistieron a lo que se conoció como la “Marcha Más Grande de Chile”.

A días de que hubiera comenzado el estallido social el presidente hizo su primer cambio de gabinete, forzado por la aprobación en el Senado (23 votos a favor y 18 en contra) de una acusación constitucional de la mayoría opositora contra el ministro del Interior, Andrés Chadwick. La cámara alta aprobó los dos cargos de la acusación por 23 votos a favor y 18 en contra: el primero, no haber impedido que continuaran violaciones a los derechos humanos en el estallido social; y por sus actuaciones durante el Estado de Emergencia. Chadwick quedó inhabilitado para ejercer cargos públicos durante cinco años, hasta 2024. Piñera aprovechó de hacer un ajuste profundo de gabinete, que afectó a ocho ministros. En La Moneda, asumió en Interior, en reemplazo de Chadwick, Gonzalo Blumel, que dejó la secretaría general de la Presidencia. Llegaron al palacio Karla Rubilar como ministra vocera de Gobierno, que dejó la intendencia de la región Metropolitana, y salió Cecilia Pérez que se fue a Deportes, donde sustituyó a Pauline Kantor; y al ministerio de la Presidencia llegó el diputado UDI Felipe Ward. En Hacienda salió Felipe Larraín, que fue reemplazado por el académico Ignacio Briones. En las dos carteras principales del gabinete, Interior y Hacienda, llegaron dos cartas de Evopoli, que pasó a tener un mayor peso en el equipo político y económico del gobierno. Pero este diseño, cuya idea original era dar una señal de mayor “escucha” de las demandas ciudadanas, solo resistió hasta mediados de 2020. – El estallido social fue un conjunto de cosas y demandas que se mezclaron – dice el académico Francisco Javier Covarrubias, decano de Artes Liberales de la Universidad Adolfo Ibáñez–. Es una nueva generación que no sufrió la Unidad Popular ni la dictadura militar y que, además, logró salir de la pobreza. Sostiene también que lo que ocurrió en Chile a partir del 18 de octubre fue que dejó de crecer económicamente y la clase política en general, no cumplió las expectativas de la población. “Tiene que ver con el desacople de la política con la ciudadanía, que hace que efectivamente, para unos estábamos viviendo en el país de las maravillas y para otros, todo es producto de acuerdos de la elite”, afirma la cientista política, Gloria de la Fuente.

Fuente: Elaboración propia en base a la información extraida del INDH, Amnistía Internacional y Human Rights Watch & ACNUDH.

Fueron en total 459 las víctimas contabilizadas por el Instituto Nacional de Derechos Humanos con daños oculares, para las cuales todavía no hay reparación integral por lo sucedido. Según la Unidad Especializada en Derechos Humanos de la Fiscalía Nacional hubo 5.556 casos de violaciones a los derechos humanos durante el estallido social, de los cuales 4.525 personas corresponderían a hombres y 1.031 a mujeres. En términos etarios, 4.719 serían adultos y 834 niños, niñas o adolescentes. También existen 490 casos de vulneración de los derechos fundamentales de las mujeres.

La zona cero: de Plaza Italia a Plaza Dignidad

Desde la declaración del Estado de Emergencia y durante casi un año, en la capital las manifestaciones tuvieron su epicentro en el lugar donde habitualmente los santiaguinos celebran en especial los triunfos deportivos, en la plaza donde la avenida Alameda Bernardo O’Higgins, la principal, pasa a llamarse avenida Providencia. Este lugar tuvo su bautizo como Plaza La Serena, inaugurada en el siglo XIX en honor a la provincia de Coquimbo. Su segundo nombre fue Plaza Colón, por el navegante europeo que llegó a América, Cristóbal Colón, con ocasión del cuarto centenario del descubrimiento del continente. Con motivo de las celebraciones del centenario de la república fue llamada Plaza Italia. Su denominación popular incorporó también, indistintamente, el nombre de Plaza Baquedano, en homenaje al general Manuel Baquedano, el jefe del Ejército chileno en la guerra contra Perú y Bolivia, de 1879-1884, cuyo monumento ecuestre se emplazó en ese lugar. Posteriormente, la estación del Metro en la plaza tomó el nombre de Baquedano. La Plaza Italia marca el punto de diferencia y divide la ciudad entre los sectores sociales de los ricos y los pobres. Ya que de Plaza Italia “para arriba”, como se dice comúnmente, están los barrios más adinerados. Esta plaza ha sido parte de la historia chilena, fue construida y reconstruida una y otra vez para que siempre esté vigente como sitio de encuentro para sus ciudadanos. La Plaza Italia ha sido el campo de reunión predilecto de los capitalinos desde la vuelta a la democracia. El lugar neutral en donde la gente sale a marchar, a

manifestarse, organizarse y celebrar con triunfos esporádicos de fútbol o de política. Durante el estallido los manifestantes rebautizaron el lugar como Plaza de la Dignidad. Ha sido el punto de batalla más fuerte, en donde se han enfrentado múltiples veces las fuerzas especiales de Carabineros contra los manifestantes, que muchos de ellos le dicen las “capuchas” o “encapuchados”. Y hasta hoy esporádicamente lo es, aunque a fines de 2020 las manifestaciones en la capital comenzaron a intentar marchar por la Alameda hacia La Moneda. Las víctimas de la cercanía con el epicentro del descontento social han sido los vecinos del sector. Con frecuencia se interrumpe el tránsito y muchos negocios del lugar, iglesias y hasta una sede universitaria han sido quemadas y/o saqueados. Los químicos de las lacrimógenas, el líquido pestilente de los carros lanzaaguas, los restos de barricadas y fogatas, y en ocasiones el riesgo de ser alcanzado por perdigones, lacrimógenas o piedras, son parte de la cotidianeidad en las cercanías de esta plaza, siempre custodiada por carabineros. Sin embargo, un vecino, estudiante de psicología de la Universidad Católica, José Tomás Aguilera, le encuentra un lado positivo a lo que ocurre en las cercanías de la denominada “zona cero”. Él cuenta su visión de cómo es vivir cerca de la Plaza de la Dignidad, el lugar “donde las papas queman”. En el lugar existe una tensión palpable y las marchas siempre dan de qué hablar a los vecinos. – Al principio estaban todos los viejos demasiados asustados –explica Aguilera–, les daban flashbacks del golpe y la dictadura. Las noticias mostraban fuegos, balazos y era eso lo que yo escuchaba afuera. Admite entre risas tener una opinión poco popular sobre lo ocurrido. Dice que le gusta, no solo por participar, sino por observar de cerca los eventos de octubre. – Fui más espectador que actor en la manifestación. A mí me gusta pensar por qué pasan las cosas, entender todo lo que está ocurriendo. Pero sí había momentos en que estaba encerrado con muchas personas y si se ponían a cantar, tu no podías no cantar. Si están todos haciéndolo, se te mete esa energía. Se justifica porque como rancagüino no hay mucho qué hacer en su ciudad.

De pasar esas tardes de hacer nada a estos días en donde hay marchas, que todos los días pasaron a ser con ruidos, cánticos, balazos, humo y el sabor a lacrimógena, no tenía donde perderse. Su caso es excepcional. A muchos, incluso que coinciden con las reivindicaciones sociales expresadas en las calles, las manifestaciones los agotaron y, por la falta de respuestas, terminaron desalentando.

Otra cara del estallido

La violencia de los días de octubre y noviembre no se percibió solamente en Santiago, se hizo presente en todo Chile. Los saqueos que se mostraban a través de los canales nacionales dejaron de lado a las regiones, a muchas ciudades en donde estaba ocurriendo lo mismo o peor. Pequeños comerciantes perdieron sus mercaderías y algunos nunca se recuperaron. Pocos responsables fueron detenidos. En Valparaíso, cada día se hacían manifestaciones con el propósito de llegar al Congreso para que se escuchara la voz de la calle. Nunca lo lograron con ese método. La respuesta fue siempre la misma: lacrimógenas por parte de los uniformados de Carabineros y detenciones, para proteger el perímetro del área de las dos cámaras del Congreso Nacional. Pero no todos los que estaban en las calles participaban de las demandas o querían desmanes. Para muchos es una necesidad porque solo así pueden solventar sus gastos diarios, trabajando en la calle. Adefe es uno de los cientos de vendedores ambulantes de Valparaíso, quienes ofrecen de todo un poco en las calles. Él tiene su sitio favorito en una esquina de las calles bohemias de Valparaíso, casi siempre cerca de la subida Ecuador, con sus diferentes tabacos de sabores tropicales que están listos para que los transeúntes apurados puedan comprar mientras caminan a sus destinos. Se destaca entre sus pares por siempre estar “tirando la talla”, risueño, de pelo negro largo con rastas, muy delgado y con ropa ancha. Se lo veía trabajar mientras jugaba en su teléfono al “Call of Duty Mobile” en los tiempos previos a la pandemia. Recuerda Adefe el 18 de octubre con la siguiente frase: “La primera marcha

que no terminó más”, porque las demandas persisten hasta hoy. Cuando hace memoria para conversar sobre el tema, relata que “ya estaban avisados de que quedaría la cagá...”. Se hablaba por las calles que el tío de un amigo que es marino avisó. Todos estaban avisados, según él, en las calles. – De pesado me metí a hacer las barricadas en la esquina de la subida, fui uno de los primeros en prender al principio. Fue lo único que hizo para participar en las marchas, tenía otra preocupación. Su hijo y su polola. El primer día fue difícil para ellos llegar a su casa, con el tránsito cortado por las barreras de basura, madera o lo que se encontrara a mano. El centro estaba pasado a lacrimógenas, describe. Camino a su casa vio el mismo día las consecuencias de los saqueos en Ripley: “La gente subiendo por el cerro con cosas, de todo; teles, teléfonos, ropa, cajas de zapatillas, etc.”. También vio un saqueo en un supermercado. La fecha no la recuerda bien, pero sí que abrían el Líder de Colón con Avenida Argentina. Reconoce que al verlo tomó algunos alimentos, por temor de que la comida se hiciera escasa. Cuenta entre risas que su polola le prohibió participar en las marchas por temor a que lo mataran o lo “molieran a palos”. Los Carabineros estaban peleando contra la gente peleando en otro lugar y pensó que podía hacerlo sin mayores problemas. Al entrar, la situación era una “locura” con adrenalina. Tropezó contra un estante por las botellas de aceite de oliva que había reventadas en el piso. Se cayó con todo el rack, recuerda. Estuvo muy poco tiempo, pero logró sacar aceite, fideos, arroz y café. Arrancó al escuchar el grito “¡Vienen los pacos!” dentro de la tienda. “No me acuerdo exactamente en qué se fueron estas cosas”. Algunos paquetes de fideos se cambiaban por un kilo de lentejas u otras cosas. Nunca fue por maldad, sino por necesidad”, recalca. El café, recuerda, se fue a trueque. – Muchos que saqueaban supermercados después regalaban las cosas en la calle. Decían “¿quieren pañales pa’ su guagua?, tomen. Entonces ahí nos regalaban pañales a la pasada”. Me acuerdo que un tipo saqueó unas zapatillas del Ripley, pero no le quedaron bien. Entonces tuvo que cambiarla por otra cosa. Yo me pegué caleta de asados. Cambiaba dos paquetes de tabaco por un pedazo de carne.

Balas en Reñaca

Había pasado casi un mes después del 18 de octubre, en donde la normalidad aún no se podía encontrar y lo nuevo era siempre salir con tiempo sobrante para llegar sin ningún incidente o atraso por culpa de las marchas, barricadas o cortes de tránsito policiales. “Chao mamá, sí… cualquier cosa te aviso. Sí, bajaré a Reñaca, vuelvo más tarde”, gritó Ignacio Puig. antes de salir a prisa de su casa a esperar el bus. Mientras lo hacía revisó con una lista mental tener sus cosas a mano, tocando sus bolsillos para ver si tiene todo listo: “Teléfono, billetera, llaves, pase escolar, monedas a mano para la micro”. El joven viñamarino de 22 años bajó al centro de Reñaca a observar la marcha que se había convocado para llevar la “lucha” a donde “más duele”, como decían las redes sociales. La cita tuvo como propósito ir a manifestarse en los sectores de altos ingresos, ya que por lo general las manifestaciones se encuentran lejos de zonas residenciales. En muchas ciudades, la “zona cero” de las protestas son espacios públicos destinados al comercio, donde hay negocios de gente común y corriente, no grandes marcas consolidas, quienes estaban sufriendo a través de la violencia y delincuencia. No era la primera vez que manifestantes intentaron llevar la marcha hacia Reñaca. Lo habían intentado antes, pero fueron repelidos por los “chalecos amarillos”, que los esperaban cerca del Starbucks de avenida Borgoño, en la entrada del famoso balneario veraniego. Fue el 5 de noviembre, pero los vecinos del barrio estaban ahí impidiendo el paso a los manifestantes. Cinco días después pasaron sin problemas. Ignacio estuvo presente cuando la marcha pacífica llegó a la playa de Reñaca y se instalaron entre el primer y tercer sector. – Llegué tipo tres o cuatro de la tarde más o menos, iba a juntarme con unos amigos, pero me quedé para ver lo que estaba pasando. Había mucha gente, pero yo fui como a sapear, a ver qué onda, cómo estaba el ambiente, porque no es normal que vaya una masa de gente a Reñaca a protestar, a celebrar, menos

en noviembre. El día estaba soleado, bonito y hacía calor. El ambiente lo describe como carnavalesco y relajado, gente bebiendo en las playas, algunos con un asado, otros con música. Ignacio recuerda estar fascinado observando el comportamiento de las personas. Cuenta que iba a la casa de unos amigos en Bosques de Montemar, pero se terminó quedando, se encontró con gente conocida, pero estuvo la mayor parte del tiempo solo. Pasaron los minutos y luego las horas. Su lugar de observación fue la rotonda de Reñaca, cerca del tercer sector, cerca de concurridos locales emblemáticos como “Las Empanadas Roldán” y “Palm Beach”. Esa tarde, durante el peak de la invasiva performance “si no baila, no pasa”, los manifestantes detenían a los vehículos justo en ese sector. Muchos automovilistas participaban y tocaban la bocina; muy pocos se resistieron hasta que llegó una camioneta Mitsubishi ploma. El ambiente se puso tenso, rememora Ignacio. El conductor de pelo blanco, vestido con un chaleco amarillo, no quiso participar y aceleró bruscamente para pasar esta performance inédita en Chile. Los manifestantes empezaron a mover la camioneta gritando “el que no baila no pasa”. Él no se bajó y empezó a acelerar. Después se hizo un costado, ya que había seguido de largo. Puig estaba a una distancia de cinco a ocho metros del lugar. – En ese momento este tipo aceleró y avanzó nuevamente como diez o veinte metros. Paró. Y ahí fue cuando vi que se agachó como a buscar algo de la guantera. En eso le empezaron a tirar botellas. Avanzó un poco más allá, porque le empezaron a pegar al auto. Mientras le arrojaban objetos, el conductor aceleró un poco más allá, recuerda Puig. – Se detuvo dos veces en total. Paró una vez para recoger la pistola y cargarla, la segunda vez avanzó 30 metros más y ahí se bajó y empezó a disparar. En ese momento no sabía lo que estaba viendo. Estaba rodeado de 500 personas más cuando vi que se bajó y empezaron a tirarle más cosas y él empezó a disparar. Cuando Puig escuchó el primer tiro pensó: “Aquí va a quedar la cagá”. Había entrado en “modo adrenalina”, relata.

– Todo el mundo empezó a correr hacia Concón, hacia el cuarto y quinto sector de la playa para alejarse de él. Todos en masa, con gente, con perros, guaguas, vi mucha gente con niños. Este hecho fue inédito en las protestas, especialmente para el tranquilo sector de Reñaca. Rápidamente se descubrió quién fue el autor de los disparos. Se trataba de John Cobin, de nacionalidad estadounidense y residente del barrio de Jardín del Mar. – Se había bajado del auto para disparar su arma de fuego, pero no para advertir de que no se acercara la gente. Era con intención de herir –dice Puig. Relata con mucha precisión lo que pasó segundos después. Los niños empezaron a llorar, la gente corrió buscando un lugar más seguro mientras otros gritaban enfurecidos por lo que había pasado. “Fue la gota que rebalsó el vaso” recuerda. Puig relata que el ambiente pacífico y tranquilo se transformó en un lugar denso, inquietante. Pasaron unos minutos y escuchó gritos de que había un herido, una víctima del arma de Cobin. Él se acercó para ver qué había ocurrido. Cuenta: – Le había llegado a la pierna, en el muslo. Estuve a un metro de él, junto con la gente que lo estuvo ayudando y asistiendo. Todo lo que se había descrito antes cambió para mal, la multitud empezó a destrozar, hacer barricadas y romper todo lo que encontraba. Locales costeros como “Ana Sushi” fueron completamente destruidos y saqueados, los muebles que decoraban el lugar fueron expuestos a la calle para poder impedir el paso de los autos. Prosigue: “Me impresionó mucho, me marcó ver cómo llegaron con barrotes, pusieron las barricadas, se pusieron a gritar y a pelear entre todos. De un momento a otro, un ambiente familiar, y todo a uno totalmente hostil, parecía una guerra civil.. Lo que había vivido más temprano durante el día cambió drásticamente”. Confiesa Puig que mantuvo un poco en secreto a su familia el haber estado tan cerca en un tiroteo, de lo que había pasado en una tarde que pudo haber sido bastante tranquila si John Cobin no hubiese disparado en cuatro oportunidades. El estadounidense, quien vive en Chile hace más de 20 años, fue condenado

por la justicia en octubre de 2020 como culpable de tres cargos: autor de delito frustrado de homicidio simple, autor de un delito de homicidio simple en grado de tentativa y por el delito de disparo injustificado en vía pública, completando una sentencia de 11 años. Tras su apelación, la Corte Suprema recalificó los delitos en febrero de 2021 como “lesiones graves” y “daño”, reduciendo su sentencia de cárcel a seis años y un día. Todo esto ocurrió por no haber participado en “el que baila pasa” y haber generado un acto de violencia injustificada en la calle principal de Reñaca.

Manifestarse en pandemia

Desde el 18 de octubre, quienes salieron a las calles a manifestase concibieron una nueva forma de entender la realidad social del país. Las marchas, saqueos y la violencia desatada armaron un ciclo que parecía no tener fin. Sin embargo, el avance de la Covid-19 y las numerosas restricciones impuestas por el gobierno para frenar la pandemia terminaron por aplacar ese escenario. Con más de 540 mil casos acumulados a noviembre de 2020, los meses de mayo y junio mostraron la peor cara de la crisis sanitaria con una tasa de contagio diario que llegaba, y por momentos superaba, las seis mil personas. El gobierno de no daba abasto y el Ministerio de Salud debió decretar cuarentenas en gran parte del territorio nacional. Con 9.500 muertes acumuladas el 31 de julio, al descontento social causado por la desigualdad se sumaba una ola de indignación producto de la inoperancia del ejecutivo para controlar esta crisis. “Estamos preparados para enfrentar esta pandemia” decía el presidente desde el Palacio de la Moneda el 3 de marzo, el mismo día que se registraba el primer contagiado en el país. Pero en 2020, Chile se convirtió en uno de los países más golpeados de la región y sus palabras se convirtieron prontamente en motivo de malestar para los millones de compatriotas encerrados en sus casas. Frente al avance imparable de la pandemia, las medidas tomadas por Sebastián Piñera parecían un intento extremo de mantener en pie la economía. A los expertos les parecía que la prioridad estaba puesta en la economía y no en la situación sanitaria. Primero fueron las cuarentenas dinámicas, que restringían el desplazamiento solo en aquellas comunas con mayor tasa de contagio, y no en

regiones completas, con lo que el traslado de las personas era fácil. Después, a la laxitud con que se concedieron los salvoconductos: las cuarentenas apenas disminuían la circulación de personas en las calles. El manejo de las cifras de la pandemia contribuyó a erosionar la credibilidad en las instituciones. Posterior a aquello, en abril, en vísperas de los peores meses de la pandemia, se presentó el “Plan Retorno Seguro” que buscaba la reactivación del país con el retorno de trabajadores y estudiantes a sus actividades. Aquí se impuso la realidad a los planes. El aumento exponencial de los casos y fallecidos no hizo posible de concretar este “retorno seguro”. En mayo, lo siguió el intenso debate entre el gobierno y la oposición por el ingreso de emergencia para aquellas personas que sufrieron de una fuerte caída de sus ingresos. El resultado: victoria del ejecutivo al dejar en $65.000 el monto repartido por familia. Luego vino la batalla por las canastas. Muchos expertos las criticaron por ser ineficaces, la tardanza con que llegaban a quienes las necesitaban y la insuficiencia del apoyo, que no era universal. Incluso hubo críticas por su uso político. Ninguna de estas propuestas fue particularmente popular, al contrario, significó un rechazo similar al vivido en octubre pasado. Muchos alcaldes, incluso algunos de las filas de Chile Vamos, encabezaron los cuestionamientos a estas medidas. Ante la imposibilidad de demostrar el descontento en la calle, las personas encontraron diversas formas de hacerse escuchar. A partir de ese momento, el golpeteo de las cacerolas inundó esporádicamente las ciudades del país. Era una respuesta rápida, casi inmediata, a las impopulares y tardías acciones emprendidas por el gobierno para enfrentar la crisis. No fue de extrañar que a los pocos meses Piñera debiera retroceder en sus declaraciones iniciales y reconocer la realidad que enfrentaba Chile: “Ningún país, ni siquiera los más desarrollados, estaba preparado para enfrentar la pandemia del coronavirus (…) Chile tampoco “, dijo en mayo en medio de una expectante cadena nacional. Sus palabras, en un marcado tono conciliador, no bastaron para frenar el descontento. Este se expresó en la caída de la aprobación presidencial en las encuestas, del que solo se recuperó parcialmente

con la llegada de las vacunas y su administración. Y también en cacerolazos esporádicos en diferentes ciudades, Los meses pasaron, y aunque con una leve mejoría, la Covid-19 aún ahogaba cualquier intento de manifestación en las calles. Sin embargo, en agosto de 2020 se dio paso a una lenta reactivación del escenario vivido en octubre pasado con el término de la cuarentena en la comuna de Providencia y la consiguiente apertura de Plaza Italia, la “zona cero” de las manifestaciones. El primer aniversario del estallido social, octubre de 2020, coincidió con el mes del plebiscito constitucional y fue otro punto de inflexión. La conmemoración del 18 O terminó con los cielos empañados por una densa capa de humo. Las manifestaciones rebrotaron a un año del inicio de la revuelta y con violencia: primero fue la iglesia Asunción, luego la Iglesia San Francisco de Borja, ambas profanadas y calcinadas. Así terminaba la jornada de protesta más importante desde el inicio de la pandemia. Con ello, resurgían las barricadas, el fuerte olor a lacrimógenas y el enfrentamiento con la policía. Sin embargo, el sentimiento era distinto: el plebiscito se asomaba en el horizonte.

El cambio de fecha

El 15 de noviembre de 2019, en pleno estallido social, los partidos políticos buscaron y el gobierno darle una salida institucional a la crisis que vivía Chile y, movidos por la presión ciudadana y la violencia en las calles. El resultado fue el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, que suscribieron representantes de la gran mayoría de las colectividades. En el documento se ofreció someter a un plebiscito si se quería una nueva Constitución, algo impensable antes del estallido social, mediante un voto de “rechazo” o “apruebo”. Además, en una segunda pregunta, que se aplicaría si triunfaba el “Apruebo”, se votaría el tipo de órgano que iba a redactar la nueva Carta Magna, entre dos posibilidades: una Convención Mixta Constitucional (con participación de ciudadanos electos por votación y parlamentarios) y una Convención Constitucional (solo con participación de ciudadanos electos por votación). Y el trabajo de los convencionales, el texto de una nueva constitución,

sería sometido a un plebiscito de salida o ratificatorio, con voto obligatorio, 60 días después de terminado el trabajo de redacción de la nueva Constitución. El plebiscito de entrada estaba contemplado para que se realizara el 26 de abril. El debate para llegar a este acuerdo fue áspero. El punto central de fricción entre las fuerzas políticas fue la norma sexta del Acuerdo, que establece: “El órgano constituyente deberá aprobar las normas y el reglamento de votación de las mismas por un quorum de dos tercios de sus miembros en ejercicio”. El alto quorum tornaba clave tanto el plebiscito constitucional como la elección de los delegados a la Convención. Sin embargo, esto no aplacó los ánimos en las calles. Las protestas siguieron periódicamente en 2019 y 2020 hasta el inicio de la pandemia. Si bien la demanda por una nueva Constitución no era la principal entre la heterogeneidad de reivindicaciones que pedían los manifestantes, sí estuvo presente desde un comienzo. Lo que calmó los ánimos fue la pandemia. Con la propagación del virus en el país en marzo de 2020, los parlamentarios hicieron una nueva reforma constitucional para cambiar la fecha del plebiscito. Pocos lo rechazaron: una abrumadora mayoría parlamentaria acogió aplazar la fecha del referéndum para el 25 de octubre.

Plebiscito 2020: una jornada histórica

El movimiento social que floreció en plena primavera, maduró en verano de 2019 y se mantuvo en pie a pesar de la pandemia, para reafirmarse el 25 de octubre de 2020 luego de que la opción Apruebo y Convención Constituyente arrasaran en las urnas, con más del 78% de los votos y una alta participación electoral. La jornada del plebiscito fue distinta a otras elecciones porque debido a la pandemia se tomaron ciertas medidas sanitarias para evitar nuevos brotes de coronavirus. Entre estas, se encontraron el horario especial para los adultos mayores, el distanciamiento social, límites de personas en los locales de votación y un horario extendido para evitar aglomeraciones de sufragantes. Tras una campaña atípica, sin actos masivos de cierre y con una propaganda

confusa en la franja televisiva, en que algunos partidos estaban con mensajes tanto en la franja del Apruebo como la del Rechazo, el domingo 25 poco antes de las 8:00 horas los vocales de mesa empezaron a movilizarse para llegar a los centros electorales. Cerca del mediodía el 100% de las mesas se encontraban constituidas. Lo propio ocurría en el extranjero, donde, por ejemplo, en Nueva Zelanda se escrutaron los primeros votos. En el país oceánico casi 800 compatriotas le dieron su apoyo al Apruebo con un 93,33% y a la Convención Constitucional con un 94,03%. Las largas filas fueron una de las principales características del día. Hubo una gran afluencia de jóvenes motivados para votar con su lápiz azul y la mascarilla –que solo se podía quitar durante tres segundos cuando el presidente de la mesa lo requería, lo que muchas veces no se cumplió debido al nerviosismo que había por el plebiscito y la pandemia– algunos electores esperaron bajó un fuerte sol, mientras que más al sur a otros les tocó una leve lluvia. Pasadas las 20:00 el país se encontraba expectante por los resultados. Pocos minutos antes había empezado el recuento, donde los presidentes de mesa como históricamente lo han hecho empezaron a gritar a viva voz los sufragios. A las 21:30 horas ya había una clara tendencia hacia la opción Apruebo y se comenzaron a reunir las personas en la Plaza de la Dignidad como hace un año, pero ahora con el primer triunfo de un largo proceso. En ninguna región del país ganó la opción del Rechazo ni la Convención Mixta Constitucional. Los votantes se pronunciaron en forma aplastante por el Cambio de la Constitución de 1980 y para que en el órgano que resolverá el nuevo texto no participen los parlamentarios. Según el Tribunal Calificador de Elecciones (Tricel), la opción Apruebo obtuvo el 78,31% de los votos, casi cuadruplicando al Rechazo (21,69%). Más amplio fue incluso el triunfo de la Convención Constitucional (79,18%) por sobre la Convención Mixta Constitucional (20,82%). El triunfo del Apruebo sobre el Rechazo entre los votantes chilenos en el exterior fue incluso mayor (82,03% sobre 17,97%). Lo mismo ocurrió con la Convención Constitucional (82,28%) que más que cuadruplicó a la Convención Mixta Constitucional (17,72%).

En distintos puntos neurálgicos del país los partidarios del Apruebo festejaron el triunfo de la opción de poner fin a la Constitución de Pinochet y abrir un proceso democrático donde los chilenos y chilenas escribirán un nuevo pacto social. Con fuegos artificiales, luces de láser –muy comunes durante el estallido social–, pancartas, banderas chilenas y mapuches, bocinazos para los que querían cuidarse del coronavirus, muchos celebraron el resultado de esa jornada.

¿Qué sigue ahora?

Para muchos chilenos, la palabra “normal” perdió el significado, dado que se ha desplazado la estabilidad y la cotidianidad como era antes del 18 de octubre de 2019. Esa semana, que inició con los jóvenes evadiendo el Metro para demostrar su descontento con el alza, cambió la historia de los años siguientes, para bien o para mal, como se sabrá. Chile está buscando su nueva Carta Magna, por una que no sea hecha a medida para servir a un cierto porcentaje de la población o que haya sido creada en un gobierno militar. Una Constitución que represente la voz de las mayorías. Por primera vez en la historia del país este proceso será realizado por delegados electos con paridad de género y con representantes de los pueblos indígenas. Mucho dependerá del resultado de la elección de los convencionales en abril de 2021. Mientras los opositores enfrentarán el proceso divididos en numerosas listas, erosionando sus posibilidades de obtener el quorum de los dos tercios, el oficialismo se concentró en una sola, justamente para lograr más de un tercio e imponer o forzar una negociación para llegar al texto final de la nueva Constitución. Pero más dependerá todavía del desempeño de la Convención Constitucional y de la dinámica que se arme entre sus delegados. Y del comportamiento de la pandemia, mientras se busca vacunar a población adulta. El futuro es un libro abierto.

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