Versos máximos de nuestros grandes poetas -César Vallejo -José Santos Chocano -Blanca Varela -Washington Delgado
IDILIO MUERTO Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí; ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita la sangre, como flojo cognac, dentro de mí. Dónde estarán sus manos que en actitud contrita planchaban en las tardes blancuras por venir; ahora, en esta lluvia que me quita las ganas de vivir. Qué será de su falda de franela; de sus afanes; de su andar; de su sabor a cañas de mayo del lugar. Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje, y al fin dirá temblando: «Qué frío hay... Jesús!» y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
César Vallejo
Quisiera ser hoy feliz de buena gana Quisiera hoy ser feliz de buena gana, ser feliz y portarme frondoso de preguntas, abrir por temperamento de par en par mi cuarto, como loco, y reclamar, en fin, en mi confianza física acostado, sólo por ver si quieren, sólo por ver si quieren probar de mi espontánea posición, reclamar, voy diciendo, por qué me dan así tanto en el alma. Pues quisiera en sustancia ser dichoso, obrar sin bastón, laica humildad, ni burro negro. Así las sensaciones de este mundo, los cantos subjuntivos, . el lápiz que perdí en mi cavidad y mis amados órganos de llanto.
ESPERGESIA Yo nací un día que Dios estuvo enfermo. Todos saben que vivo, que soy malo; y no saben del diciembre de ese enero. Pues yo nací un día que Dios estuvo enfermo. Hay un vacío en mi aire metafísico que nadie ha de palpar: el claustro de un silencio que habló a flor de fuego. Yo nací un día que Dios estuvo enfermo. Hermano, escucha, escucha... Bueno. Y que no me vaya sin llevar diciembres, sin dejar eneros. Pues yo nací un día que Dios estuvo enfermo.
Heraldos negros Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ellos. la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... ¡Yo no sé! Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte. Son las caídas hondas de los Cristos del alma de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos,como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada. Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Los pasos lejanos Mi padre duerme. Su semblante augusto figura un apacible corazón; está ahora tan dulce... si hay algo en él de amargo, seré yo. Hay soledad en el hogar; se reza; y no hay noticias de los hijos hoy. Mi padre se despierta, ausculta la huida a Egipto, el restañante adiós. Está ahora tan cerca; si hay algo en él de lejos, seré yo. Y mi madre pasea allá en los huertos, saboreando un sabor ya sin sabor.
BLASÓN Soy el cantor de América autóctono y salvaje: mi lira tiene un alma, mi canto un ideal. Mi verso no se mece colgado de un ramaje con vaivén pausado de hamaca tropical... Cuando me siento inca, le rindo vasallaje al Sol, que me da el cetro de su poder real; cuando me siento hispano y evoco el coloniaje parecen mis estrofas trompetas de cristal. Mi fantasía viene de un abolengo moro: los Andes son de plata, pero el león, de oro, y las dos castas fundo con épico fragor. La sangre es española e incaico es el latido; y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido un blanco aventurero o un indio emperador.
José Santos Chocano
QUIÉN SABE Indio que asomas a la puerta de esa tu rústica mansión, ¿para mi sed no tienes agua?, ¿para mi frío, cobertor?, ¿parco maíz para mi hambre?, ¿para mi sueño, mal rincón? ¿breve quietud para mi andanza?... —¡Quién sabe, señor! Indio que labras con fatiga tierras que de otro dueño son: ¿ignoras tú que deben tuyas ser, por tu sangre y tu sudor? ¿Ignoras tú que audaz codicia, siglos atrás, te las quitó? ¿Ignoras tú que eres el amo? —¡Quién sabe, señor!
Canto villano Y de pronto la vida en mi plato de pobre un magro trozo de celeste cerdo aquí en mi plato observarme observarte o matar una mosca sin malicia aniquilar la luz o hacerla hacerla como quien abre los ojos y elige un cielo rebosante en el plato vacío rubens cebollas lágrimas más rubens más cebollas más lágrimas
Blanca Varela
Tal Vez En Primavera Tal vez en primavera. Deja que pase esta sucia estación de hollín y lágrimas hipócritas. Hazte fuerte. Guarda miga sobre miga. Haz una fortaleza de toda la corrupción y el dolor. Llegado el tiempo tendrás alas y un rabo fuerte de toro o de elefante para liquidar todas las dudas, todas las moscas, todas las desgracias. Baja del árbol. Mírate en el agua. Aprende a odiarte como a ti mismo. Eres tú. Rudo, pelado, primero en cuatro patas, luego en dos, después en ninguna. Arrástrate hasta el muro, escucha la música entre las piedrecitas. Llámalas siglos, huesos, cebollas. Da lo mismo. Las palabras, los nombres, no tienen importancia. Escucha la música. Sólo la música.
TE ESTOY PERDIENDO Te estoy perdiendo en cada voz que escuchas, en cada rostro que contemplas, en cada gesto tuyo, en cada lugar que recibe a tu cuerpo. Ser como la luz que te envuelve, por la que dejas un retazo de sombra. Ser como la noche que te obliga a un pensamiento, a un deseo, a un sueño. Ser una materia leve, una corriente extensa que te persigue siempre. No ser esto que soy y que te está perdiendo.
Washington Delgado
Conducta razonable Porque la libertad es un fuego que pule, afina, organiza y destruye la vida. Porque a un lado está el bien y al otro el mal y yo no sé cuál es la conducta razonable. Porque después de todo, nada importa sino es el amor, sino es el odio. Yo estoy aquí para vivir o para morir, para cantar o para morir, para respirar, comer y amar. O para morir.