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CRÍTICA / LA LOCURA La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México ABRIL 2010/ Año 2 No. 14

El camino entre los

dioses y los hombres

Entre sombrereros y liebres

Jorge Alfonso Chávez Gallo

José de Lira Bautista

El camino entre los dioses y los hombres Jorge Alfonso Chávez Gallo

E

stas pocas líneas quieren considerar a la locura como signo de lo más propiamente humano. La razón de ello no tiene que ver, como podría pensarse, con la idea de que en ningún otro animal se manifiesta la locura, esto resulta en cualquier caso irrelevante para lo que aquí pretende señalarse. Antes bien, ello tiene que ver con el hecho de que la locura puede ser considerada como el mayor peligro del hombre, a la vez que se puede asociar con las posibilidades más altas de lo humano. ¿Qué es lo que un hecho tal dice acerca del hombre en cuanto tal? En resumen, habría que decir que, en la medida en que la locura señala los límites más bajos y más altos de lo humano (que a menudo son indiscernibles entre sí), también dibuja su perfil. Aquí sólo puede esperarse obtener un esbozo. La idea de que la locura es el peligro mayor de lo humano se encuentra sintetizada en la célebre sentencia (que carece propiamente de autor, pero cuyas fuentes se remontan hasta la antigüedad griega), según la cual: quem deus vult perdere, dementat prius (a quien un dios quiere destruir, primero lo enloquece). En la locura el hombre muestra su perdición, esto es, se pierde a sí mismo en cuanto tal, no porque deje de ser humano, sino justamente porque no puede dejar de serlo. El loco no sólo no es ya dueño de sí, sino que se disuelve (delira, desvaría) en otro o en otros que no lo re-

Locura y arte en amor sostenido mayor

Ignacio Ruelas Olvera

Fugaz metaficción de dos años de locura

Julieta Lomelí Balver

pensamiento entre sus manos, y no sabe reconocerse como su progenitor (“algo se me ocurre”, suele decirse también, en ese sentido). En estos casos, la locura es un don de los dioses, y no un arma. En esta faceta de la locura, el hombre se descubre, pasado el trance, enriquecido y más pleno, convidado de cierta divinidad, esto es, de su poder.

Es más hermosa la locura que procede de la divinidad, que la cordura, que tiene su origen en los hombres.

Platón, Fedro, 244 d.

conocen, que se extrañan de él (je est un autre, escribe Rimbaud). En el sentido en que aquí se habla de la locura, esto último vale para todas sus formas: desde la simple borrachera, pasando por el baile, el enamoramiento, el entusiasmo, hasta la esquizofrenia o la paranoia.

De esta forma puede plantearse lo que aquí busca ser considerado: la locura como nexo entre lo humano y lo divino. Esa perdición de la que se ha hablado arriba encierra, in nuce, la experiencia de lo divino. En los ojos de los dioses, los hombres contemplan la mirada demencial en que reconocen su propia perdición y su enceguecimiento (Tiresias, recuérdese, era ciego; y Edipo no «ve» hasta arrancarse, enloquecido, los ojos). Y es con los ojos de los dioses que el hombre, lejano, ausente en la locura, se mira a sí mismo sin reconocerse.

En su relación con lo divino (en el sentido aquí señalado), el hombre comprende que en la búsqueda de sus mayores logros, de lo que lo inviste ante sí mismo de valor, de lo que lo hace, pues, semejante a los dioses, habrá de enfrentar también, e ineludiblemente, su más radical peligro; que en la búsqueda de su más pleno, más propio ser, ha de Pilar Palacio, Autorretrato perderse, acaso de Por otra parte, que por la locura sea posible alcan- manera definitiva. Lo humano mismo no consiste sino en zar las manifestaciones más altas de lo humano puede en- esa búsqueda, de manera que el hombre se rehúye a sí contrarse formulado en el famoso discurso con que Sócra- mismo cuando intenta eludir los peligros involucrados en tes, disuadido de volver a la ciudad por una voz ajena que le ella. habla desde su interior, obsequia a Fedro, en el diálogo plaPor último, una breve observación: se ha dicho, tónico reconocido por ese mismo nombre: «Pero los bienes más grandes nos vienen por la locura (manía), que sin duda no sin razón, que los dioses se han marchado, que el homnos es concedida por un don divino» (244 a). En lo que se re- bre se ha quedado solo. ¿Acaso esto significa que lo humafiere a este segundo aspecto también se puede hablar de un no se ha perdido, por no buscarse ya más; que el hombre extravío, aunque por él adquiere el hombre conocimiento, se ha entregado a una forma de locura que no proviene de o crea algo. Platón habla aquí de entusiasmo (que literal- la divinidad, a saber, queriendo asemejarse a las máquimente significa endiosamiento, posesión o inspiración divi- nas, que son incapaces de reír tanto como de llorar; que na). Lo que se entiende normalmente por inspiración supo- el hombre teme ser humano y prefiere confeccionarse un ne, en efecto, una forma de extrañamiento por la que el mundo a la medida de su cobardía -y llamar a eso razón, artista, por ejemplo, súbitamente se descubre con un bello cordura?


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inalmente llegó la tan esperada película Alice de Tim Burton ¿o de Lewis Carroll? No, estoy seguro que no. Ciertamente, es la de Burton con referencia a Carroll. Lo que queda claro es que, nuevamente, entre los libros y el cine, se abre un abismo que parece insalvable, lo cual es explicable. Lo que queremos resaltar ahora no son cuestiones de ese tipo, sino a los personajes de las novelas, especialmente el de Alicia, el Sombrerero y la Liebre de Marzo, pues nos dan la pauta para distinguir al menos dos mundos: el mundo normal, el que transcurre de forma previsible, y el mundo anormal o mundo de la locura, en donde ocurren las cosas más increíbles que se puedan imaginar. Alicia proviene del mundo normal, aquél en el que se suceden el día y la noche, en el que hay que cultivar la tierra para poder cosechar, dormir para descansar y comer para vivir; es el mundo trazado por las personas y sus costumbres, gobernado por una racionalidad que se impone a los deseos, las acciones, las ideas, los fenómenos naturales, las relaciones sociales, los proyectos, etc. Más allá de este mundo está el país de las maravillas, de lo extravagante. Para adentrarse en él, hay que bajar al submundo, hay que caer por el hoyo casi hasta el infinito siguiendo a un conejo blanco o bien, atreverse a cruzar el espejo y empezar a ver las cosas al revés. Éste es el mundo de la locura, de la sinrazón, donde se puede ser pequeño o grande, llorar hasta navegar en las propias lágrimas, convertir a los niños en sonrosados lechones, jugar croquet con erizos por bolas y pájaros flamencos por mazos con el riesgo de perder la cabeza en cualquier momento. Aquí habitan entre otros extraños personajes, el Sombrero y la Liebre de Marzo. Ambos surgen de la vida cotidiana de la época de Carroll, en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX. El primero, loco por mor de su profesión, pues al ejercer su oficio usando mercurio como una de sus materias primas, deviene en atrofias neuronales con una consecuente pérdida de la razón; la segunda, que obligada por su

Entre sombrereros y liebres José de Lira Bautista

naturaleza biológica, enloquece en marzo, al inicio de la primavera, época de celo. El encuentro de Alicia con los personajes del país de las maravillas podemos entenderlo como el punto de contacto entre la cordura y la locura y de cómo lo primero trata de imponerse sobre lo segundo, como en los clásicos hollywoodenses. Sin embargo, vivir en el sano juicio conlleva siempre el riesgo de caer en la demencia, pues la línea divisoria entre ambos estados, además de borrosa, es muy delgada, de tal forma que podemos pensar que somos equilibrados pero en realidad ser habitantes del mundo de la insensatez. Alicia se tambalea en esa delgada frontera y se sumerge en el mar de las palabras y acciones de la chifladura con el riesgo de no saber ya ni quién es ella misma, aunque finalmente vuelve al mundo de la normalidad. Para nosotros, el riesgo es similar, pero magnificado en muchos sentidos. La vida actual ofrece un sinfín de puertas, de hoyos de conejo, de espejos, que llevan al mundo de la locura, temporal o definitivamente. Algunas de esas puertas son voluntarias y otras involuntarias. Las hay también válidas y no válidas. Son involuntarias, por ejemplo las enfermedades mentales, sean adquiridas o heredadas. Son voluntarias y no válidas las drogas y el alcohol en exceso. Son voluntarias y válidas aquellas que conducen, por ejemplo, al frenesí festivo, como atreverse a gritar en las fiestas o hacer el ridículo en situaciones específicas. En cualquier caso, la insensatez, para que pueda incorporarse en la vida normal, e incluso para poder disfrutarla, debe asumirse con mesura, es decir, tratando, como Alicia, no de perderse en el torbellino de la demencia ni dejándose arrastrar por la hilarante sociedad en la que estamos inmersos, sino en aceptar sus desafíos manteniendo siempre a la vista los puntos de referencia de la razón con la intención de regresar por la misma puerta. Se trata, entonces, de asumir de forma voluntaria y válida los retos del desvarío.


Locura y arte en amor sostenido mayor

Ignacio Ruelas Olvera

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ablar de la locura es invadir los arpegios del amor; aquí nada

tadores somos violentos, nos gusta la biografía más desequilibrada,

nadie; se trata de la producción sentimental de los seres hu-

nos lo va documentando la historia del arte. Me parece un camino equi-

tienen que hacer los orientadores, psiquiatras, sacerdotes,

manos. La locura atisba comportamiento y entendimiento de la rea-

lidad, nada más adecuado: el ARTE como manifestación profunda de los sentimientos. Así el matrimonio arte-locura justifica la esencia del

amor. Los caminos se han equivocado, los llamados locos se han confi-

nado siempre al encierro. En “La vida de los hombres infames”, (Michel Foucault, 1996), establece que: “Para justificar el aislamiento de los locos, Esquirol daba cinco razones fundamentales: 1) asegurar su seguridad personal y la de sus fa-

que el artista, nos conste, esté loco, cuanto más loco, más artista, así

vocado, se trata más bien de un matrimonio, por bienes separados entre arte y locura, por ello es que su espacio es el amor. El arte no exige nada a cambio.

Es el artista quien tiene la fuerza y la voluntad de poner su lo-

cura a escrutinio público. En esa posibilidad aparece el amor. Un atis-

bo de locura que no salva a nadie. Ni al artista, ni al espectador. Se trata de enamorar la locura del artista con la de espectador. No ser indife-

miliares; 2) librarlos de las influen-

rente al arte. No ser amante de lo

cias exteriores; 3) vencer sus resis-

lindo. Si los recuerdos se mezclan

tencias personales; 4) someterlos

con la locura en ese instante ya no

por la fuerza a un régimen médico;

hay retorno, la magia se perdió. ¿La

5) imponerles nuevos hábitos inte-

expresión estética es un poco de lo-

lectuales y morales. Queda claro

cura literal? ¡Por supuesto! Se trata

que todo es un asunto de poder:

de un procedimiento escenográfico,

controlar el poder del loco, neutra-

el artista hace arte material su vida y

lizar los poderes exteriores que

con ello inmortaliza su obra. ¿Una lo-

pueden ejercerse sobre él, impo-

cura? Lo es, cuando convida al obser-

nerle un poder terapéutico y co-

vador, lo es cuando la obra es cerra-

rrector, una ortopedia”. La cita se

da, pero ahí está. La locura del arte

explica sola, en la locura está el ar-

se sustenta en el amor y se expresa

te, por ello mi reflexión por el arte

por vía de la estética; el arte de la lo-

como consecuencia del amor, para

cura se hace en el amor a la vida y la

encontrar en la locura una clave

vivencia, es la autenticidad de crea-

que descifre misterios.

dor.

En el fondo, el artista ex-

perimenta miedo cuando su crea-

ción corre el riesgo de encubrir una locura que busca engañar al espec-

Me han dicho que se debe hablar

Pilar Palacio, No, no estoy sola. Hay alguien aquÌ que tiembla

tador. ¿En dónde está la locura que acompaña al arte?, ¿Qué ensaya?, la vida se refleja en la obra abierta, el despertar estético es la fuerza

de la sensación, se trata de que la magia del arte vuelva loco al espectador de la misma manera como el creador fue seducido por su misma locura en un encuentro de amor. Es simple, para entrar en el arte se debe ser amante del arte, encontrar cualidad de amor. Y para amar el arte es necesaria la locura de la interpretación, pues no se lee como un

mapa de navegación, sino como la fuerza nutricia de la expresión-

percepción. Como espectadores acudimos a mirar en gozo, si es arte, lo que no podemos hacer los no creadores, en esa visión del mundo

compartimos la locura estética. Podemos imaginar al creador en la

búsqueda de su identidad ante la confusión que le rodea. Como espec-

de manera fácil, sencilla, ¡es correcto!, pero imagin-arte juega un papel

estelar en la creatividad, por ello las palabras deben brotar, como los

colores en el lienzo, como las formas en las arcillas, como las notas en

las armonías, en un manantial sin fin, es la imaginación que forma

ideas al quitar frialdad a la letra por medio del calor de las palabras. Quitarles lo incomprensible, es entender que escribir da vida a la escri-

tura. Ésa es su locura sin fin, su arte es la misma expresión que alcanza

y su partitura es el amor, sin duda. Locura es no comprender que la locura sea no comprender, sino el comprendimiento de que algo no me

deja comprender. ¡Bendita locura! Saber que no sé, es la clave, un ma-

pa que me llevará de la ignorancia a la duda razonada. Sin locura no

hay amor. Sin amor no hay Dios. Sin el amor de Dios falta todo: LA LOCURA. Arte y locura, amor perfecto.


Fugaz metaficción de dos años de locura

Julieta Lomelí Balver

El sufrimiento por este lado, en el hospital, ha sido atroz y sin embargo aun en los estados de mayor desvanecimiento, puedo decirte como curiosidad, que he seguido pensando en Degas. Cartas a Théo

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l cielo encarnizado, cercano el crepúsculo. A punto de disiparse en el horizonte se encontraba aquel hombre que muy pronto dejaría ver su ocaso. Eran tiempos menguados por la angustia, que hasta la noche estrellada lucía más taciturna de lo acostumbrado. Debajo de aquel andén que daba a la escalera retorcida por el paso de las botas pesadas, se encontraba Él en un sillón leyendo prosa melancólica, poesía y retórica; había pasado la mayor parte de su vida dedicado a la sensualidad metafísica que sólo otorga el estadio estético. Añejado por el tiempo había encontrado en los libros y la pintura la manera de subsistir en este horrendo mundo infringido por la frivolidad humana, ésta que señalaba la decadencia mental del genio. La locura empezaría en 1888, pronto uno de sus amigos, -de aquellos artistas de la época que acostumbraban pintar con luz de día,- se enfrentaría a la inicial demencia de nuestro maníaco expresionista.

Una de las leyendas más conocidas es aquella del incidente de la oreja. El mito cuenta que tras las amenazas de Vincent, con la navaja de afeitar, Gauguin decide dejar al desquiciado artista holandés de una vez por todas, así que toma sus cosas en víspera de la Navidad, para hospedarse en un hotel de Arlés con la pretensión de emprender a la mañana siguiente su viaje hacia Bretaña. Sólo bastaría un día de soledad para que Vincent manifestara al mundo su locura al proceder a la incisión de su oreja para, esa misma noche, ir a ofrecerla a modo de regalo navideño a una prostituta conocida como Gabi, misma que noches antes “amaba” y jugueteaba con su ahora mutilado miembro. Después de ofrecer tan original presente, el genio holandés volvía a su cama para dormir apaciblemente. Al otro día Gauguin retornaba a la morada del “loco” artista a despedirse y al verlo en tal grave estado decidiría dejarlo en manos de la policía. Aterrorizado se iría por siempre de Vincent, con quien jamás volvería a cruzar palabra. Después de tan alarmantes hechos, Van Gogh sería internado un par de semanas, pero prontamente, a inicios de enero de 1889 sería dado de alta. El pintor regresaba a aquel cuarto de penuria, creando los

Tomado del Diario El País, Madrid, España.

Las hojas caían de los arboles en Arlés. Entraba el otoño a la pequeña provincia francesa casi al mismo tiempo que Paul Gauguin era invitado a la morada del frenético Vincent van Gogh. Ambos artistas pintaban juntos por largas horas, a la par de compartir los excesos placenteros del alcohol y las damas perversas. Se habían convertido entonces en visitantes recurrentes de burdeles. Pero sin duda, Vincent era quien la pasaba peor, siendo monetariamente dependiente de su compasivo hermano Théo, franqueaba sus días fuera de aquel pequeño cuarto rentado, prefiriendo las terrazas y la cafeína al alimento; mientras que por las noches tenía episodios de sonambu-

lismo y alucinaciones. El pintor holandés se comportaba cada día de modo más extravagante, varias escenas violentas daban cabida entre él y su amigo Gauguin. Tras una última pelea en alguna terraza de Arlés, Gauguin intentaba huir de Van Gogh, mientras que éste amenazándolo con una navaja de afeitar implícitamente rogaba que no lo abandonase.

La Jornada Aguascalientes

Abril 2010/ Año 2, No. 14

Editor Enrique Luján Salazar

Diseño Claudia Macías Guerra

Comité Editorial José de Lira Bautista Ignacio Ruelas Olvera Octavio Arellano Reyna

dos famosísimos autorretratos donde aparece con la oreja vendada. La locura del genio holandés apenas comenzaba, teniendo recurrentes ataques de delirio, en los cuales, por ejemplo imagina que lo están envenenando. Espantado, escribe a su hermano Théo previniéndole de su decadente situación mental. El desdichado Vincent pronto es expulsado de su hogar, ya que los pobladores de la pequeña provincia francesa se encontraban aterrorizados por su estrafalario comportamiento exigiendo se fuera cuanto antes a un sanatorio mental. Vincent es hospitalizado nuevamente no sólo por las exigencias de sus vecinos, sino debido a sus intentos de comerse el aguarrás y los colores que usaba para sus obras. Al fin se decidiría por dejar Arlés para pasar unas semanas junto a su hermano Théo en Paris y posteriormente mudarse a una nueva pensión en Auvers-sur-Oise. En su nuevo hogar sería adoptado por un doctor que afortunadamente era amante del arte. De tal modo Paul Gachet, de quien el holandés haría una famosa pintura autobiográfica, cuidaría del artista durante su estancia. Pero los impulsos maníacos atacan reiteradamente a Vincent y éste amenaza con un revolver a aquel doctor que tanto lo había apoyado. Era julio de 1890, Théo escribe a Vincent advirtiéndole que se ha casado y ha engendrado un hijo enfermo a quien debe cuidar, por lo que le resulta imposible seguir manteniendo sus caprichos artísticos. Sintiéndose una carga para su hermano e incapaz de seguir cuidando de sí mismo, Van Gogh saldría a su acostumbrada caminata solitaria que daba por los jardines cercanos, pero aquélla sería una caminata de la cual regresaría en gravísimo estado. El 27 de julio de 1890, el genio holandés se pega un tiro en el corazón, sin embargo, el tino del pintor no fue suficiente para matarse de manera fulminante, ya que la bala se alojaría en su tórax. Después del intento de suicidio, Vincent todavía logra caminar unos pasos hacia la pensión donde habitaba, y es atendido de modo inmediato por Gachet quien da aviso al hermano Théo de la irrecuperable salud del artista. Théo conmocionado por el delirio de su querido Vincent corre a visitarlo para ver aquellos ojos claros con vida por última vez. Tras preguntar la causa de su acción suicida, el pintor moribundo le contestaría “es asunto mío, es lo mejor para todos”. La noche estrellada ve morir su mejor astro el 29 de julio de 1890. Colaboraciones José de Lira Bautista María del Pilar Palacio Sánchez Ignacio Ruelas Olvera Jorge Alfonso Chávez Gallo Julieta Lomelí Balver


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