Reflejos del Alma Recopilaci贸n de Poemas por Julieta Mata 1
Editorial Angels
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Dedicatoria Con el sentimiento de sinceridad, dedico esta recopilaci贸n a los talentosos poetas que aqu铆 aparecen, talentosos e inspiradores maestros del juego de palabras armoniosas.
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Título original: El reflejo del alma Primera Edición (México): abril 2013 ISBN: 19-02-56-3550 Editorial Angels Impreso en los talleres de la Universidad José Vasconcelos, S.A de C. V. Guadalupe #312 Colonia Centro C.P. 34000 Impreso en México 4
CapĂtulo 1
Jaime Sabines 5
Los amorosos L
os amorosos callan. El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan, son los que cambian, los que olvidan. Su corazón les dice que nunca han de encontrar, no encuentran, buscan. Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos, entregándose, dándose a cada rato, llorando porque no salvan al amor. Les preocupa el amor. Los amorosos viven al día, no pueden hacer más, no saben. Siempre se están yendo, siempre, hacia alguna parte. Esperan, no esperan nada, pero esperan. Saben que nunca han de encontrar. El amor es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro. Los amorosos son los insaciables, los que siempre —¡ que bueno !— han de estar solos. Los amorosos son la hidra del cuento. Tienen serpientes en lugar de brazos. Las venas del cuello se les hinchan también como serpientes para asfixiarlos. Los amorosos no pueden dormir porque si se duermen se los comen los gusanos. En la oscuridad abren los ojos y les cae en ellos el espanto. Encuentran alacranes bajo la sábana y su cama f lota como sobre un lago.
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Los amorosos son locos, sólo locos, sin Dios y sin diablo. Los amorosos salen de sus cuevas temblorosos, hambrientos, a cazar fantasmas. Se ríen de las gentes que lo saben todo, de las que aman a perpetuidad, verídicamente, de las que creen en el amor como una lámpara de inagotable aceite. Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo, a no irse. Juegan el largo, el triste juego del amor. Nadie ha de resignarse. Dicen que nadie ha de resignarse. Los amorosos se avergüenzan de toda conformación. Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, la muerte les fermenta detrás de los ojos, y ellos caminan, lloran hasta la madrugada en que trenes y gallos se despiden dolorosamente. Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas, a arroyos de agua tierna y a cocinas. Los amorosos se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida, y se van llorando, llorando, la hermosa vida.
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La Luna L
a luna se puede tomar a cucharadas o como una cápsula cada dos horas. Es buena como hipnótico y sedante y también alivia a los que se han intoxicado de filosofía. Un pedazo de luna en el bolsillo es mejor amuleto que la pata de conejo: sirve para encontrar a quien se ama, para ser rico sin que lo sepa nadie y para alejar a los médicos y las clínicas. Se puede dar de postre a los niños cuando no se han dormido, y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos ayudan a bien morir. Pon una hoja tierna de la luna debajo de tu almohada y mirarás lo que quieras ver. Lleva siempre un frasquito del aire de la luna para cuando te ahogues, y dale la llave de la luna a los presos y a los desencantados. Para los condenados a muerte y para los condenados a vida no hay mejor estimulante que la luna en dosis precisas y controladas.
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Me encanta Dios M
e encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos. Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yola vida, sea para siempre. Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang... Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes. A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho -frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes! Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de f lores o pinta el cielo de manera increíble. Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y
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hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento. Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia -y se agita y crececuando Dios se aleja. Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy. A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.
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Sólo en sueños... S
ólo en el otro mundo del sueño te consigo, a ciertas horas, cuando cierro puertas detrás de mí. ¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan, y ahora estoy preso en su sortilegio, atrapado en su red! ¡Con qué morboso deleite te introduzco en la casa abandonada, y te amo mil veces de la misma manera distinta! Esos sitios que tú y yo conocemos nos esperan todas las noches como una vieja cama y hay cosas en lo oscuro que nos sonríen. Me gusta decirte lo de siempre y mis manos adoran tu pelo y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre. Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo, y con mi mano en tu boca, te busco y te busco. A veces lo recuerdo. A veces sólo el cuerpo cansado me lo dice. Al duro amanecer estás desvaneciéndote y entre mis brazos sólo queda tu sombra.
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Te quiero a las diez de la mañana T
e quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí. Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis, manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo digo que tengo hambre o sueño. Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?
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Adán y Eva I Estábamos en el paraíso. En el paraíso no ocurre nunca nada. No nos conocíamos. Eva, levántate. Tengo amor, sueño, hambre. ¿Amaneció?. Es de día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y empiezan a galopar los árboles. Escucha. Yo quiero morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo a ti. Adán fue hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido en un río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras pequeños peces equivocados les mordían las piernas. II -¿Has visto cómo crecen las plantas? Al lugar en que cae la semilla acude el agua: es el agua la que germina, sube al sol. Por el tronco, por las ramas, el agua asciende al aire, como cuando te quedas viendo el cielo de¡ mediodía y tus ¿Ojos empiezan a evaporarse. Las plantas crecen de un día a otro. Es la tierra la que crece; se hace blanda, verde, f lexible. El terrón enmohecido, la costra de los vicios árboles, se desprende, regresa. ¿Lo has visto? Las plantas caminan en el tiempo, no de un lugar a otro: de una hora a otra hora. Esto puedes sentirlo cuando te extiendes sobre la tierra, boca arriba, y tu pelo penetra como un manojo de raíces, y toda tú eres un tronco caído. -Yo quiero sembrar una semilla en el río, a ver si crece un árbol f lotante para treparme a jugar. En su follaje se enredarían los peces, y sería un árbol de agua que iría a todas partes sin caerse nunca. III La noche que fue ayer fue de la magia. En la noche hay tambores, y los animales duermen con el olfato abierto como’un ojo. No hay nadie en el, aire. Las hojas y las plumas se reúnen en las ramas, en el suelo, y alguien las mueve a veces, y callan. Trapos negros, voces negras, espesos y negros silencios, f lotan, se arrastran, y la tierra se pone su rostro negro y hace gestos a las estrellas. Cuando pasa el miedo junto a ellos, los corazones golpean fuerte, fuerte, y los ojos advierten que las cosas se mueven eternamente en su mismo lugar. Nadie puede dar un paso en la noche. El que 13
entra con los ojos abiertos en la espesura de la noche, se pierde, es asaltado por la sombra, y nunca se sabrá nada de él, como de aquellos que el mar ha recogido. -Eva, le dijo Adán, despacio, no nos separemos. IV Ayer estuve observando a los animales y me puse a pensar en ti. Las hembras son más tersas, más suaves y más dañinas. Antes de entregarse maltratan al macho, o huyen, se defienden. ¿Por qué? Te he visto a ti también, como las palomas, enardeciéndote cuando yo estoy tranquilo. ¿Es que tu sangre y la mía se encienden a diferentes horas? Ahora que estás dormida debías responderme. Tu respiración es tranquilany tienes el rostro desatado y los labios abiertos. Podrías decirlo todo sin af licción, sin risas. ¿Es que somos distintos? ¿No te hicieron, pues, de mi costado, no me dueles? Cuando estoy en ti, cuando me hago pequeño y me abrazas y me envuelves y te cierras como la f lor con el insecto, sé algo, sabemos algo. La hembra es siempre más grande, de algún modo. Nosotros nos salvamos de la muerte. ¿Por qué? Todas las noches nos salvamos. Quedamos juntos, en nuestros brazos, y yo empiezo a crecer como el día. Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca. ¿Por qué nos separaron? Me haces falta para andar, para ver, como un tercer ojo, como otro pie que sólo yo sé que tuve.
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Vamos a guardar este día V
amos a guardar este día entre las horas, para siempre, el cuarto a oscuras, Debussy y la lluvia, tú a mi lado, descansando de amar. Tu cabellera en que el humo de mi cigarrillo f lotaba densamente, imantado, como una mano acariciando. Tu espalda como una llanura en el silencio y el declive inmóvil de tu costado en que trataban de levantarse, como de un sueño, mis besos. La atmósfera pesada de encierro, de amor, de fatiga, con tu corazón de virgen odiándome y odiándote. todo ese malestar del sexo ahíto, esa convalecencia en que nos buscaban los ojos a través de la sombra para reconciliarnos. Tu gesto de mujer de piedra, última máscara en que a pesar de ti te refugiabas, domesticabas tu soledad. Los dos, nuevos en el alma, preguntando por qué. Y más tarde tu mano apretando la mía, cayéndose tu cabeza blandamente en mi pecho, y mis dedos diciéndole no sé qué cosas a tu cuello. Vamos a guardar este día entre las horas para siempre.
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El peatón S
e dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta. Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta! Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas? ¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón. ¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón. Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.
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CapĂtulo 2
Alfonsina Storni 17
Alma desnuda un alma desnuda en estos versos, SsusoyAlma desnuda que angustiada y sola va dejando pétalos dispersos. Alma que puede ser una amapola, Que puede ser un lirio, una violeta , Un peñasco, una selva y una ola.
Alma que como el viento vaga inquieta Y ruge cuando está sobre los mares, Y duerme dulcemente en una grieta. Alma que adora sobre sus altares, Dioses que no se bajan a cegarla; Alma que no conoce valladares. Alma que fuera fácil dominarla Con sólo un corazón que se partiera Para en su sangre cálida regarla. Alma que cuando está en la primavera Dice al invierno que demora: vuelve, Caiga tu nieve sobre la pradera. Alma que cuando nieva se disuelve En tristezas, clamando por las rosas con que la primavera nos envuelve. Alma que a ratos suelta mariposas A campo abierto, sin fijar distancia, Y les dice: libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia De un suspiro, de un verso en que se ruega, Sin perder, a poderlo, su elegancia.
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Alma que nada sabe y todo niega Y negando lo bueno el bien propicia Porque es negando como mรกs se entrega. Alma que suele haber como delicia Palpar las almas, despreciar la huella, Y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, Como los vientos vaga, corre y gira; Alma que sangra y sin cesar delira Por ser el buque en marcha de la estrella.
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Creo en mi coracón
C
reo en mi corazón, ramo de aromas que mi Señor como una fronda agita, perfumando de amor toda la vida y haciéndola bendita. Creo en mi corazón, el que no pide nada porque es capaz del sumo ensueño y abraza en el ensueño lo creado: ¡inmenso dueño! Creo en mi corazón, que cuando canta hunde en el Dios profundo el franco herido, para subir de la piscina viva recién nacido Creo en mi corazón, el que tremola porque lo hizo el que turbó los mares, y en el que da la Vida orquestaciones como de pleamares. Creo en mi corazón, el que yo exprimo para teñir el lienzo de la vida de rojez o palor y que le ha hecho veste encendida. Creo en mi corazón, el que en la siembra por el surco sin fin fue acrecentando. Creo en mi corazón, siempre vertido, pero nunca vaciado. 20
Creo en mi coraz贸n, en que el gusano no ha de morder, pues mellar谩 a la muerte; creo en mi coraz贸n, el reclinado en el pecho de Dios terrible y fuerte.
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Mi queja
S
eñor, mi queja es ésta, Tú me comprenderás;
De amor me estoy muriendo, Pero no puedo amar. Persigo lo perfecto En mí y en los demás, Persigo lo perfecto Para poder amar. Me consumo en mi fuego, ¡Señor, piedad, piedad! De amor me estoy muriendo, ¡Pero no puedo amar
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¡Adios!
L
as cosas que mueren jamás resucitan, las cosas que mueren no tornan jamás.
¡Se quiebran los vasos y el vidrio que queda es polvo por siempre y por siempre será! Cuando los capullos caen de la rama dos veces seguidas no florecerán... ¡Las flores tronchadas por el viento impío se agotan por siempre, por siempre jamás! ¡Los días que fueron, los días perdidos, los días inertes ya no volverán! ¡Qué tristes las horas que se desgranaron bajo el aletazo de la soledad! ¡Qué tristes las sombras, las sombras nefastas, las sombras creadas por nuestra maldad! ¡Oh, las cosas idas, las cosas marchitas, las cosas celestes que así se nos van!
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¡Corazón... silencia!... ¡Cúbrete de llagas!... -de llagas infectas- ¡cúbrete de mal!... ¡Que todo el que llegue se muera al tocarte, corazón maldito que inquietas mi afán! ¡Adiós para siempre mis dulzuras todas! ¡Adiós mi alegría llena de bondad! ¡Oh, las cosas muertas, las cosas marchitas, las cosas celestes que no vuelven más! ...
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Esta tarde
A
hora quiero amar algo lejano... Algún hombre divino
Que sea como un ave por lo dulce, Que haya habido mujeres infinitas Y sepa de otras tierras, y florezca La palabra en sus labios, perfumada: Suerte de selva virgen bajo el viento... Y quiero amarlo ahora. Está la tarde Blanda y tranquila como espeso musgo, Tiembla mi boca y mis dedos finos, Se deshacen mis trenzas poco a poco. Siento un vago rumor... Toda la tierra Está cantando dulcemente... Lejos Los bosques se han cargado de corolas, Desbordan los arroyos de sus cauces Y las aguas se filtran en la tierra Así como mis ojos en los ojos Que estoy sonañdo embelesada...
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Pero... Ya está bajando el sol de los montes, Las aves se acurrucan en sus nidos, La tarde ha de morir y él está lejos... Lejos como este sol que para nunca Se marcha y me abandona, con las manos Hundidas en las trenzas, con la boca Húmeda y temblorosa, con el alma Sutilizada, ardida en la esperanza De este amor infinito que me vuelve Dulce y hermosa...
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Paz
V
amos hacia los árboles... el sueño Se hará en nosotros por virtud celeste.
Vamos hacia los árboles; la noche Nos será blanda, la tristeza leve. Vamos hacia los árboles, el alma Adormecida de perfume agreste. Pero calla, no hables, sé piadoso; No despiertes los pájaros que duermen.
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Dulzura
C
amino lentamente por la senda de acacias, me perfuman las manos sus pétalos de nieve,
mis cabellos se inquietan bajo céfiro leve y el alma es como espuma de las aristocracias. Genio bueno: este día conmigo te congracias, apenas un suspiro me torna eterna y breve... ¿Voy a volar acaso ya que el alma se mueve? En mis pies cobran alas y danzan las tres Gracias. Es que anoche tus manos, en mis manos de fuego, dieron tantas dulzuras a mi sangre, que luego, llenóseme la boca de mieles perfumadas. Tan frescas que en la limpia madrugada de Estío mucho temo volverme corriendo al caserío prendidas en mis labios mariposas doradas.
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Tú, nunca serás
S
ábado fue, y capricho el beso dado, capricho de varón, audaz y fino,
mas fue dulce el capricho masculino a este mi corazón, lobezno alado. No es que crea, no creo, si inclinado sobre mis manos te sentí divino, y me embriagué. Comprendo que este vino no es para mí, mas juega y rueda el dado. Yo soy esa mujer que vive alerta, tú el tremendo varón que se despierta en un torrente que se ensancha en río, Y más se encrespa mientras corre y poda. Ah, me resisto, más me tiene toda, tú, que nunca serás del todo mío.
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Lápiz
P
or diez centavos lo compré en la esquina y vendiómelo un ángel desgarbado;
cuando a sacarle punta lo ponía lo vi como un cañón pequeño y fuerte. Saltó la mina que estallaba ideas y otra vez despuntólo el ángel triste. Salí con él y un rostro de alto bronce lo arrió de mi memoria. Distraída lo eché en el bolso entre pañuelos, cartas, resecas flores, tubos colorantes, billetes, papeletas y turrones. Iba hacia no sé dónde y con violencia me alzó cualquier vehículo, y golpeando iba mi bolso con su bomba adentro.
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CapĂtlulo 3
Pablo Neruda 31
A mis obligaciones
C
umpliendo con mi oficio piedra con piedra, pluma a pluma,
pasa el invierno y deja sitios abandonados, habitaciones muertas: yo trabajo y trabajo, debo substituir tantos olvidos, llenar de pan las tinieblas, fundar otra vez la esperanza. No es para mĂ sino el polvo, la lluvia cruel de la estaciĂłn, no me reservo nada sino todo el espacio y allĂ trabajar, trabajar, manifestar la primavera.
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A todos tengo que dar algo cada semana y cada día, un regalo de color azul, un pétalo frío del bosque, y ya de mañana estoy vivo mientras los otros se sumergen en la pereza, en el amor, yo estoy limpiando mi campana, mi corazón, mis herramientas. Tengo rocío para todos.
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Algunas bestias
E
ra el crepúsculo de la iguana. Desde la arcoirisada crestería
su lengua como un dardo se hundía en la verdura, el hormiguero monacal pisaba con melodioso pie la selva, el guanaco fino como el oxígeno en las anchas alturas pardas iba calzando botas de oro, mientras la llama abría cándidos ojos en la delicadeza del mundo lleno de rocío. Los monos trenzaban un hilo interminablemente erótico en las riberas de la aurora, derribando muros de polen y espantando el vuelo violeta de las mariposas de Muzo. Era la noche de los caimanes, la noche pura y pululante
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de hocicos saliendo del légamo, y de las ciénagas soñolientas un ruido opaco de armaduras volvía al origen terrestre. El jaguar tocaba las hojas con su ausencia fosforescente, el puma corre en el ramaje como el fuego devorador mientras arden en él los ojos alcohólicos de la selva. Los tejones rascan los pies del río, husmean el nido cuya delicia palpitante atacarán con dientes rojos. Y en el fondo del agua magna, como el círculo de la tierra, está la gigante anaconda cubierta de barros rituales, devoradora y religiosa.
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Arte poética
E
ntre sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas, dotado de corazón singular y sueños funestos,
precipitadamente pálido, marchito en la frente y con luto de viudo furioso por cada día de vida, ay, para cada agua invisible que bebo soñolientamente y de todo sonido que acojo temblando, tengo la misma sed ausente y la misma fiebre fría un oído que nace, una angustia indirecta, como si llegaran ladrones o fantasmas, y en una cáscara de extensión fija y profunda, como un camarero humillado, como una campana un poco ronca, como un espejo viejo, como un olor de casa sola en la que los huéspedes entran de noche perdidamente ebrios, y hay un olor de ropa tirada al suelo, y una ausencia de flores -posiblemente de otro modo aún menos melancólico, pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho, las noches de substancia infinita caídas en mi dormitorio, el ruido de un día que arde con sacrificio me piden lo profético que hay en mí, con melancolía y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos hay, y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso.
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Colección nocturna
H
e vencido al ángel del sueño, el funesto alegórico: su gestión insistía, su denso paso llega
envuelto en caracoles y cigarras, marino, perfumado de frutos agudos. Es el viento que agita los meses, el silbido de un tren, el paso de la temperatura sobre el lecho, un opaco sonido de sombra que cae como trapo en lo interminable, una repetición de distancias, un vino de color confundido, un paso polvoriento de vacas bramando. A veces su canasto negro cae en mi pecho, sus sacos de dominio hieren mi hombro, su multitud de sal, su ejército entreabierto recorren y revuelven las cosas del cielo: él galopa en la respiración y su paso es de beso: su salitre seguro planta en los párpados con vigor esencial y solemne propósito: entra en lo preparado como un dueño: su substancia sin ruido equipa de pronto, su alimento profético propaga tenazmente.
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Reconozco a menudo sus guerreros, sus piezas corroídas por el aire, sus dimensiones, y su necesidad de espacio es tan violenta que baja hasta mi corazón a buscarlo: él es el propietario de las mesetas inaccesibles, él baila con personajes trágicos y cotidianos: de noche rompe mi piel su ácido aéreo y escucho en mi interior temblar su instrumento. Yo oigo el sueño de viejos compañeros y mujeres amadas, sueños cuyos latidos me quebrantan: su material de alfombra piso en silencio, su luz de amapola muerdo con delirio. Cadáveres dormidos que a menudo danzan asidos al peso de mi corazón, qué ciudades opacas recorremos! Mi pardo corcel de sombra se agiganta, y sobre envejecidos tahúres, sobre lenocinios de escaleras gastadas, sobre lechos de niñas desnudas, entre jugadores de foot-ball, del viento ceñidos pasamos:
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y entonces caen a nuestra boca esos frutos blandos del cielo, los pájaros, las campanas conventuales, los cometas: aquel que se nutrió de geografía pura y estremecimiento, ése tal vez nos vio pasar centelleando. Camaradas cuyas cabezas reposan sobre barriles, en un desmantelado buque prófugo, lejos, amigos míos sin lágrimas, mujeres de rostro cruel: la medianoche ha llegado y un gong de muerte golpea en torno mío como el mar. Hay en la boca el sabor, la sal del dormido. Fiel como una condena, a cada cuerpo la palidez del distrito letárgico acude: una sonrisa fría, sumergida, unos ojos cubiertos como fatigados boxeadores, una respiración que sordamente devora fantasmas. En esa humedad de nacimiento, con esa proporción tenebrosa, cerrada como una bodega, el aire es criminal: las paredes tienen un triste color de cocodrilo, una contextura de araña siniestra: se pisa en lo blando como sobre un monstruo muerto:
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las uvas negras inmensas, repletas, cuelgan de entre las ruinas como odres: oh Capitán, en nuestra hora de reparto abre los mudos cerrojos y espérame: allí debemos cenar vestidos de luto: el enfermo de malaria guardará las puertas. Mi corazón, es tarde y sin orillas, el día, como un pobre mantel puesto a secar, oscila rodeado de seres y extensión: de cada ser viviente hay algo en la atmósfera: mirando mucho el aire aparecerían mendigos, abogados, bandidos, carteros, costureras, y un poco de cada oficio, un resto humillado quiere trabajar su parte en nuestro interior. Yo busco desde antaño, yo examino sin arrogancia, conquistado, sin duda, por lo vespertino.
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Caballo de los sueños
I
nnecesario, viéndome en los espejos con un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles,
arranco de mi corazón al capitán del infierno, establezco cláusulas indefinidamente tristes. Vago de un punto a otro, absorbo ilusiones, converso con los sastres en sus nidos: ellos, a menudo, con voz fatal y fría cantan y hacen huir los maleficios. Hay un país extenso en el cielo con las supersticiosas alfombras del arco iris y con vegetaciones vesperales: hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga, pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos, yo sueño entre esas plantas de legumbre confusa. Paso entre documentos disfrutados, entre orígenes, vestido como un ser original y abatido: amo la miel gastada del respeto, el dulce catecismo entre cuyas hojas
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duermen violetas envejecidas, desvanecidas, y las escobas, conmovedoras de auxilios, en su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza. Yo destruyo la rosa que silba y la ansiedad raptora: yo rompo extremos queridos: y aún más, aguardo el tiempo uniforme, sin medidas: un sabor que tengo en el alma me deprime. Qué día ha sobrevenido! Qué espesa luz de leche, compacta, digital, me favorece! He oído relinchar su rojo caballo desnudo, sin herraduras y radiante. Atravieso con él sobre las iglesias, galopo los cuarteles desiertos de soldados y un ejército impuro me persigue. Sus ojos de eucaliptos roban sombra, su cuerpo de campana galopa y golpea. Yo necesito un relámpago de fulgor persistente, un deudo festival que asuma mis herencias.
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Caballero solo
L
os jóvenes homosexuales y las muchachas amorosas, y las largas viudas que sufren el delirante insomnio,
y las jóvenes señoras preñadas hace treinta horas, y los roncos gatos que cruzan mi jardín en tinieblas, como un collar de palpitantes ostras sexuales rodean mi residencia solitaria, como enemigos establecidos contra mi alma, como conspiradores en traje de dormitorio que cambiaran largos besos espesos por consigna. El radiante verano conduce a los enamorados en uniformes regimientos melancólicos, hechos de gordas y flacas y alegres y tristes parejas: bajo los elegantes cocoteros, junto al océano y la luna hay una continua vida de pantalones y polleras, un rumor de medias de seda acariciadas, y senos femeninos que brillan como ojos. El pequeño empleado, después de mucho, después del tedio semanal, y las novelas leídas de noche, en cama, ha definitivamente seducido a su vecina,
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y la lleva a los miserables cinematógrafos donde los héroes son potros o príncipes apasionados, y acaricia sus piernas llenas de dulce vello con sus ardientes y húmedas manos que huelen a cigarrillo. Los atardeceres del seductor y las noches de los esposos se unen como dos sábanas sepultándome, y las horas después del almuerzo en que los jóvenes estudiantes, y los jóvenes estudiantes, y los sacerdotes se masturban, y los animales fornican directamente, y las abejas huelen a sangre, y las moscas zumban coléricas, y los primos juegan extrañamente con sus primas, y los médicos miran con furia al marido de la joven paciente, y las horas de la mañana en que el profesor, como por descuido, cumple con su deber conyugal, y desayuna, y, más aún, los adúlteros, que se aman con verdadero amor sobre lechos altos y largos como embarcaciones: seguramente, eternamente me rodea este gran bosque respiratorio y enredado con grandes flores como bocas y dentaduras y negras raíces en forma de uñas y zapatos.
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Miedo
T
odos me piden que dé saltos, que tonifique y que futbole,
que corra, que nade y que vuele. Muy bien. Todos me aconsejan reposo, todos me destinan doctores, mirándome de cierta manera. Qué pasa? Todos me aconsejan que viaje, que entre y que salga, que no viaje, que me muera y que no me muera. No importa. Todos ven las dificultades de mis vísceras sorprendidas por radioterribles retratos. No estoy de acuerdo. Todos pican mi poesía con invencibles tenedores buscando, sin duda, una mosca, 45
Tengo miedo de todo el mundo, del agua fría, de la muerte. Soy como todos los mortales, inaplazable. Por eso en estos cortos días no voy a tomarlos en cuenta, voy a abrirme y voy a encerrarme con mi más pérfido enemigo, Pablo Neruda.
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Capítlulo 4
José Martí 47
Una Copa
U
na copa con alas: quién la ha visto antes que yo? Yo ayer la vi. Subía
con lenta majestad, como quien vierte óleo sagrado: y a sus bordes dulces mis regalados labios apretaba:? Ni una gota siquiera, ni una gota del bálsamo perdí que hubo en tu beso! Tu cabeza de negra cabellera ?Te acuerdas?? con mi mano requería, porque de mí tus labios generosos no se apartaran. ?Blanda como el beso que a ti me transfundía, era la suave atmósfera en redor: La vida entera sentí que a mí abrazándote, abrazaba! Perdí el mundo de vista, y sus ruidos y su envidiosa y bárbara batalla! Una copa en los aires ascendía y yo, en brazos no vistos reclinado tras ella, asido de sus dulces bordes: Por el espacio azul me remontaba!
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Oh amor, oh inmenso, oh acabado artista: en rueda o riel funde el herrero el hierro: una flor o mujer o águila o ángel en oro o plata el joyador cincela: Tú sólo, sólo tú, sabes el modo de reducir el Universo a un beso!
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La Niña de Guatemala
Q
uiero, a la sombra de un ala, contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala, la que se murió de amor. Eran de lirios los ramos; y las orlas de reseda y de jazmín; la enterramos en una caja de seda... Ella dio al desmemoriado una almohadilla de olor; él volvió, volvió casado; ella se murió de amor. Iban cargándola en andas obispos y embajadores; detrás iba el pueblo en tandas, todo cargado de flores...
50
Ella, por volverlo a ver, salió a verlo al mirador; él volvió con su mujer, ella se murió de amor. Como de bronce candente, al beso de despedida, era su frente -¡la frente que más he amado en mi vida!... Se entró de tarde en el río, la sacó muerta el doctor; dicen que murió de frío, yo sé que murió de amor. Allí, en la bóveda helada, la pusieron en dos bancos: besé su mano afilada, besé sus zapatos blancos. Callado, al oscurecer, me llamó el enterrador; nunca más he vuelto a ver a la que murió de amor. 51
¡Dolor! ¡Dolor! eterna vida mía ¡Dolor! ¡Dolor! eterna vida mía, Ser de mi ser, sin cuyo aliento muero! Goce en buen hora espíritu mezquino Al son del baile animador, y prenda Su alma en las flores que el flotante lino De mujeres bellísimas engasta:? Goce en buen hora, y su cerebro encienda En la rojiza lumbre de la incasta Hoguera del deseo:? Yo, ?embriagado de mis penas,? me devoro, Y mis miserias lloro, Y buitre de mí mismo me levanto, Y me hiero y me curo con mi canto, Buitre a la vez que altivo Prometeo.
52
Tiene el alma del poeta
T
iene el alma del poeta Extrañeza singular:
Si en su paso encuentra al hombre El poeta da en llorar. Con la voz de un niño tiembla, Es de amor, y al amor va— Un amor que no se estrecha En un límite carnal. La corteza corrompida El fruto corromperá. Del amor de hembra no fío Si su hoguera han de alumbrar El quemante sol de estío O el sol pálido autumnal: ¡Primavera —primavera, Madre de felicidad!
53
Yo sueño despierto
Y
o sueño con los ojos Abiertos, y de día
Y noche siempre sueño. Y sobre las espumas Del ancho mar revuelto, Y por entre las crespas Arenas del desierto Y del león pujante, Monarca de mi pecho, Montado alegremente Sobre el sumiso cuello,? Un niño que me llama Flotando siempre veo!
54
Odio el mar
O
dio el mar, sólo hermoso cuando gime Del barco domador bajo la hendente
Quilla, y como fantástico demonio, De un manto negro colosal tapado, Encórvase a los vientos de la noche Ante el sublime vencedor que pasa:? Y a la luz de los astros, encerrada En globos de cristales, sobre el puente Vuelve un hombre impasible la hoja a un libro.? Odio el mar: vasto y llano, igual y frío No cual la selva hojosa echa sus ramas Como sus brazos, a apretar al triste Que herido viene de los hombres duros Y del bien de la vida desconfía; No cual honrado luchador, en suelo Firme y pecho seguro, al hombre aguarda Sino en traidora arena y movediza, Cual serpiente letal. ?También los mares, El sol también, también Naturaleza Para mover al hombre a las virtudes, Franca ha de ser, y ha de vivir honrada.
55
Sin palmeras, sin flores, me parece Siempre una tenebrosa alma desierta. Que yo voy muerto, es claro: a nadie importa Y ni siquiera a mí: pero por bella, Ígnea, varia, inmortal, amo la vida. Lo que me duele no es vivir: me duele Vivir sin hacer bien. Mis penas amo, Mis penas, mis escudos de nobleza. No a la próvida vida haré culpable De mi propio infortunio, ni el ajeno Goce envenenaré con mis dolores. Buena es la tierra, la existencia es santa. Y en el mismo dolor, razones nuevas Se hallan para vivir, y goce sumo, Claro como una aurora y penetrante. Mueran de un tiempo y de una vez los necios Que porque el llanto de sus ojos surge Más grande y más hermoso que los mares. Odio el mar, muerto enorme, triste muerto De torpes y glotonas criaturas Odiosas habitado: se parecen 56
A los ojos del pez que de harto expira Los del gañán de amor que en brazos tiembla De la horrible mujer libidinosa:? Vilo, y lo dije: ?algunos son cobardes, Y lo que ven y lo que sienten callan: Yo no: si hallo un infame al paso mío, Dígole en lengua clara: ahí va un infame, Y no, como hace el mar, escondo el pecho. Ni mi sagrado verso nimio guardo Para tejer rosarios a las damas Y máscaras de honor a los ladrones: Odio el mar, que sin cólera soporta Sobre su lomo complaciente, el buque Que entre música y flor trae a un tirano.
57
Una copa con alas
U
na copa con alas: quién la ha visto antes que yo? Yo ayer la vi. Subía
con lenta majestad, como quien vierte óleo sagrado: y a sus bordes dulces mis regalados labios apretaba:? Ni una gota siquiera, ni una gota del bálsamo perdí que hubo en tu beso! Tu cabeza de negra cabellera ?Te acuerdas?? con mi mano requería, porque de mí tus labios generosos no se apartaran. ?Blanda como el beso que a ti me transfundía, era la suave atmósfera en redor: La vida entera sentí que a mí abrazándote, abrazaba! Perdí el mundo de vista, y sus ruidos y su envidiosa y bárbara batalla! Una copa en los aires ascendía y yo, en brazos no vistos reclinado tras ella, asido de sus dulces bordes: Por el espacio azul me remontaba!
58
Oh amor, oh inmenso, oh acabado artista: en rueda o riel funde el herrero el hierro: una flor o mujer o águila o ángel en oro o plata el joyador cincela: Tú sólo, sólo tú, sabes el modo de reducir el Universo a un beso!
59
Cultivo una rosa blanca
C
ultivo una rosa blanca en junio como en enero
para el amigo sincero que me da su mano franca. Y para el cruel que me arranca el coraz贸n con que vivo, cardo ni ortiga cultivo; cultivo la rosa blanca.
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CapĂtulo 5
Mario Benedetti 61
Alguien
A
lguien limpia la celda de la tortura
que no quede la sangre ni la amargura alguien pone en los muros el nombre de ella ya no cabe en la noche ninguna estrella alguien limpia su rabia con un consejo y la deja brillante como un espejo alguien piensa hasta cuando alguien camina suenan lejos las risas una bocina y un gallo que propone su canto en hora mientras sube la angustia 62
alguien piensa en afuera que allĂĄ no hay plazo piensa en niĂąos de vida y en un abrazo alguien quiso ser justo no tuvo suerte es difĂcil la lucha contra la muerte alguien limpia la celda de la tortura lava la sangre pero no la amargura.
63
¿Qué les queda a los jóvenes?
Q
ué les queda por probar a los jóvenes en este mundo de paciencia y asco.
¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo? también les queda no decir amén no dejar que les maten el amor recuperar el habla y la utopía ser jóvenes sin prisa y con memoria situarse en una historia que es la suya no convertirse en viejos prematuros ¿qué les queda por probar a los jóvenes en este mundo de rutina y ruina? ¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas? les queda respirar / abrir los ojos descubrir las raíces del horror inventar paz así sea a ponchazos entenderse con la naturaleza y con la lluvia y los relámpagos y con el sentimiento y con la muerte esa loca de atar y desatar
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¿qué les queda por probar a los jóvenes en este mundo de consumo y humo? ¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas? también les queda discutir con dios tanto si existe como si no existe tender manos que ayudan / abrir puertas entre el corazón propio y el ajeno / sobre todo les queda hacer futuro a pesar de los ruines de pasado y los sabios granujas del presente
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Ausencia de Dios
D
igamos que te alejas definitivamente hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio, en realidad la única constante de tu espacio, quedará para siempre en mí, doliente, persuadida, frustrada, silenciosa, quedará en mí tu corazón inerte y sustancial, tu corazón de una promesa única en mí que estoy enteramente solo sobreviviéndote. Después de ese dolor redondo y eficaz, pacientemente agrio, de invencible ternura, ya no importa que use tu insoportable ausencia ni que me atreva a preguntar si cabes como siempre en una palabra. Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche desgarradoramente idéntica a las otrasque repetí buscándote, rodeándote. Hay solamente un eco irremediable de mi voz como niño, esa que no sabía. Ahora que miedo inútil, qué vergüenza
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no tener oración para morder, no tener fe para clavar las uñas, no tener nada más que la noche, saber que Dios se muere, se resbala, que Dios retrocede con los brazos cerrados, con los labios cerrados, con la niebla, como un campanario atrozmente en ruinas que desandara siglos de ceniza. Es tarde. Sin embargo yo daría todos los juramentos y las lluvias, las paredes con insultos y mimos, las ventanas de invierno, el mar a veces, por no tener tu corazón en mí, tu corazón inevitable y doloroso en mí que estoy enteramente solo sobreviviéndote.
67
Amor de tarde
E
s una lástima que no estés conmigo cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos y estiro las piernas como todas las tardes y hago así con los hombros para aflojar la espalda y me doblo los dedos y les saco mentiras. Es una lástima que no estés conmigo cuando miro el reloj y son las cinco y soy una manija que calcula intereses o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas o un oído que escucha como ladra el teléfono o un tipo que hace números y les saca verdades. Es una lástima que no estés conmigo cuando miro el reloj y son las seis. Podrías acercarte de sorpresa y decirme “¿Qué tal?” y quedaríamos yo con la mancha roja de tus labios tú con el tizne azul de mi carbónico.
68
Cuando éramos niños
C
uando éramos niños los viejos tenían como treinta
un charco era un océano la muerte lisa y llana no existía. luego cuando muchachos los viejos eran gente de cuarenta un estanque era un océano la muerte solamente una palabra ya cuando nos casamos los ancianos estaban en los cincuenta un lago era un océano la muerte era la muerte de los otros. ahora veteranos ya le dimos alcance a la verdad el océano es por fin el océano pero la muerte empieza a ser la nuestra. 69
Ay del sueño
A
y del sueño si sobrevivo es ya borrándome
ya desconfiado y permante y tantas veces me hundo y sueño muslo a tu muslo boca a tu boca nunca sabré quién sos ahora que estoy insomne como un sagrado y permanezco quiero morir de siesta muslo a tu muslo boca a tu boca para saber quién sos Ay del sueño con esta poca alma a destajo soñar a nado tiernamente así me llamen permanezco muslo a tu muslo boca a tu boca quiero quedarme en vos 70
La vida ese paréntesis
C
uando el no ser queda en suspenso se abre la vida ese paréntesis
con un vagido universal de hambre somos hambrientos desde el vamos y lo seremos hasta el vámonos después de mucho descubrir y brevemente amar y acostumbrarnos a la fallida eternidad la vida se clausura en vida la vida ese paréntesis también se cierra incurre en un vagido uiniversal el último y entonces sólo entonces el no ser sigue para siempre
71
Enamorarse y no
C
uando uno se enamora las cuadrillas del tiempo hacen escala en el olvido
la desdicha se llena de milagros el miedo se convierte en osadĂa y la muerte no sale de su cueva enamorarse es un presagio gratis una ventana abierta al ĂĄrbol nuevo una proeza de los sentimientos una bonanza casi insoportable y un ejercicio contra el infortunio por el contrario desenamorarse es ver el cuerpo como es y no como la otra mirada lo inventaba es regresar mĂĄs pobre al viejo enigma y dar con la tristeza en el espejo.
72
CapĂtulo 6
Luly Mata 73
Debo olvidarte
D
ebo olvidarte debo dejar de soĂąarte,
de imaginar que tocas mi mano de sentir tu olor en cualquier parte Y aunque olvidarte es como si me quitaran el aliento, como si se detuviera el tiempo o dejara de soplar el viento Debo olvidarte borrarte de mi mente deberĂa de olvidarte... aunque mi corazĂłn solo exista por amarte Debo de no mirarte dejar de esperarte simplemente debo dejar de amarte.
74
Hoy
H
oy me miraste y me di cuenta que no te soy indiferente, que me quieres aunque sea un poquito y que podrías llegar a sentir
algo por mi… Hoy descubrí que no eres imposible como pensaba, y que algún día podría haber algo entre nosotros. Hoy supe que los pequeños detalles que vengan de ti alimentan mi espíritu y me ilusiona aunque sea saber que estas cerca de mí. Hoy me hablaste y eso para mí fue lo mejor. Hoy me miraste y algo en mi interior cambio. Me miraste, me hablaste, me tomaste en cuenta y eso me emociono. Hoy me enamore más de ti y siento que te quiero más que nunca. Hoy supe que algún día podríamos estar juntos pero también supe que no sería pronto.
75
Un perdón en silencio
P
erdón… Son seis letras que salen de mi corazón.
Perdón… Por lo que siento y lo que calló. Una disculpa es lo único que pido por aquel amor que estoy robando. Hoy pido perdón a ese corazón que destroce sin malicia alguna, pero totalmente. Perdón en silencio por aquella nube de ilusiones que derrumbe con mi sentí. El aire murmura que aquella alma me perdone y aquel corazón disculpe mi amor… pero nada se aclarece. La verdad algún día saldrá y la felicidad se empañara cual cielo nublado. El perdón será la única salvación, pero así quedara, en un murmullo.
76
Una traición
S
iento un mor tan profundo, pero no tiene sentido. Una traición es el nombre de este amor. Un hombre ajeno estoy
robando… Una ilusión estoy destrozando, pero es tan difícil romper este sentimiento, se ha vuelto parte de mi ser. Yo sé que él me puede corresponder, lo siento… Pero él está en otro corazón y en otro sentimiento. Aunque este amor es tan profundo, no tengo el derecho de romper un corazón, menos el de ella. La peor de las traiciones, es el hombre de ella… mi mejor amiga.
77
Y si...
S
i mi corazón dejara de amarte, mi mente dejara de pensar en ti,
y si mis ojos dejaran de llorarte… si mi alma dejara de afligirse por tu ausencia, mi alma dejaran de esperar un beso tuyo si mi pies dejara de extrañarte… si mi espíritu dejara de anhelarte, mi pensamiento dejara de esperarte y si mi alma dejara de palpitar por ti cada vez que te siente. Entonces yo no existiría, ni mi alma, ni mi corazón, ni nada. Y si pensara que te perdería… me mata y si pensara en que estarías ahí sin mi… me aniquila y si pensara en que estaríamos juntos seria pensar en un sueño imposible. y si porque te amo tengo que dar mi vida en este momento te juro que lo haría. y si sientes lo mismo que yo es una jugada de la vida que nos mandó para unirnos en la tierra. Y si esto es una fantasía de juventud prefiero no crecer y seguir soñando.
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A ti
A
ti que noches enteras te desvelaste por cuidarme, a ti que tanto amor me diste aun antes de conocerme,
a ti que me cargaste nueve meses sin importante el cansancio y el dolor. A ti que entregaste tu vida a ser madre, a ti que estuviste cuando mรกs te necesitaba, que hiciste lo imposible para hacerme feliz, a ti muchas gracias por tu amor cuidado y dedicaciรณn que me has dado. Solo a ti puede llamarte mamรก.
79
Mi cuento de hadas
V
ivo de un recuerdo Soñando en un final de hadas
Vivo de cuentos y fantasías Con el alma encrucijada. Sin lavar platos, Espero al príncipe soñado. Sin luchar con brujas, Quiero ver mi anhelo realizado. Yo no soy una princesa, Pero vivo en un mundo de hadas Para mi es una tristeza Cuando despierto y veo que no hay nada.
80
Miedo de ti
T
engo miedo de volver a verte después de mucho tiempo, nos de mi reacción, cada vez es más imposible estar lejos de ti.
Tengo miedo de volver a verte, De sentir nuevamente un dese intenso incontrolable de escucharte, Miedo de sentirte como antes, De querer tenerte conmigo, Miedo de sentirme sola y deprimida de mi amor por ti. Nunca había sentido todo esto. Eres el primero que logro ilusionarme. Mi corazón siente miedo de ti, de tenerte cerca, de estar tan enamorada y sufrir, sufrir por ti.
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Será
P
or qué te quiero te miro, por qué te amo te hablo,
será que no me quieres y no me amas por qué no me diriges ni siquiera una mirada. Será que de verdad no soy correspondida, que estaba equivocada, será que otra persona que está en tu corazón, será que por eso no estamos juntos por qué será que aunque me defraudes aun te quiero, por qué será quien aunque más te conozca e gustas mas será entonces e ti me tengo que olvidar, será que tengo que dejarte de amar.
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Un sufimiento
M
e cantaste esa canci贸n en la que me ilusionabas, Quie decias que morias al verme,
Que por mi hasta la vida dabas. Dejaste que volara, Y de repente sin sospechar, Las alas me robabas. Un dia lloraba, Como un alma en pena, Y otro dia te albaba. Te despreciaba, Pues con tu indiferencia, Poco a poco con mi alm acababas. Viste que mi alma sangraba, Que ilusiones y dolor de mi alma desechaba. Como p谩jaro volaba, presumiendo amor, de repente aterrizaba muriendo de dolor..
83
Captulo 7
Jorge Borges 84
A un Gato
N
o son más silenciosos los espejos ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera que nos es dado divisar de lejos. Por obra indescifrable de un decreto divino, te buscamos vanamente; más remoto que el Ganges y el poniente, tuya es la soledad, tuyo el secreto. Tu lomo condesciende a la morosa caricia de mi mano. Has admitido, desde esa eternidad que ya es olvido, el amor de la mano recelosa. En otro tiempo estás. Eres el dueño de un ámbito cerrado como un sueño. Lee todo en: A un gato - Poemas de Jorge Luis Borges http://www. poemas-del-alma.com/a-un-gato.htm#ixzz2QnRnZ4h5
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Al triste
A
hí está lo que fue: la terca espada del sajón y su métrica de hierro,
los mares y las islas del destierro del hijo de Laertes, la dorada luna del persa y los sin fin jardines de la filosofía y de la historia, el oro sepulcral de la memoria y en la sombra el olor de los jazmines. Y nada de eso importa. El resignado ejercicio del verso no te salva ni las aguas del sueño ni la estrella que en la arrasada noche olvida el alba. Una sola mujer es tu cuidado, igual a las demás, pero que es ella.
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Elogio
L
a vejez (tal es el nombre que los otros le dan) puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto. Quedan el hombre y su alma. Vivo entre formas luminosas y vagas que no son aún la tiniebla. Buenos Aires, que antes se desgarraba en arrabales hacia la llanura incesante, ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro, las borrosas calles del Once y las precarias casas viejas que aún llamamos el Sur. Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas; Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar; el tiempo ha sido mi Demócrito. Esta penumbra es lenta y no duele; fluye por un manso declive y se parece a la eternidad. Mis amigos no tienen cara, las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años, las esquinas pueden ser otras, no hay letras en las páginas de los libros. 87
Todo esto debería atemorizarme, pero es una dulzura, un regreso. De las generaciones de los textos que hay en la tierra sólo habré leído unos pocos, los que sigo leyendo en la memoria, leyendo y transformando. Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte, convergen los caminos que me han traído a mi secreto centro. Esos caminos fueron ecos y pasos, mujeres, hombres, agonías, resurrecciones, días y noches, entresueños y sueños, cada ínfimo instante del ayer y de los ayeres del mundo, la firme espada del danés y la luna del persa, los actos de los muertos, el compartido amor, las palabras, Emerson y la nieve y tantas cosas. Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro, a mi álgebra y mi clave, a mi espejo. Pronto sabré quién soy. 88
El reloj de arena
E
stá bien que se mida con la dura Sombra que una columna en el estío
Arroja o con el agua de aquel río En que Heráclito vio nuestra locura El tiempo, ya que al tiempo y al destino Se parecen los dos: la imponderable Sombra diurna y el curso irrevocable Del agua que prosigue su camino. Está bien, pero el tiempo en los desiertos Otra substancia halló, suave y pesada, Que parece haber sido imaginada Para medir el tiempo de los muertos. Surge así el alegórico instrumento De los grabados de los diccionarios, La pieza que los grises anticuarios Relegarán al mundo ceniciento Del alfil desparejo, de la espada Inerme, del borroso telescopio,
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Del sándalo mordido por el opio Del polvo, del azar y de la nada. ¿Quién no se ha demorado ante el severo Y tétrico instrumento que acompaña En la diestra del dios a la guadaña Y cuyas líneas repitió Durero? Por el ápice abierto el cono inverso Deja caer la cautelosa arena, Oro gradual que se desprende y llena El cóncavo cristal de su universo. Hay un agrado en observar la arcana Arena que resbala y que declina Y, a punto de caer, se arremolina Con una prisa que es del todo humana. La arena de los ciclos es la misma E infinita es la historia de la arena; Así, bajo tus dichas o tu pena, La invulnerable eternidad se abisma.
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No se detiene nunca la caída Yo me desangro, no el cristal. El rito De decantar la arena es infinito Y con la arena se nos va la vida. En los minutos de la arena creo Sentir el tiempo cósmico: la historia Que encierra en sus espejos la memoria O que ha disuelto el mágico Leteo. El pilar de humo y el pilar de fuego, Cartago y Roma y su apretada guerra, Simón Mago, los siete pies de tierra Que el rey sajón ofrece al rey noruego, Todo lo arrastra y pierde este incansable Hilo sutil de arena numerosa. No he de salvarme yo, fortuita cosa De tiempo, que es materia deleznable.
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Soy
S
oy el que sabe que no es menos vano que el vano observador que en el espejo
de silencio y cristal sigue el reflejo o el cuerpo (da lo mismo) del hermano. Soy, t谩citos amigos, el que sabe que no hay otra venganza que el olvido ni otro perd贸n. Un dios ha concedido al odio humano esta curiosa llave. Soy el que pese a tan ilustres modos de errar, no ha descifrado el laberinto singular y plural, arduo y distinto, del tiempo, que es uno y es de todos. Soy el que es nadie, el que no fue una espada en la guerra. Soy eco, olvido, nada.
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Un ciego
N
o sé cuál es la cara que me mira cuando miro la cara del espejo;
no sé qué anciano acecha en su reflejo con silenciosa y ya cansada ira. Lento en mi sombra, con la mano exploro mis invisibles rasgos. Un destello me alcanza. He vislumbrado tu cabello que es de ceniza o es aún de oro. Repito que he perdido solamente la vana superficie de las cosas. El consuelo es de Milton y es valiente, Pero pienso en las letras y en las rosas. Pienso que si pudiera ver mi cara sabría quién soy en esta tarde rara.
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Ausencia Habré de levantar la vasta vida que aún ahora es tu espejo: cada mañana habré de reconstruirla. Desde que te alejaste, cuántos lugares se han tornado vanos y sin sentido, iguales a luces en el día. Tardes que fueron nicho de tu imagen, músicas en que siempre me aguardabas, palabras de aquel tiempo, yo tendré que quebrarlas con mis manos. ¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada? Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta, el mar al que se hunde.
94
Captulo 7
Octavio Paz 95
Acabar con todo
D
ame, llama invisible, espada fría, tu persistente cólera,
para acabar con todo, oh mundo seco, oh mundo desangrado, para acabar con todo. Arde, sombrío, arde sin llamas, apagado y ardiente, ceniza y piedra viva, desierto sin orillas. Arde en el vasto cielo, laja y nube, bajo la ciega luz que se desploma entre estériles peñas. Arde en la soledad que nos deshace, tierra de piedra ardiente, de raíces heladas y sedientas. Arde, furor oculto, ceniza que enloquece, arde invisible, arde 96
como el mar impotente engendra nubes, olas como el rencor y espumas pĂŠtreas. Entre mis huesos delirantes, arde; arde dentro del aire hueco, horno invisible y puro; arde como arde el tiempo, como camina el tiempo entre la muerte, con sus mismas pisadas y su aliento; arde como la soledad que te devora, arde en ti mismo, ardor sin llama, soledad sin imagen, sed sin labios. Para acabar con todo, oh mundo seco, para acabar con todo.
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El desconocido
L
a noche nace en espejos de luto. Sombríos ramos húmedos
ciñen su pecho y su cintura, su cuerpo azul, infinito y tangible. No la puebla el silencio: rumores silenciosos, peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen. La noche es verde, vasta y silenciosa. La noche es morada y azul. Es de fuego y es de agua. La noche es de mármol negro y de humo. En sus hombros nace un río que se curva, una silenciosa cascada de plumas negras. La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas. Todo se funde en ese beso, todo arde en esos labios sin límites, y el nombre y la memoria son un poco de ceniza y olvido en esa entraña que sueña. Noche, dulce fiera, boca de sueño, ojos de llama fija y ávida,
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océano extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras, indefensa y voraz como el amor, detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo, río de terciopelo y ceguera, respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona: el desdichado, el hueco, el que lleva por máscara su rostro, cruza tus soledades, a solas con su alma. Tu silencio lo llama, rozan su piel tus alas negras, donde late el olvido sin fronteras, mas él cierra los poros de su alma al infinito que lo tienta, ensimismado en su árida pelea. Nadie lo sigue, nadie lo acompaña. En su boca elocuente la mentira se anida, su corazón está poblado de fantasmas y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho.
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Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma. Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas, sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia, el muro del perdón o de la muerte. Pero su corazón aún abre las alas como un águila roja en el desierto. Suenan las flautas de la noche. El mundo duerme y canta. Canta dormido el mar; ojo que tiembla absorto, el cielo es un espejo donde el mundo se contempla, lecho de transparencia para su desnudez. Él marcha solo, infatigable, encarcelado en su infinito, como un solitario pensamiento, como un fantasma que buscara un cuerpo.
100
La vida sencilla
L
lamar al pan y que aparezca sobre el mantel el pan de cada día;
darle al sudor lo suyo y darle al sueño y al breve paraíso y al infierno y al cuerpo y al minuto lo que piden; reír como el mar ríe, el viento ríe, sin que la risa suene a vidrios rotos; beber y en la embriaguez asir la vida, bailar el baile sin perder el paso, tocar la mano de un desconocido en un día de piedra y agonía y que esa mano tenga la firmeza que no tuvo la mano del amigo; probar la soledad sin que el vinagre haga torcer mi boca, ni repita mis muecas el espejo, ni el silencio se erice con los dientes que rechinan: estas cuatro paredes ?papel, yeso, alfombra rala y foco amarillento? no son aún el prometido infierno; que no me duela más aquel deseo, helado por el miedo, llaga fría, quemadura de labios no besados: 101
el agua clara nunca se detiene y hay frutas que se caen de maduras; saber partir el pan y repartirlo, el pan de una verdad com煤n a todos, verdad de pan que a todos nos sustenta, por cuya levadura soy un hombre, un semejante entre mis semejantes; pelear por la vida de los vivos, dar la vida a los vivos, a la vida, y enterrar a los muertos y olvidarlos como la tierra los olvida: en frutos... Y que a la hora de mi muerte logre morir como los hombres y me alcance el perd贸n y la vida perdurable del polvo, de los frutos y del polvo.
102
Misterio
R
elumbra el aire, relumbra, el mediodĂa relumbra,
pero no veo al sol. Y de presencia en presencia todo se me transparenta, pero no veo al sol. Perdido en las transparencias voy de reflejo a fulgor, pero no veo al sol. Y ĂŠl en la luz se desnuda y a cada esplendor pregunta, pero no ve al sol. Lee todo en: Misterio - Poemas de Octavio Paz http://www. poemas-del-alma.com/misterio.htm#ixzz2QmUMgGOX
103
Dos cuerpos Dos cuerpos frente a frente son a veces dos olas y la noche es océano. Dos cuerpos frente a frente son a veces dos piedras y la noche desierto. Dos cuerpos frente a frente son a veces raíces en la noche enlazadas. Dos cuerpos frente a frente son a veces navajas y la noche relámpago. Dos cuerpos frente a frente son dos astros que caen en un cielo vacío.
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Índice Capítulo 1. Jaime Sabines
Los amorosos
La Luna
Me encanta Dios
Solo en sueños
Te quiero a las diez de la mañana
Adán y Eva
Vamos a guardar este día
El peatón
Capítulo 2. Alfonsina Storni
Alma desnuda
Creo en mi corazón
Mi queja
¡Adiós!
Esta tarde
Paz
Dulzura
Tú, nunca serás
Lápiz
Capítulo 3. Pablo Neruda
A mis obligaciones
Algunas bestias
Arte poético
Colección nocturna
Caballo de los sueños 105
Caballero solo
Miedo
Capítulo 4. José Martí
Una copa
La niña de Guatemala
¡Dolor! ¡Dolor! eterna vida mía
Tiene el alma del poeta
Yo sueño despierto
Odio el mar
Cultivo una rosa blanca
Capítulo 5. Mario Benedetti
Alguien
¿Qué les queda a los jóvenes?
Ausencia de Dios
Amor de tarde
Cuando éramos niños
Ay del sueño
La vida ese paréntesis
Enamorarse y no
Capítulo 6. Luly Mata
Debo olvidarte
Hoy
Un perdón
Una Traición
Y si…
A ti
Mi cuento de hadas 106
Miedo de ti
Será
Un sufrimiento
Capítulo 7. Jorge Borges
A un gato
Al triste
Elogio
El reloj de arena
Soy
Un ciego
Ausencia
Capítulo 8. Octavio Paz
Acabar con todo
El desconocido
La vida sencilla
Misterio
Dos cuerpos
107
108
Reflejos del
Alma
Recopilación de Poemas por Julieta Mata
Esta edición de poemas, está dedicada a recopilar los escritos de los poetas más grandes y reconocidos , Jaime Sabines, Mario Benedetti, Alfonsina Storni, Octavio Paz, Jorge Borges, Luly Mata, Pablo Neruda y José Martí, todos ellos han dejado huella en este mundo y Reflejos del alma hace en esta edición un homenaje a cada uno de ellos. Poemas como “La niña de Guatemala”, “Debo Olvidarte”, “Los amorosos”, “Dos cuerpos”, entre muchos más, son los que conforman esta publicación. Cada poeta escribe su sentir, su vida, su amor, simplemente tomando una hoja, un bolígrafo, y teniendo una musa… reflejan su alma, transcriben su esencia e n uno y otro poema que crean.
Editorial Angels 109