La acuarela de mi tío 24 de octubre de 2014 a la(s) 15:40
Entre muy diversas obras que componen lo que podría denominar “nuestra colección de pintura”, seleccioné para el que sería mi estudio, tras la mudanza, una de las acuarelas de mi tío, el arquitecto José Luis Benlliure. Aquella imagen de una callejuela del pueblo de Valle de Bravo por años ha capturado mi atención, me ha provocado sentimientos y sensaciones varias. (la foto ha tomado un tinte más azuloso al subirla)
Mi tío es culpable de muchos de mis gustos estéticos, así colaboró en gran parte mi a mi gran inclinación hacia las actividades creativas, son inolvidables las más de las muchas ocasiones que pasaba yo en casa de mis primos a principios de mi adolescencia. Solíamos Jugar “Basta” con temas como pintores, músicos y escultores, después lo frecuente solía ser, que si no estaba en su estudio pintando alguna acuarela, se diese a la venturosa tarea de relatarnos la vida y obra de algún gran arquitecto o pintor de la antigüedad. El escuchar alguna charla de aquél hombre alto y delgado, mangas de la camisa cuidadosamente dobladas hasta un palmo debajo de los codos, con aquella protuberante nariz y el aire serio bajo un cabello con larga patilla, un tanto desgreñado que terminaba en ligeros rizos en la nuca, era un verdadero placer, un festín de conocimientos. El “Gitano señorón” como se llamaba a sí mismo con ese humor cáustico, en tantos momentos en los que abandonaba ese aire serio y meditabundo que lo caracterizaba casi siempre. Orgulloso estaba de ser nieto de Mariano, aquel escultor muy conocido por lares europeos y billetes de quinientas pelas. Recuerdo cuando se terminaron las casas de Valle, eran dos, las del Cata, su gran amigo, y la suya propia ubicadas en una pequeña privada al fondo de un callejón con una formidable vista al lago. Pasarían allí, en familia, decenas de fines de semana durante los cuales el tío salía a caminar hasta encontrar algún lugar para plasmarlo en sensacionales acuarelas, mismas que hoy son objeto de grandes alabanzas por un gran grupo de sus conocidos, tanto por su virtuosismo como por su colorido y formas sugeridas por las técnicas de aguadas. Esta acuarela forma parte de todo ese conjunto pintado en aquel pueblo que se fue gradualmente transformando en un espacio muy buscado por los chilangos, franceses y británicos para construir allí sus casas de verano. Ahora, emplazada a escasos setenta u ochenta centímetros sobre mi computadora me recrea con su tranquilidad. Su formato es vertical, al igual que la calle, aquella estrecha callejuela que baja en pendiente hasta desembocar en alguna calle principal, con el sugerido empedrado por manchas de grises varios según las sombras de aquellas casas con techos de tejas viejas de tonos suaves, rojizos y naranjas, bajo las cuales se observa su progresivo palidecer de tonos que el tiempo mueve hacia grisáceos. Encaladas y blancas paredes, todas con aquella franja de pintura rojiza y gastada al ras de suelo. En primer plano un chueco y erguido delgado poste de luz con diestros tonos en café, en el cual sobresalen conectores de cables que apenas son visibles y desaparecen en la distancia, las sombras tenues y mayores en las paredes, aquellos tonos de luz amarilla en las últimas de la pendiente así como en las apenas y menos firmes en trazos casas y puertas de la calle principal sobre las cuales se atisba un pequeño trozo del lago tras cuya orilla se yergue un tupido bosque en tono verdes que se disminuyen a la distancia y sobre los que se perciben montes de tonos violáceos, suaves fundidos sin un límite al pálido azul claro y nebuloso cielo. Qué maravilla esos logros con aguadas de tonos varios. Benlliure se ha ido y ha dejado muchas de sus huellas, la mayor parte de ellas, además de sus obras, queda en sus hijos, su mujer, sus amigos y en cientos de alumnos de arquitectura que pudieron gozar con su cátedra.