LA VIGENCIA HISTÓRICA DEL MARXISMO - III

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LA VIGENCIA HISTÓRICA DEL MARXISMO CAMBIOS EN LA DISTRIBUCIÓN MUNDIAL DE FUERZAS Atrás dejamos establecido que a Marx y a su amigo Engels les tocó actuar en un momento en que, aun cuando el proletariado ya intentaba sus duelos contra sus contrincantes, no habían culminado las revoluciones burguesas y a aquél le aguardaba todavía un largo proceso de paciente preparación; su hora no sonaba aún y sus opugnadores llevaban la batuta y estampaban la firma a los acontecimientos. En eso yacía el rasgo sobresaliente de la situación histórica. Las fuerzas a nivel internacional se realinderaban según la entidad y el peso de los distintos países y de sus correlativos sectores dominantes, entre los que descollaban la Santa Rusia como el fortín de la reacción europea y la cerrada mancomunación de los intereses burgueses, contra la clase asalariada, que no hacían factible el triunfo obrero en una nación, sin un estallido general, el cual nunca se dio. Tales circunstancias condicionaban las perspectivas y el batallar revolucionarios. Abundan las referencias de ambos estrategas al respecto, subrayando los peligros del despotismo ruso, exhortando a golpear en el sitio y en el instante en que éste estuviera impedido para proceder, sin concederle gratuitas o innecesarias ganancias, y llamando a la unidad de los trabajadores del globo. "¡Proletarios de todos los países, uníos!", como que era su consigna. La democracia de entonces liberaba a las naciones grandes de la Europa Occidental y se oponía acérrimamente al zarismo, que en procura de sus torvos propósitos, derrumbaba por doquier los manes del progreso, e impedía las aspiraciones nacionales de los pueblos pequeños y atrasados. En su itinerario obligado, la causa obrera internacional estaba compelida a brindar su concurso a las burguesías más osadas, alertando sobre el engaño de los movimientos que, como el paneslavismo, no eran más que mascarones de proa del oscurantismo ruso, y precisándose a sí misma que la instalación de la república y la obtención de los derechos democráticos le proporcionaría, nada más, pero tampoco nada menos, que el terreno ideal para su gesta libertaria, la cual exige la abolición completa de la explotación capitalista. Con el siglo XX nace otra época. El capitalismo, que abandona la libre competencia, llega a la fase imperialista, su fase decadente y final. Entretanto el proletariado ocupa el lugar de adalid de la revolución mundial y ésta adquiere su impronta socialista. Las burguesías de los grandes Estados europeos, al cabo de un interregno de tres decenios, desde la


devastación de la Comuna de París en 1871, y en el que conforme consolidan su poderío van perdiendo el ímpetu de la mocedad y mellando su espíritu innovador, desalojan a Rusia de la supremacía, con la que ahora emulan y al lado de la cual representan otras cuantas fortalezas prioritarias de la reacción. Inician, junto a la exportación de capitales, el apoderamiento y el despojo sistemáticos de las regiones de ultramar, originando la rebatiña entre sí por las colonias, puja para la que se arman tenaz y velozmente, hasta ir a parar a la conflagración que envolvió a todo el orbe "civilizado", la hecatombe de 1914-1918. Esta implacable riña interimperialista crea los complementos, antes inexistentes, para la irrupción del socialismo en un solo país, tal como lo vaticina Lenin; siendo precisamente Rusia la primera en obtenerlo, bajo la sabia orientación del partido bolchevique y cual fehaciente prueba de los extraordinarios aciertos de sus preceptores, Marx y Engels. Tal es el distintivo y el viento predominante de la nueva era. Los más notorios reagrupamientos fueron: dentro de la clase obrera brota una facción aristocrática y chovinista que se nutre de las moronas que caen del festín de los regímenes saqueadores, y cuyas faenas piráticas y depredadoras acolita; lo más granado de las mayorías laboriosas persevera, con el liderazgo de los partidos marxistas, en arremeter contra la barbarie entronizada por las metrópolis y en denunciar la proclividad de la corriente socialtraidora, y, por último, simultáneo a la regresión de la Europa burguesa, insurgen en Asia los movimientos democráticos de los pueblos avasallados que despiertan al capitalismo y se yerguen en pos de las conquistas republicanas, alentados por una burguesía joven, cuyo más firme y voluminoso exponente son los campesinos. De todo lo cual resulta la unidad combativa entre el socialismo de los proletarios de los países capitalistas y la democracia revolucionaria de las naciones colonizadas, contra la confabulación de los imperialistas y sus socios menores, el oportunismo vendido. Lenin se basa en dichas premisas para diseñar la táctica a seguir, insistiendo en no propiciar por ningún motivo la carnicería bélica de ninguna de las potencias en pugna y, antes por el contrario, propender a la guerra civil contra la provocación armada de todos los imperialismos. Durante la Segunda Guerra Mundial se desencadena una inusitada y singular redistribución de los poderes enzarzados en la reyerta. Ante la imperiosa premura de resguardar a la Unión Soviética, a la sazón el único Estado socialista existente y principal baluarte del proletariado


internacional, que se hallaba amenazada de muerte por los delirios hegemónicos de la Alemania hitleriana y de sus secuaces, Stalin hizo hincapié en la distinción entre los países "agresores" y los "no agresore? del ámbito imperialista y concitó a la conformación del más dilatado frente contra el fascismo, llamando a reclutar no sólo a los movimientos independentistas de las naciones subyugadas, a los contingentes obreros de todas las latitudes, comprendido el mismo gobierno de Moscú, y al resto de tendencias democráticas y progresistas del planeta, sino a Estados Unidos, a Inglaterra, al régimen francés gaullista estatuido en el exilio y a las demás autoridades burguesas contrapuestas al Eje. Esta precisa y justa estrategia, coincidente con las mutaciones presentadas, hundió al nazismo, salvó a la URSS, allanó el camino de la revolución para los cientos de millones de pobladores de China y para los otros pueblos de Europa que abrazaron el socialismo. Dentro de una misma concepción nos hemos referido a dos épocas y a los sendos diseños tácticos concernientes a tres reagrupamientos sucesivos de las fuerzas sociales y políticas del mundo; y hemos expuesto, grosso modo, cómo los partidos revolucionarios del proletariado obtuvieron significativos lauros, al interpretar creadoramente las diversas variantes y comportarse en consecuencia, ceñidos a las enseñanzas del materialismo y de la dialéctica de Marx. LA REGRESIÓN DE LA UNIÓN SOVIÉTICA Y SUS REPERCUSIONES Ahora, y para hacernos a una idea global de las vicisitudes del marxismo, describamos la última y más trascendente reubicación de las fichas en el tablero internacional, la cuarta en la tabla cronológica de las modificaciones notables, que afecta, acaso como ninguna otra, a la lucha del proletariado. De la segunda conflagración queda un panorama destinado a desvertebrarse muy pronto: además de la URSS, que acaba revitalizada no obstante sus inenarrables sacrificios, se liberan Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumania, Checoslovaquia, Albania, Yugoslavia y Alemania Democrática, en Europa; y China, el Norte de Corea y el Norte de Viet Nam, en Asia, articulándose lo que se bautizó el "campo socialista". En cuanto al club de los imperialismos, Estados Unidos emerge preponderante, indisputado y solvente, hasta el punto de que, ante el colapso de las otras potencias, se permite el lujo de financiar la reparación de la Europa humeante y asolada. En lo atinente a los pueblos avasallados, aunque muchos consiguen la república, la independencia política y otras de las libertades formales


burguesas, continúan aherrojados bajo la rapiña económica de las metrópolis, primordialmente la norteamericana, o sea, generalízase el neocolonialismo como la modalidad preferida del desvalijamiento internacional. A las dos décadas comienzan a insinuarse unos vuelcos de una monta y de una incidencia inesperadas, que hoy, al cumplirse el centenario de la desaparición corporal de Marx, se divisan con toda nitidez y plenitud. Con Nikita Kruschev, el Krenilin abjura del marxismo-leninismo e inicia su tenebroso trasegar en pos de la restauración del capitalismo y por la evocación del alma en pena de la Gran Rusia vandálica y tiránica. Por esas ironías de la historia, la patria de Lenin, la cuna del socialismo y el invicto campeón sobre las hordas nazis, la otrora gloriosa Unión Soviética, vuelve a ocupar su sitio de peor foco de la reacción y a reasir su antigua catadura de satrapía expansionista, mas desbordando los primigenios marcos continentales del siglo pasado, para desplegar sus intrigas diplomáticas y sus operaciones bélicas al más anchuroso nivel cósmico, y dispuesta a superar las marcas de crueldad y de vileza de los imperios que la han antecedido. A los Estados "socialistas" que están bajo su tutela les extrae jugosos dividendos y los somete a su férula política, colocándolos de correveidiles suyos en cuanto foro internacional se convoque e inmiscuyéndolos en los asuntos internos de los otros países, cuando no utilizándolos directamente en sus zarpazos guerreristas, cual solían hacerlo las seniles potencias con los pueblos de las colonias, a los que alistaban en sus ejércitos a fin de que realizaran por ellas las faenas de exterminio.Paradigmas de tan humillante postración son Cuba y Viet Nam, cuyos regímenes serviles se desviven por adivinar y complacer los antojos de Moscú. Y con las naciones pequeñas y débiles que se rehusan a entrar en su cercado, los socialimperialistas porfían en convertirlas al "socialismo" mediante una fría y calculada labor catequizadora adelantada a sangre y fuego, como en Angola, Etiopía, Afganistán, Kanipuchea y Lao. En los años en que particularmente los chinos abrieron la polémica contra el revisimismo, contemporáneo, por allá a mediados de los cincuentas, no escasos observadores miraban con aire de incredulidad los severos enjuiciamientos y las aflictivas premoniciones sobre el curso que iban tomando las cosas en la Unión Soviética. Al cabo de cuatro lustros los crímenes y las infamias de las autoridades moscovitas, desde Krushev hasta Andropov, pasando por Brezhnev, le han otorgado con creces la razón a Mao Tsetung, quien oteó los profundos abismos adonde conduciría a la


camarilla dirigente soviética la revisión del marxismo. Nadie refuta con certeza esta verdad de a puño, a no ser los involucrados en la comisión de tamañas enormidades. Y si no, ahí están las fechorías a tutiplén perpetradas por los nuevos zares en los océanos y continentes del orbe que no nos dejarán mentir. La viabilidad del regreso pasajero de un estadio superior en el desarrollo a otro inferior jamás ha sido contradicha por los materialistas dialécticos. Sin, embargo, el significado y las repercusiones de la metamorfosis ulterior de Rusia, que recurre a los procedimientos peculiares del imperialismo abogando por un reparto del mundo a favor suyo, y de unos Estados obreros relativamente débiles que se desdibujan, hipotecando su soberanía y autodeterminación nacionales a una superpotencia igualmente desfigurada, consisten en que tropezamos por prima vez con casos de sociedades socialistas que involucionan hacia el capitalismo. Con lo execrable del asunto, no debiera parecer tan insólito. Marx lo engloba en sus magistrales conclusiones. El régimen socialista es una parada transitoria aunque necesaria hacia el comunismo, que no ha verdeado en su propia simiente, sino que ha de desenvolverse a partir de lo dejado por el capitalismo, y, por tanto, "presenta todavía -para expresarlo con las frases de aquél- en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede"(2) Pese a que elimina la apropiación individual sobre los medios e instrumentos productivos e instituye la dictadura del proletariado, no borra de inmediato las clases, ni la lucha de clases, ni la pequeña producción no socializable que engendra burguesía permanentemente, ni los conatos revanchistas y restauradores de los enemigos internos y externos. Aun cuando acaba con la esclavitud asalariada no puede impedir que los productos se distribuyan conforme al trabajo rendido por cada cual, norma supérstite del derecho burgués que mantiene la desigualdad entre los operarios, por naturaleza unos más aptos y capaces que otros y con necesidades mayores o menores. Tampoco desarraiga de un golpe la diferencia entre la ciudad y el campo, o la división entre los trabajadores manuales e intelectuales; ni las propensiones burguesas de éstos, de los técnicos, del personal calificado, las cuales se desvanecerán poco a poco y luego de una insistente y prolongada batalla por parte de los obreros organizados y disciplinados que ejercen el control estatal. Y si a lo anterior incorporamos una laxitud, un descuido indolente de la vigilancia y de la lucha del proletariado, una complaciente tolerancia con los privilegios que


se vayan apostemando en los departamentos y secciones del gobierno socialista, no será muy difícil explicar la retrocesión, el aburguesamiento, el brinco hacia atrás, con todas y cada una de sus nefandas consecuencias. Pero ello, antes que rebatir a Marx, cual lo pretenden sus detractores, lo reafirma. Lo asombroso de su tinosa percepción radica en que el socialismo tiene sentido en la medida en que extirpe los residuos que inevitablemente quedan de la vieja sociedad, vale decir, culmine la hazaña transformadora, de la cual la revolución económica, emprendida con la expropiación de los expropiadores, es apenas el primer paso de una larga travesía. Como hay que abolir las desigualdades remanentes, completar la destrucción de lo antiguo, y como mientras ello no se haga se chocará con la resistencia de las clases desalojadas del mando e incluso de los otros estamentos sociales que deban sus prerrogativas y su misma entidad a las mencionadas remanencias, la prosecución de la empresa revolucionaria no puede prescindir de los instrumentos coercitivos, violentos, de la dictadura del proletariado, un régimen que difiere harto de los anteriores porque se basa en el dominio de las mayorías y porque se va diluyendo con el incremento de dicho dominio. En tanto no se barra de raíz las relaciones de producción que generan las clases, no desaparecerán tampoco las relaciones sociales que descansan en estas clases ni las ideas que brotan de aquellas relaciones sociales; y hasta entonces las pujas entre los diversos criterios e intereses encontrados a su turno desapuntalarán o reapuntalarán los modos productivos sobrevivientes. Luego la pelea no se halla aún decidida en el socialismo, y el proletariado perderá el Poder si no lo sabe emplear en las tareas para cuya realización lo conquistó. Aun cuando Marx esclarece el problema y Lenin lo previene con sus directrices y sus reiteradas exhortaciones acerca de las asechanzas de la restauración, a Mao le incumbe exponer en la práctica la cuestión de cómo evitar que China, tan gigantesca, compleja y hasta cierto punto atrasada, resbale otra vez al pantanero del que había salido; y ese cómo, o modelo histórico, por él aconsejado, es la Gran Revolución Cultural Proletaria, consistente en la sublevación de las masas, "de manera abierta, en todos los terrenos y de abajo arriba", para recuperar en la superestructura de la sociedad las posiciones perdidas, desalojando de ellas a los seguidores del camino capitalista, y para consolidar las bases económicas del socialismo empuñando la dictadura proletaria. Y estas sublevaciones, u otras semejantes, habrán de sucederse no en una sino en varias coyunturas, hasta


cuando la nave fondee en las costas del verdadero nuevo orden social, el orden comunista, y la humanidad deje de estar sometida a los ciegos dictados de la economía para tornarse, por fin, en soberana de los procesos productivos infinitamente desarrollados. Entonces el hombre sí mandará al cuerno de la luna al Estado, a las clases y a la política, y pasará del "gobierno sobre las personas" a la consciente "administración de las cosas". Con lo cernido hasta aquí palpamos mejor los móviles que aguijonean a la burguesía y al revisionismo contemporáneos en el apasionamiento por petrificar la doctrina de Marx, por encasillarla en la época en que vivió el polemista de La Miseria de la Filosofía, rehusándose a confrontarla con las peripecias de un siglo y rehuyendo el trago amargo de precisar su vigencia histórica, ante la disyuntiva de no poder ya ignorarla. Y de ahí también nuestra interesada inquietud por que se efectúe tal balance y se conteste sin ambages si las aportaciones de Lenin, Stalin y Mao son o no la continuación del marxismo, y si a éste lo refutan o no los avatares mundiales acaecidos desde su aparición. única forma de encarar científicamente el desafío y de hacerlo desde el ángulo proletario, sobre todo ahora en que atravesamos un período, convulsionado sí, pero en el que pareciera primar la conjura por arrebatarles a los trabajadores de todas las latitudes su arma ideológica y desmoralizarlos con los tropiezos de la revolución, cuando el escamoteo de los principios marxistas es el origen primordial de tales tropiezos y no la cura para superarlos. Nos hemos extraviado de nuestro examen de la correlación de fuerzas en el mundo actual. Retomémoslo. Indicadas quedaron las mutaciones regresivas de la Unión Soviética y las razones que las motivaron. Falta añadir que la amplificación de los dominios del socialimperialismo se ha verificado fundamentalmente a costa de los Estados Unidos, que ya no ostentan la supremacía indisputada de sus fastos de ayer y se les ve declinar a diario, acosados además por la crisis de su sistema productivo, la competencia económica de las secundarias pero rehabilitadas potencias imperialistas y el movimiento de liberación nacional ¿e las naciones neocoloniales. Las superioridades comparativas del expansionismo soviético, que le han otorgado la delantera en la disputa por el apoderamiento del orbe, se resumen así: la acentuada centralización económica y el corte marcadamente despótico del sistema de gobierno que lo exoneran de andarse con rodeos, consultas o dilaciones entorpecedoras; la férrea sujeción sobre las "repúblicas socialistas" pescadas en las redes


imperiales, que lo abastecen de incontables recursos económicos y políticos para sus excursiones filibusteras; la vertiginosa adecuación de la economía a los fines bélicos, con la cual han venido asegurando pronunciadas ventajas tanto en los armamentos convencionales como atómicos y amedrentando a sus adversarios con el chantaje del hundimiento universal; la bien tejida y mantenida urdimbre de partidos mamertos que husmean por doquier, terciando en las luchas revolucionarias de los pueblos para que éstos cambien de grilletes, y la creencia aún difundida de que la URSS sigue siendo la URSS y sus criminales atentados, arbitrios forzosos para afincar el comunismo. La clase obrera ha de medir en su exacta dimensión estos factores, junto a los otros frescos giros de la política internacional, para hacer asimismo los ajustes apropiados a su táctica, no meramente dentro de las fronteras de cada país sino para saber qué merece ser respaldado o combatido en el exterior. Hace veinte años entablábamos debates alusivos a los oscuros nubarrones que despuntaban en el horizonte de la estepa rusa; conjeturábamos acerca de cuál sería la réplica de los países de la Europa Oriental libertados en la década del cuarenta, y luego, si la invasión de 1968 a Checoslovaquia respondía o no respondía a una urgencia del internacionalismo proletario. La situación se ha desenvuelto con tan pasmosa celeridad que dichos conflictos, no obstante constituir los prolegómenos del drama, son ya expedientes fallados. Checoslovaquia no sería la única beneficiada de la "generosa" protección soviética. Docenas de países habrían de sufrir posteriormente el salvajismo de Moscú, o de sus testaferros, para salvarse de la barbarie de Washington. El campo socialista se desintegró, y hoy, después del abordaje cubano sobre Angola, en 1975, con el que el Krem1in iniciara su ofensiva militar estratégica por la toma del planeta, existen tantos o más territorios extranjeros ocupados por tropas invasoras que desfilan tras los negros pendones del hegemonismo naciente del Este, que los hollados por los ejércitos que marchan tras las amarillentas insignias de la superpotencia declinante del Oeste. Después de más de un siglo de fecundas experiencias recopiladas por sus preclaros pensadores, el proletariado ha de distinguir sin titubeos al expansionismo ruso como el blanco principal de sus ataques. En ello va implícita su recuperación al cabo de tantas felonías. Cuando encabece, impulse, o se solidarice con las revoluciones de los países expoliados, en procura de la cabal soberanía y plena autodeterminación de las naciones, cual es su deber internacionalista, tendrá que desvelarse por impedir que las revueltas contra los


imperialismos se tornen en avanzadillas de la regresión soviética, denunciando enérgicamente las intrigas y componendas que en tal sentido gestionan los partidos revisionistas y sus epígonos. Ante los pertinaces signos anunciadores de la tercera conflagración mundial en la que se pondrá en juego la supervivencia de China y de los demás Estados y movimientos independientes y progresistas, deberá pugnar por un frente de combate contra el socialimperialismo, tan poderoso, que basado en la recíproca cooperación de las contiendas de los obreros internacionalistas por el socialismo, de las gestas patrióticas de los pueblos del Tercer Mundo y del resto de expresiones revolucionarias y democráticas del globo, abarque a las repúblicas del Segundo Mundo y no descarte siquiera la participación de los Estados Unidos. Esta estrategia no podrá menos que redundar en pro de la causa del proletariado, pues responde a las reales contradicciones del presente período. Toma en cuenta las manifiestas flaquezas del bloque imperialista que se halla en los umbrales de una crisis económica quizá comparable a la de 1930, con sus zonas de influencia descompuestas, conmocionadas y reducidas por los golpes de mano de su feroz contrincante, e impotente para recobrar la iniciativa; y contempla también los lados fuertes de la otra superpotencia, sus Ventajas comparativas, el engaño de entrampar a las masas con el señuelo de un falaz socialismo que se enruta taimada pero obstinadamente a coyuntar un imperio colonialista vasto, lóbrego y sanguinario. De otra parte, encuadra con la irresistible tendencia democrática de los pueblos, no sólo de los países desarrollados, sino particularmente de los que habitan las regiones rezagadas y dependientes, en donde la acción de los capitales imperialistas ha coadyuvado a romper hasta los más escondidos remansos de la economía natural y a promover, hasta cierto punto, los modos capitalistas de producción, volcando a miles de millones de seres a la retorta del mercado mundial, sacándolos del aislamiento y despertando objetivamente sus ansias de libertad y dé trato equitativo entre las naciones, Así como de los escombros de la guerra del 14 surgió la primera sociedad obrera y de las devastaciones de las hostilidades de los cuarentas emergió un pequeño campo socialista y la abrumadora mayoría de países sometidos pasó a la vida republicana, adquiriendo los derechos democráticos formales, al sustituirse el saqueo abierto por el encubierto, de precipitarse el estallido de la tercera conflagración, pese a su carácter nuclear, significará el toque a rebato para que los pueblos coronen sus revoluciones inconclusas, aun en las metrópolis, sepulten el


colonialismo económico y con él los delirios imperiales actuales de cualquier laya. El proletariado revolucionario no se dejará seducir por los cantos de sirena del pacifismo burgués ni se arredrará ante los apocalípticos augurios de los belicistas soviéticos. Al fin y al cabo los esclavos no tienen más que perder que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mund por ganar, cual lo proclama el Manifiesto. (2) C. Marx, "Crítica del Programa de Gotha", en C. Marx, F. Engels, Obras Escogidas, Tomo II, Moscú, Editarial Progreso, 1974, pág. 14.


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