LA VIGENCIA HISTÓRICA DEL MARXISMO EL MARXISMO AUTÉNTICO ES ANTICOLONIALISTA. Si en algún punto habremos de poner la palanca de nuestra propaganda para remover toda la bazofia del revisionismo contemporáneo, ese será el de la cuestión nacional. El estilista de Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 y de El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte también dilucidó la contradicción y la identidad existentes entre la índole internacionalista de la brega del proletariado y los contornos nacionales que ésta tendrá que poseer necesariamente. Como producto histórico, la nación estriba en la confluencia de un núcleo humano, más o menos numeroso, que se asienta en un mismo territorio, se comunica mediante un determinado idioma, lo cohesiona una vida económica y una cultura comunes, amén de otros elementos que ha ido compartiendo, generaciones tras generaciones; y como Estado, en la connotación moderna del vocablo, cuaja por el apremio de la incipiente producción burguesa de contar con su propio mercado, que unido y regido por leyes de coactivo acatamiento, lo curen de la dispersión feudal y lo preserven de la competencia foránea. Allá y siempre que aquellos factores coincidieron, en la latitud Norte o Sur, en el pretérito remoto o cercano, aparecieron los países tal cual los conocemos hoy, con una que otra variante insustancial, si se mira el panorama globalmente, y fueron hechura del capitalismo. Los pueblos que no han conseguido hacer prevaler sus fueros de naciones libres y han visto sus economías de continuo intervenidas y desfalcadas por los negocios de los más fuertes, encuéntranse relegados en el trayecto del progreso. Y son estos pueblos, principalmente de Asia, África y América Latina, los que aún contienden por la soberanía y la independencia reales, prerrequisitos de su prosperidad, porque las repúblicas capitalistas, que arribaron hace tiempos al monopolio y no caben en sus respectivas fronteras, expugnan las extrañas y las desvalijan. La burguesía, en la edad senil, blasfema de las proezas de la juventud y, de orfebre de naciones, se toma en azote de éstas. El imperialismo, que es la máxima internacionalización del capital, burla cuanto dique se le interponga a su despliegue y al entrelazamiento más tupido de las relaciones mercantiles mundiales, lo que lleva a efecto por
mecanismos conculcatorios y dividiendo el orbe entre países opresores y oprimidos. Ya anotábamos que el proletariado arranca su labor transformadora de lo legado por el régimen que ha de aniquilar; no combate desde posiciones más atrasadas que las de éste, sino que jala hacia adelante el carro de la historia, sin proponerse metas subjetivas que el devenir económico no autorice aún. Por consiguiente está de acuerdo con el incremento de las reciprocidades de todo tipo en la esfera internacional, y propende a la abolición completa de las desavenencias nacionales, de las barreras fronterizas y hasta de las naciones mismas. No obstante, en contraste con los capitalistas, media por que ello se efectúe respetando la autodeterminación y demás derechos inalienables de los pueblos y no pisoteándolos, y en el beneficio material y espiritual de éstos y no del selecto corro de matones que bravuconea a diestra y siniestra por los cinco continentes. La vía más expedita, o la única, para cumplirlo. Como en todo, el capitalismo plantea los problemas, e incluso provee en embrión los medios objetivos, físicos, para su solución, mas en lugar de resolverlos, los agudiza hasta el antagonismo. Mientras más se reprima los anhelos libertarios de quienes reclaman relaciones en pie de igualdad entre los habitantes del planeta, menos posibilidades habrá de que se disuelvan las prevenciones, los prejuicios, las tozudas e instintivas manías a enclaustrarse en el solar nativo y a repeler los contactos con el ambiente exterior, característica de las inmensas masas de las zonas discriminadas y estrujadas. Y mientras más se ahonden los desequilibrios en el desarrollo de los países, con mayor dificultad se entenderán igualitaria y armónicamente. De suerte que el antídoto no está en violentar el intercambio ni en forzar la "concordía", sino en la rigurosa observancia de las claras y elementales normas de la democracia y en la anulación de las abismales desproporciones entre los niveles de vida de la población mundial. De manera análoga a como para deshacerse del Estado la humanidad ha de recorrer el tramo del afianzamiento del Estado obrero, para tachar los linderos nacionales debe antes recurrir a la reafirmación de las prerrogativas de todas las naciones y no de unas cuantas. Los principios esbozados no representan una mera hipótesis teórica para explorar dentro de larguísimo plazo. Es que el descabello del imperialismo estriba en privarlo de las ingentes ganancias que succiona de sus neocolonias. Al recapacitar acerca de la dominación inglesa sobre Irlanda,
el viejo y perspicaz militante de la Liga de los Comunistas se percató de que en esos rentables privilegios estaba el enigma tanto de la invulnerabilidad de la burguesía como de las pusilanimidades de los obreros de Inglaterra. La emancipación de los irlandeses, empujados doblemente por la acucia. económica y la aspiración nacional, desplazaría el centro de gravedad de la lucha en la metrópoli, permitiéndoles a los asalariados deshacerse de la presión de sus embaucadores, salirse del marasmo político y contraatacar. Sin cortarles primero los jugosos aprovisionamientos provenientes de su saqueo externo será poco menos que imposible dislocar internamente, dentro de sus repúblicas, el poder de los capitalistas engordados y endurecidos con los frutos de su bandidaje universal. Palpable desde el siglo pasado, actualmente este enfoque decuplica su vigor, merced a que las potencias imperialistas medio capean las crisis acaparando los mercados atrasados, los que convierten en áreas de sus inversiones y de los cuales extraen gigantescas riquezas naturales. Si los imperialismos han prolongado hasta hoy sus existencias se debe a tan vitales recursos. De perderlos, ipso facto cesará su pestañeo, pues las revoluciones democráticas de las neocolonias son a las revoluciones socialistas de las metrópolis lo que el prólogo de un libro es 1 su epílogo: preludio y remate de la epopeya obrera en el mundo entero. Y cuando dicho axioma había sido ya defendido airosamente por Lenin en su polémica contra los capituladores de la II Internacional, la descendencia de éstos, los revisionistas contemporáneos, enlodan de nuevo la bandera de la autodeterminación de las naciones, de palabra y de hecho, porque, a diferencia de sus progenitores, que carecían de poder propio, manipulan Estados pudientes con los cuales pisotean, vejan y exprimen a pueblos inermes. ¿Será eso socialismo? A los cien años de la muerte del convicto de Bruselas y del exiliado de Londres, y simbólicamente desde su tumba florecida, los revolucionarios de las más diversas nacionalidades les espetan a los socialrenegados de hoy, en todas las lenguas, ¿serán socialismo los patíbulos soviéticos en Afganistán, los cadalsos vietnamitas en Kampuchea y Lao, los paredones cubanos en Angola? Los retamos a que nos respondan: ¿Será eso socialismo? ¿Hay dentro del marxismo-leninismo cabida para una política colonial socialista? ¿Les está permitido a los trabajadores que se emancipan adelantar guerras coloniales? ¿No es deber ineludible del obrero de la potencia invasora exigir
la liberación incondicional del país sometido9 ¿Se conseguirá acabar la explotación entre los hombres sobre la base de la expoliación entre las naciones? ¿Puede el proletariado triunfante de un país imponer la felicidad a otro país sin comprometer su victoria? ¿No forja sus propias cadenas el pueblo que oprime a otro pueblo? ¿Se estrechan los nexos fraternos entre el trabajador vietnamita y el kampucheano, el cubano y el etíope, el soviético y el afgano, con las lágrimas, la sangre y el sudor de los últimos, derramados por las dadivosas agresiones de los primeros? Sin embargo, ellos, los revisionistas prosoviéticos, que cotorrean como papagayos sobre la democracia en general y sobre los derechos humanos, no reparando en el abismo que media al respecto entre la posición burguesa y la proletaria, y que desconocen, o simulan desconocer que la autodeterminación nacional de los pueblos es uno de los postulados democráticos básicos, cuya ausencia convierte a cualquiera de las otras facultades constitucionales en una irritante irrisión, jamás afrontarán ninguna de aquellas acusadoras indagaciones sin confesar sus delitos y admitir su impostura. Contra su voluntad, contra sus infamias, contra sus mentiras, la vertiente comunista, la auténtica, los bolcheviques finiseculares, vindicarán la mancillada unión de los proletarios del globo al combatir ahincadamente las tropelías colonialistas de los senescentes imperialismos y de su impúdico e impúber contrincante, el socialimperialismo. ¡No a las anexiones territoriales! ¡No a la invasión militar y a la permanencia de tropas en tierras ajenas! ¡Abajo el socialismo invasor, ocupacionista y anexionista! ¡Atrás las intrigas, las presiones, las amenazas, los chantajes y los demás amedrentamientos de una nación contra otra efectuados con cualquier pretexto, por altruista que parezca! Lo contingentes obreros fieles a los preceptos elucidados por Marx y sus continuadores seguirán organizándose nacionalmente, es decir, conformarán sus partidos y adelantarán su acción circunscritos a los linderos del país concerniente, amoldándose a la sustantividad de un mundo irremisiblemente parcelado en naciones; empero, sin olvidar nunca que su redención de clase demanda el combate unificado de las masas laboriosas del orbe y supeditando siempre los intereses particulares a los de la suerte del movimiento en su más amplio contexto. Gracias a ello los moiristas, que han tenido muy presente las singularidades de Colombia y les han dado a sus luchas las correspondientes y típicas formas nacionales,
no prestan oído a quienes con frecuencia los invitan a recluirse en el campanario natal y a desentenderse de cuanto ocurra más allá de Ipiales o de San Andrés y Providencia, con lo que se hace eco a las oligarquías vendepatria, cuyo nacionalismo emboza sus serviles preferencias por los amos extranjeros del bloque occidental, sin desmedro de auspiciar de tarde en tarde las pretensiones expansionistas de los testaferros de la superpotencia de Oriente. Sobra añadir que no nos apartaremos ni un milímetro del internacionalismo proletario que venimos practicando. En esta nuestra atalaya, en la esquina septentrional de Suramérica, atisbaremos con viva preocupación los acontecimientos mundiales, listos a denunciar las piraterías de los colonialistas modernos de todo jaez y a solidarizarnos, en la medida de nuestra capacidad, con las bregas de las fuerzas revolucionarias diseminadas por los cuatro, puntos cardinales. Hemos intentado apenas un bosquejo de las aportaciones de ese espécimen digno de la especie, que iniciara su ardua y prolija labor esclarecedora desde las páginas de los Anales franco-alemanes, en 1844, y descendiera al sepulcro treinta y nueve años después, dueño de su justo título del más grandioso de los campeones de la lid de los esclavos del salario. Con lo incompleto y defectuoso que este resumen sea, hay algo inobjetable en él: la vigencia histórica de Carlos Marx. Entendida no sólo como el merecido reconocimiento a un portentoso esfuerzo, sino como la creciente y decisiva validez del marxismo con el decurso de los almanaques. Lo pregonamos hoy, al siglo del deceso del primer militante de nuestra causa. Mas dentro de otro siglo miles de millones podrán repetir las mismas palabras.