Reflexións

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Reflexi贸ns


La educación de los jóvenes se resquebraja. FARO DE VIGO. Martes, 27 de diciembre de 2005. Cartas Cuál habría sido la reacción de Aristóteles, en la antigua Grecia, si , parte de sus discípulos se hubiesen dedicado al ultraje diario de su condición de docente, convirtiendo el ágora en barriobajero reflejo de instintos primarios? ¿Qué tenemos entonces, tras siglos de supuesto avance cultural, en las aulas actuales? Pues básicamente la constatación de que uno de los pilares básicos de cualquier país que pretenda preciarse, la educación de los jóvenes, futuros adultos, se resquebraja en una vorágine sin aparente fin. Se adolece de valores, respeto y disciplina, palabra esta última que sigue chirriando en los oídos de quienes siguen perpetrando asociaciones trasnochadas con épocas ya superadas, al menos por algunos. ¿Culpables? Todos: profesores (entre los que me encuentro), padres, Gobierno... En cuanto a los primeros, ha proliferado como seta de otoño la figura del profe-colega, que en mi modesta opinión es confundir la buena relación con el alumnado con la pérdida progresiva de las normas en el aula; ofrece la mano del "buen rollo" y se encuentra, cual Venus de Milo, con la respuesta dada por la carencia de respeto y educación. Considero que la relación profesor-alumno no es una relación democrática en el sentido amplio de la palabra, y me explico rápidamente antes de que el demagogo fácil haga aparecer la palabra dictadura donde ni se me ocurre mencionarla: una cosa son los derechos que unos y otros, como personas, compartimos en indudable igualdad de condiciones; otra muy distinta es el papel de ambos en las aulas. El profesor debe marcar el camino a seguir, que para ello nos hemos preparado durante años. Tenemos el derecho a ser escuchados y respetados en nuestra labor; los alumnos tienen el deber y gran derecho (gratuito por cierto; quizás por ello tan poco valorado...) de aprovechar todo lo que intentamos transmitides. El problema surge cuando se intercambian los roles y es determinado alumnado el que pretende marcar las pautas y parte del profesorado sucumbe al desánimo y al hastío, "ayudados" en cada vez más ocasiones por padres irresponsables, reflejo de una sociedad que pierde valores a pasos agigantados. Frente a la inestimable cooperación de algunos padres (cada vez más "rara avis" los que se dignan a ello) aparecen por un lado los padres "modernos" cuya única preocupación es que el niño se traumatice de por vida si se le exigen responsabilidades u objetivos. Los “educan" como príncipes y princesitas que mandan en sus casas desde edades cada vez más tempranas con el chantaje del berrinche y, pobrecitos, pretenden lo mismo en el aula. Se están creando auténticos ídolos con pies de barro a los que la marea de la cruda realidad hará caer, tarde o temprano. Por otro lado están aquellos que, en un alarde de generosidad y confianza, legan la educación de sus vástagos a la calle, mientras ellos trasiegan, convenientemente apoltronados, bien una cerveza sin responsabilidades alrededor, bien la pasión de un gavilán cualquiera o el frenesí de un orangután venido a famoso. Ambos especímenes dominan la técnica del avestruz o la eterna frase lapidaria de "el profesor le tiene manía a mi niño". ¡Claro! Ellos no pueden con uno pero el profesor debe poder con veintipico, cada uno de su padre y madre, de sus abuelos, del nuevo novio de la madre, del papá que se fue a por tabaco... Sufrimos, en las calles y en las aulas, a los hijos de los primeros niños de la


Democracia que, salvo honrosas excepciones, han devorado las libertades y derechos que antes no había y ahora nos vomitan dictatorialmente sus obligaciones... ¡paradojas! ¿Al Gobierno? Mil gracias. Los efectos de la LOGSE socialista de años atrás a la vista están. Nos obsequiaron con la posibilidad de que el que no estudia, no quiere ni deja, no respeta, no sabe ni pretende saber... a ese se le premió con avanzar libremente por la ESO (recordemos, no traumatizar...). Mucho intrusismo profesional se permitió en ese esperpento educativo. Y los cambios, meros parches. Mientras, el buen alumno, la base del futuro de todos, que vaya curtiendo el espíritu para el mañana; el profesor tiene muchas vacaciones para olvidar (desconectar se dice ahora). La incultura y el desconocimiento son osados pero es lo que hay. Yo, como persona que soy, y viendo lo que se avecina, me planteo un plan de pensiones... y un seguro de vida. ¿Exagerado? Ya hablaremos... si nos dejan. Jorge Juan Ramos Suárez. Vigo


La mala educación Hubo un tiempo en que la educación incluía algunos detalles elementales de comportamiento social, de urbanidad en el trato con otras personas. Es más, esos detalles constituían como la base en la que se asentaba el resto de la educación, hasta el punto de que quien los despreciaba era considerado simplemente como un maleducado, por muchos conocimientos culturales o científicos que tuviese. Nuevos hábitos y nuevas tecnologías parecen empeñados ahora en desterrar para siempre lo que en otras épocas era motivo de elogio y consideración. Digo lo de nuevos hábitos porque un feminismo mal entendido ha ido borrando poco a poco la delicadeza en el trato y en el vocabulario. Porque triunfa un individualismo tan irracional que impide hasta el saludo de cortesía en el portal o en el ascensor. Porque en la moda y en el arte se lleva lo sucio y lo grosero. Y digo lo de nuevas tecnologías porque los medios audiovisuales se han convertido en barrera casi insuperable para el trato con los demás. Porque en la televisión se impone lo zafio y lo chabacano. Porque el teléfono móvil se ha convertido en excusa para evitar el diálogo con el vecino inoportuno. Porque unos auriculares nos aíslan de conversaciones cargantes o comprometidas. Nuevas tecnologías a las que rendimos pleitesía de una forma absurda. A nadie se le ocurre, por ejemplo, dejar a una persona con la palabra en la boca para prestar atención a otra a la que acabamos de ver. Sin embargo, esa situación es habitual con el teléfono móvil: dejamos plantado. a nuestro interlocutor real por atender la llamada de un interlocutor virtual. Son sólo algunos ejemplos de la falta de educación -en el sentido tradicional de la palabra- que se observa en nuestra educada sociedad. Detalles de cortesía, de puntualidad, de caballerosidad, de delicadeza en el trato que todos echamos en falta en más de una ocasión. Ya sé que hoy en día no se lleva lo de cuidar las formas, pero deberíamos saber diferenciar entre lo que sólo es hipocresía o engolamiento y las auténticas virtudes que hacen agradable el trato social. Las formas son muy importantes, porque si descuidamos esos aspectos formales acabaremos siendo todos unos informales. Y a veces conviene recordar que hubo un tiempo en que quien despreciaba esos detalles en el trato social era considerado simplemente como un maleducado.

Diez pistas contra la mala educación 1. Sin límites y normas no hay educación. Cada familia establece los suyos, pero han de ser consistentes: no han de ponerse en función del humor del momento. 2.La coherencia es también básica: una vez establecida una norma, todos los que están involucrados en la crianza del niño deben compartirla. 3.Autoritarismo, no, pero autoridad, sí. La autoridadtambién depende de que uno se la crea: no vale el "espera a que venga tu padre y verás".


4.El castigo nunca ha de ser una venganza. Tampoco la herramienta educativa básica. Si se usa, ha de ser a corto plazo y no debe implicar ni daño físico ni trato humillante y vejatorio. 5.La disciplina puede conseguirse con técnicas educativas consistentes, como sentarse a pensar unos minutos. Este tiempo ha de servir para que el hijo reflexione sobre su comportamiento y se disculpe. Tras ello, ha de haber una reconciliación afectuosa. 6.Evitar los gritos: hay que mantener la calma. Una voz tranquila pero autoritaria, que advierta que uno se está poniendo serio, es mucho más efectiva 7.Ser afectuoso: un niño que se siente apreciado difícilmente hará una trastada. El afecto es un tema emocional, no material, y no debe confundirse con la permisividad. 8.Hay que dar seguridad al hijo, felicitarle por las cosas que hace bien. Las mejores recompensas son la atención y el afecto, mucho más efectivas que dulces o juguetes (que también han de existir, pero no como norma). 9.Si se dispone de poco tiempo para pasar con los hijos, es importante que éste sea ininterrumpido. Reservarse momentos para alguna actividad especial, como un paseo o un juego. 10.Para el hijo, sus padres son lo más importante del mundo: pensar que la paternidad es algo positivo y establecer una relación sólida con ellos es la clave para tener éxito en esta tarea. (Eva Millet. Megazine. Faro de Vigo. 2/7/06).


El prestigio de los necios. RAFAEL ARGULLOL. EL PAÍS - Opinión - 06-06-2005

En el suicidio de la joven de Elda sometida a acoso escolar se reúnen muchas circunstancias tristes e inquietantes, pero una, particularmente siniestra, nos indica hasta qué punto la necedad ha llegado en nuestros días a gozar de un prestigio que parece imparable. Según las informaciones que hemos podido leer en los periódicos, esta estudiante de 16 años, con un excelente rendimiento escolar en el pasado, había empezado a suspender asignaturas para, así, confundirse con la mediocridad general y, en consecuencia, librarse, con un poco de suerte, de la presión brutal que padecía. No lo consiguió, pero su caso se asemeja en todo a los informes que una y otra vez nos dan a conocer el estado de sitio en el que se encuentran muchos de los institutos de enseñanza media en los que el conocimiento ha pasado prácticamente a la clandestinidad. Aunque suene a disparate difícil de creer, no es infrecuente, de acuerdo con tales informes, que los escasos estudiantes propensos a leer algún libro lo hagan en secreto, ocultos a las miradas de los demás, no sea que llegue a los matones de turno y sus estultos seguidores la noticia de que alguien quiere saber algo que no está en la televisión o en la publicidad. Desde luego, ni el acoso escolar ni la existencia de matones tiene nada de nuevo y todos seguramente recordaremos episodios de violencia en nuestra adolescencia y también antes en la niñez. La novedad estriba en el actual prestigio de la necedad, a la que no sólo no se pone socialmente coto, sino que se alaba hasta límites seguramente insospechados en cualquier época precedente. Los jóvenes de nuestro tiempo están tan acostumbrados a comprobar que a su alrededor lo necio es más valioso que lo noble que dan casi por descontado hacia dónde debe dirigirse uno si quiere prosperar o simplemente resistir. El necio posee la llave del paraíso, y para hacerse con ella es importante compartir sus armas: la vulgaridad, la estupidez y esa entrañable y racial costumbre que nos lleva a preferir el gracejo a la inteligencia y la picardía a la cultura. Naturalmente, por sólido que fuera nuestro sistema escolar, que es más bien miserable y se ha empeorado gracias a las sucesivas reformas, nada podría hacer ante el acoso de la necedad proveniente de todos los rincones. El pequeño matón y su imprescindible pareja, el servil reidor de sus gracias, crecen en la convicción de que el mundo está formado por gentes como las que ellos aspiran a ser, es decir, una legión de matones y serviles reidores. No entienden, por tanto, que deban modificar en absoluto su conducta, puesto que los triunfadores -los que les dicen que cuentan- ya son como ellos; si se afanan en su chulería y su servilismo, lo serán en el futuro. El cachorro de la hiena, depredadora y riente, se ve inmerso así en una suerte de anticaverna de Platón por la cual lo auténticamente existente, lo que está más allá de


las imperfectas necedades cotidianas, la Necedad Absoluta, será aquel paraíso cuya llave le brindan abundantes guías. ¿Y antes de encontrarlos en la propia escuela el aprendiz de matón dónde ha encontrado tantos guías? Casi a cada instante de su vida. Si dejamos de lado a las familias (¿pueden dejarse de lado en esta cuestión cuando escuchamos el hermoso y rico lenguaje familiar en calles, restaurantes y lugares de ocio?) para trasladarnos a una esfera menos íntima comprobaremos que el aprendiz de matón tiene tantas oportunidades para su aprendizaje que sería un milagro verle desviado hacia una mayor competencia moral. Desde que ha tenido uso de visión el desfile de imágenes ha sido incesante y en una inmensa mayoría ha descubierto la rentabilidad de la trampa y de la violencia. Paralelamente se ha ido cerciorando de que la verdad tiene escasa importancia en relación a la capacidad de persuasión. Por fin también ha sabido que ridiculizar otorga más dividendos que argumentar. Con los ojos pegados a la pantalla, el aprendiz de matón y su servil acompañante aprenden, paso a paso, el camino del porvenir. Cuando despegan los ojos de la pantalla, lo cual a menudo sucede muy poco, el lenguaje que llega a sus oídos también les señala el camino: pocas palabras -y cuanto más reiteradas, mejor- con la suficiente dosis de bronca y zafiedad. Son las que escuchan por todos lados y corroboran que son las "únicas", no sólo porque nadie se atreve a corregirles, sino porque la publicidad las adopta como consignas. ¿Para qué buscar un lenguaje más complejo y que describa mejor la complejidad del mundo si el triunfo social está equiparado al mayor de los simplismos? ¿Para qué la cultura si los adultos acogen y aconsejan la necedad? El aprendiz de matón se siente seguro del camino escogido porque no ve indicio alguno de que las cosas vayan en otra dirección. Poseedor de todos los derechos e ignorante de cualquier deber, se convierte en un maestro del chantaje. Nada es más útil que infundir temor en un mundo en que los padres tienen miedo de los hijos, y los profesores, de los alumnos. ¿Y qué decir de la vida pública? En el supuesto de que el matón llegara a interesarse por la vida pública percibiría que tampoco allí la ley es distinta y que con tranquilizadora frecuencia -para él- en el escenario político conviven también la coacción y el servilismo. El aprendiz, ya muy avanzado su aprendizaje, podría identificarse fácilmente con algunos de los personajes que pueblan los foros y las tertulias y convencerse de que la autoridad moral se expresa por la boca de gritones, maldicientes y analfabetos. ¿Cómo no va haber matones en las escuelas o en las calles o en las casas si los hay en los parlamentos, y con tantos siervos dispuestos a reírles las gracias?


Profesores: solos ante la odisea de educar Aunque huyen del tremendismo y la depresión, parecen mayoría los profesores de secundaria que se sienten atrapados en medio del fuego cruzado de la violencia verbal y no sólo verbal, del triunfo del espectáculo y el griterío sobre el esfuerzo y el estudio. Sueñan, algunos, con otros recursos y una normativa que por fin sea la definitiva. Incluso cuentan con una futura madurez de la sociedad. Pero hay quienes ya sólo esperan pacientemente dejar la enseñanza y ocuparse de otros asuntos donde se sientan menos juzgados y frustrados. Cuesta encontrar gente animada con su diario quehacer en la educación de jóvenes y adolescentes. "Esta mañana en clase sólo tomaban apuntes tres personas", explica Mariano de Castro. Los otros 22 alumnos de este profesor de Historia atendían a ratos, y el resto del tiempo se entretenían a su manera. Más o menos en silencio. Aunque el cuadro no resulta agradable, de Castro se da por satisfecho. "Un chico de 15 años que no quiere seguir estudiando se convierte en pura violencia cuando se le obliga a estar sentado varias horas escuchando materias que no le interesan en absoluto". Este veterano de la enseñanza sabe cómo hacer que le respeten, pero no todos sus compañeros tienen tanta suerte. Algunos profesores han visto cómo sus alumnos arrojaban sillas por las ventanas sin poder impedirlo. Otros tienen colegas que cada recreo se encierran a llorar en el baño. La situación varía según el centro, pero lo cierto es que buena parte de los 320.000 profesores de secundaria españoles dice haber sufrido al menos un caso de violencia verbal. Un reciente estudio del Instituto de Evaluación y Asesoramiento Educativo (IDEA) patrocinado por el Centro de Innovación Educativa de la Fundación Hogar del Empleado (Fuhem) recoge que al menos el 5,2% de los profesores ha sufrido conductas agresivas por parte de sus alumnos. No obstante, algunos docentes rehúyen el discurso tremendista. O como mínimo lo contextualizan. "Los alumnos son tan ingobernables como los hijos. Los problemas de disciplina que se dan en la escuela son los mismos que tienen lugar en las casas", compara Empar Fernández, profesora de Historia y coautora del libro "Planeta ESO". Según el informe de IDEA, aproximadamente el 86% de los profesores está convencido de que "los alumnos hacen lo que quieren en casa". Uno de cada cuatro padres admite que es así. "La autoridad ha caído en todos los ámbitos de la sociedad. No es algo exclusivo de la escuela", asegura Eduardo García, quien imparte clases de Filosofía en Córdoba y se declara indignado por el modo en que esta sociedad permite, entre otros los "juicios paralelos". Estas prácticas hacen aún más difícil si cabe dar clases de Ética. Junto a los alumnos solidarios, que los hay, y bastantes, te encuentras una minoría que es cada vez más homófoba y sexista. Según García, basta con encender la televisión para entender qué sucede en las aulas. Los insultos y la violencia verbal son habituales en la pantalla. "Una de las principales tareas de los profesores es proteger a unos alumnos de otros." Afortunadamente, la sensibilidad sobre este tema es cada vez mayor. Tras el caso de Jokin, el chico vasco que se suicidó porque no podía soportar el maltrato de sus compañeros, salieron a la luz otras situaciones similares de "bullying" (acoso físico y moral). Hace apenas veinte días, una familia de Mollerussa (Ueida) denunció que su


hijo de 14 años había intentado quitarse la vida porque no soportaba el acoso continuado de otros estudiantes. Las agresiones a los profesores también existen y aumentan. "Nosotros estamos acostumbrados al maltrato psicológico. La violencia verbal prolifera en las aulas. Los alumnos a menudo la consideran un modo de relación normal. No la ven como lo que es: una agresión." La esperanza de Eduardo García es que el debate surgido a raíz de los malos resultados de España en el "Informe PISA" -en el que se comparan los sistemas educativos de 41 países- sirva para que también se hable de los problemas de autoridad en los centros. "Venimos de una educación represiva en la que los maestros ejercían violencia física contra los alumnos. Mi generación también la padeció y no sentimos ninguna nostalgia por aquellos métodos", explica este profesor; que se define "de izquierdas". García cree que el "trauma franquista" ha hecho que la gente rechace la palabra autoridad, y ahora los profesores se encuentran con que les faltan recursos para hacer que un alumno les obedezca en algo tan básico como pedirle que no boicotee sus clases. Charlar ha sido de gran ayuda para García, quien, pese a su don de gentes y su batería de recursos, admite que en alguna ocasión ha tenido que enfrentarse a clases especialmente duras: "Ahora que lo pienso, creo que me siento mejor desde que empecé a salir con los compañeros a tomarme una cervecita después del trabajo. Supongo que es algo parecido a una terapia de grupo". Y a la formación continuada, pues hablando entre ellos no sólo se desahogan, también se aconsejan estrategias para apaciguar a su alumnado y, algo más difícil, "motivarlo". Precisamente, la palabra "motivar" produce urticaria entre ciertos sectores del profesorado, aquellos que preferirían recuperar el concepto del "esfuerzo" . Durante los últimos años, los alumnos no tenían que aprobar para pasar de curso. Lo hacían automáticamente. Eso ha tenido consecuencias de diferentes tipos. Para empezar; ha hecho que un alumno pueda recibir clases de temas para cuya comprensión necesitaría una base mínima de la que carece, porque no pudo asimilarla en cursos anteriores. Con los años, esas carencias crecen y, al verse incapaz de adquirir los nuevos conocimientos, el joven "desconecta" y deja de seguir el ritmo de la clase. En estos casos, suele reaccionar básicamente de dos modos: aislándose o empleando el tiempo en incordiar al resto del grupo. "Hemos malcriado a estos chavales entre todos. Queríamos ahorrarles el fracaso y hemos acabado convirtiéndolos en unos fracasados", explica la profesora Yolanda Castillo. Pasar de curso sin hacer nada especial para conseguirlo también provoca que "cueste mucho hacerles entender que deben esforzarse para aprender tanto las materias que les gustan como las que aborrecen", asegura Ángel Martínez, un profesor de Latín que no se cansa de repetir a sus alumnos que "en esta vida se hacen muchas cosas sin ganas, pero no lo entienden". Actualmente todo tiene que ser lúdico y divertido, y los chavales no entienden que la escuela no lo sea. "Desde luego, yo no me voy a poner a hacer el mono en clase para explicarles el nominativo", agrega Martínez. e ironiza al decir que en la actualidad tiene que competir "con el mismísimo Sardá". La pregunta es "¿cómo se puede estimular a un estudiante para que hinque los codos cuando los personajes que triunfan son los que más gritan o los que venden su intimidad?", lamenta el profesor de Filosofía y Ética Eduardo García. "Las clases medias y bajas ya no ven la necesidad de estu. diar y han dejado de inculcársela a sus


hijos como hacían décadas atrás." Martínez comparte esta visión: "Antes, el estudio era una forma de promoción social, la única vía por la cual uno iba a lograr lo que sus padres no tenían". Eso ya no es así. Los adolescentes actuales ven que sus hermanos mayores, con dos carreras y algún que otro máster. apenas si llegan a final de mes. Esa tesis queda perfectamente explicada en el libro "Guapos y pobres" (Ático Ediciones), donde el publicista Alfredo Ruiz, de 29 años, describe las penurias económicas de la generación mejor formada de la historia de este país. El "Informe Juventud 2004" también mostraba que el 63,7% de los jóvenes españoles considera que su trabajo no "está nada relacionado con sus estudios". Otro 14,3% decía que lo estaba "poco". Tal vez eso explique en parte que los padres actuales no se preocupen demasiado de que sus hijos hagan los deberes. Eso es lo que opina el 80% de los profesores entrevistados por IDEA. "Cuando el niño llega a su casa parte del principio de que no tiene nada que hacer y no hay nadie que le diga, que le pregunte si tiene alguna tarea pendiente. Yo he tenido alumnos que se me han encarado porque decían que en la Logse no hay deberes", asegura García. Asimismo, según el estudio de IDEA, uno de cada dos docentes cree que los progenitores "desatienden la educación de sus hijos". Mariano de Castro cuenta que de vez en cuando se producen situaciones que en otro tiempo hubieran sido impensables. "Hay algunos chicos que no vienen el viernes a clase porque a su padre le han dado fiesta y se van todos a esquiar a la sierra. Si el padre no respeta el tiempo de su hijo, ¿cómo podemos esperar que lo haga él?" Sin la complicidad de los padres es muy difícil imponer una mínima disciplina. "Esto no se parece en nada a lo que mostraba la serie 'Querido maestro', que era de un paternalismo tremendo. Aquí, cuando llegas a clase te encuentras con un tipo despatarrado, que no quiere quitarse la gorra cuando le pides que lo haga. Cuando finalmente lo hace te perdona la vida con la mirada", explica De Castro. "Hemos perdido el apoyo de la sociedad. Para muchos, el profesor es poco más que 'aquel individuo indeseable que tiene muchas más vacaciones que yo''', lamenta Castillo. "Los padres de hoy día lo cuestionan todo. Nos traen a sus hijos y quieren un resultado. Pero al mismo tiempo no confían en nosotros." Por todo ello, el profesorado español dice sentirse "desmotivado" o "incluso quemado". Este síndrome es cada vez más frecuente. El estrés relacionado con esta problemática también es elevado. Según un reciente informe del Observatorio de Riesgos Psicosociales, el 63,5% de los profesores presenta riesgo de sufrir un estrés alto y el 7,5% de ellos puede padecer acoso. Los profesores interinos lo tienen incluso peor: "Somos los que más sufrimos porque siempre somos los últimos en llegar y nos tocan las clases más duras", protesta una profesora de Lengua Catalana que prefiere mantenerse en el anonimato. Esta filóloga lleva más de veinte años impartiendo clases con contratos que se renuevan anualmente "y no incluyen el concepto de antigüedad. En cualquier empresa te hacen fija a los tres años, pero la Administración no lo hace." Para esta interina, el hecho de que las convocatorias de oposiciones hayan sido tan escasas en Cataluña en las dos últimas décadas ha hecho del profesorado de secundaria un "cuerpo envejecido y desanimado". "Entre 1993 y 2004 sólo hubo una convocatoria. Ahora lo haremos junto a chicos que acaban de salir de las facultades y tienen los conocimientos frescos, además de mucho tiempo para estudiar y preparar las


oposiciones", se queja esta profesora, con un hijo universitario, a la que le gustaría dejar de tener un trabajo precario. Las escuelas públicas también presentan más problemas de disciplina que las privadas. "Cuando coincido con otros compañeros veo que somos unos privilegiados", compara la profesora de Inglés Yolanda Castillo. Pese a las supuestas ventajas de trabajar en un centro privado, la mayoría de los profesores de la pública dice no querer cambiar de lugar. Tampoco de sueldo. Mariano de Castro se muestra irónico al comentar que de vez en cuando se propone compensar a los profesores subiéndoles el salario. "No es cuestión de dinero, sino de intentar arreglar esto de una vez." En este sentido, comparte la opinión de quienes apuestan por consensuar un plan de Estado por la educación "que no cambie con cada gobierno". La última reforma se implantó "sin contar con la opinión de los profesionales docentes. Jamás ha habido un debate entre el profesorado para conocer nuestra opinión", señala Ángel Martínez. Según él, la Logse fue una imposición de "ciertos ideólogos y algunas cúpulas sindicales" sin atender a las necesidades ni la problemática real. (Magazine. Faro de Vigo.)


Regreso al primitivismo. Javier Marías. El Pais. 30/1/2005

"Ignoran qué son las ficciones y las toman por verdades" Cuando, hace ya veinte años, daba unos seminarios de español oral en la Universidad de Oxford, uno de los ejercicios consistía en leer a los alumnos un artículo de prensa en castellano y pedirles luego que hicieran, en inglés, un resumen de lo que habían oído, a fin de calibrar su grado de comprensión de un texto en la lengua que aprendían. Ahora resulta que en toda Europa, pero sobre todo en España, hay un altísimo porcentaje de estudiantes de secundaria que tienen grandes dificultades para comprender lo que dice un texto así, breve, escrito en su propia lengua, no en una ajena. Si esto sucede, no debería extrañarnos ninguna otra cosa que ponga de manifiesto nuestra veloz regresión hacia el primitivismo. Hace ya años que me empezó a llamar la atención que, en una época cada vez más dominada por las imágenes y su lenguaje, se pudiera producir un progresivo desconocimiento de la sintaxis narrativa cinematográfica, que, como es lógico, llevó un poco de tiempo aprender a los primeros espectadores, hace más de un siglo. Es sabido, por ejemplo, que quienes veían en la pantalla avanzar a un tren hacia la cámara, se asustaban creyendo que iba a atropellarlos; y que, al cambiar de plano la película, desaparecer el tren de su vista y aparecer en su lugar una estación o un paisaje, no entendían nada. Reaccionaban de manera semejante a la de un personaje muy rudimentario de Los carabineros, antigua película de Godard, que se acercaba mucho a una pantalla en la que se mostraba a una mujer desnuda tomando un baño, y se ponía de puntillas y se encaramaba en la creencia de que, como ocurriría en la realidad, podría ver desde mayor altura lo que el borde de la bañera le vedaba. Y todos hemos coincidido en algún cine con alguna anciana que se dirigía en voz alta a los personajes de las películas, advirtiéndoles de un error que iban a cometer o de un peligro: "No entres ahí, Peck, que te han tendido una trampa", le oía gritar a Gregory Peck a una vieja hace muchos años, durante la proyección de El pistolero o de alguna otra cinta por él protagonizada. Y recuerdo que Guillermo Cabrera Infante, devoto cinéfIlo, tenía en poco le parecía imposible que pudiera escribir nada que valiera la pena, con semejante grado de simpleza a una célebre novelista española a la que había visto hacer lo mismo en el cine, chillarles a los personajes: "No la creas, que te está engañando" y cosas por el estilo. Pero se trataba de casos aislados. De un tiempo a esta parte, en cambio, he venido observando que son muchos los jóvenes que, a la hora de participar en ese juego o moda de encontrar gazapos en las películas (ya saben, en un plano una jarra de cerveza está mediada y en el siguiente llena, por poner un ejemplo sencillo), en realidad demuestran ignorar lo que es una elipsis, y denuncian ridículamente, como si fueran espectadores pioneros, que en un plano se vea a un actor entrando en un hotel con chaqueta y corbata y en el siguiente esté ya en su habitación en mangas de camisa y con el cuello desabrochado. Y así hasta el infinito. Quizá, con todos estos síntomas previos, no es, pues, tan raro que esté dándose, entre gente no demasiado ilustrada pero abundante, y no necesariamente cerril en todos los aspectos, algo para mí insólito y de una gravedad extrema, a saber: la confusión o indistinción entre lo ficticio y lo histórico. Ante la oportunista proliferación de novelas


que fabulan insensatamente acerca de personajes que existieron -sean Leonardo, Vermeer o Juana la Loca-, me encuentro con cada vez más personas, sobre todo jóvenes, que afirman leerlas porque "además así aprendo", y que creen a pie juntillas los disparates que la mayoría de esas obras de ficción les cuentan, o les cuelan. Es decir, están convencidos de que cualquier fabulación o fantasía son poco menos que documentos históricos, y se las creen con la misma fe que si fueran crónicas de historiadores. O bien ignoran lo que son las ficciones, y las toman por verdades expuestas de forma amena. Esto es algo inaudito, porque la humanidad ha distinguido una cosa de otra desde hace siglos; y las novelas históricas se leían, digamos "entre paréntesis". O bien, uno veía El Cid de Charlton Heston o el Van Gogh de Kirk Douglas (El loco de pelo rojo), y suponía que alguna base documental había en ellas, pero tenía claro que, al ser películas, nada de lo que contaban podía darse por cierto sin comprobación en otras fuentes más serias y fiables. La confusión es ahora absoluta para quienes la padecen, y veo día a día que su número va en aumento. Y quien hoy lee El código Da Vinci y sus mil imitaciones creyendo que "así aprende", no deja de ser una persona alarmantemente primitiva, tanto como los primeros espectadores de cine, que salían corriendo cuando creían que la estampida de búfalos saltaría de la pantalla para arrollarlos a ellos. Se hace urgente volver a enseñar el abecedario, es decir, la diferencia entre ficción e historia. Y la verdad, quién iba a imaginar que eso haría de nuevo falta.


Valores que valen FARO DE VIGO.24 de diciembre de 2004 Tribuna libre José R. Vidal Calvelo .

Vivimos tempos enganosos, nos que non resulta doado saber a que atermos para actuar de xeito coherente nunha sociedade caracterizada polos cambios acelerados, complexos, dirixidos e contraditorios, que aceptamos sen máis, cal imposición, para poder seguirlle-lo ritmo ó "benestar", sen valora-lo costo e o sacrificio ó que someten ós nosos principios e valores morais. Estanse a producir cambios importantes e desaparecendo límites necesarios. Pouco a pouco configuramos unha cultura social na que determinados valores e procedementos non se contemplan e son obxecto de burla e desprezo. Semella como si estiveramos instalados na lexítima comodidade do non compromiso, no día a día, na improvisación, na defensa do defecto virtuoso, nas actuacións ó ditado da instrumentalización... Coma si a negociación lle gañara terreo ó diálogo, o desprezo á consideración, a pasividade á conciencia crítica. O prexuízo ó coñecemento, a hipocresía á responsabilidade... Semella que os heroes de hoxe, os modelos a imitar, "os que venden" son os contistas, os aproveitados, os creadores de necesidades innecesarias. Semella que vivimos unha nova forma de picaresca vital na que a ignorancia aparece disfrazada de solemnidade, de moita aparencia e pouco fondo. Falamos e falamos, e moitas veces a nosa voz non é nosa. Coma si a vertente utilitarista da vida, a eficacia inmediata, o medible, prevalecera sobre a planificación, o estudio e a prevención. Cuestións como a honradez, a solidariedade, o respecto, a xenerosidade, a tolerancia, a disciplina, o sacrificio, a superación persoal, o traballo ben feito, trocáronse pola recompensa sen esforzo, polo capricho, a indolencia, por aparenta-lo que non somos, polo diñeiro fácil e polo enriquecemento rápido a costa do que sexa. Hoxe parece que nos satisface máis amorear que compartir, aparentar máis que ser, dar unha imaxe máis que ser auténticos/as. A expresión sincera dos sentimentos, da afectividade, do cariño, da amizade, ou non se fai ou se desata sen control nin equilibrio en ateigados e benpagados escenarios audiovisuais. Parécenos máis cómodo botárlle-la culpa ós demais do que nos pasa que recoñece-los nosos erros, como si as mil caras da tÓ apuntar solucións os expertos din que é cuestión de educar en valores, de cambios de fondo, de que si unha boa parte da aprendizaxe se debe ó que observamos na casa, no traballo e na sociedade, debemos coida-lo exemplo que damos na posta en práctica dos valores que valen e queremos transmitir, de que si dende a familia, como primeiros educadores, e a escola non se traballan estas cousas, se poñen algúns límites e fomentan determinadas actitudes, hai pouco que facer. entación non estiveran sempre presentes para caer nela ou tamén para rexeitala. Quizais conveña que todos e todas reflexionemos sobre o noso exemplo, para ver que é o que está na nosa man para encamiñarnos neste sentido. No modelo de conduta que ofertamos, ¿rexeitamos ou ignoramos a alguén por que pensa ou fai as cousas de xeito diferente?, ¿respectamos a todos/as por igual?, ¿xulgamos e decidimos en base a prexuízos, a interesadas informacións parciais, sen coñece-los feitos?, ¿vendémo-lo que non temos? ¿dámo-las cousas por ben feitas por comodidade, conveniencia e interese persoal?, ¿recoñecémo-lo esforzo, o traballo e os dereitos dos demais?, ¿conformámonos con sabe-lo que temos que facer sen poñelo en práctica?..


Semella que, por cotiás, deixaramos de ter mala conciencia ante determinados feitos. Semella que imos moi de presa, que falta tempo para a reflexión, para non disolvemos na rutina e na desculpa sistemáticas, para non instrumentalizalo todo a conveniencia. . . Pero só semella. Estou seguro de que todos sabemos que os valores non xorden da nada, que hai valores e valores, e que unha cousa é o respecto as actuacións dos demais e outra que todo sexa igualmente válido. Permítome esta reflexión a carón do Nadal, para que os bos desexos se fagan realidade, perduren e non tiñámo-la necesidade de ter que adicarlle un día internacional ós valores que nunca debemos perder para garantir una convivencia xusta, ecuánime, ponderada e en paz. Bo Nadal. Bos valores. Sempre.


El éxito.., una señal de fracaso El Confín.Vicente Montejano.

FARO DE VIGO

Sábado. 25 de junio de2005

Por mucho que parezca extraño y contradictorio, se me antoja que muchos de los éxitos que hoy se airean por parte de unos hacia otros, y a la inversa, no es más que un modus vivendi de alardear los fracasos tácitos de ambas partes. No es insólito en los días que corren, observar que cualquier obtuso o cantimpla a la mínima haga bolillos, sin que se nos dé bien las fórmulas o reglas que estos trepas del neoliberalismo usan para alcanzar tales metas. No es necesario recurrir a la caja tonta, para visionar cómo personas que nunca antes ni ahora son nadie en cualquier plano social elocuente ocupan primeros espacios de audiencia y copan económicamente los primeros puestos de la economía fácil nacional. Ese déficit de valores también se comprueba en los distintos sectores de nuestra sociedad, personas que con escasa creatividad y sensibilidad y nula profesionalidad son aupados en sus puestos de trabajo hasta límites insospechados aunque luego todos acierten en sus "sospechas" los motivos de tales ascensos. Ni que decir tiene si tocamos el mundo de la política, donde, creo ser repetitivo, cualquier chambón puede ser revestido con cualquier banda y medalla y erigirse en el paladín de nuestro pueblo. ¿Acaso es normal que en cualquiera de las elecciones políticas, muchos de los candidatos ni siquiera antes de presentarse hayan asistido a algún pleno o, incluso visitado la Casa Consistorial, y nada más que salen se hacen los dueños del Palacio del Pueblo? En este sentido, también apreciamos que en muchas de las listas, sólo se valora al primero en tanto que sus acompañantes no atraen mucho entusiasmo en el pueblo que vota, pero en caso de salir ganadora dicha candidatura luego acarrea sustanciosos déficits en las distintas áreas de gobierno. En resumidas cuentas, cualquier declive proviene de una situación acomodaticia que te afianza de supuestos éxitos obtenidos, los cuales siempre se anteponen a cualquier iniciativa que venga de fuera y exija una regeneración del sistema. Una vez subido en el éxito es díficil, por tanto, constatar cualquier crisis, pues ésta se inicia al estilo de un sarampión mal cuidado o de fístula que se aventura en fisura. En la poltrona del éxito, nadie se percata de la crisis personal hasta que ésta toca su membranacentral. Empresas que tienen grandes beneficios y se olvidan de estimular honestamente al personal; políticos que alcanzan la mayoría absoluta y se olvidan de quienes les dieron sus votos. En todos estos lances, la labor de ladinos la desempeñan "pequeños principitos" que aprovechan tierras roturadas por otros para hacer su currículum personal, en la empresa, en la política, en la sociedad "Principitos de chicha y limoná" que sin criterio ni iniciativa alguna, sólo siguen la norma que le ordena el superior que los mantiene, sin que se percaten de que su vida en ese ínfimo escalón que se les confiere depende sólo del hilo con el que se hilvane el poder de quien realmente manda. Ese éxito fácil que logran algunos "sin mamar la vida" es vergonzante y vergonzoso, pues da un mal ejemplo a las nuevas generaciones, las cuales heredan un mal legado. ¿De qué me sirve estudiar una carrera o especializarme en alguna profesión si otros, sin tantos estudios logran, dinero, poder y fama?, se preguntan muchos de los jóvenes de hoy. La escala


de valores está en desuso. Nos encadalizamos de algunas guerras, no de todas, así mismo de algunos tipos de violencia y de abusos pero no de todas las violencias ni de todos los abusos En ese sentido, nos escandalizamos y reprobamos que se quieran casar dos homosexuales o dos lesbianas y crear una familia, pero no salimos a la calle a materializar nuestro rechazo a la pedofilia y la violencia que genera una sociedad cada vez más insolidaria. Todo se mira o se aprueba según los sectarismos al uso, y en ese aspecto está bien visto que el éxito, el poder y la fama, lo acapare el trepa sin escrúpulos y mal visto que el éxito, el poder y la fama, lo logre alguien incapaz de medrar a costa de poner zancadillas impropias al prójimo. Asentados en el cinismo y aupados en la hipocresía, nuestro bagaje humano apenas crece, la sociedad se hace inmóvil con un destino impredecible. Con cualquier error que sigamos cometiendo tenemos el lamentable temor de repetir los peores pasajes y fracasos de nuestra historia aún reciente.


Ellos, los jóvenes Julia Navarro Lo asegura una encuesta encargada por el BBVA: los universitarios españoles están contentos consigo mismos. Es más, están contentos con lo que les está tocando vivir, incluídos los padres. La verdad es que me alegro, me alegro por ellos, me alegro porque muchos de ellos son nuestros hijos, de manera que con ese grado de satisfacción que tienen supongo que tenemos algo que ver nosotros los padres. Estos jóvenes que tienen el privilegio de ir a la Universidad, se declaran mayoritariamente de izquierdas, descreídos, prácticos y tolerantes. Yo añadiría algo más, se nota una cierta ausencia de valores, de puntos de referencia. Nuestros jóvenes vienen creciendo en el todo vale, en el no hay límites, en que el objetivo último del ser humano es ser feliz y pasarlo lo mejor posible. Son solidarios sí, muchos de ellos lo son, pero yo diría que son la excepción aunque parezca lo contrario. La encuesta deja a las claras que la promiscuidad no es ningún tabú para ellos. No sé, pero me parece que éstos jóvenes nuestros encuestados viven en una especie de Arcadia, y, como tal Arcadia, irreal. Verán yo creo que en los últimos años los padres no estamos siendo muy acertados, Hay una dejación en la responsabilidad de educar, hay niños que pasan más horas ante la televisión o los videojuegos que con su familia, y eso conlleva que muchos padres no tienen ni idea de lo que ven sus hijos. En nuestra sociedad hay un auge alarmante de violencia infantil y juvenil. Hay niños de ocho y nueve años que acosan y maltratan a otros más pequeños. Hay niños que torturan a sus compañeros de clase. Hay niños que llevan su violencia interna a extremos insospechados. Esa es también la otra cara de la moneda de nuestros jóvenes. Luego están los "otros" jóvenes, los que tienen que ganarse la vida y no van a la Universidad, a los que la televisión y la publicidad van embruteciendo dejándoles sin más referencias que qué y donde deben comprar para estar en la onda. A mi me parece que los jóvenes de hoy son bastante más manipulables de lo que deberían de ser, precisamente por esa falta de valores y de principios que no hemos sabido transmitirles. Además en los últimos años, la publicidad ha enaltecido la juventud de tal manera que el que ha cumplido treinta y cinco ya se le considera mayor. Y no solo eso, parece que solo en la juventud está la fuente de toda bondad, mientras que la experiencia y la madurez es un inconveniente. En definitiva la sociedad corteja a los jóvenes para que se avengan a ser mano de obra barata, les explotan pero diciéndoles que son imprescindibles. No digo que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque no lo fue, pero si digo que a nuestros jóvenes les falta un norte. Solo hay que verles para darse cuenta que muchos han crecido a su manera.


El dinero no da la felicidad LOS DIEZ MITOS QUE PUEDEN ARRUINARTE LA VIDA Lucía Etxebarría.

Nuestra sociedad critica a la mujer que se casa por dinero, pero es magnánima con el hombre que se casa con una mujer atraído por su belleza. Y eso es porque se dice que el dinero no da la felicidad, y que ambicionado es cosa de poca ética y menos gusto. Marilyn Monroe lo explicó así en "Los caballeros las prefieren rubias": "¿No saben que un hombre rico es como una muchacha bonita? No se casarían con una chica sólo por su belleza pero, ¡por Dios!, ¿eso no ayuda?". y es que MarilynfLorelei, como la mayoría de las personas, veía que existe una relación entre desdicha y pobreza, con lo cual el dinero sí puede traer la felicidad a quien carece de recursos (si no, las ONG no nos pedirían dinero, simplemente alegría y buen rollito). Pero, aunque está demostrado que el desarrollo económico aumenta el nivel medio de felicidad, al alcanzar un cierto estadio de desarrollo el efecto desaparece. Es decir, yo no me considero una mujer exultante de felicidad, pero intuyo que Victoria Beckham, con todos sus millones, es mucho más infeliz que yo (cornuda, anoréxica, sin amigas y con esa cara de vinagre que me lleva todo el día... ¿ qué quieren que piense?). Los sociólogos han comprobado que conforme una persona o un país se hace más rico el crecimiento económico adicional provoca incrementos cada vez más pequeños de felicidad y, a la larga, el crecimiento no supone mejoría alguna. Al contrario, las cifras de índices de depresión aumentan a mucha mayor velocidad que nuestro PIB. La OMS ya ha advertido de que la depresión se convertirá en el año 2020 en la segunda causa de incapacidad laboral en el mundo occidental, detrás de las enfermedades isquémicas. Y eso es porque para conseguir ese dinero y esos bienes cada vez tenemos que trabajar más, con más estrés y menos tiempo libre. Y el desempleo, la inseguridad laboral, la desigualdad social y la degradación medioambiental son un altísimo precio que estamos pagando por conseguir las altas tasas de desarrollo económico en nuestro Primer Mundo. Supuestamente los ordenadores, la mecanización y los electrodomésticos iban a eliminar la necesidad de trabajar, en casa y fuera de ella. Pero la longitud de la jornada laboral se estira como un chicle, y, si el Parlamento Europeo aprueba la directiva Bollenstein, se estirará aún más, sin posibilidades de futuros recortes. Nos gusta el dinero porque podemos gastarlo. Pero, como nos demuestra el caso de Victoria, una vez satisfechas las necesidades básicas, la relación del dinero con la felicidad es una ecuación muy personal. A la hora de establecer prioridades acerca de los objetivos en la vida, deberíamos ser conscientes de que organizarla en torno al dinero puede tener implicaciones en otros valores. Consumistas compulsivos, vivimos obsesionados con comprar más y más cosas aunque esto nos exija hacer sacrificios absurdos en otras parcelas de nuestra vida. ¡Alto ahí!, me dirán muchos. ¡Yo gano cuatro perras y me mato a trabajar! ¡ No soy un derrochador! Y yo les respondo: A ver... ¿necesitas un móvil con cámara? Es más, ¿necesitas de verdad un móvil? ¿Necesitas de verdad una tele? ¿Necesitas la conexión ADSL? ¿De verdad necesitas renovar tu modelerío cada estación, por mucho que lo renueves en Zara y no en Gucci? ¿Qué tiene de malo llevar las mismas botas de hace diez años? (Yo las llevo: unas Dr. Martens). Incluso mis amigas camareras, que viven realmente explotadas, sin contrato y con un


sueldo de miseria, llenan su vida sin darse cuenta de cosas que no necesitan. En conclusión: el dinero sí da la felicidad, al principio. Pero después te la quita. Lucía Etxebarria. Megacine Faro de Vigo


Elogio del malestar EL PAIS SEMANAL - 05-06-2005 ROSA MONTERO

En las sociedades ricas y seguras cada vez soportamos menos el dolor. En primer lugar, el dolor físico. De lo cual, en líneas generales, me congratulo, porque es una consecuencia del avance médico y técnico, y porque no creo que uno deba sufrir en su carne si puede evitarlo. Aun así, lo cierto es que nos estamos convirtiendo en unos seres blandengues y quejicas. Por ejemplo, durante toda la historia de la Humanidad, y hasta hace muy poco (en algunos países aún es así), la gente se sacaba las muelas a lo vivo, cosa que de sólo pensarla me produce vahídos. Y, sin embargo, nuestros antepasados lo aguantaban. No añoro ni por asomo esos tiempos rudos y épicos, pero lo cierto es que nuestra actual dependencia de todo tipo de analgésicos y anestesias nos ha hecho probablemente más felices, pero también físicamente más débiles y más menesterosos. Pero lo que encuentro verdaderamente preocupante e incluso peligroso es nuestra falta de resistencia ante el dolor vital. Qué digo dolor, ni siquiera eso: hoy en día no soportamos ni el más pequeño malestar. Aturdidos, envenenados y engañados por la imagen del mundo que nos ofrecen las películas, los programas de televisión y, sobre todo, la publicidad, tendemos a creer que la vida es una fiesta permanente llena de familias felices correteando con sus preciosos perros por campos primaverales, de amores que no acaban nunca, de ejecutivos con trabajos apasionantes e importantísimos, de cocinas impecables en las que las amas de casa (todas ellas guapas y vivaces) se lo pasan bomba, de una cotidianidad siempre triunfal. ¡Pero si hasta limpiar una pila llena de cacharros grasientos parece ser un auténtico jolgorio! Y cuando algún anuncio refleja un malestar, un dolor de cabeza, un comienzo de gripe, enseguida, tras la correspondiente medicina, la felicidad vuelve a estallar en un paroxismo jubiloso. El concepto actual de la felicidad es relativamente moderno. Durante la Edad Media, por ejemplo, la gente vivía instalada en lo contrario, en la aceptación del dolor como único destino, en el llanto perpetuo de la pérdida del Paraíso y el entendimiento de este mundo como valle de lágrimas. Hasta el siglo XII, el modelo imperante de la existencia humana era el santo Job, que se lamía las llagas y se revolcaba en el estiércol, aceptando mansamente descomunales pesadumbres. Pero después, a medida que se fue desarrollando la conciencia individual, los humanos fuimos aspirando más y más a conseguir el gozo en este mundo. En el siglo XVIII, explosivo y revolucionario, se escribieron numerosos Discursos sobre la Felicidad que ya planteaban el tema en términos modernos: “No me puedo creer que haya venido a este mundo para ser desdichada”, decía Madame du Châtelet. Es una afirmación plenamente contemporánea y un logro en el desarrollo del ser humano. Pero una cosa es aspirar a ser feliz y saber que tienes derecho a ello, y otra esta ramplona obligatoriedad de la dicha perpetua. Hoy la gente no soporta la más mínima inquietud o pesadumbre. O bien nos aturdimos compulsivamente para no sentir y no pensar, o bien nos espantamos y nos creemos deprimidos o en crisis. Pero el problema es que la existencia es siempre crítica, siempre inestable, siempre irregular. No es


posible vivir sin altibajos, sin miedos, sin frustraciones, sin penas, sin dolor, sin desasosiego. No se puede vivir sin cosechar fracasos. Luego, claro está, también existen los momentos perfectos, los triunfos, las risas, los diversos amores, toda esa belleza que seremos más capaces de apreciar si aceptamos, precisamente, la cuota de malestar. Porque la vida es muy hermosa, pero duele. Hace dos o tres años entrevisté a Lucía Bosé. En un momento determinado, le pregunté cómo eran sus días en el minúsculo pueblecito segoviano en el que reside. Se quedó pensando unos instantes y dijo: “Cuando llegas a los setenta años, por la mañana te despiertas y te preguntas: ¿Me levanto, o no me levanto? Porque mi mente sí se levanta, pero mi cuerpo no se quiere levantar… y entonces es esa lucha. Al final te levantas y te tomas un café doble bien cargado y después ya arrancas tu vida”. Me pareció una respuesta hermosa, el reconocimiento de ese cuerpo de articulaciones doloridas, del desasosiego de la vejez. Del malestar. Y a pesar de eso, o quizá justo por eso, toda la intensidad de la existencia. Señoras y señores, esto es la vida.


Para este viaje educativo no hacían falta tales alforjas SALVESE QUIEN PUEDA - Fernando Franco. Faro de Vigo. 29/1/2006

Para este viaje, hacían falta tantas alforjas? ¿Tanta inversión en las aulas, tanta sustitución de modelos autoritarios y verticales por otros más democráticos y horizontales, tanto tutor, tanto tú en vez de usted, tanto nuevo plan educativo, tanta pedagogía de laboratorio, tanto psicólogo escolar, tanta buena voluntad paleoprogre, tanta lucha contra la masificación en las clases... para llegar a una escuela desmoralizada y rendida en la que aumenta el fracaso escolar, la estulticia estudiantil, los casos de indisciplina, de acoso, de violencia incluso contra los profesores? Cierto que nuestra sociedad es mucho más compleja y que no se puede simplificar burdamente pero, si cualquiera de estos adolescentes privilegiados que sólo conocen la blandenguería, delicadeza de trato y tolerancia rayana en la indiferencia de la enseñanza gratuita actual, se sienta en un pupitre de la España de sus padres o abuelos, sufriría uno de esos traumas psíquicos altisonantes que ahora nacen como esporas en estas sociedades de la abundancia, curiosamente inexistentes en las que se pelean por cosas como poder comer. Noticias de ayer. La Xunta expedientó a 900 alumnos por indisciplina el pasado curso; la Asociación contra el Acoso Escolar recibió unas 400 llamadas de padres gallegos; un niño francés intenta estrangular a su maestra ante el aplauso del resto; quince alumnos belgas golpean a un profesor y le dejan inconsciente... ¿Es que hay más violencia o se publica más? Ambas cosas pero, si bien no podemos convertir en categoría lo que sólo hace una parte insignificante, tampoco debemos considerarlo una anécdota; más bien, reconocerle su carácter de síntoma. Hoy un profesor no puede con los chavales, un padre no se atreve a marcar pautas a su hijo... Puede que haya una dejación en lo doméstico y académico y que se le pase la pelota a los poderes políticos, pero... , Pero basta ya también de que padres y profesores tiendan a aplicarse ese estigma de la autoculpabilidad propia de un viejo intelectualismo progre y diletante según el cual estos adolescentes superprotegidos son víctimas infinitas de la incompetencia y maldad paterna o profesoral. A lo mejor, lo son de su renuncia a la autoridad y al establecimiento de mínimos e inviolables marcos de conducta cuya transgresión les exigiría un sentido de culpa y una consciencia de expiación. Hemos pasado de una moral represiva a unas prácticas desrepresivas en base a la romántica idea de que todo lo que nos apetece debemos realizado y ese eslogan de vivir sin límites queda bien para título de una película pero es una necedad: aceptar los límites no es represión sino posibilitar la apertura de la historia humana. El caso es que toda esa publicidad o imaginería actual que propone un baño narcisista a los jóvenes no hace más que alentar sus delirios de omnipotencia. Y la educación es displacer, no concesión continua, no tolerancia infinita y no balneario lúdico. Aquí hace falta una moral de combate


Convivencia sen contradiccións. José R. Vidal.

O lema do Día escolar pola Paz deste ano 2007, "+ Convivencia= -Violencia ", suxíreme a seguinte reflexión. Na sociedade complexa na que vivimos, caracterizada polos cambios acelerados, a variedade de ofertas e os desafíos constantes, non é doado saber a que atermos para actuar de xeito coherente e responsable no exercicio da nosa actividade e non acada-lo efecto contrario daquilo que pretendiamos. Principios, valores e normas que ata o de onte asumiamos coma válidos, hoxe, ou xa non se contemplan, ou son instrumentalizados a conveniencia por unha nova cultura social obsesionada polo benestar que bota man do consumo (e nos chama clientes no canto de cidadáns), das necesidades innecesarias e do espectáculo como instrumentos "educadores" de masas, e converte o noso quefacer diario nunha práctica de contradicións con consecuencias non sempre beneficiosas para a convivencia e as melloras que ansiamos. Así, a pesares das aparentes boas formas e maneiras das que facemos gala nas relacións cos demais e coas que secundámo-los valores contidos nas mensaxes dos Días internacionais e datas sinalas, sen querer dármonos conta, a realidade vaise tinguindo de discriminación onde pretendiamos respecto pola diferenza, de desprezo polos que discrepan e non pensan coma nós , de mentira como habilidade socio profesional, de vinganza, de mediocridade obrigada para poder soporta-lo acoso moral e escolar que nos rodea. Sobrada de clubs de amigos ós que só pertencen os que interesadamente nos apoian, de marxinación intencionada, de prexuízos, de excluíntes maiorías amañadas, de hipocrisía bempensante,… a práctica diaria está falta de ética, de coherencia, de honestidade e xogo limpo. Semellamos estar instalados na lexítima comodidade do non compromiso, na improvisación rutineira, na defensa do defecto virtuoso,... nos dereitos sen deberes. Coma si a vertente utilitarista da vida, a eficacia inmediata, o medible, prevalecera sobre a planificación, o estudio e a prevención. Cuestións como a solidariedade, o respecto, a tolerancia, a disciplina, o sacrificio, a superación persoal, o traballo ben feito, trócanse pola recompensa inmediata sen esforzo, polo antollo, polo beneficio persoal e pola escasa tolerancia á frustración e ó fracaso. Semella que imos moi de présa, que non todos/as somos necesarios, que falta tempo para a reflexión, mínimos obrigados para a convivencia, para non disolvérmonos na rutina e na desculpa sistemáticas, no auto engano,… para non instrumentalizalo todo a conveniencia. Unha cousa é que á hora de dar respostas e busca-lo noso papel ante os novos e inquietantes desafíos que a sociedade nos presenta cada día reclamémo-lo noso dereito a ser diferentes e a critica-lo que se nos propón coma conveniente e poder pensar e seleccionar outras posibilidades, e outra moi distinta, que todo sexa igualmente válido e xustificable. O feito de que os desaxustes, as discrepancias e a falta de consenso sexan habituais e fagan difícil o labor diario, non debe desanimarnos nin xustificar actitudes coma as sinaladas, conformistas ou pasivas, senón que debe entenderse como un atributo permanente deste labor na procura dunha sociedade máis xusta e respectuosa coa diversidade que, por medio dunha educación das actitudes, das conviccións e dunha maior implicación na mellora da convivencia, nos iguale realmente a todas e todos en dereitos, deberes e oportunidades, sen exclusións, sen facer da aparencia, da falsidade e do enfrontamento modelos de conducta a imitar. José R. Vidal Calvelo.


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