Los niños no existen cap modelo

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Los niĂąos no existen Ilustraciones de Claudia Ranucci

y otros cuentos con monstruos

Gabriela Keselman



Los niños no existen

E

n un viejo armario de un viejísimo desván de una requeteviejísima casa, vivían tranquilamente dos fantasmas: Fani y su mamá. Pero no estaban solas. También vivía ahí una familia de polillas glotonas que se entretenía mordisqueando tapados y sombreros antiguos. Un día a las polillas ya no les quedó nada que roer. Entonces empezaron a mirar a Fani y a su mamá. Las


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miraban con cara de tener hambre. ¡Mucha hambre! A la mamá de Fani se le pusieron todos los pelos de punta del susto. Y eso que los fantasmas solo tienen un pelo... Enseguida empezó a buscar un lugar para mudarse lo más rápido posible. Lo primero que hizo fue comprar el diario.

Lo abrió y buscó nerviosa entre sus páginas.


—¿Dónde están los avisos? —preguntaba en voz alta—. ¿Dónde, dónde? ¡Ah, acá están! SÓTANO DE CASA ABANDONADA. Muy oscuro, frío, húmedo y con grandes telarañas. También cuenta con algún murciélago. Bastante caro. (Si usted es un fantasma así nomás, no llame.) TORRE DE CASTILLO RUINOSO, EN PÉSIMO ESTADO. Sin ascensor. Se sube por escalera y la madera hace “criiiiic”. Se puede compartir con vampiros. (Así sale más barato.) LUGAR MUY CÓMODO DEBAJO DE UNA CAMA DE COLOR ROJO. Viene con algunas pelusas, una media sucia, un maní con chocolate y una pierna de muñeca. (A veces puede haber un cuaderno, una birome, gomitas para el pelo... Pero de repente se escucha un grito: “¡¡Valentina!!”. Y todo desaparece.)

—¡Mami, ese es el cuarto de una niña que se llama Valentina! —exclamó Fani—. ¡Por favor...! ¡Quiero mudarme a ese lugar! ¡Voy a asustar a una niña por primera vez! —Los niños no existen —dijo la mamá—. Ya te lo dije mil veces, así que dejá de inventar bobadas.

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—¡Pero la prima Tamy me dijo que ella asustó a dos niños! —protestó Fani—. ¡¿Por qué yo no puedo?! La mamá de Fani ya no la escuchaba. Estaba muy preocupada buscando el mejor hogar donde mudarse. La verdad, este último no estaba mal y, además, no podían demorarse. Las polillas ya se estaban atando las servilletas alrededor del cuello y se les estaba haciendo agua la boca. Así que al día siguiente Fani y su mamá se instalaron en su nueva casa, debajo de la cama de color rojo. El lugar era calentito y con un perfume rico, mezcla de plastilina y pancitos recién hechos. Se veía que el grito “¡¡Valentina!!” ya había sonado, porque estaba todo vacío. No estaban ni la media sucia ni el maní con chocolate ni la pierna de muñeca.


Tampoco había un cuaderno ni una birome ni gomitas para el pelo. Ni siquiera había pelusas. —¡Mami, quiero ver si está Valentina! —dijo Fani tratando de salir. La mamá suspiró y miró al techo (es decir, miró las maderas, los resortes y el colchón). Agarró a Fani de la mano y salieron de abajo de la cama. Entonces le mostró la habitación, rincón por rincón. Y señaló con el dedo la cama vacía. —No hay nadie —le dijo—. ¿Ahora me creés? ¡Los niños no existen! La mudanza había sido agotadora. Así que esa noche la mamá se durmió temprano. Entonces Fani aprovechó para asomarse. ¡Y de pronto vio algo increíble! Unas pantuflas enormes con forma de león, pelos de león y boca de león se acercaron lentamente. Y ahí se quedaron, muy cerquita de su nariz. De las pantuflas salieron unos pies descalzos y, en un segundo, desaparecieron de su vista.

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Fani se asomó un poco más. Otro poco más. Y bastante más. Estaba oscuro, pero le pareció ver algo. Alguien saltaba sobre la cama. Tiraba unos almohadones al aire y se reía. De repente aparecieron otras pantuflas también. Eran rojas con un moñito en el medio. De esas pantuflas no salieron pies descalzos. Pero enseguida Fani escuchó una voz muy dulce que cantaba una canción. Y luego la misma voz contaba un cuento muy divertido de brujas locas y patos normales. Después Fani escuchó una voz distinta, parecida a la suya. Seguro que era la voz de Valentina: —Mami, debajo de la cama hay una fantasma. —Los fantasmas no existen y las fantasmas tampoco... ¡Ya te lo dije mil veces! —dijo la mamá y se acomodó una pantufla. —¡Pero la prima Lara dice que debajo de su cama vive un fantasma! —protestó Valentina—. ¡Y yo también quiero uno!


—¡A dormir, Valentina! Y no pienses bobadas —dijo la mamá y le dio un beso. —¡Ja! ¡Claro que existo! —murmuró Fani con una sonrisa de triunfo—. ¡Y los niños también! La fantasma esperó hasta que las pantuflas rojas con un moñito en el medio se fueran. Entonces salió de su escondite y chilló: —¡¡¡Uuuuuuuuuuu!!! —¿Sos una fantasma? —preguntó Valentina entusiasmada. —¡Sí! —contestó Fani, sorprendida porque a la niña no le había dado ni un miedito. —Mi mamá dice que los fantasmas no existen —sostuvo Valentina. —Y la mía dice que los niños no existen —respondió Fani. Valentina sonrió. Fani también. —A ver... asustame otra vez —pidió Valentina. —¡¡¡Uuuuuuuuuuuuu!!! —gritó Fani.

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—¡¡¡Jajajajajajajajajaja!!! —rio Valentina. —Ahora yo hago como vos —dijo Fani—. ¡¡¡Jajajajajajajaj!!! —Yo te asusto —dijo Valentina—. ¡¡¡Uuuuuuuuuuu!!! Las dos gritaron, chillaron, se rieron, saltaron, tiraron medias sucias y piernas de muñecas. Y después tiraron maníes con chocolate y biromes, saltaron, se rieron, chillaron y gritaron.


Armaron tanto alboroto que la mamá de Fani se despertó. —¡Ah, no! ¡Este lugar es muy ruidoso! ¡Y caen cosas raras todo el tiempo! —protestó—. ¡Ya mismo voy a buscar otro hogar donde vivir en paz! Abrió el diario El Transparente que había comprado esa mañana porque traía la revista Espantos de regalo. Buscó nerviosa entre sus páginas. —¿Dónde están los avisos? —preguntaba en voz alta—. ¿Dónde, dónde? ¡Ah, acá están! RINCÓN EN CEMENTERIO. ¡Precio de terror! Con jardín para que jueguen los fantasmitas. No se arrepentirá. (Al principio.) PORTERÍA EN TREN FANTASMA CLAUSURADO. Muy oxidada, con feo olor, un asquito. (Nosotros no iríamos...) VIEJO ARMARIO DE UN VIEJÍSIMO DESVÁN DE UNA REQUETEVIEJÍSIMA CASA. ¡Sin polillas! (Había, pero están en el hospital, seriamente empachadas.)

—¡Qué bien! —exclamó la mamá de Fani marcando el último aviso—. ¡Volvemos a casa!

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Fani y Valentina se despidieron susurrando bajito: —Me da mucha pena mudarme... —Y a mí que te vayas tan pronto... —No le digas a tu mamá que los fantasmas existen, por si se asusta. —Y vos no le digas a la tuya que los niños existen, por si se pone a temblar. —¿Secreto de amigas? —¡Secreto de amigas! Por la mañana, Fani y su mamá se prepararon para mudarse otra vez. Entonces Fani preguntó:


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—¿Algún día puedo invitar a una... niñ... ehhmm... amiga a dormir? —Claro, cuando quieras —respondió la mamá. En la otra punta de la casa, Valentina se sentó a desayunar con su mamá. Mordió una medialuna y preguntó: —¿Algún día puedo invitar a una... fant... ehhmm... amiga a dormir? —Claro, cuando quieras —respondió la mamá.


Los niños no existen Un rey gigante que no puede salir de su castillo. Un monstruo que se entrena para asustar y un dragón que echa agua por la boca. Un ogro hipocondríaco, dos hermanos brujos que no saben pelearse y un fantasma que sostiene que los niños no existen. Todos se encuentran entre las páginas de este libro para aterrarte, sorprenderte… ¡y hacerte morir de risa!

Gabriela Keselman Nació en Buenos Aires y vivió muchos años en Madrid. Allí trabajó en la redacción de la revista Ser padres, escribiendo artículos sobre literatura infantil, críticas de libros y cuentos. Lleva publicados más de sesenta libros en España, México y Argentina; algunos de los cuales han sido traducidos a otros idiomas. Ha recibido numerosos premios y actualmente se dedica a escribir historias para chicos. En esta editorial publicó Cu Canguro (colección Buenas Noches) y Loco por vos (colección Torre de Papel Roja).

Claudia Ranucci Nació en Roma y desde 1997 vive en Madrid. Estudió Diseño e Ilustración en el ISIA de Urbino (Italia). Actualmente trabaja para varias editoriales de diversos países.

C.C. 61075356 ISBN: 978-987-545-704-1

www.kapelusznorma.com.ar

A partir de los 7 años

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