Ilustraciones de Roberto Cubillas
Un incendio desastroso Margarita MainĂŠ
I. Fuego en la madrugada
A
las cinco de la mañana los desper tó el teléfono. La mamá de Nicolás saltó de la cama y pudo alcanzarlo al segundo timbrazo. —¿Qué barbaridad! Ya salgo, gracias —escu chó Nicolás desde su cama y saltó también. —¿Qué pa sa? —pre gun tó el pa pá de Nico entre bostezos. —Era Doña Matilde, dice que el auto viejo, el que estaba en la puerta, se está incendiando. Bien conocía Nicolás ese auto. Con Agustín,
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su amigo de la cuadra, lo habían usado muchas veces. También sabía por qué estaba allí. La casa de Nicolás es una casa de pasi llo. Una sola puerta que asoma a la vereda y un larguísimo pasillo lleno de otras puer tas. Allí viven otras personas que compar ten con Nicolás una extraña vecindad.
En el fondo, la última puerta es del taller de Juan. Juan es un personaje un poco raro que tra baja, dos o tres días a la semana, arreglando unas máquinas tan extrañas como él. Juan iba y venía en su auto transportando sus chirimbolos, sus herramientas y su cara de nada. Y aquí llegamos al asunto impor tante: el auto. Era viejo, fulero y destartala do, pero andaba, hasta que a Juan le vino la mala suerte. Chocó en una esquina con alguien tan despistado como él y al auto se le rompió el radiador.
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Lo trajo con una grúa hasta la puerta del pasillo y con su valija de herramientas trató, en vano, de arreglarlo durante algunos días. Una mañana le faltó una rueda, otro día le sacaron los faros y así, se fueron robando las pocas cosas útiles que el auto tenía. Juan, que como les dije, estaba en la mala y los problemas le brotaban como los árboles en la primavera, fue perdiendo interés en el vehículo y lo dejó allí como recuerdo de mejores épocas. Claro que a los vecinos no les gustaba aquella ruinosa decoración. Era un barrio sencillo pero prolijo, y ese fantasma de auto quedaba espantoso. Nicolás y Agustín eran los únicos que disfrutaban de aquel desastre, ya que cuando sus madres ponían los ojos en la
telenovela de la tarde, ellos se sentaban en el auto viejo y viajaban a lugares lejanos. Tenía volante, algunos botones inservi bles y los asientos. Un auto de verdad para juegos de mentira. —Más des pa cio que va mos a cho car —decía Agustín cuando Nico apretaba mucho el acelerador. —Cuidado con la curva —le avisaba Nicolás cuando el otro manejaba. Un día se cansaron de andar en auto y lo inventaron avión. Cuando volar tam bién les resultó aburrido, fue una nave espacial en la que viajaron hasta Marte. Mientras Nicolás y Agustín juga ban, los grandes seguían hacién dose problema.
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—Qué estorbo es ese auto —decían. —La cuadra parece un basural. —¿Por qué no lo llevamos a la puerta de la casa de Juan? —proponía alguno. Pero después cerraban las puertas de sus casas y se olvidaban del problema de todos, para ocuparse de los problemas de cada uno. —¿Qué te parece Nico? ¿Nos llevarán el auto? —preguntaba Agustín preocupado. —Palabras, palabras —decía Nicolás, que era más grande y ya sabía que del dicho al hecho hay mucho trecho. Pasaron los días, y mientras los chicos perfeccionaban sus juegos, el auto se dete rioraba más y más. Una tarde, cuando empezó la novela y subieron al auto, descubrieron un diario viejo en el asiento de atrás. —Qué raro —dijo Nico, pero no se atre vió a sacarlo. Desde ese día, en el asiento trasero empezó a crecer un basural de dia rios y algunas revistas.
—Se va a llenar de ratas —dijo una vecina de esas que siempre anuncian calamidades. Los chicos se entusiasmaron preparan do trampas con queso y todo para salvar el auto de los roedores. Pero antes que los ratones, llegó el fue go; aquella madrugada alguien incendió el auto de Nico y Agustín. La sirena de los bomberos se escuchaba desde lejos y el barrio se desperezó como si todos los relojes hubieran sonado al mismo tiempo. Nicolás se vistió, y aunque su mamá le dijo que no saliera, asomó al pasillo prime ro y a la vereda después, para encontrarse con la tristeza en los ojos de su amigo. —Nos lo quemaron, Nico —le dijo Agustín—. ¿Quién habrá sido?
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Nicolás miraba hipnotizado el auto que se había transformado en una enor me llamarada. La mamá de Agustín los empujó hasta la esquina. —Es peligroso chicos —les dijo cuando llegaba la autobomba. En cinco minutos, los bomberos con sus enormes mangueras apagaron el fue go. Después se quedaron hablando con los vecinos de la cuadra. —¿Quién lo habrá quemado? —pregun taba un bombero. Todos los vecinos que alguna vez se habían quejado del auto, invent aban una frase que los dejara libres de sospecha. —Yo estaba durmiendo porque ayer tra bajé hasta muy tarde —decía uno. —Qué locura, tampoco molestaba tan to —comentaban otros.
Ni co lás y Agus tín se ale ja ron de las excusas para ver el humo que salía de los asientos chamuscados. —Y aho ra... ¿Qué ha ce mos? ¿A qué vamos a jugar a la tarde? —dijo Agustín apenado. —No vamos a jugar. Vamos a investi gar —afirmó Nicolás, que estaba tan triste como enojado.
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No tuvieron otro remedio que despe dirse y volver a sus camas, pero fue impo sible recuperar el sueño. Al día siguiente, en la escuela, cuan do Agustín salió al primer recreo, estaba Nicolás esperándolo. —¿Y? ¿Se te ocurrió alguna idea? —le preguntó. —Yo no sé na da de in ves ti gar —di jo Agustín disculpándose. —¿Para qué ves las series de televisión? —le dijo Nico que seguía de mal humor—, necesitamos saber todo sobre los vecinos y descubrir al culpable... —Bueno, está bien —dijo Agustín resig nado. A él le gustaba jugar en el auto. ¿Para qué investigar si el juego ya estaba quemado? —¿Y cuando descubramos al culpable..., qué vamos a hacer? —se animó a decir.
Nicolás se quedó callado y comenzó a sonar el timbre que anunciaba el fin del recreo. —Volvamos a clase —dijo aliviado—, esta tarde te espero como siempre, a las cuatro. 21
Para los chicos de la cuadra, un auto abandonado es el mejor escenario donde hacer viajes fabulosos. Pero un misterioso incendio que lo destruye es el punto de partida para una investigación que hará de Nicolás y Agustín los mejores detectives del barrio. Todos los vecinos se convertirán en sospechosos. ¿Quién es el piromaníaco? Su búsqueda es el origen de esta aventura única.
Margarita Mainé Nació en Ingeniero Maschwitz, provincia de Buenos Aires. Es escritora y docente. En 1997 fue finalista del concurso Norma-Fundalectura con su novela Lástima q ba muerto. Ha publicado en esta colección: La familia López.
C.C. 61074827 ISBN: 978-987-545-139-1
www.kapelusznorma.com.ar
A partir de los 9 años
Un incendio desastroso