CONACULTA Rafael Tovar y de Teresa Presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes CENART Ricardo Calderón Figueroa Director General Rodrigo Pumarejo de la Serna Dirección General Adjunta Académica Luis Esteban González Salazar Coordinador de Proyectos con los Estados GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN Salvador Jara Guerrero Gobernador Marco Antonio Aguilar Cortés Secretario de Cultura Jaime Bravo Déctor Director de Producción Artística y Desarrollo Cultural Héctor Borges Palacios Jefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura Diana Correa Sandoval Directora del Centro Regional de las Artes de Michoacán
Gobierno del Estado de Michoacán Secretaría de Cultura Centro Regional de las Artes de Michoacán
Primera edición, 2015. El vuelo de María Luisa Puga e Isaac Levín. Derechos Reservados ©2015, por la presente edición. Secretaría de Cultura de Michoacán. Isidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc, C.P. 58020, Morelia Michoacán. Tels. 01(443)322-89-00, 322-89-03 www.cultura.michoacan.gob.mx Diseño: Karen Cortés Galván. ISBN 978-1-329-38595-5 Impreso y hecho en México. Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de la presente obra en cualesquiera formas, sean electrónicas o mecánicas, sin el consentimiento previo y por escrito del editor o el titular de los derechos de la obra.
El vuelo de María Luisa Puga e Isaac Levín
El vuelo de María Luisa Puga e Isaac Levín
María Luisa Puga (1944-2004) Karla González Dívvaz María Luisa Puga nació en la Ciudad de México el 3 de febrero de 1944 y creció viviendo entre Acapulco y Mazatlán. Para 1968, con 24 años de edad, viaja a Europa y permanece fuera de México por 10 años. Recorre varios países y permanece tiempos indefinidos por varias ciudades europeas y también radica por un tiempo en Nairobi, Kenia. Su estancia en esta ciudad africana se convierte en un parteaguas para su literatura y así escribe su primera novela Las posibilidades del odio (1978), a partir de la lectura que hizo del subdesarrollo y las condiciones de vida que existían en Nairobi. María Luisa pudo ver más claramente a través de esta experiencia la situación política y social que existía también en México. Comenzó para ella un profundo análisis sobre el país y sus conflictos, pero sobre todo, la manera en que éstos se veían reflejados en el día a día de la sociedad mexicana, en los entornos más inmediatos y personales. Puga deposita de esta manera su mirada en las diversas y únicas formas que tenemos de interpretar y nombrar nuestras realidades. Esta forma de ver acompañaría para siempre su escritura. 13
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En 1980, apenas dos años más tarde, publica Cuando el aire es azul, y en 1983 recibe el Premio Xavier Villaurrutia por Pánico o Peligro, novela que la consolida como una de las mejores escritoras del país. En ese tiempo escribe y publica también sus cuentos Inmóvil sol secreto (1979) y Accidentes (1981), Intentos es publicado más tarde, en 1987. María Luisa conoce a Isaac Levín en un taller de creación literaria que ella impartía en la Ciudad de México. En 1985 él le propone dejar la ciudad e irse a vivir juntos a Michoacán. Ella acepta y se establecen en el bosque, en una cabaña construida por Isaac frente al hermoso lago de Zirahuén. Otras novelas de María Luisa son: La forma del silencio (1987), Antonia (1989), Las razones del lago (1990), La ceremonia de iniciación (1994), La viuda (1994), La reina (1995), Inventar ciudades (1998), y Nueve madrugadas y media (2003). Puga escribió también ensayo y literatura infantil. En 1996 recibe el Premio Juan Ruiz de Alarcón en reconocimiento al conjunto de sus publicaciones. Ese mismo año por invitación del Centro Nacional de las Artes, María Luisa comienza a impartir talleres de creación literaria vía internet, convirtiéndose en pionera de estas prácticas tecnológicas en México. María Luisa fue una escritora y lectora 14
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imparable, Levín contaba que ella escribió hasta el último día de su vida y conocida era esa necesidad que Puga tenía de levantarse a escribir todos los días a las 4 de la mañana. En el 2001, comienza a sufrir una artritis reumatoide que la lastima severamente, sin embargo, María Luisa explora ese intenso dolor a través de su escritura, lo describe, habla con él, hace de él un personaje, le otorga un cuerpo y una presencia, lo nombra. El registro que hace de su enfermedad se convierte en Diario del dolor (2004), un ensayo de 100 breves fragmentos donde Puga describe el combate frontal y sin tregua que mantenía con Dolor, pero donde nunca se permitió la autocompasión. A sugerencia de Levín, María Luisa graba con su propia voz estos fragmentos con el fin de compartir su experiencia a enfermos terminales. Durante ese año María Luisa se recuperaba paulatinamente de la artritis, sin embargo, a principios de diciembre le fue detectado un cáncer de hígado y ganglios que finalmente provocó su muerte el día 25 de diciembre del 2004. Hoy, María Luisa Puga e Isaac Levín se encuentran juntos otra vez, ambos reposan a los pies de Esteban, frente a un lago brillante que les observa y escucha eternamente bajo las diversas formas que ahí puede adquirir el silencio. Isaac Levín. 15
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Isaac Levín In memoriam (1936-2014)1 Cruz Alberto González Isaac Levín nació en la Ciudad de México el 20 de septiembre de 1936, pero su nacimiento fue registrado en Guadalajara, Jalisco. Con el paso del tiempo se avecindó en Michoacán donde vivió desde 1985 hasta el día de su muerte. A los 49 años abandonó su exitosa carrera de contador público, misma que ejerció durante 27 años, para dedicarse por completo a la literatura. A lo largo de su trayectoria publicó los volúmenes de relatos y cuentos Antes de la Nada (Pátzcuaro, Editorial Matasellos de Bramaro Films, 1999) y La hora, llega (Morelia, Secum, 2007); un cuento en el libro colectivo Los Siete Pecados Capitales (México, INBA, 1989) y una veintena de cuentos y maquinazos en periódicos y revistas, de 1985 a 1998. Impartió talleres literarios en El Molino de Erongarícuaro de 1988 a 2002, lugar al que regresó en 2010; esta labor, encaminada a la formación de nuevos escritores, fue replicada con éxito en las ciudades de Pátzcuaro y Morelia. También realizó 1. Agradecemos al escritor Sergio Navarro, en todo lo que vale, el habernos proporcionado estas notas biográficas preparadas por el propio Isaac Levín para que aparecieran –originalmente- en la página web del taller literario que coordinaba en Pátzcuaro. Sin la colaboración de Navarro, habría sido imposible acceder a esta información.
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varias presentaciones de libros e impartió pláticas en pro de la lectura a maestros y estudiantes de primaria. Otra de las actividades a las que se abocó –por lo menos desde 2008- fue la de corrección de estilo. Levín depuró obra literaria, tesis, ponencias y manuales operativos. De ello dan cuenta la tesis doctoral Sobrevivencia conyugal desarticulada: testimonios de maltrato y abuso a mujeres del poniente de Ciudad Juárez, de Rosario Robles Ortega; Los niños y jóvenes que hicieron PROESA, de Dolores Vicencio, (Windmills International Editions, 2014); y una gran cantidad de libros publicados por la Secretaría de Cultura del Estado de Michoacán, a saber: La gimnasia literaria con rutas olímpicas. Los talleres de María Luisa Puga en el Molino, Peter Smith Kander, (Morelia, 2009); Cuentos, relatos, vuelos, María Luisa Puga, (Morelia, 2009); Porque me faltan alas, Phil Garrison, (Morelia, 2010); Los hospitales de la Sierra Tarasca en el siglo XVII, Ángel Gutiérrez Equihua, (Morelia, 2010); así como las obras colectivas Cristos. Escultura del Museo de Arte Colonial de Morelia, (Morelia, 2011); La vida cotidiana de los michoacanos en la Independencia y la Revolución Mexicana, (Morelia, 2011); y Migrantes somos y en el camino andamos, (Morelia, 2011). El domingo 31 de agosto de 2014, el maestro Isaac Levín perdió en Pátzcuaro la batalla contra el cáncer. Lo rememoramos con admiración y cariño, 18
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esperando que el hueco que dejó en la formación de nuevos escritores, así como en su quehacer literario, sea llenado por todos aquellos que se beneficiaron de su generosidad, de su sapiencia y de la lectura de sus libros.
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A manera de introducción Siguiendo el rastro de María Luisa Puga encontré inevitablemente a Isaac Levín. Tuve el privilegio de conocerle en febrero del 2014, algunos meses antes de su sorpresiva partida. Le conocí y él me acercó de una forma única a María Luisa, íntima, cercana. De qué otra forma podría ser. Con motivo del 70 aniversario del nacimiento de María Luisa Puga en febrero del 2014, Isaac Levín visitó el Centro de Lectura Francisco Elizalde2. Ahí, frente a un grupo de jóvenes, en compañía de uno de sus amigos más cercanos, Iván Vargas Perea y Cruz Alberto González, mantuvieron una emotiva charla: “El vuelo de María Luisa Puga”, un acercamiento a la vida y obra de la escritora, título que retomamos para la presente edición y cuyo contenido se reproduce a manera de entrevista, al final de la misma. Así inició el brevísimo viaje de conocerle, pues lamentablemente a pocos días de su visita Isaac fue diagnosticado con un cáncer terminal. Él mismo me dio la noticia, mientras nos comíamos unas deliciosas tostadas de pierna y aguacate en un restaurante que 2. Programa perteneciente al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes CONACULTA, que junto con las Secretarías e Institutos de Cultura de los estados de la República Mexicana, lo genera, coordina e impulsa a través de su Dirección General de Publicaciones (DGP).Hoy, el Programa es el modelo más exitoso de la promoción de la lectura en nuestro país, está cumpliendo 20 años de existencia y sigue trabajando a través de la creación de espacios de lectura comunitarios diseñados para cubrir necesidades específicas y diversificar el acceso a la lectura de una forma más dinámica y adecuada, creando espacios que van desde breves acervos montados sobre una bicicleta como los librobicis, hasta Centros de Lectura equipados con mobiliario especialmente diseñado, así como herramientas multimedia y un gran acervo bibliográfico.
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Isaac visitaba continuamente en Pátzcuaro. Me lo dijo así, sin más, con una serenidad increíble. Comencé a visitarle bajo cualquier pretexto, él, generosísimo siempre, me recibía, nos recibía. Fue en una de estas visitas cuando Isaac nos entregó cuatro cartas que María Luisa Puga le escribió entre 1984 y 1987. Cartas que son el corazón de esta publicación y que nos permiten escuchar de cerca la voz de María Luisa, la voz que ella dirigía a Isaac. Cuatro textos íntimos de gran valor literario que nos cuentan sobre su relación, su cotidianidad, sobre el inicio de su vida en Michoacán. Aparece también de manera importante esa exploración imparable que María Luisa hizo siempre sobre el lenguaje, la necesaria apropiación del mismo y su utilización como arma fundamental en contra de la manipulación; el lenguaje como la base de la autonomía del individuo. Estos cuatro textos nos hablan a la vez de sus miedos y sus obsesiones, su análisis y crítica ante la literatura mexicana, su invitación a buscar siempre maneras más reales y cercanas para decir y decirse. Isaac confió estas valiosas cartas al grupo editorial de la revista de difusión cultural y artística Clepsydra y a la editorial del Centro Regional de las Artes de Michoacán para su divulgación, para compartirlas y ofrecer de una manera muy íntima, otra forma de acercarnos al mundo de una de las escritoras más importantes de nuestro país. 22
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Ese fue pues el deseo de Isaac Levín, el hombre árbol de fuertes ramas que dejó atrás una vida que no le llenaba el corazón, cuando dejó de ser un miserable burgués, para entregarse por entero a escribir, a la literatura. Eligió una vida sobria y tranquila al lado de María Luisa Puga en una cabaña que él mismo construyó frente al lago de Zirahuén, en Michoacán. Ese fue su deseo y aquí están. Sin embargo estas cartas no vienen solas. Vienen abrazadas por otros magníficos textos. Elena Poniatowska Amor, escritora y amiga de María Luisa Puga, también está presente y de forma magistral en esta colección de evocaciones. Poniatowska aparece a través de un texto que nos revela el profundo amor y respeto que había entre ella y María Luisa. Además, generosa también, compartió con nosotros material inédito de María Luisa Puga que ella conserva y del cual elegimos Ay Elena, un texto escrito por Puga en el 2003 y que pareciera responder a través del tiempo, a las palabras que Elena Poniatowska le ha dedicado en este 2015. Ambos textos de gran belleza están presentes. Acompañan también esta publicación algunos de sus amigos más cercanos, escritores muchos, artistas otros, compañeros todos de vida y palabra. Doce escritos breves que nos permiten asomarnos a diversos momentos y sensaciones compartidas por ellos con Isaac y María Luisa. El primer o último 23
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encuentro, los placeres mutuos, las búsquedas y los acompañamientos cotidianos. Dotados todos de una alta calidad literaria y una profunda sensibilidad, nueve de estos textos tienen la particularidad de haber sido escritos días después de la partida de Isaac. Cabe destacar que varios de los que aquí escriben fueron en algún momento alumnos directos de María Luisa e Isaac, por tanto la huella de ambos está doblemente presente en estas evocaciones. El escritor Raúl Mejía y el poeta purépecha Ismael García Marcelino, amigos ambos de Isaac y María Luisa, están presentes también en este vuelo. El texto de Mejía, Ese diciembre del 2004 nos fue entregado también por Isaac Levín junto a las cartas de María Luisa Puga. A diferencia del resto de los textos, este fue escrito en el 2005, un año después de la muerte de María Luisa y fue voluntad del mismo Isaac que este texto formara parte de esta compilación. El texto María Luisa, del rictus del dolor a la pasión vital, de Jorge Ortíz de Montellano, cierra esta serie de textos y nos ofrece un horizonte sobre la escritura de María Luisa Puga, un breve pero significativo viaje sobre los que podrían ser los centros de abordaje en su literatura; la cercanía que las palabras mantienen con la realidad y el tono en que éstas la dicen, el descubrimiento del instante, la otredad y el dolor. Que Isaac decidiera compartir este material 24
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epistolar es para nosotros un regalo invaluable. Al igual que Emilio, uno de sus personajes en Antes de la nada,3 parece que Isaac tampoco conseguía frenar el impulso por dar. Y María Luisa, presente siempre, es el centro en este regalo de despedida. Regalo que con todas sus luces, es un intento más de Isaac por acercarnos a las formas de decir e interpretar el mundo de María Luisa, de acercarnos a su literatura. Deseamos corresponderles a través de esta publicación, muestra de reconocimiento y un agradecimiento profundo, no solamente por la confianza de Isaac al compartir estas cartas, sino también por el intenso trabajo realizado por él y por María Luisa en Michoacán. Ellos esparcieron y alimentaron un semillero literario, que ya ha comenzado a dar frutos. Este vuelo compartido de María Luisa e Isaac va en el intento de un acercamiento distinto a su literatura, un acercamiento a través de senderos íntimos y personalísimos, donde seremos conducidos por ellos y por otros que compartieron su tiempo, su fascinación por el lenguaje y la vida. Esa vida que al final de cuentas es la literatura y que siempre rebasa las formas en las que intentamos nombrarla. Karla González Díaz 3. Levín, Isaac. Ed. Matasellos. Pátzcuaro, 1999. Antes de la Nada. Relatos y uno que otro cuento.
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En la oficina a las 13 horas, luego de la torta. Jueves, 26 de septiembre. Pienso todo el tiempo en ti, de manera que mejor escribo porque luego tendré que hacer un esfuerzo titánico, sacarte de mi conciencia y concentrarme en las conferencias. Y hay que hacerlo: sacarnos respectivamente de nuestras conciencias, o desplazarnos levemente, para seguir haciendo nuestros haceres. Haceres que ya no tenemos que emprender solos; que ya podremos compartir, pero que para que nos sigan manteniendo vivos hay que enfrentarlos con toda la responsabilidad individual de la que somos capaces. Anoche me dijiste medio dolido: quieres que me vaya. Y no. El que no estés me duele en toda la conciencia y en todo el cuerpo. Sonaba animosa justamente porque no me quiero dejar ir en una reacción totalmente habitual: el tenerte cada vez más todo el tiempo. Y así se llega al canibalismo en la pareja, creo. Al agotamiento de uno por parte del otro. Y no es que quiera ser una teórica de la pareja perfecta. Sólo quiero vivir lo más posible todo lo que me pasa contigo – entre otras cosas, que me estoy fijando muy bien en ti, en mí, en cómo nos ponemos lado a lado. 29
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Abrí tu cuarto en la mañana, mientras me secaba el pelo. Abrí tu cortina y entró toda la luz del mundo. Oí el silencio de tu cuarto y vi tu ausencia. Y me acordé de lo que sentí en el estómago cuando me abrazaste para irte ya. Y sentí tu soledad en la camioneta, en la salida por Toluca, y lentamente se reconstruyó en mí el camino que seguimos y que a mí me llenó de verde y movimiento. Algo sobre lo que no había podido escribir en mi cuaderno porque me llenó a tal punto que no dejó un resquicio para que allí pudiera trabajar la conciencia y asimilara todo lo visto. En Radio Educación había un programa basado en un texto de Fernando Curiel sobre una farmacia que estaba en la calle de Plateros y que luego fue el primer cinematógrafo. El texto está publicado en la colección Memoria y Olvido que hicieron Martín Casillas y la SEP. Cambié mi opinión sobre Fernando Curiel. El texto me gustó mucho. Y nuevamente estalló en mi conciencia la necesidad de mi novela, esa necesidad de reconstruir un lenguaje, un ritmo de vida una manera de sabernos mexicanos que se perdió vaya a saber en qué momento, Zavalita, diría Vargas Llosa en Conversación en la catedral. Y simultáneamente platicaba contigo, te acariciaba y me acurrucaba contra ti para que compartas una casi desesperación con que me llena la certeza de quererte. Mira nada más: una carta de 30
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amor. El verbo querer tantas veces conjugado. Mi sensación de ti y mi necesidad. Y luego subió la pluma, ya sabes, con ese su azoro-desconfianza cuando llega al último escalón que la hace mirar acechante para todos lados. En tu cuarto se detuvo en el quicio; ladeó la cabeza y espió los sonidos. Me vio en el baño y luego se metió a mi estudio en donde estuvo luchando denodadamente con el cable del teléfono. Pero luego salió y volvió a asomarse a tu cuarto. Y yo pensando: tengo que vivir el tiempo como si fuera el único, el último que me queda. Tengo que vivir completamente aunque lo esté esperando. Tengo que hacer las cosas bien, bien, y no de relleno mientras. Tengo, tengo. A veces me descuido y me abruma la manera en que te extraño; me paraliza. Y no son palabras para alinear con más o menos gracia en la hoja en blanco. Es una sensación que me ocupa desde que empezó a pasar algo entre nosotros. El tiempo. Que escriben sobre el tiempo ¿no es cierto? En el taller les dije. Y claro que la necesidad de hablar, de escribir, de pensar en el tiempo es mía. Cada vez más lo veo como un espacio que hay que reconocer paso a paso. Que hay que ir poblando pero, qué curioso, con movimiento. Formas en movimiento y continuidad. Y creo consecuencia. Y en eso fue en lo que se me convirtió el camino de Coyoacán a Michoacán. En tiempo 31
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humano y posible. En forma y en sentido. Y ahora te siento a ti recorriéndolos, y te siento muy cerca. De cuando en cuando hay ráfagas de oscuridad que me alteran; me asustan un poco, pero no llegan a dominarme. Las dejo que me crucen y me alivia y me llena de alegría que fluyan con el mismo movimiento que tiene la luz. Aprendo a convivir con ellas, y te espero, Isaac. Aquí te espero. Ma. Luisa.
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Navojoa, 21 de octubre de 1984. Quiero estar contigo. Quiero tenerte en mi conciencia y platicarte como si estuvieras aquí. Compartir contigo mi extrañeza, mi a ratos desazón por lo que estoy haciendo. Mi miedo y entusiasmo. Desde que salí de México tengo una curiosa sensación del país como un todo. De sus problemas y sus riquezas y sus injusticias. De la enorme mentira que nos cose juntos en un mismo destino. De las tremendas posibilidades de ser nosotros verdaderamente, y de la necesidad de desentrañar todas las frases anteriores en realidades erigidas con toda meticulosidad. Me siento peligrosamente al borde del lenguaje. Como a punto de despeñarme en algo desconocido y quizá peligroso por lo intenso. Peligroso porque es cuando mayor control se va a requerir; mayor claridad. No estoy escribiendo por escribir. Hay una necesidad real debajo. Y una necesidad que tiene que ver con nosotros, con mi novela, con el hecho mismo de estar casi en la frontera. Es la primera vez que siento el límite del país. Que lo siento físicamente y eso hace que aumente mi vértigo. Estoy literalmente en el borde en todos los sentidos. En relación contigo es haber comprendido que me importas y que quizá por primera vez en mi vida estoy consciente 35
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de estarme abriendo para que entre el otro y me posea por completo. Consciente por primera vez de estar dejando estrechar la distancia que siempre he impuesto en mis relaciones, por temor a perderme, de dejar de ser. Creo haber entendido, y tal vez lo entendí durante aquella terapia de apoyo que hice con Biro, que no hay que temerle al contacto; que hay que dejarse tocar y modificar por el otro; que la pareja no es un acto de canibalismo de uno hacia el otro, sino una fusión en la que uno sale entero y enriquecido. Pasa lo mismo con el texto literario, he entendido en estos días en que le he dado vueltas a mi novela, a mi vida, a mi lenguaje a la luz de mis novelas anteriores. De alguna manera en México, cuando preparaba mis textos para estas charlas, sabía que se iba a producir un enfrentamiento con zonas de mi conciencia que no he querido enfrentar tal vez desde la muerte de mi madre. Y este ha resultado un viaje raro. Sumamente luminoso y estimulante en unos niveles, y en otros ha llegado a ser aterrador, y no exagero. No sé qué mecanismos se me desataron, qué fantasmas contenidos me volvieron a poblar, o me recorren por primera vez. Tal vez el obligarme a hacer esto que estoy haciendo pese a mis continuos miedos y en vista de que tantas veces he dicho, he escrito, que al miedo no se le soluciona sino que uno aprende a vivir con él. O quizá sólo se deba a que 36
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Susana tiene que dejar de ser una pasmada, y salirse de la ventana. Me obligué a dejar el país y lanzarme a la aventura y nadie va a saber nunca el tamaño de mis temores. Y contigo me pasó que de repente te sentí en toda mi existencia, con todo mi cuerpo, con todo mi anhelo de ser feliz y de compartirlo con alguien. De dar cariño e ir construyendo cotidianeidades. Pienso en ti y me duele todo, caray, y no exagero. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para que no me invada la angustia y me paralice. Tengo que aprender serenidad para poder ser perfectamente transparente contigo porque quiero que todo lo que percibas de mí sea directo y llano. Hoy el día es nublado, y de la ventana de mi cuarto se ve un terreno con árboles medio polvosos. Sonora es seco, reverdecido a base de capital. Llueve poco por acá pero hay dinero, hay irrigación, y aun así se percibe la aridez del terreno. La fuerza de la naturaleza forcejeando perpetuamente contra la tenacidad del hombre. El día es nublado y raro porque soy completamente libre, estoy en un cuarto cómodo, me siento ante mi máquina y tengo la cabeza llena de inquietudes literarias y de urgencias físicas. Mi cuerpo funciona bien, y el alma está contenta, y desgajo los minutos uno a uno para que pasen los días y llegue el viernes. Pero sé que tengo que vivir 37
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el tiempo con toda la riqueza de la que sea capaz, y funcionar lo mejor posible porque tengo que estar muy viva y bien para encontrarme contigo. Aunque a veces, Isaac, me apabulla la espera. Y en mi cabeza circulan incesantemente las obsesiones que me ocupan: lenguaje/literatura (como es básico), fundamental para nuestro desarrollo como sociedad que nos apropiemos el lenguaje y que conozcamos la literatura que nos cuenta; la manera en que ha ido evolucionando, y se ha ido despojando, primero de los giros castizos (el criollismo, problema infernal, dice alguien), y luego de la presencia europea y de la norteamericana, para comenzar, por fin, a preñarse de la realidad circundante. Pero todavía siento que por ahí anda el lenguaje evolucionando y madurando, sólo que como suelto. No arraigado en la gente. Y a la gente la veo todavía muy balbuceante y confundida; incapaz de expresarse y decidirse a ser. En todos los niveles, no creas que es sólo porque los chavos a los que les doy las conferencias están francamente pésimamente preparados desde un punto de vista escolar. Pienso, por ejemplo, en los textos que llegan a Siglo XXI y su falta de claridad. Pienso que ese lenguaje supuestamente científico y pensante, cuyas frases quedan truncas, cuyas ideas resultan incompletas, cuya autenticidad está disfrazada por afirmaciones categóricas aprendidas como tales y 38
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no emanadas de certezas. Esos textos, digo, son los que nutren a los estudiantes que luego serán quienes produzcan textos semejantes. Sospecho que ningún otro país produce tanto texto sobre su realidad, y tan poco para su realidad. Todos transforman la vida en lenguaje escrito y hay en ese uso del lenguaje una sensación de ajenidad. Un adiestramiento en su uso, pero un adiestramiento que no cala. Está como sobrepuesto. Como lenguaje extranjero aprendido. Por eso digo que tengo la sensación de que por un lado está el lenguaje literario que poco a poco va cobrando conciencia de sí, y por el otro la gente, con un lenguaje inoculado colonizadoramente que hace que la gente se enajene. No sé si está resultando claro todo esto, en todo caso es una de mis obsesiones actuales y es, definitivamente, la esencia de mis charlas, en las que no llego aún a dar con el ángulo que podría unir los dos lados, aunque a veces siento que enciendo una chispa, que algo queda. Esta obsesión todo el tiempo se está moviendo en mi conciencia y una y otra vez pruebo a formulármela para ver si ya he conseguido una mayor claridad. No sabes lo duro que es a veces confrontar a cien, ciento veinte muchachos que después de la tercera charla (y ya llevo nueve), parecen ser los mismos, con la misma actitud de perplejidad, de indiferencia y de recelo. Y sin embargo no es así. 39
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Uno se va dando cuenta muy poco a poco, de que sí escuchan, y sobre todo sí entienden y sí les importa. Por unos días tuve la sensación de que era absurdo venir a sitios como estos a hablar de literatura latinoamericana. Parecía como lujoso en unas situaciones en donde otras cosas son infinitamente más urgentes que el hecho de que los estudiantes lean o no a Julio Cortázar, imagínate a mí. Pero a medida que pasan los días y me voy adentrando en este asunto de la educación, me doy cuenta de que el problema es básico. De que una cosa que yo anuncié en mi programa de las conferencias por mera intuición, es francamente importante desde un punto de vista político social: la apropiación del lenguaje. La confianza en el uso y expresión del lenguaje; el reflejo, la memoria de nuestro transcurrir que están contenidos en nuestra literatura. Que cada vez están más contenidos. Importante porque es el arma fundamental en contra de la manipulación; es la base de la autonomía del individuo ante su sistema, y es el arma con el que puede ponerse de pie y exigir que el sistema sea cada vez más resultado de las voluntades individuales y no la fuerza que las amanse para hacer del tejido social un tapiz de mansedumbres. Mira, esto lo pienso a diario, lo escribo a diario, y cada vez me sale diferente. Y es en esto en lo que me ocupo porque creo que hay que decirlo no sólo 40
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a muchachos estudiantes, sino quizá sobre todo a otros escritores. No se trata de hacer una literatura realista. No se puede decidir, ni dictaminar qué tipo de literatura se haga. Pero lo que sí es fundamental en un proyecto de búsqueda de identidad cultural, es que dicha cultura (literaria u otra), se nutra de la realidad y no de los resultados culturales de otros países más hechos. Vueltas, vueltas al asunto para desembocar casi invariablemente en otra de mis obsesiones: la novela. Conocer bien mi necesidad de la novela para poder empezar. Evidentemente, la necesidad tiene que ver con el país como un todo. La necesidad de un país digno. Eso, no sé por qué, tiene que ver con mi vida. Con una manera de percibir la vida que descubrí cuando me fui de México y supe que el país me importaba. Suena idiota o idealista, o romántico, pero así es, en serio. Como que mi destino individual no tiene sentido para mí si no lo coloco en un contexto social específico. Será por influencia de los textos de Siglo XXI, pero sí me considero un ser social, que aparte de la especificidad subjetiva propia de cada individuo, soy resultado de mi sociedad y de las fuerzas culturales que rigen mi tiempo. Y lo que quiero dejar con mi literatura es una reflexión y un reflejo consciente de un individuo (en este caso aquí tu servilleta) que cuestiona, recrea, condena e inventa. Ya suena el colmo de cursi si digo que 41
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de repente veo a los demás vivir (cuando estoy en un restorán, pongamos, y que levanto la vista y me topo con espaldas, hombros, gestos, gente que anda por ahí con sus vidas) y siento que me tocan, que me importan, que tienen que ver conmigo. Que me conmueven, pues. Así como siento que tú me tocas muy individualmente. Que tu destino sí tiene que ver con el mío. Que tú y yo somos dos piezas que se corresponden. Que te necesito para ser completa. Así se me entretejen las tres obsesiones (todavía no dejo entrar la cuarta, que es la ponencia para la universidad de California) y me bandeo de una a la otra, sintiendo que las tres están unidas por algo que todavía no me queda claro. Y en estos días sonorenses (¿o será con “c”? A ver: sonorence. Puede que sí), me sucede que meto el papel a la máquina de escribir y pienso tecleando, y las palabras se me forman solas, y van quedando cuartillas y cuartillas y yo voy quedando calmada. Te siento cerca y en paz. Te quiero mucho. Ma. Luisa.
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Agosto 19/1985. Hoy no estoy bien1. Pero no estoy mal con nadie. Simplemente no me hallo. Y sin embargo hice todo lo que tenía que hacer. Salvo ir al doctor. Los vecinos todo el día se han cambiado y han hecho un ruido indecible. He tratado de mantener la calma. Sé que la vida depende de muchos. No de uno solo. Sé que mi estar mal no depende de ti y por lo tanto no te tiene que caer encima. Hoy no estuve bien. Imagino que tú tampoco mucho. Y sin embargo no estoy desanimada. Son las 5 p.m. El camión de los vecinos está ya cubierto por una manta. Quieto. Son todos parientes. Se oyen los apelativos “primo”, “tía”, “sobrino”. Es la hora de comer. Es mudanza. Yo en mi ventana, en mi escritorio, he tratado de concentrarme en los manuscritos: encontré otro bueno. Pero el ruido. Los niños cantan plañideramente, sin saber: “Corazón, corazón salvaje”. Me acuerdo de uno de mis peores días en el norte. Cuando era horrible andar allá. Cuando de veras tenía que hacer todo lo posible por no dejar de seguir siendo. Tú andas en tus cosas y no son fáciles. Debe ser duro. Igual. Me fui a comer a casa de Cocó. Todo me 1. Agradecemos a Héctor González por su valiosa colaboración en la lectura exhaustiva de esta carta y sus observaciones al respecto.
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supo a piedra. Hoy no me hallo. Literal. No es culpa de nadie. Fui a la SEP a recoger el manuscrito INTENTOS, luego de haber firmado el contrato en Siglo XXI de las mexicanas y Eugenio me dijo que González Duelas me había vendido. A mí y a otros… a Pablo González Casanova, a Luisa Josefina Hernández, a Silvia Molina… me mostraba la lista de cabeza. Yo se la pedí. Las marquitas de G. D., eran rayoncitos en lápiz. Eugenio con letra: “los encumbrados burócratas” no tienen cultura… Le pregunté: ¿y qué, se puede caer todo el asunto? -No, maestra. Dios. El tono licenciadezco. Me devolvió mi manuscrito de Intentos, pero que la portada él se la entrega a Pati, porque el que “sabe de eso”, está de vacaciones… Gulp. Salí con la cola entre las piernas. Luego de haber dejado S. XXI con todos felicitándome. No somos nada. Palabra. Me asomé a mi manuscrito para ver a qué sonaba, y no lo encontré malo. Así les debe pasar a todos los que mandaron manuscritos para el concurso. Gulp. No somos nada. 50
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Y sí estoy durmiendo, no te preocupes. No estoy mal. Todo he pasado bien. Los gatos han comido. Jessica no llamó. El Dr. Guerrero no contesta. Comí en casa de Cocó y ahí me tomé unos tequilas. Me siento desesperada pero no mal. Hoy ha sido un día así. Pero estoy trabajando en el libro de Elías. Ma. Luisa.
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Nicolás San Juan, 1454, 15 de octubre de 1987. Hola: No deja de ser singular esto de escribirte una carta desde tu cuarto horas antes de que nos encontremos. Y que te la lleve un propio. Resulta que Alicia, la hermana de Cocó, cuando llamé a Mita, la hermana de Cocó, y luego de saludar a Ema, la hermana de Cocó, me dijo que el coche ya estaba. Que tengo que firmarle un recibo con toda suerte de datos que me va a dar por teléfono para que Adi, la prima de Cocó, se lo lleve al albacea allá en Mérida, y el coche ya (tú coche, dijo). De manera que del restorán La Bodega me iré en un taxi a la casa de Alicia, en donde aprovecharé para platicar un rato con Mita. Dije que llegaría a las 4. La dirección es: Beisbol 91. Y según pude entender es por el cine Pedro Armendáriz. Por Churubusco. Por Calzada de Tlalpan. Por los estudios. Algo así. El teléfono de Alicia es: 549 1635, para que me hables en cuanto recibas ésta. No es del todo seguro que me den el coche hoy, ya que está guardado no sé en dónde y Alicia no sabía si se lo podían traer o no. Pero si no es hoy, es cuando yo pueda antes del domingo. 55
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Bueno, más o menos es todo. Ya está arreglado lo de mi presentación: Guillermo Samperio, Bárbara Jacobs, Diana Bracho. Nada más. Sin moderador. Como dice Guillermo: no necesitamos, nos vamos a portar todos muy corteses. Para lo del Canal 13, uno de los números es casa de esta Hilda. Dejé un mensaje en la grabadora. No he conseguido zapatos de dama. No compré. A ver qué hago. Hay unos lindísimos en Sorrento, allá en la comercial, pero cuestan 38 000 pesos. Sin más por el momento, queda, tuya, affma. Ma. Luisa Puga.
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Poniatowska habla sobre Puga…
María Luisa habla sobre Elena…
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La extraordinaria María Luisa Puga Elena Poniatowska Cuando María Luisa Puga llamaba por teléfono y adivinaba yo que ya iba a colgar, un relámpago se metía en la bocina. “No Puga, no te vayas, todavía no, otro ratito, Puga hace mucho que no platicamos… Puga espérate…” Así también el día de su muerte, el 25 de diciembre de 2004 a los 60 años. “Puga ¿por qué? Puga no te toca. No me hagas esto, Puga”. La angustia nunca me abandonó desde la primera llamada hasta la última. La Puga era mi gente, mi amiga, mi escritora, mi identificación con la vida que arde y se apaga dentro de la literatura. “¿Cuántas páginas te echaste? ya chole, hoy fue un mal día, no me sale y nunca me va a salir, ya pa’qué, pa´ qué me mato si a nadie le importa, ni a mí me importa, te juro que me vale, no chingues, de veras ¿qué sentido tiene dedicarle toda la vida a esta madrola?” A las cuatro de la mañana sonaba el despertador. En la oscuridad de la noche, María Luisa Puga se levantaba con cuidado para no despertar a Isaac Levín, cerraba la puerta iba hacia su mesa de trabajo, abría su cuaderno y escribía. Se hacía un café en un pocillo y tomaba su pluma Montblanc de tinta sepia Waterman. 61
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“Las posibilidades del odio” apareció en la editorial Siglo XXI en 1978. Sucede en Nairobi, África. Durante todos sus años fuera de México, en Europa, María Luisa observó a los inmigrantes y cuando llegó a Nairobi ya estaba lista para escribir un libro extraordinario: “Las posibilidades del odio” que a mi juicio la convierte en la mejor escritora mexicana. Deslumbrada, la busqué. --María Luisa, quiero ser tu amiga. --Vamos a tomarnos un tequila. --Quiero ser tu amiga para toda la vida. --Sírveme otro tequila. --Puga, son demasiados tequilas. --Serás polaca, pero no aguantas nada. A los seis meses la editorial “La Máquina de Escribir” publicó: “Inmóvil sol secreto”, mientras María Luisa terminaba, también para Siglo XXI, su segunda novela: “Cuando el aire es azul”, a propósito de una comunidad envuelta en un aire azul cuya textura es la conciencia de sus habitantes. Siete meses más tarde apareció su primer libro de cuentos: “Accidentes”, que tenían un común denominador: la muerte. ¡Qué bárbara! María Luisa había abierto todas sus compuertas; en tres años, cuatro libros y otro, otro, otro que venía en camino, qué catarata. “La forma del silencio” basada en su relación con 62
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el poeta español Gerardo Denis o Juan Almela – que Octavio Paz admiraba- y su propia orfandad en un Acapulco que no es el de los turistas sino el de una huerfana al lado de una abuela que cose y reza a todas horas. Gerardo Deniz, refugiado español y gran poeta trabajaba en un cubículo al lado del suyo en la Editorial Siglo XXI de Arnaldo Orfila Reynal. También “Pánico o peligro”, la historia de 4 amigas que recorren la avenida Insurgentes marcó a sus lectores. Inútil decir que la Puga me llamó prodigiosamente la atención y la quise de inmediato. Amé sus libros pero también amé la forma en que tomaba sus propias decisiones. Muy joven decidió vivir sola, muy joven empezó a trabajar, muy joven también atravesó el océano. Se fue porque era huérfana y porque quiso saber lo que significaba sentirse verdaderamente sola. El miedo que le producía irse era lo único que la podía hacer ver el mundo fuera del alcance de las culpas habituales, de los miedos cotidianos, la nostalgia, el pavor que provoca el ser mujer, el ser mexicana, el querer ser otra cosa. ¡Ay Dios mío, a ver cómo le hago! Viajó sola, sin dinero y sin saber a dónde ni a qué llegaba. En Londres encontró trabajo en la Embajada de México en la sección a la que acuden los mexicanos a gestionar pasaportes –el consulado- y entre ellos, apareció un muchacho riquillo y sin defensas, un 63
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hijo de papi, Ramiro, el personaje de su cuento en el libro “Accidentes” y para mí uno de los grandes, grandes cuentos de la literatura mexicana. “Ramiro” es la historia de un hijo de dueño de tlapalería, consentido por sus padres, flojo y abusivo. Lo único que verdaderamente le apasiona es su coche. ¡Ah! y también, ir al cine. Pero su padre decide mandarlo a perfeccionar un inglés que no sabe, a Londres. Y entonces, Ramiro descubre la soledad, los golpes, la neblina, el miedo. Y sus padres descubren lo que significa su fracaso. Este cuento es, junto al de “Las mariposas”, uno de los cuentos magistrales de María Luisa Puga. María Luisa Puga adquirió una nueva visión del mundo. Vivió en Londres, en París, en Roma, en Nairobi y como nunca se arraigó, su imagen se volvió única, la suya, la de la Puga. Sus textos, ya sea cuento o novela nunca parten de una anécdota, parten de una sensación. La historia del mendigo africano la escribió con frases cortas, de una enorme eficacia narrativa, como si fuera el mendigo que va ganando espacio, deja de arrastrarse, consigue su muleta, un lugar en la calle para poder mendigar, un sitio de donde no lo corran e incluso le den una bolsa de plástico con los desperdicios de comida del hotel que comparte con otros cuatro mendigos. En uno de los capítulos María Luisa Puga especifica: “Las posibilidades de la muleta eran numerosas. Las 64
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fue conquistando una a una. Y tras cada conquista, el mendigo le dedicaba a su muleta un buen rato de caricias suaves, idénticas. Era de una madera oscura, con la punta cubierta con una goma negra y gastada. Un ortopedista habría dicho que era un poco alta para él y él jamás habría comprendido por qué. Era su muleta. Su pierna”. Nunca he podido leer ese capítulo de la novela sin llorar y ahora que María Luisa se ha ido, lloro con más razón. Lloro por ella y por mí, por Pati e Isaac, por todos los que la quisimos, lloro porque María Luisa era un ser esencial, lloro porque su vida fue de absoluta entrega a la escritura, lloro porque nadie como ella sabía hablarles a los niños, a Felipe, a Paula, a Lucas mi nieto a quién le escribió un cuento, a los adolescentes, a los cachorros, a los perros, a los hombres del campo, a la viudita de la miscelánea. María Luisa era alta, ponía su brazo sobre mis hombros y caminábamos juntas. Era mi pararrayos, mi paraguas, mi papá. Decíamos que cuando fuéramos viejitas pondríamos una mercería y que ella se sentaría en la caja (de esas de campanita, antiguas) y yo abriría los cajones con los botones y entregaría las agujetas, las presiones y los ganchos, el paspartú, el estrafor. (¡Qué chistosa palabra “estrafor”!). Cerraríamos la cortina a las siete y atravesaríamos la calle del brazo, con mucho cuidado y juntas nos daríamos el quien vive, juntas descubriríamos de qué 65
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tamaño son nuestras posibilidades de odio. Ahora, desde el 25 de diciembre de 2004, hace ya once años, lloro porque el mundo sin ella jamás volvió a ser igual y porque me encamino hacia mi propia muerte, ella no va a estar y todavía queda mucho por hacer y no sé si tendré la fuerza de hacerlo sin ella. Sin ella.
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Ay, Elena… 18 de septiembre de 2003. María Luisa Puga. Cuando la ve uno en persona, por primera vez, piensa: No puede ser, si es angelical, dulce, infantil ¿cómo es posible que escriba sobre cosas tan duras y no le quede en el rostro ninguna huella de dureza? Por el contrario, su mirada recoge rasgos de la realidad cariñosamente diminutos como: las grietas en la banqueta que producen las raíces de ese árbol. “Puga ¿te das cuenta de las ganas que tiene de vivir?” O cuando dijo, después de un encuentro de escritoras muy cansado y muy inútil, como suelen ser los encuentros, pero muy divertido: “gracias, diosito, por mi camita en este hotel lleno de viejas enojadas.” A medida que uno la conoce ya no resulta tan diferente de su escritura, que no es para nada chaparrita ni angelical, sino que es certera y latigueante cuando necesita serlo. No por nada los políticos le tienen pánico y no saben hacer otra cosa que llamarla “Elenita”. Elena no se lanza al mundo para fustigarlo con su pluma, sino para sentirlo y lo que escribe es exactamente lo que siente. No anda en busca de causas, más bien la gente le llega al corazón y cuando eso sucede reacciona. 67
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Su literatura está hecha de realidades, no de metáforas. Y en esas realidades hay todo: belleza, poesía, crueldad, vileza. Tal vez por eso Elena no sabe decir no a nadie que le pide un texto. Porque todo tiene valor, derecho a existir, a ser exaltado, compadecido, comprendido. ¿Cómo empezó todo? no el inicio de una carrera literaria brillante, sino esa manera de penetrar la textura de la vida. Se diría que vivió a la intemperie; que nada la resguardaba de nada. Como si su propia sensibilidad la hubiera marginado de cualquier posible parapeto. Desde pequeña escuchó los mil tonos, acentos, lenguajes que nos componen y nadie le dijo estos sí, aquéllos no. Todos eran igualmente concretos: príncipes, mendigos, europeos, indígenas, blancos o de cualquier color. Derrotados y vencedores. Falsos y auténticos. Ellas los escuchaba a todos y nada la detenía en su intento por darles vida. Sin estudios literarios especializados comenzó a darle un cuerpo a su narrativa que los teóricos no acaban de explicarse. Se metió por todos los vericuetos que conforman a este país o a este conjunto de países que somos. Desde esa mirada aparentemente distraída, atolondrada, inocente, es tal vez la escritora (entre hombres y mujeres) que más conoce, respeta y quiere a México. 68
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Para escribir estas líneas amanera de homenaje, como muestra de cariño y agradecimiento por eso, releo su novela la “Flor de Lis”, que a mí siempre me ha parecido maravillosa. Es una novela que se parece a ella, por eso. En ella están sus fronteras y sus grandes amores: su madre y México. Claro, claro, están las palabras, en francés, en inglés, en mexicano popular o “distinguido”. Su manera de ver el mundo. De ponerse en él. En esta novela va definiendo sus sentimientos hacia todo y al hacerlo nos deja ver a la persona que es, más que en ningún otro de sus libros. Como un decirnos: “Ya les he contado de tanta, tantísima gente, ahora dejen les platico cómo soy yo.” Y lo hace con una franqueza tan desarmarte, que uno no pude sino quererla. Quererla como ella quiere ser querida por todo y todos. ¿Y cómo no la va uno a querer si la ve abrir los ojos grandotes cuando descubre las formas, los colores, la delicia de los modos tan distintos de la gente tan distinta que se cruza por su camino? ¿Cómo no la va querer uno cuando ve que la vida se le va en esos “víveres” que la asombran y la llenan de ganas de vivir a ella también? Si ella, por estar viviendo no se da cuenta de todo lo que trasmite con su mero ponerse ahí, en medio de todos, mirando con la boca casi abierta y el bolígrafo apurado sobre su libreta de taquigrafía. 69
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“Un pájaro en la literatura mexicana”, dicen que dijo Octavio Paz, pero es más, mucho más que un pájaro. Sus entrevistados lo saben. Los desenmascara con una sonrisa dulce, una pregunta en tono suavecito y seguida de mil disculpas, “porque aunque la traigo escrita, se la estoy haciendo así nomás y me está saliendo toda chueca”, y ¡riájatelas! “Ah, qué Elenita”, dicen los entrevistados para ganar tiempo. Elena se dio cuenta muy temprano que tenía que contarle a alguien lo que veía y cómo veía. A veces como una criatura chaparrastrosa, otras como algo triste, triste, o si no como algo verdaderamente trágico. Contarlo, platicarlo como una gran confidencia que ese interlocutor se merece porque es a quien le tiene toda la confianza del mundo: el lector. Al lector, Elena le habla de tú en las buenas y en las malas. Deprimida o contenta. ¿Te digo qué? Parece comenzar cada uno de sus parlamentos sobre lo que sea: la estirpe, el país de origen, el país escogido, los jodidos, o los jodedores; las víctimas o los victimarios. Elena habla en la oscuridad, con los ojos entrecerrados, con ese confidente que puede ser su hermana, su madre, la mujer del mercado que vende flor de calabaza, el hijo chiquitito, o la nietita tremendamente alegre en ese mismo tono de platicada: “¿Ya viste a ese señor con cara de bebé de Gerber? ¿Te diste cuenta de los apurados que andan 70
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los hombres siempre? ¿A poco una muñeca entre escombros de edificios tirados por un terremoto y otras cosas no te hacen llorar sin parar durante días y días?” Ya deja dormir, Elena. Ya estate. Deja de estar viendo la vida. A nadie se le ocurre nunca decirlo TODO. Pero ella nació para formular aquello que desfilaba ante sus ojos de pestañas ralas, aunque muy curvas, no como las de los mexicanos, tupidas y desechas para abajo. “¿Qué palabra te gusta más: ‘pundonorosa’ o ‘monocotiledón’?”, le preguntaba a su amiga Casilda en la “Flor de Lis”. Ay, Elena ¿no te digo? Descubriste el nombre de las cosas que poblaban todos tus mundos y así pudiste decirte todos los comportamientos humanos con los que te topabas. Te aliabas a unos, a otros los condenabas y eso desde niña, porque no era una ideología lo que dictaba tus simpatías y antipatías, sino el sentido común del corazón. Toda la vida se te ha ido en esto y se te sigue yendo porque no sabes cómo parar. Cómo dejar de mirar. Cómo decidir que ya miró uno lo suficiente. Tus energías son las mismas que la de aquella niña cuyo asombro no se acababa nunca. Ese asombro por un mundo que no acaba de sorprender es lo que le das todo el tiempo a tu lector. Y si tu lectura es 71
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siempre México, tus lectores son todo el mundo, que comprenden que llegaste de Francia para ser la piel de México. Vaya esto como homenaje de parte de una lectora, de una escritora con la que siempre te mostraste solidaria y de una amiga que no acaba de maravillarse ante tu fuerza extraordinaria. No sabes decir que no, porque no hay necesidad de que digas que no. Estás en todo porque este es el mundo que tú escogiste y el que te escogió a ti.
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amigos
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Peter Smith. Erongarícuaro a 20 de septiembre de 2014.
Las cenizas de María Luisa Puga, (1944-2004) y de Isaac Levín (1936-2014), recién fallecido, ahora están juntas al pie del pino Esteban, un personaje en la novela de María Luisa Inventar Ciudades (Alfaguara, 1998), todavía parado en el bosque por la casa donde vivían en Zirahuén, Michoacán. En estudios contiguos ellos escribían frente a este enorme árbol. María Luisa, desde 1986 y por 18 años, dio el taller de cuento en el campamento de El Molino en Erongarícuaro. Sus alumnos, que eran niños, adolescentes y adultos, terminaban fascinados con los logros en el taller. Ella transmitía a sus alumnos el don: de oír al otro compañero o su personaje y de percibir su propia voz. Los alumnos reconocían, convivían, y jugaban en y con los cuentos. Vivían nuevas aventuras extremas en este taller. Juntos vivían la necesidad de ser precisos en el uso de lenguaje. Juntos exploraban. Grandes amistades entre los talleristas empezaron alrededor de la mesa del taller de cuento. Y luego Isaac, entraba a los textos recién escritos. El revisaba y cuestionaba cada palabra de los textos de los participantes del taller que habían pedido una revisión. 77
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Cotidianamente ellos socializaban con todos afuera de su casa. Hacían amistades en las tienditas o en las colas del banco. Con los amigos se juntaban en las taquerías, las palapas, y en las fondas. En El Molino yo desayunaba con ella antes de su taller. María Luisa presumía que nunca comió en el San Ángel Inn y nunca comió un betabel. Isaac comía de todo. Ellos tenían que ir y venir a México varias veces al mes. Iban en el vochito azul con el tiempo medido para pasar con el señor que hacía barbacoa en Ixtlahuaca para llevarla caliente a la comida en el DF, donde habrían de llegar. De regreso, entrando a Morelia, la parada obligada para almorzar era en Tacos la Feria. En la región de Pátzcuaro o de Uruapan o en Coyoacán, ellos probaban los posibles manjares en la fonda más nueva y que no tenía música. Mi familia política eran amigos cercanos de ellos. María Luisa era de Acapulco y era amiga y compañera de salón de primaria y secundaria de unas primas. En los sesenta y los setenta Isaac y mi suegro corrían juntos en el Maratón del Río Balsas desde Mexcala hasta Zihuatanejo. Isaac era el amigo de cuatro generaciones de la familia. Isaac también tenía una amistad con mi nieta. A veces, en la casa de María Luisa e Isaac, disfrutamos sus guisos sabrosos. Domingos en Zirahuén, las carnes asadas de Isaac dominaban la vista majestuosa del atardecer por el 78
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espejo del lago y el gato gordo dormido en el sofá. De repente organizábamos vacaciones familiares en el mar, Caleta de Campos o en Ixtapa-Zihuatanejo donde, junto con Isaac, María Luisa nos agasajó con una lectura del cuento Helmut y Florián (Accidentes, Martín Casillas Editores, 1981) en el bar del hotel que era el escenario del crimen en este cuento. Ahora extraño las discusiones o pláticas contundentes de libros, de la política, de escuelas, de la gente, de las modas. En su casa veíamos las fotos familiares, la colección de tornillos de Isaac, o los fósiles de Puebla. Siempre tenían perros con nombres como Punto o Relato. Ambos, Isaac y María Luisa tenían estructuras éticas absolutas, completamente humanas y opiniones claras. Ellos querían saber de todo. María Luisa, la guerrerense, comentaba la vista azul del lago de Zirahuén junto al recuerdo de la bahía de Acapulco. Ella escribía de esas vivencias su infancia en Acapulco en su libro La forma de silencio (Siglo XXI editores, 1987). En este libro ella describe cómo vivió su infancia y juventud, con la sensibilidad que tenía al lenguaje y el talento nato de escribir. Cuando María Luisa tuvo artritis, Isaac inventaba y hacía aparatos para facilitarle la vida. El ejercicio físico diario era vital para ella. Entonces él construyó una alberca caliente en la ladera del cerro 79
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junto a su casa. Ser maestro de la vida práctica era una de las especialidades de Isaac. Sus enseñanzas eran: que noventa por ciento de las veces que el calentador de agua no quiere prender, bastaba con soplar con un popote hacia el piloto para componerlo, o para pegar a un clavo con un martillo con precisión y sin doblar el clavo entonces uno debe centrarse la vista en el clavo, más que en el martillo en acción. María Luisa adoraba estas gracias de él. Isaac también era un sujeto creado en los cuentos de María Luisa en los talleres con los niños y jóvenes en los campamentos y talleres en El Molino. En un taller con adolescentes, en el que decidieron escribir cuentos del crimen perfecto, María Luisa, en su cuento, hizo a Isaac su victimario. Y después de salvarse, Isaac llegaba a oír el final del cuento antes de recogerla. Los alumnos sonreían al ver en persona al señor malo del cuento. Así inventaban personajes y luego jugaban o convivían con ellos. Ella entraba a los mundos que estaba creando y al mismo tiempo, con el ojo del fuereño mantenía una distancia para entenderlo. Los sorbos del café y el humo inhalado del cigarro facilitaban el traspaso entre estos mundos. Y cuando necesitaba ayuda para regresar a la realidad Isaac era la fuerza que la aterrizaba. Isaac era la esperanza y el amor que ella necesitaba. Él la adoraba. Ella escribía y escribía. El 80
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escribía relatos y cuentos, daba talleres de escritura, hacía muebles, construía casas, editaba todo tipo de textos, trabajaba de contador público y por su labor en los talleres en El Molino, le pusieron “el auditor del lenguaje”. Los dos leían con puntos de vista diferentes. Ella escribía y el borrador era la versión final. Sus textos salían con la perfección de un texto terminado. Con los trabajos de María Luisa el trabajo como editor de Isaac era más fácil. Isaac escribió el relato “Después”, dedicado a MLP del libro Antes de la nada (Editorial Matasellos, 1998). Leí esta sección a Isaac hace algunas semanas y le dije que lo iba a poner en este artículo. Él se alegró e hizo una seña de aprobación: “…Oigo el motor de su carro. Frena, lo apaga. Oigo cómo cierra la puerta del carro y abre la de la casa; y su exclamación cuando ve las flores que puse en varios floreros. Sube corriendo las escaleras y grita: “ya vine.” Después entra a mi cuarto y me busca; recorre el resto de la casa llamándome… salgo de mi escondite y me coloco en algún lugar por el que ya pasó, para que después me vea y nos soltemos riendo a carcajadas y nos besemos y me platique cómo le fue en su trabajo y me pregunte dónde me escondí (nunca le digo, 81
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siempre adivina). Después de haber vivido todos los momentos de una vida, algo vendrá, después. Después me quedo dormido junto a ella” (1998: 103-105)
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Isaac y María Luisa Enrique Garnica Portillo Los conocí en una fiesta infantil: Isaac cargaba una bicicleta que María Luisa obsequió al chico del cumpleaños. No se la entregó con un abrazo y ya; le confirió al vehículo rodante cualidades humanas que asociadas a las del festejado, les permitirían realizar las más fantásticas aventuras. Su narración me llevó a sobrevolar junto con ellos el Lago Zirahuén, mientras la mítica sirena que ahí habita, nos invitaba a visitarla en su reino subacuático. Más tarde, el sol declinando frente a nuestra somnolienta digestión, tuve la primera conversación con esta mujer provocativa. No piensen mal, ambos en silla de ruedas, el reto fue cumplir con mi elusiva asignatura aplazada, y así fue que me convertí en concurrente asiduo al taller literario que ella conducía. La rata elude los batazos con agilidad. Finto a la izquierda y la acorralo al lado contrario, en la esquina de la habitación. Trata de escapar trepando por la pared. Cuando recibe el primer golpe en el lomo, chilla mientras cae. Le coloco el extremo del palo en la panza para aplastarla y lo muerde con desesperación. Me mira furiosa… empieza a crecer. Pronto destroza a dentelladas la madera que vuela 83
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en pedazos. Cuando alcanza mi tamaño, el terror me hace retroceder. Le doy la espalda y trato de huir por el piso que se ha vuelto fangoso y resbaladizo. Siento su aliento en el cuello; baba nauseabunda me escurre por la espalda. El mordisco cercena, mi grito no revienta en sonido. Una voz escalofriante susurra: La muerte acecha… no alcanzo el final. Este párrafo me surgió de la imaginación estimulada por María Luisa Puga, en aquella primera convivencia, con lo cual quedé convencido de que se podía. Semana tras semana retocó a ese engendro mío que se convirtió en novela. Ahora puedo presumir que ya tengo cierto oficio y que acomodo las palabras más o menos bien, pero en aquel tiempo padecí doblemente el fallecimiento inesperado de María Luisa. Quizá por triplicado si agrego el dolor de Isaac, a quién ya había tomado afecto y no pude encontrar el linimento que pudiera ayudar a mitigar su pena. Mi novela inconclusa alcanzó el punto final a empellones y fue a dar al rincón del olvido, donde permaneció algunos años hasta que Isaac Levín, recuperado de su pérdida, aceptó retomar el taller con nuevos asistentes. Tuve el honor de ser uno de los pocos que recibí las enseñanzas de ambos. María Luisa privilegiando la creatividad, Isaac la sintaxis. Reescribí la novela que se llama “Paso del toro” y espero tener la oportunidad de que, algún día, sea 84
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publicada. De estas tertulias literarias, con el maestro Isaac a la cabeza, varios compañeros han recibido premios nacionales y estatales. Trabajamos juntos durante poco más de tres años, hasta que el querido Isaac decidió que no tenía más que enseñarnos. Con frecuencia se pregona la longevidad de una relación para calificar su importancia. En mi caso, que he rebasado la tercera edad para incursionar en la que por capricho llamo cuarta edad, se podría pensar que quince años son poca cosa. Sin embargo, puedo enfatizar que mis mejores amigos, con algunas añejas excepciones, son los que he conocido en esta población en la que llevo viviendo esas quince vueltas de calendario. El inconveniente reside en que el destello solidario suele tener la brevedad de una bengala con su corto chisporroteo luminoso, al residir en cuerpos que compiten por no ser el primero en llegar a la meta. María Luisa dejó como legado histórico su abundante producción literaria. En mí, la infección perenne de la escritura y el inicio de un afecto que su muerte interrumpió. El viejo Isaac, en su bondad infinita, patrocinó mi libro de cuentos que irónicamente se titula “Asuntos terminales”. “Tengo la ilusión de verlo publicado antes de morir”, me dijo en una de nuestras últimas conversaciones… y le cumplí. 85
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Isaac y María Luisa: amistad y chiles rellenos Marina Sievers Rosenthal Aunque habíamos escapado de Los Ángeles y Hollywood para escribir guiones de cine en México, nuestra amistad con Isaac y María Luisa se trataba más de la vida que de la escritura. Conocimos a Isaac no como maestro de las letras sino como mago de los números. Eso ya cuando habíamos guardado nuestros guiones, cuentos y novelas para meter la pata con el gobierno en un programa de taller-escuela de La Casa de las Artesanías. Al término del sexenio de Cuauhtémoc Cárdenas como gobernador, tuvimos que formar una empresa de verdad para seguir produciendo nuestros muebles artesanales. Isaac nos enseñó cómo llevar la contabilidad; él odiaba pero respetaba la contabilidad. Una y otra vez que tratábamos de aflojar o brincar la burocracia de Hacienda, nos llamaba la atención: “Eso es la culpa, cual es la disculpa…” Su seriedad conjuntada con su humor negro fueron los ingredientes idóneos para transformarnos en gente de negocio. El hecho de que a final de cuentas fracasáramos no fue culpa suya; Isaac nunca nos escondió lo nocivo que son los bancos, el gobierno, el mundo de comercio, etc. 86
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Pero en fin, como padrino de nuestra empresa, Isaac entró a nuestras vidas. En 1991 en “Las razones del Lago” con los perros callejeros ‘Novela’ y ‘Relato’ contando la historia (ficticia y no) de la llegada de María Luisa e Isaac a Zirahuén, yo me acerqué a la amante canina. En mi foto favorita de María Luisa, estamos sentados, relajados, gozando la buena vida con nuestros perros “Airedale”. Creo que su perro se llamaba Cuento, los míos se llamaban Chato (así la recibí, con ese nombre sin-chiste) y Macduff, llamado así por al amigo trágico de Macbeth, nombre probablemente mal elegido porque fue atropellado en la carretera entre Erongarícuaro y Arocutín, en donde, monógamo y fiel toda su corta vida, vivía su pareja. El día del accidente, Isaac y María Luisa estaban comiendo en la casa, chiles rellenos supongo, porque ya hasta teníamos un chiste de que cada vez que llegaban a comer, siempre había chiles. María Luisa, compartiendo mi inmenso dolor por haber perdido a mi mascota, me invito a pasar la noche con ellos en Zirahuén. Isaac y María Luisa fueron mucho más que amigos; formaron parte de nuestras vidas y, probablemente, más bien sin duda alguna, nosotros terminamos siendo personajes vulnerables en sus cuentos y novelas. 87
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Pizzicato Héctor González Ramos Los vi por primera vez en la recepción de un hotel céntrico de nuestro pueblito. Después, muchas, muchas veces, en las buenas y en las malas. Aun no entiendo cómo es eso de las buenas y… ni eso de las duras y las maduras. Sé que nos tocó recorrer juntos una parte del camino y que nos tocó disfrutarnos. Puedo seguir con todos los lugares comunes del mundo y llenar páginas enteras, prefiero abrir ventanas, asomarme a éstas y compartirlas. Eronga, el Museo de Artes Populares de Pátzcuaro; el Taller. María Luisa la provocadora. Ahora van a entrevistar a este señor. Pone una foto en el centro de la mesa y ya. Ese señor fue empresario taurino, refugiado de la república española, funcionario público, gerente de autoservicio, padre de la novia… Pregúntenle acerca de… Cómo carajos le voy a preguntar acerca de… si estaba apenas… Y le preguntabas y te respondía. Toman a sus personajes y ya, inician una novela De ahí salió el principio de mi novela: 88
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Fácil, muy fácil, organizas tus notas y zas, sacas a tus fantasmas, los pones frente a ti y preguntas, con perorata y todo; ahora sí cabrones: llegó la hora de la verdad, cuál de todos ustedes se va a dejar asir. Una novela que siempre navegó alrededor de mi imposibilidad de escribir. Isaac el prudente escrutador de textos. Las comas, los puntos, la sintaxis, siempre enfrentados. Él es el prudente, el cuidador de las formas, el obediente de las reglas. Yo el escrutador, el que acepta el reto de romperlo todo, el utópico. María Luisa e Isaac son y serán para siempre una balanza en continuo sube y baja: mis amigos.
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María Luisa, Isaac, Isaac, María Luisa Iván Vargas Perea Bastante se podría decir de la amiga, de la mujer, de la escritora, pero sé que muchos coincidimos en que su verdadera herencia radica en su valiosa labor como generadora de espíritus pensantes, de la gran cantidad de larvas de escritores y lectores que en su trayectoria como tallerista dejó en este país, país que ella amó con visión profunda de su problemática social y cultural. Agradezco a la vida el haberme atravesado en el camino a ese amigo que me dio, a su vez, la oportunidad de conocerla. Comparto una de nuestras experiencias, puesto que no puedo ni quiero, dejar pasar esta oportunidad para expresar lo que considero el más valioso recuerdo de dos seres humanos con gran valor social y moral, como lo eran ellos, especialmente el de mi querido amigo Isaac Levín de cuyo ejemplo no encuentro precedentes en mi vida. Un día, en los incipientes inicios de una amistad que suma ya varios años, platicando con Isaac le comenté mi incapacidad para lograr que mis hijas, Diana y Tzara, se encontraran con el placer de la lectura, él, con esa enfermedad de “dar”, que sólo los grandes espíritus pueden poseer, organizó para mis hijas un día de “ir a nadar” en la alberca techada 90
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que construyó para la terapia de rehabilitación de María Luisa, en su lucha contra la terrible y dolorosa enfermedad que la mantuvo postrada en una silla de ruedas por varios de sus últimos años de vida. Ese día, mis hijas nadaron mientras que nosotros, los “grandes”, tomamos el control de la cocina, desde luego fungiendo como pinches del chef judío que, siguiendo con precisión las recetas de su madre, se dedicó a preparar la comida. Isaac, aun cuando logró dejar atrás atavismos religiosos, guarda para sí sus raíces ancestrales, mismas que a la hora de degustar salen a flote para el placer de aquellos que tuvimos la oportunidad de compartir esos momentos. Por fin llegó la hora de comer y luego de batallar con mis hijas para que salieran del agua nos sentamos a la mesa. Las niñas, calladas y sintiéndose incomodas ante unos papás que solemnes y lanzando ciertas miradas de control, trataban de mantener una compostura forzada ante los anfitriones. Ellas no hablaban ni para quejarse de la comida, como era su costumbre, sólo la miraban con recelo ya que la mesa se encontraba repleta, según sus propias palabras, de “cosas extrañas”, y nosotros, los papás, a machacar “prueben esto, prueben aquello” y ellas sólo miraban sin atreverse a protestar, fue ahí que la magia de María Luisa se desplegó en la cocina y la historia de mi familia cambió de rumbo para siempre; María Luisa se dirigió a ellas y dijo “Como 91
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que todo esto no se antoja mucho ¿verdad?” ellas sólo se le quedaron viendo, ya con ganas de salir de la incómoda situación en que se encontraban al compartir ese momento con los viejos amigos de papá. Tzara, la menor, asintió con pena y entonces María Luisa dijo algo que las hizo pelar los ojos de sorpresa: “Imaginen que ese plato de ceviche de sardina es un tamarindo enchilado, del amarillo, que esas tortitas de pollo son cachetadas y… porque ya probaron las cachetadas ¿verdad?”, las dos contestaron con una sonrisa que les atravesó el rostro, y con sorpresa inaudita nosotros, los papás, fuimos testigos de la forma en que se desarrolló un diálogo sobre el mundo de los dulces y las golosinas que tanto María Luisa como mis hijas conocían muy bien. Isaac sólo sonreía viéndolas “caer” en las garras de la maestra. Comieron y probaron de todo siguiendo el juego de la imaginación, la plática y el ambiente fue otro, mismo que se coronó al llegar el postre que fue fabuloso, pues Isaac nos agasajó con un mousse de chocolate increíble, el mejor que he probado. Poco a poco, sin que nos diéramos cuenta de lo que estaba pasando, la maestra llevó a mis hijas a su mundo y ellas fueron felices, les platicó del maravilloso camino que ella encontró escribiendo sus diarios, mismos que un día se convirtieron en sus primeros libros. Sin que Diana y Tzara se pudieran dar cuenta de sus intenciones, ella les tendió “la 92
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trampa” y dijo: “Tengo un libro que escribí para niños y me gustaría regalarles uno ahora que somos amigas”. Ese día salimos de Zirahuén con un ejemplar de El rito de iniciación y ellas hablando sin parar de la sorpresa de conocer a tan maravillosas personas, reconociendo que pensaban que, aparte de nadar, esperaban una tarde muy aburrida en compañía de sus papás y esos señores. Ya en casa, las dos me preguntaron cuándo volvería a llevarlas a nadar con Isaac y María Luisa, a lo que yo contesté: “Cuando yo vea que leyeron el libro que la maestra les regaló las llevo, porque de lo contrario imaginen la vergüenza y la grosería de llegar y tener que decirle que no lo han hecho, lean y luego vemos”. Esa misma semana Tzara se la pasó presionando a su hermana para que apresurara su lectura, ella de sólo ocho años, devoró su primer libro y la magia de Puga se quedó en ella, hoy día estudia la carrera de Letras Hispánicas en la universidad, ya trabaja con sus primeros textos y es una estupenda lectora que se perfila como un ser humano sensible y culto. Gracias maestra, esa es tu herencia en mi familia y en los cientos de niños, y otros no tanto, que disfrutaron tus talleres en El Molino de Erongarícuaro, de donde han salido no pocos escritores que prometen algo para el futuro. 93
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De Isaac, ni hablar. Necesitaría cuartillas y cuartillas para poder contar anécdotas, experiencias y los muchísimos valores que él ha tenido a bien sembrar en mi conciencia. Sólo quiero resumir lo que es su amistad para mí compartiendo con ustedes una frase que le escuché a la maestra Elena Poniatowska al referirse a él: “Isaac Levín es sin duda un portentoso árbol de enormes ramas, de grandes y profundas raíces”. Gracias Isaac, muchas gracias por haber sido para mí, como lo fuiste para María Luisa, mi héroe y el único ángel judío purépecha en el mundo.
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Isaac Gabriela Mier Martínez Recuerdo cuando lo vi dentro de un local de fiestas infantiles. Pantalones de mezclilla y camisa roja a cuadros. Llamó mi atención encontrarlo ahí, entre resbaladillas, brincolines y niños vocingleros. Parecía aburrido. Yo también lo estaba y me acerqué para saludar. -Me han dicho que tú escribes. Fue lo primero que dijo luego del saludo. -Sí… pues… sí. -Y, ¿por qué no vienes al taller de los martes? No creas que es un taller para principiantes… todos los que van ya tienen el oficio, y, una mujer más hace falta. Ve este martes, bueno… si escribes bien ve… si no, pues no. Luego de esa conversación estuve tres o cuatro noches, previas al martes, casi sin dormir. Si escribes bien ve… si escribes bien ve… Fui. Leí la historia de la imaginaria casona de Sumerio 83. Apenas iba en la primera página y mi voz se reducía a un susurro. En voz alta… más fuerte… no corras… más despacio… Terminé. Isaac escuchó con atención las observaciones que me hicieron los demás. Cuando 95
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le tocó dar su opinión -que siempre era el último en darla- y sin ir más allá, dijo: escribes fascinante. Lo bueno fue que le creí. Desde ese día y durante casi tres años, cada martes, nos encontramos en el taller de narrativa María Luisa Puga. A ella la conocí a través de la voz, los ojos, y la piel de Isaac. María Luisa decía… a María Luisa le gustaba… Cuando María Luisa y yo fuimos… Así, supe que María Luisa escribía con tinta sepia, que le maravillaban las noches y las madrugadas, que se encerraba largas horas para escribir y que no soportaba interrupciones de nadie. El taller concluyó luego de unos tres años. Lo que continúa es la amistad, los cuentos, las novelas, los encuentros mediante mezcales, cervezas, pizzas y pollo al curri; de los que fuimos cada martes a leernos, a escucharnos y, algunas veces, a jodernos, pero siempre con amor. Anoche soñé con Isaac. Estábamos todos los del taller María Luisa Puga. Isaac estaba sentado esperando… no sé qué o a quién pero esperando; llegó una mujer que él conoce bien. Isaac se tomó una copa de mezcal, se alegró, se levantó, bailó. Y, luego de tomarse un par de mezcales más, lo vi cruzar una calle. Iba contento.
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A Isaac Levín José Alcocer. Pátzcuaro, Michoacán, a 17 de septiembre de 2014. Ya en la mañana existe cierta ansiedad, un poco de nervios, excitación. Hay que acomodar eventos, compromisos, chamba, pero en algún momento habrá que hacer un hueco en el espacio y el tiempo, aislar la mente de lo cotidiano, sumergirse en la fantasía. Al fin las cosas parecen acomodarse y uno puede empezar a entrar en la ficción. No es fácil, se deben ajustar algunos engranajes de relojería fina en el cerebro. Uno empieza a darle más vueltas a la idea, mientras se abre el archivo en la computadora. ¿Qué va a hacer ahora Laura? ¿Cómo va a recibir la mala noticia? Es algo que podría hacerla desmayar, pero ella no es de las que se vencen fácil. Entonces se quedará estatua de mármol con el documento en la mano, tardará algunos minutos en reaccionar pero cuando lo haga, será huracán, mujer vendaval. La ráfaga la llevará al colegio de sus hijos. Inventará alguna excusa y los raptará sin pararse a pensar. Entonces se teclea a toda prisa porque queda poco tiempo para llevar algo leíble al taller. Media hora más y uno se pone a revisar la puntuación, la ortografía, la sintaxis. Hace algunos cambios al 97
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texto para no despertar la cólera del maestro que, uno lo sabe, puede ser de antología. Una cólera amigable, irónica o sarcástica pero siempre con el corazón en la mano, la precisión en el cerebro de corrector acucioso y al final una sonrisa o con suerte una amplia carcajada. Imprimir, sacar copias para los compañeros del taller y, en ese ámbito acotado por la fraternidad, estar dispuesto a desnudar el alma, a recibir críticas y comentarios que siempre mejoran los textos, conocer las reacciones, pasar un buen momento con los amigos y confirmar una vez más que, gracias al maestro, al amigo Isaac Levín, uno sale con más ganas de seguir en el intento de la escritura, de escribir pues. Se justifican entonces las cosquillas matutinas y quedan en el archivo de la memoria nuevas ideas, nuevos proyectos. Creo que esa era la fuerza de Isaac: la voluntad de que todos siguiéramos escribiendo. Era su fuerza, fue su triunfo. Tuve la suerte de entregarle mi libro de cuentos publicado, diez días antes de su muerte. Alcanzó a comentar, a expresar el gusto y la satisfacción de ver que salió a la luz, como si fuera propio. Después de todo era tan suyo como mío. Corrigió los cuentos, hizo sugerencias y escribió el prólogo para la publicación. Ahora, no he intentado ponerme a escribir. Perdí el apoyo, la confianza o el interés. Y es que ya 98
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no es lo mismo. Isaac se fue y de pronto las historias se atoran, el mundo se ve un poco distinto, no mucho, lo suficiente para que las anécdotas se vean planas, para que los colores se vean más pálidos, las palabras pierdan peso, se evaporen. No sé, tal vez sea sólo esta maldita tristeza de seguir en el planeta, sin Isaac.
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Cuando supe quién era Isaac Levín Paulina Vázquez Torregrosa -¿Por qué no le llevas tu novela a Isaac Levín? –Me aconsejó un amigo mutuo—. Podrías ir al taller que da una vez por semana en CREFAL. No le hice caso, pero el nombre de ese alguien que andaba por ahí dando talleres y corrigiendo novelas, comenzó a hacerme ruido y de pronto resonaba aquí y allá, cada vez con más frecuencia. La primera vez que lo vi estábamos tomando una clase de salsa. Llegó con otra amiga, quien inmediatamente se unió a la clase; él, sin embargo, permaneció en un rincón con los brazos cruzados sobre el pecho, observando. Estaba tan quieto y en su rostro había tal solemnidad que imponía. Pensé que parecía uno de esos tótems todopoderosos, pero luego de un momento recobró la movilidad y desapareció. Cuando supe que él era Isaac Levín me sentí aliviada de no formar parte de su taller, estaba segura de que cuando leyera alguno de mis textos me destruiría. Algunas veces resulta afortunado equivocarse y yo estaba totalmente equivocada… Tenía buenos amigos en su taller y ellos insistieron mucho en que asistiera, por lo que me sentí obligada a ir por lo menos a una clase. Y fue ahí, en esa primera sesión, 100
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que mi vida comenzó a tomar un verdadero rumbo literario. Yo no conocí a María Luisa, pero tengo mucho que agradecerle porque a través de Isaac, fuimos recibiendo el trabajo de aquella mujer que era escritura; tanto que no quería viajar para no perder un sólo día de trabajo. Fue por eso que Isaac le construyó una mesa en el asiento trasero de la camioneta. Ahora podrían salir y mientras él conducía, ella creaba universos. Así la quiso, con una compresión, un respeto y una admiración conmovedores. Creo que esa es mi anécdota favorita de ellos, porque los muestra a ambos con absoluta claridad. Por eso María Luisa asistía puntual a nuestro taller todos los martes, Isaac la citaba tanto, que casi se nos materializaba en el saloncito del Mándala. Isaac en mi vida es un parte aguas, no podría describirlo de otro modo. Como profesor le tengo un profundo respeto. Nunca antes conocí a alguien tan enamorado de las palabras, tan generoso con sus conocimientos… Pero lo que más le agradezco es su respeto; Isaac nunca intentó que ninguno de nosotros escribiéramos como a él le gusta. Con gran cuidado tomó el tiempo de comprender el estilo de cada uno de los asistentes al taller y luego a base de trabajo y jalones de orejas, discusiones y demás, logró no sólo que cada quien conservara su voz sino que la hizo más fuerte, más clara y más hermosa. 101
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Isaac se toma tan enserio el trabajo de los demás, que si se daba cuenta de que alguno de nosotros luchaba contra un texto, nos citaba individualmente y si era necesario trasnochar, trasnochábamos entre cigarros, sintaxis, carcajadas, estructuras, formas verbales, anécdotas y lo peor, mi más terrible dolor de cabeza: la puntuación. Cuántas veces me dejó sin poder dormir, luego de que ante algún atorón me dijera: Paulina, tómalo sólo como una sugerencia, al final eres tú quien decide… Cuando terminó el taller no pude resignarme a dejar de trabajar con él, así que le pedí que me ayudara a corregir una novela. Yo no he trabajado con correctores, pero conozco a alguien que sí lo hizo antes de conocer a Isaac y ambas pensamos que no hay otro como él. Insisto, era esa pasión suya que lo obligaba a desmenuzar cada párrafo; así iba desvelando los tropezones y todo aquello que distorsiona o empobrece la historia. Luego mandaba el texto con sus observaciones; su sistema de corrección era tan claro como él, pero si te quedaba alguna duda podías llamarlo y si para aclarar esa duda tenía que pasar horas en el teléfono, lo hacía, su pasión era de esas que no dan tregua. A lo largo de la corrección de esa novela aprendí tanto de él como en el taller, ya lo dije, Isaac no se guarda nada, comparte. Tiene un ojo clínico al que pocas veces se le escapa algo, eso sí que no se aprende de un día a 102
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otro, hay que ser un monstruo traga libros como él y quizá ni así. ¿Quién tuviera tu ojo, querido Isaac? Para hablar de él como amigo, enmudezco. Para hablar de él así, sólo el silencio, un silencio lleno de inmensidad y cariño, de solidaridad, afinidad y camaradería de la buena. Lo digo de nuevo, sólo el silencio puede en este caso describir a mi querido Isaac como amigo. Soy afortunada, porque Isaac meticuloso así como es, dio con el modo de acompañarme para siempre. A través de los años de conocerlo y de compartir con él mi pasión, encontró un espacio que le pertenece sólo a él. Cada vez que tomo una pluma Isaac aparece curioso, se me instala entre las palabras y el relato paseándose, a veces pausado, a veces veloz… siempre incansable entre mis universos va susurrando consejos… No es fácil hablar de ti mi querido, queridísimo Isaac Levín, sí puedo decir que mi amor y mi agradecimiento irán contigo para siempre porque poca gente ha enriquecido mi vida como tú. “¡Barbera!”, eso es lo que me dirías con una gran sonrisa, luego de leer este texto. Hasta siempre amigo entrañable.
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Isaac Sergio Navarro. Pátzcuaro, 1 de septiembre 2014. Luz ambarina tras marcada curva de nariz hebrea. Me ven sus ojos profundos: puntos lejanos que se acercan a encontrar los míos, así como le gusta enfocar, con esa tonalidad de siglos que acarrea un saborcillo bíblico. ¡Kukri!, me espeta; ¡Gurka!, respondo, blandiendo la punta de la lengua como alfanje. Sonríe para darme aire, yo cabeceo en el rincón del cuadrilátero. Estoy en deuda con el juicio asertivo de sus observancias, y con otras piezas finas de su bagaje, o equipaje… al fin lenguaje, más allá de todos los géneros de la escritura, o la hechura de la literatura: cacofonías traviesas que se salen con la suya, igual que dar engolosinados otra lengüetada a la paleta. Me hacía ganar los postres de esas tardes, arduo el caminar de regreso a casa tropezando con frases y palabras, anfibologías acechando a la vuelta de la esquina, un íncipit queriéndome dar baje en el umbral de alguna puerta. Soñaba con personajes, parajes y malevajes de otros universos perdidos en océanos y puertos ingeográficos, inventados al vuelo como ciertas palabras que existen y luego no. La deuda persiste acuñada en la dicción 104
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de las letras, en la vena externa del imaginario ininterrumpido que se alarga, tenaz, conmovedor o afable, que quiere sólo una vez regresar a devolverte el calor de tu generosidad.
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Ese diciembre del 2004 Raúl Mejía Me encontraba en casa de unos primos recuperándome de los estragos de la navidad. Pasaba el medio día cuando sonó mi teléfono. Era una de esas llamadas definitivas, de esas que vienen cargadas de nubarrones. La misma emoción paralizante me provocó la que me anunció la muerte de mi madre. Su ausencia perenne. De esas llamadas que derrumban por dentro como las que dan por terminado un amor, por ejemplo. Quien me llamó esa ocasión era la hermana de María Luisa Puga. Ya desde que ella se identificó supe que algo me haría falta a partir de entonces. No hay palabras que llenen los vacíos del desamor y de la muerte (que deben ser lo mismo: ambos ineluctables). Cuando supe que nunca más nos encontraríamos para disfrutar la comida judía que prepara Isaac o el salmón que tanto presumo a la menor provocación, ni la paella de Nuria, ni el vino, ni la lectura en voz alta, ni la plática frente al lago de Zirahuén… Me di cuenta que de alguna manera, María Luisa nos abandonaba a muchos a nuestra suerte. Ella era un espacio de tranquilo valor y coraje, de amor por la vida. Sus libros me han dado 106
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la posibilidad de la mirada. Una mirada diferente que se posa en las cosas, en los gestos, en lo que pasa alrededor de uno. Parece que ella escribía mientras soñaba, porque sus libros dan cuenta de los intersticios del transcurrir a los que poca atención les prestamos, y todo pasa sinópticamente sólo para que lo entendamos. No sé de otros escritores capaces de hacer una narrativa de un suspiro, por ejemplo. Tampoco de la mirada de su hombre a través de la ventana. Hablo de memoria. No tengo ningún libro a la mano pero recuerdo que de cosas así habla María Luisa en La forma del silencio. También siempre he creído que si La región más transparente de Carlos Fuentes es un fresco sobre el México que nos gobernó por setenta aciagos años, el de María Luisa, Pánico o peligro, es el que faltaba para cerrar un círculo: la mirada de mujer a una etapa definitiva en México y el mundo: los sesenta y setenta. En estos libros es donde percibo esa cualidad que sólo en ella he sentido: no las grandes transformaciones ni el nivel macro. No. Lo pequeño, lo significativo, lo que ocurre al mismo tiempo en todas direcciones. Lo esencial… como en los sueños: los afectos, el amor, la lealtad, la forma de estar, el modo… pero sobre todo algo que para María Luisa era como su Tractatus: el tono. El tono de la amistad que María Luisa me regaló era el del respeto. El no juzgar. El dejar ser. ¿Cómo puede 107
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tener un tono la amistad? María Luisa miraba y debe seguir haciéndolo desde donde se encuentre. Los últimos dos o tres años nos frecuentábamos mucho. Con ellos, con Isaac y María Luisa, compartíamos un gusto atípico por la comida y aquí jugaba un papel importante la comida dantesca: el menudo, las gorditas, los sopes, los tacos sudados. Gambusinos de la fritanga, proustianos buscadores del taco perdido, intercambiábamos planos y direcciones en donde el paladar por fin estaría sosegado. No todo era digno de alabanza en María Luisa. No. Era malísima para contar chistes. Pero cuando digo malísima estoy siendo generoso. Era, la suya, una vocación de fracaso al momento de contarlos. Empezaba por el final, olvidaba en qué terminaban e invariablemente Isaac terminaba por finalizarlos. No importaba que incluso los trajera anotados en su Palm. No sabía contar chistes. El del pollito malo y el pollito bueno es memorable por su imposibilidad de ser narrado. Y bueno, ya hace un año que la Puga se fue. “Se nos adelantó”, dicen por ahí. Es verdad. Sólo se adelantó. Un año, para mí, permeado por enormes pérdidas en distintas parcelas que se inició con la de ella. Es lo bueno de no saber el futuro. Me dejó sin embargo con una duda que un plato de menudo impidió esclarecer. Me dijo: 108
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“Terminé de leer tu libro hace dos días. Me haces reír mucho cuando te leo, pero ¿sabes?, en el fondo hay una profunda tristeza en tus textos y te voy a decir por qué…” En eso trajeron el plato de menudo y nunca supe por qué había tristeza. Lo sabré algún día no muy lejano. Pienso en María Luisa y reconozco que su partida me acercó aún más al hombre que la amó y cuidó como sólo un hombre enamorado puede hacerlo: sin condiciones. Isaac, a quien tanto quiero.
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Quiero seguir siendo su amigo Ismael García Marcelino Con un abrazo para Elena Poniatowska. Uno convive con las personas mucho menos de lo que luego, una vez que se han marchado para siempre, desearía. Como que nos las prestan por muy poco tiempo, parece. Luego la gana de tenerlos cerca va creciendo en lo que se afirma la certeza de que ya no están, en lo que a uno le cae el veinte. La serie de recuerdos que me unen a Isaac Levín y María Luisa Puga se dejan venir en tropel, simultáneos, ansiosos, y asumo que debo ponerlos en orden o esto no va a tener cola ni cabeza. Isaac me ayudó a recordar el cariño que María Luisa me tenía porque, entre otras razones, “un día que María Luisa tuvo ganas de oír La Panchita, una canción de Joaquín Pardavé, sin más ni más te arrancaste con tu guitarra y la cantaste. Ella pensó difícil que te supieras aquella canción, porque es un poco antigua.” Fue durante un taller en Erongarícuaro. Lo mío lo mío son las pirékuas, pero algún día mi madre me había enseñado canciones mexicanas de las buenas. Como amigos cercanos, ambos me llamaban Mayo. Nos hablábamos de tú. 110
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No olvido los desayunos en El Molino ni los mimos de María Luisa para Julián, a quien solía invitar a “hacer cochinadas”, como revolver lo dulce con lo picoso o acompañar los frijoles con una concha. Julián es hijo de Aída y Peter. Fue por Peter que pude estar en talleres que yo no habría podido pagar. Él me los regaló todos y María Luisa me aceptó de buena gana. Más tarde pudimos reproducir estos talleres por nuestra cuenta, dirigidos a escritores p’urhepechas, con Isaac Levín como coordinador, en la isla de Yunuén. Los escritores que no la conocen deberías venir un día, ¡Esther y Consuelo preparan un pescado delicioso! Las lecciones de Isaac han sido más que contundentes. Por ejemplo: en una ocasión le confesé mi mortificación porque un profesor escritor, según él “muy aguantador para la crítica”, nos pidió que revisáramos unos textos y opináramos sobre su obra, una colección de cuentos muy malogrados; que no nos detuviéramos en contemplaciones al momento de la crítica; “háganlos pedazos”, nos dijo. Y, claro, nosotros, que para eso estábamos en el círculo, una especie de consejo editorial que trataba de dignificar lo que en p’urhepecha quisiera publicarse, realmente no tuvimos clemencia. Los cuentos del maestro estaban mal escritos de veras y no merecían más consideraciones que las literariamente aceptables, 111
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como regularmente ocurre en estos casos. “A la fecha no nos habla”, le confesé sinceramente dolido. “O sea que lo consiguieron”, me respondió muy serio. En lo personal sigo siendo duro, claro y sincero en mis críticas sobre textos en p’urhepecha, pero suelo ser más moderado. En otra ocasión fui yo quien le pidió a Isaac que revisara uno de mis cuentos. Lo hizo muy bien y con mucho cuidado. Quise recompensarlo merecidamente por el servicio, pero él, sin perder la compostura, me atajó: “Mayo: amor con amor se paga”, y no quiso recibirme nada. Que los dos fueran geniales escritores nadie lo discute hoy en día, pero la dinámica de enseñanza de Isaac se dejaba sentir aparte, incluso cuando jugaba a ser tallerando. Recuerdo con cariño la ingeniosa solución que encontró para un ejercicio de creación literaria en un taller en la isla, que Hombre (Isaac) me dejó conducir, como cuando le sueltas el volante a un niño. Con el crédito correspondiente para Raúl Mejía, de quien lo aprendí, les dicté un ejercicio. Se trata de que los escribientes incorporen en la historia una descabellada frase cada tres minutos cuidando que el texto no pierda cohesión ni coherencia. La frase era, entre otras: “no olvides tu cepillo de dientes”. Isaac, cuyo texto tenía que ver con la visita de Héctor (yo 112
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supe bien de qué Héctor estaba hablando, pues es amigo común) que pasaba por él para ir juntos al billar. (Sé también que en aquella historia, Héctor trataba de rescatar de la tristeza a Hombre, que acababa de perder a María Luisa). Cuando la historia daba cuenta de que Héctor bajaba la escalera, el Hombre de la historia decía: “No olvides tu cepillo de dientes”. Y Héctor: “¿Qué?” Luego aclaraba, absolutamente distraído: “Perdón, no olvides tu taco de billar”. Y la historia podía seguir sin transgredir las reglas del ejercicio. Cuando Isaac leyó su texto, lo mismo que Gastón y yo cuando leímos el nuestro, estaba llorando. Si agradezco a la vida haber tenido a Carlos Montemayor como comentarista de mi primera novela y a Isaac Levín como maestro y consejero en el oficio de las letras, no es menor el reconocimiento que merece María Luisa por haber comentado mi Alonso Mariano en una reunión de Los K’uanis en Pátzcuaro; sobre todo por haber aceptado la labor de leer y comentar en condiciones de salud tan difíciles como las que ya vivía al lado de Hombre en los días en que, antes de morir, estaban escribiendo su propio Diario del Dolor. Relincho de rabia cuando recuerdo el último mes de aquel 2004, cuando leí en el periódico una nota de Raúl Mejía junto a una dedicatoria: “A María 113
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Luisa Puga, in memoriam”. Maldije creyendo que se trataba de una pinche broma decembrina de mal gusto. Ahora mismo me encabrono y garrapateo lo que estoy escribiendo. Me consuelo sabiendo que a ella le gustaba mi caligrafía. Es más, por sugerencia de María Luisa, Dolores Vicencio publicó escaneada, la página que escribí a mano para la presentación de su libro “Los niños y jóvenes que hicieron proesa”. Conservo la figura del maestro y el amigo en la imagen que guardo de Isaac en los últimos días que estuvo conmigo, para guardar las ganas de abrazarlo en alguna remota ocasión futura. Me quedas tú, me quedan ustedes, me queda la emoción de contarles que yo también amé mucho ser su amigo para toda la vida. Que amé mucho descargar en ellos este cariño que aún me queda y que hubiera seguido prodigándoles.
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María Luisa, del rictus del dolor a la pasión vital Jorge Eduardo Ortíz De Montellano García María Luisa Puga es una persona que observa y comparte. Mira desde los puntos de vista más diversos, con la agudeza emocional de aquellos que se integran completamente a la naturaleza, en todos sus sentidos. Observa desde los objetos, desde las cosas, desde los ojos de otras personas, desde el ambiente. En la claridad del campo, rodeada de verde, o en la oscuridad nocturna de su habitación, envuelta en sombras. Disponiendo como un artesano de sus herramientas: café, tabaco y tinta sepia, se sienta frente al escritorio y continúa ese renglón que comenzó hace años… A principios de 1968, en los tiempos en que Octavio Paz se acercaba, sin saberlo, a su vuelta a México, luego de la estancia en India, María Luisa Puga inició su aventura de cruzar el Océano Atlántico, y así llegó a Europa, pero nunca se detuvo, acudió a su cita con la vida y se volvió incansable. En los diez años que recorrió el extranjero, aprendió el pulso del mundo y de la civilización. De esta forma sus pasos la llevaron hasta Nairobi, Kenia, en el oriente africano, donde se puso en contacto con lo “demás”, donde adoptó para sí y para sus textos 117
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el diálogo con la otredad. Por esto es la referencia, según Octavio Paz: “La otredad es ante todo percepción simultánea de que somos otros sin dejar de ser lo que somos y que, sin cesar de estar donde estamos, nuestro verdadero ser está en otra parte. Somos otra parte quiere decir: aquí ahora mismo mientras hago esto o aquello. Y también: estoy solo y estoy contigo, en un no sé dónde que es siempre aquí. Contigo y aquí: ¿quién eres tú, quién soy yo, en dónde estamos cuando estamos aquí?” (Obras Completas, tomo I, La casa de la presencia, El arco y la lira, p. 258). Y María Luisa lo entendió así. Se volvió parte de un todo con aquello que siempre la rodeó: el mundo, la vida. Se acerca a la ventana, es decir, simplemente debe abrir los ojos y dejar que su mano escriba, escriba con todas las intenciones de la aventura y tomando en cuenta cada espacio, cada detalle, pues de eso se compone el universo. A Nairobi se le conoce popularmente como la Ciudad Verde en el Sol, y esto seguramente la atrajo, así como los tonos verdes del campo y del bosque, en las cercanías del lago de Zirahuén, así como también le atrajo el trato con la gente. En África vio un símil de las sociedades latinoamericanas, tan energéticas, tan esperanzadas, y tan en lucha siempre con los sistemas opresores, a pesar de los cuales el brillo de los ojos no se borra, la frescura de cada día nuevo se repite y se expande, y 118
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se vuelve un aliento conjunto que nos hace avanzar, que nos ayuda a seguir. El dolor. Claro que el dolor está presente, más en su camino. Claro que le importa, dejaría de ser humana; y le pone atención. Cómo no, si la atrapa, si la persigue, la vigila. Pero ella no se deja atar. Se escapa, pero no para esconderse, sino para confrontarlo. Habla con él, lo moldea para que sea la materia prima del siguiente párrafo. El dolor es parte fundamental de su experiencia y de su arte literario. Lo adoptó como un impulso renovador de sus letras. Cuántas veces habla del dolor y por el dolor, pero ella, consciente de la realidad de su sensación, fue, poco a poco quitándole las cáscaras de la amargura y del pesar, porque el dolor no le iba a impedir alcanzar la plenitud, ni lograr su cometido, ni su misión creadora. Aquellos que la conocieron en sus talleres literarios podrán hablar de su entereza y su vigor, y de ese ánimo incansable y bromista/serio que la mantenía en la febril actividad de indagar la naturaleza de las palabras y de las cosas. El dolor paraliza. A ella no. Sin embargo, la obra de María Luisa es muy completa. Sí, muchas veces lo cotidiano es la referencia, pero de ninguna manera su acercamiento es simplista. Al contrario, ella indaga de tal forma en los instantes de la realidad, que el resultado es un análisis integral y bien detallado de lo que somos, 119
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de porqué somos, socialmente, humanamente. Pero nos lo dice con tal precisión que nos despierta. Es cuando nos damos cuenta de la importancia de los detalles. Ella nos habla de la persona, del espíritu que habita en cada individuo. Ha de ser difícil entender todas las razones, pero no es imposible, si la observación se detiene sin prisa, con el afán de comprender, como los filósofos del campo. El acercamiento a las letras de María Luisa Puga es una oportunidad para examinar, dentro de nosotros mismos, qué ha pasado, en qué se ha convertido nuestra sensibilidad, y si es urgente volver al sentido mágico de la pasión vital.
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ENTREVISTA A isaac levín febrero, 2014 “Isaac Levín es sin duda, un portentoso árbol de enormes ramas, de grandes y profundas raíces”. Elena Poniatowska Cruz Alberto González
El vuelo de María Luisa Puga e Isaac Levín
En febrero de 2014, en el marco del 1er. Aniversario del Centro de Lectura Francisco Elizalde, alojado en el Centro Regional de las Artes de Michoacán, en Zamora, el escritor Isaac Levín participó en la lectura colectiva del libro María Luisa Puga. Cuentos, Relatos, Vuelos (Morelia, SECUM, 2009), para conmemorar el 70 aniversario del natalicio de la notabilísima escritora. El mismo día, Levín ofreció la charla El vuelo de María Luisa Puga, con perspectivas personales y literarias sobre la que también fuera su compañera de vida. La afabilidad de Levín, hombre de ascendencia rusa y judía, reflejaba la bonhomía de algún patriarca veterotestamentario. Presentamos aquí los aspectos medulares de una entrevista, donde, en ocasiones, habló la propia María Luisa. La importancia de María Luisa Puga y características generales de su obra. Isaac Levín: las tesis que se han escrito sobre María Luisa y las que están en proceso, tanto en Estados Unidos como en México, así como los artículos publicados en otros países, indican a priori que algo debe de haber en su obra que la distingue como escritora: un estilo amable y de fácil lectura para abordar asuntos cotidianos o profundos como la identidad, la fuereñez y las distintas maneras de hacer viajes interiores o de traslado entre lugares. Una alumna de María Luisa refiere: “En María Luisa 124
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Puga no encontramos el lenguaje académico, ni los universos intelectuales, ni escribir por escribir [sino] escribir para entender, escribir para descubrir. Escribir para acercarnos a la verdad. Para entender la vida. No hay que ponerle palabras”. Toda la obra de María Luisa se caracteriza por una estructura amable, llana, entendible, con muy pocas palabras no usuales. Dentro de esa sencillez para escribir aborda temas muy profundos, incluyendo la política y la situación social. Yo siempre he estado enamorado de su escritura, yo digo que quien agarre el libro que sea de María Luisa siempre va encontrar frases sobresalientes y una manera de abordar los temas muy amable e interesante. Pero prefiero Antonia por equis razones e Inmóvil Sol Secreto. Como lector nunca encontré códigos indicadores de una vieja militancia política. Sin embargo, la preocupación por el país siempre está latente en su literatura. En su obra señala las enormes diferencias sociales de México con un proyecto de democracia que se traduce en desencanto. Más que una literatura de protesta es una literatura comprometida. A María Luisa Puga la caracterizaba una infinita curiosidad, eso explica la diversidad de temas. Sin embargo, priva un aspecto autobiográfico que ya mencioné: la identidad, la fuereñez, las introspecciones. Yo no detecto varias 125
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María Luisas. Es una María Luisa que en lo general aborda este tipo de temas pero desde distintos puntos de vista, con los enfoques de una niña, de una viuda, de lo que sea. María Luisa Puga: la experiencia euro- africana (19681978). María Luisa Puga: “Nairobi. Cualquiera que vaya a África por primera vez, si es escritor, se promete escribir una novela sobre África. Es natural. Nada más se lo dice uno así: una novela sobre África. Con los ojos bien abiertos uno se dispone a ver África. Qué mezcla de imágenes tarzanescas, rudyard kiplingnescas, literaturientas, en fin. Lo último que se le ocurre a uno es que llegas a un lugar no tan distinto de otro. En el que hay gente viviendo de manera no tan distinta de otra. La primera sacudida es que África no es tal. Llega uno a un país específico, en este caso Kenia, en donde la gente forcejea con el concepto de nación y se esfuerza por quedar incluida en él, lo que no es tan distinto de México. Venía con mi novela sobre México a medias. Pero no fue eso lo que hizo que me encontrará a México en Nairobi. Ni la vegetación o el clima [...] fue otra cosa lo que me permitió ver México por primera vez: las contradicciones, los racismos, los colonialismos de México, la gente con sus mil 126
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identidades, los disfraces, las mentiras, el maquillaje tramposo en una palabra.” María Luisa Puga y las posibilidades del odio, del rencor, del dolor y el silencio. Isaac Levín: ¿Qué puede ser más odioso y doloroso que los padecimientos propios? La manera en que María Luisa Puga enfrentó su artritis y los males que la llevaron a su fallecimiento -sirva como ejemplo el Diario del dolor (2004)- contestan tu pregunta: podemos proyectar las posibilidades creativas de lo malo hacia cualquier ámbito, sea Michoacán o México como país. Hay que leer el Diario del Dolor, María Luisa dejó 327 cuadernos de diario. Mientras avanzaba su enfermedad ella lidiaba con sus padecimientos e iba escribiendo. Dejó 100 hermosos fragmentos grabados –la convencí para que lo hiciera- hablando del dolor y de su relación con la escritura. Respecto a la futilidad de las palabras, voy a recurrir a María Luisa, ella lo explica muy bien: “En nuestra sociedad se desestructuran las cosas, la pareja, la familia, la sociedad, el país, se viene abajo todo en un torrente de palabras inútiles cada vez más especializadas […] incomprensibles, […] ajenas al sentir humano”. Pero no quiero hablar de La forma del silencio, es una novela muy amplia en cuanto a temática. Por eso les traje El lenguaje oculto de la 127
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realidad (1984), ponencia presentada hace 30 años, en Santa Bárbara California, donde ella contesta en forma muy amplia esta pregunta. La ponencia sigue totalmente vigente. María Luisa Puga: maestra, educadora y tallerista. Isaac Levín: María Luisa Puga tenía varias habilidades innatas. Una de ellas era la de manejar a niños pequeños. Era mágica. Pero cuando en los talleres se reunían pequeños, adolescentes y adultos, igualmente los manejaba. Ahora que yo imparto talleres difícilmente me doy abasto con ocho y ella manejaba 22 ó 100. Tenía unas habilidades impresionantes. Las técnicas que usaba para captar la atención derivaban de una creatividad infinita. Ella fue una excelentísima lectora que podía hacer referencia a muchos libros y autores para conducir los talleres. No tengo palabras para abarcar la excelencia de María Luisa Puga en este rubro. Yo he participado en distintos talleres de distintas personas y para mí ella fue la mejor tallerista de México. María Luisa siempre escribió con pluma fuente y a mano. Su pluma fuente estaba cargada con tinta sepia, café. Y así escribió desde el principio hasta el día en que se murió. No dejó de escribir ningún día. Su curiosidad era sublime. Cuando llegó la computación ella aprendió antes que yo. Cuando le propusieron dar un taller por internet aceptó 128
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inmediatamente. Era verdaderamente increíble. La base era la curiosidad. Se aventó y lo hizo muy bien. Gracias al cielo porque de allí aprendí yo (Risas). María Luisa Puga e Isaac Levín. El amor y la literatura. Isaac Levín: yo llegué a la literatura porque desde chiquito no quería ser bombero ni policía. Yo quería escribir. Ni quería ser actor de cine. Yo desde siempre tuve la intención de escribir. La vida me llevó a la carrera de contador público, la ejercí 27 años detestándola al máximo porque es una carrera en donde se mueve uno en un medio corrupto; cuando pude, a los 45 años, mandé todo a la goma y me vine a Michoacán para escribir. Cuando ya me había yo retirado de las actividades de la sociedad mal entendida, empecé a preguntar a mis amigos si conocían a alguien que impartiera talleres literarios y casualmente Hugo Velázquez, quien tenía a sus hijos en la misma escuela donde yo tenía a los míos, luego luego me dijo: María Luisa. Con un chorro de miedo y timidez fui y acudí y finalmente logramos hacer una vida juntos. Yo estuve como alumno en uno de sus talleres en el D.F., para ese entonces yo ya había decidido salirme de esa ciudad horrible y venirme a Michoacán. Encontré un lugar en Zirahuén y empecé a construir. Cuando María Luisa ponía ejercicios, los míos se desarrollaban siempre en Zirahuén. Cuando terminé 129
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la casa que ahí estaba construyendo, ya dispuesto a huir, coincidió que María Luisa acababa de terminar su relación con una pareja. Ella era muy abierta, además de curiosa, inteligente y bonita. Con su buen humor nos dijo: “Fíjense que acabo de terminar con Pepe y alquilé con una amiga mía una casa en Coyoacán, y pues ya ven, uno no tiene lana. Ahí si les sobra cualquier cosita que puedan regalarme para mi casa, como una recámara, un juego de comedor, un carro…”, (risas). Yo tomé esa oportunidad para seducirla. Venía a Zirahuén cada semana a pagar la raya, pero luego me iba a Pichátaro a presionar al artesano para que me tallara una mesa de comedor. Se la llevé a México. Estaba ella en ese momento platicando con Mónica Mansour, poeta, y le dije a Mónica: “Ven, ayúdame, le voy a dar una sorpresa a María Luisa”. Cargamos la mesa y la metimos. Le dije: “Mira, te traje un regalito”. Quitó los periódicos con que estaba cubierta. Obviamente, se puso feliz. Entonces le hice una declaración de amor negativa que llevaba por escrito. Y se la leí. Decía: “Me gustas mucho, eres muy bonita, muy alegre, etc., pero yo veo que tú eres una mujer de ciudad y yo soy un hombre de campo. Qué lástima que eso no nos permitirá –me puse muy romántico ¿no?- disfrutar de los atardeceres abrazados en una terraza”. Bla, bla, bla, y me dijo: “Ni madres güey, yo también sé vivir en el campo”. Me pidió que la llevara a conocer 130
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Zirahuén. Vio el medio. Creo que era inevitable que le gustara. Me dijo: “Nos venimos”. Y así disfruté 20 años de la mayor felicidad posible. Si a mí me dan a escoger, como tuve la oportunidad de escoger, entre tener carro último modelo, lana, viajes, chofer…, todo lo que tuve cuando fui un despreciable burgués, cuando era yo auditor de trasnacionales, todo lo que ustedes quieran y manden… Para mí no era vital. No me llenaba el alma. Mandé todo a la goma. Cancelé seguro, tarjetas de crédito y me fui a Zirahuén. (Levín gira y le comenta a un amigo suyo que lo acompaña desde Pátzcuaro). Era como lo que estábamos platicando Iván. Si una persona tiene cáncer terminal, y le dicen, con quimioterapia y esto y lo otro te vamos a dar tres años de vida, y a base de ese tratamiento va a estar el tipo totalmente decaído, débil, arrastrando la cobija…, o le dan a escoger: si vives como quieres, si te das la vida que quieres tener, vas a mandar a volar la terapia, la quimioterapia y la radiación y las medicinas; vas pasearte y a comer todo lo que quieras, pero nada más vas a vivir un año, en lugar de tres. Yo escogería el año. Punto. Y eso es lo que escogí en Zirahuén. Tener una mejor calidad de vida. No tenía yo cáncer terminal ni mucho menos. Tenía los lujos que tuve como burgués contra una pobreza voluntaria. Eso fue lo que decidimos ella y yo. Porque 131
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ella jamás buscó la fama, ni el dinero. Vivíamos con los recursos que obteníamos de nuestra actividad literaria, pero disfrutando como lo disfrutamos. No les puedo decir a qué nivel. ¡Infinito! No podría yo haberme imaginado una relación de pareja tan -¿se vale decir chingona? Ya está aceptado por la Real Academia- tan plena, satisfactoria, tan a gusto de ambos. Viviendo en un respeto total uno con el otro. Eso responde ¿no? Habrá quienes quieran los tres años o tener mucho dinero, nosotros logramos lo que quisimos, que fue, cómo decirlo: nonplusultra. Los jóvenes escritores y sus expectativas en cuanto a la vida de escritor. Isaac Levín: ahí puedo ser bastante injusto porque mi experiencia coincidió afortunadamente con lo que buscaba María Luisa. Cada uno de estos ámbitos -la escritura, el éxito, el poder y el dinerotiene su clímax. Si yo soy un budista me dedicaré a la meditación y lo demás pasará a segundo plano. Es cierto. Los jóvenes quieren ver hacia el futuro pensando que quieren ser ricos y famosos. Yo sí pensé ser escritor pero –en mi caso- nunca pensé en el dinero ni en la fama. María Luisa tampoco. Si cualquiera de los jóvenes me rebate este punto es su derecho. Pero uno a través de los años va escogiendo una actividad que tenga un elemento de vitalidad. Puede ser que haya jóvenes que se sientan 132
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plenos si son muy ricos. Están en su derecho. Carlos Fuentes y García Márquez fueron ricos y exitosos, pero ¿cuántos cientos hay que querían ser ricos y no lo fueron? En el caso de María Luisa y yo, no hay duda. Nosotros no nos fuimos a Zirahuén ni para ser famosos, ni para hacernos ricos, ni para hacer relaciones, ni para nada más que escribir. Esa fue la verdad. Lo logramos. Afortunadamente. Pero cada joven debe buscar su propio camino y si buscan a través de la escritura ser ricos y famosos y lo logran: abrazos. Pero depende de cada quien.
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CRÉDITOS Fotografía: Foto de portada: Isaac Sigal Página 4-5: Isaac Sigal Página 8: Maira Ramírez Página 24-25: Karen Cortés (fotografía e ilustración) Página 57: Archivo de Internet (Elena Poniatowska) Página 57: Héctor Canales (María Luisa Puga) Página 73: Colección personal María Luisa Puga Página 121: Cruz González Facsímil septiembre 26: Página 31: María Luisa Puga (completo) Facsímil octubre 21/1984: Página 41-45: María Luisa Puga (completo) Facsímil agosto 19/1985: Solapas y páginas 1 y 140: María Luisa Puga (extractos) Página 50-51: María Luisa Puga (completo) Facsímil octubre 15/1987: Página 55: María Luisa Puga (completo)
INDEX El vuelo de María Luisa Puga e Isaac Levín María Luisa Puga (1944-2004) Karla González Díaz Isaac Levín In memoriam (1936-2014) Cruz Alberto González A manera de introducción Karla González Díaz
Cartas de María Luisa Puga Enviadas a Isaac Levín 1984-1987 26 de septiembre 21 de octubre, 1984 19 de agosto, 1985 15 de octubre, 1987
Poniatowska habla sobre Puga... María luisa habla sobre Elena... La extraodinaria María Luisa Puga Elena Poniatowska Ay, Elena… María Luisa Puga
Amigos Erongarícuaro a 20 de septiembre de 2014 Peter Smith Isaac y María Luisa Enrique Garnica Portillo Isaac y María Luisa: amistad y chiles rellenos Marina Sievers Rosenthal Pizzicato Héctor González Ramos María Luisa, Isaac, Isaac, María Luisa Iván Vargas Perea Isaac Gabriela Mier Martínez A Isaac Levín José Alcocer Cuando supe quién era Isaac Levín Paulina Vázquez Torregrosa Isaac Sergio Navarro
Ese diciembre del 2004 Raúl Mejía Quiero seguir siendo su amigo Ismael García Marcelino María Luisa, del rictus del dolor a la pasión vital Jorge Eduardo Ortíz de Montellano García
Entrevista a Isaac Levín Febrero 2014 Isaac Levín / Cruz Alberto González
Créditos
El vuelo de María Luisa Puga e Isaac Levín, se terminó de imprimir en septiembre de 2015 en Impresiones Laser del Valle de Zamora, S.A. de C.V. La edición consta de 1,000 ejemplares y estuvo al cuidado de Jaime García Balandrán.