LO QUE VIO LÁZARO HÉCTOR ORTIZ
LO QUE VIO LÁZARO HÉCTOR ORTIZ
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Editorial Calderón
EDITORIAL CALDERÓN Calle Bugambilias, Col. Cerro Colorado 22550 Tijuana, Baja California. Texto de Héctor Ortiz. Diseño editorial: Karla Calderón. Edición 2015 ISBN: 955 - 758 - 485 - 3
Ejercicio realizado para clase de diseño editorial de la Universidad Autónoma de Baja California. Unidad ECITEC Valle de las Palmas.
7 Lo que vio Lázaro................................................................... 17 ............................................................................ 25 Epifanía matutina.....................................................................35 La muerte de Rubén Tapia e hijo......................................... 59 Seremos Eternidad................................................................. 79 ................................................................................................... 95 Un minuto de intermedio......................................................103 Simulacro de emancipación.................................................105 Anhelo.................................................................................... 105 La rata equivocada............................................................... 113 Preludio................................................................................... 127 1............................................................................................... 167 2............................................................................................... 180 Epílogo................................................................................... 185
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Más del autor. Héctor Ortiz Nació en Tijuana, Baja California. Su pasión por la literatura lo ha animado a comenzar a escribir en distintos proyectos. Durante 2013, tuvo la oportunidad de colaborar en el periódico Zeta como columnista, más tarde lograría unirse al equipo periodístico de este semanario. Entre sus obras están Conflicto moral de un onanista, Crew, En nefando asesinato de Feliciano Alcázar y Decadencia y caída del reino T.
Puede consultar más de sus trabajos escritos dando click aquí:
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Nacimiento La sala. Interior. Tarde/noche. Mamá y Papá están sentados en la sala. Cada uno en un sillón. Papá frotándose las manos, suspira, se deja caer hacia atrás, vuelve a suspirar apoyando su cabeza en el sillón y llevándose la mano derecha a la cara. Mamá juega con su cabello, enredándolo entre sus dedos. Mirada fija en un objeto en la mesita frente a ella. Suspira. También esta consternada. En la mesita frente a ellos, el objeto: una hoja blanca extendida. Se le notan las dobleces. En ella, hay una caligrafía un poco difícil, claramente infantil. El pequeño Beto aprendió a escribir hace poco. En la hoja, la cual fue cuidadosamente mal doblada, Beto ha plasmado su misiva a Santa Clos (como lo escribió el), con sus exigencias para esta navidad. Un carrito a control remoto, unas figuras de acción, un balón, incluso una cara consola de videojuegos no hubiesen sido problema para el matrimonio. Beto ha pedido algo que está muy por encima de lo que Santa Clos pueda darle. Beto quiere tener un hermanito. Beto está encerrado en su cuarto. Llora en su cama, bocabajo, ya que ni Santa Clos ni sus padres van a darle lo que desea.
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Eso Papá lo dejo muy en claro. Hay que mencionar que Beto ya cuenta con un hermano mayor, Julián. Pero desde que este accedió a la preparatoria, rara vez juega con él. O le presta algún tipo de atención. Regresamos a la sala, donde Mamá rompe el silencio: -¿Qué vamos a hacer Joaquín? -No tengo la más puta idea. Mamá frunce la boca. A pesar de los muchos años de matrimonio y antes de eso los de noviazgo, le parece intolerable que Papá diga groserías. Hace amague de hablar, entreabriendo la boca. La cierra. Papá no la ha visto, de ser así, la hubiese obligado a decir cualquier cosa que hubiese pasado por la cabeza de Mamá. -¿Dárselo? No. Si apenas podemos con dos. Y no lo teníamos planeado. ¿Quedamos que dos eran suficientes, no?- continúa Papá, aun untado al sillón, sin despegar los parpados. -Sí, eso quedamos. Pobre Beto. -Y todavía se pone exigente. Quiere hermanito, no hermanita. Imagina lo que ocurriría en caso de que decidiéramos complacerle y tuviésemos una niña. No la querría. -No lo sé Joaquín, no creo que reaccionaría de esa manera. En cierta forma, quisiera complacerlo- dice Mamá, que se quedó con las ganas de tener otro hijo, mucho mejor si fuese una niña. Papá se acomoda en el sillón, retirando la mano de su cara, sentándose e inclinando su cuerpo hacia adelante, mirando escrutadoramente a Mamá, un poco incrédulo. Después decide que Mamá habla en serio. Realmente lo está considerando. Aun así, pregunta: -¿En serio?
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-Sí, en serio. Gran suspiro. Papá contraataca. -No, mi amor, no deberíamos. ¿Recuerdas lo de la bicicleta la navidad pasada? ¡Como chingó para que le compráramos la pinche bicicleta! ¡Para que la usara!, ¿Cuántas? ¡¿Tres, cuatro veces?! -Ya, ya. Entiendo. Mamá queda cabizbaja. Se ve algo triste y desanimada. A Papá le es muy difícil negarle algo a Mamá. Sonríe. Se levanta y se sienta a su lado. La atrae hacia así con un abrazo y le da dos besos: uno en el centro de la frente, el otro en la raya del cabello. -Ya veremos- Ya verían. Fade out. La siguiente secuencia se ubica varios meses después, y comienza con un extreme close up a la mirada perdida y adormilada (ojos claros) de un niño de siete años, la toma abre y podemos ver que este niño tiene corte escolar, es un poco obeso y lleva el uniforme de su escuela (suéter rojo, camisa blanca, pantalón azul marino y zapato negro de agujeta). Está sentado entre dos mujeres muy obesas, la Tía Carmen y la Tía Sandra, que platican de la nueva novela de Fernando Colunga como si no estuviese el de por medio. Están en medio de una sala de espera de hospital. El pequeño Beto lleva esperando en esta sala varias horas. Está preocupado por Mamá, no entiende nada de lo que está pasando. -Lo que pasa es que con la emoción de la llegada de tu hermanito (o hermanita), tu mami se puso un poco mal- Le había explicado (tranquilizadora) la Tía Carmen, la única
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que había contestado a su cuestionamiento- Pero no te preocupes Beto, que enseguida se pone bien. En la sala de espera del hospital todos platican, nadie se está quieto. Algunos ríen contando chistes para alivianar un poco la tensión de la espera, los más están un tanto preocupados y hablan en voz baja. Un grupo selecto acompaña a Papá (El Tío Manuel, el Abuelo, el Dr. Sarmiento y su mejor amigo el Lic. Andrés Jiménez), dándole ánimos y mediante las palabras; intentando tranquilizarlo. Beto se levanta y se dirige hacia donde su primo Martín juega absorto en su consola de videojuegos portátil. -Oye Joaquín, ¿me prestarías… -No- dice sin despegar la vista de la pantalla. Beto vuelve a su lugar, cabizbajo. Se deja caer en el incómodo asiento. En este momento, Beto pide al autor tomar la palabra. -Todo esto es muy raro. Era un día como cualquier otro. Desperté temprano y me bañé y vestí para ir a la escuela. Me metí al pantalón unos cuantos carritos Hot Wheels para llevarlos a la escuela y presumírselos a Genaro. Llevé mi favorito, un Ferrari rojo Formula Uno (así lo llama Papá). Vi Cartoon Network mientras desayunaba un tazón de Choco Krispis. Aquí me regañan. Dicen que no debo decir el nombre de las marcas, solo que sea imprescindible (¿Qué es imprescindible?). -Significa que solo que sea muy necesario. Estos contadores que lo saben todo, hasta los pensamientos de los personajes. -Narrador es la palabra correcta. Y lo sabemos todo porque somos omniscientes.
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Ajá. Volveré a decirlo: Me desperté, bañé, vestí; tomé unos carritos y los metí en mi pantalón. Desayuné un tazón (así se le llama a esos platos) de cereal de chocolate mientras veía caricaturas. Papá me llevó a la escuela en su auto, como siempre lo hace. La clase de español es la que se me hace más fácil. La profe Tere a veces se equivoca al escribir algunas palabras. Le enoja que se lo diga frente a mis compañeros. No es que yo escriba muy bien, pero cuando Papá me corrige un error no vuelvo a cometerlo. Hoy aprendimos a restar. Restar es cuando un número le quita a otro, haciéndolo más pequeño. No entendí muy bien cómo hacerlo. La profe dejó algunas restas de tarea. No me gusta la tarea. Quita tiempo para jugar futbol con mis vecinos y de ver Bob Esponja (perdón) en la televisión. En el recreo jugué con Genaro y mis carritos. En la escuela no juego futbol porque nunca me escogen por chaparro y gordo. Una vez le pegué a Fernando por llamarme marrano. La maestra habló con el director y el director con mis padres. Mamá me regañó. Papá, cuando Mamá se fue al mandado, me dijo que estaba bien lo que había hecho, que no debía dejarme de nadie. Mamá le había puesto mayonesa a mi sándwich otra vez. Genaro me la cambió por su burrito. Es mi mejor amigo. Julián pasó por mí y me llevó a la casa caminando. Papá estaba muy ocupado en la oficina. Seguramente sus superiores le habían ordenado hacer algo muy difícil. Papá dice muchas groserías en casa, cuando habla de ellos. Mamá siempre le dice que intente no decirlas en la mesa, cuando estamos comiendo. También le dice seguido que debería
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renunciar, abandonar su trabajo. Papá se la piensa, siempre llegando a la misma conclusión: no hay trabajo. Es una bendición tener uno estable. Tan pronto Julián me dejó en la puerta de la casa, se fue a casa de su amiga Yolanda. Yo creo que le gusta y que quiere que sea su novia. Por eso canta tanto cuando se baña. Yo no sé porque la gente canta en la regadera o en el carro, pero no lo hacen cuando es momento de hacerlo o cuando se les pide. Los adultos son algo raros. Salude a Mamá, que preparaba la comida. Me pidió que le pasara una cazuela del cajón de abajo, ya que su barriga no le permite agacharse bien. Me senté en el comedor, a dibujar en las páginas de atrás de mi cuaderno de matemáticas, de esos de cuadritos. A Mamá no le gusta que raye los cuadernos, pero no dijo nada. FLASHBACK Beto termina de ponerse el pijama. Han pasado algunos días desde que sus padres leyeron la carta a Santa Clos, en una clara muestra de irrespeto por la privacidad de las cosas, ya que no iba dirigida a ellos. Sus padres dicen que Santa no habría accedido a tal pedido. Eso aún tiene algo molesto a Beto. Mama lo observa sentada desde la cama de Julián, vacía y distendida como es lo usual. La relación de Julián con sus padres no es de las mejores, por lo que este opta por no dormir en casa algunas noches. Beto se acuesta en su cama, Mamá lo cobija y le da el acostumbrado y tradicional beso en la frente. Le acomoda la almohada. Se da cuenta que Beto tiene aún algo que decir o preguntar, pero no le invita a realizar la pregunta o el comentario, ya que no sabe si estará preparada para responderle.
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Mamá camina hacia a la puerta y en el umbral da media vuelta y se detiene, colocando el dedo sobre el interruptor, lista para bajarlo. -Buenas noches, Alberto. Beto se incorpora en la cama. -¿Mamá? -¿Si, Beto?- dice Mamá, un poco decepcionada ya que esperaba evitarse la pregunta. -En serio que quiero un hermanito. Mamá baja la mirada como si en sus zapatos fuese a hallar la mejor respuesta. Da el Gran Suspiro, el que siempre da cuando va a negarle algo a Beto. La respiración de Beto se agita, intenta aguantar el llanto ante la inminente y desalentadora negativa. -Es que no es tan fácil, Betito. -¿Por qué no? ¿Son muy caros?- pregunta Beto, reprimiendo (mal) el llanto. La cara del pequeño se ilumina momentáneamente- Si quieres te puedo dar todo lo que tengo en mi alcancía. -No Beto, los hermanitos no se compran, tienes que mandarlos pedir- dice Mamá mientras se acerca a la cama, se sienta y entrelaza sus dedos largos en el escaso cabello de su hijo. -¡Pero si ya se lo pedí a Santa Clos! ¿! ¿¡Por qué no puede dármelo!?- Exaltado. -Es que no es Santa Clos quien se encarga de los niños- dijo Mamá- debes de pedírselo a la Cigüeña. Beto pensó (y así lo expresó) que era un nombre muy feo para una mujer. Mamá rio. -La Cigüeña no es una señora, mi amor, es un pájaro.
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Comenzó la explicación. El Cuerpo de Cigüeñas tiene como sede la Ciudad Luz, que para quien no lo sepa, es una de las maneras en que se conoce a la capital francesa (París). Cuentan con oficinas y con su propia fábrica de bebes. Esta asociación aviar tiene como propósito el reparto de bebés a toda familia en el mundo que así lo requiera. Claro, que para ello existen ciertas formalidades (obstáculos, piensa Beto), requisitos que deben cumplirse, como el que exista una pareja (Como Papá y Mamá), que estos puedan proveer al bebé de todos los servicios que este pueda necesitar y por supuesto, es necesaria llenar una solicitud y muchos cuestionarios, así como una carta remitida a París, donde los miembros de la familia adoptante expondrán los motivos por los que desean un bebé. La junta directiva del Cuerpo de Cigüeñas revisará la solicitud y deliberarán acerca de si la familia en cuestión es apta para recibir un bebé. Si se resuelve positivamente, se comisionará a una de las miles de cigüeñas en nómina para que transporte al bebé correspondiente hacia su nuevo hogar. A las familias no les es permitido escoger si recibirán un niño o una niña. Las cigüeñas son bastante ortodoxas. El Cuerpo de Cigüeñas es una asociación existente desde tiempos inmemoriales. Por lo mismo, la tradición de que una cigüeña transporte a un bebé desde París por sí misma es incuestionable. Nada de paquetería por avión o por barco. Sería indignante para esta respetada asociación. Sumando el tiempo de fabricación del bebé y el largo viaje en cigüeña desde París a cualquier lugar del mundo, se obtiene un tiempo aproximado de nueve meses. Las cigüeñas tienen como aeropuerto los hospitales. Deben entregar el paquete
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a médicos especializados encargados de hacer el chequeo de rigor para ver si el bebé viene en buenas condiciones después del largo viaje aéreo. A este procedimiento se le llama Control de calidad. Los médicos entonces llaman por teléfono a los que serán la nueva familia del recién llegado para que lo recojan en el hospital correspondiente. Las cigüeñas consideran esta ocupación como su rol dentro de la naturaleza, y lo consideran un deber, tan importante como el de la polinización llevada a cabo por las abejas, primordial para la flora. Es por esta razón que el servicio que dan estas aves a la comunidad es gratuito. El único gasto durante el proceso es el de envío de la carta a París. Fue una explicación muy ilustrativa para Beto. Quedó estupefacto. -Entonces… ¿Debo escribir una carta a las cigüeñas?- pregunta Beto, titubeante. -Sí, eso deberías hacer. Beto se sentó al día siguiente a la mesa. La hoja se mantuvo en blanco a excepción de la fecha (abreviada, of course) y el saludo: Queridas sigüeñas: Claro, debía comenzar halagándolas un poco. “El hablar bonito abre muchas puertas y piernas” le dijo Julián en una ocasión. No pudo escribir nada más. Decidió que Papá escribiría una carta mucho mejor. En la tarde en cuanto llegó del trabajo, le pidió que lo hiciera. Papá dijo que la haría en la oficina, a computadora. Beto se puso muy feliz. Con tanta formalidad no habría forma en que las cigüeñas pudiesen negarse. Mamá explicó a Beto que la encargada en llevar la carta hasta a París sería una paloma blanca del servicio postal (¡estas
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aves asociadas!), por lo que la respuesta tardaría varios meses en llegar. A pesar de esta explicación, el ánimo de Beto decaía con cada día que, al ir a revisar el buzón, solo encontraba los recibos a pagar de los servicios públicos. Hasta que una tarde, después de la comida, Papá y Mamá llamaron a Beto y Julián para darles la noticia. Se veían tan felices como Beto. Julián, indiferente. Cuando Beto pidió ver la carta de la cigüeña, Papá le informó que –convenientemente- la había perdido. Fue una lástima. Beto se quedó con las ganas de ver cómo sería la caligrafía de las aves. FIN DE FLASHBACK Beto termina su dibujo y lo mira orgulloso. Tiene un pájaro enorme en pleno vuelo, con un bebé a cuestas, volando entre edificios. Lo ha titulado: SIGÜEÑA. Es más o menos como el siguiente:
Mamá cocina. Tiene siete meses de embarazo. Luce una panza prominente. Beto cree (porque así se lo dijo Papá) que es por nervios. Las mujeres comen mucho cuando están nerviosas. Y Beto pudo comprobarlo: han sido varias
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las ocasiones que ha sorprendido a Mamá engullendo cosas que saca con la mano directo del refrigerador, o tomando leche o jugo directo del envase. En casa de Beto no hay cosa tal como la justicia: Mamá regaña a los tres por hacer cualquiera de esas cosas. A Mamá ni pensar en decirle nada porque anda algo voluble y malhumorada. El estrés es por la próxima llegada de tu hermanito -dijo Papá que parece tener respuesta para todo- quiere recibirlo de la mejor forma posible, para que se sienta bienvenido. Luego se le pasará. Papá soporta los gritos de Mamá con estoicismo. Total, Mamá termina por sentirse mal por andar tan gruñona y después está encima de él pidiéndole perdón por su comportamiento previo, con lágrimas en los ojos: -Está bien, te perdono mi vida- le dice Papá, ya un tanto enfadado. Suspira el Señor de los Suspiros. -Perdóname, no quise ser tan grosera contigo, me porté muy feo- replica María Magdalena, sin comprender que Papá no le guarda rencor alguno. Hay veces en que a Mamá le sobreviene un mareo. Se levanta (salta) del sillón donde reposa, fatigada por el quehacer y la rutinaria vida del hogar, corre (Papá le regaña) al baño y vomita en el excusado. La mayoría de las veces logra llegar hasta ahí, cuando no lo logra y mancha el piso y su ropa (holgada) con un vómito amarillo; llora. Se deja caer de nalgas al piso y comienzo a llorar, entrecortado e inhalando largamente. A Mamá esto del nuevo miembro en la familia le ha pegado bastante. Papá se le acerca (despacito) e intenta tranquilizarla, hablándole quedito y alternando sus palabras con tiernos besitos (los diminutivos son de Beto): tranquila, no pasa nada, no es tu culpa, etc. Después,
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pasando sus manos por debajo de las axilas de Mamá la ayuda a incorporarse. La lleva a la habitación que comparten, le cambia de ropa y le dice que ni pensar en que ella va a limpiar el vómito que acaba de dejar a medio pasillo. La respiración de Mamá comienza a normalizarse tan solo para seguir llorando con nuevos bríos. Pasará lo menos una hora para que se tranquilice por completo. -¿Qué estás haciendo, Beto?- pregunta Mamá restando un poco de atención a sus guisos para posar la mirada en su hijo. Éste cierra su cuaderno de golpe para que Mamá no vea su dibujo. Le daría algo de pena, porque dibujar es de niños pequeños y el ya es “todo un hombrecito”. -Estaba haciendo mi tarea de matemáticas- miente, astutamente, cree el. La verdad es que Beto titubea al mentir. -¿Estás seguro?- Beto asiente como respuesta. Mamá arremete- A mi me da la impresión de que me estas mintiendo. Quiere hacerlo confesar. Beto agacha la cabeza. Busca la página donde apuntó las restas que dejó de tarea la profe Tere. -¿Ocupas ayuda con eso?Beto ni siquiera levanta la mirada, escrutando los números. -¿Por qué no te vas a tu cuarto a hacer eso?- sugiere/ordena Mamá. Beto vuelve a cerrar su cuaderno, indiferente. Lo coloca bajo su brazo y sale corriendo de la cocina a su cuarto. Mamá sonríe, después, un dolor en el bajo vientre le cambia la expresión por completo. Se lleva las manos a esa parte de su fisionomía. Seguimos con un tracking a Beto por el pasillo, hasta que entra a su cuarto. Se quita los zapatos de dos patadas. Son media talla más grande. Lanza el cuaderno a la cama y
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posteriormente se lanza el mismo, rebotando en el colchón y pegándose en el codo con la pared. Se aguanta las ganas de llorar. Los hombres no lloran, nomas pujan, le ha dicho su tío Toño cuando lo ha visto llorar. Le cae mal. No puede evitar que aflore una solitaria lágrima. El cuarto dividido en dos polos opuestos. Un lado (el derecho cuando se entra), con una cama pulcramente tendida y posters de luchadores y caricaturas. La otra cama (lado izquierdo), distendida y con ropa encima. En la pared, afiches de autos y mujeres exuberantes en traje de baño en poses por demás sugestivas. Cuando se le pasa el dolor, abre su cuaderno y comienza con las restas. No ha entendido esta nueva y básica operación. Usa sus dedos para estas restas mínimas. Insulta a la profe Tere desde el seguro anonimato de su cuarto: -Estúpida profesora. Sonríe, con la satisfacción de perpetrar un acto prohibido, condenado. Porque no hay nada como hacer lo prohibido, como pasar por alto esa merma a nuestra libertad. En ocasiones, cuando Beto está enojado con alguien (quien sea), se encierra en el baño para decirle groserías y desearle males a dicha persona. No susurra ni alza la voz. Con su tono típico de voz. Las paredes amplifican sus palabras y el eco se hace presente repitiendo la última silaba dicha. Estúpida (da). Rara vez dice palabras más fuertes que imbécil, estúpido o tonto. -Estupidaestupidaestupidaestupidaestupidaestupida- dice de corrido. Deja la tarea por la paz y enciende el pequeño televisor que tienen Julián y él en el cuarto. ¿Qué caso tiene tener
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televisión de paga con más de 50 canales, cuando solo tiene tres de “caricaturas”? Y caricaturas entre paréntesis. Lo único que tienen en su programación son series (no animadas) para niñas rozando la pubertad. Beto permanece inmutable haciendo zapping con el control remoto. No pasan dos segundos del canal de noticias cubriendo la manifestación estudiantil cuando ya cambió al siguiente canal. Escucha un grito, proveniente de su misma casa. Deja de presionar el botón ?. Una película de Arnold Schwarchcomoseaqueseescriba. Miró hacia la puerta, entreabierta. Explosiones y lluvia de plomo en la pantalla. Un sollozo. De mujer. De su madre. Beto se queda sentado, absorto. Un nuevo grito que le llama: -¡Beto!Salta de la cama, y corre a través del pasillo. Lo seguimos tan rápido como podemos pero llega antes que nosotros a la cocina, apenas por un par de segundos. Cuando llegamos contemplamos la misma escena que ha paralizado en el marco de la puerta al pequeño Beto: Su madre, apoyada en una repisa, llora. Sus rodillas flexionadas, encarándose; rozándose. El vestido holgado pegado a sus muslos, empapado. A sus pies, un charco abundante de agua. ¡Se ha hecho encima! Pensaría después Beto. En este momento no puede pensar nada. Se encuentra ofuscado, lívido. Mamá aun no se da cuenta de que Beto la observa a un par de metros. Vuelve a llamarlo por su nombre con un grito mientras voltea hacia la puerta, topando su mirada con la de Beto. -¡Llama a tu padre!- sin bajar la voz. Beto continúa paralizado en la puerta.
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-¡Rápido!Beto sale del trance y sin dejar de dar un último vistazo al charco de agua que circunda los pies de Mamá corre hacia la sala. Marca tres veces antes de acertar el número de la oficina de Papá. Adelantamos un poco la narración a: Sala de Hospital. Interior. Noche. Beto continúa sentado donde la secuencia anterior. Se le ve incómodo, somnoliento. La sala de hospital está ahora más atiborrada y silenciosa. Ya han pasado muchas horas desde que Beto y sus padres llegaron al hospital. Papá se paso varios altos y se estacionó en doble fila. A mamá la subieron en una silla de ruedas y una enfermera se la llevo a través de una enorme puerta doble. Papá llamo a Julián por teléfono y este llegó al poco rato. Las demás personas comenzaron a llegar paulatinamente Beto tiene hambre y sueño. Le duele el estomago hasta el punto de las lagrimas. Tiene miedo también. No entiende porque Mamá debe permanecer hospitalizada. ¿Estará muy enferma? No le gustan los hospitales ni los doctores. Los hospitales huelen raro. En los hospitales la gente se muere. Siempre pasa en las películas y en las novelas que tanto le gustan a su tía Sandra. No sé porque les gustan si son tan aburridas y siempre las hacen llorar. Papá dijo que Mamá se descompuso (¿Cómo el carro?), porque hoy llega mi hermanito. Pero eso no puede ser. Aún faltan dos meses para que eso pase. Incluso Beto lo ha apuntado en su calendario. Papá le ayudo con eso: 9 meses son 270 días. Beto conto día por día: sabía con seguridad que su hermanito debía llegar el 22 de Abril, el mes del Mustang azul eléctrico, no éste 24 de febrero, mes del Impala negro.
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Papá está muy nervioso. Con la camisa desabotonada, la corbata floja, en mangas de camisa. Despeinado y sudoroso. Gotas de sudor que perlan sus labios y su frente. Mueve el pie de arriba hacia abajo, arrítmicamente y tomando un ritmo determinado por breves intervalos. Igual que cuando ve los partidos de su equipo de futbol favorito. Tíos, el abuelo, el padrino de Beto, sus amigos y demás hombres le rodean. Se miran unos a otros sin decir nada. Solo ahí, parados a su alrededor, igualmente nerviosos y sin nada por decir. Esa puerta doble y enorme, de donde salen y entran enfermeras, doctores y enfermos en camillas, se abre y sale una enfermera muy joven y muy bonita. Rubia y de piernas muy largas. Camina hacia donde está Papá atrapando la mirada de todas las personas en la sala. Se escuchan susurros (cuchicheos) a su paso. Comienza a hablar con Papá que tan solo contesta con monosílabos o asintiendo. Los demás hombres asienten a un mismo tiempo, siguiendo a Papá. Todos se ven preocupados, serios. ¿Le estará pasando algo a Mamá? ¿O a mi hermanito? Me levanto y camino hacia donde esta Papá. -…debido a estas complicaciones, no queda más remedio más que recurrir a cesárea, pero no tiene de que preocuparse señor Gutiérrez, es un procedimiento de rutina que… -Papá, tengo hambre- tengo mucha hambre. Papá le mira incrédulo. Le enoja mucho que le interrumpa cuando habla con adultos. Esta vez no se enojó, simplemente puso esa cara de “en otro momento”. -Ve a sentarte por favor- es su única respuesta. Mi padrino me toma del brazo y me aleja algunos pasos de allí. Me da un billete verde de doscientos pesos.
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-Que tu hermano te lleve a comer algoLa calle, fuera del hospital. Exterior. Noche. Julián y Carlos fuman un cigarrillo. Aquel; el hermano mayor de Beto, este último; su primo. Llevan el uniforme de su prepa y platican animadamente, desentendidos de lo que pasa dentro del hospital. Miran constantemente hacia la puerta del hospital para no ser descubiertos por algún miembro de la familia. En realidad, varios familiares se hacen de la vista gorda, pretendiendo ignorar que los primos fuman. Los demás lo sospechan. Julián habla animadamente, haciendo pequeñas pausas para darle una calada al cigarro o para expulsar el humo azulado. -Total, acepto ir al cine. La película estaba de la mierda. La morra se andaba haciendo pendeja… “No me toques ahí, Julián, yo no soy como las demás” y no sé qué tantas mamadas más… Pinche vieja como la hizo de pedo. Al final bien que se dejó… Es más, ¡era yo el que no me la quitaba de encima!A Carlos le dio mucha risa la aguda imitación que hizo Julián de la voz de Vanessa, su nueva conquista. Julián sigue con la mirada el humo que acaba de exhalar. Mantiene la mano en que sostiene el cigarrillo cerca de su rostro, entre sus dedos índice y corazón, en actitud de galán del cine de oro estadounidense (hollywoodense, ¿de dónde más?). Hace amago de continuar con su perorata. -No güey, que mientras estábamos en eso… -Ahí viene tú carnal- dice Carlos, interrumpiendo. Deja caer el cigarro y lo aplasta con la suela del zapato. Julián lo imita. Beto llega hacia donde se encuentran su hermano y su primo. Abre la boca para decir algo y la cierra antes de emitir sonido alguno.
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-¿Cómo estás Betito?- le pregunta Carlos. -Muy bien Carlos, ¿y tú?- dice Beto, adquiriendo confianza. -¿Qué chingados haces aquí? ¿Qué quieres?- le cuestiona Julián, agresivo. -No seas mamón güey, es tu hermano- le reprime Carlos, dedicándole una mirada asesina. Julián escupe como respuesta al regaño. Molesto. Carlos se dirige a Beto (dócil): -¿Qué haces aquí, Beto? -Estoy aburrido. No hay nada que hacer adentro. Tengo hambre. -¿Y qué quieres? ¿Qué te demos de tragar o qué?- Julián arremete. Carlos le dedica la misma mirada de hace unos segundos. Hasta a punto de decirle algo a Julián cuando es interrumpido por Beto. -Pues- dice mientras busca en su bolsillo- tengo esto. Extrae el puño del pantalón escolar y muestra el billete de doscientos pesos. Julián mira incrédulo, codicioso el billete. Los tres cruzan la calle para comer hotdogs. Julián se queda con el cambio. Una vez satisfecha su necesidad de alimento, Beto se da cuenta del frío que hace afuera. Comienza a tiritar. La verdad es que el suéter escolar nunca le ha protegido lo suficiente de las bajas temperaturas. De manera innecesaria hace del conocimiento de Carlos y Julián lo helado del clima. -Hay que meternos güey, la neta que si hace un chingo de frío- le dice Carlos a Julián. -Otro pinche joto- dice Julián, mal disimulando el frío que tiene, encaminándose (tomando delantera) hacia la entrada
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del hospital mientras habla- Vamos a meternos pues, pinches mariquitas. Entran al hospital. Me acerco cuidadosamente y sin hacer ruido hacia Martín, para que no se dé cuenta de mi presencia antes de tiempo. No se da cuenta de que me siento a su lado, idiotizado (cómo dice el abuelo) en su videojuego, al cual no ha bajado el volumen a pesar de los ruegos de mi tía Griselda, su mamá. -Oye Mart… -No. Estúpido Martín. Pasa cerca de una hora. Beto cabecea en un estado de semiinconsciencia en su asiento, más dormido que despierto. Aún es capaz de percibir los ruidos a su alrededor, por lo que se sobresalta cuando el aura de susurros y voceos robóticos por el altoparlante es abruptamente destrozado por un grito de mujer frenética: -¡Es un niño! ¡Es un niño hermoso!- grita esta mujer que acaba de salir de la sala de partos, y que trae un traje idéntico a los usados por las enfermeras y el ginecólogo a cargo del nacimiento del nuevo miembro de la familia Gutiérrez. Esta mujer es la Tía Carolina, hermana de Papá, quien es asimismo enfermera. Ella ha visto nacer a todos sus sobrinos y este no podía ser la excepción. A Mamá le dio pena la primera vez, cuando nació Julián. No le era agradable tener a su cuñada en la sala de parto, viéndola gritar, mientras una cabecita ensangrentada se habría paso a través de sus piernas a la vida. No es que se llevaran mal ni mucho menos. La Tía Carolina es infértil y esta incapacitada para tener hijos. Le encantaría tener un bebé propio mas ha decidido no adoptar.
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Esto Mamá no lo sabía antes del parto de Julián. Durante el parto de Beto no se quejó ni un poco, a pesar de que aún le era incomodo. Ésta vez, con todo y eso de las complicaciones y la cesárea ni cuenta se dio. Beto se queda congelado en su asiento. Se forman dos grupos en la sala de espera: Todos los hombres caminan hacia Papá para felicitarlo, con enérgicas palmadas en el hombro. Las mujeres, sin disimular su curiosidad, se han acercado todas (caminando con velocidad para ser las más cercanas) a la Tía Carolina para hacer preguntas acerca de Mamá y del bebé. El jefe de Papá, que acaba de llegar apenas hace unos minutos, también se le acerca: -Felicidades Gutiérrez- le ofrece la mano y le da un abrazo, momento sin precedentes, ya que del cordial buenos días y buenas tardes nunca habían pasado- ¡que lo disfrutes!- le dice separándose de él y entregándole un sobre blanco, con lo que parece una buena suma de dinero. Papá le mira con ojos desorbitados, ve el sobre en sus manos y después vuelve a posar su mirada incrédula (desconfiada). Termina por sonreír de oreja a oreja. -¡Caray, gracias Don Rubén!- exclama. -No hay de que- dice Don Rubén, sobrio. -¿Tu también querrás verlo?- le pregunta Papá al pequeño Beto, que sin esperar respuesta continúa- Ven acá, tienes que conocer a tu hermanito- le toma de la mano y lo levanta de su asiento. Frente a ellos espera la enfermera. -Síganme por favor- dice dando la vuelta graciosamente, sin despegar los pies del suelo. Se contonea, guiándolos hacia la puerta de entrada a las salas de operaciones. Beto no sabe cuánto tiempo se quedó absorto. En la sala
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de espera todos hablan a un mismo tiempo, en voz alta, jubilosos. Papá y Beto caminan tomados de la mano detrás de ella. Papá hace una seña a Julián, quien dice una última cosa a Carlos y se une a ellos. Atraviesan la sala de espera en la que se hace silencio. Todos clavan su mirada en ellos. La enfermera empuja la puerta y desaparece detrás de ella. Momentos después, la tercia de hombres también lo hace. Llegan a un pasillo largo, ancho y blanco, con puertas a ambos lados. Silencioso. Olor gracioso, característico de los hospitales. A limpieza y esterilización. Enfermeras y doctores hacen recorrido por él, sin siquiera posar su mirada sobre ellos ni por una fracción de segundo, ignorándolos garrafalmente. La enfermera les ha ganado varios metros. Abre una puerta y se mete a una habitación. Cierra la puerta. Al llegar a ésta, los hombres se detienen, sin atreverse a pasar ésta última barrera. Están visiblemente nerviosos. Se miran unos a otros. Respiran entrecortadamente. Pasados unos segundos, la enfermera se asoma. -Ya pueden pasar- susurra y posa su dedo índice sobre sus labios, indicando silencio. Entran a la habitación. Mamá está en la cama, incorporada, con un bulto envuelto en mantas entre sus brazos. Se ve exhausta, pero feliz. En su rostro hay una sonrisa apenas pronunciada. Al lado de la cama hay distintos aparatos y maquinaria de hospital. En una pantalla puede verse el ritmo cardíaco de Mamá. Mamá se percata de la presencia de su familia. Sonríe aun más. Papá da unas zancadas veloces y se coloca a su lado. Julián se le une. Ambos extasiados, viendo al nuevo miembro de la familia. Lo acarician. Papá
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HÉCTOR ORTIZ
besa a mamá. -¡Es… ¡Es hermoso mi vida!- grita Papá aguantando las lágrimas. La enfermera molesta por el desacato a su indicación. Incluso Julián palidece, enternecido por la visión de su nuevo hermano. Acaricia el bulto en manos de Mamá levemente. Beto tan solo observa. No imaginaba que fuese a ser tan pequeño y frágil. Mamá centra su atención en Beto. -Acércate Beto, ven a conocer a tu hermanito. Beto titubea. Da un paso. Se detiene. -¡Ven, sin miedo!- le anima Mamá Beto avanza. Sus pasos resuenan en el silencio expectante, sobre las blancas baldosas. Se detiene a la izquierda de Mamá, al lado de Julián. -¡A poco no es hermoso!- se emociona Mamá Beto observa sorprendido el bulto que Mamá sostiene entre sus brazos. Entre las mantas, Mamá sostiene con delicadeza un plato blanco de porcelana. -¿Qué esperas? Acarícialo, ¡anda!Beto acerca su mano y la detiene a milímetros del plato. Su mano tiembla. -¿Qué sucede Beto?- Mamá preocupada. -¿Y si le hago daño?- Pregunta Beto, inocentísimo. Mamá sonríe, enternecida. -No pasa nada. Vamos, acarícialo… con delicadeza. Beto comienza a acariciarlo, lentamente. Julián posa sus manos sobre los hombros de Beto y le da un ligero apretón. Todos se acercan mucho, para estar cerca del plato. Beto continúa acariciándolo, mecánicamente, ensimismado. Beto toma la última palabra, que le corresponde como
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protagonista principal. No puedo esperar a que Tomás crezca (así hemos decidido llamarlo). Tengo tantas cosas que hacer con él. Le enseñaré a leer y dibujar, jugaré con él y lo voy a querer mucho. Vamos a ser los mejores amigos. Me pone muy contento tener un hermanito. Sé que también conlleva responsabilidades. Ya me hice a la idea: seré yo quien lo talle con una esponja y lo enjuague con agua tibia, para que quede blanco, blanquísimo. Espero que éste suceso nos una mas como familia, vaya que nos hace falta, con Papá y Julián siempre fuera de casa (cuando está no hacen más que gritarle) y Mamá siempre limpiando o cocinando. Si, Tomás será la solución. Con Tomás seremos una familia (¿o vajilla?) más feliz y completa.
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Notas. Referencia de La invensión de Morel por Adolfo Bioy Casares, mencionado en Seremos Eternidad.
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