¿Quiénes Somos? Directora Editorial Karla Patricia Martínez Gómez karluski@linotipia.com
Consejo Editorial Alejandro Pichardo, Ana Lilia Hurtado, David Cruz, Salvador Márquez y Luiz Lazcano
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Linotipia, número 1, Junio 2013
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Linotipia Airlines Asiento
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Hora
Pase de abordar PĂĄgina 8
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p .40 o g n a d n y Fuel Fa a s A s o ic n Esquizofòo
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Leer:
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Di su nombre man de Franciscyo Gold ghai Mis dias en Shan de Aura Estrada
Entre reinas y peones
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Linotipistas Laura LAzzarino Nació en San Nicolás, Argentina hace 27 años y es Licenciada. en Turismo y Hotelería. La primera vez que sintió una curiosidad real por salir a conocer el mundo fue más o menos a losn15 años cuando las clases de inglés se mezclaban con los mapas. Su primer viaje con el Salmón, su mochila, fue a los 23 y desde ese momento supo que ya no había marcha atrás: estaba comenzando a tachar lugares de su lista. En la actualidad viaja por el mundo junto a Juan, su pareja, con varios proyectos a la vez. Quieren retratar la hospitalidad de los pueblos, compartir su experiencia con eventos educativos y, claro está, nunca dejar de escribir.
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Sergio Rodríguez Blanco Escritor de no ficción. Ensayista, periodista y crítico. Un flaneur en busca de sentido entre los fragmentos que se esfuman de la lógica. Colabora en Gatopardo, Reforma y el Malpensante. Nació en Madrid, España hace 34 años y se naturalizó mexicano en 2004. En 2009 recibió el Premio Nacional Bellas Artes de Literatura Luis Cardoza y Aragón para Crítica de Artes Plásticas por su ensayo Alegorías capilares, texto inspirado en los dibujos elaborados únicamente con cabello humano por el artista mexicano Gabriel de la Mora.
ADrian Chavez Mexiquense o chilango, dependiendo el día de la semana. Es intérprete, pero la cabina le da claustrofobia inspiracional; por eso también estudia Letras Hispánicas en la UNAM, lee como si la gente no existiera y es un metiche en el transporte público. Es escritor para no hacer cosas peores, y tiene también otros defectos sociales: llega tarde a sus citas con tal de no dejar un capítulo leído a medias y a veces se pasa de las paradas de camión. Por ahora divide su tiempo entre la narrativa y un estudio sobre la sospechosa relación de sus mejores cuentos con la ingesta de café.
Karla Martinez Gomez Cuando tenía 15 años tomó una clase de fotografía. Quiere vivir en Lisboa. Su palabra favorita es patrañas. “Suena divertido”, dice.
Gabriel García Marquez “Yo, señor, me llamo Gabriel García Márquez. Lo siento: a mí tampoco me gusta ese nombre, porque es una sarta de lugares comunes que nunca he logrado identificar conmigo. Nací en Aracataca, Colombia. Mi signo es Piscis y mi mujer es Mercedes. Esas son las dos cosas más importantes que me han ocurrido en la vida, porque gracias a ellas, al menos hasta ahora, he logrado sobrevivir escribiendo. Soy escritor por timidez. Mi verdadera vocación es la prestidigitador, pero me ofusco tanto tratando de hacer truco, que he tenido que refugiarme en la soledad de literatura. Ambas actividades, en todo caso, conducen a único que me ha interesado desde niño: que mis amigos quieran más.
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En mi caso el ser escritor es un mérito descomunal porque soy muy bruto para escribir. He tenido que someterme a una disciplina atroz para terminar media página en ocho horas de trabajo. Peleo a trompadas con cada palabra, y casi siempre es ella la que sale ganando. María Jose NAvia Escribe y lee insistente e insaciablemente. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Chile, Master en Humanidades por la Universidad de Nueva York y actualmente estudia un doctorado en Literatura y Estudios Culturales en Georgetown University. Publicó su primera novela SANT (Incubarte Editores) en Julio del 2010. Actualmente está terminando su segunda novela Lost and Found/ Objetos Perdidos y su primer libro de cuentos anda ahora en busca de editorial. (Le deseamos un buen viaje)
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yo fuera una ciudad, sería Lisboa. La primera vez que la vi pude reconocerme al instante hecha calles y veredas. Los balcones colgando de la ropa que cuelga de los balcones. Los adoquines en el suelo como estrellas dormidas. Las persianas abiertas a las sombras internas. El otoño dorado flotando en el aire. Las farolas, las subidas, la nostalgia. Sobre todo la nostalgia. Vi en Lisboa una mujer triste con un velo de melancolía y misterio que me atrapó desde el silencio. Vi una versión de mi misma que creía olvidada. Y me enamoré de ese reflejo de casas viejas y lamentos filtrados en las rendijas. Y la huella no la dejaron mis suelas gastadas, sino que fue a la inversa: mi alma nueva quedó marcada por estas vías taciturnas y hermosas. De mi corazón a mis pies, y de mis pies hacia mí. La premisa con la que había llegado era perderme bajo el mando de mis propios pasos. No estaba sedienta de historia ni de mapas. No quería ver lo que hay que ver en Lisboa, porque algo me decía que toda la ciudad era un espectáculo silencioso y constante. Mantenerme al margen de fechas y de datos sería como devolverle la virginidad a mis ojos; permitirles descubrir aquello que otros ya habían visto hasta el cansancio, con la alegría propia de quien ve por primera vez. Vedadas entonces las guías de viajeros y las fotos ajenas. Quería llegar con el cuerpo en blanco para cargarlo de sensaciones. No sería yo en Lisboa, sino más bien Lisboa en mí.
El primer sitio en que pude encontrarme en Lisboa fueron los balcones. Siento por ellos una especial atracción, porque en mí viven miles. Vistos desde afuera, estas ventanas-puertas son como mirillas pequeñas que develan apenas una parte de un todo interior. Desde adentro, abren horizontes y revelan misterios. El mundo siempre se ve distinto desde un balcón. Tal vez por eso, mis primeros recuerdos de Lisboa son mirando hacia arriba. Hallo un deleite único en aquellas ciudades que le dan al cielo una aparente ciudadanía. Me gusta confiar en las raíces de mis pies, echar la nuca hacia atrás y dejar que mis ojos se escapen volando. La ropa tendida es otro de los encantos. Encuentro mucho romanticismo en esa privacidad flameante que cuelga de las ventanas. Por momentos (o por zonas), las sogas parecen prohibidas y los azulejos que decoran las paredes se adueñan del protagonismo, con una elegancia soberbia. Pero dos esquinas más allá, la ciudad arroja su intimidad con un frenesí incontrolable cargado de colores. Aquello mismo que avergonzaría a los vecinos mostrar en público, pende de las ventanas con total falta de pudor. Pienso que cada prenda es una suerte de código con que los lisboneses gritan sus verdades a la población que camina por debajo. ¿Y quién acaso no tiene esos momentos de sinceridad absoluta y sin reparos? ¿Quién no gritó a los cuatro vientos, así fuera con metáforas o llaves secretas, aquello que ya no podía callar en sus adentros?
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Lisboa era yo Por Laura Lazzarino
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“Lisboa pedía el poema mejor, lala mirada más tierna, flores, la voz, sangre más joven de mi corazón Lisboa era el tiempo, Lisboa era yo.”
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Lisboa grita sus penas con ropa tendida. Lo hace con melodías de fados desconsolados como cantos de sirenas; con graffitis insolentes a la vuelta de la esquina. A veces baja, se arrodilla en el río y mira al infinito desde Belem, puerto testigo de la partida de sus barcos. Su reflejo le habla de vidas pasadas que duermen en cada una de sus arrugas y soledades. Otras, sube sin cansarse a contemplarse desde arriba. No se amarga por sus paredes descascaradas por el paso del tiempo. Son cicatrices orgullosas como escudos. Sabe, como yo sé, que su hermosura no resplandece a primera vista, pero que ahí está para quien quiera encontrarla. Rebasa belleza ese sórdido aislamiento. La exquisitez es algo para pocos. Tal vez por eso, si yo fuera una ciudad sería Lisboa, sin las glorias de París ni el desparpajo de Roma. Prefiero brillos ocultos bajo la sombra que las luces de antesala.
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Hallé en Lisboa a muchas Lauras. En las esquinas de Alfama sobrevivientes al terremoto de 1775, desenterré los más estoicos retazos de mis propia historia. Imagino que así como estos edificios vieron convalecer a sus vecinos-hermanos, mi amor por los viajes permaneció firme ante el paso de huracanes de cambios. Hoy se lleva la gloria de ser mi barrio más antiguo. En las ruidosas y cotidianas calles de Mouraria, sentí saudades de otras vidas, (¿quién no ha deseado, acaso, vivir más de una?), melancolía desde el deseo de quebrar con la distancia, de acercar aquello que duele desde lejos, con la temible sospecha de que ya no volverá. Desde sus ventanas, palabras inentendibles se perdían en el viento, que perfumaban de aceites los pasillos de lo alto, las sábanas que se mecían como bambalinas del cielo. Como podría haber imaginado de antemano, mis días en Lisboa me supieron a poco. No quise irme, y prometí a volver. El tiempo es volátil cuando los pies no se cansan, cuando los ojos quedan fijos ante el resplandor. La lluvia furiosa me dio la despedida. Puede que tal vez yo también llorara para mis adentros.
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Cuatro Horas con Leonora
Por Sergio Rodríguez Blanco
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soplo frío que suele abrazar los atardeceres de diciembre en la Ciudad de México se había instalado en la atmósfera de la casa. Sentada en una silla de madera, la última pintora surrealista dejó de mirar a la gata que se rozaba dando vueltas alrededor de mi mochila y dirigió sus ojos de 88 años a los míos. Cuatro horas antes, me había abierto camino por la Colonia Roma hacia la casa de Leonora Carrington. Era un lunes 12 de diciembre de 2005 y, quizá por ser la festividad de la Virgen de Guadalupe, una calma fantasmagórica palpitaba en esas calles muy alejadas de la basílica donde peregrinan cada año miles de devotos. La casa de la mujer nacida en Lancashire, Inglaterra, tenía el aspecto de una fortaleza de otro tiempo. Cuando pulsé el timbre, los vaticinios de quienes sabían que Leonora me iba a recibir resonaron en mi memoria como campanadas: “Nunca da entrevistas y es huraña”, “A lo mejor conversa poco porque no domina el español”, “Nunca habla del pasado ni de su pintura, así que no le preguntes de esos temas”. Cuando se abrió la puerta, apareció una mujer espigada, con el cabello gris recogido hacia atrás, y un suéter gris.
–Pase. Llega temprano. En el recibidor, los travesaños horizontales sujetaban un techo pintado de blanco. Un aparato telefónico atestiguaba que ese rincón, presidido por una enorme vasija de la cultura huichol, era el lugar de sus conversaciones a distancia. –La gata sabe que usted ha llegado. No está aquí porque tiene miedo en general a los hombres –dijo Leonora–. A mi marido no, pero él está arriba, en la cama. Luego mencionó algo más sobre Emerico “Chiki” Weisz, un dato sin importancia, pero me hizo darle mi palabra de que no los designios de un padre casi siempre ausente, magnate de la industria textil, y una madre irlandesa venida a más que dejó la crianza de sus hijos en manos de las instilo publicaría. tutrices y de los cuentos celtas de la abuela. Para Carrington, expulsada en su niñez de –Lo aprecio –agradeció–, porque yo tengo varias escuelas de señoritas hasta recibir el sobrenombre de “la ineducable”, charlar era la mala costumbre de decir lo que me también un espacio para ejercer la rebeldía. Ya había demostrado hacía mucho tiempo que no le agradaban los titubeos, los mundos de apariencias ni los protocolos vacíos, y pasa por la cabeza. Y eso no es bueno. mucho menos cumplir las expectativas de otros en contra de su voluntad: por eso su Sonó el timbre, y Yolanda, la mujer que presentación a los quince años en la corte de Jorge v no dio frutos a pesar de los esfuerayudaba a cuidar al marido de Leonora, zos de su madre por emparentar con la aristocracia. abrió a Juan Ignacio, el fotógrafo que me acompañaría el resto de la entrev- Mientras recorría la casa de un salón a otro, el brío de sus piernas parecía negar que ista. Mientras él trataba de robarle alguna “la novia del viento”, como alguna vez la llamó el pintor surrealista Max Ernst, hubiera instantánea, Carrington lo miró de reojo nacido en 1917, igual que la revolución rusa. De pie junto al fogón, con su cigarrillo aún sin encender en la mano levantada, no era tan difícil imaginarla muchísimo más joven, con desaprobación: en el París previo a la gran contienda, en plena relación con Ernst, cuando apareció en –No empiece con eso –le dijo–, no tuve una fiesta disfrazada de diosa romana, ceñida en una sábana de la que pronto se despotiempo de cambiar por ropa bonita, lo que jaría para quedar desnuda ante el gesto boquiabierto de los invitados. Casi setenta años después de ese episodio y de haberse convertido en la musa de los surrealistas, todavía no tengo de todas maneras. quedaba en su anatomía menuda y larga algo de aquella pose envuelta en un torbelEl silbido de la tetera comenzó a templar lino de indocilidad. el aire. Yolanda se apresuró a quitarla del fuego. Una cajetilla de Kent apareció Se puso el cigarrillo en la boca, acercó una llama azul a la punta del pitillo y aspiró con lentitud. Con su voz grave, me contó que el día anterior había estado dibujando. sobre la mesa. Después de un año de trajín, escaleras y desvelos a causa de la salud de su marido, una –Hay que dejar reposar el té unos cinco mejora repentina de Chiki la había llevado a retomar los lápices y pinceles. minutos. Ustedes no fuman, ¿verdad? Como los jóvenes de hoy. Yo sí fumo. –No le molesta si fumo –dijo con voz humeante–... En su casa no fumaré. Desde los once años. La mezcla del tabaco y el té modificaron de nuevo el ambiente de la cocina. Las cafeterías, coincidencia o no, fueron para ella umbrales en los que su vida cambió de Leonora se había criado en una mansión rumbo. Como aquella tarde de 1936 cuando era una estudiante de arte en Londres y de campo en Lancashire gobernada por la cerveza que le sirvieron estaba a punto de desbordarse, hasta que el dedo de Max
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Leonora contuvo el humo y caminó al otro lado de la estancia. Exhaló una bocanada y hurgó en unos papeles hasta encontrar un periódico de la semana anterior: me lo mostró abierto en una entrevista que la calificaba como un “animal artístico”.
–Yo creo que quien lo escribió se quería hacer el importante. Me enojé. Me parece un poco de mala leche porque en México ser un animal significa otra cosa. Lo que yo quería decir es que somos completa y realmente animales. No sabemos exactamente qué somos. Ustedes no aparentan ser agresivos, aunque usted –se dirigió a mí– como periodista seguramente lo es. –Procuro no serlo. Prefiero conversar –le dije. El cigarro casi se consumía en su mano izquierda, Leonora tenía exactamente la misma posición distraída que en una fotografía de 1946, tomada en la Ciudad de México cuando se casó con “Chiki” Weisz. En aquella imagen también sostenía un cigarrillo con una mano, mientras que los dedos de la derecha se entrelazaban con los de la izquierda de su segundo marido.
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Ernst irrumpió en el momento justo para taparla y evitar que se derramara. Fue un flechazo. Ella tenía 19 años, él 46. En 1937 se fugaría con él a Francia, entraría en el círculo surrealista y su vida abriría un capítulo de arte y pasión hasta que el estallido de la Segunda Guerra Mundial los alcanzara. Años más tarde, en otra cafetería, en Lisboa, su suerte volvió a decidirse. Fue un par de años después de que los nazis capturaran en Francia a Max Ernst, que era alemán. Carrington había viajado a España en 1940 y había estado internada durante casi un año en un manicomio de Santander por intervención de su familia. Cuando la sacaron para conducirla a una nueva clínica en Sudáfrica, el custodio que la acompañaba aceptó que se detuvieran un momento en una cafetería: Leonora fingió dolor de estómago y se escapó por la puerta trasera. Poco después se casó con su amigo Renato Leduc, embajador de México en Portugal, para poder huir de Europa con inmunidad diplomática. Zarparon a Nueva York en 1942 y, tras una estancia breve, en 1943 un automóvil los llevó a México.
La infusión estaba lista. Entre sorbos, me dijo que su interés era sobrevivir, la salud de sus hijos y la de todos los animales, que a diferencia de los humanos son felices porque no se ponen a matar diciendo que es para el bien del mundo. Después retomó el tema del té: le gustaba “tan negro casi como el café”, y lo tomaba para ver si el cerebro funcionaba todavía. “No mucho”, concluyó, y me propuso pasar a otra clase de preguntas. –¿Sueña? –indagué. –Algunas veces, pero no recuerdo ningún sueño en este momento. ¿Por qué pregunta eso, ha estado en psicoanálisis? –Solo me daba curiosidad saber qué soñaba la última pintora de la corriente surrealista. –Yo creo que dar explicaciones de la pintura es un poco gratuito; se intelectualiza algo que realmente no es del mundo del intelecto. –¿Y de qué mundo es? –No sé. Si quiere tengo unos cuadros que le puedo enseñar. Pero no tomen fotos porque está un poco abandonado.
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Más allá de las paredes de la cocina, toda la casa tiritaba. Al fondo de un pasillo se divisaba un cuerpo flaco sobre una cama grande. –Mira –señaló una de sus esculturas amontonadas en el corredor, tuteándome por primera vez en aquella tarde–, el modelo de esta pieza es cera. No parece, pero es. Tócalo. Delicadamente porque se puede caer. Pasemos si quieres. Yolanda, ¿está presentable el señor? Primero entró Carrington. Tras ella, atravesé la frontera del dormitorio y empecé a compartir el oxígeno denso que respiraba Emerico “Chiki” Weisz, el marido de Leonora. Tenía 94 años y una sonrisa como la de los kurós de la Grecia antigua. Sus pupilas, dos esferas con mala vista, me inspeccionaban como un elemento extraño.
–Chiki, mira, vienen a verte –dijo Leono- las mismas que construyeron la célera–. Les estoy enseñando la casa a estos bre “maleta mexicana”, perdida durante jóvenes señores. setenta años: unas cajas de cartón donde permanecieron ocultas las fotografías Esa anatomía casi inmóvil pertenecía a que tomó Robert Capa de la Guerra un viejo fotógrafo que pasaría los últimos Civil Española, encontradas hace poco – años de su vida sin apenas hablar, hasta aunque Weisz ya no lo llegaría a saber– que murió el 14 de enero de 2007, dos en la mansión de un militar que las tuvo años y un mes después de mi visita. Era guardadas a unas manzanas de allí. Capa, difícil imaginar que el cuerpo delgado su compatriota y mejor amigo, era quien que vi entre las sábanas fuera el del judío le había conseguido los documentos húngaro que primero cruzó Europa a falsos para llegar a México. Chiki conoció pie para escapar de la persecución nazi, a Leonora en 1944 durante una reunión después escapó de un campo de concen- en la casa cercana de José y Kati Horna, tración en Argelia y finalmente logró la autora de la fotografía donde la artista arribar al puerto de Veracruz el 1° de sostiene un eterno cigarrillo a punto de octubre de 1942 a bordo del Serpa Pinto, agotarse y estrecha la mano de Weisz. el último barco que partió de Europa rumbo a América. Sus manos, estratégi- Lo saludé. Él solo mantuvo una sonrisa, camente junto al control a distancia de casi ausente, hasta que la cámara de Juan la televisión, se veían aún rollizas. Eran Ignacio, apagada como nos había pedido
Afuera, apretaban contra la ventana las hojas abundantes de una jacaranda que crecía en el patio interno. Desde que levantaron el edificio contiguo, las ramas aprisionadas entre cuatro muros condenaron las ventanas interiores a la penumbra. Sin embargo, la escasez de luz natural nunca fue un problema en el hogar de un fotógrafo que pasó media vida en el cuarto oscuro, y de una pintora atraída por los sortilegios medievales. –¿Quieren ver mis cuadros? Esperen un momentito. Voy a buscar la llave de arriba.
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La única forma de acceder al estudio de Leonora era a través de una escalera metálica de caracol que se rizaba por fuera de la casa. Desde el hueco del patio se elevaban por encima de nosotros las ramas más altas de la jacaranda en busca del penúltimo rayo del día. A pesar de la claridad, la luna ya había salido y le faltaba un gajo en la parte inferior. La pintora observó este detalle con ojos infantiles, como si fuera la primera vez que se percatara de las fases del satélite. –No es llena. Nunca he sabido si está bajando o subiendo. Buscó las llaves en el bolsillo y abrió la puerta del taller, una construcción que no formaba parte de la estructura original de la casa. Aquella fortaleza había sido una imprenta antes de ser el hogar del matrimonio Weisz Carrington, que ya llevaba casi sesenta años viviendo allí. Llegaron a la Colonia Roma cuando su hijo Pablo tenía tres meses y Gabriel poco más de un año. Muy cerca de allí vivía su amiga Kati Horna –húngara como Chiki– con su marido José Horna, un español que tenía terror a los nazis
porque era gitano. Todos los refugiados que llegaron huyendo de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial habían sufrido la severidad de la violencia y no querían recordarla. La misma Leonora, que en Europa dejó atrás a dos grandes enemigos –los nazis y su familia–, pronto encontró un hogar en aquel México donde también recomenzaban su vida todos los que serían sus amigos entrañables: Kati, José, la pintora Remedios Varo y su marido el poeta Benjamin Péret, el director de cine surrealista Luis Buñuel, Wolfgang Paalen y la pintora francesa Alice Rahon La casa de Leonora fue testigo de reuniones en las que casi siempre, como artistas de una vanguardia que se adaptaba a los tiempos, charlaban más sobre la creatividad venidera que sobre la melancolía del pasado europeo. En seis décadas, la casa no había sido remodelada sustancialmente, y el día de mi visita la arquitectura conservaba el aspecto de cueva de druidas que ya tenía desde antes. La puerta del estudio estaba oxidada, pero no chirrió al abrirse. Era un espacio pequeño, pero suficiente para acogernos a Leonora, al fotógrafo y a mí. Un caballete vacío ocupaba el centro. No nos mostró las piezas que estaba dibujando porque, advirtió, nunca desvelaba su trabajo en proceso. En cambio, sacó de un aparador un par de óleos terminados. En el cuadro The White People habitaban seres de anatomías fuliginosas como las bocanadas de sus pitillos. Las presencias etéreas inspiradas en leyendas celtas son un elemento recurrente en la obra que Leonora desarrolló a partir de su llegada a México. En la estabilidad de su casa encontró un lugar propio para profundizar en las ciencias ocultas, el espiritismo, la astrología y la cábala. A diferencia del surrealismo europeo, en el universo de su pintura mexicana se acentúan fragmentos de su memoria y su imaginación, pero buceando en un mundo de referencias a la mística ancestral, la botánica o lo espiritual. El humor también puede rastrearse en sus cuadros. En el segundo óleo que nos mostró, La mesa redonda de los ejecutivos de venta, el juego de palabras se establecía entre el título de la pintura y la imagen, donde unos personajes vestidos con trajes de oficina que parecían pesar toneladas estaban resolviendo un asunto de vida o muerte.
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la pintora, lo despertó. La sonrisa de Weisz cobró vida y sus ojos muy redondos se abrieron aún más, curioseando desde lejos la máquina digital.
¿Usted sabe cual es la diferencia entre la imagen y la palabra? Mire, se puso triste dijo retandome de nuevo. No se han fijado que estas mesas largas se llaman mesas redondas? –dijo señalando a la pintura–. Es tan absurdo como ser un ejecutivo de venta. Horrible. ¿Qué quiere decir “ejecutivo”? Yo no sé. Yo crecí en un convento. Me mandaron para educarme y no me eduqué mucho. No pasé ni un solo examen con más de dos puntos sobre cien. Las arquitecturas tenebrosas que recrean sus lienzos dan fe de que el viaje a Italia que hizo de muy joven, y sobre todo su paso por la ciudad de Siena, influyó en su mirada mucho más que las lecciones de las religiosas. Nos quedamos en silencio y contemplamos ambas pinturas durante un buen rato. Antes de que yo fuera a preguntarle algo sobre su trabajo, sacó su escudo.
–Yo no hablo de mi pintura, en general. ¿Usted sabe cuál es la diferencia entre la imagen y la palabra? Mire, se puso triste –dijo retándome de nuevo. Traté de elaborar una buena respuesta rápidamente y le dije que la palabra a veces busca desentrañar los misterios de la imagen, y que en otras ocasiones, como en el arte conceptual, las palabras son parte de la propia obra. –¿Cuál es el conceptual? ¿El que pone una caja con basura o donde sale un viejo paraguas sin telas, o algo así? Si el arte necesita una explicación, ¿dónde está lo visual? Entonces agregó que pintar, ante todo, le divertía. –Pero también hay lugar para la angustia, un sabor áspero que llega, sobre todo, cuando no encuentro las formas que estoy buscando. –¿El arte tiene que ver con explorar los deseos? –Sí, todos hacemos eso –respondió–. Miró la noche que se nos venía encima y su expresión cambió: nos confesó que se sentía una mujer cobarde y nos preguntó si nosotros también lo éramos. Le dijimos que sí.
Retrato de María Felix (1959) por Leonora Carrington –¿Qué le gusta más de México? –le pregunté. –Me gusta que aquí todavía vive el mito. Hace unas tres semanas volví a visitar el Museo de Antropología. Yo no había ido desde no sé cuándo y me sorprendí. Una tal imaginación. Lo que lamento un poco es que no se ve mucha imaginación en el arte actual, en ninguna parte. No estoy hablando en particular de México, pero no hay imaginación ni cierto conocimiento técnico; parece que eso ya no existe. –¿Se ha fijado en que tengo las manos muy grandes? Extienda la suya.
–Todos tenemos algo de cobardes – sentenció mirando a lo alto.
Atendí su petición y puso su gran palma sobre la mía.
Se acordó de que era una jornada festiva y que muchos peregrinos estarían adorando el lienzo de la Virgen Morena del Tepeyac.
–Dicen que las manos grandes son de partera. Sé que es muy misterioso mi gusto por trabajar con las manos, pero me proporciona una paz interior que nada más me da. Si no fuera pintora, sería alguna otra cosa con las manos: albañil o carpintera.
–Ah, esto me gusta: el cuento de la Virgen de Guadalupe; pero hay muchas diosas, como la Coatlicue. ¿No se ha fijado usted en la cabeza de Coatlicue? –me dijo, con referencia a una pieza prehispánica de los aztecas–. Véalo, son dos cabezas de serpiente.
Se quitó la gabardina y se acomodó en un sillón, en mitad de lo que parecía una sala de paso. En realidad era una pequeña biblioteca “sin libros valiosos económicamente, solo por los recuerdos”. Los estantes albergaban volúmenes oscurecidos por el uso, todos en inglés, el idioma en que siempre se comunicaba con sus hijos. Explicó que si hubiera podido conocer a un escritor le habría gustado que le presentaran a Ian McEwan, autor de Expiación, una novela de amor y culpa ambientada en la Segunda Guerra Mundial. La imagen de Cecilia, la hija mayor de la familia Tallis, saliendo
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infantiles. Quedó claro que cuando su madre, sin llaves ni prohibiciones, le regaló Surrealism, que además de pinturas incluía el ensayo “Límites/no fronteras del surrealismo” de André Breton, Carrington devoró las páginas hasta casi memorizarlas. Las consecuencias fueron de intensidad superlativa: la joven renunciaría a su vida burguesa para seguir el impulso del amor y el arte, a pesar del repudio de su familia.
empapada de una fuente solo con ropa interior mientras los ojos de Robbie la espían, bien podría haber estado basada en la juventud tumultuosa de Carrington. –Me gusta mucho como escribe McEwan. Es para mí la perfección. Es de una sencillez total. Ni una palabra sobra. Y me gusta también porque escribe poco; no escribe como si una gallina pusiera huevos.
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Busqué sin suerte un ejemplar del libro que le regaló su madre en los años treinta: Surrealism, de Herbert Read (1936). Sus páginas fueron una catapulta que le hizo descubrir las pinturas de Max Ernst, enamorarse de ellas y luego de él, y entrar en el círculo parisino de los surrealistas liderado por André Breton. En esta pequeña biblioteca personal sin un ápice de polvo había algunos libros relacionados con la exploración del universo, como una antología de Dennis Richard Danielson titulada The Book of the Cosmos. En casa de una artista estudiosa de la magia antigua y del ocultismo también había libros poco predecibles: buena parte de un estante estaba dedicada a autores del género de horror como Stephen King, Peter Straub y Dean Koontz. Por los dobleces de las páginas amarillentas, se notaba que habían sido muy leídos o muy prestados. –Antes leía libros de terror –dijo Leonora cuando vio mi cara de sorpresa–.Ahora prefiero otros más pacíficos. Los de terror me dan miedo. Algo que siempre hago es leer todo dos veces, por lo menos. Así no se me olvida. Le pregunté por el libro de Read y evadió el asunto. En lugar de responder, me consoló con una anécdota infantil. Siendo niña, todavía en Inglaterra, soñaba con tener un gato de peluche como el gato Félix, para abrazarlo. Su madre le regaló
"L"a primera persona que conoci fue Agustin Lara, y no me queria" un gato de juguete, pero era tan grande y duro que jamás pudo estrecharlo. –El segundo regalo fue peor. Yo quería mucho a los caballos y recuerdo con horror un caballo de juguete forrado con piel. Yo pregunté si habían matado un caballo para hacerlo, y me dijeron que sí. Todavía siento ese olor a polvo. Un regalo de sus padres que sí le agradó, al menos en el momento de recibirlo, fue una muñeca que se llamaba Elsie, pero la experiencia también fue castrante: estaba vestida de una forma tan delicada que nunca dejaron que la tocara. –La guardaron bajo llave y de vez en cuando me la enseñaban. Era una frustración total. Su mano jugaba con la tela roja del sillón mientras contaba estos episodios. Sublimaba con su risa las heridas
De los recuerdos infantiles, saltó a su llegada a México en 1942. Recordó aquel viaje en coche desde Nueva York, cuando aún estaba casada con Renato Leduc y no hablaba casi español. Pasó su primera noche en el Hotel Regis y le llamaron la atención los árboles viejos de la Alameda Central. –¿Recuerda esos primeros días en la Ciudad de México? –Claramente. La primera persona que conocí fue Agustín Lara, y no me quería. –¿Por qué? –Agustín Lara me preguntó: “¿Cómo le gusta México?”. Pero lo dijo de una manera tan agresiva que yo le contesté agresivamente: “¿Qué hay que gustar?, es un país como todos los países. Qué parte de México quieres saber si me gusta o no me gusta”, y se enfureció el angelito. Yo no había leído esa anécdota del compositor mexicano en sus biografías. Ella me confirmó que nunca había querido buscarse enemigos, y menos pretendía hacerlo a sus 88 años. Me repitió que era asustadiza y que todos somos un poco cobardes, pero, a diferencia de otras anécdotas de aquella tarde, no me hizo jurar silencio. Entonces quise saber si ella estaba de acuerdo con la máxima que André Breton acuñó durante su viaje a México en 1938, cuando dijo que era el “lugar surre-
alista por excelencia”. Esa muletilla caló en la cultura popular a tal grado que aún hoy los mexicanos la repiten cuando se topan con las absurdidades de la vida cotidiana. Leonora, con total sangre fría, desmintió la frase del padre teórico del surrealismo. –Yo creo que Breton tiró un poco las cosas hacia su propia invención. No creo que México sea surrealista. Para mí es más mitológico.
y María también. Desaparece la gente que uno quería. Eso es lo muy triste de la vejez. Leonora empezó a tararear un son de Veracruz con una voz menos ronca. Solo faltaban las marimbas de fondo en la casa helada. Cantó así: “¿Cuántas criaturitas ha chupado usted? Ninguna, ninguna, ninguna, no sé”. No era una canción irlandesa, sino un son de Veracruz que narra la historia de un hombre que tiene deseos sexuales hacia una bruja, y transita por las estrofas tratando de consumarlos.
gata, que ahora se arrullaba con mi mochila, y que al verse descubierta, maulló otra vez. Le pregunté si creía en la magia y respiró a fondo. –¿Cómo define usted la magia? Primero dígame. Para mí todo es magia. El hecho de que usted puede hacer así –dijo, con su rostro dando vueltas–, o yo puedo hacer así –con la mano derecha de arriba a abajo, como si sostuviera uno de sus pinceles–. Todo es totalmente mágico.
Leonora miraba de refilón al fotó- –¿Usted cree en brujas? grafo que había regresado del baño –Sí. Y en brujos también. Mira, mira. Le La última palabra se gasificó al contacto y tiritaba con la cámara en la mano. gustó su equipaje –me dijo, señalando a la con el aire frío. –Iba a dar la vuelta hasta allá, y estaba cerrado –explicó Juan Ignacio–.Vine para acá y pensé que era la puerta que estaba antes y entré en un cuarto oscuro. –Ex cuarto oscuro –corrigió Leonora–. Y yo no me atrevo a hacer limpieza. Me pierdo. Chiki ya no lo usa. Él ya no hace nada. Qué lástima. Sería mejor que se comprara buenos lentes y leyera, pero no se puede forzar a alguien, ahora a estas alturas. Ahora solo ve televisión. No me habla. –Y usted, ya no me tome más fotos, porque me veo como las bolsas de una pintura conceptual –bromeó. Le pregunté si el sarcasmo le divertía tanto como la pintura. –Todo me molesta. Soy muy enojona. Ustedes no me molestan. Me molestan si son agresivos. Una vez me contó María Félix que en un país de habla española le preguntaron: “Dicen que usted es lesbiana”. Y María le contestó: “Si todos los hombres fueran como usted, lo sería”. Me parece muy bien contestado. Me hice amiga de ella por su hijo Quique, que vino para que le hiciera un retrato. Él se murió
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Ruedas y relojes: Crónica de un paseo ciclista en la Ciudad de México Por Adrián Chávez
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ay seis personajes que, a falta de otra opción, no dejan de asistir nunca a este paseo ciclista: Francisco M. S. Tagle, nacido en 1772 en Valladolid (hoy Querétaro), insigne poeta, y Miguel Ramos Arizpe, diputado coahuilense nacido en 1775: ambos redactores el Acta de Independencia de 1821; Juan José de la Garza, nacido en Tamaulipas en 1826, y el general Pedro J. Méndez: defensores de la patria durante la intervención extranjera; Juan Antonio de la Fuente, originario de Saltillo (1814), ex secretario de Estado; e incluso Ignacio Pérez Rayón (Tlalpujahua, 1773), insurgente independentista. Aparte de su labor patriótica y las levitas que desentonan en el calor de la mañana, comparten sólo otro rasgo común: sus efigies, eternamente ignoradas, forman una discreta guardia de honor al Paseo de la Reforma, entre las glorietas del Ángel de la Independencia y de La Palma. Y, cada domingo que se cierra el paso a los automóviles, miran desde sus pedestales circular en ambos sentidos las ruedas de bicicletas, patinetas y patines, como cientos de relojes que tuvieran prisa de dejar atrás un pasado de carruajes y calles sin asfalto. Este domingo de abril de 2013, 192 años después de la firma del Acta de Independencia y 150 después de que los franceses fueron expulsados del territorio nacional, no es la excepción.
“¡Qué contraste!” –Una mujer a su marido, en el camellón frente a la embajada estadounidense. Ella está esperando un bebé.
Le da otro trago a su botella de agua y pone en marcha la bicicleta; su familia lo espera para desayunar en la calle de Madero, en el centro Histórico.
Héctor Vega vive entre Marina Nacional y Mariano Escobedo. Es sumamente delgado, moreno y de canas prematuras. Después de salir a correr al Auditorio Nacional, volvió a su casa por Andrés, su hijo de diez años, que ahora me mira con sospecha periodística. Vinieron al paseo. Andrés estudia el quinto de primaria y todavía no sabe si quiere ser arquitecto, como su papá. Le pesa la bicicleta, y quiere seguir adelante.
Son las once y cuarto cuando Juan José de la Garza lo mira pasar frente a él. Inmediatamente después, pasa, en una bicicleta, un tipo vestido de negro, con una máscara de John Fawkes.
Francisco M. S. Tagle los ve pasar frente a él a las once de la mañana con cuatro minutos.El organillero repite, sistemática e incansablemente, “Me cansé de rogarle”, de José Alfredo Jiménez. Samuel Belmont cuenta entre risas que sólo ha desayunado agua. Mientras, tras él, un muchacho que ha traído a su perro a correr se enreda con el animalito y cae. Cuando se levanta y comprobamos que ríe, Samuel reanuda la conversación: es ingeniero civil y licenciado en Educación Primaria; da clases desde los diecinueve años y, según me cuenta, ésa es su pasión.
“¡No soy un miedoso!” –un niño a su mamá, que lo reta a hacer malabares con la bici en una banca del camellón. Mayte Mena se detiene a esperar a su novio, con quien desayunó en McDonalds; planean visitar algún museo terminado el recorrido en bici. Lleva grandes lentes oscuros y apenas me mira tras ellos. Tiene veintinueve años y es, desde hace cinco, maestra de educación especial. Su novio se aproxima, justo detrás de tres policías que se han tomado un descanso para aprovechar el paseo. Cruzaron frente a los ojos de Miguel Ramos Arizpe cuando faltaban veinte minutos para el medio día. En el camellón que divide la circulación, una muchacha de cuerpo atlético y ropa
Mundo Patrañoso deportiva graba una cápsula televisiva; baila frente a la cámara al ritmo de la música que se escucha desde el Ángel de la Independencia (al fondo de la toma), donde varias mujeres hacen aeróbics. Aldo Núñez tiene veinte años. Se quita la gorra para limpiarse el sudor de la frente. Cada cierto tiempo viene en su bicicleta roja desde Mixcoac, da varias vueltas a Reforma y vuelve a su casa; lleva una cuenta aproximada de los kilómetros, como en una carrera. Me cuenta que estudia Mercadotecnia deportiva y le faltan dos años para salir de la universidad; atrás de él, tres jóvenes en patines se toman fotos que pretenden ser casuales. Aldo se detuvo a descansar frente a Juan Antonio de la Fuente a las doce del día con treinta minutos. Antes de eso, frente al ex secretario de Estado pasaron un hombre en patines, con un minicomponente en las manos, sonando a todo volumen, y una pareja en una bicicleta doble: él iba adelante, ella atrás; ella llevaba los ojos vendados.“¡Papá! ¡Dónde estás!” –un niño, con casco en forma de dragón, llora desde el otro lado de la avenida. Una mujer pasa por tercera vez frente a donde me encuentro, por tercera vez mirando su Blackberry. Ana Gutiérrez y Guillermo Villaseñor tienen dos hijos varones. Los cuatro vienen equipados para evitar accidentes, como cada domingo después de desayunar tacos. Predomina el blanco en la vestimenta familiar. Ella es maestra de primaria, atractiva, rubia natural. Él lleva la barba de candado, trabaja en la torre de Axtel que tenemos justo detrás, y, mientras abraza a uno de los niños, insiste en saber para qué son tantas preguntas. Ignacio Pérez Rayón los vio pasar frente a él a la una de la tarde. También, justo frente al luchador independentista, segundos después, cayeron: un niño de su triciclo, y un señor y su nieto de sendas bicicletas. Se escucha música infantil desde atrás de la glorieta de La Palma. Pronto, se deja ver una procesión de payasos. Tras desayunar sopes, Rafael Montes, de 25 años, y Selene Medina, de 22, fueron al Monumento a la Revoluciòn a un concurso de patinetas: la de él es morada; la de ella, rosa. Ella, sin embargo, la lleva sobre el volante de su ecobici, el servicio de transporte en bicicleta de la ciudad. Él es dentista y ella pedagoga. Son novios. No me cuentan más; se van porque el paseo está a punto de terminar y hay que devolver la bicicleta. Pedro J. Méndez lo ve pasar, apresurados, a la una de la tarde con cincuenta y ocho minutos.
“Uno no piensa en cuándo se va a morir; uno piensa en vivir” – un hombre a su hijo no mayor de cinco años, ambos en patines. Cuando termina el recorrido ciclista, los policías de tránsito toman la escena, y los primeros automóviles comienzan a reconquistar el Paseo de la Reforma. A diferencia de los ciclistas, los conductores no se detienen a descansar. Las llantas de los autos giran más rápido, son relojes aún más inquietos. Desde el pasado, desde sus pedestales, los seis próceres las miran girar, en silencio, una revolución tras otra.
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e t e i Nad , a h c u c es e t n a i d u t s e ! s a h c u l o si n
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z tínez Góme r a M a i c i r Pat Por Karla
La huelga de 72 horas convocada por el Sindicato de Estudiantes de España fue un éxito rotundo. En esos tres días de lucha, cientos de miles de estudiantes salieron a las calles, vaciaron miles de institutos y cientos de facultades, y exigieron la retirada inmediata e incondicional de la contrarreforma franquista de la educación que quiere imponer el Partido Popular, que decidió recortar los presupuestos destinados a Educación y Cultura. A continuación presentamos una serie de imágenes de las manifestaciones realizadas en la provincia andaluza de Málaga.
10 razones para salir de la Uni贸n Europea
No, no hay clases!
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Arranca la marcha 32
Alto a los recortes a la universidad!
Demandas 1. Ni reválida ni selectividad, el hijo del obrero a la universidad. Contra la imposición de barreras económicas y académicas para impedir nuestro acceso a la educación superior. Todos los estudiantes que hayan aprobado 1o y 2o de Bachillerato tienen derecho a una plaza universitaria. 2. Contra el incremento de tasas de matriculación en la universidad pública y por la retirada de los nuevos obstáculos para que los hijos de los trabajadores accedamos a las becas para el estudio. 3. Contra la imposición de tasas a la Formación Profesional. Por una FP gratuita, democrática y de calidad en to-do el Estado. Supresión inmediata de las tasas de 360 y 250 euros y creación de plazas suficientes en todo el Estado: ni un solo no admitido por falta de plazas . 4. Ni un solo despido de los profesores de la educación pública. Por la readmisión inmediata de los más de 49.000 docentes que el PP ha despedido este inicio de curso en todo el Estado. Sin estos profesores la calidad de la escuela pública está en grave peligro. 5. No a los recortes en la educación pública, los recortes para los banqueros. Por la reasignación inmediata de los 4.000 millones de euros que el PP ha recortado a la escuela pública desde su llegada al gobierno, y por el incremento drástico del dinero necesario para garantizar una enseñanza pública gratuita y de calidad. 6. No al paro juvenil. Por un subsidio de desempleo inde- finido para todos los parados hasta encontrar un puesto de trabajo. 7. Dimisión de la Delegada del Gobierno de Madrid. Libertad sin cargos para los detenidos en las manifestaciones de Madrid.
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on, i c u l i ay so h o n i S i ion! c u l o rev habra
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5to. Congreso Nacional de Ciclismo Urbano Toluca, 2013
Rubirosa ¿un pobre hombre?
Por Gabriel García Márquez
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e lo único que se me puede acusar es de no haber sabido conservar
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a mis esposas”, declaró recientemente Porfirio Rubirosa, el diplomático dominicano que estuvo casado con cuatro de las mujeres más ricas del mundo, y ahora anda vagando por las playas de moda como un solterón errante. Su nuevo matri-monio es casi una necesidad periodística. Desesperados porque se produzca, los periodistas lanzan bombas de profundidad. Hace algún tiempo se rumoró que se casaría con Zsa Zsa Gabor, una actriz húngara naturalizada en los Estados Unidos, que desde los comienzos de su carrera ha interesado más a los cazadores de escándalos que a los críticos de cine. En las últimas semanas ha estado sonando otro nombre. El de Ava Gardner, a quien Porfirio Rubirosa ha acompañado sistemáticamente durante el último verano. Ese matrimonio habría alimentado el interés del público durante varias semanas. Pero ahora parece evidente que el rumor es infundado. Vistas las cosas al derecho, no es por tanto un sofisma pensar y de-mostrar que después de dos años sin mujer, Porfirio Rubirosa empieza a ser un solterón empedernido. Aly Khan –otro de los solteros famosos que no parece tener muchos deseos de casarse– estuvo hace quince días en París. Vino a dar lecciones de equitación a su hija Yasmine en el hipó-dromo de Deauville. Su presencia pasó inadvertida, a pesar de que los periodistas darían cualquier cosa por descubrir sus secretos sentimentales. En cambio, Porfirio Rubirosa tuvo que encerrarse dos días en el
hotel para evitar a los reporteros, a pesar de que nadie lo acompañaba. Estaba en París, de paso para Londres, donde no lo esperaba ninguna mujer. Fue a visitar a su sastre. Curiosamente, ese simpático mestizo, que habla el francés, el inglés y el italiano como el español y que puede conversar du-rante dos horas sobre un autor de teatro moderno o sobre los diferentes métodos de preparar la mayonesa, se embrolla y confunde frente a los reporteros. En cierta ocasión, en París, echó por delante a Zsa Zsa Gabor para que despistara a los pe-riodistas mientras él se fugaba del hotel. Su costumbre de no hacer frente a los periodistas tiene una explicación: Porfirio Rubirosa es esencialmente un hombre discreto. Sus matrimonios han sido catastróficos. Sus divorcios, espectaculares. Pero no se conoce un solo detalle de su vida privada –ni revelado por él ni revelado por ninguna de sus anti-guas esposas– que permita conocer el misterio de su tormentosa vida sentimental. Si se reduce la historia de su vida a sus verdaderas proporciones, hay que admitir que Porfirio Rubirosa no es un cínico cuando se acusa de no haber sabido conservar a sus esposas. En realidad, él no ha hecho sino casarse cuatro veces con cua-tro mujeres de su medio social, que es precisamente el medio donde casarse y descasarse es casi un deporte. Es probable que él mismo no persiguió la suerte que ha merecido. Si hay un responsable de ella es el general Rafael Leonidas Trujillo, dicta-dor de Santo Domingo, la primera persona que se enamoró de Rubirosa a primera vista. El era un estudiante
El primer divorcio pudo costarle la cabeza. Sin embargo, en lugar de montar en cólera, el general Trujillo pareció pagarle bien la libertad de su hija: lo nombró diplomático. Ese fue el salto del Atlántico. Rubirosa se casó entonces con la actriz Da-nielle Darrieux, cosa que no se sabe muy bien por qué pareció extraordinaria, puesto que nada es tan natural como que un di-plomático americano, culto, simpático, bien vestido y con un aptitud natural para la vida mundana, se case con una actriz de cine. Lo extraño en la vida de Rubirosa –como él mismo lo reconoce en su declaración– no son sus matrimonios, sino sus divorcios. El mismo ha confesado que no tiene ningún sistema especial para enamorar a las mujeres. Como es un hombre discreto, no se ha atrevido a declarar que son las mujeres quienes empiezan por enamorarse de él. Pero quienes lo conocen a fondo parecen estar de acuerdo en que las cosas ocurren de ese modo. Rubirosa no toma nunca la iniciativa. Sencillamente, es un hombre que hace la vida social ordinaria en su medio, que cautiva a las mujeres con sus bue-nas maneras, pero que en cambio no tiene el tacto suficiente para no casarse con ellas. Por todo eso, más interesante que conocer su secreto para enamorar a las mujeres, sería conocer la razón por la cual ellas mismas no pueden seguir viviendo con él. Doris Duke, la mujer con quien se casó Rubirosa cuatro me-ses después de su divorcio de Danielle Darrieux, era una de las más ricas del mundo. Controla el
negocio de cigarrillos en los Estados Unidos, a tal extremo que se asegura que nadie puede fumarse en el mundo un cigarrillo norteamericano sin contribuir en esa forma a la riqueza de Doris Duke. Pero cuando ella conoció a Rubirosa, ya estaba muy bien cimentada la fama de su debilidad por los hombres apuestos. Venía de regreso de un desastre sentimental: su matrimonio con el actor Gary Grant. El simpático dominicano la ayudó en su soledad, y se ayudaron mutuamente tan bien, que ella se enamoró de él, y él –como consecuencia– se casó con ella. La experiencia duró pocos meses, pero aun ahora –como Flor de Oro Trujillo, como Danielle Darrieux, como Bárbara Hutton– Doris Duke sigue considerando a Rubirosa como uno de sus mejores amigos. Esa es la cosa: no hay rastros de rencor en las mujeres del diplomático dominicano después del divorcio. En cierta manera, siguen viendo y reconociendo en él las mismas virtudes que las llevaron al matrimonio, pero se dan por bien servidas con no seguir viviendo con él. Tal parece como si fueran sus esposas quienes se sintieran satisfechas de haberse divorciado de Porfirio Rubirosa. Convencido de que tiene razón cuando se acusa de no haber sabido conservar a sus mujeres, Rubirosa parece dispuesto a no tentar una nueva experiencia. La última fue un desastre, ha-ce dos años, cuando se casó con Bárbara Hutton, la otoñal he-redera de una monstruosa cadena de almacenes de baratillo de los Estados Unidos. Ella era bastante mayor que él, bastante menos apuesta, y tampoco había sabido
conservar sus cuatro maridos anteriores. El resultado de ese endiablado experimento fue que tuvieron que viajar casi directamente de la luna de miel al tribunal del divorcio. Ahora Bárbara Hutton, para hacerse no-tar, lanzó en Venecia hace veinte días la moda del vestido de baño japonés, mientras los periódicos anunciaban la posibilidad de una boda entre Ava. Gardner y Porfirio Rubirosa. Pero, aunque nadie lo ha desmentido, es casi seguro que esa boda no se llevará a efecto. Ava Gardner está en Roma, galan-teada por el cómico Walter Chiari, que era por cierto el novio de Lucía Bosé cuando se rumoraba el matrimonio de Ava Gardner con Luis Miguel Dominguín. En Italia, “el animal más bello del mundo” ha armado un escándalo: fue la primera mujer que se atrevió a salir a la calle con la “Línea Vaticana”, una copia exac-ta, para uso de las mujeres, del hábito de los cardenales. Incluso el crucifijo y el sombrero. La nueva moda – inventada por las hermanas Fontana, famosas costureras de Roma– ha merecido una reprobación del Vaticano. Aunque no fuera más que por eso, resultaría bastante improbable que un diplomático de un Estado católico, como lo es la República Dominicana, se casara con Ava Gardner. Pero incluso podría admitirse que la incompa-tibilidad es secundaria. El verdadero problema consiste en que Porfirio Rubirosa parece dispuesto, a toda costa, a que su quinto matrimonio sea duradero. En la actualidad tiene cuarenta y seis años. No ha perdido los ímpetus de la juventud, pero sabe que ya no está en edad para embarcarse en una nueva aventu-ra. Lo menos a que puede aspirar un hombre que se ha divor-ciado cuatro veces es a casarse con una mujer que pueda con-servar. De lo contrario preferirá seguir siendo lo que es en los actuales momentos: el solterón más conocido de Europa.
Hemeroteca
de Derecho que detestaba su carrera. Un muchacho tímido, pero de muchas agallas, que por reacción contra su timidez era capaz de soltar un chiste de grueso calibre en el palacio presidencial. Fue en-tonces cuando se casó por primera vez, con Flor de Oro Trujillo, la hija de su presidente y protector. Ella lo llevó de la mano hasta los medios de la alta chismografía internacional, a la cual Porfirio Rubirosa tuvo forzosamente que acostumbrarse.
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Esquizofónicos
Asa
Asha es el encantador disco debut de Asa (Bukola Elemide), cantante nigeriana que vive a caballo entre París y Lagos, digna heredera de la música afro-folk. El pulso de África se refleja en el ritmo de sus canciones, un disco lleno de soul, r&b, pop y funk cantado en inglés y yoruba. La historia de Asa (se pronuncia Asha) comienza en Lagos, Nigeria, una ciudad repleta de gente en las calles y con una energía arrolladora pero, a su vez, cargada de profundas raíces espirituales. Tribus islámicas mezcladas con la fe cristiana en un clima de tolerancia, la juventud imitando los patrones americanos y la turbulenta ciudad sumergiéndose sin descanso en un infernal pero, a la vez, armónico ballet de amor y odio, relax y violencia, pobreza y prosperidad. Como ella misma señala, "Lagos es el Nueva York de Nigeria. Si quieres llegar a algún sitio musicalmente, es el lugar donde hay que estar en Nigeria. Se encuentran las mejores oportunidades pero también las mayores decepciones". En el hogar paterno, Asa se encuentra con una extensa y ecléctica colección de clásicos del soul y de música tradicional de Nigeria. Así que Asa crece empapándose e inspirándose en los sonidos y mensajes de artistas como Marvin Gaye, Aretha Franklin, Bob Marley y los nigerianos Fela Kuti, Sunny Ade y Ebenezer Obey, que le sirven como piedra angular cuando más tarde comenzó a escribir sus propias canciones. Inspirada por su herencia musical, sus letras hablan de su país, de las cuestiones rutinarias de la vida y de su propia vida con sutil ironía. “Quiero que mi música conmueva a la gente. Como africana, quiero dar esperanza a mi gente, pero también gritar en su nombre. Quiero mostrar al mundo que algo bonito y positivo puede surgir del continente negro e inspirar a la gente joven en todo el mundo”.
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Fuel Fandango La mitad de Fuel Fandango es Nita, una cordobesa con aires de Frida Kahlo que gime fuego en cada palabra pronunciada, con flamenco recorriéndole las venas y el mejor soul negro . La otra mitad es Ale Acosta, integrante de la banda de culto Mojo Project. Se formaron en 2009, sacaron lo mejor que tenían y al parecer la cosa les salió bastante bien. Y es que solo hace falta verles para sentir la magia de ellos en conjunto. Aunque solamente sea de forma artística, son una pareja en toda regla. La complicidad entre ellos es palpable, y eso se agradece. Funcionan perfectamente y en los directos, así como en las fotografías de promoción, se les ve cómodos. Algo que pega mucho con su más característico lema “Love is the engine of the world”. Solamente hace falta darle una pasada al disco para ver que “love” aparece en prácticamente cada tema, ya sea de forma explícita o no. Y eso es lo que inspiran. Letras con mensajes claros, sin entrar en grandes metáforas, que pretenden transmitir más con la voz que con la palabra. Y sin duda lo hacen. Nita consigue poner una voz para nada llana, con muchos matices y un potencial difícil de encontrar. En resumen, un grupo para quien sepa apreciar el soul y no se asuste con algún fragmento flamenco. Unos fragmentos que me enamoran y que les dan ese toque de autenticidad. Un broche que escasea últimamente, con grupos llenos de típicos tópicos que cada vez aportan menos. Por eso debemos agradecer a proyectos como este, que se atreven a dar un paso, coger un cucharon y mezclar varios estilos en una olla a presión que ha sido Fuel Fandango.
Uni d os después de la Muerte Por María José Navia Esta es una reseña de dos novelas que a la vez son dos historias que se entrelazan. Dos vidas que confluyen en una experiencia de lectura (la mía). Y que duelen como el demonio.
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Say her Name, recientemente traducida y publicada por Sexto Piso como Di su nombre, cuenta la historia de una muerte. Un día de julio, en una playa mexicana, la joven escritora Aura Estrada era embestida por una ola que la dejaría con daños severos y sin vida a las pocas horas. Era una estudiante de doctorado de Columbia, se había casado hace poco con el escritor Francisco Goldman que era veinte años mayor que ella, y había comenzado a tener renombre literario, publicando ensayos y cuentos en variadas revistas. Di su nombre es una novela que no se lee con los ojos. Es una historia que impacta todo el cuerpo, que se va infiltrando de a poquito, al principio como gotas que no molestan… hasta llegar a inundarlo todo. Porque así se siente, así se lee, como una inundación paulatina pero fulminante. Goldman escribe con un talento preciso y magnífico su historia con Aura, comenzando por su muerte, llegando al día que la conoció, paseándose por los recuerdos de su noviazgo y su boda. A ratos las palabras apuntan a un amor de gigantes, a ratos a una culpa inmensa, a una pena insoportable. Y el lector es arrastrado en ese vaivén, sí, como una ola.
Anda y Lee... de ejercicios de taller literario, poemas e incluso fragmentos, bajo el título Mis Días en Shanghai (Almadía, 2009). Entre ellos, se encuentra “¿Hay señales en la vida?”, el cuento que estaba escribiendo la mañana de su muerte. El volumen comienza con una invitación/ cuento que engloba perfectamente la sutileza y pulso de estos relatos: “Ven, te invito a entrar a mi bosque. Verás: no es un bosque cualquiera. Mi bosque es un animal…”. Un cuento que luego termina con: “El cielo está oscuro hasta que un rayo en la distancia lo ilumina de súbito y brevemente. La vida es buena, aún bajo la lluvia. As long as there are good books and good music around.” Hay capítulos en los que no se menciona el acontecimiento trágico y uno como que se olvida (porque sí, quiere olvidarse y a toda costa) de que éste existe y se encuentra fascinado por la narración de esas primeras citas y las descripciones de Aura, esa chica que cuando tomaba de más se ponía a recitar a poetas ingleses de siglos pasados, que siempre se perdía en la ciudad (para que su marido la encontrara finalmente en alguna apartada estación de metro), que se rebelaba contra la frialdad de la Academia. Uno sonríe en tantas, tantas partes de este libro, conmovido, como cuando Goldman habla en la voz de una ficticia (y ya imposible) hija que hubiesen tenido con su mujer… y entonces arremete esa pena enorme, avasalladora, de acordarse a dónde va a parar esta historia. Porque esta novela es sobre un duelo y se vive como un duelo. Con ese negarse a lo acontecido, ese negociar con la memoria, esa rabia que se entremezcla con la aceptación que a veces llega y a veces se escapa. Y yo terminé de leer Di su nombre y tuve que ir a “escuchar” a Aura. Correr a ella. Porque poco después de su muerte, Goldman sacó una colección de sus escritos: algunos bien terminados, otros en calidad
“Di su nombre. Siempre será su nombre, ni siquiera la muerte puede arrebatártelo. El mismo nombre tanto viva como muerta, para siempre. Aura Estrada.” Francisco Goldman Hay una extraña atención a los detalles en la obra de Aura Estrada. Una mirada distinta sobre la infancia, que se detiene en instantes; un humor especial que se burla de la academia y las prácticas editoriales, como el cuento “Fact Checking” donde un Fact Checker (o quien corrobora los datos de un reportaje o entrevista) se contacta con un escritor para cuestionarle cada una de sus decisiones de estilo; hay una mirada atenta a las relaciones humanas, a los amores que no fueron (como en el cuento “Alemania”), a la rivalidad entre dos hermanas en “Un Viaje Fallido”, en el cual la hermana menor se fuga de casa para ir a parar a un McDonald’s recién inaugurado en Ciudad de México, lleno de una desesperación estridente. Hay ensayos literarios de gran lucidez (como uno en el que estu-
dia a Borges y Bolaño, o uno en el que analiza la obra de César Aira) y, por sobre todo, mucho talento. Generalmente, cuando uno lee reseñas o críticas de libros, si bien sabe que se trata de la opinión subjetiva de alguien, siempre piensa que se trata de un mismo libro, vale decir, un libro que para ese crítico tiene una interpretación, un valor posible. Libros como Di su nombre y Mis días en Shanghai, nos recuerdan –me recordaron, al menos- que un libro no es nunca una unidad, contenida entre tapa y tapa, fija en un momento del tiempo, concentrada en sí misma. Un libro es una experiencia de lectura, que depende del momento de ésta y las conexiones que ella ilumine. Un libro es una invitación a otros libros, que lo complementan, que lo contradicen, que le dan una vida nueva, distinta, cada vez. Yo no sabría leer o hablar de Di su nombre sin el eco de Mis días en Shanghai, uno se tiñe con la luz del otro; el primero invitaba al segundo como una voz urgente y así se leen (se leyeron, se leerán) en mi cabeza como voces que se contestan unas a otras, que se entrelazan, como algo más impresionante que la muerte.
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Ruby Sparks Director: Año: 2012 País: Estados Unidos
En la casa Director: François Ozon Año: 2012 País: Francia
MaPa Director: Elías León Siminiani Año: 2012 País: España
Toda obra de arte es, por definición, un autorretrato. Y todo autorretrato es, por coherencia o simple modestia, una impostura. Y ahora, la pregunta moral que todo lector inseguro necesitaariamente. Pongamos, por ejemplo, ‹Mapa›, la película o, mejor, artefacto cinematográfico del debutante León Siminiani, que es a la vez autorretrato y, ya se ha dicho, impostura. Y, sin embargo, lo es de una forma tan brillante, divertida y consciente que no queda otra que rendirse a su irrefutable y festiva claridad.
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“Mapa” arranca con una ruptura sentimental y la posterior huida. A Siminiani le deja su chica y decide viajar a India para purificarse en soledad. Armado con una pequeña cámara, el director graba lo que ve, abrumado por el frenesí de un país cuya pobreza se ve incapaz de denunciar. A su vuelta sigue sin encontrar la paz. Se topa con el 15-M, sufre un accidente de coche, mantiene la certidumbre de seguir enamorado. A la manera de la voz en off de Woody Allen, Siminiani cuenta sus sentimientos mientras busca con su objetivo a una chica que reemplaze a la anterior. “Mapa” es muchas cosas: un diario sentimental y melancólico, una comedia romántica divertida y frenética, un juguetón ejercicio de metalenguaje cinematográfico y un deslumbrante intento de romper con las fronteras entre el documental y la ficción.
¿Qué pasaría si escribieras una novela y que en esa novela crearas un personaje tan perfecto del cual te enamoraras? —Sería asombroso ¿no?—ahora imagina que lo haces, pero que de pronto, así como así, ese personaje se volviera parte de la realidad y que la gente de tu alrededor y tú interactúen con él… Eso le pasó a Paul Dano en la cinta Ruby Sparks; filme de corte independiente que narra las vivencias de un joven escritor, el cual atraviesa por una crisis creativa.
Un profesor desencantado con sus alumnos y amargado con la vida en general lee sorprendido a su esposa una intrigante crónica sobre cómo un alumno se cuela en la casa de uno de sus compañeros, que ha encontrado entre las redacciones anodinas e insuficientes que suele recibir como deberes de sus clases de lengua. Esto da pie a un prisma de múltiples lecturas, como son la confusión entre autorías, la figura del maestro o mentor, el juego entre realidad y ficción –que se van fusionando más según avanzan los minutos, en especial desde la intromisión del profesor en la ficción del chaval–, ciertos asuntos sociales y mucha crítica a la falsedad del arte moderno y de la pose intelectual.
La situación se torna interesante cuando en sus sueños encuentra a una chica con la cual inicia una relación sentimental, comienza a escribir como loco; y tanta fue su creatividad que un día esa chica se volvió real. Del papel a la realidad. Este filme, dirigido por Jonathan Dayton, es muy interesante, ya que explora el lado obscuro de las relaciones interpersonales y trata temas como la manipulación, la hermandad y el amor. El guión corre a cargo de Zoe Kazan—que por cierto protagoniza y produce junto con Paul Dano esta película— Un filme que tiene todos lo elementos de una buena cinta anti romántica; lo mejor de todo es su final, tan raro y a la vez atractivo; ya que trata de plantear vidas que creemos reales, pero la pregunta es ¿en verdad lo son?
Asistimos, también, a la creación de una obra literaria, por lo que la película incluye, además de todo,lecciones fundamentales sobre creación, que van formulando un estudio sobre los géneros, los estereotipos y los cánones artísticos desde el teatro clásico a la televisión contemporánea.El plano final, acompañado de las palabras que lo apoyan, es evocador y provocador, pues quiere decirnos que tras cualquier ventana se esconde una historia que merece ser contada. Tal cantidad de contenido se envuelve en una divertidísima trama que no elude el humor y que se va complicando con cada nueva página entregada, sustentada por la perversa y seductora mirada de un joven autor enigmático, del que nunca se sabe si lo oculta todo o si todo lo deja traslucir.
Esquizofónicos
10ª Muestra de Cine Alemán Cineteca Nacional Del 24 de Mayo al 10 de junio 47
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Microficci贸n
Romeo y Julieta Perplejas, tanto las blancas como las negras, empezaron a mirarse buscando a los responsables de aquellas preciosas piezas mulatas.
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Apertura Emocionada
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El día que el peón sintió el aliento de su amada en la nuca, decidió iniciar la partida y avanzó con decisión dos pasos.
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