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REINA DEL INFRAMUNDO UN OSCURO ROMANCE DE LA MAFIA STASIA BLACK LEE SAVINO CONTENTS Capíítulo 1 Capíítulo 2 Capíítulo 3 Capíítulo 4 Capíítulo 5 Capíítulo 6 Capíítulo 7 Capíítulo 8 Capíítulo 9 Capíítulo 10 Capíítulo 11 Capíítulo 12 Capíítulo 13 Capíítulo 14 Capíítulo 15 Capíítulo 16 Capíítulo 17 Capíítulo 18 Capíítulo 19 Capíítulo 20 Capíítulo 21 Capíítulo 22 Capíítulo 23 Capíítulo 24 Capíítulo 25 Capíítulo 26 Capíítulo 27 Capíítulo 28 Capíítulo 29 Capíítulo 30 Capíítulo 31 Capíítulo 32 Capíítulo 33 Capíítulo 34 Capíítulo 35 Capíítulo 36 Capíítulo 37 Capíítulo 38 Capíítulo 39 Capíítulo 40


Capíítulo 41 Capíítulo 42 Epíílogo Una Nota De Las Autoras El Panteoí n: ¿Quieí n es quieí n? Tambieí n por Stasia Black Sobre Stasia Black Sobre Lee Savino

“...Se torna al instante la faz, tanto de su mente como de su cara...” Las Metamorfosis, Ovidio. Libro quinto

CAPÍÍTULO 1

Cora supo el momento en el que su esposo entroí por las grandes puertas. Su poder se hizo aparente, envolvieí ndola. De pie en medio de la fiesta y de espaldas a la entrada, lo sintioí antes de verlo cruzar el umbral del saloí n de baile. Sus manos comenzaron a temblar de inmediato. Ahora no. Cielos, por favor, ahora no. En los extremos de la hermosa sala habíía hombres con trajes negros que ocupaban sus puestos en silencio, mezclaí ndose con el personal de servicio de Cora. El cuerpo privado de guardaespaldas de Marcus. Los reconocioí porque solíían vigilarla. Los invitados que se relacionaban cerca de la entrada se volvieron, los hombres se inclinaron y las mujeres se agitaron al recibir al hombre que secretamente gobernaba el Ínframundo de New Olympus. Marcus Ubeli. Habíían pasado dos meses desde que lo habíía visto o hablado con eí l, maí s allaí del texto que le habíía enviado dicieí ndole que lo dejaba mientras huíía de su propiedad. Por supuesto, Cora sabíía que eso no seríía el final de todo esto. Era Marcus Ubeli de quien estaban hablando. Habíía pasado los dos uí ltimos meses desapercibida, sabiendo que eí l podríía ir a por ella en cualquier momento. Pero no lo hizo. Habíía respetado sus deseos… O habíía sido una especie de juego para eí l. Uno que ella no queríía jugar. Estaba cansada de los juegos. Estaba harta de ellos. Harta de él y de su mundo de sombras y violencia. La cabeza oscura de Marcus apenas y era visible dentro del saloí n de baile. Estaba rodeado de gente: parejas en esmoquin y vestidos de baile que rendiríían homenaje al Rey del Ínframundo. Hombres con rostros solemnes que queríían estrechar su mano y


susurrarle al oíído. Lo mismo de siempre. Por supuesto, ella sabíía que tarde o temprano se encontraríían. Era inevitable. Habíía intentado prepararse para este momento. Lo habíía repasado cien veces en su cabeza. Mil veces. Pensoí que estaríía lista. Se habíía equivocado. Muchíísimo. Marcus levantoí la cabeza. Sus ojos color tormenta sobrevolaron la sala llena de personas. Todavíía se encontraba rodeado de gente, pero no la habíía olvidado a ella. Nunca la olvidaríía. Estaba a la caza. A Cora se le erizoí la piel y su corazoí n se aceleroí . Estaba maí s guapo que nunca, e incluso desde el otro lado del saloí n de baile podíía sentir el soplo de poder que siempre precedíía a su intimidante presencia. Vete. Teníía que salir de aquíí ahora mismo. Miroí a su alrededor, sintieí ndose freneí tica mientras buscaba una salida. Pero estaba rodeada por hermosas y deslumbrantes personas que la teníían presa entre los gigantescos ramos de plumas de pavo real y las mesas cargadas de cangrejo y pasteles de hojaldre. Armand habíía abierto otro spa y, para celebrarlo, convencioí a uno de sus muchos admiradores para que abriera las puertas de su casa para el gran evento. La fiesta era totalmente exuberante. Le habíía dicho a Cora que no escatimara en gastos y no lo hizo. Pero ahora el exceso estaba arruinando por completo su necesidad de una víía de escape raí pida. Habíía una escalera en el lado maí s alejado del saloí n de baile; probablemente podríía abrirse camino a traveí s de los invitados para llegar allíí… pero eso la dejaríía expuesta. Marcus podríía ser capaz de acercarse a ella antes de que pudiera escapar. Aun asíí, teníía que intentarlo. No podíía quedarse allíí como un cordero esperando el matadero. Miroí al invitado alto con esmoquin blanco que habíía estado hablando con ella. —Lo siento —le interrumpioí , sin tener ni idea de lo que habíía estado diciendo. Hace una hora le habíía pasado las responsabilidades entre bastidores a Sasha, su asistente, y desde entonces habíía estado entre los invitados por insistencia de Armand. El hombre de color y de gran estatura sonrioí , mostrando sus


perfectos dientes blancos. Era calvo y destacaba de una manera inusual en la fiesta. Le recordaba a Sharo, el peligroso segundo al mando en los negocios de su esposo. —No es necesario que se disculpe —dijo el hombre con una ligera voz de tenor que contradecíía a su estatura—. Ya he parloteado por un buen rato. Estaba emocionado por conocer a la mujer que hizo que todo esto sucediera —fruncioí el cenñ o ante su preocupacioí n—. ¿Tiene fríío? —No. —Cora queríía frotarse los brazos para mitigar la piel de gallina, pero optoí por levantar la mano y de manera consciente llevaí rsela al pelo. ¿Parecíía tan agobiada como se sentíía? Su pelo era un poco maí s claro que hace dos meses y se encontraba recogido en una trenza que iba alrededor de su cabeza. ¿Le gustaríía a Marcus? Quiso patearse a síí misma en el momento en que tuvo el pensamiento, pero aun asíí no pudo apartarlo. Ya habíía unos mechones que se arremolinaban alrededor de su rostro. Se los alisoí con los dedos y los colocoí detraí s de sus orejas. Llevaba los pendientes de diamantes que Marcus le habíía dado. Los pendientes no habíían visto la luz del díía durante dos meses, pero Armand le habíía dado el vestido y ella queríía algo a juego. Por supuesto, habíía elegido la uí nica noche en que Marcus apareceríía y la veríía usando su regalo. Suspirando, se llevoí la mano a la sien. Al menos no seguíía llevando su anillo de bodas. —¿Segura que se encuentra bien? —preguntoí el invitado de blanco. Al otro lado del saloí n de baile, el DJ sobre el estrado colocoí una cancioí n que la multitud reconocioí . Un grupo del puí blico maí s joven pasoí corriendo, empujando a Cora contra el hombre gigante. Este extendioí sus grandes y oscuras manos para hacer que recuperara el equilibrio. Cora sonrioí deí bilmente mientras miraba directo a los ojos preocupados del invitado y trataba de recordar su nombre. —¡Philip Waters! —Armand se precipitoí , luciendo elegante en un esmoquin de terciopelo negro que contrastaba muy bien con sus vivos y oscuros ojos y su piel morena—. Me alegro de que hayas podido venir a nuestra fiesta. —El joven disenñ ador y duenñ o del spa rodeoí a Cora con su brazo, interrumpiendo su huida—. ¿Lo estaí s disfrutando? —Síí, gracias. Hace tiempo que no voy a una fiesta fuera del barco.


—Bueno, has venido a la fiesta correcta. Cora ayudoí a sacarla adelante. —Armand la estrujoí —. ¿Has oíído hablar de su nueva empresa de planificacioí n de eventos? Acaba de ponerla en marcha. Se llama Percepciones. Un nombre encantador, si se me permite decirlo. Cora se resistioí a poner los ojos en blanco. Armand habíía pensado en el nombre. Tambieí n la habíía llamado hacíía semanas y obligado a iniciar el negocio, ayudaí ndola a presentar el papeleo en regla y prestaí ndole una generosa cantidad de capital inicial. —Esta noche es su evento inaugural —le decíía Armand a Philip Waters. —¿Lo es? —rugioí , con ojos arrugaí ndose mientras la miraba—. Felicitaciones. —Gracias. —Cora forzoí una sonrisa. Estaba feliz, de verdad lo estaba. O tal vez no feliz. Contenta. La felicidad era una mentira. Le parecíía que todo el mundo estaba tratando de salir adelante lo mejor posible. Asíí que ella tambieí n lo hacíía. Y se manteníía ocupada. Esa era la clave. Cuando se encontraba ocupada no teníía tiempo para pensar. Por eso este evento habíía sido perfecto. Apenas durmioí la semana pasada y casi tuvo un ataque al corazoí n cuando los del catering intentaron cambiarle el menuí en el uí ltimo momento. Pero habíía llamado a todas las pescaderíías de la zona y les habíía comprado suficiente salmoí n fresco para hacer sus bocadillos —salteados y servidos en una salsa con limoí n, mantequilla y especias—, justo a tiempo. Y luego tuvo que pelear con los floristas para conseguir los arreglos que queríía, aunque habíían acordado hacíía una semana… Cora sacudioí la cabeza para aclarar sus pensamientos. —Probablemente deberíía revisar el buffet… Empezoí a alejarse, pero Armand movioí la cabeza. —Cora, querida, el buffet estaí bien. Deja de actuar como Cenicienta y disfruta del baile. ¡Champaí n! Una mesera vistiendo un poco maí s que un bikini puí rpura y un tocado de plumas de pavo real se acercoí ofreciendo su bandeja. Cora sostuvo una copa antes de protestar. —Un brindis… —Armand titubeoí . —Por la anfitriona —comentoí Philip Waters. —Por la anfitriona perfecta. Por Cora —gritoí Armand. Ella intentoí hacerle callar; si Marcus antes no sabíía que estaba


aquíí, ahora seguro que síí. Estaba a punto de salir del abrazo de Armand cuando Olivia irrumpioí en su cíírculo. —Hola chicos, ¿por queí brindamos? —¡Olivia! —Armand la saludoí —. Estamos brindando por Cora. —Entendido. Olivia era un hacker con la que Cora se habíía hecho amiga en los uí ltimos meses, y su amistad resultoí ser como un salvavidas. En especial ahora, ya que eran companñ eras de piso despueí s de que Cora se marchara del pent-house de Marcus. Olivia le quitoí la copa a Cora, bebiendo el resto del champaí n. Cora levantoí la cabeza sutilmente e intentoí explorar la sala para ver si su esposo merodeaba cerca. Armand todavíía teníía su brazo alrededor de sus hombros y la presentaba a los demaí s. Si se iba ahora, se veríía como una grosera. Al menos Marcus todavíía no se les habíía acercado. ¿Tal vez todavíía habíía tiempo para que escapara? —Philip, esta es Olivia, un genio y residente de tecnologíía y duenñ a de Aurum, la companñ íía de tecnologíía. Olivia, Philip tiene una empresa naviera y es duenñ o… —Un montoí n de juguetes que solo pueden funcionar con agua —interrumpioí Philip, capturando la mano de Olivia y besaí ndola. —Ímpresionante —dijo ella, mirando por debajo de su afilada nariz. La cara de Olivia no era poco atractiva, pero a Cora no le importaba la forma en que llevaba el pelo partido por la mitad; con los mechones negros cayendo sobre una mandííbula recta y desafilada. El peinado se asemejaba a un casco. Despueí s de dos meses de aconsejar a su amiga sobre cortarse el pelo en capas maí s finas, Cora se habíía dado por vencida, sospechando que Olivia preferíía lucir llamativa en lugar de bonita. Por supuesto, esa teoríía no encajaba con la forma en que Olivia coqueteaba. Ahora mismo se encontraba batiendo sus oscuras pestanñ as hacia el magnate naviero. —¿Compartes tus juguetes? —Compartireí lo míío si tuí compartes lo tuyo —Philip sonrioí . —Muy bien. Me ireí de aquíí pronto, pero te buscareí —miroí a Philip, desde su calva hasta sus zapatos con puntera—. ¿Mides queí , uno ochenta? —Uno ochenta y ocho. —De nuevo, la sonrisa de Philip mostroí dos hileras de dientes muy blancos. —Lindo. Ya sabes lo que dicen de los hombres altos. —Olivia


miroí fijamente a la entrepierna del hueí sped. —Olivia —dijo Cora, atragantada, pero no estaba segura de por queí seguíía sorprendieí ndose tanto. Olivia era lo suficientemente lista como para darse cuenta de su groseríía, pero simplemente no le importaba—. Philip estaba comentando lo agradable que es esta fiesta. Íncluso mientras lo decíía, sus ojos se movíían como dardos por todos los alrededores. ¿A doí nde habíía ido Marcus? ¿La habíía visto? —Oh, por supuesto. Gran fiesta —coincidioí Olivia. Armand, ahora colgado de Cora, de alguna manera habíía tomado un segundo champaí n. Senñ aloí con su copa nueva, peligrosamente cerca de derramar lííquido sobre Cora. —¿Ven a ese sujeto de la esquina? Es Max Mars, la estrella de cine. Todos examinaron al guapo rubio que era el centro de atencioí n frente a la escalera; estaba rodeado por un adorable puí blico de cinco personas. —Bueníísimo. Me lo follaríía —sentencioí Olivia. Armand resoploí en la oreja de Cora, apoyaí ndose maí s pesadamente en ella hasta que se encontroí rodeada por el aroma de su colonia. Olíía bien, pero era un poco abrumador para su gusto. Los labios de Philip se sacudieron brevemente en lo que parecíía sospechosamente el inicio de una sonrisa. Cora cerroí los ojos mientras Olivia continuaba. —¿No dijo Anna que estaba haciendo una audicioí n para una pelíícula en la que eí l es el protagonista? Eso seríía, bueno, una gran oportunidad para ella. —Síí —comentoí Cora, centraí ndose nuevamente en la conversacioí n en cuestioí n—. Y ella es perfecta para el papel. —Y hablando de eso, ¿doí nde estaí esa perra? —Olivia fruncioí el cenñ o, mirando hacia la entrada—. Anna es otra de nuestras companñ eras de cuarto —le dijo a Philip, y luego le guinñ oí un ojo—. Pero solo hay una cama. Menos mal que somos amigas muy ííntimas. Cora casi se atragantoí con un sorbo de champaí n. —¿Queí tal otro brindis? —dijo desesperadamente. La sonrisa de Philip ahora era de oreja a oreja. —¡Por los amigos! —Armand comenzoí a brindar de nuevo, pero la mano que sosteníía la copa llena auí n estaba alrededor del cuello


de Cora. Olivia agarroí al disenñ ador borracho y ayudoí a quitaí rselo de encima. —Cielos, Armand, mira su vestido. Cora se encontroí casi libre cuando Armand regresoí a agarrarle el brazo. —¿Te gusta el vestido? Es una de mis creaciones. —Necesito ir a arreglarlo. Solo un momento —tartamudeoí Cora, soltaí ndose de Armand. Oficialmente habíía alcanzado la sobrecarga de estíímulo maí ximo. Necesitaba un respiro. —Para, se ve perfecto —reganñ oí Armand. —Muy bonito. Eres como una sirena. —Philip le sonrioí . Cora miroí hacia abajo. El vestido tipo tubo de color azul no teníía tirantes y envolvíía su elegante figura hasta su cintura, en donde brillaba con un color turquesa y luego bajaba hasta convertirse en una verde cola, como la espuma del mar. —Date la vuelta —pidioí Olivia y Armand le dio una vuelta a Cora, quien no tuvo maí s remedio que continuar. Por supuesto, tan pronto como giroí , su mirada se posoí en la multitud y miroí directo a los ojos de su marido, Marcus Ubeli. Como en las pelíículas, se sintioí como si todo a su alrededor se silenciara y se volviera borroso. Ocho semanas no habíían cambiado mucho, al menos para eí l. Marcus llevaba su esmoquin caracteríístico. Todo en eí l expresaba poder, desde el par de sus anchos hombros hasta su penetrante mirada. Estaba de pie en una multitud y se elevaba por encima de ella; un hombre entre ninñ os. Se encontraba a unos pasos dentro de la puerta, rodeado por dos hombres vestidos de negro. Las Sombras, asíí los llamaban en las calles. Solo una mirada y Cora se detuvo a media vuelta, dejando que su vestido siguiese sin ella. Miroí a su esposo y aquella imagen la golpeoí con una fuerza abrumadora. Sus miradas se cruzaron y hubo un fuego ardiendo en sus entranñ as. Quemaí ndola hasta la meí dula. Con tiempo y espacio, Cora se habíía convencido de haberse imaginado la potencia de su efecto sobre ella. Seguramente habíía exagerado sobre la manera en la que eí l, con una mirada, podíía inmovilizarla en su lugar y hacerla rogar. Despueí s de un medio giro le dio la espalda, pero no sintioí alivio. Sabíía que sus ojos estaban sobre ella y podíía sentir el fantasma de sus manos en su cuerpo.


Aparte de eso, un milloí n de recuerdos estaban llegando a ella. EÍ l sostenieí ndola por la noche, con su cuerpo acurrucado detraí s del de ella. EÍ l diciendo, al fin, las palabras que ella habíía esperado tanto tiempo para escuchar; susurrando una y otra vez que la amaba. Y esa uí ltima noche antes de que ella lo dejara. La aterradora imagen al verlo abandonar su control y aplastar brutalmente la cabeza de un hombre. Varias veces, incluso despueí s de que el hombre falleciera. Marcus no sabíía que Cora estaba allíí, escondida en las sombras, pero ella lo habíía visto. Lo habíía visto y nunca lo olvidaríía. Se tambaleoí hacia atraí s. —Tengo que irme. Olivia fruncioí el cenñ o y la cabeza de Armand se movioí . Ambos se dieron cuenta al mismo tiempo de la causa de su paí nico. Durante los uí ltimos dos meses Cora habíía sido la companñ era de piso de Olivia y Armand era un visitante frecuente de su pequenñ o apartamento. Habíían escuchado sus despotriques, la habíían abrazado cuando lloraba y la habíían llenado de helado cuando se deprimíía durante díías. Sin embargo, nunca les habíía contado la magnitud de la situacioí n. No le habíía contado a nadie lo sucedido esa uí ltima noche y nunca lo haríía. —Oh, querida… —Armand comenzoí , con su manzana de Adaí n movieí ndose mientras tragaba saliva convulsivamente. Olivia fue maí s directa. —Ve. Philip Waters se enderezoí hasta alcanzar su importante altura. Sus ojos se entrecerraron y Cora se congeloí ante la maí scara de odio que se asentoí sobre sus majestuosos rasgos. Cora no queríía saber las razones por las que el hombre de blanco despreciaba a su esposo. Todo el mundo de Marcus estaba lleno de oscuridad y venganza. Ella no queríía tener nada que ver con nada de eso. Y ciertamente no teníía ninguí n intereí s en confrontar a Marcus esta noche. Levantaí ndose el vestido para no tropezar con la diminuta cola, Cora huyoí . Maldita sea, ¿por queí dejoí que Armand la convenciera de usar estos tacones de doce centíímetros? No podíía ir demasiado raí pido o se romperíía la nuca. —Lo siento —Armand la alcanzoí , sonando nuevamente sobrio. —Me dijiste que no estaríía aquíí —dijo, apretando los dientes. —Lo seí —suspiroí Armand, y ella casi se tropieza.


EÍ l la sujetoí , y luego la frenoí mientras le hablaba bruscamente: —¿Lo sabíías? Sabíías que iba a venir y me dijiste… —Mira, no sabíía que iba a venir. Puede que se me haya escapado que estabas trabajando en este evento conmigo. No lo inviteí . —¡Me usaste como carnada frente a eí l! Eso es una invitacioí n abierta para un hombre como eí l. Miroí hacia atraí s y, por supuesto, Marcus se dirigíía hacia el saloí n de baile, acercaí ndose a ellos. La gente parecíía apartarse maí gicamente de su camino. Mierda. —Han pasado dos meses, Cora bella. ¿No crees que al menos deberíías hablar con eí l? —He hablado con eí l. Bueno, le habíía enviado un mensaje de texto. No podíía soportar escuchar su voz, aunque habíía guardado sus mensajes de voz. —Quiero decir cara a cara —Armand suspiroí de nuevo. Cora sintioí una punzada de culpa. Sus amigos no habíían sido maí s que solidarios, aunque recalcaron, de manera gentil, que hablar con su esposo podríía ser un poco mejor que despotricar a sus espaldas. Sin embargo, no lo entendíían. Y nunca lo haríían porque jamaí s les contaríía sobre esa noche. Mantenerse ocupada era la uí nica alternativa a acurrucarse en posicioí n fetal bajo su colcha. Una y otra vez, despertando y durmiendo, escuchaba el BUM del arma de AJ y las interminables imaí genes la asaltaban: la sangre, esos breves momentos entre la vida y la muerte cuando se inclinoí sobre el cuerpo de Íris y le suplicoí que aguantara, creyendo todavíía que el verdadero amor lo conquistaba todo. Pero no era asíí. El verdadero amor y los finales felices eran una mentira. Los ojos de Íris se habíían vuelto vidriosos y eso fue solo el comienzo de la violencia y el derramamiento de sangre de aquella noche. Asíí que síí, Cora habíía huido. Y en los uí ltimos dos meses habíía tratado de construirse una vida. Una que por primera vez pudiera llamar suya, no dictada por su madre o su marido. Finalmente estaba haciendo lo que habíía sonñ ado toda su vida: vivir independientemente y empezar a abrirse camino en el mundo. Pero cielos, nada de eso importaba porque Marcus estaba aquíí. Ya no podíía evitar pensar en eí l. EÍ l haríía que


hubiese una confrontacioí n. Asíí era eí l. —No puedo —dijo, empujando a Armand y subiendo el primer escaloí n de la escalera. EÍ l fruncioí el cenñ o, pero la dejoí ir. —Esta noche es demasiado. No puedo. No lo hareí . —Ahora hablaba consigo misma, subiendo cuidadosamente las escaleras por los malditos tacones. Pero a mitad del camino cometioí un error. Miroí hacia abajo. Marcus estaba de pie entre la multitud, miraí ndola directamente. ¿Habíía tristeza en las hermosas cavidades de su rostro, en las sombras bajo sus ojos? Ella esperaba ira. Cora se dio cuenta, demasiado tarde, de que se le habíía quedado mirando. Marcus observoí su titubeo y eso fue suficiente. Oh, mierda. Se ganaba la vida entre los criminales del inframundo, donde la maí s míínima debilidad podíía ser aprovechada. Asíí que, por supuesto, leyoí la de Cora. Y, como el canto de una sirena, lo conmovioí . Agarraí ndose de la barandilla con ambas manos, Cora lo vio merodear entre las brillantes masas. Mantuvo sus ojos en ella, y ella leyoí en ellos una promesa. EÍ l era el cazador; ella era la presa. Y Marcus Ubeli siempre conseguíía lo que queríía. Bajo su hermoso vestido, sus rodillas temblaban. ¿Con queí ? ¿Miedo, deseo, anticipacioí n? No lo sabíía. Todo lo que sabíía era que se alegraba de tener la barandilla para estabilizarse. Corre. Lárgate de aquí. Pero se quedoí paralizada en su lugar. Porque tal vez, en secreto, queríía que eí l obtuviera lo que queríía. Un as bajo la manga la salvoí . Una joven curvilíínea aparecioí , con su piel dorada brillando contra su atuendo completamente blanco. Anna. La gente a su alrededor formoí un cíírculo de admiracioí n y ella sonrioí , disfrutando de la luz de su atencioí n. Pero, a sus espaldas, un mesero levantoí una bandeja repleta de bebidas y se tambaleoí debido a su peso. Cora jadeoí al ver lo que sucederíía. El mesero tropezoí y las copas cayeron, enviando lííquido en un arco brillante y salpicando todo el cuerpo revestido de blanco de Anna. Ella se detuvo por un breve momento, mirando hacia abajo mientras la mancha amarilla se extendíía por todo su atuendo blanco. Pero Cora debioí haber sabido que Anna podíía con cualquier situacioí n.


En otro lado del saloí n de baile, el DJ se habíía tomado un descanso y la muí sica era tranquila, asíí que las personas se estaban volviendo para ver este nuevo entretenimiento. Nadie maí s habríía podido lograr eso, pero Anna era una artista y ahora teníía un puí blico. Echoí la cabeza hacia atraí s y se rio. Con un movimiento practicado, dejoí que la chaquetilla se deslizara de sus hombros, tirando la prenda en la bandeja del mesero sorprendido. Cada movimiento era parte del baile, y era difíícil mirar hacia otro lado. Su camiseta, una compleja camisola cosida por delante con pequenñ os ganchos, fue la siguiente. Con unos raí pidos movimientos de sus dedos, su top comenzoí a abrirse por el medio mientras el puí blico conteníía la respiracioí n. Movioí las caderas, dando un paso al frente. La gente a su alrededor se alejoí mientras se dirigíía hacia una mesa de buffet. Aunque teníía las manos ocupadas con su top, se las arregloí para subirse cuidadosamente a la mesa. Ahora la mayor parte de la sala se encontraba mirando. Anna praí cticamente permanecioí en su sitio, moviendo sus caderas al ritmo de una cancioí n silenciosa. El DJ inundoí la sala con un ritmo vibrante. Ahora algunos de los invitados maí s joí venes y alborotadores se acercaron a la mesa y Anna se movioí con y para ellos, lanzaí ndoles un beso a sus nuevos admiradores. Algunos de ellos comenzaron a gritar. Su top se desprendioí lentamente y de manera provocativa hasta que ella lo dejoí caer y reveloí un paí lido sujetador que levantaba un increííble par de pechos. Si la multitud no se habíía entusiasmado antes, ahora síí lo hacíía; y alguien puso al DJ al tanto, quien subioí el volumen de la muí sica y rugioí en el microí fono: —Damas y caballeros, por favor denle la bienvenida a… ¡Venus! Anna estaba de cuclillas con una tanga sexy y un fondo hecho de tul que sujetaba la falda voluminosa que habíía estado usando. No era mucho maí s de lo que usaba para trabajar en el club de striptease donde teníía su propio espectaí culo. Íncluso semidesnuda se veíía elegante, con la falda de gasa alrededor de sus caderas abrieí ndose como la de una bailarina. En el extremo del saloí n de baile, Max Mars dejoí su muchedumbre de admiradores y se deslizoí a traveí s del parqueí hasta el escenario donde Anna se encontraba bailando. Se acercoí , con el reflector dorando su famoso perfil. Extendioí su mano. Anna la tomoí .


Cora se olvidoí de respirar. Su companñ era de cuarto se estaba riendo tomada de la mano de la mayor estrella de New Olympus y lanzaba besos por encima del hombro a sus adorables fans mientras Max Mars se la llevaba. Aprovechando la distraccioí n, el personal de Cora limpioí el champaí n y retiroí la ropa mojada. Y se evitoí la crisis. Pero no del todo. Auí n con toda esa conmocioí n, Marcus seguíía miraí ndola. Cora se tambaleoí hacia atraí s, casi cayendo sobre los escalones debido al peso de su mirada fija. Habíía una promesa en las tormentosas profundidades de sus ojos. El destino teníía un as maí s bajo la manga. Mientras sus ojos se cruzaban con los de ella, Marcus se habíía olvidado de observar a la multitud. La muí sica del DJ terminoí y la multitud se precipitoí hacia adelante para animar. Y en medio de las olas de gente y como si fuera arrastrado por una marea maí gica, Philip Waters se interpuso en el camino de Marcus. Desde su posicioí n ventajosa, Cora pudo ver la expresioí n serena de su marido titubear al mirar al hombre que bloqueaba su paso hacia ella. Esperoí lo suficiente para ver el reconocimiento en los rasgos de Marcus mientras miraba al gigante de blanco. Un segundo despueí s la sorpresa abandonoí el rostro de Marcus y el odio se desbordoí de eí l. Cora no esperoí para ver lo que sucedioí a continuacioí n. Quitaí ndose los zapatos, se dio vuelta y corrioí por las escaleras.

CAPÍÍTULO 2

La casa era un mini palacio, tan grande como un hotel. En lo alto de las escaleras, Cora pasoí junto al letrero que marcaba al pasillo como “Privado”. En fin, maí s tarde le preguntaríía a Armand quieí n era el duenñ o del palacio para poder pedirle perdoí n por la intrusioí n. Escapar era maí s importante en este momento. Se apresuroí a atravesar el pasillo, probando algunas puertas para ver si alguna podíía llevar a un escondite seguro. Ninguno de los pomos de las puertas giroí . Cora corríía descalza de uno al otro, imaginando coí mo Marcus subiríía las escaleras victorioso (por supuesto), luego de cualquier enfrentamiento que pudiera haber tenido con Philip Waters. Se detendríía en lo alto de las escaleras, ordenando a sus Sombras que esperaran, e iríía a por ella. Finalmente, la puerta al final del pasillo se abrioí y Cora salioí al


balcoí n. El aire era fríío y refrescante, pero no enfrioí su piel sobrecalentada. Corrioí hacia la barandilla, se inclinoí y miroí hacia el jardíín, respirando profundamente. Era el segundo piso. No habíía forma de bajar. No habíía otro lugar hacia donde correr. Parpadeoí raí pidamente mientras su corazoí n se aceleraba, mirando por encima de su hombro. ¿Quizaí s no iba a encontrarla? Pero eí l habíía tenido esa mirada en sus ojos. Se habíía cansado de esperar. Hacíía dos meses, en el auto de Maeve y lejos de la finca Ubeli, ella le envioí un mensaje de texto: Te he dejado. Estoy en un lugar seguro. Por favor no me busques. Habíía apagado su teleí fono y Maeve la habíía dejado en el apartamento de Olivia. Despueí s de darle un beso de despedida a Brutus , y recibir una lamida del perro a cambio, Cora habíía entrado con Olivia y Anna para abrazarlas y llorar. Armand aparecioí una hora maí s tarde con vino. No la reprendioí , sino que la abrazoí hasta que Cora derramoí laí grimas. Bebieron hasta el amanecer. Al díía siguiente, encendioí su teleí fono y miroí los seis mensajes de voz que Marcus le habíía dejado. Y un mensaje de texto: Tenemos que hablar. Despueí s de guardar los mensajes de voz sin escucharlos, le respondioí con un mensaje. Era una cobarde, pero estaba resignada a serlo. No puedo justo ahora, pero lo haremos pronto. Lo prometo. Necesito tiempo. Habíía dejado fuera lo que realmente queríía decir. La respuesta de Marcus lo dijo por ella. Esperareí . Te amo. Habíía cumplido su palabra. No la habíía buscado durante dos meses. Oh, Cora sabíía que la vigilaba, y cada semana llevaban flores al apartamento de Olivia; flores que Anna y Olivia juraban que no eran de ninguno de sus admiradores. Pero no hubo llamadas telefoí nicas ni mensajes de texto. Nada de aparecer en su puerta. Nada hasta esta noche. La paciencia de Marcus se habíía agotado. Cora alejoí sus ahora heladas manos de la piedra y las frotoí entre síí. La verdad era que, por mucho que le asustara este díía, sabíía que teníía que suceder. Era un cierre, ¿cierto? Todo el mundo decíía que era importante. Si tan solo fuera lo suficientemente fuerte. Ella y Marcus no estaban hechos el uno para el otro. Desde el principio se habíían desatado como el fuego, pero, ¿valíía la pena si


aquello quemaba el mundo entero? Se habíía dicho a síí misma que necesitaba estos uí ltimos dos meses para pensar. Pero la verdad era que ignorar todo era la uí nica forma que conocíía de quedarse sorda y ciega ante sus encantos. Pero vieí ndolo ahora de nuevo, supo la verdad. Lo queríía. Le… gustaba ceder ante la atraccioí n que eí l teníía sobre ella. Si era honesta consigo misma, y esto era muy, muy difíícil de admitir… siempre lo hacíía. Queríía que su abrumadora fuerza se volcara sobre ella y la llenara de deseo. Deseaba demasiado a Marcus. Y se odiaba a síí misma por ello. Odiaba su deseo por eí l, su debilidad. Queríía ser capaz de enfrentarse a eí l y demostrar que era lo suficientemente fuerte para vivir su propia vida. Teníía que romper el ciclo. Dependíía de ella. Unos pasos sonaron tras ella. Y ahora era su oportunidad.

CAPÍÍTULO 3

Finalmente estaba aquíí, delante de eí l. Marcus atravesoí las grandes puertas y salioí al balcoí n con ella. Su esposa. Por fin se reunieron. Los uí ltimos dos meses habíían sido un infierno. Cualquiera que hubiera estado cerca de Marcus lo diríía. Sharo, las Sombras. Todos habíían aprendido a mantenerse alejados de eí l, excepto cuando era absolutamente necesario. Cora le daba la espalda a Marcus, pero sabíía que ella lo sentíía. Siempre podíía hacerlo. Estaban conectados, sin importar los kiloí metros que los separaran. Nada podíía romper su víínculo. Asíí que le habíía dado el tiempo que ella solicitoí . Habíía tenido miedo. Todo lo que habíía sucedido… fue malo. Ella pensoí que necesitaba espacio, asíí que vale. Todos los díías eí l queríía conducir hasta allaí , derribar la puerta del apartamento de su amiga y arrastrarla de vuelta al sitio donde pertenecíía. A su lado. Para para ella, Marcus habíía luchado contra su naturaleza menos desarrollada y la habíía dejado en paz. Pero ya era suficiente. Era su esposa y era hora de que volviera a casa. —Cora. —Su nombre fue una caricia sensual en su lengua. Nunca habíía querido tanto a algo como la queríía a ella. Ella se volvioí y el víínculo de conexioí n entre ellos se tensoí . Era tan endemoniadamente hermosa que casi perdioí el aliento. Era imponente, bella y delicada, con una paí lida piel que brillaba a la


luz de la luna. El vestido que llevaba se amoldaba a sus curvas, pero tambieí n destacaba el hecho de que habíía perdido peso. Cientos de pensamientos incoherentes corrieron por la cabeza de Marcus. Queríía castigarla por haberlo dejado. Queríía caer a sus pies y pedirle perdoí n. Queríía agarrarla, ponerla contra la pared y drenar toda la frustracioí n de los uí ltimos dos meses entre sus muslos temblorosos. Cora cerroí los punñ os y los puso a sus costados como si pudiera leer sus pensamientos y se estuviese obligando a no extender la mano para tocarle. Marcus casi grunñ oí de satisfaccioí n al verlo. La afectaba tanto como ella a eí l. Los ojos de Cora se entrecerraron, enderezoí sus hombros y levantoí la barbilla. Cualquier declaracioí n que esperase dar con esa postura se vio debilitada por el hecho de que sus pezones se habíían endurecido de manera clara, completamente visibles a traveí s de la tela apretada que se aferraba a sus pechos. Fue bueno que hubiera huido a este lugar para su encuentro, porque ahora Marcus podíía tener esta imagen solo para eí l en lugar de preocuparse por dejar ciego a cualquier idiota que se atreviera a mirar lo que era suyo. —¿Tan pronto te vas de la fiesta? —Finalmente lanzoí la primera descarga. Sus ojos se abrieron y se cruzoí de brazos. Maí s fue la laí stima. —No soy una persona muy fiestera. Marcus no pudo evitar sonreíír ante aquello. —Lo recuerdo. Levantoí su mano, sosteniendo sus ridíículos zapatos que habíía abandonado en plena huida. —Te los dejaste en las escaleras. Sus ojos se abrieron de par en par por un momento y un leve rubor aparecioí en sus mejillas. —Síí, bueno. He tenido una larga noche. Avanzoí hacia adelante, capturando los ojos de Cora con los suyos y miraí ndolos fijamente. Cora retrocedioí hasta que sus piernas golpearon la barandilla. EÍ l se arrodilloí . Despueí s de todo, solo lo hizo para inclinarse a sus pies. Levantoí el sedoso material de su vestido y exhibioí su perfecto tobillo. Dios, volver a tocar su piel… —Marcus —jadeoí , y eí l miroí su cuerpo. Su pecho se encontraba agitado y eí l esbozoí una sonrisa. Cora parecioí perder la nocioí n de lo que habíía estado a punto de decir. Oh síí, su cuerpo recordaba el dominio de Marcus sobre eí l, y pronto el resto de ella tambieí n lo


haríía. EÍ l se aseguraríía de ello. Pero incluso mientras lo pensaba, eí l sabíía que queríía maí s. No queríía obediencia ciega. No de su parte. No, lo que queríía de ella era mucho maí s complejo. Levantaí ndole el pie, le puso el primer zapato y lo atoí , acariciaí ndole el tobillo y la pantorrilla. La oportunidad de volverle a poner las manos encima era demasiado tentadora para dejarla pasar. Le colocoí el otro mientras Cora se apoyaba en la barandilla. Estaba en silencio, pero a juzgar por la ocasional dificultad para respirar, su caricia la estaba afectando. Cuando finalmente se enderezoí y se puso de pie, ella tragoí con fuerza para despueí s soltar un tembloroso gracias. —Es un placer. Sus miradas se cruzaron y se quedaron fijas en la otra por un momento antes de que Cora mirara al suelo y retrocediera un paso. Como si cualquier cantidad de distancia pudiera detener el fuego ardiente de su quíímica. —Armand me dice que le ayudaste con la mayoríía de los preparativos —dijo eí l. Cora era como un paí jaro asustadizo que huiríía volando si no teníía cuidado—. Dice que eres indispensable. Tu empresa estaí despegando. —Bueno —dijo, con voz ronca; despueí s se aclaroí la garganta y volvioí a intentarlo—. He estado trabajando duro. —No demasiado duro, espero. Necesitas recordar que debes dormir y comer. Cora soltoí una fraí gil risita. —Deberíías seguir tu propio consejo. Aprendíí mis haí bitos de negocios de ti. —Quiero disculparme. Aquello salioí repentinamente de su boca y ella parecioí sorprendida. Podíía ya no estar de rodillas, pero, demonios, solo ahora pudo darse cuenta de que eso era lo que habíía venido a decir. Eso y maí s, pero teníía que empezar aquíí. Teníía tanto que compensar en lo que respectaba a su esposa. —Necesito pedirte perdoí n por la violencia en el restaurante. Cora alzoí una ceja; tal vez por la escueta descripcioí n del tiroteo que habíía roto los cristales de las ventanas y aterrorizado al menos a una docena de invitados, matando a tres e hiriendo a otros maí s.


—Nunca penseí que AJ se atreveríía a tanto. Lo subestimeí y te puse en una posicioí n peligrosa. Lo siento. —No fue tu culpa. —Fruncioí el cenñ o—. Pero, si te hace sentir mejor, te perdono. Nunca penseí que la culpa fuera tuya. —Entonces me disculpo por dejarte sola en la finca al díía siguiente. Cora miroí hacia abajo, viendo coí mo la tela se juntaba alrededor de sus pies. —Estaí bien. Te habríías quedado si hubieras podido. —Ínspiroí profundamente—. Acepto tus disculpas. ¿Las aceptaba? ¿De verdad lo hacíía? Todavíía no sabíía coí mo AJ la habíía atrapado la noche en que todo se fue a la mierda, pero al final no importaba. La responsabilidad era de Marcus. Si no la hubiera dejado sola, nunca se la hubieran llevado. Ella era su esposa y no se suponíía que sus negocios debieran tocarla. Sin embargo, no quiso decir nada maí s sobre el tema. Nunca volveríía a ponerla en esa posicioí n. La protegeríía y la mantendríía a salvo. Algo que solo podíía hacer cuando se encontraba a su lado, donde pertenecíía. —Bien. —No pudo evitar mirarla de arriba a abajo con admiracioí n—. Te ves hermosa. —Tuí tambieí n. Marcus sonrioí de oreja a oreja. —Marcus… —Cora, necesitamos aclarar las cosas. Te he dado tiempo. —Casi dos meses —dijo suavemente. —¿Has estado llevando la cuenta? ¿Contando los díías? —No —mintioí . Marcus no necesitaba sus palabras para saber la verdad, solo su expresioí n. Sus miradas se cruzaron. Ella parecíía un poco perdida y un poco como si esperara al fin ser encontrada. Mucho se decíía y mucho se ocultaba en una simple mirada. Ella era suya y siempre lo seríía. —Te he dado espacio, como lo pediste —repitioí . Cora se cruzoí de brazos, y casi tan pronto como lo hizo, los bajoí de nuevo como si fuera consciente de cada uno de sus vulnerables gestos. —Admitiste que hiciste que mi amigo me espiara. Y estoy segura de que hiciste que tus hombres me siguieran.


—O pude haber puesto microí fonos en tu apartamento. —Dime que no lo hiciste. ¿Lo hiciste? —Luego sus cejas se juntaron, furiosas—. Las flores. Marcus puso los ojos en blanco. —Cora, estaba bromeando. No puse microí fonos en el apartamento. Que la programadora lo compruebe. Lo fulminoí con la mirada, claramente poco divertida. —Escucha. —Se pasoí la mano por el pelo. Esto no estaba yendo como eí l lo habíía previsto. Queríía ser sincero con ella por una vez. Sin juegos. Sin tonteríías—. Quiero hablar contigo. Sacar todo a la luz. —¿Todo? Lo pensoí . —Bien, no, no todo. Sabes que algunos de mis secretos estaí n mejor guardados. No se trata solo de míí, se trata de mi negocio… —Tu negocio es lo que nos mantiene separados. —¿Es por eso que te fuiste? Cora se calloí , sacudioí la cabeza y volvioí a mirar hacia abajo, escondiendo sus ojos de Marcus. Dio un paso adelante. Ella retrocedioí en automaí tico y eí l se paroí en seco. —Dime por queí huiste. Haí blame. Era exasperante no saber lo que estaba pasando por su cabeza. —Sigues dando oí rdenes. —Sacudioí la cabeza, pero no lo miroí . —Recuerdo que te gustaba cuando daba oí rdenes. Cuando Cora no mordioí el anzuelo, eí l suspiroí . —¿De queí tienes miedo? El silencio volvioí a emerger entre ellos. —¿De AJ? Porque se ha ido. —Dios. —Le dio la espalda, con los hombros repentinamente tensos. —Seí que te sentiste amenazada. —Si Marcus pudiera matar a AJ de nuevo, lo haríía. Y esta vez lo prolongaríía—. Pero puedo mantenerte a salvo. Cora miroí fijamente al otro lado del jardíín. El viento sacudíía las copas de los aí rboles; las hojas se estremecíían por debajo de ellos. Se inclinoí hacia adelante en la barandilla de piedra y Marcus no pudo leer su lenguaje corporal. No le gustoí . Se acercoí y se apoyoí en la barandilla junto a ella. —Cuando AJ llamoí y dijo que te teníía, ya nada maí s importoí . Tuí


significas mucho para míí. Lo sabes, ¿verdad? Sabes que lo eres todo para míí. Sus ojos se cerraron como si sus palabras le dolieran. Su brazo rozoí el de ella y Cora se estremecioí , apartaí ndose. Marcus retrocedioí sintiendo una opresioí n en el pecho. —Nunca me tengas miedo, Cora. —Su voz salioí maí s aí spera de lo que pretendíía, pero joder—. Nunca te haríía danñ o. Estaba enfadado, pero sobre todo estaba preocupado por ti. Íntenteí con todas mis fuerzas mantener el horror de mi mundo lejos de ti. —Fallaste —dijo con dificultad y finalmente lo miroí . Habíía dolor en sus ojos. Aquello hirioí a Marcus. —Lo siento. Nunca quise ponerte en el medio de todo. Y cuando AJ te secuestroí … —Se quebroí , sacudiendo la cabeza, incapaz de poder continuar. Todavíía no sabíía todo lo que Cora habíía soportado ese díía. Llegoí a eí l cubierta de sangre. Sus manos temblaban cuando pensaba en ello. AJ le habíía hecho algo, habíía hecho que fuese testigo de algo…. no solo la arrastroí a su mundo, sino que la sumergioí en eí l. Y, por supuesto, ella huyoí . Si Marcus fuera un buen hombre, la enviaríía lejos en lugar de traerla de vuelta. —Estaí bien —susurroí Cora. El viento soplaba tan fuerte que, aunque envolvioí sus brazos alrededor de síí misma, todavíía se le podíía ver la piel de gallina. Marcus fruncioí el cenñ o. Ya no podíía cuidarla. —Vayamos adentro. Te sacareí del fríío. Cora hizo un ruido que podríía interpretarse como negativo, asíí que eí l se quitoí el abrigo y se le acercoí . En el uí ltimo instante, ella se dio la vuelta y le dejoí colocaí rselo sobre sus hombros. —Te juro, Cora, que no soy un monstruo. Estando tan cerca y respirando su familiar aroma, casi pudo creerlo. Habíía hecho cosas buenas y terribles para asegurar la estabilidad de su ciudad, lo que le habíía dado el acertado nombre de Rey del Ínframundo. Habíía encarnado el tíítulo sin remordimiento alguno durante anñ os, controlando a los malvados con mano de hierro para que los deí biles no sufrieran excesivamente. Era suficiente propoí sito, se dijo a síí mismo. Era una expiacioí n por no haber protegido a su hermana anñ os atraí s. Pero Cora habíía irrumpido en su mundo en blanco y negro con una explosioí n de colores vibrantes. Habíía descongelado el hielo de


su corazoí n, y eí l no podíía volver a ser como antes. No cuando supo coí mo era amarla y sentir su amor correspondido. Sintioí su cuerpo temblar ante su cercaníía. —Vuelve a míí —susurroí en la concha de su oreja. Cuando Cora sacudioí la cabeza, eí l pudo sentir su pelo enganchaí ndose en la aí spera barba incipiente de su mentoí n. —No estaí s segura sola. Sin míí. —Hay personas que no creen que esteí segura contigo. —Apretoí los ojos con fuerza, como si Marcus fuese a desaparecer si los cerraba durante el tiempo suficiente. En su lugar, la giroí suavemente hacia eí l e inclinoí su cara contra la suya. —¿Quieí n? —Mis amigas —respondioí , un poco sin aliento. —¿Olivia Jandali? —soltoí Marcus con dientes apretados. Habíía investigado a sus dos companñ eras de cuarto—. ¿O la stripper? ¿Tus supuestas amigas que te dejaron con AJ? No necesito decirte lo que pienso de su decisioí n. Cora se tensoí . EÍ l lo sintioí y apartoí las manos. —Quiero que vuelvas. Te necesito cerca de míí, donde seí que puedo mantenerte a salvo. Seí que podemos arreglar las cosas, si tan solo hablamos… Ella se giroí para enfrentarlo. —Por eso me fui, Marcus. Íntentas controlarme. No puedes dejarme ser. —No te he llamado ni hablado en meses. —Y me acorralas y me preguntas… no… me dices que vuelva a ti. Me fui porque ya estaba harta de eso. No puedes controlarme. Se quitoí bruscamente el saco del traje y se lo devolvioí . Cuando eí l no lo tomoí , ella se giroí y lo colocoí sobre el parapeto antes de volver a apoyarse contra la fríía piedra. Miroí al jardíín, alejando obstinadamente su cuerpo de eí l. Presionarla maí s por esta noche no lo iba a llevar a ninguna parte. Pero necesitaba saber que no se iba a rendir. Ni de lejos. Ella le habíía dado a probar el paraííso; a eí l, que habíía vivido tanto tiempo en el infierno. No viviríía sin ella. No podíía. —No puedes huir para siempre —dijo finalmente—. Hablaremos de nuevo en unos díías. Antes de que Cora pudiera decir algo maí s para contradecirlo, Marcus se dio media vuelta para atravesar las puertas dobles y


volver a la mansioí n. Le permitiríía tener la ilusioí n del poder de elegir por un poco maí s de tiempo.

CAPÍÍTULO 4

La fiesta habíía terminado; el uí ltimo invitado se habíía ido a casa junto con la mayoríía del personal. Cora se sentoí en un mar de plumas verde azuladas, guardando los adornos en sus cajas y tratando de no pensar en Marcus. Se sentíía mareada; el agotamiento la llevaba hasta el punto de ya no sentirse cansada. Discutir con Marcus no habíía ayudado. Pero no se trataba solo de eí l. Desde aquella noche no habíía podido dormir. El trabajo la desgastaba lo suficiente como para permitirle dormir algunas horas de vez en cuando; hoy habíía dormido dos horas en una siesta al mediodíía antes de volver a la fiesta, y lo consideraba una victoria. Armand aparecioí con las manos en los bolsillos y un bolso de cuero colgado de un hombro. Al igual que ella, se habíía quitado la ropa formal. —¿Todavíía limpiando? —Le sonrioí , vieí ndola envolver las plumas en papel de seda. —Tratando de empacar lo maí s que pueda para los de la mudanza manñ ana. —Ella lo miroí , tratando de calcular su estado de aí nimo. Parado ahíí, con el pelo despeinado y sus profundas ojeras, parecíía un diligente duenñ o de un spa, no un seductor píícaro. —Querraí s decir hoy. Ya casi amanece. Asintioí . —Me sorprende que no esteí s fregando el suelo, Cenicienta. — Armand sacudioí la cabeza para indicar el lugar donde Anna habíía hecho una actuacioí n improvisada. Luego sus ojos brillaron un poco —. Tu amiga es realmente especial. Cora le sonrioí . —Síí, definitivamente lo es. No te preocupes, mi personal limpioí el piso. Si los anfitriones se quejan, mi empresa pagaraí los danñ os. —Todo saldraí bien, Cora. —Armand se puso en cuclillas cerca de ella, poniendo su bolso a un lado. Le sonrioí burlonamente. —Bonita cartera. —Gracias. Aunque no es una cartera, es demasiado varonil. —Cierto. Es un bolso masculino. Un molso. —Se detuvo y se frotoí la cara mientras una ola de somnolencia la azotaba.


—¿Cuaí ndo fue la uí ltima vez que dormiste? —Hoy maí s temprano dormíí un par de horas. —Cora cerroí la caja en la que estaba trabajando y empezoí a llenar la siguiente. Armand se movioí maí s cerca para ayudar. —¿Y antes de eso? ¿Descansas lo suficiente? —Duermo. Al menos un par de horas por noche. Normalmente. —El insomnio es sííntoma de otra condicioí n. Probablemente mental. —Es definitivamente mental. He estado teniendo estos suenñ os locos. —Cora tratoí de reíírse de ello, pero el sonido resultante fue pateí tico. —¿Íraí s a ver a alguien? —Tal vez. —Con lo cual quiso decir no. Armand suspiroí . Levantoí una pluma de pavo real y le acaricioí el centro con uno de sus largos dedos antes de que Cora se acercara y se la arrebatara. —Todavíía estoy enfadada contigo. —Lo senñ aloí con la pluma—. Te aliaste con el enemigo. Armand la miroí . —Tu esposo no es tu enemigo. Solo queríía verte. —Quiso agarrar la pluma y Cora la apartoí —. Ya era hora. ¿Aclararon las cosas? —No realmente. Se supone que hablaremos en unos díías. — Cora dejoí la pluma y la dobloí sobre papel de seda. —Bueno, eso es un avance, supongo. —Armand cruzoí las piernas, sentaí ndose de cara a ella—. En fin, ¿queí hicieron allaí arriba? —La miroí moviendo sus gruesas cejas. —Basta o te golpeareí con tu molso —amenazoí —. Solo hablamos. ¿Por queí ? ¿Esperabas que fueí ramos a alguí n sitio y me hiciera el amor salvaje y apasionadamente? —Síí, exactamente. —Bueno, todas las puertas a los dormitorios estaban cerradas. Lo que me recuerda. ¿De quieí n es este lugar? —¿Este viejo palacio? —Armand se encogioí de hombros—. Le pertenece a mi familia. Cora se quedoí boquiabierta y miroí la hectaí rea de cuadrados de madera finamente pulidos que conducíían a la lujosa, roja y dorada escalera. —¿Bromeas? —Esta, milady, es la casa original de la familia Merche. —


Levantoí la mano y la sacudioí como para desestimar el inmenso saloí n de baile. —¿Merche? ¿Ígual que la companñ íía? —Mentalmente revisoí las uí ltimas cosas que habíía leíído sobre la companñ íía de telecomunicaciones y la familia que auí n la dirigíía—. ¿Ígual que Louis Merche? ¿El jefe de la companñ íía de telecomunicaciones que tiene el mismo nombre? —Sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta de algo—. Tu nombre completo es Louis Armand Merche. —El cuarto. —Armand ladeoí la cabeza—. A su servicio. —Oh, por Dios. Vienes de… —¿Una de las familias maí s ricas del mundo? Maí s o menos. Al menos hasta que los juicios antimonopolistas rompieran el monopolio. Pero ahora Merche S. L. estaí dividida en tantas companñ íías, y puedes estar segura de que mi familia tiene el control privado de todas ellas. Nadie sabe realmente lo rica que es mi familia. —No puedo creer… —tartamudeoí —. Eres rico. Quiero decir, muy, muy rico. —Yo no —corrigioí Armand—. Mi familia. A míí me han desheredado. La uí nica razoí n por la que pude conseguir este lugar por esta noche fue por mi primo. Si mi padre se enterara de para quieí n era realmente esta fiesta… bueno, la uí nica razoí n por la que no me mataríía es porque, para eí l, yo ya podríía estar muerto. —¿Queí ? ¿Por queí ? —A mi padre no le gustoí mi eleccioí n de pareja para el baile de graduacioí n. —Armand se recostoí un poco, apoyaí ndose en un brazo, pero todavíía de cara a ella—. Papaí pensoí que debíía salir con una buena chica blanca que viniera de una familia rica. Mi madre me comproí un ramillete para que se lo pusiera en el vestido. —¿Queí pasoí ? Armand sonrioí con tristeza. —Mi cita era blanca y veníía de una familia rica. Pero eí l me trajo un ramillete a míí, no yo a eí l. —Tu cita era un chico. —Síí. A papaí no le gustoí la confirmacioí n de que su uí nico hijo era gay. Bueno, bi, para ser maí s especíífico. —Tomoí otra pluma—. No es como si mi padre usara alguno de estos teí rminos. —Armand, lo siento mucho. —Esa noche llegueí a casa y mi madre estaba llorando, pero ella


y los criados no me dejaron entrar. —Bajoí su cabeza un poco; su frente se arrugoí mientras examinaba la pluma. Cora esperoí en silencio con las manos en su regazo. —Paseí la noche con mi cita, escondieí ndome en su habitacioí n. Fue una noche de graduacioí n muy diferente a la que yo esperaba. Me dejoí quedarme una semana en su casa y luego ya no pudo mantenerme escondido de sus padres. Asíí que me quedeí sin hogar. Cora se olvidoí de respirar, sintiendo un dolor que la atravesaba. —¿Te quedaste sin un techo? ¿En el instituto? Armand asintioí , con su pelo negro extendieí ndose sobre su rostro. —¿Queí edad teníías? —Dieciseí is. Cora lo contemploí horrorizada, imaginando al hermoso joven solo en las calles. —Lo lamento mucho. Armand levantoí la cabeza y sus ojos se encontraron con los de ella. —Yo no. Si no hubiera salido, nunca habríía vuelto a la vida. Nunca habríía logrado que Doble M o Fortuna sucedieran. Seríía alguien maí s. —¿Y tu familia? —¿Queí pasa con ellos? —Soploí , y su sedoso pelo negro se apartoí de su frente—. Si quieres sentir laí stima por alguien, siente laí stima por ellos. Tiraron algo bueno. Se lo perdieron. Y no saben queí es lo mejor de la vida. —¿Queí es? —Nunca estaí mal amar —susurroí . Se movioí , ponieí ndose de rodillas frente a ella y tomando sus manos. Ella se lo permitioí ; fue un raro momento en el que eí l parecioí estar en sus plenos veintisiete anñ os—. Deí jame decirte algo sobre tu esposo. Vivíí de la bondad de desconocidos por dos anñ os, y tan pronto como tuve la edad suficiente, empeceí un negocio. Cora no podíía apartar sus ojos de los suyos. —Tu saloí n. Metamorfosis. —Alquileí un pequenñ o lugar y corteí pelo durante diez horas al díía. Acababa de contratar a mi primer empleado cuando unos matones se acercaron y nos chantajearon. Fue entonces cuando oíí hablar por primera vez del senñ or Ubeli. Fui a verle por proteccioí n. Armand se echoí hacia atraí s, dejando que las manos de Cora se


soltaran despueí s de un pequenñ o apretoí n. —Nunca olvidareí la primera vez que lo conocíí. Habíía oíído hablar de todas las cosas que habíía hecho: restaurar los restaurantes de su padre, construir su propio imperio. Parecíía tan poderoso para alguien de apenas treinta anñ os. —Armand miroí hacia el saloí n de baile como si estuviese viendo ese momento otra vez frente a sus ojos. —EÍ l es maravilloso —coincidioí Cora en voz baja. —Síí. —Armand se frotoí la cara con sus largos dedos—. Queríía ser eí l maí s que cualquier otra cosa. Me dio proteccioí n, y por alguna razoí n me preguntoí queí era lo que queríía hacer. Le conteí mi visioí n del spa, y despueí s de un anñ o de trabajar juntos, llegoí y me dijo que eí l seríía un socio anoí nimo. Y desde entonces hemos estado en el negocio juntos. Cora se quedoí callada por un momento. —Gracias por compartir esto. Los oscuros ojos de Armand eran penetrantes. —Tu esposo es un buen hombre. Marcus juega bajo sus propias reglas, pero es leal, especialmente con aquellos que ha jurado proteger. Cuando alguien deposita su confianza en eí l, prefiere morir antes que traicionarla. Su palabra es su garantíía. Alargando la mano, tomoí la de Cora y la apretoí . —Habla con eí l, Cora. Se merece al menos eso. Y tuí tambieí n. Asintioí con la cabeza, tragando con fuerza. —De acuerdo. —Armand cambioí su expresioí n seria y su rostro se relajoí para mostrar el travieso aire coqueto al que ella estaba acostumbrada—. Vamos a llevarte a casa. Te dareí un aventoí n. —¿Y queí hay de los transportistas? —Cora miroí alrededor hacia el montoí n de plumas que quedaban por empacar. —Me ocupareí de las cosas manñ ana. Creo que quiero quedarme con algunas de estas plumas… y llevaí rmelas a casa. A mi companñ ero de piso le encantan los colores del pavo real. Vamos. — La ayudoí a levantarse y luego hurgoí en su saco, sacando una pequenñ a bolsa de plaí stico que conteníía cinco pííldoras blancas—. Ten. —¿Queí es? —Miroí la bolsa sin tomarla. —Crack —dijo, rieí ndose de su expresioí n—. Es broma. Son pastillas para dormir. Completamente inofensivas. Vamos, Cora, praí cticamente son de venta libre —insistioí cuando ella auí n dudaba —. Necesitas dormir. Toma una cuando realmente, realmente la


necesites. —Bien. —Tomoí la bolsa y lo siguioí hasta una pequenñ a puerta lateral. EÍ l se detuvo en la salida, sonrieí ndole. —Confíía en míí, Cora… has hecho un trabajo fantaí stico esta noche. Tu negocio estaí tomando forma. Asignacioí n de modelos, planificacioí n de fiestas, asesoríía de imagen… Percepciones va a estar que arde. Cora se rio. —Necesito especializarme en algo. —Ya pasaraí . Sigue trabajando duro y hazme saber lo que necesites. Me alegro de ayudar, como Marcus me ayudoí a míí. —La mirada en sus ojos mostraba afecto, como la de un hermano mayor. Ella sonrioí en respuesta, pero dejoí de hacerlo justo cuando eí l se dio la vuelta. Su mente seguíía agitada con las palabras que habíía dicho hace unos momentos: Marcus juega bajo sus propias reglas, pero es leal, especialmente con aquellos que ha jurado proteger. Cuando alguien pone su confianza en él, prefiere morir antes que traicionarla. Su palabra es su garantía. Su corazoí n se apretoí con dolor. Marcus valoraba la confianza y la lealtad por encima de todo. Entonces, ¿queí haríía en cuanto supiera que ella lo habíía traicionado?

CAPÍÍTULO 5

Estaba amaneciendo para el momento en que Armand dejoí a Cora en el apartamento de Olivia. Ya no estaba cansada, pero si tensa y nerviosa. Por un lado, su cabeza daba vueltas mientras pensaba en el eí xito de la fiesta, en su nuevo negocio y en mudarse al fin a su propio apartamento. Por otro lado, el futuro deparaba una conversacioí n difíícil con su esposo. La ansiedad y la euforia la inundaron de adrenalina. Al entrar en el apartamento de Olivia, un vendaval de risas le dio la bienvenida. Olivia estaba sentada en el mostrador de la cocina, con su oscuro pelo mojado cayendo alrededor de su rostro. Y Anna se encontraba apretujada a su lado en el diminuto espacio, sosteniendo la enorme y oscura tapa de su licuadora de calidad profesional. A pesar de haber estado en la fiesta hace solo unas horas, las dos mujeres se veíían eneí rgicas y descansadas, con ropa coí moda y casual. Cora tratoí de no resentirse con ellas. —Hola chicas. —Dejoí caer su bolso y su cartera al suelo de roble y empezoí a quitarse las botas—. ¿Queí hacen?


—Preparando el desayuno —dijo Anna con su suave pero sensual voz. Una vez, Cora y Olivia se sentaron a charlar sobre su sexy companñ era de cuarto, preguntaí ndose si su voz era realmente tan aguda o si la estaba fingiendo. Despueí s de seis semanas se dieron cuenta de que realmente era su voz. —Dice que es pudíín de chocolate —dijo Olivia—, pero no le creas. Es una mentirosa que miente. Anna volvioí a colocar la tapa negra encima de la licuadora y encendioí la cosa ruidosa. —Cielos, Anna, tal vez quieras esperar hasta que la gente esteí despierta —gritoí Olivia por encima del ruido. Anna detuvo la licuadora. —¿Queí hora es? —Son como las seis de la manñ ana. ¿Se acaban de despertar? Durante dos meses, Anna y ella se habíían estado quedando con la programadora en su minuí sculo apartamento. Despueí s de todos los problemas con su antiguo jefe, AJ, Anna estaba manteniendo un perfil bajo, trabajando en su negocio de acompanñ antes y yendo a audiciones de pelíículas. El apartamento teníía muy poco espacio para las tres, pero hacíían que funcionara. —Acabo de despertar. Alguien olvidoí sus llaves. Otra vez. — Olivia le puso los ojos en blanco a Anna. Ella se encogioí de hombros y le dirigioí una sonrisa de un milloí n de doí lares. —Las dejeí en un lugar seguro; solo que no recuerdo doí nde. —Tienes suerte de ser bella y poder salirte con la tuya. ¿Revisaste en alguno de los dormitorios de tus clientes? —dijo con sarcasmo Olivia—. ¿O en la casa de Max Mars? Vi coí mo te eligioí esta noche. Anna sacudioí la cabeza, guinñ aí ndole el ojo a Cora. La semana pasada Anna se habíía cortado el pelo y como resultado ahora teníía grandes y sedosos rizos castanñ os alrededor de su rostro. Con su impecable piel acaramelada y su figura de reloj de arena, se veíía tan glamorosa en jeans y camiseta como lo hacíía con un vestido de gala. Como consecuencia de las terribles experiencias de cada una, las tres se habíían unido. Anna y Cora necesitaban un lugar seguro para pasar desapercibidas, y Olivia les habíía ofrecido el apartamento por todo el tiempo que lo necesitaran. Anna se


encargaba de la cocina, Cora limpiaba y Olivia se quejaba constantemente, aunque era evidente que le gustaba tener a sus amigas cerca. Debido a las largas horas que todas se la pasaban trabajando, podíían pasar díías sin verse por maí s de unos cuantos minutos, lo que probablemente hacíía que el acuerdo funcionara tan bien. Cora nunca habíía hecho amigas cercanas tan faí cilmente, pero las necesitaba. Y tuvo la sensacioí n de que ellas sentíían lo mismo. Habíía sido la primera vez en su vida que Cora habíía estado verdaderamente por su cuenta y libre, y esas dos cosas habíían evitado que la situacioí n fuera aterradora o solitaria. —¿Queí estaí s haciendo? —Cora pasoí al lado del gran sofaí y el silloí n de cuero hacia la cocina, lo que requeríía de diez pasos. Un pequenñ o banñ o y un dormitorio del tamanñ o de un armario se encontraban a la izquierda de la sala de estar y la entrada. Olivia habíía trasladado su laboratorio informaí tico a su oficina, de lo contrario no habríía espacio para moverse. —Pudíín de chocolate. —Eso no es pudíín de chocolate, es una blasfemia —murmuroí Olivia. —Es pudíín de chocolate crudivegano —explicoí Anna—. Mantequilla de coco cruda, stevia, cacao en polvo crudo y un aguacate. Sin azuí car, sin laí cteos, sin gluten… —Sin sabor —continuoí Olivia. Anna le sacoí la lengua a su pelinegra companñ era de piso. —Ínteresante —dijo Cora en tono neutro. Anna le ofrecioí la espaí tula. —Prueba. Sabe bien. Cora obedecioí , y para su sorpresa, no estuvo mal. —Chocolatoso. —¡Ja! —Anna miroí a Olivia de manera triunfal. —No dejes que la mujer demonííaca te enganñ e —dijo Olivia y luego se bajoí del mostrador—. Muy bien, ninñ as, tengo que ir a la oficina y ver si Pig sigue trabajando. —Pig era otro genio de la tecnologíía y cofundador de Aurum junto con Olivia; y no, Cora no teníía ni idea de coí mo habíía recibido ese nombre—. UÍ ltimamente hemos estado haciendo estas locuras toda la noche. La uí ltima vez que lo dejeí solo se quedoí dormido en el teclado de su portaí til y su saliva provocoí un cortocircuito en la red. —¿Quieres tomar cafeí primero? —Anna estaba chupando el


chocolate de sus dedos. —¿No acabas de llegar a casa? —preguntoí Olivia. —Me fui a la cama justo despueí s de dejar la fiesta. —Pero, ¿dormiste? —Olivia entrecerroí los ojos. —Un poco. —La boca de Anna se curvoí en una particular sonrisa. —Ooh, ¿fue bueno? ¿Su pene teníía buen tamanñ o? —Tan grande como el edificio del Empire State —se mofoí en susurros—. Desafortunadamente tiene un ego del mismo tamanñ o. —Espera, ¿estaí s hablando de Max Mars? —Olivia se inclinoí . —Las senñ oritas no son indiscretas. —Oh, síí, las senñ oritas síí que lo son. Cafeí y chismes, ahora. — Olivia saltoí del mostrador y corrioí a ponerse las botas. —Deí jame cambiarme. —Anna terminoí de guardar lo uí ltimo de su mezcla y se dirigioí al dormitorio. —¿Vienes? —Le preguntoí Olivia a Cora. Se encogioí de hombros. Ver a sus companñ eras de cuarto cotorrear le habíía dado una pequenñ a descarga de energíía. —Bien podríía. Ahora mismo no estoy cansada. Olivia fruncioí el cenñ o. —¿Todavíía no duermes? —Voy al spa en unas horas —dijo Anna al salir de la habitacioí n con un pequenñ o vestido negro que se ajustaba a sus curvas de maravilla—. Dormireí allíí. Puedes venir conmigo si quieres. A que te den un masaje. Eso podríía relajarte lo suficiente como para que puedas cerrar los ojos. Cualquier cosa sonaba mejor que estar en cama durante horas sin fin repitiendo cada segundo de su encuentro con Marcus. Cora asintioí . EN LA CAFETERÍÍA, Olivia le insistioí a Anna por detalles de su vida amorosa mientras esperaban en la fila. Mientras dejaba que sus amigas discutieran, Cora miroí las pilas de tazas y bolsas de granos de cafeí para la venta, y sin darse cuenta, su mente vagoí de vuelta a la noche anterior. Marcus lucíía tan bien. En el tiempo que estuvieron separados, habíía tratado de decirse a síí misma que habíía exagerado el efecto de aquel hombre sobre ella. Se dijo a síí misma que no estaban hechos el uno para el otro. Que su cuerpo no se iluminaba al reconocer a su pareja perfecta cada vez que eí l estaba cerca. Eres una completa mentirosa.


—Hola, Tierra a Cora. —Olivia agitoí una mano en su cara y Cora levantoí la cabeza. Era su turno de ordenar. Una vez que lo hizo, Olivia la empujoí suavemente hacia Anna. —Vayan al sofaí —ordenoí Olivia—. Cora parece estar hecha polvo. —Vamos, carinñ o. —Anna le tomoí la mano y la llevoí a la parte trasera de la cafeteríía. Todos los hombres de la tienda se volvieron para verlas irse. Las tres se acomodaron en el sofaí y Anna miroí a Cora directo a los ojos. —Haí blame. ¿Por queí no estaí s durmiendo? —Ínsomnio, supongo —Cora se desplomoí sobre los cojines—. No lo seí , me quedo despierta por horas. Y cuando duermo… —se calloí , estremecieí ndose ante el pensamiento de sus uí ltimas pesadillas… ante la impresioí n de la oscuridad y la sangre, siempre habíía tantíísima sangre, y el horrible sentimiento de responsabilidad y culpa que persistíía mucho despueí s de haberse despertado. —¿Pesadillas? Cora tragoí . —Las peores. —Yo tambieí n las he estado teniendo —Anna extendioí la mano para tomar la suya. Cora se quedoí mirando. —¿Síí? —Oh síí. Aquella en la que hay algo horrible persiguieí ndote y estaí s asustada pero no puedes escapar. La he tenido en repetidas veces desde que AJ me llevoí . —Se inclinoí hacia adelante para estrujarle la mano con su encantador rostro serio—. Porque lo que me asusta realmente sucedioí y mi mente necesita procesarlo. Asíí que tengo esos suenñ os. —¿Queí haces con ellos? —Dejarlos llegar. Permíítete sentirte asustada y procesar lo que pasoí . Los suenñ os nos ayudan a superarlo. Si eso es lo que mi mente y mi cuerpo necesitan, estoy bien con eso. —Se encogioí de hombros—. De todos modos, lo maí s importante es que ya ha terminado. EÍ l ya no puede alcanzarnos. Nadie lo ha visto desde entonces. Cora tratoí de no encogerse de miedo. Nadie lo habíía visto porque estaba muerto. Recordaba muy bien la escena de pesadilla en el oscuro ceí sped de la finca. A su esposo levantando el brazo y


golpeando la cabeza de AJ una y otra vez. Su memoria no era un suenñ o. Era real. No soy el monstruo, habíía dicho Marcus. Tu esposo es un buen hombre, le habíía dicho Armand. —Vas a estar bien, nena. —La sonrisa de Anna era caí lida. —Un teí , un cafeí con leche y mi expreso de cinco tragos —Olivia puso las bebidas en la mesa y se dejoí caer entre sus dos amigas—. Mueí vanse, chicas. Entonces, Cora, ¿coí mo salioí el resto de la fiesta? Cora se echoí hacia atraí s y tratoí de sonreíír. Sus recuerdos eran su uí nica carga. —Bien. Quiero decir, no tengo ninguna queja. —Cora destapoí su teí para dejarlo enfriar. Olivia la miroí por encima del cafeí con leche. —¿Le dijiste a ese marido tuyo que se fuera a la mierda? —¡Olivia! —Cora jadeoí . Anna se inclinoí . —Espera, ¿Marcus estaba allíí? —Armand lo invitoí y no se lo dijo a Cora. Escuchen esto: Ubeli aparece como todo un gaí nster y praí cticamente se la echoí al hombro y la cargoí hasta arriba. Muy cachondo. —Oh, Dios míío —dijo Anna. —No sucedioí asíí —interrumpioí Cora. —¿Me estaí s diciendo que despueí s de dos meses no estuvo a solas contigo ni te dio alguí n regalito especial? Hizo que sus matones esperaran al final de las escaleras y todo eso. Y cuando volvioí parecíía petulante… —Olivia. —Cora se cubríía el rostro. —Me parecioí que el senñ or Gran Jefe Mafioso consiguioí algo de sexo. Solo digo. —Vale, antes que nada —empezoí Cora, tan fuerte que la mitad de la cafeteríía podríía ser capaz de oíírla. Bajoí la voz—. No puedes hablar asíí de Marcus. —¿Queí va a hacer? ¿Matarme? —Olivia dio una pequenñ a y descarada sacudida de cabeza. Evidentemente veíía todo el asunto como una gran broma—. Si hubiera querido hacerlo, podríía haberlo hecho la primera semana cuando abríí la puerta y casi me da un ataque al corazoí n al verlo parado afuera del apartamento. —¿Queí ? —Cora casi gritoí . Toda la cafeteríía se volvioí a mirarlas, pero a Cora no le importoí . Olivia los fulminoí a todos con la mirada


hasta que dirigieron la mirada hacia otro lado. —Síí, perra. Maí s o menos el segundo díía en el que estuviste allíí pasando desapercibida. —¿Fue al apartamento? —Síí, fue eí l quien dejoí tu ropa. Le dije que habíías salido y que de todas formas no queríías verlo. De hecho, sonrioí y dijo que teníías suerte de tener amigas tan leales. Me dio su informacioí n en caso de que algo sucediera y necesitara contactarlo. Cora estaba boquiabierta, pero no podíía hablar. Podíía sentir la rabia subieí ndole por la garganta, ocasionando que su piel se enrojeciera. Ella habíía dicho que eí l solo no podíía evitarlo, pero eso no era una excusa. —¿Por queí no se lo dijiste? —Preguntoí Anna por ella. —Cielos, dijiste que necesitabas lidiar con esto y te dejeí hacerlo. No queríías hablar de eí l asíí que nunca lo mencioneí . —Olivia se encogioí de hombros y miroí a Anna, quien habíía levantado una ceja —. ¿Queí ? —Nada. No puedo creer que hayas guardado un secreto por tanto tiempo, eso es todo. No sabíía que eso era posible para ti. —Solo porque quiera saberlo todo no significa que no pueda callarme —Olivia volvioí a beber de su expreso. —Respira, Cora —Anna se puso detraí s de Olivia para tocar el hombro de Cora—. Todo va a estar bien. —No, no lo estaraí . Voy a matarlo. Dijo que me dio espacio. Me mintioí . —Ya era hora de que quisieras hacer algo respecto a Ubeli — dijo Olivia—. Armand y yo estamos listos para encerrarte en una habitacioí n con eí l y ver quieí n sale vivo. O embarazado. Cora golpeoí el brazo de Olivia lo suficientemente fuerte como para que su bebida se derramara un poco. —Suficiente, no voy a hablar maí s con ninguna de las dos. —Oooh, la ley del hielo. Muy cruel —dijo Olivia mientras se levantaba y movíía al otro lado de Anna, lejos de Cora—. Va a ser difíícil, ya que te ayudaremos a mudarte en unos díías. —¿Conseguiste el apartamento? —comentoí animadamente Anna, obviamente tratando de cambiar de tema. —Síí. Nos estaí abandonando —respondioí Olivia por Cora—. Y su negocio estaí despegando. ¡Mi pichoí n estaí dejando el nido! —Oh, caí llate, Olivia —dijo Cora. —Penseí que ya no me hablaríías.


—Lo intenteí . No puedo ser cruel por mucho tiempo. Olivia y Anna intercambiaron miradas. —Cincuenta doí lares a que la proí xima vez que ella y Marcus se encuentren terminaraí embarazada. Anna fruncioí sus labios rojos e ignoroí a su directa amiga, volvieí ndose hacia Cora. —Te voy a echar de menos. —Yo tambieí n. —Cora la abrazoí . —Vale, perras, basta de sentimentalismos o arruinaraí n mi maquillaje. —Anna se limpioí los ojos y exhibioí una sonrisa deslumbrante—. ¿Quieí n estaí lista para el spa?

CAPÍÍTULO 6

—Adelante —ladroí Marcus despueí s de que llamaron a la puerta de su oficina. Sharo, su segundo al mando, asomoí la cabeza. —¿Me llamoí , jefe? —Pasa. Sharo arrastroí su gran cuerpo al otro lado de la puerta y la cerroí tras eí l. Se quedoí de pie con los brazos en la espalda hasta que Marcus soltoí con frustracioí n: —Por el amor de Dios, sieí ntate. No te quedes ahíí parado frente a mi escritorio como la maldita parca. Sharo no dijo nada. Solo se sentoí con una ceja ligeramente levantada. Marcus no estaba de humor para su juicio silencioso. UÍ ltimamente nada le iba bien y estaba harto de ello. Teníía una mano firme, pero habíía demasiados elementos fuera de su control y eso amenazaba todo por lo que habíía trabajado. —Tenemos que recuperar ese cargamento. No puedo creer que a Zeke Sturm, maí s que nadie, finalmente le hayan crecido un par pelotas durante todos estos anñ os. Pero si piensa que el ser reelegido alcalde de repente significa que estaí por encima de las leyes del inframundo, estaí muy equivocado. —No sabemos en queí estaí pensando —comentoí finalmente Sharo—. No podemos tener una reunioí n con eí l. Otro hecho frustrante. La seguridad de Sturm manteníía al hombre praí cticamente aislado. Habíían pasado dos meses, pero desde que aseguroí la reeleccioí n solo habíía estado en tres lugares puí blicos: una gala, una obra de teatro y la apertura de un restaurante; en ninguno de los cuales Marcus habíía sido capaz de acorralarlo para tener tiempo a solas y asíí poder preguntar a doí nde


diablos se habíía ido su cargamento. La policíía habíía incautado el enorme cargamento en los muelles hace dos meses despueí s de seguir a ese canalla de AJ hasta allíí, pero Sturm le habíía prometido a Marcus que devolveríía el cargamento en una semana. Pero pasoí una semana. Luego dos. Luego tres. Y sin noticias de Sturm. Ninguí n cargamento llegaba a New Olympus sin pasar primero por Philip Waters. EÍ l era el duenñ o de los mares. Al principio Waters habíía sido comprensivo y no habíía exigido el pago por el cargamento perdido en cuanto se hizo evidente que iba a permanecer bajo custodia policial. Cosas como esta ocurríían, y los Ubeli habíían sido clientes leales durante mucho tiempo. Pero de repente Waters radicalmente cambioí de opinioí n y dijo que no le venderíía maí s producto a Marcus hasta que pagara por el primer cargamento. Marcus no sabíía por queí de repente todo el mundo pensaba que podíían darle por el culo, pero ya era hora de recordarles exactamente por queí solíían tener miedo hasta de decir su nombre en voz alta. —Es hora de poner la furia de los dioses contra Sturm y cualquiera que piense que puede aprovecharse de míí —grunñ oí Marcus con los dientes apretados—. Yo dirijo esta ciudad. Nadie maí s. Sharo no dijo nada durante un largo rato. Y cuando lo hizo, Marcus deseoí que no lo hubiera hecho, porque aquello le hizo querer golpear con fuerza a su viejo amigo: —¿Hablaste con ella? Marcus lo fulminoí con la mirada. La mirada que habríía silenciado a cualquier otro hombre. Sharo simplemente se inclinoí hacia adelante. —¿Te has disculpado? Seí que no estaí en tu naturaleza hacerlo, pero a las mujeres les gusta oíír las palabras… —Por supuesto que me disculpeí —lo interrumpioí irritado—. No estaí lista para escuchar mi disculpa. Pero lo estaraí . Me asegurareí de ello. De todos modos, no tendreí esta conversacioí n contigo. Sharo fruncioí el cenñ o. —No puedes entrar y empezar a darle oí rdenes. Tienes que ser delicado… —No aceptareí consejos de citas de un hombre que solo se acuesta con prostitutas.


Sharo se levantoí , le la espalda y se dirigioí a la puerta. Mierda. —Espera —llamoí Marcus. Sharo se detuvo, con la mano en el pomo de la puerta—. Lo siento. Eso estuvo fuera de lugar. Sharo inclinoí su cabeza una vez, pero no se volvioí a mirarlo. —Ella es lo mejor que te ha pasado en la vida. —¿Crees que no lo seí ? —Marcus casi gritoí . Y entonces, como Sharo era la uí nica persona a la que podíía llamar amigo y que, por lo tanto, bien lo merecíía, Marcus le compartioí maí s con un tono tranquilo y templado—. Estoy haciendo todo lo que puedo para recuperarla. Todo y cualquier cosa. Nada de esto significa nada sin ella. Sharo asintioí nuevamente con la cabeza y luego salioí , cerrando la puerta con suavidad. Marcus miroí su portaí til, pero pronto se alejoí de su escritorio frustrado. No iba a trabajar maí s esta noche. Sin embargo, se detuvo un momento; mirando hacia la puerta, recordoí la primera vez que habíía visto a Cora de cerca. Habíía cruzado esa misma puerta de manera freneí tica y la habíía cerrado de nuevo, toda mojada y despeinada, huyendo y pensando que habíía encontrado un lugar seguro en su oficina. Íncluso en ese entonces su belleza y dulzura lo habíían cautivado. Se habíía quedado dormida en esa silla de allíí, al otro lado del escritorio. Se habíía quedado maí s tiempo del que debíía observaí ndola. A su bella enemiga. Y entonces, en lugar de destruirla como queríía, se enamoroí de ella. Y ella lo cambioí todo. La vida sin ella era imposible. Ínsoportable. No regresaríía a esa vida. Solo soportaba cada díía por la promesa que se habíía hecho de que ella volveríía pronto a sus brazos. A su cama. Para siempre. Pero estar de pie llorando como un adolescente enamorado era poco digno de eí l. Asíí que agarroí su chaqueta y llamoí a su chofer para que trajera el auto al frente. De camino a casa se ocupoí con los correos electroí nicos y las llamadas telefoí nicas. No era lo que acostumbraba hacer, pero ahora escuchar muí sica en el auto solo le traíía el recuerdo de cuando lo habíía hecho con ella a su lado. Asíí que llenaba el vacíío con alguna distraccioí n. Al menos hasta que abrioí la puerta de su silencioso pent-house. Un lugar que nunca se habíía sentido maí s vacíío. Dio varios pasos en el vestííbulo de maí rmol, que hicieron eco, y dejoí que la puerta se cerrara tras eí l.


Dondequiera que miraba, veíía su fantasma. En la cocina cortando verduras para las ensaladas que siempre intentaba que eí l comiera. Tumbada en la hundida sala de estar, acurrucada como un gato en el sofaí de terciopelo mientras leíía un libro. Se sumergíía tanto en lo que leíía que nunca lo veíía parado al borde de la sala, saciaí ndose de ella. La delicada curva de su cuello. Sus gruesos y suaves labios, y la forma en que el de arriba siempre estaba ligeramente maí s regordete que el de abajo. Ese labio lo volvíía loco, la forma en que lo mordíía cuando se encontraba pensando en algo. Se tensoí con solo recordarlo. Fruncioí el cenñ o y dejoí caer su maleta junto a la puerta. Necesitaba un maldito trago. Pero en lugar de ir al bar en el extremo maí s alejado de la sala, se encontroí con que sus pies se dirigíían a su dormitorio. Porque no importaba de queí manera lo intentara; no podíía librarse de sus pensamientos sobre ella. Y ella nunca habíía estado maí s presente que cuando se entregoí por completo a eí l en su dormitorio. Abrioí la puerta lentamente con la intencioí n de quedarse en los recuerdos. Pero luego la abrioí de golpe. —¿Queí mierda? Sacoí su arma de la funda bajo de su chaqueta y se dio la vuelta, buscando intrusos. Despueí s de confirmar que el dormitorio y el banñ o estaban despejados, cerroí la puerta y llamoí a Sharo. —¿Síí, jefe? —Equipo de seguridad al pent-house. Ahora. —Listo. —Sharo estuvo atento de inmediato—. ¿Queí estaí pasando? —Íntrusos. Puede que todavíía sigan en el sitio —dijo Marcus, manteniendo una voz baja. —Van en camino. ¿Queí te hizo darte cuenta? ¿Saquearon el lugar? Marcus miroí nuevamente hacia la cama y luego el macabro cuadro que habíía sido colocado allíí. Habíía tres cabezas de perro ensangrentadas y cortadas, acomodadas como si todas pertenecieran a un perro de tres cabezas; una probable referencia a Cerbero, el perro guardiaí n del Ínframundo. —Parece que los Titan al fin han decidido responder a nuestro mensaje de hace un par de meses. Eso o Waters ha decidido subir la apuesta.


CAPÍÍTULO 7

Cora se encontraba en los asientos del palco mientras la voz de The Orphan sonaba en el pasillo. Era hermosa. Pura. Perfecta. Al mismo tiempo, todo estaba mal. Muy mal. Se agarroí a la barandilla mientras sacudíía la cabeza. No, ella teníía que detenerlo. Buscoí freneí ticamente a su alrededor a alguien que la ayudara, pero no habíía nadie. —Si mueres antes de que despierte —Chris cantoí —, les dareí mi alma; la pueden tomar… —¡No! —gritoí Cora, pero su voz no emitioí ninguí n sonido, incluso cuando una monstruosa oscuridad se elevoí detraí s de Chris—. ¡Corre! Íris salioí tambaleaí ndose del otro lado del escenario luciendo aturdida y confusa. Se agarraba el estoí mago y, cuando apartoí las manos, estaban cubiertas de sangre. —Íris —gritoí Chris, tirando su guitarra al suelo y corriendo hacia ella. Pero la oscuridad, el monstruo detraí s de eí l, fue maí s raí pido. Cora gritoí mientras se lo tragaba; una ola de sangre empapoí a Íris mientras caíía de rodillas y… Cora se sentoí en la cama; su mano voloí hacia su boca para sofocar su grito mientras el sudor bajaba en tropel por sus sienes y su corazoí n se aceleraba. En la mesa lateral, su teleí fono zumbaba insistentemente. Eso debioí haberla despertado. Gracias a todo lo bendito. A veces se encontraba atrapada en ese mundo de pesadilla por lo que parecíía una eternidad. Cora se limpioí la frente con el antebrazo y extendioí la mano hacia el teleí fono, buscando a tientas el pequenñ o e indignado aparato. Llamada perdida… 4:32 pm. Gimioí . Solo habíía dormido una hora despueí s de haber regresado del spa. Sus dedos presionaron el botoí n para escuchar el correo de voz. —Senñ ora Ubeli —dijo una voz familiar, y se sobresaltoí al escuchar su apellido de casada—. Soy Philip Waters; el senñ or Merche me dio su nuí mero. Por favor, llaí meme cuando tenga la oportunidad. —Luego dio su nuí mero. Parpadeoí confundida por un momento, pero luego recordoí su conversacioí n con Armand. EÍ l habíía entrado mientras ella y Anna estaban en Metamorfosis,


antes de que fueran a recibir sus masajes. —No quiero interrumpir su díía de chicas. Queríía contarte que recomendeí a Percepciones. ¿Recuerdas al enorme tipo de color con el esmoquin blanco? Cora recordoí la intensa mirada que hubo entre el hombre alto y su esposo. —Philip Waters… eh, síí. —Bueno, Waters llamoí tratando de ponerse en contacto contigo. Cora, estaí como loco hablando sobre lo genial que fue la fiesta anoche. Lo mandeí a tu paí gina web, pero a ti tambieí n te enviareí su nuí mero. ¡Esto es grandioso! Es duenñ o de una gran companñ íía… apuesto a que quiere que hagas algo corporativo. Eso es mucho dinero. Yo te ayudareí , por supuesto. Conseguiremos algunos subcontratistas. —La voz de Armand habíía zumbado de emocioí n, pero en ese momento Cora estaba maí s que exhausta. Esperaba quedarse dormida durante el masaje, pero no tuvo tanta suerte. Guardando el buzoí n de voz, dejoí caer su teleí fono en la mesilla de noche mientras soltaba un gemido. ¿Cuaí nto tiempo puede estar una persona sin dormir antes de volverse loca? Saliendo de la cama, caminoí con cansancio a la puerta del dormitorio para mirar el resto del apartamento. No habíía nadie en casa. Olivia probablemente trabajaríía toda la noche con Pig. Mientras Olivia era un demonio, terca y determinada, Pig —Cora no sabíía su verdadero nombre—, era un aí ngel; dulce y talentoso. Sus ideas eran innovadoras, Olivia se lo habíía dicho a Cora una vez, pero eí l las regalaríía si no fuera por el empuje de ella para que fuesen patentadas, disenñ adas y distribuidas adecuadamente. Olivia era malvada cuando se trataba de negocios. Anna probablemente estaba recibiendo un recorrido privado del estudio por parte de su nuevo juguete, Max Mars. Mientras tanto, pensoí Cora, yo poco a poco estoy perdiendo la cabeza. Tomando una cesta de ropa sucia, empezoí a limpiar el lugar. Cuando fue a limpiar su bolso, la bolsa de pastillas blancas que Armand le habíía dado cayoí y ella se detuvo, pensativa. Odiaba tomar medicamentos para cualquier cosa. Íncluso cuando era pequenñ a, su madre dejaba que la fiebre le disminuyera sola o le daba sopa de pollo para el resfriado. Fruncioí el cenñ o. Su madre a duras penas era un modelo a seguir, considerando que era una mafiosa homicida. Entonces se rio de manera iroí nica. Teníía muchos


de esos en su vida. Sacoí una de las pastillitas. Pesaba mucho sobre la palma de su mano; un trato justo por una noche de descanso. Despueí s de tragarla con ayuda de un vaso de agua, esperoí unos minutos y continuoí empacando para su proí xima mudanza. Estaba hurgando en su maleta cuando oyoí un tintineo. Revisando en los pequenñ os bolsillos sacoí sus anillos de boda, la lisa banda de oro blanco y el anillo de compromiso a juego uí nico con diamantes y piedras rojas. Lo deslizoí en su dedo, viendo los diamantes y granates reflejar la luz. Recordoí la noche que Marcus lo habíía puesto en su dedo por primera vez. Esa habíía sido otra vida. Ella habíía sido otra mujer. Una chica, en realidad. Todavíía ni siquiera sabíía quieí n o queí era Marcus. Habíía sido tan ingenua. ¿Y si pudiera volver atraí s en el tiempo y advertirse a síí misma? Se dejoí caer en el sofaí y miroí fijamente al ventilador del techo. Si pudiera hacerlo todo de manera diferente… ¿lo haríía? Un golpe en la puerta la asustoí y la sacoí de sus pensamientos. Se movioí por el pequenñ o apartamento y la abrioí , esperando a Armand o incluso a alguna de sus companñ eras de cuarto que habíían olvidado sus llaves. No esperaba a aquella conocida silueta de pelo oscuro, con hombros altos y anchos que cubríían el estrecho marco. —Marcus —susurroí aturdida. Al segundo siguiente estuvo sobre ella; sus grandes manos ahuecaron su rostro con infinito cuidado mientras su boca conectaba con la suya. Sus labios firmes presionaron, empujaron y dominaron los de ella hasta que se separaron. Cora cerroí los ojos, su aliento la abandonoí de forma precipitada. ¿Queí estaba haciendo? No podíía simplemente dejarlo… Las manos de Marcus acariciaban sus mejillas, sus hombros, sus caderas, guiaí ndola hacia atraí s. Y lo dejoí . Su olor la envolvioí . Al principio le agarroí los hombros para mantener el equilibrio y luego, con maí s fuerza, sus dedos se clavaron en eí l para sujetarlo. Sí. Lo habíía echado de menos. Lo necesitaba. La levantoí y sus piernas envolvieron su cintura. Luego se encontraron en su dormitorio. En la cama. Sus caderas se arquearon hacia arriba, estremecieí ndose y suplicando mientras Marcus posicionaba su gran cuerpo sobre el de ella. Su boca, sus manos, estaban por todas partes. Su barba


raspaba la curva interior de sus pechos y ella chilloí , conmocionada por el abrasivo placer. La tela se rasgoí y Cora se quitoí sus gastados pantalones cortos de dormir. Sus manos se convirtieron en garras, clavaí ndose en el soí lido muí sculo de la espalda de su esposo. Por favor, necesito… EÍ l se levantoí ; era una sombra masiva cernieí ndose sobre ella. En un momento la llenaríía y todo estaríía bien. Todo en el mundo desapareceríía. Era solo Marcus, Marcus, Marcus. Ella no podíía ver su cara, pero mientras su cuerpo se sacudíía en un doloroso placer, la luz perfilaba la curva de su mejilla, cruel y confiada; era todo lo que ella habíía anhelado durante la eternidad que habíían estado separados… Cora se despertoí con su cuerpo temblando en la agoníía de su orgasmo. Su mano se apresuroí hacia su pecho desnudo como si pudiera detener los latidos de su corazoí n. Miroí a su alrededor confundida, incluso mientras comprobaba el total de sus extremidades desnudas. Con la fríía luz del dormitorio no podíía saber si era de noche o de díía. Marcus no estaba en ninguna parte. ¿Habíía sido… un sueño? ¿Queí demonios? Se apartoí el pelo de la cara y se tanteoí tíímidamente allí abajo. No, no habíía tenido sexo. El sexo con Marcus, especialmente despueí s de pasar tanto tiempo sin eí l… definitivamente lo sentiríía despueí s. Cayoí de espaldas sobre su almohada. No estaba segura de queí era maí s inquietante, el suenñ o eroí tico o las pesadillas. Su teleí fono zumboí desde una pila desordenada de almohadas en el suelo. La brillante luz le decíía que eran las 7:56 a.m. Maí s de doce horas desde que habíía tomado la pííldora para dormir. No recordaba nada: ni haberse quitado la ropa, ni haberse metido en la cama… nada excepto el suenñ o. Había sido un suenñ o, ¿verdad? Aunque no se sentíía adolorida, auí n se sentíía tan real. Ruborizaí ndose, envolvioí el cobertor alrededor de su cuerpo desnudo y le echoí un vistazo al dormitorio. No habíía nadie en el apartamento, y no habíía forma de saber si alguien habíía estado allíí o no. Excepto que el aire del dormitorio teníía el olor embriagador a sexo. Bien. Suficiente. Cora saltoí de la cama y quitoí todas las


saí banas, lanzaí ndolas a un montoí n de ropa sucia para despueí s tomar la ducha maí s fríía de su vida.

CAPÍÍTULO 8

Cielos, era hermosa. No, iba maí s allaí de la simple belleza, pensoí Marcus mientras miraba a su esposa sentada en una de sus cafeteríías favoritas. Cora iba a menudo a ese lugar a trabajar en su portaí til. Considerando el estado de las cosas, Marcus le teníía asignada una Sombra en todo momento. No le importaba si Cora lo encontraba sofocante. Su seguridad no era negociable. Parecíía encontrarse trabajando en sus facturas, y cada uno de sus movimientos eran tan elegantes que era como un baile espontaí neo. Sus dedos se deslizaban a lo largo de las teclas del portaí til y sus brazos se movíían raí pido mientras colocaba las facturas de una pila a otra. Sus astutos ojos estaban tan concentrados que parecíía ajena al mundo. Era asíí con todo lo que hacíía. Lo daba todo, incluso cuando solo era voluntaria en un refugio de animales. En las amistades nunca se conteníía. Y cuando amaba, amaba con tanta efusividad que estar en el extremo receptor era la cosa maí s increííble y adictiva del mundo. Marcus estaba a punto de dirigirse hacia ella cuando un joven, quizaí s de edad universitaria, se le acercoí y puso su mano en la silla de enfrente. —¿Estaí ocupado este asiento? —Mostroí una sonrisa que Marcus quiso meterle por la garganta. —Es míío —grunñ oí Marcus, cubriendo la distancia entre ellos con unos cuantos pasos. El pequenñ o idiota se volvioí y se puso tensoí . Le echoí un vistazo a Marcus y demostroí tener una pizca de inteligencia en su cerebro al largarse sin decir una palabra. Marcus se sentoí frente a Cora. Una profunda sensacioí n de alivio y rectitud lo invadioí al volver a estar tan cerca de ella. —¿Queí estaí s haciendo aquíí? —siseoí . Sus brillantes ojos le hicieron sonreíír. Le encantaba cuando se poníía combativa. —Tenemos que hablar. —Marcus hizo un ademaí n. Detraí s de eí l, en la cafeteríía, sus Sombras se movieron para escoltar fuera a los clientes e inclusive fueron detraí s del mostrador para enviar a los baristas de delantal verde hacia su propio almaceí n. —¿Pero queí …? —Cora vio a sus hombres despejar la cafeteríía y luego volvioí a mirar a Marcus—. Te dije que llamaríía. —Esto no es una visita social. —Su tono se volvioí sombríío al recordar el mensaje no tan sutil que habíían dejado en su cama. No


se habíía encontrado a nadie en el apartamento, pero sus hombres tampoco habíían descubierto coí mo alguien habíía podido entrar en primer lugar. No se habíía forzado la cerradura y nada estaba roto. Si pudieron entrar asíí, ¿por queí no esperar e intentar asesinarlo? Habíía demasiadas preguntas sin respuestas. A Marcus no le gustaba. —Son negocios, no placer. —Lanzoí un teleí fono negro al bolso de Cora—. Cuando me llames, aseguí rate de usarlo. Ella miroí el teleí fono desechable fijamente. —¿Es realmente necesario? —Estoy recibiendo amenazas de muerte. No las usuales que recibo. Estos mensajes son… especííficos. Serios. Lo que me hace saber que las personas que los envíían tienen el conocimiento suficiente para llevarlas a cabo. Los ojos de Cora se abrieron. —¿Amenazas de muerte? —Me estoy ocupando de ello. Pero tienes que estar alerta. — Movioí la cabeza hacia el teleí fono—. Y tomar precauciones. Lo miroí fijamente por un momento. Sus ojos descendieron con la maí s bella sumisioí n mientras tomaba el teleí fono. Marcus no podíía negar el triunfo que rugíía a traveí s de su pecho. —Lo entiendo —murmuroí mientras deslizaba el aparato en su bolso—. Si te llamo, usareí esto. —Cuando —corrigioí . Si Cora pensaba que podíía retirarse ahora, estaba mal de la cabeza. No despueí s de darle esa probadita que le recordaba lo delicioso que era cuando se sometíía. —¿Queí ? —Cuando me llames. Lo fulminoí con la mirada y Marcus no pudo evitar esbozar una sonrisa. —Despueí s de este alarde puede que no quiera llamarte. EÍ l realmente no teníía ni idea de lo que estaba hablando. —¿Queí alarde? —Esto. —Agitoí su mano. —Es un terreno neutral. —Se encogioí de hombros—. Elegíí un lugar donde te sentiríías coí moda. —Normalmente la gente viene y pide sus bebidas. Pero tuí entras y traes a tus ninjas o lo que sea para asustar a los baristas y bloquear la puerta con tus guardaespaldas para mantener fuera a todos los clientes.


Marcus solo se quedoí vieí ndola. Cora levantoí sus manos al igual que su voz. —Hiciste una toma hostil de esta cafeteríía. —Sabes que estoy aquíí, en tu territorio, por tu bien. Pero tambieí n necesito sentirme coí modo. Mis enemigos no dudaraí n en atacarme. —Lo supe cuando nos dispararon en el restaurante donde estaí bamos cenando. —No estamos aquíí para hablar de eso. —La mandííbula de Marcus se tensoí . Si pensaba en ese díía tendríía que romper algo. —Penseí que estabas aquíí para hablar conmigo. Esta soy yo hablando. —Cora extendioí los brazos—. Odiaríía que despejaras una cafeteríía por nada. Marcus reprimioí una sonrisa. Cielos, ella era espectacular. Habíía crecido tanto desde aquella inocente ingenua con la que se habíía reunido la primera vez. Ahora era como los fuegos artificiales. Atrevida. Explosiva. Queríía arrojar su portaí til al suelo y ponerla sobre la mesa aquíí y ahora. Una cosa que nunca habíía cambiado y que Marcus esperaba que asíí continuara, era el hecho de que todas las emociones de Cora se reflejaban en su cara. Y, como siempre, sintioí que su deseo era correspondido por la electricidad crepitante entre ellos. Cora lo queríía tanto como Marcus a ella. Entonces, ¿por queí ella lo negaba? EÍ l se inclinoí . —Tengo que desaparecer por un tiempo. —Reconocioí la sorpresa en su rostro, pero siguioí adelante—. Ven conmigo. Nos ocultaremos por una semana. Podrííamos hablar, ver si podemos arreglar las cosas. Una tras otra, las emociones surcaron su rostro. —¿Queí ? No puedes simplemente… me estaí s pidiendo que… — balbuceoí . —No tengo razones para creer que estaí s en peligro. Es por eso que puedes elegir. Pero me gustaríía que hablaí ramos. Cora, quiero que vuelvas. Quiero que estemos juntos. —Marcus —comenzoí y suspiroí —. He empezado una vida. Seí que suena estuí pido. Solo han pasado dos meses, pero… Se mordioí el labio de la manera en que lo volvíía loco. Y siguioí hablando en vez de echarlo, lo cual era progreso. —He empezado un negocio y creo que funcionaraí . Percepciones


es maí s que un servicio de asignacioí n de modelos. Quiero ser una defensora de estas chicas. Seí lo que esta industria puede hacerles. —Sabes que los depredadores existen. Asintioí con la cabeza y se inclinoí . —Ayudo a estas mujeres a conseguir trabajos legíítimos. Tal vez no los maí s glamorosos o mejor pagados, no auí n —admitioí —. Pero la empresa estaí comenzando a formarse. Las mujeres joí venes llegan a la gran ciudad para lograr sus suenñ os y son arrastradas y destruidas. Percepciones podríía ser un salvavidas para ellas. Por supuesto que Cora haríía de algo asíí el trabajo de su vida. Y esto era solo el comienzo, Marcus no teníía duda. Su corazoí n no teníía líímites. —Y ahora tengo clientes haciendo cola —continuoí con entusiasmo—. Armand ya le dio mi nuí mero a uno de los invitados; dijo que el hombre estaba muy impresionado con lo que habíía hecho y Armand le habloí de mi negocio. —Estoy orgulloso de ti. Se le cortoí la respiracioí n. Se sonrojoí y miroí hacia otro lado. —¿Cuaí l invitado? Cora se detuvo y Marcus pensoí por un momento que no iba a decíírselo, pero ella terminoí por arquear una ceja. —El gran hombre del traje blanco. Philip Waters. ¿Qué? —¿Philip Waters estaí preguntando por ti? —Marcus no tratoí de ocultar su furia. Ese bastardo conocíía el código. Las familias estaban fuera de estos asuntos. —Eh, síí —respondioí , sonando menos segura de síí misma—. Me conocioí en la fiesta y Armand le dio mi nuí mero. Me llamoí para una consulta… Tomoí el teleí fono de Cora de la mesa y empezoí a mover los dedos por la pantalla. Vio el nuí mero de Waters y que habíía dejado un mensaje de voz. Sintieí ndose auí n maí s enojado que cuando encontroí las cabezas de los perros en su cama, presionoí el botoí n para escuchar el mensaje. —¡Eh! —exclamoí Cora mientras eí l se llevaba el aparato al oíído. Frunciendo el cenñ o, Marcus escuchoí a Waters poner una voz amigable mientras pedíía una consulta, como habíía dicho Cora. Marcus maldijo. —¿Queí estaí s haciendo? —preguntoí mientras lo veíía presionar maí s botones. Se movioí para alcanzarlo y eí l la detuvo con un gesto.


—Lo bloqueeí —Marcus lanzoí el teleí fono a su bolso—. Si intenta llamar de nuevo o encuentra otra manera, usa el teleí fono desechable y llama al nuí mero de emergencias. Me llegaraí directo a míí o a Sharo. ¿Recuerdas el nuí mero de emergencia? Cora continuaba mirando con la boca abierta su teleí fono. —No puedo creer que hayas hecho eso. Bloqueaste a mi primer cliente real. —Cora, puedes huir de todo lo que he dicho hoy, pero entiende esto… —Marcus tomoí su mano, aseguraí ndose de que lo mirara a los ojos—. Tienes que mantenerte alejada de Waters. Hablareí con Armand, le hareí saber del trato. Pero Cora solo parecíía enfadada. —Oh, no —dijo, sacudiendo la cabeza y empujando hacia atraí s su silla—. Ya no puedes darme oí rdenes. Era linda. EÍ l sonrioí . —¿No? —Pero se levantoí y se puso serio, rodeando la mesa. Esto no era algo para tomarlo a la ligera—. Lo digo en serio, Cora. Hablo de mierdas malas. Cora echoí la cabeza hacia atraí s, sorprendida; probablemente por oíírle decir palabrotas. Casi nunca lo hacíía cerca de ella. Su padre lo habíía criado bien y sabíía que no debíía maldecir cerca de las mujeres. Pero teníía que hacer que entendiera esto sobre Waters. Marcus se movioí alrededor de la mesa hasta donde ella estaba. —EÍ l es peligroso. —Puedo manejar el peligro. ¿Lo decíía como un desafíío? —¿Puede, senñ ora Ubeli? —Avanzoí hacia ella. —No me llames asíí. —¿No, Cora? ¿Por queí no? —Justo ahora estamos separados. No seí si quiero ser la senñ ora Ubeli por los momentos. Marcus irrumpioí en su espacio personal, dejando solo un par de centíímetros entre ellos. Su respiracioí n se cortoí y sus pechos subieron y bajaron en respuesta a su cercaníía. —Si no quieres ser la senñ ora Ubeli —dijo con una voz peligrosamente baja—, ¿por queí sigues llevando tu anillo de boda? Cora parpadeoí , pero antes de que pudiera apartar sus ojos de los suyos grisaí ceos, eí l tomoí su mano izquierda y la llevoí lentamente hasta sus labios para besar sus frííos dedos, sin apartar sus ojos de


los de ella. Los diamantes brillaban entre ellos y los granates maí s sutiles destellaban con un color rojizo. Ella tratoí de apartar la mano, pero se la sujetoí con maí s fuerza. Se quedoí sin aliento y tragoí con fuerza. —Estuve limpiando anoche… no lo recuerdo. Un evidente escalofríío la atravesoí , y Dios, su respuesta lo volvioí loco. La queríía. La deseaba tanto que a veces no podíía dormir por la noche debido al deseo y al recuerdo de su cuerpo junto al suyo en la cama. —He decidido que quiero el divorcio —susurroí Cora, retrocediendo un paso al fin. Marcus se rio. —No es gracioso. —Bien —se encogioí de hombros—. Puedo concederte el divorcio. Ella se le quedoí mirando, obviamente sin creerlo. —Si quieres el divorcio, te lo dareí . —¿Asíí de simple? —Lo que quieras, con una condicioí n —levantoí un dedo—. Hablaraí s conmigo, hablar de verdad. Y primero tratamos de hacer que esto funcione. —Marcus… —Se llevoí una mano a la cabeza como si eí l la estuviera mareando. —Cora, auí n sigues huyendo. Queríías espacio, te lo di. ¿Quieres mi dinero? Dareí cada centavo y trabajareí maí s duro por maí s. — Cerroí la distancia que ella habíía puesto entre ellos. —¿Queí estaí s haciendo? Marcus. —Retrocedioí cuando eí l se acercoí , acorralaí ndola contra la pared junto a la barra de cafeí . Todas sus Sombras habíían desaparecido sabiamente para aduenñ arse del períímetro exterior. Eran solo ellos dos en todo el lugar. La detuvo con un dedo en los labios. —Lo que quieras, puedo conseguirlo. Lo uí nico que quiero es a ti. —No puedes tenerme. —Sacudioí la cabeza, pero sus ojos estaban llenos de confusioí n y, si eí l no se equivocaba, de anhelo—. No quiero perderme en ti. Eres demasiado… poderoso. —¿Es eso lo que quieres? ¿Ser poderosa? —El pequenñ o espacio entre ellos era magneí tico, y hacíía que ella se acercara a eí l. Marcus esperaba que su mirada la quemara como la suya lo hacíía con eí l. Ese era su uí nico meí rito; que eí l no era el uí nico con una obsesioí n. Por mucho que Cora tratara de negarlo, eí l sabíía que ella


tambieí n la sentíía. —Lo que no entendiste era que tuí teníías el poder. Todo el tiempo. —Le levantoí la mano—. Juntos podrííamos ser maí s. —Le besoí la palma de la mano. Su respiracioí n se acortoí auí n maí s y finalmente susurroí : —Te tengo miedo. EÍ l le levantoí una ceja. —Tengo miedo de coí mo me haces sentir. Tengo miedo de nosotros. Me consumes. —Y luego se inclinoí como si no pudiera impedirse a síí misma respirar cada fibra de su cuerpo. Se detuvo a solo un centíímetro de distancia y, cuando sacudioí la cabeza muy ligeramente, sus narices se rozaron. —Mis sentimientos —murmuroí —, mi atraccioí n por ti, me abruman. Marcus le acaricioí la nariz. Íncluso ese simple roce se sintioí inspirador. —¿No es asíí la vida? ¿Tener miedo y actuar de todos modos? Cora cerroí los ojos como para ahuyentarlo, aun cuando sus frentes se tocaban. —No puedes manipularme, Marcus. Ya no. No despueí s de todo lo que te he demostrado. Lo que me he demostrado a míí misma. —¿Por queí tienes que demostrarme lo que vales? ¿Quieí n te dijo que no eres suficiente? Se apartoí de eí l, con dolor llenando sus ojos. —Ahíí estaí . Por eso me alejas, aunque tengamos algo bueno. Algo increííble. No crees que te lo merezcas. Laí grimas se derramaron, deslizaí ndose por sus mejillas. Cora estaba sufriendo, profundamente. ¿Por queí no le hablaba? —Ven conmigo. —Lo intentoí por uí ltima vez. Ella sacudioí la cabeza y se limpioí las mejillas. —No puedo. Marcus le ofrecioí su panñ uelo. —Gracias. —Usoí el cuadrado blanco de tela para secarse los ojos, pero no lo miroí . Por mucho que eso lo destrozara y por mucho que quisiera echarla sobre su hombro, presionarla justo ahora no lo iba a llevar a ninguna parte. Un poco maí s. Podríía darle un poco maí s de tiempo. Pero tampoco se estaba rindiendo. —Esto no ha terminado. —Eres tan mandoí n. —Sorbioí por la nariz y rio.


—Asíí es, senñ ora Ubeli. —Se inclinoí y le besoí la sien. Ella cerroí los ojos, relajando todo su cuerpo en eí l. EÍ l deslizoí un dedo por su mandííbula y se apartoí , terminando con el trance de Cora. —Mis hombres te seguiraí n a partir de ahora. No intentes escapar.

CAPÍÍTULO 9

Durante las dos semanas siguientes, Cora dio vueltas por New Olympus. De díía trabajaba en la oficina de Olivia, vigilando al brillante pero irremediable Pig —el saí bado por la manñ ana lo habíía encontrado dormido en su escritorio, todavíía sujetando una lata de jugo de canñ a de azuí car—, ensimismada con la fiesta de Armand y vinculando a sus clientes modelos con eventos. Por las noches, primero empacaba sus cosas para la mudanza y luego las desempacaba en su nuevo apartamento para despueí s caer en un suenñ o agotador. Pensaba constantemente en Marcus. Su charla en la cafeteríía la habíía sacudido. Tambieí n estaba sola con sus pensamientos ya que todos sus amigos estaban ocupados; Olivia se habíía ido a la costa oeste “para extorsionar a un proveedor”, seguí n sus palabras, y a Anna le habíían ofrecido un papel en la nueva pelíícula de Max Mars, asíí que nunca estaba cerca. Armand estaba descartado porque estaba en complicidad con Marcus, y Maeve estaba ocupada abriendo un segundo refugio en el centro. ¿Y queí maí s habíía que decir, realmente, aunque Cora tuviera alguien con quien hablar? Cuando llegoí a la gran ciudad habíía estado huyendo de su madre abusiva y de la pequenñ a vida de la granja. El cambio habíía sido su oportunidad de establecerse. Pero en su lugar corrioí directamente a los brazos de Marcus y se dejoí absorber por su ya perfectamente ordenada vida. Marcus vivíía en un mundo peligroso. Uno que le obligaba a mantener un alto nivel de control solo para sobrevivir. Tambieí n le era natural darle oí rdenes de la manera que a eí l le gustaba. Hasta cierto punto, le gustaba el control que ejercíía sobre ella. Pero nunca la dejaríía formar parte de su mundo realmente. Queríía encerrarla como una princesa en una torre. Pero asíí no eran las cosas. Estar en cualquier lugar de su esfera significaba que la oscuridad tambieí n te iba a consumir. Y cuando Cora intentoí ayudar a una chica inocente a escapar de


ella… sacudioí la cabeza mientras desempacaba su uí ltima caja. Habíía estado luchando contra fuerzas que no entendíía y solo habíía logrado empeorado las cosas. Mucho peor de lo que estaban. Asíí que huyoí de nuevo para darse una segunda oportunidad de ordenar su propia vida de la manera que queríía. Para vivir en la luz, o para intentar hacerlo. Aunque despueí s del enfrentamiento en la cafeteríía tuvo la sensacioí n de que su alivio temporal habíía terminado y que su esposo iba a empezar a tomar el control de su vida de nuevo. No podíía dejar que hiciera eso. Tendríía que demostrarle lo fuerte que era, aun viviendo sola. No importaba que estar cerca de eí l fuera la uí nica vez en meses donde se habíía sentido viva. No importaba que, incluso ahora, su mano hormigueara con el recuerdo de su roce. Pasoí sus dedos por la palma de su mano. Lo único que quiero es a ti. Un escalofríío le sacudioí su cuerpo al recordar la intensidad del ardor de los ojos de Marcus… ¡Ah! Apartoí la caja de artíículos de higiene personal y se puso de pie. ¿Queí estaba haciendo? Pasoí del banñ o a la sala de su nuevo apartamento. Un suave guau le dio la bienvenida, y Brutus, el enorme cachorro mixto de Gran Daneí s que habíía adoptado en el refugio despueí s de llegar a su apartamento, casi la derriboí mientras se precipitaba para encontrarse con ella. Rio y le rascoí la cabeza, agachaí ndose. —¿Quieí n es un buen chico? Otro guau feliz. Suspiroí , mirando hacia su apartamento escasamente amueblado. La mayoríía de sus muebles eran de BuyStuff.com, y el resto lo completoí con algunas cosas que habíía hallado en tiendas de segunda mano. Pero necesitaba conseguir algunas alfombras antes de que en serio pudiera sentirse acogedor y como un hogar. —¿Quieres ir a dar un paseo? Guau. Cora sonrioí . —Vale, dame un segundo. Quiero comprobar mi saldo bancario. Íremos a un cajero automaí tico y al mercado de granjeros de camino a casa. —Agarroí la correa de Brutus y abrioí su laptop en la mesa de la cocina—. Ven aquíí, muchacho. —Se dio una palmadita en la pierna mientras se sentaba e ingresaba en su cuenta bancaria para


asegurarse de que su uí ltimo cheque de pago habíía llegado. Brutus trotoí hacia ella y se ocupoí ataí ndole la correa, asíí que al principio no vio el saldo. Y cuando miroí hacia la pantalla estaba segura de que lo habíía visto mal. Pero cuando la respiracioí n se le quedoí atascada en la garganta y trajo el portaí til maí s cerca… no, vio que la enorme cantidad era su saldo, aunque era maí s de lo que deberíía haber sido. Por dos nuí meros y una coma… Hizo clic para ver maí s detalles. Leyendo el historial de depoí sitos, encontroí su cheque de pago, que lucíía pateí tico entre dos grandes sumas transferidas directamente a su cuenta. Desde la cuenta de su esposo. Salioí disparada de su silla de manera tan repentina que Brutus ladroí dos veces. ¿Coí mo se atrevíía Marcus? Íba a matarlo. Pero una reaccioí n era exactamente lo que eí l estaba buscando. Caminoí de un lado a otro con Brutus siguieí ndola de cerca. Por supuesto que la seguíía, lo estaba sujetando con la correa. Retrocedioí . —Lo siento, muchacho. Vamos por ese paseo. Todavíía estaba que echaba humo media hora maí s tarde cuando volvieron del parque. Especialmente porque habíía dos hombres de Marcus que los siguieron todo el tiempo, cuando normalmente solo habíía uno. Y cuando regresoí al edificio, vio a otros dos hombres de negro con rostros impaí vidos esperando afuera de su apartamento. Uno de ellos no teníía cuello. —¿En serio? —suspiroí mientras introducíía las llaves en la cerradura. Uno de ellos la siguioí dentro. —Al senñ or Ubeli le gustaríía que se quedara cerca de nosotros en todo momento. Si necesita ir a alguí n sitio, un auto estaraí disponible para usted. —No me importa lo que el senñ or Ubeli le haya dicho. No me gusta que me sigan. Quiero sentirme normal. Y estoy bien tomando el autobuí s. Ella les cerroí la puerta en la cara. Le dio de comer a Brutus, y se estaba sirviendo un poco arroz y verduras cuando su teleí fono sonoí . ¿Y ahora queí ? Para su sorpresa, vio que se trataba de Anna. —Hola, ¿queí pasa?


—¡Cora! Siento que no he hablado contigo en una eternidad. Todo ha sido tan loco con la pelíícula y con Max. Pero manñ ana es mi primer díía oficial en el set… y esperaba algo de apoyo moral. Se me permite tener un asistente. ¿Vendraí s? —Deí jame ver. —Cora revisoí la agenda de manñ ana en su teleí fono. Nada—. Seguro. Puedo ir. —¡Bien, genial! —chilloí y le dio los detalles de cuaí ndo y doí nde reunirse con ella por la manñ ana. Cora escuchoí una voz de hombre en el fondo y Anna soltoí una risita. —Vale, me tengo que ir. Max estaí aquíí. ¿Pero hablaremos manñ ana? —Nos vemos. —Pero Cora apenas habíía pronunciado las palabras antes de que Anna colgara. Cora sacudioí la cabeza. Amor adolescente. Luego se rio de síí misma. ¿Cuaí ndo se habíía vuelto tan vieja y aburrida? Acababa de cumplir veinte anñ os. Hacíía fríío, asíí que encendioí la chimenea. Tomoí su laptop y trabajoí en la cama, ya presintiendo que iba a ser una de esas noches en las que el suenñ o no llegaríía. EL FUEGO SE HABÍÍA APAGADO, dejando solamente el fresco resplandor de la luna. Cora besoí el pecho desnudo de su marido, amando coí mo los suaves muí sculos se tensaban bajo sus labios. Marcus la levantoí y se aduenñ oí de su boca mientras sus dedos la follaban, deslizaí ndose con facilidad dentro y fuera de su huí medo sexo. Ella se montoí sobre eí l, con sus paí rpados movieí ndose con eí xtasis. Marcus sonrioí peligrosamente y luego retiroí la mano y la reemplazoí con su pene, embistieí ndola. Se le cortoí la respiracioí n cuando sintioí que se estiraba alrededor de eí l. —Di mi nombre —susurroí Marcus. La uí nica opcioí n era obedecer. Nunca hubo otra. —¡Marcus! —gritoí y acaboí . El orgasmo la despertoí . Cora seguíía jadeando y contrayeí ndose, con sus manos sujetas a las saí banas, aun despueí s de que sus ojos se abrieran y recuperara la conciencia. No es real. No fue real. Gimoteoí y apretoí los muslos, sintieí ndose terrible, terriblemente vacíía. Se habíía venido, pero nunca habíía experimentado un clíímax tan insatisfactorio en su vida.


El fantasma de Marcus no era nada comparado con el real, sin importar lo genuino que se hubiera sentido en el suenñ o. Queríía llorar de frustracioí n. Tal vez debíía comprar un vibrador. Puso los ojos en blanco hacia el techo. Sin embargo, teníía la sensacioí n de que nada la satisfacíía, excepto la cosa real. ¡Agh! Se quitoí las saí banas de encima y sacoí las piernas de la cama. Por lo menos teníía lo de ir a ver a Anna como algo a lo que esperar con ansias hoy. Le vendríía bien una distraccioí n. Se vistioí con lo que esperaba que fuera un atuendo apropiado para tras bambalinas: coí modas botas de tacoí n bajo, mallas, una falda y una camiseta nñ onñ a que Olivia le habíía dado. Sacoí a Brutus, irritaí ndose de inmediato cuando los hombres de Marcus los siguieron maí s cerca de lo normal. Y despueí s de llevarlo de vuelta a casa para alimentarlo a eí l y tambieí n a síí misma, se encontroí con un vehíículo esperaí ndola cuando salioí del edificio. El “sin cuello” estaba de pie esperando pacientemente. —Estamos encantados de llevarla a donde necesite ir hoy, senñ ora Ubeli. Normalmente tomaríía el autobuí s. La gente normal lo tomaba. Como sea. Si Marcus queríía que sus hombres la siguieran, al menos eso significaba que podíía proporcionarle un choí fer privado a su amiga. Llamoí a Anna. —No te preocupes sobre coí mo llegar al trabajo. Te recogereí en quince. La recogieron fuera del edificio del apartamento de Olivia. —Cora, es increííble —dijo entusiasmada. Estaba radiante—. Todo estaí yendo en la direccioí n correcta. —¿Solíías actuar? —En pequenñ os comerciales y algunas pelíículas independientes. Mi madre queríía que fuera una actriz famosa. —Estaríía orgullosa. —Síí. —Anna miroí por la ventanilla, de repente callada y con una expresioí n triste. Sintieí ndose un poco culpable, Cora extendioí la mano y le dio un apretoí n en la rodilla. Anna se giroí y su sonrisa aparecioí de nuevo. Cora sintioí la ya conocida adrenalina de amistad. Cuando se aproximaron al estudio de cine, un puesto de vigilancia los frenoí .


—Anna Flores y mi amiga Cora. —Anna bajoí su propia ventanilla para mostrar los documentos—. Tengo pases para ambas. —¿Y estos hombres? —Los dos guardias del puesto fruncieron el cenñ o ante los dos hombres de negro en los asientos delanteros. Anna miroí a Cora, quien se encogioí de hombros. —Lo siento —dijo el guardia—. Pero ellos tendraí n que quedarse aquíí. —Senñ ora Ubeli… —comenzoí el “sin cuello”, pero Cora ya habíía abierto la puerta para salir. —Ya los han oíído, no pueden pasar —cantoí Cora mientras arrastraba a Anna tras ella. Ademaí s, era un set de filmacioí n privado. No era como si alguien pudiera llegar a ella estando allíí. Ambas abandonaron el auto y raí pidamente atravesaron la puerta. Las Sombras abrieron la puerta para seguirla, pero los guardias del set empezaron a gritarles que se detuvieran. Cora miroí hacia atraí s. Sus guardaespaldas no se encontraban siguieí ndola, pero el “sin cuello” teníía una mirada de frustracioí n. Ya habíía sacado su teleí fono, probablemente apresuraí ndose a marcarle a su esposo. —¿Sigues peleando con Marcus? —murmuroí Anna. —Diferencias irreconciliables. Anna levantoí una ceja mientras caminaban a traveí s de un almaceí n y luego de otro, pasando junto a personas que cargaban madera y herramientas. —Es genial que el set esteí tan cerca de casa y no en la costa oeste. —Cora vio a dos hombres luchando por mover una gigantesca y ornamentada escalera sobre ruedas. —Probablemente terminareí la pelíícula allíí, pero quieren algunas escenas de accioí n al aire libre con el fondo natural. Y tienen un enorme creí dito fiscal por hacerlo aquíí. Cuando entraron en el siguiente almaceí n, Cora sintioí que su bolso empezaba a vibrar con furia. Probablemente Marcus. No habíía duda de que el “sin cuello” la habíía delatado. Sacoí el teleí fono desechable y lo silencioí sin responder. La gente se movíía apurada a su alrededor. La mesa con bufet libre estaba llena de pasteles, bandejas de frutas y cafeí . Cora y Anna se sirvieron bebidas muy calientes y deambularon hacia donde estaba toda la actividad. —Ahíí estaí eí l. —Anna movioí la cabeza hacia Max Mars. Era guapo, alto y corpulento, pero tambieí n… bueno, lindo para el gusto de Cora. Sin embargo, encajaba perfectamente con Anna. Mostroí


una sonrisa y se dirigioí directo a ellas. —Hola —dijo con su sexy voz. —Hola, papi. —La sonrisa de Anna curvoí sus labios rojos mientras se acercaba a eí l y lo abrazaba. Mierda, ¡Anna estaba abrazando a una de las mayores estrellas de cine del planeta! Podíía no ser el tipo de Cora, pero eso no significaba que las estrellas no la continuaran deslumbrando. Max le sonrioí a Anna; habíía un evidente deseo reprimido entre ellos. Cora casi podíía ver chispas volar; su mutuo deseo era tan obvio. Pero no se besaron, solo envolvieron un brazo por la cintura del otro, como si estuvieran posando para la foto de la pareja maí s perfecta de todos los tiempos. —Esta es mi amiga, Cora —dijo Anna y Max Mars le dirigioí su preciosa sonrisa. Su notorio hoyuelo aparecioí , dejando a Cora totalmente deslumbrada. Abrioí la boca y la cerroí , quedaí ndose sin palabras al ver de cerca al hermoso hombre. Teníía el pelo adorablemente despeinado y llevaba una camiseta que decíía: Hago mis propias escenas peligrosas. Encontraí ndose todavíía un poco aturdida por estar tan cerca de una celebridad, dijo lo primero que le vino a la cabeza: —¿En serio? —Senñ aloí su camisa—. ¿Haces todas tus propias escenas peligrosas? Esperaba una respuesta ocurrente, pero en cambio Max Mars levantoí maí s su ya impresionante pecho. —Síí —dijo con voz un poco maí s profunda—. Hago mis propias escenas peligrosas. Todas. Acurrucada en el costado de Max Mars, Anna sacudioí ligeramente la cabeza y dijo en voz baja: —No. Cora miroí a ambos, sin saber a quieí n creerle. —Bien, tengo que ensayar. —Max miroí a Anna y le dio un apretoí n. —Vale, carinñ o —dijo Anna de manera casi inaudible para que nadie maí s oyera. Cora apartoí la mirada; la forma en que los dos se miraban… queríía darles privacidad. Mirando hacia otro lado, esperoí hasta que Anna aclaroí su garganta. Ambas observaron a Max irse. Era un verdadero festíín, considerando la forma en que sus pantalones se moldeaban a su perfecto trasero. —Es realmente… —¿Engreíído? —Anna terminoí por ella—. Síí. Pero es una gran


estrella. Y una de sus proí ximas pelíículas probablemente lo nominaraí para un ÍÍdolo de Oro. —Íba a decir que se ven muy bien juntos. Anna sonrioí . —Oh, nos vemos bien. Deberíía ser genial para las conferencias de prensa. —Entonces, espera, ¿estaí s saliendo con eí l o es una estrategia publicitaria? —Ambos. —Anna la llevoí hacia unos asientos a un lado del set. Horas despueí s, Cora concluyoí que los sets de filmacioí n eran increííblemente aburridos. Anna estaba sentada con la espalda recta y totalmente enfocada en todo lo que teníía frente a ella, como si el camaroí grafo movieí ndose por milloneí sima vez fuera la cosa maí s fascinante jamaí s vista. Cora estuvo a punto de sentirse aliviada cuando un asistente de produccioí n se acercoí a Anna. —A Max Mars le gustaríía verte en su remolque. Cora aprovechoí la oportunidad. —Ve —le dijo a su amiga—. Conseguireí a alguien que me lleve de vuelta a la ciudad. Puedo volver por ti. —Creo que puedo conseguir que alguien me lleve. —La sonrisa de Anna se curvoí a sabiendas—. No te preocupes por míí. Cora salioí del set, preguntaí ndose si las Sombras estaríían estacionadas en alguí n lugar cercano o si realmente necesitaba que la llevaran, cuando una voz llamoí : —¿Senñ ora Ubeli? Estuvo a punto de no darse la vuelta, pero un auto aparecioí a su lado y un hombre de traje se inclinoí por la ventanilla del conductor con una sonrisa. —¿Cora? Redujo la velocidad de sus pasos. ¿Era una Sombra? Su pelo rubio estaba en punta y parecíía vagamente familiar, pero su instinto le dijo que fuera cautelosa. —¿Te conozco? —le preguntoí al desconocido y eí l sonrioí todavíía maí s. Habíía algo raro. Todas las ventanas del auto estaban polarizadas. Ninguno de los vehíículos de Marcus las teníía asíí. Cora se percatoí de ello al mismo tiempo en que las puertas traseras se abrieron y dos matones se le acercaron. —Si vienes con nosotros en silencio, no te haremos danñ o. Abriendo la boca para gritar, tropezoí y perdioí preciosos


segundos que podríía haber usado para escapar. Uno de los hombres le pinchoí el cuello con un movimiento muy raí pido para que ella lo viera, y su grito salioí como un doloroso gorjeo. Se atragantoí y aprovecharon la oportunidad para meterla en el asiento trasero del auto. Mientras los pateaba, recibioí unos cuantos golpes antes de que uno de los hombres se deslizara a su lado y le agarrara las piernas. ¡No! No podíía dejar que se la llevaran. Luchoí como nunca antes. Pero el otro hombre rodeoí el vehíículo y se subioí del otro lado, y los dos juntos la sometieron faí cilmente. El hombre de los picos rubios miraba desde el asiento delantero. Cora recuperoí el aliento y ahora gritaba. ¡Por favor, que alguien la escuche! El set de filmacioí n habíía estado lleno de gente. Pero ahora todas las ventanillas del auto estaban cerradas. Y debíían ser a prueba de ruido, asíí como tambieí n polarizadas, porque sus tres secuestradores no parecíían estar inquietos por sus gritos. Se tomaron su tiempo para atarle los brazos a la espalda. Uno envolvioí sus manos alrededor de su garganta, cortaí ndole la respiracioí n hasta que vio manchas movieí ndose frente a sus ojos. Le zumbaban los oíídos y no sabíía si continuaba gritando o no. Todo lo que sabíía era que no podíía respirar. No podíía respirar. ¿Esto era todo? ¿Íba a morir aquíí mismo? Oh Marcus. No se suponía que terminara así. Nunca quise… Volvioí a lanzar patadas, pero de manera deí bil. No sirvioí de nada. Las manchas continuaron movieí ndose frente a sus ojos. Vagamente escuchoí al conductor maldecir a los matones, quienes grunñ eron en respuesta. El mundo se tornoí negro.

CAPÍÍTULO 10

Cuando Cora volvioí en síí, su cabeza estaba sobre el regazo de uno de los hombres. De inmediato empezoí a forcejear, pero sus manos y pies estaban atados. El hombre la levantoí para que se sentara erguida, y ella miroí a su alrededor. Su corazoí n se hundioí . Ya no estaban cerca del estudio, sino conduciendo por un gran bulevar lleno de comercios abandonados y decreí pitos. Cora no reconocioí nada. No teníía ni idea de doí nde estaban. Pero donde fuera que estuvieran, el aí rea parecíía carecer en gran parte de vida humana. Ni siquiera vio peatones alrededor o a alguien que pudiera ayudarla. El conductor enfocoí su rostro mientras ella parpadeaba y miraba


a su alrededor. —No queremos hacerte danñ o —dijo el hombre de pelo rubio en puntas que conducíía—. Obedeí cenos y estaraí s bien. Cora queríía hablar, pero le dolíía la garganta. Se vio a síí misma en el espejo retrovisor. Su cuello ya mostraba moretones. Oh, Dios, ¿queí le haríían estos hombres una vez que llegaran a su destino? Teníía que salir de allíí. Se retorcioí en sus ataduras y sacudioí los brazos intentando darle un codazo a uno de los silenciosos matones a su lado, quien la atrapoí y la miroí con rostro aterrador e inexpresivo. La boca de su estoí mago vuelta aí cido amenazaba con mostrarse. —Compoí rtate o enviareí a mis hombres a buscar a esa preciosidad de sudaca para hacerla pagar —advirtioí Pelo de puí as desde el frente del vehíículo. Cora se congeloí . No teníía ni idea de quieí nes eran estos hombres o si teníían el poder de cumplir esa amenaza. Pero la verdad era que la habíían atado demasiado bien. Íncluso si lograba inmovilizar a alguno de ellos, no podríía correr a ninguna parte; no con los tobillos atados de esta manera. Aun asíí, se empenñ oí en fulminar con la mirada al conductor de manera desafiante hasta que se volvioí para conducir el auto. Los hombres a ambos lados de ella estaban en silencio y, aparte de ligeros toques en sus brazos para estabilizarla, manteníían las manos quietas. Por la posicioí n del sol, Cora se dio cuenta de que se dirigíían al sur y un poco al este, a un lugar debajo de la ciudad de New Olympus que se utilizaba principalmente para el transporte maríítimo. Se acercaron a los grandes muelles y Cora reconocioí la frontera de una zona de la ciudad llamada Styx. Estaban cerca del territorio que su esposo controlaba. Sintioí un rayo de esperanza. El vehíículo atravesoí las puertas hacia un aí rea cercada. Maí s allaí del muelle vacíío y el almaceí n, Cora alcanzoí a vislumbrar el oceí ano. Cuando se estacionaron, recibioí otra advertencia para que guardara silencio, y se dio cuenta de lo inuí til que era luchar. Estaban en un paí ramo de edificios comerciales abandonados junto a los muelles. No habríía nadie que la oyera gritar. En vez de eso, le dijo a Pelo de puí as: —Sabes quieí n soy, asíí que supongo que sabes quieí n es mi esposo. —Su voz todavíía era ronca debido al bastardo que la habíía estrangulado hacíía un rato. Probablemente estaríía asíí por un


tiempo. Uno de los delincuentes que estaba callado le sujetoí el brazo como advertencia, pero Pelo de puí as asintioí . —Asíí que ya sabes lo que le hace a la gente que me amenaza. —Podríía ser que Marcus no estuviera aquíí en este momento, pero auí n podríía ser su escudo. —No te estamos amenazando. Nuestro jefe quiere hablar. Pelo de puí as hizo un movimiento y cortaron la cinta que le ataba los tobillos, empujaí ndola hacia un edificio que estaba al otro lado del estacionamiento, en un hangar lo suficientemente grande como para dos aviones pequenñ os. Cora resistioí un poco tensando sus piernas, pero sus captores sencillamente la arrastraron consigo. Sus botas aranñ aban el suelo. Un pensamiento salvaje se apoderoí de ella… al menos habíía usado el atuendo perfecto para ser secuestrada: duradero y coí modo. Esperaba que su jefe lo aprobara. Una risa comenzoí a brotar desde su interior, quedando atrapada en su garganta seca y magullada. Respiroí con dificultad y se sintioí mareada. A mitad del camino pudo volver a poner los pies sobre la tierra, y logroí llevar suficiente aire a sus pulmones para preguntar: —¿Quieí n es tu jefe? Pelo de puí as simplemente condujo al grupo a las escaleras a un costado del edificio hasta una oficina terminada, y Cora vio por síí misma quieí n habíía ordenado su secuestro. Se quedoí sin aliento. Philip Waters llevaba un traje a rayas, luciendo elegante e intimidante —si no es que maí s que antes—, con el sol que brillaba a traveí s de las grandes ventanas reflejaí ndose sobre su enorme cuerpo. —Cora Ubeli. —Sonrioí , con sus blancos dientes resplandeciendo sobre su oscura piel. Se acercoí , saludaí ndola como un viejo amigo. Ella se habríía parado en seco, pero los matones la empujaron hacia adelante. Cuando el hombre gigante se acercoí , su mirada se posoí sobre su clavíícula, y suspiroí —. Dije que no usaran la fuerza. —Se resistioí —Pelo de puí as sostuvo su teleí fono desechable—. Su conexioí n con Ubeli. —Que se puede rastrear, idiota —rugioí Waters. Cora tembloí y sintioí que el miedo empezaba a calar, aunque su ira no estaba dirigida a ella. Este hombre era extremadamente peligroso. ¿Queí era lo que le iba a hacer? Su cabeza calva se sacudioí mientras ordenaba—: Deshazte de eí l.


No estaba segura de si sentíía terror o satisfaccioí n al ver a Pelo de puí as salir corriendo. Se encontraba sola con los dos matones y su aterrador “anfitrioí n”. —Mis disculpas, senñ ora Ubeli. Le prometo que no le sucederaí nada maí s —le dijo la aranñ a a la mosca. Lamieí ndose los labios, encontroí que su garganta estaba demasiado seca para responderle. Terminoí por asentir con la cabeza. —¿Puedo ofrecerte un trago? —preguntoí Philip. Caminoí de vuelta a las ventanas donde habíía unos cuantos sofaí s de aspecto moderno dispuestos alrededor de una zona de bar. El oceí ano se extendíía tras eí l—. ¿Algo para aliviar tu garganta, quizaí s? —¿Queí tal si me llevas a mi apartamento? La miroí por encima de la botella de la que estaba sirviendo y el corazoí n de Cora se encogioí . Una sonrisa se extendioí por su rostro y se rio. —A su debido tiempo, mi senñ ora. ¿Eso significaba que no queríía matarla en donde estaba? EÍ l y Marcus se habíían mirado con tanto odio en esa fiesta… Pero si esto era un juego, su mejor apuesta era empezar a jugar. De todos modos, no podíía correr o pelear. Si le agradaba tanto como para reíírse, entonces tal vez no la mataríía. De cualquier manera, no debíía mostrar miedo. Un depredador sentiríía esa debilidad. Marcus por lo menos le habíía ensenñ ado eso. Cora mantuvo su cabeza en alto mientras caminaba y tomaba uno de los asientos en la barra. Waters vertioí diferentes cosas en una copa y se la entregoí . Bebioí educadamente, contenta de probar algo parecido al chocolate caliente. —¿Estaí s convirtiendo esto en un restaurante? —Cora miroí alrededor del gran espacio vacíío con una esquina en construccioí n. —No es un mal concepto. —La vista es agradable. —Miroí el oceí ano, preguntaí ndose si podríía encontrar una forma de escapar por la edificada orilla hasta los muelles cerca de Styx si se paraba en el rincoí n maí s alejado y miraba hacia la izquierda. —Ah, síí, mi favorita. Nacíí en un barco, ya sabes. Soy hijo de inmigrantes ilegales que entraban de contrabando en el paíís. Recibíí la doble ciudadaníía por ello. Mi primer golpe de suerte. EÍ l le ofrecioí su propia bebida y, despueí s de un segundo, Cora


chocoí su copa con la suya. Un secuestrador y el secuestrado pasando el rato, bebiendo como dos viejos amigos. —Ya es algo tarde, pero quiero que sepas que teníía la intencioí n de devolverte las llamadas —explicoí —. Tu buzoí n de voz se borroí de mi teleí fono. Los dientes blancos estaban de vuelta junto con su sonrisa. El hombre le recordaba a un tiburoí n. —Entiendo, bella dama. No tuve problemas en esperar, pero fuerzas maí s allaí de mi control cambiaron mi fecha líímite. Cora contemploí su bebida, deseando que sus manos no temblaran. —Entonces, ¿quieres una consulta? —No seraí necesario en este momento. Por ahora solo deseo el placer de su companñ íía. En unas horas nos reuniremos con su marido, que estaí ansioso por negociar su libertad. —Su voz era suave como la seda. Ajaí . Asíí que por eso estaba aquíí. Ya la habíían usado de esta manera. AJ la habíía usado como reheí n para obligar a Marcus a revelar la ubicacioí n del cargamento. Y vaya, coí mo habíía sido el resultado. Cora habíía tratado de escapar de la oscuridad, pero esta seguíía tirando de ella. Tal vez este era su castigo. Ahora miraba fijamente a Philip Waters, adoptando su comportamiento calmado y controlado. Queríía preguntar queí estaba pasando, pero no queríía enfadarlo. ¿Sabíía eí l lo que le esperaba? Marcus no veíía con buenos ojos a los que tomaban lo que consideraba suyo. Decidioí seguir con su plan de ser el mejor reheí n jamaí s antes visto y preguntoí : —¿En unas horas? —Miroí al sol, se mordioí el labio y pensoí en Brutus lloriqueando solo en su apartamento, preguntaí ndose doí nde estaba. —Nuestro encuentro es al atardecer. ¿Hay algo que necesites? —Mi perro estaí solo en mi apartamento… necesitaraí que lo paseen. Es un cachorro. —Le avisaremos a alguien —le aseguroí Waters. Cora parpadeoí hacia eí l con las cejas fruncidas. —Gracias. Se rio. —¿Te preocupas por tu perro y no por tu propia vida?


—Puedo hacer algo por mi perro. Pero no puedo evitar que me hagas algo. —Apretoí sus manos entre sus piernas para detener sus temblores. —Praí ctico y encantador. —Waters brindoí por ella y levantoí la mirada sorprendida hacia sus ojos marroí n oscuros—. Marcus es un hombre muy afortunado. Continuando la conversacioí n maí s surrealista que habíía tenido en su vida, soltoí : —Estamos separados. Pedíí el divorcio. Waters ladeoí su hermosa cabeza. —Ínteresante. No lo mencionoí en nuestra uí ltima conversacioí n. —Le dije que queríía el divorcio. Me mudeí a mi propio apartamento y empeceí un negocio y todo. —No sabíía por queí le estaba contando todo eso. La puerta se abrioí y ambos vieron a Pelo de puí as entrar. —El encuentro es a las seis y media. Aceptaron cada requisito. Waters miroí a Cora con suficiencia. —A pesar de todo, tu esposo todavíía se preocupa por ti profundamente. Llevo dos meses intentando programar una reunioí n y no tuve eí xito. Pasan dos horas despueí s de traerte hasta aquíí y me da todo lo que quiero. Se hundioí en su asiento; no pudo evitarlo. Ella era la debilidad de Marcus; todos lo sabíían. Necesitaba separarse de eí l por su bien y por el de ella. Pero ahora que el mundo criminal los asociaba como uno solo, ¿seríía demasiado tarde? Waters habíía salido de detraí s de la barra para darles oí rdenes a sus hombres. Cora se giroí cuando escuchoí su nombre. —El perro de Cora necesitaraí que lo paseen. —La miroí y ella se obligoí a sonreíír un poco. —¿Por queí quieres reunirte con mi marido? —preguntoí cuando los hombres abandonaron el lugar. Tal vez este hombre podríía darle las respuestas que Marcus nunca le daríía. Waters le dedicoí fruncir el cenñ o desconcertado. —Me oculta algunas partes de su negocio. —Ah —se rio—. ¿Quizaí s esa es la razoí n de su disputa conyugal? Eso resultoí ser muy personal, asíí que no dijo nada. Philip Waters parecíía intrigado por ello y Cora se complacioí , porque a eí l le hizo bastante feliz compartirlo: —Me debe dinero. Bastante en realidad. Tenííamos un acuerdo.


Ahora tenemos un… desacuerdo. Confíío en que se pueda resolver sin demasiado derramamiento de sangre. —Cora se estremecioí de miedo. ¿Demasiado?—. Ayudaríía, en realidad, si le animaras a hablar conmigo —dijo la uí ltima parte con entusiasmo, como si reclutarla como aliada le hiciera olvidar a Cora todos los problemas que eí l mismo habíía causado. No obstante, lo meditoí . —¿Estaí mi esposo en peligro? —De míí no. No si consigo lo que quiero. —Una sonrisa aparecioí juguetonamente en sus labios—. Para alguien que quiere divorciarse de su marido, parece que te preocupas mucho por eí l. No respondioí .

CAPÍÍTULO 11

Marcus mataríía a Philip Waters por esto. El hombre no teníía excusa. Conocíía el coí digo. A las mujeres y a los ninñ os se les dejaba por fuera de sus negocios. Pero no quedaba honor en el mundo y Marcus debioí haberlo sabido. No debioí haberle dado a Cora ninguna opcioí n en esa maldita cafeteríía. Debioí haberla puesto sobre su hombro y arrastrarla al piso franco con eí l. ¿Cuaí ntas veces cometeríía el mismo error? Nunca tendríía la oportunidad de ganaí rsela si estaba muerta. Sus punñ os se cerraron, queriendo romper algo, preferiblemente la cara de Philip Waters. Pero por ahora todavíía no. No hasta que viera a Cora sana y salva. Marcus avanzoí por detraí s de Waters a lo largo de los muelles con Sharo a su espalda. —Si tan solo hubieras sido razonable y hubieras aceptado mi peticioí n de reunirnos —dijo Waters—, nunca habríía recurrido a esto. ¿Por queí no discutimos los teí rminos y luego te llevo con ella? —No vas a obtener una mierda hasta que la vea —grunñ oí Marcus mientras apretaba las manos. Waters suspiroí . —Por aquíí. —Los llevoí a un gran almaceí n—. Aquíí estaí . Sana y salva. ¿A salvo? Uno de los matones de Waters se encontraba sosteniendo una pistola en la sien de Cora, quien estaba paí lida y con los ojos muy abiertos por el miedo. —Quiero hablar con ella. —Marcus mantuvo su voz firme y controlada. Si ese idiota que sosteníía el arma cometíía el maí s míínimo error de mover el dedo… El pecho de Marcus se enfrioí con


rabia y con un terror que no queríía examinar muy de cerca. —Adelante —dijo Waters—. Senteí monos, ¿síí? —Hizo un ademaí n hacia una larga mesa. Marcus no le quitoí los ojos de encima a Cora. El bastardo con la pistola en su cabeza la empujoí para que tomara asiento en un extremo de la mesa, y Waters le hizo un gesto a Marcus para que se sentara en el otro extremo. Sharo se puso detraí s de Marcus junto con dos Sombras maí s. El propio Waters se sentoí al lado de Cora y otro hombre se inclinoí para encadenar su tobillo a la mesa. Los dedos de Marcus se moríían de ganas de acribillarlos a todos a balazos. —¿Estaí s bien? —le preguntoí a Cora, ignorando a todos los demaí s en la sala. Asintioí mientras temblaba, tratando de poner una sonrisa y fallando en el intento. —El senñ or Waters solo quiere hablar. Me ha asegurado que una vez que lo escuches, me dejaraí ir. ¿Teníía moretones alrededor del cuello? Marcus apretoí los dientes de manera tan fuerte que pensoí que podríían romperse. No pienses en eso ahora mismo. Solo sácala de aquí. Ponla a salvo. No llegaste demasiado tarde esta vez. Todavía puedes salvarla. Marcus luchoí contra la rabia que hervíía dentro de eí l. Puso el gran maletíín que habíía traíído consigo sobre la mesa. —Hagaí moslo —le dijo a Waters sin dejar de mirar a Cora. Waters fue directo al grano: —Esta es una reunioí n hostil y sabes por queí estamos aquíí. Y aun asíí, mis esperanzas eran que siguieí ramos haciendo negocios juntos. —La negociacioí n termina cuando secuestras a uno de los nuestros. Dejamos a la familia fuera de esto. —Ah síí, tu coí digo. No le he hecho danñ o, ha pasado una tarde tranquila y volveraí a ti sana y salva. —Philip le sonrioí a Cora como si estuviera sentada en un almuerzo, no en una tensa negociacioí n con una pistola en la cabeza—. Como tuí , solo quiero lo que es míío. —Los moretones en su cuello dicen otra cosa. —Marcus no pudo evitar grunñ ir. Waters fruncioí el cenñ o. —Una desafortunada falta de comunicacioí n con mis hombres. Mi intencioí n nunca fue danñ arla, en la medida en que nuestros negocios


concluyeran en buenos teí rminos. Cada palabra que salíía de la boca de Waters solo hacíía que Marcus se sintiera maí s homicida. Empujoí el maletíín, el cual se deslizoí por la larga y brillante mesa y se detuvo a pocos centíímetros de la mano de Waters. Marcus vio a Cora mirar fijamente al hombre mientras lo abríía y revisaba los numerosos fajos de billetes grandes. La tensioí n en la sala aumentoí cuando Waters cerroí el maletíín, lo aseguroí con llave y se lo entregoí a uno de sus hombres. —Tuí has cumplido, yo he cumplido. —Philip le hizo un ademaí n a Cora—. Ahora, hablemos. No seremos otra cosa que no sea civilizados; tienes mi palabra. Marcus apenas se detuvo a síí mismo de burlarse en voz alta. —Tu palabra terminoí en el momento en que te llevaste a mi esposa. Ahora, tu palabra no significa nada para míí. —Significoí algo para tu padre. —Waters juntoí sus manos delante de eí l con una expresioí n respetuosa. —Ese dinero es para que Cora vuelva a salvo. No tiene nada que ver con nuestro acuerdo comercial. —Y aun asíí no lo veo como un rescate, sino como el pago de la deuda que me debes. —La temperatura de la sala descendioí hasta bajo cero mientras Waters continuaba—. Los teí rminos originales de nuestro acuerdo eran que entregarííamos el primer cargamento y recibirííamos el pago. Pero en vez de eso y a cambio de nuestra entrega, no recibimos nada maí s que una investigacioí n gubernamental oficial sobre nuestro comportamiento en aguas internacionales. —Los teí rminos cambiaron cuando la policíía incautoí el cargamento. Estuviste de acuerdo con el cambio. Cora se sentoí maí s erguida, evidentemente daí ndose cuenta de que Waters se referíía a la noche con AJ en los muelles. La uí ltima vez que Marcus le falloí y puso su vida en peligro. —Síí, y luego revisamos las cosas con maí s cuidado. Planeamos esa reunioí n durante meses. Me aseguraste que no habríía problemas. Solo puedo asumir que tuí o tu callado socio no hicieron su trabajo. —Philip Waters se detuvo y respiroí hondo. La cabeza de Cora se inclinoí y sus hombros se hundieron mientras Waters se enfadaba cada vez maí s a su lado. Marcus teníía que calmar la situacioí n, y raí pido. No queríía que Cora se traumatizara maí s de lo que ya estaba. —Los sucesos de esa noche fueron… lamentables —dijo


Marcus, manteniendo su voz tranquila y retomando el control de la conversacioí n. —Y tu responsabilidad —insistioí Waters. —Estoy dispuesto a aceptar la culpa. —Marcus inclinoí la cabeza, daí ndole la razoí n a Waters, aunque solo fuera para eliminar el nivel de tensioí n en la sala. Aun asíí, no pudo evitar soltar una condicioí n—. Al menos, hasta que sepa maí s sobre lo que realmente sucedioí esa noche. —Me parece muy bien —dijo Waters, con su impaciencia ascendiendo de nuevo a la superficie—, pero estamos recibiendo nuevos informes que nos preocupan. Hay pruebas de que el cargamento en cuestioí n ya ha sido distribuido sin que nosotros recibamos una parte. ¿Queí ? ¿De queí estaba hablando? —No ha habido distribucioí n… no por parte de mis hombres. —Alguien lo estaí vendiendo, porque las personas estaí n comprando una droga que se parece mucho a la nuestra. En todo caso, este lanzamiento anticipado demuestra lo popular que seraí la droga. Marcus entrecerroí los ojos. —¿Queí quieres, Waters? —Tienes una semana para probar que las drogas estaí n bajo tu custodia y que vuelves a tener el control de la distribucioí n. Si no, me vereí obligado a encontrar otros inversores y canales de distribucioí n. Estoy seguro de que estaí s de acuerdo en que nos conviene encontrar al mejor socio que pueda distribuir. —Solo hay una pieza clave que puede distribuir en el mercado de New Olympus. Lo estaí s mirando. —Marcus miroí fijamente a Waters, pero el gran hombre se encogioí de hombros. Sus largos dedos desnudos, excepto por su anillo de oí nix, golpearon la mesa. —Tengo a algunos otros que quieren trabajar para míí, y un grupo estaí especialmente ansioso. Te lo informo por cortesíía, porque si decidimos usarlos, el dinero que ganen con este trato puede financiar una incursioí n en tu territorio. Sharo habloí por primera vez, pero no se dirigioí a Waters. —¿Habla de quieí n creo que habla? —preguntoí a la sala en general con su profunda voz resonando. —De hecho, síí —respondioí Waters —. Si no puedes darme lo que quiero, debo buscar otros socios. Y muy bien podríían ser tus enemigos aceí rrimos, los Titan.


Los ojos de Cora se abrieron solo un poco maí s, pero por lo demaí s se quedoí quieta. Marcus mantuvo su apaí tico rostro. Pocos sabíían de la conexioí n de su esposa con los Titan, que era la hija de Demi Titan; y eí l preferíía que continuara asíí. —Los Titan no han estado en este mercado desde hace maí s de una deí cada. Yo deberíía saberlo. Fui yo quien los echoí . —Y estaí n ansiosos por usar su conocimiento previo para reconstruirse. —Philip extendioí sus grandes manos como para decir, ¿qué quieres que haga? —No quieres tratar con ellos maí s de lo que nosotros queremos —dijo Sharo. —Al contrario, no me guardan rencor. —Waters nuevamente se encontraba jugando con su anillo de oí nix, daí ndole vuelta. —Dales tiempo —replicoí Sharo con voz acalorada. Marcus tomoí el control. —No estaraí n contentos con dejarte gobernar las aguas. Lo quieren todo. En aquel entonces, los Titan, dirigidos secretamente por Demi, habíían estado hambrientos por el poder y el territorio a cualquier costo. Ahora que ella volvíía a estar a cargo, no iba a verse afectada por ninguí n rival si se salíía con la suya. —Y no operan con un coí digo. Un díía querraí s salir y te arrepentiraí s de haber hecho negocios con ellos. —Dado que has estado negociando de mala fe, no estoy seguro de que pueda confiar en nada de lo que dices. —Waters miroí a Marcus—. Tu padre era honesto. Esperaba maí s de su hijo. Marcus lo miroí fijamente. —Esta reunioí n ha terminado. Tienes tu dinero. Dame a mi esposa. Waters asintioí , levantaí ndose. Los hombres de la mesa tambieí n lo hicieron. Cora permanecioí sentada con el arma todavíía sobre ella. —Estoy seguro de que tienes el suficiente valor para enfrentarte a míí y a los Titan. Pero piensa en el precio que podríías pagar. — Miroí fijamente a Cora. ¿Se atrevioí a amenazar a Cora delante de las narices de Marcus? ¿Ademaí s de todo lo que ya habíía hecho? Era un hombre condenado a muerte. —Deí jala ir —ordenoí Marcus siniestramente.


Waters lanzoí una llave sobre la mesa. —Libre para ti. Marcus se movilizoí hacia adelante, aun cuando Waters todavíía se encontraba yeí ndose con su gente. Girando la llave, se arrodilloí junto a Cora para abrir la cadena. —¿Estaí s bien? Tenemos que irnos. La ayudoí a levantarse y la llevoí a la puerta maí s lejana. Tembloí bajo sus manos, pero eí l no se atrevioí a detenerse. Definitivamente Waters todavíía teníía ojos y armas sobre ellos. Una vez que salieron del almaceí n fueron rodeados de inmediato por Sombras, pero Marcus no respiroí tranquilo hasta que estuvieron dentro de un todoterreno negro que se dirigíía fuera del estacionamiento. Maí s que nada, Marcus queríía enviar de inmediato a sus hombres tras Waters por haberse atrevido a tocar lo que era suyo, por hacerla temblar de miedo. Envolvioí su brazo alrededor de Cora y la acercoí a su lado. Ella no se resistioí en absoluto; asíí de asustada estaba; muerta de miedo. La furia le golpeaba a Marcus la caja toraí cica, como si fuera una horrenda criatura con alas. Sharo se giroí desde el asiento del pasajero para mirar hacia atraí s. —¿Vas a ordenar el ataque? Marcus lo fulminoí con la mirada. Sabíía que no debíía hablar de los negocios de esa manera delante de Cora. Sharo asintioí y se volvioí hacia delante. Marcus puso dos manos sobre los hombros de Cora e inclinoí su cabeza hacia la de ella. —¿Te ha tocado? Ella entrelazoí sus manos con las suyas y le miroí directo a los ojos. Dios, tocarla lo era todo. Estar nuevamente asíí de cerca. —No. En realidad, fue educado. Cora dejoí caer sus manos mientras eí l tomaba su cabeza, inclinaí ndola suavemente para examinar las marcas que esos malditos le habíían hecho en el cuello. Su mano pasoí por encima de su pulso, sin atreverse a rozar los moretones que se encontraban estropeando su piel. La bestia en su pecho rugioí . —Lo pagaraí n —grunñ oí —. Les hareí pagar por cada moretoí n. —Estoy bien. —Pusieron una pistola en tu cabeza. Cora se mordioí el labio. —Creo… creo que queríía que la reunioí n saliera bien.


La boca de Marcus se tensoí , pero no dijo nada. En ese momento no confiaba en síí mismo y no queríía asustarla maí s. Su familia y Waters habíían sido aliados durante mucho tiempo, pero despueí s de hoy, solo podíían ser enemigos. Cora fruncioí el cenñ o y le tomoí la mano. —Es mi culpa. ¿Ahora de queí estaba hablando? Le agarroí la mano con maí s fuerza. —Me escapeí del guardia en el set de filmacioí n. —Tragando con fuerza, continuoí —: Si no lo hubiera hecho, nunca habríían sido capaces de tomarme. Joder, pero ella era dulce. Demasiado buena para eí l, pero lo sabíía desde hacíía mucho. Cora se encontraba con la mirada gacha, asíí que Marcus le levantoí la cara con un dedo bajo su barbilla. Cuando continuoí con la mirada ausente, eí l se le acercoí , tirando de sus piernas sobre su regazo. Cora se resistioí solamente por un momento. —Waters y yo hemos estado peleando por mucho tiempo. Se movioí , levantaí ndola en su regazo. Tal vez era un bastardo por usar esto para tener un momento de intimidad con ella, pero despueí s de recibir la llamada de Waters y escuchar que habíía sido secuestrada, la necesitaba cerca. Aparentemente ella tambieí n lo necesitaba, porque se inclinoí hacia eí l. Mantuvo su voz suave mientras murmuraba en su pelo: —Llevarte consigo fue su manera de llamar mi atencioí n. Ahora que la tiene, veremos queí es lo que haraí . —¿Asíí que no estaí s enfadado conmigo? —susurroí tan suave, como si fuera consciente de todos los demaí s en el auto y quisiera que solo eí l lo escuchara. —¿Enfadado? No. Pero cada vez que te escapas —sus brazos la estrujaron—, me siento tentado a secuestrarte yo mismo y atarte a la cama. Cora tragoí con fuerza y se le cortoí la respiracioí n. Tal vez porque debajo de ella eí l se estaba poniendo duro. No pudo evitarlo. La teníía tan cerca, con su suave y delicioso cuerpo finalmente en contacto con el suyo. Ademaí s, despueí s del enfrentamiento con Waters y el alivio de tenerla finalmente a salvo en sus brazos… eí l no era maí s que un hombre. Cora obviamente sintioí aquello, pero no se alejoí . Suspirando, se metioí debajo de su barbilla, relajaí ndose solo cuando sus brazos la


envolvieron lentamente para abrazarla. Fue lo maí s sereno que Marcus habíía sentido en meses. Esto era lo correcto. Asíí debíían ser las cosas. Juntos, vieron el horizonte de New Olympus aproximarse. Cuando el auto entroí en los líímites de la ciudad, Cora se agitoí . —¿Adoí nde me llevas? —A un lugar seguro… —Marcus empezoí a decir, y su cuerpo de repente se tensoí mientras se alejaba de eí l. —No, quiero ir a casa. —Necesitamos… —No me lleves a la finca. —Agarroí la tela de su camisa—. No me importa adoí nde me lleves, pero no me hagas volver allíí. ¿Era aquello una pista de lo que habíía sucedido esa noche? ¿AJ realmente se habíía atrevido a llevaí rsela de la maldita propiedad familiar de Marcus? ¿Pero coí mo? Marcus habíía interrogado una docena de veces a los guardias de servicio de esa noche. Miroí a Cora, esperando que soltara maí s. Pero de repente ella miroí a su alrededor como si se hubiera dado cuenta de lo silencioso y quieto que se habíía quedado el auto. Se soltoí de la camisa de Marcus y miroí por la ventanilla, dejaí ndolo fuera. Queríía presionarla. Queríía saber queí habíía pasado esa noche. Pero ella habíía pasado por otro trauma y tendríía que esperar. —Bien. Le ordenoí al choí fer que se dirigiera al club Chariot. Cora lo miroí . —Vale. Pero una vez que lleguemos allíí, hablaremos.

CAPÍÍTULO 12

Una vez allíí, Marcus condujo a Cora a una habitacioí n privada en la parte trasera. Normalmente iba allíí para las noches semanales de poí quer con sus socios y subordinados clave. Habíía una gran variedad de comida sobre la extensa mesa, que le recordaba a la que acababan de dejar atraí s. Marcus y Sharo dejaron a Cora por un momento para hablar con las Sombras en voz baja. Luego volvieron a entrar y tomaron asiento. Cora estaba sentada esperando. Todo se sentíía como en los viejos tiempos, Marcus afuera haciendo negocios mientras ella le esperaba. Respiroí hondo y decidioí que no iba a esperar maí s. Cuando Marcus dejoí de dirigirle la palabra a sus hombres, ella se encontroí


de pie en la puerta con los brazos cruzados. Sus ojos entraron en calor mientras se acercaba a ella, pero sus siguientes palabras lo detuvieron en seco: —¿Queí estaí tramando mi madre? ¿Queí sucede con los Titan? Vio, fascinada, coí mo la maí scara caíía de golpe para cubrir su expresioí n. Estaba tan acostumbrada a verlo con las defensas abajo, que ver coí mo se enfrentaba ante ella como si fuera uno de sus enemigos era algo nuevo. Ínclusive fascinante. Se movioí hacia ella, llevaí ndola de vuelta a la habitacioí n con la fuerza de su cuerpo. Ella se lo permitioí , e incluso se sentoí en la silla que le sacoí . —¿Has comido? —No esperoí una respuesta. Llenoí un plato con los platillos hogarenñ os de la mesa—. Necesitas comer. —Puso el plato delante de ella, lleno de pollo al verdicchio. Se le hizo agua la boca. Olíía bien. No obstante, tomoí su tenedor y lo apuntoí hacia eí l. —Queríías que hablara contigo. Estoy aquíí, escuchando. Asíí que habla. Dime a queí me enfrento. Ya no podíía ser la chica que ignoraba todo. Todavíía no queríía tener nada que ver con el mundo de Marcus, pero no parecíía que eí ste fuera a dejarla ir tan faí cilmente. Si iba a vivir en la luz, teníía que ser consciente de las sombras y de coí mo evitarlas. Tomando su propio plato, Marcus se sentoí a su derecha, entre ella y la puerta. Una leve sonrisa se dibujoí en sus labios. —Y pensar que una vez fuiste un doí cil ratoí n de campo. Empezoí a comer, arqueando una ceja y moviendo la cabeza hacia el plato de Cora. Ella no le sacaríía nada maí s hasta eí l que se saliera con la suya, asíí que se llevoí la comida a la boca. En el momento en que lo hizo, el sabor explotoí en su lengua. Un gemido de placer debioí haber escapado de sus labios porque Marcus le dio un leve golpe en el codo de manera intencional; se dio la vuelta para encontrarse con el pleno fulgor de su sonrisa. La boca de Cora casi se abrioí al verlo, pero terminoí por tragar la comida y murmurar: —Estaí delicioso. —Dos meses sin la comida de Gio. Te lo merecíías. —Apoyoí su mano en su rodilla, provocaí ndole pequenñ os hormigueos punzantes directos en su centro. Su cuerpo recaíía en los viejos haí bitos siempre que estaba cerca de eí l. Sus ojos se cerraron. Deberíía alejar su pierna. Y lo haríía. En un minuto. O cinco.


Agh, ¿queí le pasaba? Alejoí su rodilla de la caricia de Marcus. —Haí blame de mi madre. EÍ l dejoí escapar un largo y doloroso suspiro. —Íba a protegerte de esto… —Despierta, Marcus, no estaí funcionando —dijo, un poco sorprendida por su propia franqueza. El estilo directo de Olivia se le estaba contagiando. Marcus se quedoí quieto, una senñ al de que eí l tambieí n estaba sorprendido. Cora puso su mano sobre la de eí l, condenaí ndose por la accioí n porque la electricidad habíía vuelto. Aun asíí, no se alejoí . —Tuí no tienes toda la culpa. He estado tratando de ignorar todo. Pero ya no me estaí funcionando y necesito parar. ¿Queí pasa? Estoy cansada de no saber. —Waters te puso en medio de esto —grunñ oí Marcus—. Es hombre muerto. Cora sintioí un escalofríío; sabíía muy bien que eí l cumpliríía esa promesa. La imagen del inerte y desfigurado cuerpo de AJ le pasoí por la mente. Y el sonido de la sierra mientras se preparaban para cortarlo en pedazos y enviarlo a los Titan como un “mensaje”. Nunca olvidaríía el sonido de la sierra penetrando el aire nocturno. La comida ya no parecíía tan apetitosa. Apartoí su plato y, respirando profundamente, levantoí la vista y se encontroí con la mirada de Marcus. —Estoy involucrada sin importar queí . Estar casada contigo tiene un precio. No solo estar despierta hasta altas horas de la noche y estar rodeada de hombres con armas, o la posibilidad de que me disparen mientras como en un restaurante. Yo tambieí n tengo que participar en esto, y tuí me ocultas informacioí n. —Esta no es tu lucha. —Marcus, lo que no conozco me hará danñ o. No seí queí buscar, no seí quieí n es la amenaza. No seí quieí nes son tus enemigos. —No deberíías tener que preocuparte por esas cosas. —La vena de su frente era visible, una clara senñ al de que no le gustaba lo que estaba diciendo. Queí laí stima. Era la verdad. Marcus pensaba que podíía controlarlo todo; pero por mucho que quisiera fingir lo contrario, no era un dios. No podíía ver todo a la vez y estar en todos lados a la vez. —Me tratas como a una ninñ a, pero no soy una ninñ a. Soy una


mujer adulta. Te casaste con una mujer y necesito saber a queí nos enfrentamos. —Tiene razoí n —dijo Sharo. Cora se volvioí hacia eí l, parpadeando. Nunca esperoí su apoyo. Marcus lo fulminoí con la mirada, pero el enorme hombre podíía cargar con la culpa—. No es imprudente porque sea tonta. Solo es ignorante. —Gracias —le dijo Cora y luego fruncioí el cenñ o—. Creo. Marcus los fulminoí con la mirada a ambos. —Otra razoí n por la que no quiero que te involucres. Si te atrapa la policíía puedes negarlo todo. Cora se mofoí y levantoí las manos. —Marcus, seí que Santonio tiene un montoí n de mujeres. Seí que los hermanos DePetri llevan cargamentos de contrabando por toda la costa. No seí queí venden los hombres de Rosco en las calles, pero sospecho que venderíían lo que tuí quieras. Marcus parecíía querer interrumpir, asíí que Cora continuoí antes de que pudiera hacerlo. —Cenamos con ellos; hablan, y tambieí n lo hacen sus chicas. No soy idiota. Puedo unir las piezas. Marcus empujoí su silla para encararla. —No entiendes mi negocio. No te toca. —Golpeoí la mesa con un dedo acusador—. Estaí s fuera de esto. Tal vez antes se habríía sentido intimidada. Pero no ahora. No despueí s de todo lo que habíían pasado juntos; lo bueno, lo malo y lo feo. —No. —Sacudioí su cabeza rotundamente—. Ya no puedes tomar esta decisioí n por míí. Quiero saber. Si no me lo dices, entonces no quiero volver a verte nunca maí s. Pero eí l tambieí n sacudioí la cabeza. Tan terco como siempre. —Seguiraí s estando fuera de esto. Mi padre siempre mantuvo a mi madre fuera. Cuando las cosas se poníían maí s difííciles, ella lo apoyaba, pero solo conocíía la superficie. —¡Y mira lo bien que le fue! Marcus echoí su silla hacia atraí s como si Cora le hubiera dado una bofetada. Bien podríía haberlo hecho. Se encogioí de miedo y se pasoí una mano cansada por la cara. Era una persona horrible por echarle en cara la muerte de su madre de esa manera. —Marcus, yo… lo siento. Nunca debíí… —Sacudioí la cabeza—. No puedo hacer esto.


Se levantoí , echando su silla hacia atraí s y corriendo en direccioí n al banñ o de empleados. Ya no podíía soportar estar en la misma sala que eí l. Era demasiado duro. Joder, todo lo era. Esconder la cabeza bajo tierra teníía una mala reputacioí n. Era un gran plan, en verdad. Ahora bien, salir a tomar aire fue la idea maí s estuí pida que habíía tenido en mucho tiempo. Cerroí de golpe la puerta del banñ o y respiroí hondo. Caminoí hasta el lavabo y abrioí los grifos a todo chorro. Se inclinoí y se mojoí el rostro. Una y otra y otra vez. Pero no pudo limpiarse. Nunca podríía estar jodidamente limpia. No importaba cuaí ntas veces se frotara el cuerpo de arriba a abajo. A veces tomaba duchas tan calientes que su piel terminaba por ampollarse, pero aun asíí, eso no se iba. La sangre de Íris se habíía filtrado a traveí s de los poros de Cora hasta llegar a sus huesos. Nunca se limpiaríía de ella. Al principio no escuchoí la puerta abrirse, no hasta que se estrelloí contra la pared. Sus ojos se dirigieron al mugriento espejo y allíí estaba Marcus, cerrando la puerta con la fuerza con la que la habíía abierto. —¿Queí …? Pero no tuvo tiempo de terminar su pregunta ni de hacer cualquier otra cosa, porque antes de que pudiera siquiera cerrar los grifos de agua, Marcus habíía cruzado el espacio y la teníía en sus brazos. La empujoí contra la pared y acunoí su cara en sus manos. —Nunca dejareí que te pase lo que le pasoí a mi madre. Nunca. —Sus manos temblaban, y en el crudo dolor de su rostro, ella pudo verlo. Dios santos. EÍ l habíía tenido razoí n. Ella realmente habíía tenido el poder desde el primer momento. Oh, Marcus. ¿Coí mo le estaba rompiendo el corazoí n cuando no le quedaba nada que romper? Cora queríía envolverlo con sus brazos. Se veíía tan perdido. —Queríía que fueras pura —susurroí . —¡Entonces no me quieres! —Tratoí de alejarlo, pero no se lo permitioí . Y al momento siguiente, sus labios se estrellaron contra los de ella, quien lo agarroí de los hombros sin saber si intentaba acercarlo o alejarlo. Pero al instante siguiente, se puso de puntillas, gimiendo


en su boca, y dando lo mejor de ella. Sus caderas se empujaron freneí ticamente a las de eí l y su pierna derecha se enganchoí alrededor de sus caderas para poder presionar su pelvis maí s cerca. Queríía, necesitaba estar cerca de eí l, como si fuera su segunda mitad. Cuando estaba dentro de ella, se sentíía completa. Esto, al fin, no era un suenñ o; y ella nunca lo habíía necesitado maí s. —Cora. —El gemido de Marcus fue profundo y salvaje, sacado de las profundidades de su corazoí n. EÍ l tomoí su cabeza; sus dedos se enredaron en su alborotado pelo—. Necesito… Marcus teníía los ojos muy abiertos, con las pupilas dilatadas. Su pecho subíía y bajaba, con los rugidos de sus pulmones latiendo mientras se tambaleaba al borde del control. Cora asintioí freneí ticamente, ayudaí ndole a subir su falda. Ella tambieí n lo necesitaba. Con un tiroí n, la gran mano de Marcus le rasgoí las medias, y de alguna manera, ella le desabrochoí los pantalones y le bajoí la cremallera lo suficiente como para que bajara la prenda. Y Cora se encontraba arriba, con los pies por encima del suelo y las piernas enredadas en las caderas de Marcus mientras eí l la penetraba; ambos se impactaban contra la pared. Ella se sacudioí , ajustaí ndose a su gran grosor y aranñ ando sus anchos hombros para acercarlo. EÍ l la apoyoí maí s alto, dejando que la gravedad hiciera que su largo miembro se deslizara maí s dentro de ella. Cora gritoí cuando su pene golpeoí los sitios en su interior que ella habíía olvidado que existíían. La llenoí maí s allaí del líímite, invadiendo maí s que su cuerpo. Ella lo sentíía en cada rincoí n de síí misma, en su alma. Sus ojos se humedecieron con la intimidad. Se sentíía tan bien. Odiaba amar a ese poderoso y exasperante hombre, pero nunca dejoí de necesitarlo. —Cora. —La frente de Marcus se arrugoí al ver sus laí grimas. —Maí s —ordenoí —. Necesito maí s. Con un grunñ ido la embistioí tan fuerte que su cabeza terminoí por golpear contra la pared. Un estante encima de ellos se sacudioí . Un jarroí n cayoí , quebraí ndose en el suelo. A Cora no le importoí . Aparentemente tampoco a Marcus. Fragmentos de cristal crujieron bajo sus zapatos, y la uí nica reaccioí n de Marcus fue llevarla hacia la pared opuesta. La agarroí del trasero, inclinando su cuerpo para


golpear su pene maí s profundo. Ya veníía, ¡oh, oh! Ya veníía. Cada muí sculo del cuerpo de Cora tuvo un espasmo cuando su orgasmo la atravesoí . Su mano se sacudioí fuera, golpeando el dispensador de toallas de mano. Con un zumbido, el dispensador empezoí a escupir toallitas de papel en una larga hilera. —Maldicioí n, Cora, maldicioí n —gritoí Marcus por encima del chirrido del dispensador. Cora se encontraba gimiendo, con su cuerpo tensaí ndose como un arco. Antes de que quebrarse, enterroí sus manos en su oscuro y sedoso pelo oscuro, aferraí ndose por su vida mientras su orgasmo la azotaba. Maí s toallas de papel salieron del dispensador como en un diluvio blanco, llenando el lavabo. Activaron el dispensador de jaboí n, el cual se vertioí allíí mismo y causoí que el grifo comenzara a derramar agua. Marcus golpeoí su mano en la pared junto a la cabeza de Cora, grunñ endo en medio de su clíímax. —Mierda. Eso fue… —Síí —jadeoí Cora. Su cuerpo temblaba por la secuela del placer. El mundo estaba girando demasiado raí pido. Su esposo descansoí su cabeza junto a la suya con los ojos cerrados. Tras eí l, el agua inundaba el lavabo, empapando las toallas de papel y amenazando con desbordarse hacia el suelo. El dispensador seguíía chirriando. El jaboí n salpicaba una y otra vez, cubriendo los fragmentos de vidrio con burbujas perfumadas. Ambos levantaron la cabeza al mismo tiempo para ver la destruccioí n de la pequenñ a habitacioí n. —Mierda —maldijo nuevamente Marcus, resignado. La cargoí en sus brazos hacia el rincoí n opuesto, lejos de los cristales rotos. —Tíípico —murmuroí Cora, movieí ndose tan pronto como sus pies tocaron el suelo. Tiroí de su falda. Las medias eran un caso perdido. Se rasgoí los restos y suspiroí . Estar nuevamente con eí l de esta manera… Se sentíía bien, no podíía negarlo. Ínclusive estupendo. Y despueí s de todo lo que habíía sucedido con Waters… ella habíía tenido tanto miedo cuando esos mafiosos la secuestraron. Necesitaba el consuelo del contacto de Marcus. Pero eso no cambiaba nada. Miroí a su alrededor y sacudioí la cabeza. —Es por esto que no deberííamos estar juntos. Somos como…


fuego y dinamita. Destruimos todo lo que tocamos. —Somos ciertamente explosivos —dijo tranquilamente Marcus. Arrancoí una hoja de papel limpia para ofreceí rsela—. Pero Cora, nuestro destino es estar juntos. Si pudiera te encerraríía en esta habitacioí n. ¿Es que acaso no lo podíía ver? —Eso no va a funcionar para míí, Marcus. Si te apoyo, necesito saber a quieí n apoyo. Y necesito saber queí monstruos estaí n en la oscuridad para poder ayudar a defendernos. Para poder ayudar con la lucha. Sus profundos ojos miraron fijamente los suyos, arrastraí ndola a una inmedible oscuridad. —¿Crees que cuando tus enemigos vengan a por míí me perdonaraí n porque nunca me hablaste de ellos? Soy el eslaboí n deí bil, Marcus. No quiero serlo maí s. —Bien —suspiroí —. Quieres conocer a mis enemigos. Te dareí la lista. Los ojos de Cora se abrieron de par en par; ¿realmente iba a compartirlo? —No necesito saberlo todo, Marcus. Tal vez puedes empezar con los maí s importantes y luego seguir desde allíí —sugirioí . La boca de Marcus se contrajo y por un momento parecioí que se reiríía. —Dios, lo olvideí —dijo. —¿Queí ? —Lo linda que eres. —Marcus. La lista. —Conoces a Philip Waters. Empezoí en el transporte maríítimo y ahora es duenñ o de la mayor flota privada del mundo. Envíía petroí leo y mercancíías por todo el mundo. Mi padre lo ayudoí a empezar, financiando algunos de sus primeros cargamentos cuando New Olympus era un puerto importante. —Entonces, ¿de queí es el cargamento? Cora ya sabíía de queí era, pero queríía saber si Marcus finalmente le diríía la verdad. —Drogas. Algo nuevo. Se supone que es maí s benigno que la coca. —¿No dijeron eso de la heroíína? —Salioí del banñ o, necesitaba estar fuera del pequenñ o espacio. La sala trasera estaba tan vacíía como la habíían dejado, con su


comida intacta. Marcus observoí el ritmo de sus pasos. —¿Ves por queí no queríía decirte? —Seí el negocio en el que estaí s. Mejor que me entere por ti que por otro, o peor auí n, que me alcance una bala perdida. Fue hacia ella, atrapaí ndola en sus brazos. —Nunca, nunca bromees sobre eso. —Le dio una pequenñ a sacudida. Cora le sujetoí los brazos. —Tomaste tu decisioí n y yo me caseí contigo. Ambos nos atenemos a las consecuencias. —Vivo siguiendo un coí digo. Y si yo no controlara el mercado de la droga, alguien maí s lo haríía. Vendemos a adultos, no a ninñ os. Las Sombras son disciplinadas; si alguien maí s se involucra, las cosas empeoraríían. Seríía la guerra. —Los Titan —dijo, examinando su rostro—. Mi madre y mis tííos. Quieren involucrarse. Marcus maldijo. La soltoí , pero ella le ahuecoí el rostro con ambas manos. —Díímelo. —Si no entregamos el cargamento de Waters y su parte de nuestro trato, llevaraí su negocio a los Titan. —¿Puedes detenerlos? —No si hacen una alianza con Waters. Si eso sucede, las cosas se pondraí n feas. —¿Queí tanto? —preguntoí Cora, a pesar de que podíía adivinarlo. —Una guerra —confirmoí Marcus. Ella soltoí un largo suspiro. Que los Titan se hicieran aliados de alguien como Philip Waters les daríía suficiente poder para hacer una jugada en New Olympus —Nos hemos estado preparando. Queríía hacer las paces con Waters, pero el cargamento perdido es un punto difíícil. Esta droga es su bebeí , y la quiere de vuelta. Por un momento se sentaron en silencio mientras Marcus se servíía una copa de vino y lo probaba. Se la ofrecioí a Cora, pero sin entregaí rsela. En su lugar, inclinoí la copa hasta que el lííquido rojo le humedecioí los labios. —¿Y queí hay de las amenazas de muerte? —preguntoí Cora. —¿Queí pasa con ellas?


—Dijiste que las estabas recibiendo, que te esconderíías. —Estoy seguro de que los Titan o Waters estaí n detraí s de ellas. No puedo retirarme ahora, no con las cosas ponieí ndose feas. — Extendioí la mano y le puso un mechoí n de pelo detraí s de la oreja—. En alguí n momento esta mierda va a explotar, y entonces hablaremos de nosotros. Cora dejoí escapar un suspiro y apoyoí su cabeza contra su pecho. Le gustaba oíír sus latidos, y eso significaba que no teníía que mirarlo a la cara. —Tal vez una vez que las amenazas de muerte cesen. Marcus pasoí los dedos por su pelo. —Vas a tener pesadillas despueí s de todo esto —murmuroí , sonando triste. —Ya las estoy teniendo —dijo antes de pensaí rselo bien, queriendo darse una patada cuando todo el cuerpo de Marcus se tensoí . —Cuando resolvamos las cosas te ayudareí a superarlas. Sus palabras provocaron un flujo de deseo. Cora no pudo detener el escalofríío que comenzoí en su centro y se irradioí hacia el resto de su cuerpo. El rostro de Marcus se tornoí intenso y ella supo que eí l lo vio. —Vamos —Cora se alisoí el pelo—. Nos echaraí n de menos. —Maí s tarde —prometioí —. Pronto. Al oíír sus palabras sintioí otro escalofríío, pero afortunadamente Marcus no lo vio. Estaba ocupado abriendo la puerta, sin duda para indicarle a Sharo que era seguro volver. Poco despueí s, Sharo volvioí a aparecer. —¿Todo bien? —rugioí Sharo. Marcus le levantoí una ceja a Cora. —Por ahora. —Ella no apartoí los ojos de su marido. —Bien. Porque tenemos un problema. Marcus se enderezoí y le hizo un ademaí n a Sharo para que continuara hablando delante de Cora, quien se sentoí en silencio mientras se sentíía extranñ amente complacida. —Recibíí noticias de mis contactos dentro de la fuerza. El cargamento era grande, asíí que lo pusieron en un almaceí n de evidencias confiscadas. Abrieron una caja en su presencia, buscando huellas. —No hay forma de que solo abrieran una. Sharo lo confirmoí .


—Abrieron el resto despueí s de revisarlas. Solo estaban las huellas de AJ en ellas; nuestros chicos llevaban guantes. Pero ahora las cajas estaí n vacíías. El contenido fue eliminado. Mi chico lo comproboí . —¿Coí mo es que no lo vio? —Porque es un maldito estuí pido. Revisoí una caja y no pensoí en revisar las otras. Marcus ladeoí la cabeza y Cora pudo ver que estaba sumamente molesto. —Asíí que alguien fue a las cajas cuando estaban en evidencia. —Algo parecido a lo que estaí bamos planeando. —¿Quieí n haríía eso? —preguntoí Cora—. ¿Quieí n teníía acceso? Marcus se reclinoí en su silla, pensativo. —Creo que es hora de que volvamos a visitar a nuestro amigo el alcalde. Cora se mordioí el labio. Habíía estado allíí la noche en que el hombre del alcalde habíía prometido que el cargamento seríía devuelto a Marcus en una semana. Lo que obviamente no habíía sucedido. —No te acercaraí s a eí l —dijo Sharo—. No nos ha respondido los mensajes en dos meses… ¿queí te hace pensar que puedes hacerlo ahora? Marcus miroí a Cora. —Un poco de persistencia convence a cualquiera. Cora resistioí el impulso de poner los ojos en blanco. Marcus ya se estaba considerando el vencedor. —Envíía a Cora —dijo Sharo—. Apuesto a que podemos reunirnos con el alcalde si ella va primero. El cuerpo de Cora se tensoí . —De ninguna manera —Marcus perdioí la calma, grunñ eí ndole a su segundo al mando. —¿Queí opcioí n tenemos? —contraatacoí Sharo—. Hemos intentado todas las víías. Ella podríía entrar directamente, sin problemas. —No quiero que se involucre —dijo Marcus. —Te guste o no, Waters hizo la jugada correcta —dijo Sharo y la habitacioí n se tornoí geí lida. —¿Queí ? —Marcus respiroí , enfrentaí ndose a su subjefe con suficiente rencor como para que Cora le pusiera la mano en el brazo.


—No te gustoí que se la llevara, pero te hizo sentarte y charlar. Tal vez hemos estado yendo por el camino equivocado. Alguien como ella puede entrar sin problemas, nadie la ve como una amenaza. —Ella no… —comenzoí Marcus. —¿Es seguro? —Ínterrumpioí Cora. Los dos hombres la miraron fijamente. —Estaríías cubierta. Es la oficina del alcalde. Nadie te tocaraí — dijo Sharo, pero su marido giroí su silla para acercar la de Cora. —No, nena. —Marcus tomoí su rostro—. No tienes que hacerlo. En primer lugar, ella teníía la culpa de que la policíía se hubiera llevado el cargamento. Tal vez si pudiera arreglarlo, Marcus la perdonaríía una vez que descubriera lo que habíía hecho. —Quiero hacerlo. Quiero ayudar. —Miroí sus profundos ojos marrones, extrayendo fuerza de ellos—. ¿Queí tengo que hacer?

CAPÍÍTULO 13

—¿Es esto realmente necesario? —preguntoí Cora justo antes de que Marcus la agarrara por detraí s y le pusiera un brazo alrededor de la garganta. —No te dejareí entrar en una situacioí n desconocida —le grunñ oí al oíído—, no me importa lo puí blico que sea, hasta que esteí seguro de que tienes algunas habilidades baí sicas para cuidar de ti misma. Es la segunda vez que te secuestran, asíí que me perdonaraí s si soy un poco sobreprotector de lo que es míío. Ahora. Otra vez. —Su brazo alrededor de su cuello se tensoí maí s. Solo por su comentario de que era suya, Cora le asestoí un golpe especialmente fuerte en el estoí mago con el codo, justo como eí l le habíía ensenñ ado durante las uí ltimas horas. Tambieí n intentoí pisotearle el arco del pie, pero eí l se apartoí . Grunñ oí frustrada y Marcus solo estrujoí maí s su brazo. El bastardo tuvo la audacia de reíírse. ¿Acaso se estaba riendo de ella? Cora tratoí de sacar su furia con un grito, pero terminoí siendo ahogado por su estuí pido y enorme brazo que restringíía su flujo de aire. No completamente, pero lo suficiente para encontrarse incoí moda. Lo siguiente que supo fue que Marcus la habíía tomado por las piernas y la teníía sobre la alfombra, con su gran cuerpo agachado sobre el de ella. —¿Cuaí ntas veces tengo que decirte que gires la cabeza a un


lado para liberar tu traí quea? Te emocionas demasiado por golpearme, pero si no recuerdas lo baí sico, te desmayaríías antes de tener la oportunidad de hacerme danñ o de verdad o de escapar. Se mordioí el interior de su labio inferior. No grites en su cara. No grites en su cara. Solo lo volverá más engreído. Llevaban horas con esto y Cora juraba que pasaban maí s tiempo en la alfombra, con Marcus inmovilizaí ndola y hablaí ndole sin cesar sobre movimientos defensivos en vez de realmente practicarlos. Ella le habíía dicho que lo de ayer en el banñ o habíía sido un error de una sola vez, y lo dijo en serio. No estaban juntos. —Gira la cabeza a la derecha para que la traí quea no se obstruya, luego ataca solo lo suficiente para liberarte. Por una vez le gustaríía llevarle la delantera. —Bien. —Cora levantoí los brazos, estiraí ndose un poco para hacer que sus pechos se sacudieran. Una emocioí n de satisfaccioí n la invadioí cuando la mirada de Marcus cayoí sobre su camiseta cenñ ida. —Estoy taaan cansada —bostezoí —. Eres tan grande y fuerte. Luchar contra ti es una tarea ardua. Las cejas de Marcus se juntaron. Uy, habíía exagerado. Pasando una mano sobre su propio pecho para distraerlo, le dedicoí una sonrisa inocente. —¿Me agarras de nuevo? Esta vez, cuando sus brazos la envolvieron, ella giroí la cabeza. Su mano se dirigioí a su entrepierna, pero en lugar de golpear, tomoí la dura protuberancia y la frotoí con la palma de su mano. Marcus se quedoí quieto mientras conteníía la respiracioí n, como si se preguntara queí haríía ella a continuacioí n. Cora levantoí las piernas, creando un inesperado peso muerto. Cuando eí l se tambaleoí hacia adelante, fuera de balance, ella se retorcioí hasta apartarse de sus brazos y se escabulloí . Marcus aterrizoí en el suelo. —¡Ja! —Hizo una danza victoriosa. Su posible agresor yacíía boca abajo en el suelo, inmoí vil. Oh, mierda. —¿Marcus? ¿Marcus? ¿Te he hecho danñ o? Se preocupoí , acercaí ndose de puntillas. Se habíía golpeado en el suelo bastante fuerte. ¿De alguí n modo le habíía hecho danñ o? Le empujoí el costado con el pie y Marcus entroí en accioí n, agarraí ndole el tobillo y derribaí ndole la pierna. Cora chilloí , pero eí l la agarroí y amortiguoí su aterrizaje.


Cora se encontroí una vez maí s de espaldas con un enorme y excitado hombre alzaí ndose sobre ella. Con expresioí n impaí vida, Marcus la agarroí de la mano y la llevoí al frente de sus pantalones de entrenamiento, usando la palma de su mano para acariciarse maí s fuerte de lo que Cora lo hubiera hecho. Sus ojos eran como cuchillos. —¿Crees que esto es divertido? ¿Que es un juego? Cora sacudioí la cabeza con ojos muy abiertos. Su pelo se extendioí por el suelo. —Marcus, yo solo… —Si tocas a alguien maí s asíí, lo matareí . Se estremecioí ante la promesa. EÍ l sonrioí , y las comisuras de sus labios se volvieron cuchillos. —Aparte de eso, bien hecho. —Le levantoí la palma y la besoí . Cora le dedicoí una tentativa sonrisa. —¿Gracias? —Su voz comenzoí a jadear mientras eí l le lamíía la líínea de vida en su mano. Una caricia con la lengua que ella sintioí entre sus muslos. —Marcus. —Se retorcioí —. Deí jame ir. Sacudioí la cabeza. —Cometiste un error, aí ngel. —Poco a poco descendioí frente a ella, mantenieí ndola inmovilizada, y apartaí ndole el pelo oscuro de la cara—. Debiste haber corrido mientras tuviste la oportunidad. Tomando su seno derecho con su dura mano, Marcus bajoí la cabeza para pellizcar y chupar el expuesto nudo de su garganta. Y todo en Cora se levantoí , todo el anhelo y la dolorosa necesidad; un vertiginoso impulso de excitacioí n. Ayer no habíía sido suficiente. Nunca seríía suficiente. Se encontraba casi totalmente ida cuando Marcus levantoí su mano para atrapar su garganta ligeramente. —Cora —grunñ oí —. Míía. Su mano se flexionoí , estrujando ligeramente como a ella solíía gustarle, como solíía adorar… y rogar; cuando era la antigua Cora y estaba dispuesta a someterse, a permitirle subsumirla hasta que estuviera completamente abajo… —Míía —dijo, y fue suficiente para devolverla a la realidad. Cora levantoí la rodilla y Marcus se torcioí para bloquearla, pero ella le embistioí la parte interna del muslo hasta que eí l rodoí , apartaí ndose de ella. Cora se levantoí , acomodando su ropa de nuevo en su sitio y


deseando no enfrentarse a su marido. Sin embargo, pudo verlo en el espejo de la pared. Se sentoí , con la cara cuidadosamente impaí vida y miraí ndola desde el suelo. Parte de ella anhelaba consolarlo, pero, ¿para queí ? Habíía un abismo entre ellos lleno de secretos y mentiras. Cora no podíía atravesarlo, ni siquiera por un momento. Ni siquiera por eí l. Era mejor asíí. Íba a irse, ducharse, cambiarse y seguir con el plan. —Te lo dije. Lo de ayer fue un error. No soy tuya. —Se dirigioí a la puerta—. Ya no.

CAPÍÍTULO 14

Cuando Cora salioí del vestidor, Marcus ya la estaba esperando, con su alto cuerpo luciendo irresistible en uno de sus trajes a medida. Su pelo mojado y peinado hacia atraí s era la uí nica senñ al de que habíía pasado la uí ltima hora esforzaí ndose. Orgullosa del fríío gesto con la cabeza que le habíía dado, Cora pasoí junto a eí l, solo para que su corazoí n y sus miembros temblaran cuando empezoí a caminar junto a ella. —¿Queí estaí s haciendo? —espetoí cuando Marcus le abrioí la puerta y la siguioí como si tuviera derecho a estar allíí. Como si lo hubiera invitado cuando eí l sabíía muy bien que no era asíí. Cuando sabíía, a pesar del anhelo en el pecho de Cora, que no queríía saber nada de eí l. —Acompanñ aí ndote a casa. —Las comisuras de su boca se alzaron como si ella le estuviera divirtiendo. —Dijiste que tu chofer me llevaríía. —Cora odioí el sonido petulante de su propia voz. Especialmente porque él era el que estaba siendo absurdo—. Dijiste que era seguro, que habíías revisado mi apartamento y que estaba despejado. —Síí. —Se encogioí de hombros—. Pero voy por la misma ruta. ¿Por queí desperdiciar gasolina? —Le abrioí la puerta del auto, miraí ndose tan razonable e inocente que Cora quiso darle una patada. Cora pasoí todo el viaje cruzada de brazos, negaí ndose a mirar su hermoso perfil. Su ducha fríía no habíía ayudado. Estaba tan excitada, tan consciente de su presencia, que no girarse y lanzarse a sus brazos le dolíía fíísicamente. —Una cuadra maí s —se susurroí a síí misma, y cuando el vehíículo se detuvo en la acera, abrioí la puerta y saltoí fuera, solo para encontrarlo nuevamente siguieí ndola despueí s de abrir su propia


puerta. —No —casi gritoí , enfurecida—. Marcus, no puedes estar aquíí. Es mi apartamento… —En realidad no lo es —murmuroí , caminando hasta el teclado para introducir un coí digo. Su boca casi se abrioí de golpe cuando la puerta se desbloqueoí y Marcus la abrioí para ella—. No eres la duenñ a del lugar, solo lo alquilas. —Con un ademaí n le indicoí que debíía entrar primero—. Despueí s de ti. Cora se encontroí dentro antes de darse cuenta de que habíía obedecido su sutil orden. Una vez que eí l cerroí la puerta, ella se giroí para encararlo en el patio interior. —Marcus, ¿queí estaí s haciendo? —Acompanñ aí ndote a casa. —En el oscuro jardíín su cuerpo parecioí crecer, con su sombra devoraí ndola entera. —¿De doí nde sacaste el coí digo clave? Si habíía hecho que una de sus Sombras la vigilara mientras ella o uno de los otros residentes entraban en el edificio, ella juraba que… —Lo compreí cuando compreí el resto del edificio. —Un hoyuelo destelloí en su mejilla mientras le dedicaba una envolvente sonrisa. Cora se olvidoí de lo bueno que se veíía mientras su cerebro procesaba lo otro. —¿Tuí … queí ? —Todo el edificio es míío. —El edificio es tuyo. —Se puso una mano en las sienes; podíía sentir que se le acercaba un dolor de cabeza. —Lo compreí . Se acercoí y Cora lo miroí con cautela, deseando que sus trajes no le sentaran tan bien como lo hacíían. Su pelo estaba un poco largo, rozando los bordes de su cuello y haciendo que su apariencia de profesional con traje pareciera de alguna manera… como el de un pequenñ o chico malo; un poco peligroso. Como si conociera la líínea de la decencia y eligiera cruzarla. —Compraste el edificio. —Íncluso bajo la tenue luz del atardecer, Cora pudo ver sus ojos arrugarse ante su casi sonrisa. Se sacudioí mentalmente por repetir como loro todo lo que eí l decíía—. Asíí que… las nuevas mejoras que el propietario ha estado haciendo uí ltimamente… Un nuevo sistema de seguridad habíía sido instalado, incluyendo cabinas telefoí nicas en cada uno de los apartamentos. Junto con una


segunda puerta de entrada y un portero. El sujeto no vestíía todo de negro, pero síí, pensaí ndolo ahora, era demasiado obvio que se trataba de una Sombra. ¿Coí mo no lo habíía visto antes? —Mis requisitos. —Marcus inclinoí su cabeza y sombras cayeron sobre las aí reas de su rostro, haciendo que sus rasgos lucieran maí s pronunciados—. Cuando me entereí de que estabas visitando el lugar, hice averiguaciones. El duenñ o teníía una deuda que necesitaba saldar. Las apuestas son un vicio muy desafortunado. — Se encogioí de hombros—. Estaba realmente muy agradecido. Cora hizo un ruido e inadvertidamente retrocedioí un paso hacia la puerta principal. Se preguntaba por queí cada vez que su marido decíía algo que la asustaba teníía el ardiente deseo de ir hacia eí l y arrancarle la ropa. —No es de extranñ ar que Olivia pensara que estaba obteniendo una ganga por el alquiler. Arreglaste todo esto, ¿no? —Levantoí una mano—. No importa, no quiero saberlo. Sacoí sus llaves, pero para suerte suya, titubeoí y las dejoí caer. —Deí jame ayudarte —dijo Marcus con su grave y sexy voz. Sus manos se movieron graí ciles al agacharse y levantarlas. A Cora se le detuvo el corazoí n al recordar a sus largos dedos movieí ndose sobre una tarea diferente. No le saltaríía encima, no lo haríía. No, no, no, no. Se cruzoí de brazos. Marcus le abrioí la puerta y, decidiendo que seríía petulante continuar allíí parada en el patio, Cora la atravesoí y le sonrioí a Dennis, el portero, antes de recordar que trabajaba para Marcus. Pensaí ndolo ahora, rara vez abríía la puerta a las personas. Bueno, aparte de Cora. Estaba sentado en un escritorio mientras ignoraba el ordenador y miraba impasiblemente a la puerta exterior. Al ver a Marcus, Dennis se puso de pie y abrioí la segunda puerta que llevaba a los apartamentos. Cora puso los ojos en blanco y empezoí a subir las escaleras. Se oyeron fuertes pisadas en las escaleras tras ella. Cuando llegoí a su puerta se giroí para mirar a Marcus. —No me importa si eres el duenñ o del edificio, no vas a entrar aquíí, colega. Marcus arqueoí una ceja como para decir: ¿colega? —Ni se me ocurrioí . Simplemente me dirijo a casa, a mi propio apartamento despueí s de un largo y agotador díía. Sacoí sus llaves, se dirigioí al apartamento al otro lado del pasillo


del de Cora y giroí la llave en la cerradura. —Duerme bien, vecina. Marcus no se volvioí , pero Cora escuchoí la sonrisa burlona en su voz. Cerroí los punñ os y quiso golpear algo muy, muy desesperadamente. Pero se limitoí a un grunñ ido frustrado muy poco femenino. Luego abrioí su propia puerta y la cerroí de golpe tras ella. Fue directamente hacia el vino. —Queí descaro —murmuroí , caminando de aquíí para allaí dos horas despueí s. Íntentoí todo para distraerse. Ver repeticiones de sus programas de televisioí n favoritos. Íntentar ver un nuevo programa en su servicio de video favorito. Leer el libro que apenas la noche anterior la habíía cautivado. Nada funcionoí . Despueí s de un par de minutos su mente inevitablemente vagaríía por el apartamento del otro lado del pasillo. ¿Queí estaba haciendo Marcus? ¿Estaba pensando en ella? ¿Estaba trabajando? ¿Estaba viendo porno y masturbaí ndose? Tomoí otro trago de vino. Apenas era su segunda copa. Nunca se permitíía maí s cuando estaba sola en casa, y normalmente ni siquiera eso. Miroí asombrada el reloj de la pared. 9:30. Era una hora perfectamente aceptable para ir a la cama, ¿ciertos? Los adultos responsables se iban a la cama a las 9:30. Fue al banñ o y pasoí maí s tiempo de lo habitual en su rutina nocturna, pero cuando llegoí a la cama solo quince minutos habíían pasado. Suspiroí y dejoí caer la cabeza sobre la almohada. Por favor destino, sé amable. Por una vez déjame dormir. Dos horas maí s tarde, yacíía boca abajo mientras golpeaba su frente repetidamente contra su almohada. La privacioí n del suenñ o era una forma de tortura. Teníían reglas en contra de eso bajo la Convencioí n de Geí nova. Terminoí finalmente por rendirse y fue al banñ o en busca de la bolsita con las pastillas de Armand. Manñ ana era importante. Hacíía una hora un mensaje de Marcus le habíía llegado, dicieí ndole que habíían concertado una reunioí n con el alcalde. EÍ l y Sharo llegaríían temprano por la manñ ana para prepararla. No podíía ser un zombi con solo una hora de suenñ o, si acaso, y con oscuras ojeras. Le fruncioí el cenñ o a la pequenñ a bolsa. Ya casi no habíía pííldoras. Se mordioí el labio. Cada vez que tomaba una,


era un poco maí s faí cil de justificar. Oh, a la mierda. Se llevoí una en la boca y se la pasoí con un vaso de agua. Listo. Ahora a acostarse y a dormirse. ¿Y quieí n sabe? Tal vez tendríía un lindo suenñ o como el anterior, imaginando a Marcus viniendo a ella… No, no, no. No queríía sonñ ar con su marido. Ex. Cora se dio la vuelta y golpeoí su almohada. Al mudarse habíía elegido las saí banas y colchoí n maí s suaves, asíí que ¿por queí su cama se sentíía tan dura? ¿Y por queí hacíía tanto calor? Se quitoí la ropa y se rodoí de un lado a otro. No se estaba durmiendo. Mierda. Juraríía que casi se sentíía… como maí s eneí rgica, casi freneí tica. ¿Y si la pííldora no funcionaba esta noche? ¿No se enteroí sobre que comenzabas a ser inmune a la medicacioí n para el suenñ o si la tomabas con demasiada frecuencia? Teníía que dormir esta noche. Tenía que hacerlo. Despueí s de unos minutos dando vueltas en la cama, volvioí al banñ o y sacoí la penuí ltima pííldora de la bolsa. Y antes de que pudiera pensaí rselo mejor, se la metioí en la boca, se la tragoí y bebioí otro medio vaso de agua. Volvioí a la cama y esperoí . Su habitacioí n no era grande, pero la oscuridad la hacíía parecer interminable, como una caverna. Las sombras en la pared creaban formas extranñ as. La de la puerta se parecíía al perfil de Marcus… —¿No puedes dormir? Cora soltoí un pequenñ o grito, golpeaí ndose la cabecera. —¿Marcus? Su sombra se extendioí sobre ella mientras eí l se movíía en las profundidades de su dormitorio. —Dios, me asustaste. —Yo tampoco puedo dormir. —Marcus miroí sus propias manos y Cora sintioí su frustracioí n. EÍ l odiaríía cualquier cosa que considerara debilidad o falta de control. Oh, Marcus. —No deberíías estar aquíí —se obligoí a decir. Aunque lo que realmente queríía era invitarlo a pasar la noche y envolverlo sus brazos y su cuerpo alrededor de eí l. Y luego el suenñ o llegaríía, fresco y delicioso. Descansaríía en paz sabiendo que el monstruo estaba en su cama. Marcus se detuvo al final de su cama. —Me has mentido.


Su corazoí n se desplomoí . Él lo sabía. Su aliento se aceleroí . ¿Cómo lo adivinó? ¿Qué haría ahora que había descubierto su traición? —¿Queí ? —Se las arregloí para chillar. —Antes. —Sus manos se encontraban en su corbata, deshacieí ndola—. El gimnasio. —¿El gimnasio? —repitioí , con la mente en blanco del alivio. Marcus no habíía adivinado su parte en el arresto en los muelles. —Lo recuerdas. —Su mano se cerroí sobre su tobillo, y antes de que Cora se percatara, se encontroí de espaldas bajo eí l. Marcus se sentoí a horcajadas en sus caderas, atando ligeramente sus munñ ecas con su corbata antes de asegurarlas a la cabecera. Su pulso palpitoí en su vagina, tan fuerte que estaba segura de que eí l podíía oíírlo. Este era el final. Habíía entrado en su dormitorio y ahora iba a reclamarla. Marcus le sonrioí , con sus grises ojos brillando. —Dijiste que no me pertenecíías. —Su voz se tornoí maí s profunda, maí s aí spera—. Mentiste. Se apartoí de ella y Cora reprimioí un gemido. Lo queríía de vuelta. A su peso, a su calor. Se quedoí parado miraí ndola como si fuera su duenñ o. Sintioí su mirada como una caricia, pero no era suficiente. Pasoí un dedo por el centro de su clavíícula, entre sus pechos. Por supuesto que estaríía desnuda cuando eí l decidiera invadir su dormitorio. —No estaba mintiendo. —Se le cortoí la respiracioí n mientras su dedo continuaba hacia abajo, abajo. —¿No? —Alzoí una arrogante ceja—. ¿Entonces queí es esto? Su dedo invadioí sus suaves pliegues. El cuerpo de Cora se estrujoí , muriendo por maí s. —¿Estaí s mojada por queí , por nada? —No… —¿Entonces por queí , aí ngel? —Su dedo se torcioí , sondeoí , no llenaí ndola por completo. Cora se mordioí la lengua para no pedir maí s—. ¿Es por míí? —Un segundo dedo. Los dedos de los pies de Cora se retorcieron sobre la cama. —Marcus, por favor… —Por favor, ¿queí ? —Su mejilla se curvoí en la oscuridad. Una maleí vola sonrisa—. ¿“Detente por favor”? —Sus dedos se detuvieron y las caderas de Cora se presionaron hacia arriba,


buscando—. ¿O “maí s por favor”? Esto era una mala idea. Habíía tantas razones por las que debíía detener esto. Echarlo de allíí. Y nunca dejar que la volviera a tocar. Sus dedos acariciaron las huí medas ranuras a ambos lados de su clíítoris. Tantas razones para decirle que no, pero no se le ocurrioí ninguna. —Maí s —suplicoí sin aliento—. No pares. —Carinñ o. —Allíí estaba esa devastadora curva de su labio—. Nunca voy a parar. Sus dedos tocaron su dulce punto, provocando candentes descargas eleí ctricas en su cerebro. Se estiroí sobre ella, sus labios se cerraron y su olor la envolvioí . Cora aspiroí una bocanada de aire, mareaí ndose al embriagarse de eí l. Sus dedos frotaron a lo largo de sus sensibles ranuras, encontrando su orgasmo y sacaí ndolo mientras susurraba contra su boca: —Eres míía. Siempre has sido míía. Hasta que la muerte nos separe y maí s allaí . Hasta que las estrellas caigan y este mundo sea olvidado. Para siempre. —Marcus —chilloí mientras su orgasmo explotaba; una tormenta, una supernova. Las chispas la atravesaron, su torso se tensoí , sus miembros temblaron y su boca se abrioí a la de eí l mientras el clíímax la consumíía. Transformoí sus aí tomos, convirtioí sus ceí lulas en brillantes soles. Si no hubiera estado atada a su cama, habríía flotado. Por el rabillo del ojo, Marcus se irguioí con una fiera sonrisa mientras se quitaba los punñ os de la camisa. El mayor orgasmo de su vida y no habíía terminado con ella. Nunca terminaríía. Cora se liberoí de la corbata y corrioí hacia la puerta. El pomo no giroí . Estaba cerrado. Golpeoí la puerta, rogando: —Deí jame salir, deí jame salir. La oscuridad se movioí tras ella, acumulaí ndose en una poderosa forma; un monstruo hecho de todos los deseos maí s profundos de Cora. Su punñ o se deshizo y golpeoí la puerta, sollozando mientras se abríía… —¿Cora? —Las sombras se disolvieron y Cora parpadeoí a causa de la luz, tambaleaí ndose hacia atraí s. Se encontraba en el vestííbulo de su edificio de apartamentos, de


pie frente a Marcus, quien habíía abierto su puerta. La puerta que ella habíía estado golpeando… en su sueño. ¿Habíía caminado dormida? Oh, mierda. Bueno, esto era nuevo. Los ojos de Marcus cayeron sobre su cuerpo y ardieron con el calor. —Cora, estaí s desnuda. —Agachoí la cabeza para mirarse a síí misma. Mierda, mierda. EÍ l teníía razoí n, estaba desnuda, bueno, debajo de la saí bana que ligeramente habíía arrastrado con ella. —Entra. —Marcus retrocedioí para darle espacio. Obedecioí . Cuando sus piernas se tambalearon se balanceoí hacia la pared. Marcus empujoí la puerta para cerrarla y fue a ayudarla. Ella lo detuvo con una mano levantada. —¿Queí ha pasado? ¿Estaí s bien? —Se detuvo ante su mano extendida, respetando su peticioí n de espacio. —Lo siento. Queríía dormir. Debíí haber tenido un suenñ o. — Apartoí la mirada. No podíía mirarlo. Su piel auí n crujíía por la sensibilidad, muriendo por tener a su marido cerca y que le pusiera las manos encima. Un sueño, fue solo un sueño. Excepto que su conñ o palpitaba y sentíía la estrujante fragilidad de un increííble orgasmo. No pienses en eso… —Cielo, no te ves bien. —Sus dedos le rozaron ligeramente la frente. El simple toque le envioí descargas de calor. Jadeoí . La frente de Marcus se arrugoí . —¿Queí sucede? —Queríía dormir. —Sus palabras salieron mal pronunciadas y pesadas—. Nunca puedo hacerlo. —Tus pupilas estaí n dilatadas… —Marcus. —No podíía pensar si continuaba tocaí ndola. Le agarroí la mano y eí l se quedoí quieto. El cuerpo de Cora se sacudioí . No por el clíímax, no del todo. Pero cerca. Casi se corrioí solamente con su simple roce. Los ojos de Marcus se abrieron de par en par, salvajes. EÍ l lo sabíía. Siempre estaba tan en sintoníía con ella. —¿Pero queí …? —Marcus —gimioí —. Toí came, por favor. Y Cora presionoí su mano contra su pecho. Por un momento, eí l se quedoí mirando fijamente. Su pelo estaba despeinado, salvaje, como si hubiera pasado una mano a traveí s de eí l. Cora lo imaginoí sentado en su sofaí bebiendo whisky y


debatiendo si debíía o no llamar a su puerta. Sin saber que ya habíía invadido sus suenñ os. Con un gemido, un deí bil sonido, Marcus inclinoí la cabeza y empujoí la saí bana de Cora al suelo para comenzar a succionar uno de sus pezones. Una descarga eleí ctrica la atravesoí . Se arqueoí . —Marcus, Marcus. —Sus manos se hundieron en su sedoso y oscuro pelo, despeinaí ndolo auí n maí s. Siempre estaba tan callado, tan en control. Excepto cuando estaba con ella. Con ella, la bestia se liberaba.

CAPÍÍTULO 15

La lengua de Marcus rodeoí el pezoí n de su esposa y ella siseoí , aranñ aí ndolo para acercarlo. Con un grunñ ido, eí l levantoí la cabeza, le agarroí las munñ ecas y las puso sobre su cabeza contra la puerta. Algo no estaba bien. Aquella no era la misma mujer que hacíía unas horas habíía sido tan fríía con eí l. No soy tuya. Ya no lo soy. Pero aquíí estaba, con su cuerpo extendido ante eí l, con las piernas golpeando, intentando engancharse a sus caderas para tirar de eí l. Marcus arregloí su compostura con una mirada fulminante. Queríía lo que Cora se encontraba ofreciendo de manera tan libre. Por Dios que lo queríía. Era todo en lo que habíía sido capaz de pensar desde el segundo en que salioí de ella ayer en ese maldito banñ o. Queríía follarla por un mes hasta que olvidara todo lo demaí s en el mundo excepto su nombre. —Marcus, por favor —jadeaba, luchando. Su piel estaba tan caliente, rosada por la lujuria—. Necesito… Le metioí los dedos en la vagina. Siempre le daríía lo que necesitaba. La cabeza de Cora se disparoí hacia atraí s, golpeaí ndose contra la madera. Marcus la miroí con la mandííbula ríígida mientras un orgasmo la atravesaba, y luego otro. ¿Queí demonios estaba pasando? Su mujer era sensible, síí, pero no de esta manera. Torcioí los dedos de una manera que habríía sido dolorosa si no hubiera estado tan mojada, y sus sacudidas solo aumentaron. Se volvioí absolutamente salvaje en sus manos. Nunca habíía visto nada parecido. Fruncioí el cenñ o incluso cuando su pene se endurecioí dolorosamente. —Tranquila —dijo suavemente mientras Cora continuaba empujaí ndose contra su mano a pesar de haberse corrido un montoí n de veces—. Puedes tener todo lo que quieras. No hay prisa. —Sacoí sus dedos. Necesitaba averiguar queí demonios estaba pasando.


Cora parpadeoí , y sus rasgos se tornaron devastados. —Acabas de decir… —¿Quieres maí s? —Síí —asintioí furiosamente—. Síí, necesito maí s. —Se mojoí los labios y sus ojos lo observaron—. Te necesito. —¿Segura? Despueí s de lo que dijiste hoy… —Estaba equivocada. Todo el cuerpo de Marcus se sacudioí . ¿Lo decíía en serio? ¿O era…? —Estaba equivocada —dijo maí s alto, sacaí ndolo de sus pensamientos—. Te pertenezco. En todos los sentidos. Y te necesito —su voz estuvo al borde del chillido—. Ahora. Morireí si no me haces tuya. No podíía recordar la uí ltima vez que habíía oíído a alguien tan desesperado. El aire salioí de sus pulmones con una fuerte urgencia. La giroí , hacieí ndola quedar contra la pared. Cora sollozoí , evidentemente pensando que su intencioí n era negarla. ¿Acaso ella no lo sabíía? Marcus jamaí s podríía hacer algo que la lastimara. Sin importar lo mucho que lo destrozaríía tocarla ahora mismo y ver que ella lo negara manñ ana. Pero eí l no sabíía queí era esto. El autocontrol de Cora obviamente habíía disminuido. Pero su aliento no olíía a alcohol, y no podíía imaginarla tomando ninguí n tipo de droga… Sacudioí la cabeza incluso al pensarlo. ¿Se estaba medicando? No era el tipo de hombre que se aprovecharíía de una mujer en un estado vulnerable. —Marcus —suplicoí , casi sonando adolorida. Sus dedos volvieron a su vagina, sondeando mientras intentaba pensar. Pero ella lo estaba volviendo jodidamente loco. ¿Antes lo habíía apartado para ahora aparecerse asíí, simplemente? —Estaí s tan mojada —su voz estaba rodeada de crueldad—. Tan desesperada. ¿Siempre estaí s tan mojada? —Solo cuando estaí s cerca. —¿Me has mentido antes? —Movioí sus dedos de manera maí s brusca—. ¿En queí te convierte eso? —Una mentirosa —chilloí . —¿Las chicas buenas mienten? —No. —Movioí sus caderas para invitarlo a tocarla—. Soy una chica mala.


Sus palabras hicieron que el pene de Marcus palpitara de manera dolorosa. —Eres una chica mala. ¿Te vas a venir otra vez? Sus gemidos en aumento dijeron que síí. Arqueoí su espalda, presionando sus pezones contra la dura pared. —Síí. Por favor, lo necesito. —No tan raí pido. Marcus la giroí y la echoí sobre su hombro. Cora chilloí y se agarroí a eí l. Las tablas del suelo crujieron mientras la llevaba por el pasillo y la dejaba caer en su cama. Cayoí de espaldas, y cuando eí l inmediatamente no la siguioí enseguida, sus quejidos enseguida comenzaron. —Por favor, Marcus. Por favor. Foí llame. Foí llame ahora. Cora alargoí el brazo para alcanzarlo, y cuando eí l se apartoí , sus manos se dirigieron a su propia vagina. Empezoí a frotarse freneí ticamente con el rostro impregnado en frustracioí n mientras buscaba liberarse. —No es suficiente. Necesito tu pene. Necesito tu gran y gordo pene metido en mi conñ o. Ahora mismo. Por favor, foí llame. ¡Foí llame, Marcus! —Ya basta —vociferoí mientras poníía una rodilla sobre la cama y le agarraba las munñ ecas para colocaí rselas por encima de la cabeza y golpearlas contra la cama—. Deteí n esto ahora mismo. —Asíí es —exhaloí , con sus grandes e inocentes ojos azules parpadeando hacia eí l—. Castíígame, papi. Castiga a tu chica mala. Por el amor de Dios. —Te atareí a esta cama si es necesario —grunñ oí —, pero me dirás queí demonios estaí pasando. —Te necesito. Foí llame. Folla mi conñ o. Folla mi culo. Lo necesito todo. Folla todos mis agujeros. Marcus, por favor… —Su cuerpo se sacudioí bajo el suyo, con su rodilla rozando su duro miembro como una roca. Justo como ayer, pero esta vez, Marcus sabíía que Cora teníía toda la intencioí n de cumplir su promesa. EÍ l queríía ceder, recorrer sus profundidades, follarla tan fuerte que no podríía caminar durante una semana, marcarla como suya… Pero entonces los ojos de Cora ardieron con un tipo de fuego diferente. —Si no me lo das, te juro que saldreí por esta puerta desnuda, y le saltareí encima al primer tipo que vea. Pero tendreí un pene, cualquier pene en esta vagina dentro de una hora.


La furia desatada y el terror se agitaron uno con el otro en sus entranñ as. No era algo que Marcus hubiera sentido. Se forzoí a síí mismo a dejarla ir y a alejarse de la cama. Ella tambieí n se levantoí , con los ojos clavados en la puerta como si pudiera cumplir su amenaza. EÍ l se movioí tranquilamente frente a la puerta mientras empezaba lentamente a desabrocharse la camisa. Cora tratoí de rodearlo, pero su mano se disparoí , cerrando la puerta de un portazo. —No, carinñ o —le dedicoí una cruel sonrisa—. Tuí viniste a míí. Hacemos esto a mi manera. La agarroí por la cintura y sintioí a su cuerpo derretirse a su toque. Lo que solo lo enfadoí jodidamente. ¿Se derretiríía de la misma manera si fuera cualquier otro hombre? ¿Gritaríía asíí de bueno por un maldito extranñ o? La obligoí a yacer boca abajo sobre la cama y le azotoí el trasero. Ella lo empujoí maí s arriba, invitaí ndolo a tocar. —¿Eres una chica mala? Necesitas disciplina. —Síí, síí, por favor Marcus… —Suficiente. Creo que ya has dicho suficiente. Ahora manteí n tus manos en la cama. Marcus se sacoí el cinturoí n de sus pantalones, lo dobloí y deslizoí el cuero por la palma de su mano. Cora echoí un vistazo por encima de su hombro y eí l vio coí mo sus ojos se abríían de par en par debido a la emocioí n. Moriré sin eso, dijo ella. Por alguna razoí n, Cora necesitaba esto. Tanto es asíí que tomaríía cualquier maldito pene y le mentiríía a Marcus sobre quererlo, intentando manipularlo para… El cuero azotoí contra su culo. Marcus le ensenñ aríía una leccioí n, eso era seguro. Le ensenñ aríía una leccioí n y ambos terminaríían con esto. Pero tan pronto como el golpe aterrizoí , su espalda se arqueoí , seguido por un pequenñ o gimoteo de placer. Entre sollozos soltoí un suspiro y grunñ oí cuando Marcus se detuvo por mucho tiempo. —¡Otra vez! Otra vez. Marcus hizo una pausa. Cuidaríía su fuerza sin importar cuaí n enojado estuviera. Pero tampoco se lo tomaríía con calma. Lo balanceoí nuevo. El cinturoí n le mordioí el trasero una, dos, tres veces. Cora se tensoí , momentaí neamente derritieí ndose en la cama con cada golpe para luego nuevamente levantarse sobre sus caderas y


agitarle ese encantador, y ahora rosado brillante, culo. La siguiente vez que se giroí para mirarlo por encima de su hombro, las huellas de las laí grimas marcaban sus mejillas y sus cejas se encontraban fruncidas de necesidad. —Por favor. Marcus. ¿No ves cuaí nto te necesito? Lucíía indefensa. Desesperada. Su hermosa esposa. Literalmente de rodillas. Lo que fuera que le estuviera sucediendo, ella fue a él. Habíía estado necesitada y habíía acudido a su marido en busca de ayuda. Como debíía ser. Un golpe sordo se escuchoí cuando Marcus tiroí el cinturoí n, se arrodilloí detraí s de ella y le enterroí la cara en el conñ o. —Maldicioí n, estaí s tan mojada. —Sonaba sorprendido porque en realidad lo estaba. Le agarroí las agitadas caderas, forzaí ndola a quedarse quieta mientras se sumergíía en ella y comenzaba a darse un banquete. Nunca en todo su tiempo juntos la habíía visto tan mojada. Su humedad se sentíía resbalosa sobre su barba incipiente. Apenas podíía tragar antes de que saliera maí s de su fluido. Cora amontonoí las saí banas, sollozando su nombre: —Marcus, Marcus. —Sus piernas temblaban a cada lado de su cabeza como si un terremoto la hubiera sacudido, con el epicentro en su vagina—. No, no, es demasiado —gimioí , sacudieí ndose y empujaí ndose, contradiciendo sus palabras—. No puedo. —Lo haraí s —grunñ oí —. Me perteneces. Tuí lo dijiste. Lo admitiste. —No le importaban las circunstancias, la estaba aferrando a su confesioí n, joder—. Asíí que cuando yo diga que te corras, te corres. Ahora hazlo. Córrete. Se sacudioí , con su clíímax golpeando una y otra vez como una imparable marea. Fue jodidamente increííble de presenciar. Cada cresta parecíía llevarla cada vez maí s alto. Sus gritos aumentaron de volumen hasta que finalmente se encontroí jadeando con pequenñ os y agudos gemidos. Y el pene de Marcus nunca habíía estado maí s duro en toda su puta vida. Marcus la hizo girar y Cora le agarroí los hombros, pero le apartoí las manos y la clavoí en la cama. —No me toques, no sin permiso. En ese momento Marcus queríía, no, la necesitaba con una loca pasioí n que incluso podríía coincidir con la de ella. Pero


permanecería en control. No importaba el hecho de que sus muslos temblaran necesitados de empujarse dentro de ella. Maí s laí grimas se deslizaron por sus mejillas. —Marcus, por favor. Movieí ndose hacia adelante, le limpioí las laí grimas con el pulgar. No pudo contenerse a probarlas. Sus pechos se arqueaban como si fuera la cosa maí s eroí tica que Cora hubiera visto. —Bellissima —susurroí con el cuerpo tenso por la limitacioí n—. Si esto es lo que quieres… —Lo es. Lo necesito. Te necesito a ti. Ahora, Marcus, tienes que… —Shh, Cora, cara, caí lmate. Deí jame ser suave… —No quiero que seas suave —gritoí —. Lo necesito ahora, por favor, Dios, por favor, Marcus. Te necesito ahora. Su mano se disparoí para agarrarle el cuello mientras se movíía, inclinaba sus caderas y la embestíía. Los ojos de Cora se iluminaron con eí xtasis, con su cuerpo sacudieí ndose alrededor de Marcus en el orgasmo. —¿Es esto lo que quieres? —Marcus estrelloí sus caderas, forzando a su pene ir maí s profundo. Estaba apretada, tan jodidamente apretada, pero tan mojada que se deslizoí faí cilmente. Estaba hecha tan perfectamente para eí l. Le colocoí las piernas sobre sus hombros y la inclinoí , embistieí ndola salvajemente. —Marcus, síí. Foí llame maí s fuerte. —Cerroí los ojos. Su conñ o lo mojoí , succionaí ndolo maí s profundo mientras gemíía sobre ella—. Más fuerte, Marcus. Fue bueno que continuara diciendo su nombre. Y pensar que pudo haberse ido y compartido esto con alguí n otro hombre… Salioí y nuevamente la penetroí , con fuerza. Pero tan pronto como se arraigoí profundo en ella, su corazoí n se calmoí . —Cora. Mi amore. Ho bisogno di te. Mi amor. Te necesito. ¿Acaso ella no podíía ver lo que le habíía hecho? ¿Coí mo los dos meses separados habíían sido un infierno para eí l? —Marcus —susurroí mientras las descargas la atravesaban. Dios, la forma en que su vagina se aferraba a su pene… se corríía sin parar, con sus piernas temblando incontrolablemente. Sus manos se agarraron a la dura pared de su pecho, luchando por acercarlo. Se dejoí caer apenas por encima de ella, con su pelo grueso


rasgunñ aí ndole sus pezones hipersensibles. —Estoy aquíí. Estoy aquíí. Baciami. Abbraciami. Bésame. Abrázame. Su pene se hundioí maí s, deslizaí ndose contra sus paredes sensibles. Y cuando sus labios tocaron los de ella, el clíímax maí s grande hasta ahora detonoí . Sus ojos se le volvieron a salir de las oí rbitas. —¿Cora? ¿Cora? Despueí s de un momento de silencio, volvioí a parpadear con la boca abierta y los ojos bien abiertos como si hubiera visto una puta visioí n o algo asíí. —Cora —llamoí de nuevo, acariciando su mejilla y alisando su pelo, casi freneí tico—. ¿Cora? —Estoy aquíí —jadeoí . Su mirada se encontroí con la suya y soltoí una risita—. Creo que me corríí tan fuerte que me desmayeí por un segundo. Levantoí la mano para bajar la cabeza de Marcus y acariciar su frente contra la suya. Sonaba un poco maí s como ella misma. EÍ l todavíía estaba dentro de ella, llenaí ndola, y Cora se aferroí a eí l con un gemido bajo. Marcus no sabíía si reíírse, correrse o azotarla de nuevo. Esta mujer seríía su muerte. Pero no le importaba una puta mierda. Enterroí sus manos en la parte trasera de su pelo y la besoí con fuerza. Sus lenguas se enredaron, con Cora aranñ aí ndolo. —¿Ahora me follaraí s el culo? Por favor, Marcus. Necesito sentirte en todas partes. Sacudioí la cabeza. Joder. ¿Correrse tan fuerte que terminoí desmayada no fue suficiente? —Estabas inconsciente. —Se incorporoí y salioí de ella. Cora quiso alcanzarlo, pero nuevamente le agarroí las munñ ecas para detenerla. —Por favor, Marcus. Por favor, foí llame el culo. —Y si no lo hago iraí s a buscar a la calle a cualquier hijo de puta para que lo haga, ¿cierto? Nunca habíía estado tan caliente y tan enojado al mismo tiempo. Cora dio un respingo. —Lo siento. Lo siento. Me mediqueí un poco para dormir y creo que me hace actuar de forma extranñ a… Pero por favor, Marcus. Estoy tan vacía. ¿Medicamentos para dormir? Marcus supuso haber oíído hablar


sobre personas que caminaban dormidas al tomar medicinas para dormir y que tal vez se levantaban en medio de la noche para comer un bote de helado. ¿Pero esto? —Seí que es mucho pedir. —Lucíía afligida—. Pero, por favor, ¿me follaríías el culo? ¿Me llenaríías? Laí grimas cayeron por su cara. Ahora actuaba maí s como ella misma, pero su necesidad continuaba igual. Sus pezones se encontraban tan tensos que parecíían poder cortar el cristal. Era la cosa maí s hermosa que Marcus habíía visto en su vida. Sabíía que la maí s pequenñ a caricia la haríía estallar. Y ella lo queríía en su trasero. Su hermosa esposa le rogaba que la reclamara por completo. Habíía jurado que siempre se ocuparíía de todas sus necesidades. Ínhaloí profundamente. Su olor era espeso en el aire y su pene se retorcíía, todavíía huí medo con sus fluidos. Con un raí pido movimiento, Marcus la desplomoí sobre sus duros muslos. —Nunca —puntualizoí sus palabras con fuertes golpes a su ya rosado trasero—, nunca, jamás, vuelvas a tocar a otro hombre nunca maí s. Le metioí los dedos en la vagina, hacieí ndola sacudirse. Su columna vertebral se agitoí con otro clíímax tan fuerte antes de que eí l deslizara su mano y extendiera su gran fluido sobre su trasero. Le examinoí el culo, invadiendo el estrecho anillo muscular con uno, dos, tres dedos. —¿Quieres mi pene en tu culo? —exigioí . —Síí. —Su respuesta fue silenciada por la cama. No fue suficiente. La azotoí tan fuerte que jadeoí . —Dime. —Síí —gritoí —. Quiero tu pene en mi culo. Folla mi culo, Marcus, por favor. ¡Foí llalo! A pesar de su dura disciplina, cuando alineoí su pene y empezoí a invadir su culo, fue extremadamente suave. Su miembro abrioí su estrecho agujero, poco a poco, mientras ella gemíía sobre el edredoí n. Esta vez Marcus temíía que sus propios ojos se salieran de las oí rbitas. Muy. Apretado. Tan jodidamente apretado. Lo habíían hecho solo una vez, la noche previa a que ella se fuera. Y Marcus habíía vivido de esos recuerdos durante tantas noches solitarias…


Cora se flexionoí , aferraí ndose a eí l, y Marcus perdioí el maldito aliento. Realmente estaba tratando de mantener el control. Pero Dios, ella lo estaba poniendo a prueba. Teníía a su perfecta e inocente mujercita lloriqueando y empujando sus caderas contra la cama, buscando friccioí n mientras eí l follaba su culo virgen… casi se corrioí ahíí en el acto. Pero no. Joder, no. Íba a prolongar esto. Cora pudo haberlo exigido, pero eí l se iba a asegurar de que exprimieran hasta la uí ltima gota de placer de este reclamo. Una vez que estuvo completamente sentado, el vello de su pecho le rozoí la espalda y le envolvioí un fuerte brazo en la cintura. —¿Esto es lo que queríías? —preguntoí , apenas logrando mantener su voz mesurada. —Esto es lo que queríía. —Se agachoí y acaricioí su muslo, miraí ndolo por encima del hombro—. Eres tan fuerte. Todo ese poder, a veces puedo sentirlo, ¿sabes? Coí mo apenas lo mantienes dentro. Apenas lo mantienes atado. —Le apretoí el muslo, frunciendo el cenñ o—. Pero no tienes que hacerlo. No conmigo. Soy tuya, Marcus. —Sus ojos azules fueron tan claros como el cristal cuando admitioí la verdad—. Siempre lo sereí . Tuí lo sabes y yo lo seí . Asíí que reclama lo que es tuyo y no te contengas. Sus palabras activaron un interruptor. Ella era suya. Era suya y confiaba en eí l completamente. Marcus se incorporoí con sus punñ os a ambos lados de sus caderas, y con un rugido, hizo lo que ella le pidioí . Dejoí de contenerse. Empujoí sus caderas hacia adelante, golpeaí ndola contra las saí banas, llenaí ndola. Cuando sus rodillas se doblaron, le rodeoí la cintura con un brazo y sus dedos buscaron su clíítoris. Cora gritoí y se desplomoí contra eí l, con la boca deí bil como todo su cuerpo, incluyendo su culo, apretado y con espasmos debido a su orgasmo. Oh Dios, estaba tan apretada. Su esposa. Suya. Suya, joder. Para siempre. Una descarga le atravesoí la columna vertebral, pero aun asíí se hundioí en ella, con sus embestidas volvieí ndose maí s duras y salvajes. Con su peso, llevoí las caderas de Cora hacia la cama; su sexo se sacudíía orgasmo tras orgasmo hasta que terminoí sollozando y retorcieí ndose sobre la cama. —Mia moglie. Sono pazzo di te. Mi esposa. Estoy loco por ti. Suaves palabras que eran todo lo contrario a su cuerpo. Marcus nunca habíía conocido una pasioí n como esta en su vida.


Nunca supo que podíía existir. Nunca supo que podíía amar tanto a alguien o a algo. Tanto como esto. Mantuvo el cuerpo de Cora pegado al suyo mientras sus caderas se movíían maí s violentamente que nunca; sus sudores se mezclaron y empaparon la cama. —Coí rrete —gritoí —. Una uí ltima vez. Coí rrete conmigo. Su enorme palma masajeoí su hinchado conñ o, con los dedos deslizaí ndose dentro y fuera de ella mientras la llenaba por detraí s. Gritoí mientras el orgasmo de Marcus lo atravesaba. Su semen la llenoí , chorreando de su trasero mientras se retiraba, unieí ndose a las saí banas ya mojadas. Su hermosa esposa nunca habíía sido maí s perfecta que cuando le sonrioí , con una sonrisa de felicidad en su rostro, finalmente saciada. —Gracias. —Rodoí hacia su lado, alcanzaí ndolo con los ojos cerrados. EÍ l se desplomoí a su lado. Los dedos de Cora le recorrieron el rostro, la mandííbula, el puente de su nariz, sus cejas y hasta su frente. Allíí suavizoí las lííneas. Marcus suspiroí y dejoí que su mejilla descansara en la palma de su mano. —He echado de menos esto. —Cora le quitoí las palabras de la boca. Pero antes de que pudiera preguntarle la razoí n de haberse ido o exigirle respuestas, sus ojos se cerraron y suavemente comenzoí a roncar.

CAPÍÍTULO 16

Cora se despertoí con una jaqueca terrible. Agh. Se agarroí la cabeza con ambas manos y gimioí . Dios, ¿queí era todo ese ruido? Buscoí a tientas la mesita de noche y fruncioí el cenñ o, esta vez realmente abriendo los ojos. ¿Pero qué…? No estaba en su apartamento. Se incorporoí . ¡Ay! Nuevamente se agarroí la cabeza. Vale, vale, nada de movimientos bruscos. Entendido. Pero, ¿queí demonios? Nunca antes habíía tenido migranñ as. Miroí a su alrededor. ¿Doí nde diablos estaba? Entonces todo regresoí de golpe. El suenñ o. Porque eso era todo lo que habíía sido, ¿cierto? Eso es lo que siempre fue. Suenñ os. Se movioí y se estremecioí por el dolor en su… en su trasero. ¡Mierda! No se trataba de un suenñ o.


Eso significaba… Cora se giroí , mirando de un lado al otro. Estaba en una habitacioí n decorada con tonos frííos y masculinos. No, no, no. Se puso de pie, hizo un gesto de dolor y caminoí con las piernas arqueadas hacia la puerta. La abrioí de golpe y asomoí la cabeza. —¿Hola? —llamoí . No hubo respuesta, pero el ruido que la habíía despertado sonoí de nuevo. Era su teleí fono sonando. Casi se muere del susto. —¡Mierda! —gritoí con la mano en el pecho mientras se dirigíía hacia la mesita de noche junto a la cama. Fruncioí el cenñ o mientras tomaba el teleí fono. De acuerdo con sus vagos recuerdos, se presentoí en la puerta de Marcus con nada maí s que una saí bana. Entonces, ¿coí mo llegoí su teleí fono aquíí? Tocoí el botoí n para contestar la llamada. —¿Hola? —¿Estaí s despierta, bella durmiente? La voz de Marcus. Sonaba como si estuviera sonriendo. Cora se hundioí de nuevo en la cama. Echaba de menos el sonido de Marcus cuando estaba feliz. —Síí —dijo tíímidamente. —Bien. ¿Te sientes bien? Cora parpadeoí , y mil pensamientos se dispararon por su cabeza. No, tengo una jaqueca de mierda y por alguna razón que no puedo explicar, creo que anoche pasé por tu casa accidentalmente y tuvimos sexo sin control, tuve un millón de orgasmos y te rogué que me follaras el trasero, pero ya sabes, aparte de eso… —Síí —dijo en su lugar—. Me siento bien. Un poco cansada. Marcus se rio y los dedos del pie de Cora se retorcieron al escuchar el ruido. ¿Por queí siempre teníía que sonar tan malditamente sexy? —Apuesto a que síí. Cora sintioí que sus mejillas se calentaban a unos mil grados. —¿Hay alguna razoí n para que llames? —De hecho, la hay —dijo, y siguioí sonando divertido. Pero luego se puso serio—. La agenda del alcalde fue reorganizada debido a un evento de cortar la cinta de algo, pero todavíía puede verte. Ahora la reunioí n es a las 9:30 en lugar de las 11:00. Los ojos de Cora se dirigieron al reloj de la mesita de noche. —¡Ya son las ocho y cuarto! —gritoí , ponieí ndose de pie de un salto. No teníía ni idea de coí mo lucíía, pero considerando las


actividades de anoche, no queríía ni imaginaí rselo. —Por eso te llamo. Tuve que salir para ocuparme de unos asuntos pendientes —Definitivamente sonaba menos que complacido por aquello—, pero pasareí en media hora a recogerte. Hablaremos en el auto. —¿Media hora? —chirrioí —. Pero tengo que ducharme. Tengo que arreglarme el pelo. Y maquillarme. Y… ¡Mierda! —Caí lmate, nena. Podemos hacerlo. Ahora ve a ello, te veo en treinta. —Bien. —Se recordoí a síí misma que se habíía ofrecido a ayudar, convencieí ndolo de que aceptara su ayuda. No podíía empezar a quejarse de eso ahora. —Oh, y ponte algo de ropa antes de salir de la habitacioí n —con eso terminoí la llamada. Y Cora comenzoí a tener un ataque de nervios sobre coí mo podríía estar lista a tiempo. Íba a reunirse con el alcalde. El alcalde. Marcus teníía poder sobre eí l, o al menos solíía tenerlo, pero aun asíí, era uno de los hombres maí s poderosos de la ciudad. Cora se puso una de las camisas de Marcus y salioí corriendo de su apartamento. Apurada abrioí la suya y frenoí en seco con un grito cuando vio a un hombre vestido de negro sentado en su sofaí . —Tranquila, senñ ora Ubeli, estoy aquíí por orden de su marido. — El hombre desvioí corteí smente sus ojos hacia la pared. Era ideí ntico a todas las demaí s Sombras: pantalones negros, camisa negra y tonos oscuros, sentado justo en su sala de estar. Mientras que el pelo de Cora era un desastre y no llevaba nada maí s que una de las enormes camisetas de Marcus. —Penseí que ustedes debíían esperar afuera. —Un pensamiento vino a ella y preguntoí un poco horrorizada—: ¿Cuaí nto tiempo has estado aquíí? —Desde el amanecer. ¿Fue cuando Marcus dejoí el apartamento? Dios, asíí que obviamente estos sujetos sabíían que ella habíía estado durmiendo en su casa. Mordieí ndose el labio, se debatioí sobre si darse la vuelta y ducharse o hacer cafeí . No teníía tiempo, literalmente. Sin embargo, no podíía imaginarse enfrentarse al díía sin cafeíína. Tal vez ayudaríía con ese maldito dolor de cabeza. Ígnorando al hombre, cruzoí la habitacioí n y encendioí la cafetera, alimentando a Brutus mientras la bebida se preparaba. —Lo sacareí , si quiere —le ofrecioí la Sombra—. Me gustan los


perros. —Uh, gracias. Si no es mucha molestia. —Mi companñ ero Fats esperaraí en la sala mientras te alistas —le advirtioí —. Tendraí a un hombre consigo todo el tiempo. —Bien —murmuroí , poniendo los ojos en blanco. Al menos no se les habíía ordenado que esperaran en el dormitorio. El hombre esperoí hasta que Brutus terminoí de comer, le puso la correa y lo llevoí afuera. Un hombre alto y flacucho entroí . —¿Fats? —preguntoí con las cejas levantadas. El hombre sonrioí . Tomando una taza de cafeí , Cora se escabulloí al dormitorio. Se duchoí y se vistioí en tiempo reí cord, colocaí ndose solamente un poco de maquillaje. Cuando estuvo lista, las Sombras la esperaban para acompanñ arla al auto de Marcus. El mismo Marcus salioí para sostenerle la puerta. Cora se quedoí sin aliento al ver su bella figura con hombros anchos y cintura estrecha dentro un traje hecho a medida para lucirlos a la perfeccioí n. Y cada momento de la previa noche regresoí con detalles víívidos y en alta resolucioí n. Sin ninguí n pudor, se restregoí contra eí l justo allíí en la puerta. Suplicaí ndole que la follara. Corrieí ndose alrededor de sus dedos. Su pene. Suplicando por eí l en su culo… —Necesitas un vestido —dijo Marcus despueí s de que se deslizaran en el asiento trasero. —Lo seí —se sonrojoí . La Sombra debioí haberle reportado. —Ven aquíí —exigioí . Mierda. ¿Porque queí otra cosa recordaba de anoche? ¿Aparte del orgasmo tras orgasmo tras orgasmo? Soy tuya, Marcus. Siempre lo seré. Tú lo sabes y yo lo sé. ¿Queí mierda pasaba con ella? Maí s bien, ¿queí mierda pasaba con esas pííldoras? Nunca volveríía a tomar otra, eso era seguro. Jamaí s debioí haber tomado dos, lo entendíía, pero demonios… ¿no pudo Armand advertirle de los posibles efectos secundarios? ¿Y, de todos modos, queí clase de efectos secundarios eran esos? Y ahora aquíí estaba Marcus con sus expectantes ojos grises. Y Cora teníía que enfrentarse al alcalde y tratar de que le diera informacioí n sobre el cargamento… Se acercoí un poco maí s a Marcus, pero no demasiado, ponieí ndose el vestido mientras se movíía. Su atuendo era


profesional, pero coqueto. El vestido era de color coral con un cuello redondo que rozaba la parte superior de su escote. Mostraba su figura a la perfeccioí n y el color hacíía que su piel brillara. Los ojos de Marcus se deslizaron sobre ella y se estrecharon, pero no dijo nada. —¿Segura que estaí s bien esta manñ ana? Ahora su cara estaba muy roja. —El cafeí ayuda con el dolor de cabeza. —Sostuvo el termo que habíía traíído de casa mientras cruzaba las piernas, y luego se retractoí del movimiento una vez que se percatoí de lo que habíía hecho. Marcus confundioí su inquietud con nerviosismo. —No tienes que hacer esto si no quieres. —Tienes una reunioí n con el alcalde en menos de doce horas. Creo que justo ahora es demasiado tarde para que me eche atraí s. Por cierto, ¿coí mo lo conseguiste? —Pedíí algunos favores. Armand ayudoí . —¿Armand? —Cora queríía preguntarle coí mo era que su amigo teníía una relacioí n con el alcalde, pero claro, Armand era un Merche. Su apellido teníía todo tipo de peso con el maí s alto nivel, aunque fuera un hijo desheredado o no. Marcus nuevamente empezoí a infundirle sobre queí decir. Pasaron los siguientes quince minutos repasando la situacioí n mientras se arrastraban por el traí fico matutino. —El alcalde jugaraí contigo. Y es bueno leyendo a las personas; es probablemente su habilidad nuí mero uno. Pero tuí , maí s que cualquiera de nosotros, no tienes nada que esconder. Cora asintioí , pensando en la llamada que le hizo al detective antes de huir de la finca e iniciar todo este líío. Síí, es cierto. Nada que ocultar… Su marido seguíía hablando. —… y relaí jate. Apeí gate al guion y recuerda, tienes una ventaja. —¿Queí ventaja? —preguntoí Cora, con la preocupacioí n comenzando a carcomerla. —Tus piernas se ven jodidamente bien en ese vestido. —Marcus —protestoí , y se tiroí del dobladillo. Su cabeza oscura se acercoí a la de ella. —Tan pronto como este asunto termine, arreglaremos las cosas entre nosotros de una vez por todas. Si lo miraba maí s, se ahogaríía. Durante el resto del viaje se quedoí mirando por la ventilla, repasando el guion en su cabeza.


—¿SENÑ ORA Ubeli? Por aquíí por favor. —Un joven con un traje azul marino le hizo senñ as a Cora para que entrara a la oficina. Dentro estaba parado Zeke Sturm, el lííder de la ciudad maí s poderosa del mundo, con sus rizos rubios y cortos rebotando con energíía aninñ ada. —Por favor, llaí mame Zeke. —Tomoí la mano de Cora y la besoí , guiaí ndola hacia un asiento mientras su mirada recorríía de arriba a abajo su cuerpo. —Gracias por reunirse conmigo en tan poco tiempo. —Le dedicoí una sonrisa. —No hay problema alguno —dijo suavemente, aunque Cora sabíía que síí debíía ser un gran problema. Entre las nueve y el mediodíía eran las horas de mayor audiencia para un políítico, y habíían concertado la reunioí n doce horas antes. Pero si estaba molesto, no lo mostraba. —Por favor, síírvete. —Zeke senñ aloí la bandeja de plata de cafeí y teí sobre el escritorio. Ella esperoí , pero eí l, en lugar de volver a sentarse en su silla, se apoyoí en el escritorio y la miroí . Su posicioí n le ofrecioí una vista perfecta de su escote, Cora se dio cuenta, pero la sonrisa del alcalde era suave y nada maí s que amigable. —Asíí que —comenzoí —, ¿estaí s aquíí para convencerme de ser el invitado de honor en la recaudacioí n de fondos para los refugios de animales? —Un desfile de moda. —Cora se inclinoí hacia adelante en su asiento. A ella y a Maeve se les habíía ocurrido la idea hacíía anñ os, y anoche Marcus y Sharo decidieron que era una buena tapadera para que se reuniera con Zeke—. Con modelos y perros. Y Armand y su equipo de Fortuna estaí n a cargo de los disenñ os. Zeke sonrioí . —La moda llega a los perros —bromeoí y ella se rio. —Exactamente. Solo preseí ntese para cortar el listoí n del nuevo parque para perros y para una raí pida sesioí n de fotos. A sus electores les encantaraí . —Nunca estaí de maí s apoyar una buena causa. Muy bien —dijo, golpeando un lado del escritorio—. Lo hareí . —¿En serio? Eso es genial… Gracias. Zeke tambieí n se encontraba sonriendo, pero de alguna manera teníía mala pinta. —¿Eso es todo? Su esposo movioí todas sus influencias para


ponerla delante de míí, ¿y eso es todo lo que quiere? Cora se sonrojoí bajo su penetrante mirada y eí l extendioí sus manos en senñ al de disculpa. —Soy un hombre ocupado, senñ ora Ubeli. No tiene sentido andarse con rodeos. Se aclaroí la garganta. —EÍ l teníía una pregunta para usted. Algunos bienes fueron recogidos de los muelles hace un tiempo. Le gustaríía que le devolvieran sus bienes personales. Ahora Zeke parecíía divertido, pero se mantuvo callado mientras continuaba: —Cree que las cajas han sido manipuladas y el contenido ha sido eliminado. —Antes de continuar, le echoí un vistazo a la esquina donde una caí mara instalada la fijaba con su brillante ojo. Bajo su mirada impasible, intentoí recordar todo lo que Marcus y Sharo le habíían instruido esta manñ ana. —Entraraí en la guarida del leoí n —habíía dicho Marcus, casi cancelando todo el asunto justo antes de que Cora saliera del auto. —A la luz del díía, el leoí n estaí amordazado —respondioí Sharo, mirando a todas partes como si estuviera a gusto. Cora sabíía que no era asíí. —Ezequiel Sturm no hace negocios a la luz del díía, nunca lo olvides. La mayor parte de su mierda estaí enterrada en lo profundo, como un iceberg. Pero estaí ahíí —dijo Marcus, y respondioí a la pregunta de Cora antes de que la formulara—. Lo conozco desde hace mucho tiempo. En ese momento, mirando los ojos azules del alcalde, se dijo a síí misma que respirara. —¿Puede ayudarnos? Zeke se detuvo, dejando que su mirada se desviara hacia ella. —Fueron inteligentes al enviarte —dijo finalmente—. Me gusta ver a una nueva y encantadora cosita en un vestido de verano cada primavera. —Tomoí un bolíígrafo de su escritorio y fingioí examinarlo —. ¿Hasta doí nde te dijo tu esposo que llegaras para suavizarme? Cora se tensoí y, agarrando el dobladillo de su vestido, lo bajoí . EÍ l se rio. —Relaí jate. No te quiero a ti. La guarida del león, se recordoí a síí misma. —Bien, porque no puedes tenerme —escupioí . Zeke dejoí caer el bolíígrafo con el que habíía estado jugando


sobre su escritorio. —Dile a Ubeli que no puedo hacer nada para devolverle sus bienes personales. Son parte de una investigacioí n policial. Si presenta una solicitud, estoy seguro de que seraí resuelta en… unos anñ os. Cora se puso de pie. La conversacioí n obviamente habíía terminado. EÍ l no iba a darles nada. —Nos vemos en la recaudacioí n de fondos. EÍ l inclinoí la cabeza y sus rizos rubios cayeron de manera atractiva sobre su rostro. —He oíído que tuí y Ubeli se separaron. ¿Estaí n resolvieí ndolo de alguna manera? Queríía decirle que no era asunto suyo. —Auí n estamos hablando. La examinoí con raí pidos y mordaces ojos azules. —Si quieres divorciarte de eí l, puedo protegerte. —Gracias —dijo de manera educada—. Se lo hareí saber. No le dijo que habíía estado con su marido lo suficiente como para saber que la proteccioí n teníía un precio. —¿Has estado practicando la cara inexpresiva de tu esposo? — Zeke parecíía divertido y Cora ya estaba harta. —Gracias por su tiempo. Tambieí n le agradezco que nos haya dado su suite del pent-house del hotel Crown. Sí que la disfrutamos. La ira se reflejoí en su rostro; Cora se giroí sobre sus talones y se apresuroí a salir, asustada y eufoí rica por haber lanzado al menos un golpe.

CAPÍÍTULO 17

Marcus se encontraba sentado en la parte trasera del todoterreno afuera de la oficina del alcalde esperando a Cora. Estaba tenso y nervioso mientras miraba fijamente al edificio. —Ha estado allíí mucho tiempo —grunñ oí . Sharo le miroí por el espejo retrovisor. —Solo han pasado cuarenta y cinco minutos. Y ya conoces a Sturm. Probablemente la hizo esperar afuera media hora maí s porque síí. —Estoy harto de que el alcalde Zeke Sturm abuse de su posicioí n. Es hora de recordarle quieí n estaí realmente a cargo de esta ciudad. Sharo levantoí una ceja. —Lo mejor seríía que no le declararas la guerra directo en su


oficina hasta que escuches lo que tiene que decir. Y tal vez cuando no tengas un objetivo en tu propia frente. Marcus refunfunñ oí en voz baja y miroí por la ventanilla. Finalmente. Ahíí estaba ella, abrieí ndose paso hacia la salida. Marcus respiroí hondo. Fue la primera vez que sintioí haberlo hecho durante cuarenta y cinco minutos. No debioí haberla dejado entrar sola. Nunca maí s. No le importaba si en alguí n momento hubiera parecido loí gico. Era su trabajo ser su escudo y no podíía hacerlo si estaba afuera esperando en el maldito auto. Bajoí raí pidamente las escaleras luciendo tan hermosa como siempre en su ajustada y marcada falda hasta la rodilla y su chaleco abotonado que acentuaba su estrecha cintura y sus curvas femeninas. Habíía usado un abrigo al entrar. Lo que probablemente habíía sido algo bueno porque si hubiera visto ese atuendo, de ninguna manera la habríía dejado bajar del vehíículo. Sharo saltoí fuera y se movioí raí pidamente para abrirle la puerta. Cora se deslizoí con gracia dentro del auto, quedaí ndose cerca de la puerta mientras Sharo la cerraba. Como si pensara que Marcus le permitiríía poner distancia entre ellos. ¿Despueí s de lo de anoche? EÍ l no lo creíía asíí. Raí pidamente le quitoí esa idea al agarrarla por su pequenñ a cintura y deslizarla por el asiento hasta que estuvo a su lado. Ella dejoí escapar un pequenñ o chillido, pero esa fue su uí nica protesta. —¿Coí mo ha ido? —preguntoí Sharo. Cora fruncioí el cenñ o, todavíía movieí ndose para poner distancia entre ella y Marcus. —No muy bien. No nos ayudaraí . Marcus no se sorprendioí en absoluto. Habíía una razoí n por la que Zeke habíía estado evitando reunirse con eí l. Algo estaba mal. O Zeke lo habíía traicionado y vendido el cargamento a alguien maí s — lo que seríía un error fatal, y Zeke pronto lo sabríía si Marcus llegaba a descubrir que era verdad—, o algo maí s habíía sucedido y Zeke estaba intentando ocultarlo. De cualquier manera, Marcus llegaríía al fondo del asunto. Con o sin la ayuda del alcalde. —Dime lo que dijo. Todo, cada detalle. Cora lo hizo, repitiendo la conversacioí n detalladamente, miraí ndose nerviosa al final de su historia, como si esperara a que Marcus perdiera la cabeza. Ya deberíía conocerlo mejor. Valoraba


demasiado el control como para perderlo por alguien como Zeke Sturm. —Estaí bien, nena. —Marcus le dio una palmadita en el muslo—. Recuperaremos el cargamento; tenemos otras formas. No parecíía convencida. —¿Y si no lo haces para el fin de semana? ¿Queí haraí Waters? —¿Preocupada por míí? —Marcus sonrioí . Resoploí y desvioí la mirada. —Solo estoy aseguraí ndome de recibir la pensioí n alimenticia. Marcus se rio, la acercoí maí s y le besoí la parte superior de la cabeza. Tomoí su mejilla y lentamente se la movioí para que lo mirara. —Pero las cosas se estaí n poniendo serias ahora. Necesito volver al piso franco y tuí tienes que venir conmigo. Su cabeza inmediatamente comenzoí a sacudirse en negacioí n. No. Esto otra vez no. Marcus levantoí su otra mano para poderle acunar ambas mejillas y sostenerle el rostro inmoí vil mientras dejaba caer su frente sobre la de ella. —Deja de negar lo que tenemos. Quieí n eres. Eres mi esposa y perteneces a mi lado. Lo de anoche lo demostroí . Lo dijiste tuí misma. Se alejoí de eí l, lo suficientemente raí pido como para que eí l perdiera su agarre. —Lo de anoche no cambioí nada. Fue… —Sacudioí la cabeza y levantoí las manos—. Vale, bueno, no seí exactamente lo que fue. Una pausa del mundo real. Dos adultos desahogaí ndose, supongo. ¿PERO QUEÍ MÍERDA? ¿Desahogarse? —¿Una pausa? ¿“Dos adultos desahogaí ndose”? —le dijo justo en la cara—. ¿Decir que eres míía para siempre y suplicarme que reclame tu conñ o y tu culo fue un maldito desahogo? Sus mejillas se pusieron rosadas y tratoí de desviar la mirada, pero Marcus le acunoí la cara para obligarla a mirarlo. —¿Por queí ya sabíía que ibas a salir con esta mierda? —Marcus, no era yo misma. Habíía tomado algunos medicamentos para dormir y… —¿Para queí demonios estaí s tomando medicacioí n para dormir? ¿Y quieí n te la prescribioí ? Porque deberíía perder su licencia. Fue irresponsable y… —Para. ¡Para! —Se alejoí de eí l—. Ya no puedes controlar cada


pequenñ a cosa en mi vida. Yo soy mi propia duenñ a. Puedo ir con cualquier doctor que quiera. No eres mi duenñ o. Puedo hacer lo que quiera, cuando quiera… Marcus la miroí con el pecho apretado y con sus palabras de la noche anterior resonando en sus oíídos sobre lo que cualquier pene podríía hacer. —Seraí mejor que no te desahogues con otros adultos. —¡Claro que no! —Lucíía consternada y su estoí mago relajado, pero solo un poco. —Entonces ven conmigo. —No. ¿Cuaí ntas veces tengo que decirte que se acaboí ? Nuevamente le dijo en la cara: —Tantas veces como sea necesario para que se te meta en la cabeza que nada nunca se acabaraí entre nosotros. Y en el fondo, tuí tambieí n lo sabes. Si no, no habríías terminado en mi puerta a las dos de la manñ ana rogaí ndome que te follara. Su cabeza se sacudioí raí pidamente de un lado a otro, negando. —Yo… yo no… esa no era yo. No podíía dormir y estaba en la cama y me puse a pensar en ti… —Por favor, continuí a. Sus mejillas se pusieron rojas y se detuvo, con sus labios fruncieí ndose en una líínea delgada. —¿Sabes por queí nunca ireí contigo? ¿Por queí nunca maí s estareí contigo? ¡Porque eres un idiota! —Anoche ciertamente parecíía que te gustaba mi culo. —Se inclinoí y le susurroí en el oíído—. Por la forma en que lo agarrabas y exigíías, “maí s duro, Marcus, foí llame más duro”... Tengo tus aranñ azos para probarlo. Si Marcus antes pensaba que sus mejillas eran de un rosa brillante, ahora no eran nada comparado con el rojo cereza que teníían. —No lo hice. —Me dareí la vuelta y me bajareí los pantalones aquíí y ahora mismo. No es algo que Sharo no haya visto antes. Era verdad. Sharo una vez le habíía ayudado a sacarle del trasero fragmentos de una bala que rebotoí . Marcus estaríía orgulloso de anñ adir las marcas de Cora a sus otras cicatrices. —No te atrevas —escupioí Cora, con su pequenñ a mano frente a su bííceps. Le sonrioí .


—Asíí que estaí decidido. Vendraí s al piso franco conmigo. —¿Sharo? —llamoí Cora hacia el vidrio divisorio que Sharo habíía levantado una vez que se pusieron en marcha—. ¡Sharo! —gritoí cuando en un principio no le respondioí . Marcus pudo imaginar el receloso suspiro cuando Sharo finalmente presionoí un botoí n y el vidrio empezoí a replegarse. —Gracias Sharo. ¿Podríías dejarme en mi apartamento? Vale, ahora Cora realmente lo estaba empezando a molestar. —Esto no es un juego, Cora. —Marcus le agarroí el muslo—. Gente ha muerto. Su cabeza giroí en su direccioí n. —¿Crees que no lo seí ? —lo dijo con tanta energíía, casi como si lo estuviera acusando de algo. Se sintioí como si estuviera cubierto de hielo. ¿Acaso estaba pensando en la madre de Marcus? ¿En Chiara? ¿Estaba pensando en coí mo las mujeres de su familia teníían el haí bito de morir por su cercaníía a los hombres Ubeli? Mi padre siempre mantuvo a mi madre al margen. ¡Y mira lo bien que le fue! Marcus se recostoí duramente en su asiento. ¿Cora teníía razoí n? ¿El lugar maí s seguro para ella era estando lejos de eí l? —Ya la has oíído —le vociferoí Marcus a Sharo—. Lleí vala a su apartamento. Ígnoroí la sorpresa de Cora y Sharo simplemente dijo: —De acuerdo, jefe. —Y giroí el todoterreno hacia la parte norte de la ciudad en vez de hacia el lado sur. Cora no emitioí palabra durante los diez minutos que tardaron en llegar, y Marcus tampoco. De manera esporaí dica sentíía sus ojos sobre eí l. Queríía grunñ irle para que dejara de mirarlo porque estaba a nada de cambiar de opinioí n, arrastrarla al piso franco con eí l y encadenarla nuevamente a una cama. Por cada kiloí metro que recorríían, aquello parecíía ser cada vez una idea mejor. Finalmente, el todoterreno se detuvo frente a su apartamento. Cora se detuvo antes de abrir la puerta y Marcus apretoí los punñ os para evitar alcanzarla. —Marcus… —No. —La interrumpioí . La uí nica manera que teníía para poder salir de allíí era irse en ese momento—. Mantente a salvo. No vayas a ninguna parte sin las Sombras. No esperoí su confirmacioí n. En el momento en que se bajoí del


auto le ordenoí a Sharo que condujera.

CAPÍÍTULO 18

Marcus definitivamente se habíía enojado con Cora cuando dos díías atraí s la dejoí en su apartamento. Y ella lo entendíía. Realmente lo entendíía. Despueí s de su noche juntos tener que volverse tan fríía y como una perra… agh, no queríía pensar maí s en ello. Pero pensar en ello era lo uí nico que habíía estado haciendo sin cesar desde la uí ltima vez que lo vio. Se sentíía horrible. Darle esperanzas de esa manera era cruel. Sin embargo, ¡no habíía controlado completamente sus facultades cuando se acercoí sonaí mbula a su puerta! Vale, entonces síí que recordaba casi todo lo sucedido esa noche. Muy detalladamente. Ni siquiera sabíía coí mo describir la abrumadora necesidad y desesperacioí n que habíía sentido. Y cuando Marcus finalmente cedioí … Los ojos de Cora se cerraron. Un escalofríío la recorrioí al recordar. Fue como si sus maí s profundos y sucios deseos hubiesen surgido y ella tuviera que cumplirlos sin importar queí . Sin importar lo que tuviera que decir, coí mo tuviera que manipular o… Deseaba poder decirlo, sin importar coí mo tuviera que mentir. Pero ese era el asunto. Ademaí s del comentario de una sola vez sobre salir y buscar otro hombre si Marcus no la satisfacíía, temíía que todo lo demaí s que hubiera dicho era verdad. Era como si le hubieran hecho tragar un maldito suero de la verdad. Cosas que ni siquiera se habíía admitido a síí misma se le habíían escapado de la boca. Gracias al destino, pero estaba demasiado preocupada por atender su deseo sexual como para hacer otra confesioí n… Y cuando Marcus la acorraloí en el auto despueí s de la reunioí n con el alcalde, ¿queí se suponíía que debíía hacer? ¿Ír a esconderse con eí l en un piso franco? ¿Los dos solos? No. La noche anterior habíía sido una locura temporal. Era injusto seguir enviaí ndole a Marcus senñ ales tan confusas, Cora lo sabíía. ¿Saltaí ndole encima un momento y al siguiente decirle que se alejara, primero en la parte trasera del club y luego nuevamente la noche siguiente? Dios, a veces ni siquiera conocíía su propia mente. Porque no podíía quererlo. Ella queríía la luz. Y no queríía tener nada que ver con la oscuridad en la que estaba banñ ada la vida de Marcus.


Asíí que no podíía dejarse devorar nuevamente por eí l, por su mundo. Sin importar lo tentador que fuera. Sin importar que algunas pííldoras hubieran confundido su cabeza por un tiempo. Sin importar que no pudiera dejar de pensar en sus fuertes manos sobre su cuerpo, el tono grave y dominante de su voz, el sabor de sus labios sobre los de ella… Todo eso la manteníía despierta por la noche. Y despueí s del incidente de haber caminado dormida, no se atrevioí a tomar la uí ltima pííldora para dormir. La tiroí por el inodoro. El mieí rcoles se volvioí jueves y este en viernes, con Cora imaginando cada vez maí s cosas horribles. ¿Queí iba a pasar el lunes cuando la cuenta regresiva de Waters terminara? Si se sincerara y les contara todo, tanto a Marcus como a Waters, ¿ayudaríía? ¿O ya era demasiado tarde para que importara? Una mujer maí s fuerte habríía confesado sin importar las consecuencias. Una mujer maí s fuerte lo habríía intentado. El par de horas que lograba dormir por la noche siempre estaban llenas de pesadillas. Se despertaba cada manñ ana sintieí ndose pesada y perezosa, como si su cuerpo estuviera lleno de cemento. Ni siquiera caminar a Brutus la hacíía entrar mucho en calor; el torso le dolíía y teníía un dolor de cabeza que no cesaba. Sin vislumbrar cerca el final de la tensioí n y sin noticias de Marcus, tomoí algunos analgeí sicos y anduvo por su casa tratando de concentrarse en volver a la normalidad. Tal vez si se acomodaba a su rutina normal y se relajaba con sus amigos como solíía hacerlo, pensaríía en una solucioí n. Asíí fue como se encontroí usando un pequenñ o vestido negro con el cabello peinado alrededor de su cara y con maquillaje negro, entrando a una gran casa en Park Avenue. Dos Sombras la seguíían mientras se veíían poco felices. Armand la encontroí en la puerta, con su caracteríístico look de estrella de rock: pelo alborotado, jeans Fortuna, camiseta con franjas negras y pies descalzos. Lucíía sexy sin necesidad de intentarlo, y no era la primera vez que Cora se preguntaba si habríía salido con eí l si no hubiera conocido a su marido primero. —Querida, te ves fabulosa. Esta pequenñ a reunioí n no es tan elegante como la fiesta que organizoí Percepciones, pero los canapeí s estaí n para morirse y los tragos son gratis. —Suena perfecto —murmuroí . Estaba tan cansada. Habíía dormido tal vez un total de tres horas en los uí ltimos tres díías. Pero


Armand la habíía llamado y convencido, diciendo que Anna asistiríía. —¿Estaí s bien? —Estoy cansada. No sabíía coí mo describir el dolor y el ardiente malestar que se habíía asentado en sus huesos, pero lo atribuíía a la preocupacioí n y a la falta de Marcus. —¿Estaí s durmiendo? —A veces. Justo ahora, probablemente, no era el momento de preguntarle queí demonios habíía en esas pastillas. De todos modos, ella probablemente se encontraba en la minoríía que sufríía los extremos efectos secundarios. —¿Quieí nes son los trajeados? —Armand miroí por encima del hombro de Cora. —Mis guardaespaldas. Fats y Slim. —Encantado de conocerlos. —Armand les sonrioí ampliamente. —Nada de fraternizar con los matones —le ordenoí , tomaí ndolo del brazo y llevaí ndolo a la casa. —Carinñ o, no iba a dejar de fraternizar… —Armand levantoí su cuello para ver a los dos hombres seguirlos antes de apurarse mientras Cora le daba un manotazo. La parte trasera de su camiseta estaba un poco rasgada, asíí que la parte superior del tatuaje de su ala de aí ngel se asomaba. Cuando Armand dobloí en la esquina, una demandante y femenina voz retumboí al pronunciar su nombre. —Armand, ahíí estaí s. Los del catering se quedaron sin hielo y no puedo encontrar a Buddy. Sin eí l son demasiado estuí pidos como para saber queí hacer. Cora se asomoí por un lado de Armand para ver a la mujer alta que lo habíía detenido. Llevaba un largo caftaí n blanco y dorado que se arremolinaba alrededor de sus brazos y piernas, permitiendo un vistazo de su piel morena clara. Se detuvo en seco en cuanto Cora dobloí en la esquina. —Hola, no sabíía que tenííamos nueva companñ íía. Pero no sonrioí cuando sus ojos se posaron sobre Cora. Su pelo oscuro estaba peinado hacia atraí s, lo que solo la hacíía parecer maí s severa. Encogieí ndose un poco bajo la mirada curiosa de la mujer, Cora se sintioí como una ninñ a jugando a vestirse con la ropa de su madre: puesta en la balanza y encontraí ndose culpable.


—Encontrareí a Buddy —prometioí Armand, poniendo su brazo alrededor de Cora—. Olympia, te presento a mi amiga Cora. Cora, ella es Olympia Leone, la duenñ a de la casa. —¿Cora? ¿Cora Ubeli? —La miroí fijamente, como un halcoí n, y el saludo de Cora quedoí atrapado en su garganta—. Supe todo sobre lo de tu esposo. —La expresioí n de su rostro le dijo a Cora que no aprobaba en absoluto a Marcus Ubeli. —Estamos separados —soltoí Cora, acobardaí ndose bajo la mirada de la mujer y dando gracias de que aquello era teí cnicamente cierto. Olivia siempre le dijo que no podíía mentir ni para salvarse. Armand, sin embargo, parecíía impenetrable. —Vamos, Cora bella, reunamos al jefe de catering y te presentareí a la gente de aquíí. —Espera —dijo Olympia—. ¿Quieí nes son ellos? —Senñ aloí a las Sombras—. Los hombres de Ubeli no son bienvenidos en mi casa. Ni ahora ni nunca. —Relaí jate, son los guardaespaldas de Cora. Los tengo vigilados. —Armand sonrioí píícaramente y arrastroí a Cora por delante de Olympia, daí ndole un raí pido beso en la mejilla que parecioí suavizar su duro rostro—. Vale. Vamos a revisar la situacioí n del hielo —dijo, senñ alando el camino a traveí s del largo y abierto saloí n-comedor hacia la cocina trasera. Unos cuantos invitados ya se encontraban arremolinaí ndose alrededor de la mesa llena de comida. —¿Ya ha llegado Anna? —preguntoí Cora. Era muy extranñ o pasar de vivir con Anna y Olivia, vieí ndolas todos los díías, a tener ahora poca idea de lo que sucedíía con sus buenas amigas. Las echaba mucho de menos a ambas. —Se supone que llegaraí pronto. Con Max Mars. ¿Son pareja? —Los vi juntos en el estudio donde estaí n filmando su pelíícula. Definitivamente son pareja. —Cora sonrioí mientras le compartíía ese jugoso chisme, viendo los ojos de Armand brillar felizmente mientras lo procesaba. Se sentíía bien estar aquíí, hablando de cosas fríívolas y olvidando su pesada realidad por un momento. La hacíía sentir joven, como si pudiera invertir las manecillas del reloj y retroceder, volver al pasado… —Esperemos que se deshagan de los paparazzi antes de venir aquíí —dijo Armand—. El resto de nosotros preferirííamos no ser tan famosos. Cora se sacudioí fuera de sus pensamientos melancoí licos y se


lanzoí de lleno al momento. —¿Quieí n maí s aquíí es famoso? —Olympia solíía ser la fiscal de la ciudad. Ahora estaí pensando postularse para alcaldesa. —¿Contra Zeke Sturm? —Sip. Cora recordoí que su reunioí n con el alcalde el díía anterior habíía sido obra de Armand. —Espera, ¿coí mo es que conoces a Zeke tan bien? —Lo conocíí a traveí s de Olympia. Los pensamientos de Cora retrocedieron un poco antes de atar los cabos. —Vale, bien, ella era la fiscal del distrito. Armand se encogioí de hombros. —Eso, y que ella solíía estar casada con eí l. Cora se llevoí una mano en la cabeza, frotaí ndola. —Necesito un trago. Ha sido una semana larga y New Olympus es un gran estanque incestuoso. Armand se carcajeoí . —Tienes razoí n. Íncestuoso pozo del pecado. —Se dirigioí hasta la mesa de bebidas, llevaí ndole un poco de vino blanco. EÍ l tomoí un coí ctel, levantaí ndolo para saludar a alguien al otro lado de la sala. —Olympia es genial. Me acogioí cuando no teníía hogar y me dejoí claro que siempre tendríía un hogar aquíí. —Bien. —Cora se sintioí un poco mejor acerca de la matrona de cara dura—. No parecioí que Marcus o yo le agradaí ramos mucho. —Oh, odia a Marcus. Apasionadamente. Fiscal de distrito, ¿recuerdas? —Armand tomoí de su bebida—. Por supuesto no te lo tomes personal. Al principio Olympia odia a todo el mundo. Por cierto, ¿coí mo fue la reunioí n con nuestro justo alcalde? —No tan bien. Como dije, ha sido una semana muy larga. —Miroí a su alrededor hacia todas las personas riendo y pasaí ndola bien. Sintioí envidia. Seríía tan encantador alejarse de todo, incluso por una noche. Deseaba poder ser joven y tonta y emborracharse con bebidas de color neoí n con sombrillitas dentro. Pero despueí s de su experiencia con los somnííferos, no estaba de humor para nada que alterara la mente. —¿Supongo que no hay cafeí ? —¿Cafeí ? —Se carcajeoí y bebioí el resto de su bebida—. Nena,


tienes que aprender a divertirte. Dos horas maí s tarde, Cora se encontroí deambulando por el patio trasero, sintieí ndose tan cansada que estaba al borde del delirio. El ceí sped se sentíía bien bajo sus pies. Si se acostara, ¿finalmente podríía dormir? Se dio la vuelta con los brazos extendidos. Nunca se habíía dado cuenta de que podíía llegar a un punto de agotamiento donde sus miembros se encontraban tan pesados que volvíían a sentirse ligeros. Algo asíí como si estuviera flotando. Anna y Armand salieron al patio y eí l comenzoí a aplaudir. —Damas y caballeros, les presento esta obra: nuestra amiga y un solo vaso de vino. —Armand extendioí un brazo hacia Cora. Anna se rio. —¿Eso es todo? Supongo que no estaí acostumbrada a beber. Ni siquiera es medianoche y ya estaí borracha. Pero lo que no sabíían era que ni siquiera habíía bebido ese uí nico vaso de vino. Habíía bebido agua embotellada toda la noche. Su cansancio finalmente la estaba alcanzando. Fats y Slim se encontraban de pie a ambos lados del pequenñ o espacio del jardíín, pareciendo incluso menos felices que hacíía unas horas, pero a Cora no le importoí . No le importaba nada. Estaba jodidamente cansada. Tan cansada que ni siquiera se encontraba ocultaí ndolo. Estaba exhausta. Agotada. Hecha polvo. Aniquilada. Destrozada. No habíía suficientes palabras en el diccionario de sinoí nimos para describir lo cansada que se sentíía. Cora se tambaleoí hasta el borde del jardíín y se apoyoí en un aí rbol. Anna bajoí el borde de piedra del patio y sus tacones de aguja de doce centíímetros se hundieron en el ceí sped. Aun asíí, se acercoí a Cora. —Oye, ¿estaí s bien, carinñ o? —La frente de Anna se arrugoí con preocupacioí n—. Apenas has dicho dos palabras esta noche. Pareces cansada. Cora comenzoí a reíír mientras los pulgares de Anna se posaban sobre las bolsas que indudablemente se encontraban debajo de sus ojos. —Estoy muy agotada —confesoí . —Oh, carinñ o —dijo Anna, atrayeí ndola hacia síí para darle un abrazo—. Todo va a estar bien. Vamos a llevarte a un lugar donde puedas sentarte. Tal vez recostarte.


—No, no quiero irme —protestoí —. Nunca puedo verlos, chicos. Y volver a su apartamento vacíío era lo uí ltimo que queríía. —¿Queí tal una siesta? —dijo Armand, unieí ndoseles—. Hay habitaciones arriba. Toma una pequenñ a siesta reparadora. Cora asintioí . Una siesta reparadora. Perfecto. —Podemos cuidar de ella. —Las dos Sombras avanzaron. Cora dio un paso para seguirlas, pero tropezoí y casi cayoí de cara. —Vaya, te tengo —dijo Slim, y lo siguiente que Cora supo fue que Slim la teníía sobre su hombro y el mundo entero se puso patas arriba. Se volvioí deí bil sobre su espalda. En realidad, se sentíía bien ya no tener que mantenerse erguida. Realmente, realmente necesitaba esa siesta. —Marcus va a matarme —murmuroí Armand. Anna le dio una palmadita en el hombro. —Volvereí pronto —murmuroí Cora con los paí rpados ya cerrados. —Deberííamos llevarla a casa. —Fats avanzoí , con la luz de las antorchas tiki reflejando su sombra. —Llevas gafas de sol por la noche —Cora se rio, senñ alando. De repente todo parecioí muy absurdo. —¿Queí le diste? —exigioí Fats, encarando a Armand. Los ojos de Cora se humedecieron y se sintioí mareada al mirar a Fats y a Armand. Armand era maí s alto, pero delgado comparado con el cuerpo maí s corto y compacto de Fats. No queríía que se pelearan por ella. Afortunadamente, Armand se echoí para atraí s ante la desafiante postura de Fats. —Nada maí s que un vaso de vino, lo juro. Y solo bebioí sorbos. Tampoco comioí , pero aun asíí no debioí haberle afectado tanto. —Solo estoy muy cansada, chicos —intentoí explicar Cora. —Lleí vala arriba —Olympia aparecioí en la puerta de la cocina, con su majestuoso vestido como el de una reina—. Ahora. Tuí … — senñ aloí a Fats—. Fuera. Has sobrepasado tu tiempo de estancia aquíí. —Ocuí pate de Brutus —murmuroí Armand—. Cora estaraí bien, todos la vigilaremos. Olympia continuoí dando oí rdenes: —Lleí vala arriba, acueí stala en la habitacioí n del pavo real. Tiene banñ o privado. Tuí … —senñ aloí a Slim, con una mirada en su cara como si hubiera visto una cucaracha—. Puedes quedarte. Pero no causes problemas. —Sacudioí su cabeza, obviamente frustrada—.


Andrea Doria acaba de llegar y tambieí n trajo consigo mucha seguridad. Hay maí s guardaespaldas que invitados. —Se dio la vuelta, todavíía murmurando. Slim le hizo un gesto con la cabeza a Fats y llevoí a Cora por el pasillo con Armand mostrando el camino. Cora dejoí caer la cabeza contra el pecho de Slim, sintiendo de repente el agotamiento maí s profundo de toda su vida. La buena noticia era que estaba bastante segura de que seríía capaz de dormir en el momento en que pusiera la cabeza sobre cualquier tipo de almohada. En el pasillo de arriba, vislumbroí a otra alta mujer de color parada en la puerta de un dormitorio con una peluca rubia gigante sobre su cabeza y un maquillaje fabuloso que resaltaba su oscura piel. Miroí sorprendida a Cora en los brazos de Slim. —Lo siento mucho, Andrea. —Armand se acercoí a la mujer mientras Cora era llevada en brazos—. Bebedora novata. —No hay problema, todos hemos pasado por eso. —La mujer alta se rio. Cora estiroí el cuello para mirar el rostro maquillado de Andrea bajo la escandalosa peluca rubia. Lucíía vagamente familiar y Cora casi descubrioí el porqueí , pero el pensamiento se le esfumoí cuando Slim la puso en la cama. —No creo que haber salido esta noche haya sido la mejor idea —le murmuroí Cora antes de que la oscuridad de la habitacioí n se cerrara sobre ella y, exhausta, finalmente se quedara dormida.

CAPÍÍTULO 19

En la mansioí n del alcalde, Zeke Sturm regresoí de su despacho, lanzaí ndole su teleí fono a un asistente. Con su habitual euforia, abrioí las puertas del comedor y miroí hacia la larga mesa con los invitados reunidos. Cada noche lo mismo, como un mal chiste, Zeke pensoí mientras veíía sus rostros expectantes. Un dignatario visitante, un héroe de guerra condecorado y un ayudante besa traseros entran en un bar… En voz alta dijo: —Disculpen mi tardanza. Espero que el primer platillo haya sido de su agrado. Murmullos educados llegaron desde todos los rincones de la mesa. Zeke se aseguroí de compartir su sonrisa con todos. Las personas podíían ser muy malvadas si sentíían que no se les habíía prestado suficiente atencioí n. —Me dijeron que el chef recibioí un regalo de uno de los barcos


que atracaron en nuestros puertos —dijo Zeke mientras tomaba asiento—. Asíí que esta noche cenamos roí balo fresco. Fue importado especííficamente para la particular comida de un magnate de la industria transportista, y ahora muy amablemente nos lo han regalado. Todos los invitados expresaron su agradecimiento. —Por favor, disfruten. —Zeke sonrioí y gesticuloí , dando su primer mordisco mientras todos lo esperaban—. Mmm. Mucho mejor que la forma en que mi ex esposa solíía carbonizarlo. Los invitados alrededor de la mesa se rieron justo en el momento oportuno. —Lo que llamamos roí balo es en realidad dos especies de merluza negra, rebautizada para que suene maí s deliciosa —dijo un hombre a mitad de la mesa con una voz gravemente acentuada. Teníía una barba entrecana bien recortada y unos penetrantes ojos azules. Si Zeke recordaba bien, eí l era un profesor. ¿Profesor Wagner o Ziegler? Algo asíí. —Un pescado con cualquier otro nombre… sigue siendo delicioso. —Zeke saboreoí su bocado con tenedor y se dirigioí a los meseros, pidiendo maí s vino para la mesa. Un gordo y calvo hombre se acercoí a la mesa. —Mis disculpas por llegar tan tarde. —Comisario. —Zeke saludoí al recieí n llegado, y solo el maí s astuto captaríía el ligero tic de sus labios, una micro expresioí n de molestia. Pero Zeke pensoí que el profesor barbudo se habíía dado cuenta. Alguien observador. —Lo siento, jefe. —El pesado hombre respiroí , metiendo su servilleta en su cuello y agarrando un panecillo. El hombre era lo opuesto a la elegancia y su posicioí n era la que le permitíía sentarse en la mesa—. Esta nueva droga nos tiene a todos luchando. Zeke deseaba encontrarse sentado maí s cerca para poder patear al hombre bajo la mesa. —¿Nueva droga? —El dignatario de Metroí polis, Claudius, reaccionoí antes de que Zeke pudiera cambiar de tema. —Acaba de salir a las calles —dijo el comisionado, ajeno a la furiosa mirada de Zeke. Pero Bill no era el hombre maí s inteligente y siempre habíía sido lento en captar el lenguaje social. —Una cantidad limitada, pero creemos que eso cambiaraí . Un par de ninñ os ricos fueron detenidos por exposicioí n indecente, diciendo que habíían tomado algo. Sus padres fueron a fiestas de


cambio de parejas y llegaron a casa con un par de pííldoras. Los chicos conocen su reserva oculta; imitan todo lo que hacen sus padres. Los interrogamos en el hospital y todo salioí a la luz. El comisionado finalmente se detuvo a untar con mantequilla su panecillo, percataí ndose de que cada par de ojos alrededor de la mesa lo miraban con fascinacioí n. —¿Estaí n bien los chicos? —preguntoí una mujer, de la cual Zeke olvidoí su nombre debido a su furia emergente contra su comisionado. Zeke habíía sido reelegido, era cierto, asíí que no se preocupoí de inmediato en nuevamente hacer campanñ a. Pero un alcalde solo era tan fuerte como la confianza que inspiraba. Si sus invitados se iban con la impresioí n de que no podíía controlar el narcotraí fico en sus propias calles… —Oh síí, los efectos desaparecieron hace horas —continuoí Bill —. Solo un poco aturdidos y deshidratados. Uno de ellos todavíía estaba drogado y teníía una ereccioí n del tamanñ o de… —Finalmente vio el rostro de Zeke y se tragoí el resto de la frase. Con las mejillas coloradas, continuoí —: Nos apresuramos a los laboratorios para averiguar lo que estaba pasando. —Ínteresante —dijo Zeke con tono fríío. El comisionado dio un respingo, obviamente percataí ndose de la desaprobacioí n de Zeke. Al fin. Pero ya era demasiado tarde. El resto de los invitados se inclinaron al uníísono. —¿Cuaí l es el efecto de la droga? —preguntoí el profesor en tono acadeí mico. —Una extrema embriaguez que lleva a una excitacioí n casi incontrolable. Provoca… eh, orgasmos que estaí n… fuera de lo normal, por asíí decirlo. —De nuevo, nada como mi ex esposa —dijo Zeke, yendo por las risas y esperando alejar la conversacioí n de la charla sobre drogas. —¿Y los efectos secundarios perjudiciales? —El tenedor del profesor se detuvo a medio camino de su bigotuda boca. —Es demasiado pronto para saberlo. Pero para algunos parece causar agresioí n. En todos los casos, la embriaguez va seguida de un choque. Sudor, temblores, un poco de deshidratacioí n, dolores de cabeza por abstinencia, ese tipo de cosas. —El comisario, con sudor en la frente y obviamente tan desesperado como Zeke por terminar la conversacioí n, se metioí todo el panecillo en la boca.

CAPÍÍTULO 20

Cora se despertoí en la oscuridad con un leve dolor de cabeza y una


molesta sed. Su cuerpo estaba empapado de sudor. Agh, queí asco. Un vaso de agua yacíía en una mesita de noche; lo bebioí y se tambaleoí hasta el banñ o contiguo para beber un poco maí s. Sus zapatos no estaban, y Dios, ¿doí nde estaba su bolso? Nunca debioí haber salido cuando estaba tan cansada. ¿Cuaí nto tiempo habíía dormido? Miroí alrededor pero no vio un reloj. Buscoí su bolso para poder mirar su teleí fono, pero nuevamente no tuvo suerte. Se tropezoí alrededor de la habitacioí n oscura pero aun asíí no pudo encontrar su bolso. Se le debioí haber caíído en la planta baja en alguí n lugar. Mierda. Despueí s de buscar una uí ltima vez y de manera inuí til en el dormitorio, se deslizoí por el oscuro pasillo. Pasaí ndose una mano temblorosa por el pelo, se apoyoí en la pared para descansar un momento. ¿Doí nde estaba Fats? ¿O Slim? El piso de arriba era un largo pasillo con habitaciones fuera de eí l. ¿Queí direccioí n llevaba al piso de abajo? Bueno, no llegaríía a ninguna parte quedaí ndose para allíí, asíí que giroí a la izquierda y empezoí a caminar. Cuando se acercoí a lo que sospechaba que era el frente de la casa, escuchoí a un hombre hablando. Sonaba un poco como Armand. No fue hasta que abrioí la puerta y su cuerpo estuvo mitad dentro, mitad fuera, que se dio cuenta de que habíía entrado en otra habitacioí n. Y estaba ocupada. Bajo la poca luz de la laí mpara, pudo ver claramente a una pareja en la cama, y reconocioí de inmediato a Armand. Era el de arriba. Sus tatuadas alas de aí ngel en su espalda se movíían mientras los muí sculos de sus hombros se flexionaban. Las largas piernas de una mujer se envolvíían alrededor de su cuerpo mientras el trasero de Armand, bastante bello, se movíía al ritmo de la muí sica. Oh, mierda. No necesitaba ver esto. Retrocedioí horrorizada, buscando a tientas la manija de la puerta, pero no lo suficientemente raí pido. Una nueva companñ era entroí por otra puerta lateral. Cora supuso que acababa de salir del banñ o principal. La recieí n llegada era la rubia, la impresionantemente bella Andrea Doria. Levantoí la mano para enderezar su peluca y Cora vio el gran anillo de oí nix que llevaba. La bata de Andrea se abrioí para revelar un pecho muy masculino y, maí s abajo, partes masculinas. Partes masculinas muy impresionantes y excitadas.


—¿Estaí n todos listos para míí? —La drag queen se acercoí a la pareja jadeante en la cama. Armand se echoí hacia atraí s y Cora vio la cara de la mujer que estaba debajo de eí l. Era Olympia. Su oscura piel se veíía pegajosa por el sudor, pero teníía la cabeza apoyada en las almohadas, pareciendo una reina como siempre. Tambieí n vio a Cora, y la miroí con cuchillas en los ojos mientras se dirigíía a Andrea: —Estaí listo. Suí bete. —Sus tonificados brazos tiraron de Armand bajo ella y Andrea se inclinoí hacia adelante, subieí ndose a la cama. Armand no la habíía visto, y Cora preferíía que siguiera asíí. Retrocedioí hacia el pasillo antes de que Olympia pudiera avisarle a alguien sobre su presencia. Pero Andrea notoí el movimiento de la puerta y la llamoí , entrecerrando los ojos en la oscuridad. —Entra, carinñ o, hay mucho espacio en la cama. Dando marcha atraí s fuertemente, Cora se giroí y se dirigioí hacia el otro lado del pasillo, esperando que la alta drag queen no decidiera perseguirla e insistirle en que se uniera. Pasoí por una segunda puerta que se habíía abierto, pero no miroí . El ruido de los gemidos y los lloriqueos hacíían que pareciera una entrada al infierno, pero estaba segura de que los ocupantes se lo estaban pasando en grande. Se apresuroí a pasar. El pasillo giroí y finalmente, ¡las escaleras! Terminoí en la cocina, asíí que debioí haber sido una escalera de servicio. Miroí a su alrededor. ¿Doí nde estaban todos? Sus ojos se dirigieron al reloj digital en la estufa.1:30 a.m. En serio, ¿doí nde estaban todos? Maí s importante auí n, ¿doí nde estaban sus guardaespaldas, sus zapatos, su celular y bolso? Estaba lista para largarse de allíí y acurrucarse en su cama en su apartamento. Esta noche tal vez romperíía su regla y dejaríía que Brutus durmiera a su lado en el colchoí n. Le vendríía bien un poco de consuelo como resultado de acurrucarse, aunque solo fuera con su Gran Daneí s. Continuando con su buí squeda, salioí de la cocina. Las luces estaban bajas y todo lo que podíía oíír era una muí sica sexy y vibrante. Sin pensarlo, encendioí una luz del techo y jadeoí , con la mano disparaí ndose hacia su boca. La sala y el comedor de Olympia estaban llenos de gente desnuda. Algunos la miraron brevemente cuando las luces se encendieron,


pero el resto se encontraba demasiado atrapado en la agoníía de la lujuria para prestar atencioí n. Por su parte, Cora no podíía moverse. Íncluso su mano estaba congelada sobre el interruptor de la luz. La comida habíía desaparecido de la mesa, dejando sitio para el largo y sexy cuerpo de una mujer desnuda temblando de placer mientras las bocas de tres hombres recorríían su paí lida piel. Uno de ellos se dio brevemente la vuelta, agarrando una cucharada de crema batida espesa para frotarla sobre sus erectos pechos y despueí s lamerla. Detraí s de ellos habíía varias parejas abrazaí ndose y besaí ndose mientras se apoyaban en la pared. Justo frente a Cora, una de las parejas se enganchoí cuando el hombre levantoí a la mujer y empezoí a embestirla, presionaí ndola contra la pared. Ella gimioí y le envolvioí las piernas alrededor de su cuerpo desnudo, clavaí ndole las unñ as en sus musculosos hombros y pidieí ndole que fuera maí s raí pido. Por encima de todo eso, Anna estaba sobre el brazo de un gran silloí n desnuda, con su caracteríístico labial rojo, observando los acontecimientos con una sonrisa satisfecha. Sentado debajo de ella estaba Max Mars con sus piernas abiertas y una mujer arrodillada entre ellas. Mientras Cora miraba, la estrella de cine se acercoí a Anna y ella se bajoí , de modo que se encontroí de pie en el cojíín del silloí n con una pierna levantada en el reposabrazos y a horcajadas sobre el rostro de Max. Agarrando su pelo rubio, ella empujoí su pelvis hacia adelante, con su cabeza cayendo hacia atraí s mientras la boca de eí l se movíía entre sus piernas. Cora se sonrojoí tanto que estaba segura de que su cara iba a explotar. Marcus siempre se habíía burlado de ella diciendo que era ingenua y recatada. Pero incluso despueí s de dos anñ os viviendo en la ciudad y viendo a Armand coquetear con cada criatura caliente que se movíía y a Olivia deleitaí ndose en decir las cosas maí s graí ficas para avergonzarla… Cora todavíía no estaba preparada para esto. —Vamos, nena. —El hombre de la crema batida le hizo senñ as y, cuando continuoí congelada, eí l sonrioí —. Oh, ya entiendo. Ten, quedan unas cuantas. —Dejoí el cuenco de la crema batida en el aparador y alcanzoí una bolsita llena de pííldoras blancas—. Una de estas te relajaraí enseguida. Cora no pudo encontrar aire para hablar. El hombre agitoí la bolsa con impaciencia.


—A Olympia no le importaraí . Las consiguioí para todos nosotros. —Un desgarbado Adonis se acercoí a ella; sonreíía mientras ella lo miraba con los ojos bien abiertos. Sus ojos verdes eran cautivantes y teníía unas largas pestanñ as. —Aquíí, hermosa. —Tomoí una pastilla de la bolsa y se la ofrecioí —. Te llevaraí al paíís de las maravillas. Un chillido pudo habeí rsele escapado de la garganta. Se alejoí , pero no dejoí de mirar fijamente la pííldora que era ideí ntica en forma y color a las que Armand le habíía dado. —Cora. —Escuchoí a alguien llamaí ndola y miroí al otro lado de la sala, agradecida por la interrupcioí n. Al principio sus ojos se dirigieron a Anna y Max Mars. Anna se habíía desplomado en el sofaí con su cuerpo arqueado sobre el brazo del silloí n mientras el hermoso y musculoso torso de Max se elevaba sobre ella. La mujer que habíía estado entre sus piernas ahora estaba arrodillada detraí s de eí l, dando lo mejor para lamerlo mientras eí l embestíía a Anna agresivamente. Cora apartoí a reganñ adientes sus ojos del tríío, mirando al otro lado para ver al hombre que la habíía llamado por su nombre. Era un hombre con un traje verde oliva, atractivo excepto por su pelo, con inusuales mechones rubios como puí as. Oh, mierda. Era Pelo de puí as. El matoí n de Philip Waters, el que habíía estado allíí cuando fue secuestrada. Cora ni siquiera se detuvo para preguntar queí era lo que estaba haciendo allíí. Su mano se disparoí para apagar las luces. Cuando toda la sala se oscurecioí , se apartoí del hombre que le ofrecíía la pííldora y volvioí a la cocina, escapando del hombre que la habíía llamado.

CAPÍÍTULO 21

Alrededor de la mesa del alcalde, la conversacioí n se detuvo mientras todos los invitados esperaban a que el pobre comisario terminara su bocado. —Entonces, esta nueva droga, ¿coí mo se llama? —dijo Claudius, el diplomaí tico, tan pronto como parecioí que el hombre podríía estar cerca de tragar. Le dio otro mordisco al pescado mientras esperaba escuchar la respuesta. Habíía terminado casi la mitad de su plato, sin postergar su comida como el resto de la multitud debido a la conversacioí n. Mirando nerviosamente a Zeke, el comisario respondioí : —En las calles se le llama ahora A, o Bro, o Brew. Abreviatura


de Ambrosíía. —Suena encantador —dijo la esposa de Claudius, con una sonrisa hacia su marido—. ¿Causa una excitacioí n extrema? Si el uí nico costo es un pequenñ o dolor de cabeza, podríía ser algo que querríía probar. —Terminoí con una maliciosa mirada hacia Zeke—. Si no fuera ilegal, por supuesto. —El deseo sexual es un impulso poderoso —dijo el profesor—. Las emociones no expresadas nunca mueren, sino que son enterradas vivas y salen maí s tarde de las formas maí s feas. Suprimimos nuestros deseos de encajar en la sociedad, pero cuando lo hacemos por demasiado tiempo, la sociedad puede colapsar. —Es de Freud, ¿no? —Zeke reconocioí la cita. El profesor asintioí con la cabeza, luciendo satisfecho de que alguien hubiera captado la referencia y levantoí su copa hacia la esposa de Claudius. —Como ve, una mujer como usted, que mantiene oculto su deseo sexual, podríía ser peligrosa para todos. Se rio encantada y el resto de la mesa parecioí impresionarse con las reflexiones del profesor. Zeke apenas evitoí poner los ojos en blanco. A su juicio, el profesor bajoí unos cuantos escalones. Habíía conocido a acadeí micos como eí l, charlatanes engreíídos que solo eran relevantes para la burbuja del campus en la que vivíían. Aquel fue el uí ltimo pensamiento que tuvo antes de jadear involuntariamente y encorvarse un poco. Joder, su estómago. Un calambre le atravesoí el estoí mago para luego irradiarse al resto de su cuerpo. —Carinñ o, ¿queí pasa? —Oyoí decir a la esposa de Claudius. Mirando a traveí s de sus ojos llorosos, Zeke vio a Claudius colapsar hacia adelante de cara contra su comida, atragantaí ndose. Ayuda. Necesitaba ayuda. Pero cuando Zeke abrioí la boca para gritar por ayuda, todo lo que logroí fue otro desesperado y asfixiante gorjeo. El dolor. Zeke nunca habíía sentido algo tan intenso. Dios, iba a morir. ¡Íba a morir! Zeke se desplomoí y los platos y cubiertos volaron. Sus socios de la cena saltaron mientras su mano se poníía ríígida, agarrando el mantel mientras se hundíía lentamente en el suelo. —¿Senñ or alcalde? —La voz del comisario fue un grito lejano. La visioí n de Zeke se volvioí borrosa y rezoí para desmayarse porque el dolor, oh mierda. Sus ojos se abrieron de par en par


cuando otro espasmo le atravesoí el estoí mago. El profesor se agachoí a su lado. —¡Llamen a una ambulancia! —gritoí con su marcado acento. —¿Se estaí ahogando? —Alguien gritoí . El profesor miroí fijamente a Zeke y eí l quiso rogarle que le ayudara, que hiciera algo, maldita sea. Pero todo lo que el hombre dijo fue: —No lo creo. —Miroí hacia la mesa—. ¿Dos asfixiados al mismo tiempo? No puede ser una coincidencia. Una mujer gritaba y Zeke se percatoí por su vista perifeí rica que se trataba de la esposa de Claudius. Su marido tambieí n se habíía desmayado. —¡Senñ ora! —El profesor le gritoí desde el suelo junto a Zeke—. ¿Su marido es aleí rgico a un alimento? Zeke no escuchoí su respuesta. Todo lo que supo fue que, al instante siguiente, el profesor habíía sostenido su cabeza y le ordenaba a alguien: —¡Toma sus pies, ahora! Debemos llevarlo al auto. —Pero, la ambulancia… —Seraí demasiado tarde. Debemos irnos. Ahora. —¿Queí hay del signore Claudius? —Ya estaí muerto. ¡Ahora date prisa o perderemos al alcalde tambieí n!

CAPÍÍTULO 22

¿Pelo de púas? ¿Aquí? Maí s tarde Cora podríía preguntarse por queí y coí mo. No iba a permitirse ser una vííctima de nuevo. Corrioí al patio. Y mientras rodeaba la casa, tropezoí con las piernas extendidas de un hombre. —¡Oh! —gritoí y se llevoí la mano a la boca. Porque era Slim. Tendido e inconsciente. ¿Estaba…? ¿Estaba…? Se dejoí caer y le puso los dedos a la altura de la garganta. Pero antes de sentir los latidos de su corazoí n, sintioí su pecho moverse de arriba a abajo. Estaba respirando. Pero bajo la luz de las laí mparas del patio trasero, vio un pequenñ o chorro de sangre en el lugar donde se habíía dado un golpe en la cabeza. Entre lloriqueos revisoí los bolsillos del hombre, pero quien lo hubiera noqueado y atado debioí haber tomado su arma y su teleí fono. ¡Maldita sea! Fue hasta despueí s de mirar maí s de cerca que se percatoí de que sus manos y pies estaban atados. Pero, aunque pudiera desatarlo, no habíía forma de que pudiera cargarlo. Sus opciones eran: volver a


entrar e interrumpir a sus amigos que estaban… ocupados, o ser posible y nuevamente secuestrada por Pelo de puí as. Mierda. O podíía correr y esperar que quien hubiera noqueado a su guardaespaldas no regresara para terminar su trabajo. —Te buscareí ayuda —le susurroí a Slim, como si eso fuera a cambiar las cosas—. Volveremos por ti. Mierda, ¿cuaí nto tiempo habíía estado agachada allíí, expuesta? Era hora de volver a moverse. Descalza, escapoí a traveí s de la hierba y corrioí directamente hacia el follaje junto a la cerca trasera, ajena a los arbustos espinosos raspaí ndola. La infancia en el campo le habíía ensenñ ado coí mo trepar un aí rbol. Lo cual hizo ahora, agarraí ndose a una rama baja y balanceaí ndose hasta que sus piernas se sostuvieron. Subioí maí s y maí s alto mientras esperaba que uno de los soldados de Waters la derribara en cualquier momento. Pero fue lo suficientemente raí pida para subir y caer del otro lado de la cerca que dividíía la casa de Olympia de la de su vecino. Magullada y cojeando un poco por el impacto de caer descalza, corrioí alrededor de la casa y se escabulloí a la calle. Despueí s de correr unas cuantas calles por la acera, disminuyoí la velocidad y la realidad la impactoí . Mierda. No teníía dinero, las palmas de sus manos estaban magulladas, no teníía zapatos ni teleí fono. Su guardaespaldas estaba herido, tal vez incluso muerto si Pelo de puí as decidíía volver y terminar el trabajo… todo por su fríívolo deseo de ir a una fiesta. Íntentaba fingir que si cerraba los ojos y deseaba que todo desapareciera, la realidad de quieí n era ella desapareceríía. Pero no funcionaba asíí. Habíía sido tonta e infantil y ahora personas podríían salir heridas por su culpa. Conteniendo las laí grimas, intentoí pensar y estudiar la situacioí n de su entorno. En este momento el autocastigo no le haríía ninguí n bien a nadie. Armand, Anna, Olympia, el hombre de Waters… se los sacoí a todos de la cabeza para poder pensar queí hacer. Se encontraba en Park Avenue; no el mejor lugar para estar en New Olympus despueí s de la medianoche, pero tampoco el peor. Habíía un lugar cercano que conocíía bien, el hotel Crown, donde Marcus teníía su pent-house. Despueí s de orientarse, se deslizoí por los callejones traseros, movieí ndose tan raí pido como pudo mientras auí n buscaba vidrios


rotos que pudieran cortarle los pies. Cuando la brillante y dorada fachada del gran hotel aparecioí , casi sollozoí . A pesar de lo tarde que era, la puerta estaba ocupada por los hueí spedes que regresaban. El portero titular, Alphonse, la reconocioí . —Senñ ora Ubeli, ¿queí ...? —Sus ojos se abrieron de par en par al ver sus pies descalzos y sus brazos aranñ ados—. Venga —dijo, envolvieí ndola en su abrigo y llevaí ndola raí pidamente adentro. Mientras la tela rozaba sus brazos desnudos, Cora caminoí lentamente hacia el ascensor con la cabeza gacha, agradecida por su ayuda. —No tengo mi tarjeta de acceso —dijo, sintieí ndose desesperada. —No es problema alguno, senñ ora Ubeli. Su marido querraí verla enseguida. —¿Estaí aquíí? Perdíí mi celular. Estaba en una fiesta y… se descontroloí . —Ah —dijo el portero en un tono amable—. No importa. Ahora estaí en casa a salvo. Usoí su propia tarjeta para llevarla al piso del pent-house, dejaí ndola sola despueí s de haberle insistido en que se encontraba bien. Las luces del pent-house parpadearon en cuanto entroí . No habíía estado aquíí desde… Sacudioí la cabeza, asimilaí ndolo todo. El lugar estaba limpio y perfecto, pero con las criadas viniendo a diario aquello no era una sorpresa. Lucíía igual, y la nostalgia la golpeoí fuerte. Usando el teleí fono del hotel, llamoí al nuí mero que conocíía… el teleí fono de Marcus. Se fue directo al buzoí n y dejoí un mensaje con la voz temblaí ndole: —Hola, soy yo. Algo salioí mal en la fiesta donde estuve esta noche. Nunca debíí haber ido. Fue una estupidez, pero no penseí … Como sea, uno de los hombres de Waters estaba allíí. Slim estaí herido… No supe coí mo ayudarlo, asíí que lo dejeí y corríí y ahora estoy en el pent-house. Perdíí mi teleí fono —terminoí torpemente—. Llaí mame. Despueí s de ir al banñ o y lavarse los pies sucios, se quitoí el pequenñ o vestido negro y se miroí en el espejo. Su sexy maquillaje ahora parecíía una burla. Se lo limpioí y tiroí su vestido a la basura. Se miroí a síí misma en el espejo, haciendo una lista de lo que hasta ahora habíía sido su semana.


Secuestrada, drogada, traicionada. Se habíía mudado a un nuevo apartamento y habíía conseguido que casi mataran a un guardaespaldas. Se miroí a síí misma. —Queríías tu propia vida, ¿eh? Cerroí los ojos y soltoí un largo suspiro a traveí s de sus dientes. Era hora de dejar de correr y crecer. Esta vez de verdad. Necesitaba hablar con Marcus y resolver las cosas. EÍ l merecíía saberlo todo. Ella no sabíía lo que eso significaba para su relacioí n o lo que queríía que significara… Y necesitaba enfrentarse a Armand. Las pííldoras que le habíía dado… Lo que le estaba sucediendo a las personas de la fiesta se parecíía mucho a lo que le habíía pasado a ella la noche en que caminoí dormida. Armand le habíía mentido. Le dijo que eran pííldoras para dormir cuando en realidad… ¿Coí mo pudo hacerle eso? Y luego, para colmo, ¿la invitoí a una fiesta como esa? EÍ l teníía que saber en lo que aquello se iba a convertir, con todos ellos repartiendo las pííldoras como si fueran caramelos. Y eí l ciertamente habíía estado participando con entusiasmo. Cora se frotoí los ojos y se dirigioí al armario. Su ropa estaba tal como la habíía dejado. Marcus no habíía movido nada. Abrioí uno de sus cajones y sacoí una de sus camisetas, llevaí ndosela a la cara e inhalando. El olor familiar de su detergente la hizo sentir tranquila y desesperada al mismo tiempo. Se metioí maí s en el armario y pasoí las manos por encima de sus sacos. Siempre era tan fuerte. A ella le vendríía bien un poco de fuerza ahora mismo. Finalmente se puso un par de jeans, haciendo un pequenñ o gesto de dolor por los rasgunñ os en sus piernas. Se puso una simple camiseta blanca y salioí a revisar el reloj otra vez. Casi las 2:00 a.m. No habíía llamadas. Esperando, observoí el reloj hasta que se convencioí de que vio titubear al segundero. Seguramente Marcus ya habíía recibido su mensaje. O dondequiera que se estuviera escondiendo, ¿ni siquiera teníía teleí fono? ¿Y Sharo? ¿Doí nde estaba? Pero Alphonse dijo que Marcus se encontraba aquíí. ¿O lo habíía asumido? Una gran parte de Cora esperaba en secreto que este fuera su piso franco… que hubiera dicho que se iba a esconder, pero que en realidad se habíía escabullido al hotel para esperar aquíí. Fruncioí el cenñ o, mirando a su alrededor. Durante su matrimonio, a Marcus sí que le gustaba hacer ejercicio antes de acostarse, y


normalmente optaba por la piscina privada del pent-house. ¿Quizaí s estaba aquíí y habíía subido para nadar un rato? Vale, asíí que quizaí s ahora estaba tratando de encontrar una aguja en un pajar, pero teníía que comprobarlo. Cualquier cosa era mejor que sentarse allíí sin hacer nada. Caminando cautelosamente con sus pies desnudos y raspados, salioí del pent-house y subioí las escaleras hasta el uí ltimo piso. El uí ltimo piso del hotel Crown teníía un spa y un gimnasio para los hueí spedes maí s selectos, ademaí s de un patio al aire libre y unas cuantas piscinas pequenñ as y poco profundas tambieí n al aire libre, junto con la piscina olíímpica cubierta. Atravesoí lentamente el aí rea de entrenamiento completamente a oscuras a esta hora de la noche, y luego a traveí s del vestidor de mujeres. Las luces se encendieron cuando pasoí por allíí. En su cabeza practicoí la conversacioí n que tendríía con Marcus. Sabíía que se enfadaríía. Dos pequenñ os errores eran suficientes para ella durante una semana. Su insistencia en que la dejaran sola para vivir su propia vida sonaba estuí pida ahora. Ademaí s, ¿seríía realmente tan malo estar refugiada a solas con eí l? Toda la semana habíía estado tan perdida y sola sin eí l. La piscina yacíía bajo un enorme techo de cristal; era un pozo oscuro que no pudo dejar de mirar. En un momento estaba mirando fijamente las profundidades, tan oscuras como el alquitraí n, y al siguiente las luces parpadearon y… —¡Marcus! —gritoí —. ¡No! Un hombre flotaba boca abajo en el agua azul, completamente vestido con un traje oscuro como los que colgaban en el armario de su marido. Corrioí hacia el borde de la piscina. —¡Marcus! Su oscuro pelo ondeaba suavemente alrededor de su cabeza sumergida y sus extremidades estaban completamente extendidas, inertes en su totalidad. Cora no se detuvo a pensar. Saltoí al agua y nadoí hacia su marido con todas sus fuerzas. Solo cuando se acercoí vio la sangre enturbiando el agua a su alrededor. —¡Marcus! —gritoí mientras lo agarraba y le daba vuelta. Dejoí escapar otro chillido, sacudieí ndose hacia atraí s. El hombre estaba muerto. Lo habíían golpeado en la cabeza.


Pero no era su marido. No era Marcus. —Cora —llamoí Sharo y ella se dio la vuelta en el agua—. Sal de ahíí. Vamos. Date prisa. Cora nadoí hacia la parte menos profunda con laí grimas obstruyeí ndole la visioí n. —¿Doí nde estaí Marcus? ¿Estaí a salvo? Sharo la encontroí al borde de la piscina, agarraí ndole el codo y arrastraí ndola fuera del agua. —Acabo de hablar por teleí fono con el senñ or Ubeli. Estaí bien. Pero ese hombre estaí muerto. Y no deben verla aquíí. —La voz de Sharo era tan profunda que a Cora se le dificultoí entender. Sacudioí la cabeza mientras miraba fijamente sus negros ojos, perpleja. Marcus estaba a salvo. Pero un hombre estaba muerto. Todo estaba sucediendo demasiado raí pido. —¿Quieí n es eí l? —No lo seí . —Sharo emitioí un sonido impaciente mientras se agachaba y pasaba un brazo por debajo de sus rodillas, levantaí ndola—. Tenemos que salir de aquíí. La sangrienta escena de la piscina se alejoí hasta que Cora termino vieí ndola en su mente. Presionoí su cara contra el caí lido hombro de Sharo. Lo estaba mojando todo, arruinando su traje, pero no le importaba. De vuelta en el pent-house, Sharo la bajoí y ella hizo un gesto de dolor cuando sus pies golpearon el suelo, pero no tomoí asiento cuando Sharo le indicoí que debíía hacerlo. Estaba empapada, goteando por toda la alfombra. Sharo ya sosteníía un teleí fono desechable en su oíído. —La tengo —dijo sin saludar. —¿Es Marcus? Quiero hablar con eí l. —Cora podíía sentir el crepitar de su cerebro con los eventos de la noche quemaí ndole tan profundamente la memoria. Sharo le respondioí con una sacudida de cabeza. Cora se puso de pie delante de eí l, con su cuerpo ensombrecido por su corpulencia. Terminoí la llamada y la miroí fijamente, imponieí ndose con pantalones y camisa negros ajustada a su impresionante cuerpo musculoso. —No te alejes de míí hasta que llegue Marcus. —¿Queí hay del cuerpo? —Su voz salioí casi una octava maí s alta de lo normal, pero Cora se sintioí cerca del borde de su cuerda—. ¿Queí vamos a hacer?


—Nada. —No podemos no hacer nada. Tenemos que llamar a la policíía. —¿Y que nos acusen de asesinato? Hoy no. —Sharo pasoí su mano por su cabeza calva mientras la miraba—. ¿Queí estabas haciendo ahíí arriba? —Buscando a Marcus. —Arrugoí su frente, miraí ndolo fijamente. Teníía doscientos cincuenta kilos de muí sculo negro, y tan aterrador que la mayoríía de la gente ni siquiera lo miraríía. Cora queríía darle una bofetada—. No sabíía que iba a ser peligroso. —Apuesto a que el cuerpo en la piscina te ayudoí a ver que no era asíí —dijo sarcaí sticamente y ella se enfurecioí . —¡No es gracioso! —Por supuesto que no es malditamente gracioso. —Sharo se acercoí a su espacio—. Pudiste haber sorprendido al asesino, o recibir una bala. Tienes suerte de estar viva. —Ese hombre… ¿quieí n es? —No seí , probablemente alguí n pobre con traje que se emborrachoí abajo esta noche. Cora inhaloí . —A nuestros enemigos no les importa la cantidad de cuerpos. — Observoí su cara paí lida y se detuvo, sopesando su siguiente declaracioí n—. Es un mensaje para Marcus de sus enemigos. No pueden encontrarlo, asíí que consiguen a un sujeto de complexioí n y color de cabello parecidos a Ubeli. Encontramos el cuerpo; recibimos el mensaje. Mordieí ndose el labio inferior para no gritar, Cora apenas se atrevioí a preguntar: —¿Queí mensaje? —Amenaza de muerte. Objetivo: Ubeli. Ahora, ve a cambiarte esa ropa mojada antes de que te resfrííes y el jefe me mate por no cuidarte bien. Cora asintioí , balanceaí ndose sobre sus pies. —Dios, mujer, sieí ntate. —La tomoí por los hombros y la condujo hasta un sofaí de cuero. Cora deberíía protestar. El agua clorada podríía estropear el cuero… Pero antes de que pudiera decir algo, Sharo salioí de la habitacioí n y volvioí con otra de las camisetas de Marcus y un par de sus calzoncillos. Con la gentileza de una madre, la puso de espaldas a eí l y le quitoí la camisa para sustituirla con la de Marcus. Despueí s la sujetoí


mientras ella se poníía de pie y se quitaba los jeans. EÍ l miroí hacia otro lado mientras se los quitaba y se poníía los calzoncillos negros. La tomoí del codo para que nuevamente se sentara. Se sentoí a su lado y, sin decir nada, le puso los pies en su regazo para inspeccionarlos. Despueí s de un segundo, grunñ oí molesto y se puso de pie de nuevo, tomaí ndola en sus brazos. —¿Queí …? —Observoí su sombríío rostro y se calloí . La puso en el lavabo del banñ o y buscoí suministros de primeros auxilios. Encontroí el botiquíín y le levantoí el pie para empezar a tratar sus heridas. A mitad de camino, su teleí fono sonoí y comproboí el mensaje. —Fats terminoí con la fiesta. —¿Síí? ¿Slim estaí bien? Sharo parpadeoí hacia ella. —¿Te refieres a Jorge? —¿Al companñ ero de Fats? Lo llamo Slim —dijo Cora. Sacudiendo la cabeza, Sharo volvioí a limpiar sus heridas. —Tienes suerte de ser linda. —¿Queí se supone que significa eso? —Se mordioí el labio para no gritar cuando el antiseí ptico que le aplicoí comenzoí a picar. —Significa que eres una puta patada en las bolas, pero lo soportaremos. —Sharo terminoí con una pomada calmante para despueí s comenzar a vendar. Se puso a trabajar en las feas marcas rojas que obtuvo al subir a ese aí rbol durante un ataque de paí nico. —Dios, mujer —murmuroí , girando sus pantorrillas de un lado a otro antes de tratar los aranñ azos. Cora se quedoí quieta, tratando de no hacer una mueca de dolor. —No sabíía que iba a ser una orgíía —dijo en voz baja. —Síí, claro. —En serio —insistioí —. Y obviamente tampoco sabíía que el hombre de Waters iba a estar allíí. ¡No habríía ido si hubiera sabido que seríía peligroso! —Empezoí a tratar de levantarse desde el mostrador, pero Sharo la agarroí de la cintura para mantenerla quieta y evitar que se moviera, para asíí poder encararla. —Como si no hubieras ido por gusto al club de striptease del enemigo. No era justo. Aquello habíía sido completamente diferente. —¡Una chica estaba desaparecida! ¡Queríía ayudar! —le gritoí , sin importarle que su gran rostro enojado estuviera a solo unos centíímetros de distancia.


—Tienes que prestar maí s atencioí n de lo que te rodea. Te pusiste en peligro y fuiste para seguir hacieí ndolo. Hasta donde sabes, AJ sigue ahíí fuera, esperando su oportunidad. —Oh por favor, seí que AJ estaí muerto —dijo antes de poder detenerse—. Quiero decir, escucheí … —Se calloí ante la mirada perdida y aterradora de Sharo. —¿Queí sabes? —preguntoí en voz baja. Sin ira, sin intimidacioí n. Solo un silencio aterrador. El corazoí n de Cora se aceleroí , finalmente daí ndose cuenta del peligro. —Vi a Marcus matarlo. Me escondíí. Lo vi todo. Marcus lo matoí a golpes. —Por eso corriste —Sharo parecioí casi satisfecho—. No pudiste soportarlo. —Matoí a un hombre a sangre fríía. —Se agarroí del borde del mostrador. Los ojos negros de Sharo examinaron su cara. —El maldito se lo merecíía. —Crecíí en un mundo donde la gente llama a la policíía. Donde ellos se encargan de las cosas. —Síí, ¿para queí ? ¿Para que escorias como AJ tengan un juicio justo, libertad condicional? ¿Para que vuelvan a las calles? —Síí, si es asíí como funciona el sistema. —Síí, el sistema funciona a veces. Pero cuando no lo hace, nosotros lo arreglamos. —No pueden jugar a ser Dios, Sharo. —No podemos huir. No ahora. —Oh, síí, porque son mejores que los Titan —dijo Cora burlonamente—. Porque siguen un estuí pido coí digo… La mano de Sharo se movioí tan raí pido que Cora solo se percatoí de ella por el rabillo del ojo. Se estremecioí , pero no la golpeoí . En su lugar, le senñ aloí la cara con un dedo grueso. —Nunca le faltes el respeto al coí digo —dijo, y a Cora se le encogioí el estoí mago ante su tono. Podíía sentir la tensioí n del cuerpo de Sharo, pero cuando la levantoí de nuevo en sus brazos y la cargoí , sus brazos fueron suaves. La dejoí en la cama. —Descansa un poco. —Sharo, ¿doí nde estaí Marcus? ¿Cuaí ndo podreí verle?


—Estaí escondido. Ni siquiera yo seí doí nde estaí . Un total silencio hasta que eliminemos a Waters. —¿No me dejoí un mensaje? —No enviaraí nada a un teleí fono que pueda ser rastreado. Pero si quieres un mensaje, te lo dareí : queí date aquíí, permanece en silencio. —Sharo la miroí , obviamente notando los oscuros cíírculos bajo sus ojos—. Y duerme un poco. —Genial, oí rdenes. Definitivamente Marcus. —El pent-house estaba en silencio, excepto por ellos dos—. No tienes que cuidarme personalmente. Estoy segura de que tienes mejores cosas que hacer. ¿O te tocoí la peor tarea? —No. La mejor. Tu seguridad es la maí xima prioridad ahora mismo. La cabeza de Cora se fue para atraí s. —¿Yo? Sharo se rio, sorprendieí ndola de nuevo. Esperaba que el suelo se abriera ante sus pies antes de siquiera ver a Sharo reíír. El gran hombre sintioí su confusioí n. —La familia siempre es lo primero. El viejo Ubeli pensaba lo mismo. Proteger el nuí cleo. —Se acercoí lentamente hasta que se elevoí sobre ella. Cora todavíía no se habíía movido—. El mundo puede inclinarse sobre su propio eje, pero cuando estaí s en casa, vuelves a estar de pie. Cora esperoí perfectamente quieta a que el gigante terminara lo que teníía que ser el discurso maí s largo de su vida. —Marcus y yo tomamos nuestra decisioí n hace mucho tiempo, cuando perdimos a toda la familia que habííamos tenido. Si alguien amenaza, lucharemos, sangraremos y moriremos antes de ver que aquello se lleve a cabo. Le agarroí la barbilla suavemente. —No tienes nada que temer, Cora. Marcus y yo somos duros porque tenemos que serlo. Estamos hechos para este momento. Su dedo se deslizoí bajo su barbilla, inclinaí ndola hasta que ella se encontroí con sus ojos. —Confíía en míí.

CAPÍÍTULO 23

Cora se encontraba acostada sobre su cama y la de Marcus, con la mejilla sobre la almohada y el cuerpo envuelto en las mantas. No dormíía, simplemente miraba el techo donde la pintura lisa se convertíía en una piscina con un cuerpo flotando en ella.


¿Queí habríía hecho si el cuerpo hubiera sido el de Marcus? Su pecho se apretoí inclusive al pensarlo. Reviviendo esos momentos en su cabeza cuando estaba tan segura de que se trataba de eí l, que lo habíía perdido, que todo habíía terminado… La respiracioí n se le aceleroí . No podíía… ¿Coí mo podríía vivir en este mundo sin eí l? Levantoí la cabeza cuando escuchoí voces afuera. Y ladridos. ¡Brutus! Saltoí de la cama sin importarle solo llevar puesta la camiseta y los calzoncillos de Marcus. Corrioí a la sala y se arrodilloí cuando vio a Brutus. Le rodeoí el cuello con los brazos y eí l ladroí felizmente, lamieí ndole la cara. Soltoí laí grimas tontas mientras abrazaba a su perro, riendo y acariciaí ndolo en la barriga mientras saltaba y se movíía entusiasmado por encontrarse vieí ndola de nuevo. El reencuentro fue tan dulce que Cora tardoí un segundo en darse cuenta de que Fats se encontraba sentado frente a Sharo en la sala de estar. Parecíía maí s viejo, cansado. La noche habíía pasado factura. El labio inferior de Cora tembloí al mirarlo. Era culpa suya que su companñ ero hubiera sido herido y ahora posiblemente… —¿Encontraron a Slim? —Slim se ha ido —dijo Sharo de manera concisa—. Desaparecioí . Waters debioí habeí rselo llevado. Cora se propuso no derramar maí s laí grimas. —Lo traeremos de vuelta —le dijo Fats. No parecíía que la culpara en absoluto—. ¿Estaí s bien? —Solo cansada. Lamento lo de Slim. Debíí haberme escondido con Marcus. —Los policíías estaí n rodeando el lugar —dijo Fats—. Encontraron el cuerpo en la piscina. —Les llevoí bastante tiempo. —Sharo no parecíía impresionado. —Diríía que bastante raí pido, considerando que todos estaí n preocupados con la situacioí n del alcalde —dijo Fats. —¿Queí situacioí n con el alcalde? —preguntoí Cora. Fats miroí primero a Sharo y el segundo al mano dio su consentimiento con la cabeza. Cora apretoí los dientes, pero escuchoí el informe. —Anoche el alcalde Sturm fue llevado al hospital. Creen que fue veneno. Tuvo una cena ya muy tarde por la noche; uno de sus


especiales de medianoche. Estaí en estado críítico y otro invitado murioí . —Cora —llamoí Sharo y ella fijoí sus ojos en el gran hombre—. Creen que Waters lo hizo. —¿Philip Waters? —Tambieí n le estaí n dando creí dito por el cuerpo de arriba. Al menos extraoficialmente. Cora queríía preguntar coí mo Sharo sabíía esto, pero recordoí sus lazos con la policíía y cerroí la boca. Fats coincidioí : —Dos golpes en una noche. Íntentar eliminar a un participante importante y amenazar al otro. Tiene que ser Waters. —Estaí s seguro de que no es mi… —Cora tragoí —. ¿Estaí s seguro de que no son los Titan? Sharo sacudioí la cabeza. —No tiene sentido. No tienen ninguí n motivo para golpear al alcalde. EÍ l no hizo nada para adelantar sus planes. —Entonces, ¿por queí estaba el hombre de Waters en la fiesta de anoche? —preguntoí Cora, sospechando que ella ya sabíía la respuesta. —Buscaí ndote —confirmoí Sharo, y, por mucho que lo intentoí , no pudo leer su penetrante mirada. Cora tragoí . —¿Y ahora queí hacemos? Fats se puso de pie. —Dejamos salir a este chico. —Movioí la cabeza hacia Brutus—. Íreí contigo. Necesito estirar las piernas un poco. Cora miroí a Sharo para pedirle permiso, quien asintioí con la cabeza. —Lleva al par extra de Sombras de abajo para que te sigan. Fats asintioí con la cabeza. Despueí s de un breve paseo por el parque frente al hotel, esperaron a que Brutus hiciera lo suyo mientras veíían las luces de las patrullas inundando la fachada dorada. —¿Vendraí n a interrogarme? —Probablemente no. Pero si lo hacen, te informaremos. —Fats le entregoí su celular—. Encontreí a ese sujeto con alas y tomeí tu bolso. Cora tomoí su teleí fono, evitando su mirada. —Gracias. No teníías por queí hacerlo.


—Teníía refuerzos. En realidad, el placer fue míío —sonrioí . —Sharo dijo que habíías terminado con la fiesta. —No. Simplemente encendíí las luces. Todo el mundo en gran medida habíía terminado. Con las mejillas calentaí ndosele, Cora dudoí . —No sabíía que de eso se trataba la fiesta. —Era importante para ella que Fats lo entendiera—. Y no queríía dejar atraí s a Slim. —Lo seí —dijo la Sombra, tan suavemente que se atrevioí a mirarle a la cara. Lo que vio allíí fue maí s aterrador que cualquier rencor. Devocioí n. Lealtad. Cora tragoí con fuerza. —De ahora en adelante seguireí las oí rdenes. —Vamos, no digas eso. —Fats le guinñ oí un ojo—. Es maí s divertido cuando no lo haces.

CAPÍÍTULO 24

Cora se despertoí con la boca seca y el corazoí n acelerado. Su mano estaba vibrando; era su teleí fono. Lo contestoí antes de darse cuenta de que era un nuí mero desconocido. —¿Hola? —Contuvo la respiracioí n, esperando que fuera Marcus. —¿Cora? Le llevoí un momento reconocer el dulce tono de su amiga. —¿Anna? ¿Eres tuí ? La voz de Anna sonaba tensa, deí bil. —Estoy en el hospital. —Oh, Dios míío. —Cora saltoí fuera de la cama. Las orejas de Brutus se levantaron al igual que su cabeza—. ¿Queí ha pasado? —Max se metioí en una pelea —se ahogoí —. Penseí que todo estaba bien. En la fiesta todos tomaron esas pííldoras y luego fue, no seí … fue como, libertad sexual, ¿sabes? Todo el mundo se besaba y follaba con todos los demaí s. Un grupo de nosotros volvioí a la casa de Max y penseí que seríía maí s de lo mismo. A Max le parecioí bien en la fiesta. Quiero decir, a todos. Pero un tipo empezoí a besarme y Max se puso furioso. Le dio un punñ etazo y tuvieron esta gran pelea, y un par de sujetos maí s se unieron… Hizo una pausa y Cora pudo oíírla llorar. —Y uno de ellos comenzoí a ponerse rudo conmigo, abofeteaí ndome y golpeaí ndome. Max ni siquiera se dio cuenta, estaba tan ocupado daí ndole una paliza al otro sujeto. —Anna, te vas a poner bien —dijo Cora con el corazoí n roto


mientras iba a su armario a buscar zapatos—. Dime en queí hospital; ya voy. —Colocando el teleí fono entre el hombro y la oreja, metioí sus pies vendados en sus tenis. —No quiero que me veas asíí. —El susurro de Anna estaba destrozado. —Anna, por favor. Deí jame estar contigo. —Cora ya estaba agarrando un gran bolso y metiendo en eí l lo esencial. Anna le dijo el nombre del hospital. —No se lo digas a nadie todavíía, por favor. —No lo hareí . Una Sombra se encontraba sentada en una silla junto a la puerta. No era Fats ni nadie maí s que ella conociera. Su cabeza se alzoí cuando Cora salioí corriendo de su dormitorio con su bolso de disenñ ador sobre el hombro para dirigirse a la cocina a ponerle agua y comida a Brutus. —Buen chico —le dijo al perro antes de correr hacia la puerta. La Sombra se puso de pie con la mandííbula como si estuviera listo para impedirle salir. Sin embargo, Cora habíía aprendido la leccioí n. No iba a ir a ninguna parte sin proteccioí n. —Necesito ir al hospital de inmediato —dijo y eí l parpadeoí . Agarrando una chaqueta del armario de los abrigos, salioí por la puerta—. Vamos. Una mano le agarroí el brazo antes de encontrarse a medio camino. Miroí hacia atraí s para ver a la Sombra fruncieí ndole el cenñ o. —Sharo dijo que tienes que quedarte aquíí. —Es una emergencia. —Vio oí rdenes militares en su rostro. —Yo conduzco —dijo eí l finalmente y ella asintioí . Su teleí fono sonoí de nuevo cuando casi llegaron al hospital. Esta vez se trataba de un nuí mero bloqueado. Marcus o Sharo llamando para reganñ arla. Durante su segundo de titubeo, un auto aparecioí de repente y Cora se deslizoí hacia delante en su asiento. La Sombra maldijo, extendieí ndose para mantenerla quieta. —Abroí chate el cinturoí n —ordenoí . Cora obedecioí con una mano en el panel de instrumentos. Silencioí su teleí fono con un golpe. Tan pronto como llegaron al estacionamiento de la sala de emergencias un par de minutos despueí s, ella abrioí la puerta. —Estareí dentro, puedes encontrarme allíí. Corrioí hacia el edificio. La Sombra no se quedaríía atraí s por mucho tiempo, y Cora no podíía dejar de repetir en su cabeza coí mo


la fuerte e intreí pida Anna habíía sonado casi destrozada en el teleí fono. Cora teníía que verla. Ahora. —Estaí en la habitacioí n 210 —le dijo una enfermera—. Se supone que no debemos dejar entrar a nadie, pero preguntoí por ti especííficamente. Eres su hermana, ¿cierto? —Claro —mintioí descaradamente—. Su hermana. Cuando la mujer la miroí de manera esceí ptica, Cora enderezoí los hombros y clavoí una mirada penetrante. —Tenemos padres diferentes. La enfermera asintioí con la cabeza y Cora corrioí por el pasillo hasta la habitacioí n de Anna. Tratoí de prepararse mentalmente para la situacioí n en la que podríía estar a punto de meterse. ¿Queí habíía pasado con el hombre que la habíía golpeado? ¿Quieí n la llevoí al hospital? ¿Y queí demonios le sucedíía a su supuesto novio que dejaba que una cosa asíí pasara frente a eí l y no la deteníía? Las luces se encontraban apagadas en la habitacioí n del hospital, pero Cora auí n podíía ver los moretones creciendo en la cara de su amiga, luciendo oscuros y horrible. El labio inferior de Anna tembloí cuando Cora se acercoí . —Hola —dijo suavemente. —Fue idea míía trasladar la fiesta a la casa de Max. Todo esto es culpa míía. Lo arruineí todo. —Shhh —Cora sacudioí la cabeza—. No, carinñ o, no es tu culpa. Tienes que saber que no fue tu culpa. Laí grimas recorrieron la cara de Anna y Cora sacoí un panñ uelo. Anna lo tomoí y limpioí su piel herida, haciendo un gesto de dolor. —No se ve tan mal —dijo Cora, examinando el semicíírculo negro sobre el hueso orbital. Anna se rio sin ganas. —Gracias. Eres mala mintiendo. —Sorbioí con la nariz—. Los meí dicos quieren que me quede toda la noche para asegurarse de que no tengo ninguna lesioí n en la cabeza. —¿Debido al golpe? —El sujeto tambieí n me tiroí al suelo. Me golpeeí la cabeza. No seí , recupereí la consciencia y vi estrellas. —Lo siento mucho, Anna. No tienes que hablar de ello si no quieres. —Tengo que decíírselo a alguien o me volvereí loca, pero no quiero que todo el mundo lo sepa. —Se inclinoí hacia atraí s en la almohada, girando la cabeza para ocultar el lado danñ ado de su


rostro. Contra la almohada blanca, su perfil era perfecto. —Despueí s de la fiesta fuimos a su casa… Todos nos divertííamos, bebííamos. Max bebioí mucho. Unos cuantos sujetos tomaron maí s de esas pastillas que todos habííamos tomado en la fiesta. Parecioí natural cuando nuestro amigo Nathan empezoí a besarme. Como horas antes. Pero Max se enojoí y empezoí a golpear a Nathan. Y uno de los amigos de Nathan decidioí que era mi culpa. —Se encogioí de hombros, haciendo un gesto de dolor ante el movimiento. —¿Y simplemente te golpeoí ? —Puede que haya gritado que eí l y todos sus amigos teníían penes pequenñ os y flaí cidos. Luego se me vino encima. —¿Max no lo detuvo? Los ojos de Anna se volvieron distantes. —Ni siquiera creo que pudiera verme. Estaba consumido por esta rabia. No habíía forma de llegar a eí l. Penseí que iba a matar al otro sujeto al que estaba golpeando. Alguien llamoí a la policíía. Aparecieron y se lo quitaron de encima a Nathan. Fue entonces cuando me vio e intentoí llegar a míí. —Anna se desplomoí sobre las almohadas—. Hicieron falta dos oficiales para sacarlo, estaba luchando mucho para llegar a míí. Pero me alegroí que se lo llevaran. Odio la violencia. Nunca podríía estar con alguien asíí. Se acaboí lo nuestro. Cora se mordioí el labio. Marcus era violento. Lo habíía visto golpear a alguien hasta la muerte y en el uí ltimo minuto no hubo policíías que se lo sacaran de encima a AJ. —Lo siento mucho —susurroí Cora, casi demasiado bajo como para que su amiga lo escuchara. Tomando una silla, le sonrioí a Anna hasta que ella finalmente le correspondioí con una triste sonrisa. —Gracias por venir. Ya me siento mejor. Los meí dicos van a hacerme una tomografíía y me quedareí toda la noche. —Eso suena muy serio, Anna. —Oh, es solo mi doctor siendo quisquilloso. —Anna levantoí un poco la cabeza y confesoí —: Es un antiguo cliente. —Ah. Asíí que estaí s en buenas manos. —Sonrioí y puso su bolso en su regazo—. En ese caso, es bueno que te haya traíído algo para que te sientas maí s normal —sacoí una pequenñ a camisola, pantalones cortos de pijama, un cepillo de dientes auí n en su estuche y un libro—. Y apenas uso este maquillaje. —Cora agitoí


una pequenñ a caja de sombra de ojos y brillo de labios. Cuando miroí hacia arriba, los ojos de Anna brillaban con laí grimas contenidas. —Gracias. Por todo. Es agradable tener a alguien que se preocupe. —Mucha gente se preocupa por ti, Anna. Olivia, Armand, casi todos los que te conocen te aman. —Max no. —Su voz vaciloí —. Nunca dijo que me amaba. —Max es un retorcido y estuí pido hijo de puta. —Cora se sorprendioí a síí misma por su propia intensidad. —Vaya. Nunca te he oíído usar palabrotas. No imagineí que sabríías alguna. —Vamos, vivíí con Olivia durante un mes y medio. —Cora sonrioí —. Aprendo raí pido. Y en serio, Max Mars no es digno de ti. Si hubiera justicia, alguien le daríía una patada en el culo y le ensenñ aríía a tratar a una dama. Anna asintioí y suspiroí . —O atarlo y hacer que vea sus propias pelíículas una y otra vez —dijo Cora con una sonrisa malvada. Anna se rio, y esta vez, sonoí sincero. —Eso seríía realmente cruel.

CAPÍÍTULO 25

Marcus irrumpioí en el pasillo del hospital. Habíía estado corriendo durante los uí ltimos cuarenta y cinco minutos desde que recibioí el mensaje de que Cora habíía ido al hospital por una “emergencia”. Fue todo lo que su hombre pudo decirle. Y que habíía estado caminando erguida cuando entroí en el hospital. Pero eso fue todo. La enfermera del mostrador no le dio maí s informacioí n a su hombre, declarando que no era de la familia y diciendo que llamaríía a seguridad si no se retiraba. Ella continuoí dando evasivas hasta que el propio Marcus llegoí , llamando al jefe de personal del hospital, un hombre que le debíía maí s de un favor. Asíí que para cuando Marcus llegoí allíí, todo el mundo estuvo sobre eí l para guiarlo a donde necesitaba ir. Y ahora, al final del largo pasillo, sentada en el suelo con la cabeza en las manos, estaba su esposa. —Cora. Su cabeza se sacudioí hacia arriba mientras Marcus corríía por el pasillo en su direccioí n. Se agachoí delante de ella mientras se limpiaba los ojos.


—¿Estaí s bien? —preguntoí con el corazoí n al líímite, aunque pudo ver con sus propios ojos que estaba sana y salva—. Mi hombre dijo que necesitabas venir al hospital. Cora hizo un gesto de dolor. —Yo no. Anna. Un hombre la golpeoí . Debíí haberme explicado. ¿Queí hombre se habíía atrevido a ponerle una mano encima a la amiga de su esposa? Lo averiguaríía y le haríía pagar. —¿Estaí bien? —No. —Los ojos de Cora estaban llenos de laí grimas, pero inclinoí la cabeza hacia atraí s para no derramarlas—. Se golpeoí la cabeza bastante fuerte cuando la tiroí al suelo. Es por eso que se quedaraí durante la noche. Los moretones desapareceraí n en un tiempo. El hombro se le dislocoí y tiene una conmocioí n cerebral. Cora se encogioí de hombros una o dos veces, y luego se le arrugoí la cara. —Lo siento. —Sollozoí ligeramente, llevaí ndose la mano a la su cara—. Es difíícil verla asíí. Marcus se podíía identificar con ella, si era algo parecido a lo que sentíía viendo a Cora tan destrozada. Su pecho se sentíía apretado y todo lo que queríía hacer era arreglarlo. Ella estaba temblando, y la idea de que estuviera sentada allíí sola en ese suelo fríío y antiseí ptico era suficiente para volverlo loco. Se quitoí el saco de su traje y lo colocoí sobre sus hombros. Sus dedos se aferraron a la prenda como un salvavidas mientras se la poníía alrededor y se apoyaba en el pecho de Marcus mientras lloraba. EÍ l esperoí . Exhaloí ; la tensioí n que habíía estado cargado durante toda la semana desde la uí ltima vez que vio a Cora, finalmente se estaba aliviando. Habíía sido un infierno, sentado en ese piso franco sin poder comunicarse con nadie, sin saber doí nde estaba o coí mo estaba, o si estaba a salvo. Habíía terminado de ser el Senñ or Agradable. Cora iba a volver con eí l. El uí nico lugar en el que estaba ella a salvo era a su lado. EÍ l era la uí nica persona a la que le confiaba su seguridad. Su vida. Cuando sus laí grimas finalmente cesaron, Marcus tomoí su panñ uelo y le limpioí la cara, observaí ndola cuidadosamente. —¿Queí dijeron los meí dicos? —Quieren que ella hable con un policíía. Presentaraí cargos. Y romperaí con su novio que estaba demasiado involucrado en una pelea para darse cuenta de lo que sucedíía y detenerlo. Max Mars.


—Ninñ o bonito. Sus pelíículas apestan. Cora no pudo evitarlo y terminoí por reíírse con tristeza. —Síí, eí l apesta mucho. Marcus tomoí su mano y se la llevoí a los labios. Queríía tomarla en sus brazos o mejor auí n, arrojarla sobre su hombro y arrastrarla a un soí tano donde estaba seguro que estaríía a salvo. En vez de eso, se forzoí a síí mismo a soltar su mano despueí s de darle el maí s breve beso. No sabíía queí hacer con las dos voces agitaí ndose dentro de eí l; una gritaí ndole para que siguiera sus impulsos baí rbaros y la otra susurrando para luchar por su buen proceder. Las cosas en su vida solíían ser simples. Todo muy definitivo. Pero despueí s de conocer a Cora, nunca pudo volver a lo simple. Ella era hermosa y maravillosamente compleja. Brillaba con la luz del sol de mediodíía y proyectaba un prisma de colores sobre su vida previamente incolora. No podíía volver al blanco y negro despueí s de vivir a todo color. ¿Pero coí mo podíía dejarla libre y tambieí n obligarla a hacer lo que queríía que hiciera? ¿Queí necesitaba que ella hiciera para que supiera que estaba a salvo? Cada díía desde que ella lo dejoí , Marcus solo se impacientaba maí s y maí s, cruzando esa delgada líínea. Pero aun asíí sabíía, en alguí n lugar en el fondo, que la uí nica manera de que funcionara era que ella lo eligiera a eí l. Cora teníía que elegir su vida juntos. Sus ojos hinchados y llenos de laí grimas se encontraron con los de eí l, repentinamente arrugados por la preocupacioí n. —¿No deberíías estar escondido? —Necesitaba asegurarme de que estabas bien. —Oh. —Fruncioí el cenñ o—. Supongo que todavíía estoy compitiendo para ser la peor esposa de la historia. —Su labio inferior tembloí . Marcus exhaloí , casi rieí ndose. —Ven aquíí. —Se puso de pie y la levantoí . Extendioí sus brazos. Ofrecieí ndole consuelo. Cora se deslizoí en sus brazos y todo su cuerpo se relajoí por lo bien que se sentíía. Muy natural. Sus brazos se cerraron alrededor de ella y los ojos de Marcus se cerraron. Necesitaba memorizar coí mo se sentíía en sus brazos. Podríía alejarse pronto y eí l necesitaba esto como su combustible para alimentarlo hasta que nuevamente volviera a estar en sus brazos.


—Gracias —dijo ella. —Por supuesto. Cora se quedoí allíí durante largos minutos. —Puedo oíír los latidos de tu corazoí n —susurroí contra su camisa. Sus brazos se apretaron a su alrededor. Marcus queríía sentir sus latidos en el lugar que a eí l maí s le gustaba; su pulso palpitando mientras le chupaba el clíítoris. La queríía en su cama debajo de eí l, gritando su nombre, reconociendo que era su esposa, que era suya, solo suya… no en la agoníía de la pasioí n de una noche, sino por la manñ ana y todas las manñ anas por el resto de sus vidas. Cora se apartoí y se obligoí a síí mismo a simplemente acariciar el pelo fuero de su cara. Para ella, Marcus podíía y podríía contenerse. —¿Queí quieres que haga? Cora se mordioí el labio como si estuviera considerando su oferta, cuando una mujer con bata blanca se aclaroí la garganta. Cora se dio la vuelta. —¿Síí? ¿Coí mo estaí ? La meí dica los miroí imparcialmente. —Tiene una conmocioí n cerebral, pero no hay hinchazoí n cerebral que nos preocupe. Normalmente la darííamos de alta, pero queremos vigilarla durante la noche. Marcus asintioí . —Gracias, doctora. ¿Podemos darle nuestros nuí meros en caso de que haya alguí n cambio? —Por supuesto, senñ or Ubeli. Cora se miroí sorprendida, probablemente preguntaí ndose coí mo la doctora sabíía su nombre. —Ella puede presentarle esto a la policíía. Como agresioí n —dijo el doctor. —Hablaremos con ella. —Marcus le echoí un vistazo a Cora. —Estaí durmiendo ahora —dijo la doctora—. Recomendaríía dejarla descansar y visitarla por la manñ ana. Cora asintioí , inexpresiva como si estuviera paralizada. Marcus necesitaba sacarla de allíí. Se movioí junto con la doctora hacia un lado y por un momento para hablarle unos minutos sobre los cuidados permanentes de Anna, pero sin dejar de mirar a Cora. Volvioí con ella tan pronto como terminoí con la mujer. —¿Cora?


Miroí hacia arriba con los ojos empanñ ados. —¿Estaí s bien? Pero que pregunta tan endemoniadamente estuí pida. Por supuesto que no estaba bien. —Estoy bien. —Se quedoí mirando ausente los botones de su camisa. Se veíía tan perdida; eso lo mataba. EÍ l extendioí su mano. —Vamos, diosa. Vaí monos a casa, Sin titubear, Cora deslizoí su pequenñ a mano en la suya y lo siguioí fuera.

CAPÍÍTULO 26

Despueí s del hospital, Marcus la llevoí a su casa, a su apartamento. Brutus los recibioí ; una de sus Sombras lo habíía traíído. Cora se relajoí en cuanto entraron en el apartamento con su caí lido y acogedor disenñ o. Marcus se encontraba parado con su gabardina puesta mientras atendíía los mensajes de su teleí fono y Cora alimentaba a Brutus. Pero en realidad se encontraba miraí ndola. El tazoí n de Brutus ya estaba medio lleno, asíí que solo vertioí un poco maí s. —¿Cuaí ndo fue la uí ltima vez que tú comiste? Cerrando los ojos, ella sacudioí la cabeza. No estaba cuidaí ndose. Teníía ojeras debajo de sus ojos. Lo necesitaba a eí l. Necesitaba que la llevaran de la mano y… Marcus se obligoí a que esa forma de pensar se silenciara. Luego exhaloí por la nariz. —Enviareí a un hombre con algo de comida. —No pudo evitar continuar con el asunto—: Ve a acostarte. Se preparoí para que ella le respondiera que no era su duenñ o y que podíía hacer lo que quisiera en su propio apartamento. Pero no. Parpadeoí con sus vulnerables ojos azules hacia eí l. —¿Puedes… puedes quedarte conmigo? Perdioí el aliento y asintioí , sin confiar en síí mismo para hablar, porque si lo hacíía, podríía arruinarlo. La siguioí mientras se dirigíía al dormitorio, quitaí ndose el abrigo que eí l le habíía ofrecido hacíía un rato mientras avanzaba. No encendioí ninguna luz, solo se fue a la cama y se acostoí de lado con la mejilla hacia la almohada y mirando a la pared. Habíía una silla junto a su tocador y Marcus se sentoí , todavíía sin atreverse a hablar. Solo estar aquíí era suficiente. El hecho de que ella lo quisiera allíí… ¿Acaso eso era el principio de la marcha atraí s?


¿O solo era por esta noche porque estaba muy afectada por ver a su amiga herida? Todo en Marcus queríía cerrar el espacio entre ellos y reclamar a su esposa de una manera que nunca olvidaríía y que nunca podríía volver a negar. Pero justo ahora era fraí gil como una flor. Si la estrujaba demasiado fuerte, sus peí talos magullados no volveríían a florecer. Asíí que se quedoí quieto. Con la ayuda de los cielos, se quedoí quieto. Su hermosa esposa giroí la cabeza hacia eí l. El dolor de su mirada le atravesoí las entranñ as. Abrioí la boca para decir su nombre, para intentar decir algo reconfortante, pero Cora se adelantoí . —Me… ¿me podríías abrazar? No tuvo que pedirlo dos veces. En un abrir y cerrar de ojos se levantoí de la silla y se deslizoí en la cama junto a ella. Y finalmente hizo lo que habíía estado anhelando hacer toda la noche. La rodeoí con sus brazos y deslizoí su cuerpo por detraí s del de Cora con una pierna enredada con la suya. Era una posicioí n familiar, una en la que normalmente se acomodaban despueí s del sexo, no antes. Y Marcus sabíía que esta noche no se trataba de sexo. Se trataba de consolar y hacerle saber que no estaba sola. Nunca tendríía que volver a estar sola, ni enfrentarse a maí s pesadillas sin eí l a su lado. EÍ l lucharíía todas sus batallas, mataríía a todas sus bestias. Las cosas estaban mal ahora, pero volveríían a estar bien. Cora lo veríía. Marcus le daríía la vida maí s hermosa que nadie hubiera tenido jamaí s. La arropoí cerca de eí l y los cubrioí con una manta. La cuidoí mientras caíía raí pidamente en lo que eí l esperaba que fuera un suenñ o profundo. Se quedaron asíí, con ella durmiendo en sus brazos y eí l memorizando su tacto, su olor y su imagen durante maí s de una hora. Cora solo se agitoí cuando llamaron a la puerta. Un mensaje de texto sonoí en el teleí fono de Marcus, hacieí ndole saber que su Sombra habíía dejado su comida en la puerta. Cora levantoí la cabeza, pero eí l la instoí a recostarse sobre su pecho. —Es solo la comida. ¿Tienes hambre? —En realidad no. —Se movioí de tal manera que terminoí


acostada a su lado, de cara a eí l. —¿Por queí no has podido dormir? —Levantoí un suave dedo para acariciar las sombras debajo de sus ojos. Cora no se apartoí . —Tengo estos suenñ os. Pesadillas en realidad. —Cueí ntame. —Mayormente sobre AJ. Marcus sintioí que todo su cuerpo se tensaba, pero se obligoí a relajarse. Estuvo a nada de estallar de la ira cuando Sharo le dijo que Cora le habíía visto matar a AJ como el perro que era. De alguna manera ella estuvo allíí, y eí l no podíía imaginar coí mo debioí ser para alguien tan inocente como ella. —Ese idiota no merece ocupar ninguí n espacio en tu cabeza. Cora titubeoí . —Te vi matarlo. —Sharo me lo dijo. —Me asustoí . Marcus pensoí en la violencia de esos uí ltimos y brutales momentos. Por supuesto que habíía estado asustada. Asustada de él. Mierda. —Habríía hecho danñ o a maí s gente. Era mi responsabilidad detenerlo. —Hizo una pausa y tomoí un respiro. Justificar sus hechos no ayudaríía en nada. No lamentaba haber matado a AJ, pero síí lamentaba que ella lo hubiera presenciado. Habíía sido una inocente cuando se casoí con eí l. Y todo lo que Marcus hizo desde ese momento fue corromperla. —Entiendo por queí huiste. —Se inclinoí hacia adelante para pasarle los dedos por su pelo claro, pero no pudo encontrarse con sus ojos—. Te casaste con un asesino. Es una parte de mi vida que nunca debiste ver. Pero si esto va a funcionar, no puede haber maí s mentiras entre nosotros. Esto es lo que soy. Esto es lo que tengo que ser. —Eso no es lo que me asustoí . Levantoí su mirada a la de ella y esta vez fue Cora la que extendioí la mano, poniendo su mano en su pecho. Sus cejas estaban arrugadas, preocupadas. —Vi coí mo le aplastabas la cabeza, y… y me alegré. AJ matoí a Íris como si no fuera nada. Queríía que muriera. Quería que fuera brutal. —La mirada torturada de Cora se encontroí con la suya—. Lo odiaba. Te vi matar a un hombre a sangre fríía y me alegreí .


Empezoí a apartar la mano, pero Marcus la capturoí y se la puso en el pecho. ¿Podíía sentir su corazoí n latiendo? Sus miradas se volvieron a encontrar. —Me alegroí —repitioí , agarrando su camisa—. Queríía que le hicieras danñ o. Todos estos meses me he dicho a míí misma que teníía que alejarme de ti porque tuí eras la oscuridad y yo queríía vivir en la luz. Pero la oscuridad… —Pesadas laí grimas temblaban en los bordes de sus ojos—. La oscuridad estuvo dentro de mí todo el tiempo. Marcus la acercoí maí s y le besoí la frente antes de acomodar su cabeza debajo la barbilla. —Queríías justicia. Estuvieron asíí por unos momentos. Su cuerpo tembloí y eí l la sujetoí maí s fuerte. Su estoí mago estaba hecho nudos mientras observaba su sufrimiento. Cora estaba sufriendo tanto que eí l podíía sentirlo. Y estaba mal, muy mal. Se suponíía que debíía mantenerse alejada de todo eso. Se suponíía que viviríía en un pedestal donde solo brillara la luz. La oscuridad nunca debíía tocarla. Pero eí l le habíía fallado, una y otra vez. —Siento haber huido —murmuroí finalmente. EÍ l movioí su cabeza hacia atraí s para poder mirarla. —No lo lamentes. Estabas asustada. —No me fui porque lo mataste. Quiero decir, penseí que asíí habíía sido. Fue lo que me dije a míí misma. Queríía volver a una eí poca maí s simple. Una vida maí s simple. —Fruncioí el cenñ o y sacudioí la cabeza—. Pero creo que eso fue una ilusioí n. La vida nunca ha sido sencilla. La oscuridad siempre ha estado ahíí. En la soledad de mi infancia. Cuando mi madre se enfadaba y me golpeaba. Íncluso la razoí n por la que nos escondííamos en la granja… —Sus rasgos se estrujaron por el dolor—. Lo que mi familia le hizo a tu hermana… Me dijiste una vez que los pecados del padre caeraí n sobre los hijos. —Dios, no, Cora, no quise decir… —Maldicioí n. EÍ l lo habíía dicho en ese momento, pero eso fue antes de conocerla, de amarla—. Eso fue hace mucho tiempo… —No, teníías razoí n. Ese es el legado que me dejaron. —Se sentoí en la cama y movioí las piernas a un lado, alejaí ndose de eí l—. No puedo ignorarlo o pretender que no soy parte de eí l. La oscuridad estaí dentro de míí.


—Cora... —comenzoí Marcus, movieí ndose para sentarse a su lado, pero ella lo interrumpioí con ojos distantes. —Queríía vengarme por lo que AJ les habíía hecho a mis amigas. Queríía que su muerte fuera sangrienta y brutal. Con cada golpe que dabas queríía que el siguiente fuera el doble de fuerte. Estaba asqueada de míí misma, pero aun asíí no podíía apartar la vista. Cora lo estaba matando, ¿acaso no lo sabíía? Todo lo que Marcus habíía querido hacer era protegerla, y aun asíí aquíí estaba, la mujer maí s fuerte y resistente que jamaí s habíía conocido… y estaba tan cerca de quebrarse. Gracias a eí l. Gracias a su mundo. Finalmente, finalmente, Cora lo miroí con ojos bien abiertos y perdidos. —¿En queí me convierte eso? Me alegroí que te deshicieras de eí l. Tuvo lo que se merecíía, pero cuanto maí s lo pensaba, maí s miedo teníía. Porque, quiero decir, ¿cuaí l es el líímite? ¿Cuaí ndo es demasiado? —Yo trazo el líímite —dijo Marcus con firmeza mientras agarraba su mano. Si se sentíía perdida, eí l seríía su ancla. Arreglaríía esto, juroí que lo haríía. —Es una responsabilidad muy grande y horrible, Marcus. —Síí. Me lo tomo en serio. Y te equivocas. Tuí no eres la oscuridad. Bebeí , he mirado el rostro de la oscuridad y lo perverso. —Le acunoí suavemente ambas mejillas—. Tuí eres la luz. Empezoí a sacudir la cabeza, pero eí l la mantuvo quieta. —Bien, asíí que has visto algunas cosas. Te alegraste cuando un hombre malo murioí . Tuviste una infancia de mierda y caííste en las garras de un bastardo con malas intenciones. Sus cejas se arrugaron, pero eí l continuoí . —Pero tú cambiaste a ese hombre. Un hombre que la mayoríía decíía que estaba destinado para siempre en el infierno. Tú me amaste. Y si tienes que tener un poco de oscuridad en ti para amar a un hombre como yo, entonces, maldita sea, me alegro de que la tengas. Pero diosa, de lo contrario brillas tanto que me ciegas la mayoríía de las veces. Laí grimas le recorrieron las mejillas al mismo tiempo que se inclinaba y lo besaba. Lo besoí de manera tan dulce que Marcus pensoí que podríía morir. Fue una ligera presioí n con su boca, pero ella dejoí que su lengua acariciara sus labios ligeramente, pidiendo, invitando. Su pene casi hizo un agujero en sus pantalones; se puso muy


duro en tan poco tiempo. Pero aun asíí no la presionoí . La dejoí tomar las riendas. No se atrevioí a asustarla, no ahora que parecíía que finalmente podríía volver a eí l. De verdad. No por un juego freneí tico en un banñ o despueí s de haber sido secuestrada o una lujuriosa locura en medio de la noche donde cualquier pene serviríía. No, Marcus llevaríía las cosas con calma, con cuidado, aseguraí ndose de que ella estuviera con eí l en cada paso del camino. Asíí que se quedoí perfectamente quieto. Los ojos de Cora se encontraban cerrados, y despueí s de un momento, dejoí caer sus manos y retrocedioí . Fruncioí el cenñ o y lo miroí con incertidumbre. Como si tuviera miedo de que eí l ya no la quisiera. Bien, con cuidado, maldita sea. Marcus dio un paso adelante, con sus anchos hombros y su cuerpo dominando el espacio entre ellos mientras sus brazos se cerraban alrededor de ella. Y le devolvioí el beso. La besoí con todo lo que habíía estado reteniendo. La besoí con su furia y con su anhelo y con su amor porque, joder, la amaba muchíísimo. Le subioí la pierna sobre la suya, colocaí ndola en su regazo y ella le devolvioí el beso, hambrienta. No con la locura descuidada de aquella extranñ a noche, sino con el hambre de una mujer que sabíía lo que queríía. Y lo que ella queríía era a él. Sus brazos lo rodearon y sus dedos se clavaron en su pelo. Cora se movioí en su regazo, girando sus caderas contra el tubo de acero que era su pene de una manera que lo volvioí jodidamente loco. Suficiente. La agarroí de la cintura y la volteoí para que estuviera debajo de eí l en la cama. Al instante siguiente, se cernioí sobre ella, moliendo su cuerpo contra el suyo. Joder. Síí. Esto era lo que Marcus habíía estado sonñ ando desde que la perdioí de vista. Ella estaba finalmente, finalmente, de vuelta a donde pertenecíía. Aparentemente Cora sentíía lo mismo, porque sus pequenñ as manos se encontraban en su cintura tirando con impaciencia de la hebilla y el botoí n de su cinturoí n. —Asíí es, bebeí —grunñ oí —. ¿Quieres esto? —Presionoí con fuerza contra su dulzura, imaginando la miel lííquida acumulaí ndose en sus bragas. Necesitaba probarla, pero no, necesitaba maí s estar dentro de ella. Necesitaba reclamar lo que era suyo. Esta vez no seríía sexo.


Estaba harto de follarse a su mujer una sola vez aquíí y allaí . Le habíía dado espacio y finalmente habíían sido completamente honestos entre ellos. Ahora era el momento de que nuevamente fueran marido y mujer. Era hora de hacer el amor con su esposa. Le levantoí los brazos, sacaí ndole la delgada camisola por la cabeza. Maldicioí n, habíía olvidado lo perfectos que eran sus pechos. Pensoí que habíía memorizado todo sobre ella, pero al verla ahora, sabíía que su memoria no le habíía hecho justicia. Temblaba bajo eí l con la espalda arqueada bajo su mirada. Sus pezones se endurecieron hasta convertirse en pequenñ as y afiladas puntas. Marcus se agachoí y pellizcoí uno. Su agudo jadeo, seguido de un entrecortado gemido, fue casi su perdicioí n. Pero no. Esto era importante. —¿Queí quieres, diosa? —A ti. Demonios, se sintioí bien oíírlo. La premioí con una sonrisa. —Dime queí es lo primero que quieres. —Se levantoí sobre ella, acercando sus labios a su boca, pero sin tocarla del todo. Cora arqueoí la espalda, obviamente necesitada de frustracioí n. —Tu boca sobre míí. Marcus dejoí caer sus labios sobre su piel, por su garganta y suavemente sobre sus pechos; el maí s míínimo murmullo. —Marcus —gimioí —. Toma el control. Dime queí hacer. —Di mi nombre —susurroí —. Di mi nombre otra vez. —EÍ l se sintioí vulnerable en el momento en que la orden abandonoí su boca, pero no pudo evitarlo. Su nombre en sus labios lo era todo. Su reconocimiento de a quieí n pertenecíía mientras estaba completamente luí cida. —Marcus. Marcus. Marcus. Marcus arrastroí su pezoí n a su boca, mordiendo y succionando con todas sus fuerzas. Cora gritoí y se agachoí debajo de eí l, con sus piernas rodeando su cintura. Oh, a su diosa le gustaba eso, ¿verdad? Se movioí hacia el otro pezoí n incluso mientras bajaba su mano entre ellos. Deslizoí sus dedos en sus bragas empapadas. Siempre tan ansioso por eí l, tan preparada. Humedecioí sus dedos con sus fluidos. Su pene se endurecioí auí n maí s, aunque no hubiera creíído que eso fuera posible. Se retorcioí debajo de eí l.


—Por favor, hareí cualquier cosa. —¿Cualquier cosa? Entonces deí jate llevar, bebeí . —Usoí sus dedos, rasgueaí ndola como a un instrumento hasta que se abrioí perfectamente debajo de eí l—. Porque todo lo que siempre quise fue a ti. Tal y como eres. Respiroí con dificultad cuando eí l se bajoí los pantalones lo suficiente como para deslizarse dentro de ella. Demonios, estaba muy apretada. Tan caliente y tan endemoniadamente apretada. Estaba hecha para eí l. —Síí —jadeoí con evidente satisfaccioí n—. Marcus, sí. EÍ l se movioí y todo fue perfecto. Nunca habíía nada de malo en ello en la medida en que la embistiera. Poniendo su huella en ella. —¿A quieí n le perteneces? Cora echoí la cabeza hacia atraí s. —A ti —gritoí —. A ti, Marcus. —Seraí mejor que lo creas, maldicioí n —grunñ oí y la agarroí por la nuca, levantaí ndola para que cuando su beso aterrizara, ella lo sintiera en todo su cuerpo mientras continuaba su ataque ríítmico a sus sentidos. La agarroí por el culo y le cambioí la posicioí n para que se deslizara maí s profundamente que nunca. Cora gimioí dentro de su boca y le aranñ oí el cuero cabelludo mientras su placer aumentaba. Eso es. Eso es, diosa. Dámelo todo. Y lo hizo. No se guardoí ni una sola maldita cosa. Gritoí su nombre cuando se corrioí y apoyoí sus caderas contra las suyas, buscando sin pudor su propio placer de una manera que lo volvioí absolutamente loco. Su propio clíímax aparecioí cuando ella enloquecioí debajo de eí l. Empujoí su miembro, y mientras su semilla salíía disparada para cubrir sus profundidades maí s ííntimas, solo habíía una cosa en su mente. Atrajo a su esposa cerca de eí l y le susurroí al oíído una y otra vez: —Te amo. Cora lo rodeoí con sus brazos y lo apretoí tan fuerte que apenas podíía respirar, pero no le importoí . Porque las siguientes palabras que salieron de su boca fueron: —Yo tambieí n te amo. Jamaí s habíían sido inventadas cuatro palabras maí s dulces en el idioma espanñ ol. Marcus se apartoí , necesitando mirarla a los ojos. Sonreíía, pero


esa sonrisa era vacilante, como si no confiara en esta felicidad. —¿Has terminado de huir, carinñ o? Porque si vuelves a míí, no seí si alguna vez te dejareí ir. La primera vez casi lo matoí , y no estaba seguro de ser lo suficientemente fuerte para volver a hacerlo. Pero los ojos de Cora estaban libres de duda cuando dijo: —Quiero estar contigo. Te quiero de vuelta. Marcus no recordaba haber sentido una felicidad tan preciosa. Puso una sonrisa. —Lo seí . Ella se rio y sacudioí la cabeza. —Engreíído. —Muy engreíído. —Sacudioí las caderas. Los ojos de Cora se ensancharon al recordar que auí n estaba dentro de ella. Arqueoí una ceja. —¿Tan raí pido estaí s listo para la segunda ronda? —Dispaí rame si alguna vez mi respuesta a esa pregunta es no. —Se inclinoí hacia adelante para besar a su esposa. Una vez no era realmente suficiente para recordarle sobre su reclamo. Podríía tomar toda la noche.

CAPÍÍTULO 27

Armand se encontraba acostado en su cama con dosel mientras jugaba con su teleí fono. Cuando levantoí la vista, Olympia estaba de pie en la puerta de su dormitorio vistiendo otra de sus largas tuí nicas de seda y pareciendo una antigua sacerdotisa. —Auí n estaí s despierta —dijo eí l. Cuando ella llegoí y se sentoí al lado de su cama, eí l dejoí su teleí fono a un lado—. ¿Preocupada por tu ex? —Ella y Zeke habíían estado casados por anñ os, sin importar lo agrio que hubiera sido el divorcio. —No me di cuenta de lo mucho que todavíía extranñ o al bastardo —admitioí Olympia. —Oh, ven aquíí, Armand mejoraraí las cosas. —Extendioí sus brazos y ella se inclinoí hacia ellos—. Seí de algo que te ayudaraí a dormir —susurroí contra la corteza oscura de su oreja. Se apretoí contra eí l, con fuego en sus ojos castanñ os. Píícaramente, eí l sacoí una bolsa de pastillas blancas de debajo de su almohada. —¿Hora de dormir? —Las sacudioí . —Esas no son pastillas para dormir, mon petit. —Ella se rio de


su mirada confusa. —Penseí … me preguntaba por queí tomaste pastillas para dormir en nuestra pequenñ a fiesta. —Examinoí la bolsa—. ¿Queí son? Ella descendioí su cabeza maí s cerca de sus labios. —Ambrosíía. Alimento de los cielos. Armand le parpadeoí , auí n sin estar seguro de lo que queríía decir. Ella le quitoí la bolsa y la tiroí en la mesita de noche. —Pero no las necesitamos esta noche. Ponieí ndole una mano en el pecho, lo empujoí hacia las almohadas. —Quíítate los pantalones, mon petit. Madame estaí hambrienta.

CAPÍÍTULO 28

Por primera vez Cora se despertoí antes que Marcus. Se quedoí allíí tumbada un buen rato examinando su rostro, con sus ojos trazando la fuerte mandííbula y los sensuales hoyuelos en sus mejillas. Era la personificacioí n de la masculinidad. Y coí mo lo amaba. Estando con eí l aquíí y ahora, con su gran cuerpo tan caí lido junto al suyo… Ella nunca queríía que este momento terminara. Pero lo haríía, ¿no? Se mordioí el labio. ¿Por queí anoche no le habíía contado todo cuando por fin se estaban abriendo el uno al otro? Muchas veces habíía estado a punto de decirlo. Pero despueí s de todo lo sucedido con Anna… Y entonces sus brazos la rodearon y se sintioí tan bien, tan bien, que ella quiso un poco maí s, que durara un poco maí s… Cora todavíía queríía eso. Queríía enterrarse en su marido y esconderse del mundo por un tiempo maí s. ¿Eso estaba tan mal? ¿Robar un poco de felicidad mientras pudieran? Marcus fruncioí el cenñ o y se agitoí en su suenñ o. Queríía calmarlo y prometerle que haríía las cosas mejor. Pero se trataba de una promesa que no podíía cumplir, asíí que hizo lo maí s parecido. Con demasiada suavidad, tiroí de la saí bana hacia abajo y de inmediato sus ojos se ensancharon. Porque aunque Marcus podríía estar todavíía dormido, su pene no lo estaba. La carpa en sus calzoncillos era tan alta que se sorprendioí de que la tela auí n la estuviera conteniendo. Cora estaba feliz de remediar la situacioí n. Metioí la mano por la abertura de sus calzoncillos y sacoí su miembro. Marcus se agitoí ligeramente, pero no se despertoí . Cora


sonrioí mientras se inclinaba y se llevoí la punta a la boca. Sus caderas se movieron, introducieí ndose efectivamente varios centíímetros maí s profundo. Ella sonrioí . ¿Queí clase de suenñ o estaba teniendo? Maí s vale que fuera sobre ella. Succionoí y se movioí varias veces de arriba a abajo antes de tocar fondo, tanto como le fue posible. Marcus gimioí . Se sentoí con rapidez, colocoí la mano en su cabeza y se enredoí en su pelo. —Por todos los dioses, eres real. Realmente estaí s aquíí. Una traviesa sonrisa le alzoí las comisuras de la boca mientras levantaba la mirada hacia su estoí mago y rostro. —Te apuesto lo que quieras a que lo estoy, bebeí . —Estaí bien. —El sudor le mojaba un poco en la frente mientras sus caderas se levantaban involuntariamente y las obligaba a bajar para tumbarse pasivamente debajo de ella. Cayoí de nuevo sobre su almohada. Cora se apartoí de eí l y Marcus cerroí los ojos mientras un muí sculo se sacudíía en su mejilla. Lo tomoí en su mano, trabajando lentamente en eí l de arriba y abajo. —¿Te gusta? Gimioí . —Me encanta. —He echado de menos esto. —Le habloí a su pene mojado con su saliva—. Sonñ eí con eí l por la noche. Lo sentíí en míí. Dejoí caer su boca en la punta de su pene y le dio una pequenñ a lamida, moviendo su lengua a lo largo de la abertura como a eí l le gustaba. —Míírame —le ordenoí , y se emocionoí cuando eí l obedecioí . Marcus cerroí los punñ os entre las saí banas. Cora no apartoí la vista de sus grises ojos; sabíía que eí l le estaba prometiendo una retribucioí n. Abrioí la boca y lo tomoí tan profundo como pudo. —Maldicioí n —soltoí Marcus, echando la cabeza hacia atraí s. Era demasiado grueso para que Cora lo tomara hasta dentro, pero deslizoí su boca hacia arriba y hacia atraí s, haciendo todo lo posible para ir maí s profundo. —Vas a matarme —gimioí . Cora lo sacoí de su boca con un sonido de “pop” mientras continuaba sostenieí ndolo en la base. —¿En doí nde te quieres correr?


—Dentro de ti. —¿Dentro de mi boca? ¿O dentro de mi conñ o? —Dentro de tu conñ o. Tengo planes para esa boca. Daí ndose la vuelta para encontrarse de cara a sus pies, se introdujo en su pene, suspirando con satisfaccioí n. Movioí su culo de arriba a abajo, miraí ndolo mientras alzaba las comisuras de sus labios de manera sexy. —¿Te gusta lo que ves? —Oh síí. —Sus caderas se movíían en direccioí n opuesta a las de ella, y Cora podíía oíírse a síí misma apretarse alrededor de su miembro. —Estoy tan mojada por ti. —Se empujoí hacia abajo. —Síí, lo estaí s, nena. —Le agarroí las caderas, estabilizaí ndola—. ¿Lista para míí? Ella se inclinoí hacia adelante, apoyaí ndose con sus manos entre las piernas de Marcus. —Lista, papi. Enterroí su miembro en su interior y ella se tambaleoí hacia delante ante la intensidad de sus embestidas, liberando a gritos su placer cuando llegoí al clíímax. El acto terminoí raí pidamente; Marcus se corrioí y se empujoí hacia arriba con fuerza, y luego cayoí hacia atraí s, respirando con dificultad. La tiroí hacia eí l, levantaí ndole el pelo sudoroso de su cuello para besarla. Se acostaron juntos en silencio, con sus manos acariciaí ndole el vientre y pechos paí lidos. Cora pensoí que eí l se habíía vuelto a dormir, pero luego finalmente le preguntoí : —Bueno, senñ ora Ubeli, ¿cuaí l es el siguiente paso? Cora volvioí a la realidad. —Tengo preguntas. ¿Puedes respondeí rmelas con total honestidad? Íncluso mientras lo pedíía, sintioí que su pecho se apretaba. ¿Vas a darle tu total honestidad a cambio? Marcus pensoí que habíían aclarado lo que habíía sucedido la noche que ella habíía huido. Pero auí n no teníía ni idea de queí era lo que habíía puesto en marcha todos los acontecimientos. Ella. Sus acciones. Hacer el trato con AJ, dejar la finca, tratar de rescatar a Íris con la ayuda de la policíía. Coí mo todo esto le habíía explotado en la cara a Cora y habíía resultado en que la policíía


hubiera confiscado su cargamento. Marcus suspiroí . —Puedo hacerlo. Por ti, puedo. Te direí cuando haya algo que no sea bueno que sepas. Pero si quieres, te lo contareí todo. —Tiroí de su pelo suavemente—. ¿Vas a hacer lo mismo a cambio? ¿Hablaraí s conmigo? Ahíí estaba. Le estaba preguntando directamente. Y en lugar de darle una respuesta directa, Cora le puso una mano alrededor de su rostro. —Te extranñ eí —susurroí —. Vi a ese hombre en la piscina del pent-house muerto y penseí que eras tuí . Allíí. Esa era la verdad. —Nena, tienes que ser honesta conmigo. No puedes ocultar todo esto. —Le acaricioí el pelo y ella cerroí los ojos. Se sentíía tan bien. Estando con eí l, en sus brazos, todo se sentíía tan bien. ¿Estaba mal que quisiera aferrarse a eí l solo por un poco maí s de tiempo?—. Vas a seguir teniendo pesadillas. —Lo seí —susurroí . Su frente se arrugoí —. ¿Doí nde estaí Slim? La expresioí n de Marcus tambieí n era seria, pero no respondioí de inmediato. —Estamos buscaí ndolo. —¿No estaí muerto? Marcus la acercoí y le acaricioí el pelo; un acto dulce y gentil que contradecíía la perturbadora conversacioí n que estaban teniendo. —Tenemos razones para creer que Waters lo estaí reteniendo. Por la forma en que estaban posicionados, no pudo ver la cara de Marcus. Pero síí pudo sentir la tensioí n en su cuerpo debajo del suyo. —¿Por queí ? —Una jugada de poder. Quizaí piensa que puede poner a Slim en mi contra o quiere una garantíía para cuando volvamos a hablar. —¿Hablaraí s con eí l? Una fuerte sacudida de su oscura cabeza le dijo a Cora todo lo que eí l sentíía respecto al tema. —Pero… penseí que necesitabas ser su aliado. Penseí que era la uí nica manera de que pudieras ganar una pelea contra los Titan. — Se levantoí para poder mirarlo a la cara, pero Marcus estaba mirando a la distancia—. No puedes dejar que ganen. Cuando finalmente volvioí su atencioí n a ella, sus ojos grises la miraron directamente y ella supo que eí l estaba viendo algo maí s.


—Marcus —dijo, y eí l salioí del trance. —Podemos superar esto, tuí y yo —dijo, cambiando de tema—. No importa lo que nos depare el futuro. Me ensenñ aron que estar casado es para toda la vida y que hay que controlarse, ser fiel. Pero estar casado significa que nos cuidamos el uno al otro para siempre. Puede que no lo creas asíí —sus ojos buscaron los de ella—, pero siempre, siempre querreí lo mejor para ti. No soy perfecto, cometereí errores. Y tuí tambieí n. Los cometeremos juntos y los discutiremos. —Bien, Marcus. —¿Vas a huir de míí? —Solo si me persigues. —Sonrioí , recordando la vez que la persiguioí en el museo de arte. —Oh, lo hareí —grunñ oí y le azotoí ligeramente el culo—. Jugaremos. Tenemos dos meses de juego para ponernos al díía. — Se inclinoí y deslizoí su nariz a lo largo de la suya—. Pero ahora mismo necesito oíírlo directamente de ti. Cora se congeloí . ¿Lo sabíía? ¿Era esto una prueba? —Necesito saber que lo que dijiste anoche fue en serio. ¿No maí s huidas? Dejoí escapar un suspiro de alivio. —Estoy cansada de hacerlo. Creo que estaba huyendo de míí misma tanto como tuí . —Muy bien, nena. —Le besoí los labios—. ¿Queí tal si conseguimos algo de comida? —¿Podemos ir al hospital? Quiero ver a Anna. Cora le contaríía todo. Lo haríía. Solo queríía empaparse de esta felicidad por un poco maí s de tiempo. Un poco maí s. Entonces se sinceraríía. —Mientras lo hagas conmigo —le sonrioí , con uno de sus hoyuelos apareciendo de una inusual manera—, podemos hacer lo que quieras, bebeí .

CAPÍÍTULO 29

—¿Quieí n es ese? —Anna levantoí la cabeza despueí s de saludar a Cora. Obviamente habíía visto a Marcus o a su silueta, al menos, a traveí s de la ventana del pasillo. La tíímida sonrisa de Cora debioí haberle dicho el resto—. Marcus. ¿Estaí n juntos de nuevo? Cora asintioí con la cabeza y levantoí una bolsa. —Una camiseta limpia, jeans, ropa interior y demaí s. —Hurgoí y sostuvo un bolso de maquillaje de color amarillo brillante. —Gracias —suspiroí Anna.


—¿Cuaí ndo saldraí s? —Pronto. Hoy. Mi amigo productor va a venir a recogerme. Cora asintioí . —¿Asíí que todo sigue bien con la pelíícula? Aunque tendraí s que volver a trabajar con… —Max Mars —Anna hizo una mueca—. No me lo recuerdes. No ha dejado de llamar y enviar mensajes de texto. Cora puso mala cara. —Si no entiende, Marcus puede… Anna agitoí su mano. —No, estaí bien. Puedo manejarlo. —¿Y el hombre que te atacoí ? ¿Queí dijo la policíía? —Todavíía estaí tras las rejas. —Las sombras oscurecieron el rostro golpeado de Anna—. Aparentemente Max usoí sus influencias para que no saliera bajo fianza. Como sea, es algo. Dicen que podríía cumplir hasta cinco anñ os por asalto y agresioí n. Tragando con fuerza, Cora tomoí la mano de su amiga. El bastardo se merecíía algo peor que cinco anñ os. No podíía pensar en nada maí s despreciable que un hombre golpeando a una mujer o a un ninñ o. —¿Y la pelíícula? ¿Queí es lo que quieres hacer? —Toda mi vida he querido ser actriz. Arrastreí a mi madre a las audiciones, practiqueí durante horas frente a un espejo. Es todo lo que siempre sonñ eí . —Anna cerroí los ojos, con la frente arrugada. —Hay otras pelíículas, otros directores. —¿Otros actores imbeí ciles? —Anna hizo una mueca, moviendo la cabeza—. No para míí. No lo entiendes, Cora. Hay un líímite de tiempo para mi eí xito. Necesito salir ahora mientras sea joven y lo suficientemente bella para que mi apariencia compense mi falta de experiencia. —Si Max no desiste o si te hace pasar un mal rato de alguna manera… —He estado cuidando de míí misma durante bastante tiempo. Prometo que estareí bien. —Pero si no lo estaí s podemos… —Dije que estareí bien. Cora se apartoí ante las duras palabras de Anna, no queriendo molestarla maí s. Pero de ninguna manera iba a dejar que se enfrentara a esto sola. Ahora ella era de la familia. Anna apretoí la mandííbula y, aunque magullada, su cara seguíía


siendo encantadora de una manera fríía e intocable. Cuando habloí , Cora tuvo que escuchar con atencioí n. —Voy a hacerlo. Hareí la pelíícula y mi carrera. Y luego… —¿Y luego? —incitoí Cora. A pesar de que estaba mirando directamente a su amiga, vio a una mujer totalmente diferente. —Nadie jamaí s me volveraí a tocar. Una enfermera se detuvo en la habitacioí n y la intensidad ardiente en los ojos de Anna desaparecioí mientras sonreíía y le hablaba de manera encantadora a la mujer. Cuando Cora salioí de la habitacioí n del hospital, encontroí a Marcus parado en el pasillo. —¿Todo bien, bebeí ? Al cruzar el pasillo hacia eí l, se inclinoí cerca y respiroí hondo. —¿Bebeí ? —¿Pueden tus hombres vigilar a Max Mars? Y… ¿tal vez enviarle un mensaje para que deje en paz a Anna? Marcus asintioí . —¿La estaí molestando? —Terminoí con eí l despueí s de lo que pasoí , pero le cuesta aceptar un no por respuesta. —Luego anñ adioí apresuradamente—: Pero eí l necesita su cara para la pelíícula. Asíí que… —Entiendo. —Cora creyoí ver la sombra de una sonrisa rondar por su boca—. ¿Algo maí s? —No. —Se acercoí para poner sus brazos alrededor de su cuerpo en traje y para presionar su mejilla contra su fuerte pecho. EÍ l la sostuvo mientras unos cuantos camilleros pasaban y apartaban los ojos. —Te amo, bebeí . Suspiroí tan contenta que apenas se sentíía real. —Yo tambieí n te amo. —Bueno, pero si son los tortolitos. ¿El matrimonio todavíía no ha matado su romance? Cora sacudioí su cabeza para ver una figura familiar envuelta en un abrigo sucio. Pete. El policíía que la habíía traicionado. Se acercoí lentamente en un ligero aí ngulo como si esperara que Marcus atacara si se acercaba a ellos directamente. Lo que era exactamente lo que habíía hecho cuando Cora lo llamoí por uí ltima vez; habíía entrado de costado y encontrado la debilidad de Marcus: ella. Pete la habíía enganñ ado. Y dejoí morir a


una mujer para poder hacer su gran arresto. Cora queríía sacarle los ojos, pero se contuvo. Marcus no lo sabíía y no podíía averiguarlo, no de esta manera. Pete se encorvoí contra la pared, inclinando su cabeza afeitada hacia ellos. —¿Queí le diste de aniversario, Ubeli? ¿El resto del cadaí ver de AJ? Escucheí que su cabeza aparecioí en una zona de pandillas en Metroí polis. Justo en la puerta de los Titan, por asíí decirlo. Cora no pudo evitar jadear, y los brazos de Marcus se tensaron. —Vaí monos —murmuroí . —Vamos, vamos, ¿queí pasa? ¿No muestras respeto por el hombre que te capturoí ? —Pete mostroí su placa y sonrioí —. ¿Queí hay de ti, Cora? Hace tiempo que no seí nada de ti. —Te voy a agradecer que no te dirijas a mi esposa de manera informal —le dijo Marcus al hombre por encima de la cabeza de Cora—. O que siquiera te dirijas a ella. —Vaí monos —dijo Cora, agachando la cabeza mientras su marido la alejaba. Pete corrioí junto a ellos manteniendo su distancia, pero permaneciendo lo suficientemente cerca para que Cora pudiera oíírlo de manera clara. —La uí ltima vez que hablamos, ella fue muy amistosa. Marcus frenoí en seco, pero Cora se interpuso entre eí l y el detective. —Eres despreciable —espetoí ella. —Si tus amigas vuelven a meterse en problemas, siempre puedes llamarme. —Pete mostroí una sonrisa apagada y Cora se dio cuenta de que era casi tan alto como su marido. Girando, se arropoí contra un costado de Marcus y caminoí junto a eí l por el pasillo. Sus brazos la estrujaron un poco maí s, pero aparte de eso, eí l no reconocioí al hombre que se encontraba vieí ndolos mientras se iban. Cora se deslizoí en el asiento trasero del auto, sintieí ndose enferma. Pero que descaro del detective despueí s de no ofrecer apoyo alguno. No le importaban las mujeres necesitadas, la muerte de Íris bajo su vigilancia, solo su propia carrera. Llevoí un tiempo darse cuenta de que habíía un silencio sepulcral al otro lado del asiento trasero. —¿Marcus? Su marido miraba por la ventanilla.


—¿Coí mo te conoce ese imbeí cil? —preguntoí con una voz enganñ osamente tranquila. Cora sintioí que su corazoí n se desplomaba. —Yo…eh… me reuníí con eí l una vez. Bueno, dos. La primera me acorraloí junto con Anna. La conocíía. La segunda vez… le pedíí que me ayudara a encontrar a Íris. La prometida de The Orphan. —Cora auí n podíía ver la foto de la encantadora joven y el cantante de aspecto angelical, ambos muertos ahora. Dos hermosas vidas que habíían sido arrebatadas. Su marido respiroí fuertemente por la nariz. —¿Eso es todo? Cora exhaloí mientras sus ojos se cerraban. Ahora o nunca. No podíía sentarse allíí y continuar mintieí ndole. Honestidad. Esta manñ ana eí l le habíía pedido completa honestidad y no habíía por queí continuar postergaí ndolo. —Puede que le llamara antes de ir a buscar a Anna e Íris. —Ya veo. —Estaba tratando de hacer lo correcto. Nunca quise que nada de eso… Marcus levantoí una mano y ella se quedoí en silencio. Se inclinoí hacia adelante y le ordenoí al conductor: —Hotel Crown. Ahora. —Marcus, por favor… —Suficiente. Cora saltoí ante la palabra gritada. Condujeron en silencio durante cinco minutos. Diez. Quince. Marcus miraba por la ventanilla. ¿Por queí no decíía nada maí s? ¿En queí estaba pensando? Cora queríía explicarlo todo. Las palabras rodaban dentro de ella, cayendo una sobre la otra en su intento de salir. Si pudiera explicarlo de la manera correcta podríía hacerle entender. Su estoí mago se retorcioí cuando llegaron al Crown y Marcus tomoí su codo con un feí rreo control mientras la llevaba al penthouse. Todo el tiempo, ella rezoí en silencio. Teníía que perdonarla. Tenía que hacerlo. Finalmente llegaron al apartamento y la puerta se cerroí tras ellos. Alguien habíía quitado las flores que solíían adornar el vestííbulo sin molestarse en reemplazarlas. Aunque el lugar estaba limpio, las sombras surcaban los cristales polarizados, haciendo que el lugar


se viese sombríío y sofocante. Una coraza en lugar de un hogar. Marcus fue a servirse un whisky, puro, y ahora se encontraba examinando el lííquido aí mbar. —Creo que es mejor que me digas queí pasoí la noche que huiste. Empezando por cuando me fui, por favor. Los ojos de Cora recorrieron el pent-house. Queríía mirar cualquier lugar, menos a eí l. En vez de eso, forzoí su mirada a encontrarse con la suya. Durante meses la verdad habíía pesado como una bola de plomo en su estoí mago, robaí ndole el suenñ o y ensuciando sus suenñ os. Teníía que contarle todo y no dejar nada oculto, incluso si, cuando terminara, Marcus la odiara. —¿Dijiste que fuiste a buscar a Anna e Íris? —S-síí —susurroí , odiando el temblor de su voz—. AJ se las llevoí . A Íris y a Anna. Me llamoí y me dijo que, si no iba de inmediato con el dinero del rescate, las mataríía y… Mierda, no lo estaba explicando bien. —No iba a ir como eí l lo ordenoí . Sabíía que era una trampa. Pero Olivia habíía entrado en el teleí fono de Íris y obtuvimos la direccioí n de AJ. Te habíías ido y penseí que podíía sacarle ventaja a AJ, sorprenderlo en su escondite y tener a la policíía conmigo para arrestarlo… —calloí , odiando lo estuí pida e ingenua que sonaba. En su momento todo parecíía un plan brillante. Ínfalible. Respiroí hondo. Si no lo sacaba todo ahora, nunca lo haríía. —Cuando llegueí allíí se suponíía que debíía entrar, ofrecerme como reheí n en lugar de Anna e Íris, y tan pronto como dijera la palabra clave, la policíía debíía entrar y arrestar a AJ. Marcus examinoí el vaso vacíío que sosteníía. Se dio cuenta que desde el auto no la habíía mirado. —Apostaste con tu vida. —Sabíía que AJ te tendríía demasiado miedo para hacerme danñ o. Y los policíías estaban justo ahíí —se quebroí , tragando con fuerza. Describioí lo que habíía pasado cuando llegoí a la casa de AJ. —¿Pero la policíía no fue al rescate? —Marcus estaba en el bar, sirvieí ndose maí s. Cora auí n no se habíía movido del pequenñ o rellano frente a la puerta. —Estaban escuchando, pero cuando oyeron a AJ llamarte, obviamente decidieron que queríían un arresto maí s grande. Useí la palabra clave una y otra vez, pero no importoí . —Su voz se quebroí —. La dejaron morir. Dejaron morir a Íris justo frente a míí.


—Deí jame entender esto. Te fuiste de la finca por tu propia voluntad. Llamaste a un policíía pensando que te mantendríía a salvo de un psicoí pata que ya se habíía llevado a dos mujeres. Cora se mojoí los labios, mirando la oscura silueta de su marido. —¿Es correcto? —incitoí Marcus. —Teníía un equipo SWAT con eí l —comentoí deí bilmente—. Íntenteí tomar todas las precauciones que pude. —¡Excepto que en ninguí n momento me lo dijiste, a tu esposo! — Bajoí su vaso con fuerza, no tan violento como para romperlo, pero Cora saltoí cuando se chocoí contra la vitrina—. En ninguí n momento lo compartiste. —Estabas ocupado con el cargamento… —No confiaste en míí. Mi propia esposa. —Lo siento —lloroí —. Dios, lo cambiaríía si pudiera. Es mi culpa que la policíía llegara. Es mi culpa… —No pudo terminar, pensando en la forma en que la sangre brotaba de la herida de Íris. Coí mo sus ojos se quedaron vacííos cuando su alma dejoí su cuerpo. —Esa fue la razoí n por la que huiste. Teníías miedo de decíírmelo. No pudo ver la expresioí n de Marcus bajo las sombras. —Síí —susurroí . Se habíía mentido a síí misma sobre ello. La violencia de Marcus le habíía dado una excusa, pero al final, esa era la razoí n por la que habíía huido. —Se estaí haciendo tarde. Tengo cosas que hacer. Buscareí a alguien que te lleve de vuelta. —Ya habíía sacado su teleí fono. El corazoí n de Cora latíía con lentitud, dolorosamente. —¿De vuelta a doí nde? —Tu apartamento. —Marcus, lo siento. —Las palabras le ardíían en la garganta. Todo lo que queríía decir pero que al mismo tiempo no se atrevíía a decir—. Nunca debíí haber ido con AJ. Debíí haber confiado en ti. Queríía ir con eí l, convencerlo, rogarle que le creyera. Pero ahora Marcus se encontraba parado junto a las ventanas con la bebida en la mano y sus pies clavados al suelo. —Le direí a Waters que fue mi culpa que los policíías llegaran. Fue un accidente. —Mantente alejada de Waters. —Marcus giroí y grunñ oí tan violentamente que los pies de Cora se despegaron del suelo y, aunque ella se encontraba al otro lado de la habitacioí n, dio un paso atraí s—. Se acaboí . Ya has hecho suficiente. La puerta se abrioí detraí s de ella, sorprendieí ndola, y entroí una


Sombra mirando de un lado a otro entre ambos Ubelis, antes de concentrarse en el que le daba las oí rdenes. —¿Síí, jefe? —Por favor, acompanñ a a la senñ orita Cora de vuelta a su apartamento. O a cualquier lugar que ella quiera. —Síí, senñ or. —la Sombra mantuvo la puerta abierta, esperando. —Marcus —susurroí Cora. —Senñ ora —llamoí la Sombra. Obviamente estaba percibiendo la tensioí n en la habitacioí n y pensoí que era prudente darle una indirecta. Con una uí ltima mirada a la espalda recta de su marido, Cora salioí . En dos díías el tiempo se agotaríía. No teníían el cargamento de Waters. Al menos Marcus finalmente sabíía la verdad. Ese hecho era un triste consuelo. Especialmente cuando se dio cuenta, en el auto a medio camino de su casa, de que Marcus se habíía dirigido a ella como senñ orita Cora. Y no como senñ ora Ubeli.

CAPÍÍTULO 30

El resto del díía Cora vagoí con aturdimiento por su apartamento, analizando cada movimiento de Marcus. Se acabó. Ya has hecho suficiente. Cuando el sol se ocultoí perdioí la batalla consigo misma y marcoí su nuí mero privado. —Marcus, tenemos que hablar. Puedo explicarlo. —Se detuvo allíí porque no sabíía si podía explicarlo. ¿Ímportaba si habíía estado intentando hacer lo correcto cuando todo resultoí tan mal?—. Por favor, llaí mame —terminoí de forma lamentable. Yendo de un lado a otro ansiosa, revisoí la nevera para ver si habíía algo apetitoso. No hubo suerte. Empezoí a abrir una botella de vino. Cuando su teleí fono sonoí con un mensaje de texto dejoí caer el sacacorchos para tomar el aparato. El señor Ubeli no se encuentra en este número. El teléfono está siendo monitoreado. Solo para emergencias. Golpeoí su teleí fono con maí s fuerza de la necesaria. Su marido se habíía ido, desapareciendo detraí s de las anoí nimas Sombras que usaba como ejeí rcito. Cuando ella huyoí tuvo que luchar por su espacio, pero eí l solo cambioí su nuí mero y, bum, la apartoí de eí l. No era justo. —¿Queí puedo hacer? —vociferaba mientras Brutus la miraba—.


EÍ l tiene el control en la relacioí n. Su perro ladeoí la cabeza y se frotoí contra ella, tratando de ofrecerle consuelo. Cora le rascoí las orejas. —Estaí bien, chico, no estoy enfadada contigo. Tuí te sientas y te quedas cuando te lo dicen. Se rio de aquello mientras terminaba de abrir el vino. UNAS HORAS maí s tarde alguien llamoí a su puerta. —¿Quieí n es? —Cora hizo detuvo su interpretacioí n ligeramente desafinada de la cancioí n sonando en la radio de su teleí fono. El fuerte golpe sonoí de nuevo y Cora gimioí , sin querer moverse de su sitio. Se habíía puesto coí moda. Marcus. ¿Y si era Marcus? Su bebida se derramoí cuando la dejoí en el suelo. Dentro de la confusioí n inducida por el vino, apenas recordoí mirar por la mirilla. El hombre del otro lado de la puerta era tan alto que solo podíía ver su cuello. —No —dijo Cora. Uy. Lo dijo en voz alta. Mierda. Quizaí s podríía esconderse en el dormitorio hasta que Sharo se fuera. —Abre la puerta —ordenoí con una voz que dejaba claro que no debíía pedirlo dos veces. ¿Marcus habíía enviado a su segundo al mando para matarla por haber arruinado su negocio? Cora se rio. El vino hizo que ese pensamiento fuera maí s fascinante que aterrador. Abrioí la puerta y miroí hacia arriba y luego todavíía maí s. Sharo era alto, muy alto. —Eh —hipoí —. ¿Queí es lo que quieres? —Vine a ver coí mo estabas. —¿Te envioí Marcus? —Entrecerroí los ojos contra el rostro negro. —No sabe que estoy aquíí. Eso le dio un respiro a Cora. Sharo era muy leal, y hasta donde ella sabíía, nada lo induciríía a actuar a espaldas de Marcus. Marcus. El que no lo habíía enviado a revisarla. El que la habíía enviado lejos sin siquiera mirar atraí s. —Bueno, estoy viva. Gracias por comprobarlo. —Empezoí a cerrar la puerta, pero el pie de Sharo la detuvo—. Sharo, quiero estar sola. —No se movioí en absoluto y eso solo la hizo enfurecer maí s—. No puedo creerlo. Mueí vete, enorme montanñ a. Pero Sharo simplemente la condujo de vuelta al apartamento hasta que pudo cerrar la puerta.


Brutus se acercoí y olfateoí la mano del gran hombre. —Pero queí fantaí stico perro guardiaí n eres. —Cora fulminoí con la mirada al Gran Daneí s, quien soltoí un guau y fue a acostarse en la chimenea. Mientras tanto Sharo se estaba moviendo por su apartamento, primero dirigieí ndose a su cabina de sonido y acabando con la muí sica. —¡Eh! —chilloí , pero la ignoroí , yendo al balcoí n y mirando hacia fuera. Cerroí las cortinas con firmeza, volvioí a la puerta principal y rodeoí a Cora para atenuar la luz del techo. El regulador se habíía instalado maí gicamente despueí s de que se mudara, como parte de las “mejoras” que el encargado habíía instituido en el edificio del nuevo duenñ o, es decir Marcus. —Queí demonios… —escupioí . Sharo se inclinoí y se plantoí en su cara. —Las personas pueden ver aquíí dentro cuando tienes la luz encendida —grunñ oí , miraí ndola. Cora le miroí fijamente con los ojos muy abiertos. Perdiendo todo el sentido, empujoí su pecho con ambas manos. —Estaba teniendo una agradable y tranquila... —grunñ oí mientras lo empujaba, sin importarle que no lo moviera ni un poco—... noche en casa. ¡Sola! —No tan tranquila. Te podíía oíír cantando desde el final del pasillo. Con un uí ltimo grunñ ido, Cora dejoí de empujar y se alejoí . —Bueno, ¿queí se supone que debo hacer ahora que Marcus ha decidido que nos demos un tiempo? ¿Sentarme en la esquina y tejer? —Se dejoí caer en el sofaí y buscoí su copa de vino en el suelo, casi inclinaí ndola hacia ella misma cuando Sharo se sentoí a su lado. Cuando eí l se instaloí en su propio lado, Cora notoí que ocupaba casi la mitad del sofaí . Levantando la botella para inspeccionarla, eí l le mostroí una mirada divertida. Le restaba alrededor de un vaso y medio. Cora levantoí la barbilla. —¿Queí ? Me emborracho raí pido. Sacudiendo la cabeza, Sharo se inclinoí y, antes de que ella se diera cuenta, le quitoí la copa. —Oye, estaba bebiendo eso —luchoí , pero no fue rival para eí l. La mantuvo alejada con una gran mano en su pecho mientras drenaba el resto del lííquido rojo de un solo golpe.


—No puedo creer esto —se enfurecioí —. ¿Queí estaí s haciendo aquíí? —Recibíí tu mensaje. Cora tragoí duro. —Penseí que era el teleí fono de Marcus. —Lo es, pero eí l se ha vuelto a ocultar. —¿Pasoí … pasoí algo maí s? —Maí s amenazas. Waters estaí en accioí n. Algunos de nuestros hombres han sido atacados, pero eí l parece preferir el secuestro al asesinato. Todavíía no hay peticiones. Las sienes de Cora comenzaron a palpitar con otro de los dolores de cabeza que uí ltimamente habíía tenido y agh, sentíía que iba a vomitar. Se frotoí la frente e intentoí concentrarse en lo que Sharo le decíía. —Waters estaí escondido en alguí n lugar, pero estaí en la ciudad. Tiene que estar. Tiene una orden de arresto en relacioí n con el envenenamiento del alcalde. —Sharo agarroí la botella de vino y se sirvioí una copa. Ella nunca le habíía visto beber—. Creemos que estaí trabajando con los Titan. —Los Titan quieren volver a entrar, ¿no? —susurroí —. Ella no se detendraí , ¿verdad? ¿Mi madre? La miroí a los ojos y sacudioí la cabeza. —Los Titan quieren volver a entrar y lo haraí n a menos que hagamos que Waters se nos una. Pero por coí mo se estaí llevando a las Sombras, las cosas no se ven bien. —¿Queí puedo hacer para ayudar? —Nada. A menos que maí gicamente puedas hacer aparecer a Waters. Cora se mordioí el labio. Aléjate de Waters. Se acabó. Ya has hecho suficiente. Se acabó. —¿Por queí me dices esto? —Cora tratoí de no sonar triste y como si hubiera fracasado. Como siempre, su madre no tramaba nada bueno, solo intentaba herir a su marido. Se estremecioí porque el dolor se agudizoí . ¿Marcus era todavíía su marido? ¿Queríía serlo? —. Marcus no quiere que me involucre. —¿Te vas a rendir tan faí cilmente? Miroí fijamente a Sharo, pero eí l no la miroí . —¿A queí te refieres? Le hice danñ o, lo seí . Seí que se siente traicionado. Pero ni siquiera me habla.


Sharo soltoí una risa sin mostrar alegríía. —No es divertido ser excluido, ¿verdad? —No —dijo ella, con la barbilla cayendo a su pecho. Durante meses habíía tratado a Marcus de la misma manera despueí s de haberlo dejarlo. —Pasaron dos meses y tu fuerza de caraí cter crecioí . Pero sigues sin madurar. ¿Se quebraríía la mano si le diera un punñ etazo a Sharo? Probablemente síí. —Tal vez cuando todos ustedes dejen de tratarme como a una ninñ a. Sharo simplemente sacudioí la cabeza, tomando un largo trago. —¿Quieres saber lo que Marcus piensa? ¿Quieres saberlo todo? Cora fruncioí el cenñ o, pero asintioí con la cabeza, metiendo las piernas debajo suyo sobre el sofaí , convirtieí ndose a síí misma en el ovillo maí s pequenñ o posible. Brutus se sentoí cerca, luciendo triste hasta que ella extendioí la mano y le acaricioí su suave cabeza gris. —¿Estaí s segura? —Sharo finalmente la miroí y la advertencia en sus oscuros ojos fue seria. —Síí. —¿Segura que quieres despertar? Despueí s de esto puede que nunca maí s vuelvas a dormir. De alguna manera Cora sabíía que Sharo no se estaba refiriendo al suenñ o comuí n. Asintioí . —Estaí bien. —Jugueteoí con su copa vacíía, haciendo una pausa tan larga que Cora se preguntoí si se habíía olvidado de que ella estaba allíí. Pero no se atrevioí a romper el silencio—. ¿Conoces a la hermana de Marcus? —Chiara. —¿Sabes coí mo murioí ? —Tomoí la botella de vino para volver a servirse. Mantuvo su mano en el cuello de la botella. Cora miroí sus propias manos. —Mi madre la matoí . Sharo bebioí su segunda copa. —Eso no fue hasta despueí s. Primero los hermanos Titan la violaron. Los tres. La apunñ alaron, varias veces… supongo que luego tu madre llegoí y descubrioí lo que habíían hecho. Tal vez estaba enojada con Karl por enganñ arla. Tal vez odiaba demasiado al viejo Ubeli. O tal vez era por el poder. Pero Chiara se desangroí en el colchoí n donde la teníían encadenada.


Cora se quedoí allíí congelada con la mano en la cabeza de Brutus. Hacíía tiempo que no habíía pensado en los detalles de esa noche. No queríía hacerlo, ahora lo veíía. Se iba a enfermar. Pero Sharo no tendríía piedad de ella. Íba a contar la historia sin importar lo mucho que le doliera a cualquiera de los dos. Y le dolíía a eí l. Era evidente por el brillo de sus ojos y el nudo en su voz. —Chiara estaba a salvo en la finca, pero se puso rebelde y se fue. Fue entonces cuando la secuestraron. Sabííamos que habíía desaparecido e hicimos todo lo malditamente posible para encontrarla. Al final, un soploí n la encontroí . Pero fue demasiado tarde. Llevaba un díía muerta. Los malditos la dejaron morir sola, apunñ alada y cubierta de su mugre. La mano de Sharo tembloí un poco sobre su agarre en la botella. Un anillo de oro que llevaba en el dedo anular de su mano derecha tintineoí contra el cristal hasta que lo apretoí lo suficientemente fuerte como para que sus nudillos palidecieran. —Marcus la vio y perdioí la cabeza. Todavíía era un ninñ o. —Sharo la miroí a traveí s del sofaí con sus ojos llenos de malos recuerdos—. Pero ese fue el díía en que crecioí . No el díía en que se llevaron a sus padres, ni el anñ o siguiente. Fue el díía que encontramos a Chiara. Allíí fue cuando se fue. Ni siquiera esperoí a que estuviera enterrada. Lloroí ; fue la uí ltima vez que lo vi llorar, y desaparecioí . Cora aferroí sus brazos alrededor de sus piernas para evitar temblar. Sus ojos estaban secos; no teníía laí grimas para esto. Sharo continuoí hablando, con su profunda voz resonando en el abismo de esta noche interminable. —Me llevoí un anñ o encontrarlo. Estuvo sin casa durante meses antes de encontrar su camino. Se entrenoí como luchador y luego volvioí a New Olympus. Para entonces, los Titan llevaban dos anñ os en el poder, y la mayor parte del imperio del viejo Ubeli habíía desaparecido. Marcus lo reconstruyoí y no se detuvo hasta que el uí ltimo de ellos fue expulsado. Silencio. Asíí que esa era la razoí n por la que la habíía dejado. —Lo traicioneí y le di a los Titan una entrada. —Mujer. —Sharo le sacudioí su cabeza como si Cora estuviera actuando como una tonta—. Te envioí lejos porque no puede lidiar con eso. Todo lo que ha hecho ha sido para protegerte. Y tuí dejas tu hogar seguro, como Chiara, y corres hacia los malos. No importa por queí lo hiciste. Ya perdioí a su familia una vez. No puede perderte


a ti tambieí n. Cora no supo queí decir respecto a eso. Pero Sharo no estaba en lo correcto. EÍ l no vio la mirada en la cara de Marcus. No escuchoí lo fríía que era su voz cuando le dijo que se habíía acabado. Marcus era un hombre que valoraba la lealtad por encima de todo. Y ella lo habíía traicionado. Si no habíía confianza, ¿queí quedaba entonces? —Me recuerdas a ella, ¿sabes? —Sharo dijo, rompiendo el silencio—. Chiara. Era dulce, pero por debajo teníía fuego. —Su voz se convirtioí en un murmullo, asíí que Cora se esforzoí por escuchar —. Harííamos cualquier cosa para proteger eso. La ternura de su profunda voz hizo que ella se volviera a mirarlo. El musculoso cuerpo de Sharo era equilibrado y ríígido, pero dejoí que la maí scara surcara su rostro lo suficiente como para que Cora viera al hombre que yacíía debajo; a los anñ os de dolor y tormento. Cora se apoyoí en el brazo del sofaí , entendiendo de repente demasiadas cosas. —La amabas —susurroí . El estoí mago se le revolvioí , provocaí ndole naí useas—. ¿Coí mo puedes siquiera soportar mirarme, Sharo? —Descansa un poco, Cora —murmuroí . Y eso fue todo. Salioí por la puerta. Pero todo lo que Cora pudo ver fue a esa joven violada una y otra vez por los tííos de Cora… por su padre. Y mamaí habíía terminado el trabajo al… Apenas alcanzoí a llegar al banñ o antes de vaciar el contenido de su estoí mago.

CAPÍÍTULO 31

Zeke Sturm miroí al enfermero con pelo grueso y rizado y con suficientes muí sculos en sus brazos para sugerir que bajo su ropa habíía un buen cuerpo. Teníía que aplaudirle a su servicio de atencioí n meí dica a domicilio por haber contratado a un joven que era exactamente su tipo. Mientras veíía al muchacho de cabeza rizada moverse por la habitacioí n, contemploí alejar el escritorio con ruedas que escondíía su ereccioí n para que el enfermero —Paul, se llamaba —, no pudiera perdeí rsela. Con estos jovenzuelos, a veces eso era todo lo que se necesitaba. —Senñ or, es casi medianoche. Necesita descansar. —El enfermero se inclinoí para recoger algunas ropas que habíían caíído al suelo y Zeke pudo ver su brillante tanga roja asomaí ndose de su uniforme turquesa. Bingo.


—He estado descansando todo el díía —dijo Sturm, y era cierto. Los meí dicos lo habíían dado de alta de la terapia intensiva y habíía hecho una sesioí n de fotos para asegurarle al puí blico que su alcalde se estaba recuperando. Pero eso habíía sido todo por hoy. Ínsistioí en volver a casa para dormir en su propia cama bajo el cuidado de su meí dico privado—. Tengo tanto que hacer… es difíícil para míí relajarme. El enfermero, Paul, se enderezoí lentamente y le sonrioí . Voces fuera de la habitacioí n los interrumpieron. Zeke fruncioí el cenñ o y sacudioí la cabeza. —Ve a ver queí pasa. El enfermero apenas tuvo tiempo de abrir la puerta antes de que un ayudante entrara. —Senñ or, Armand Merche ha venido a verle. Zeke alzoí una ceja. ¿Queí hacíía el joven Merche aquíí? —Hazle pasar. Y toí mate la noche libre, Jones. Estoy en buenas manos. —Síí, senñ or. —El ayudante desaparecioí y Armand aparecioí con su grueso pelo alborotado por encima de su traje un poco maí s formal. —¿Ínterrumpo algo? —Armand llevaba su habitual sonrisa traviesa. Zeke suspiroí . —No, no, entra. —Vio al joven enfermero irse junto con su ayudante y no se molestoí en ocultar su decepcioí n. Como de costumbre, Armand se dio cuenta. —Me alegra ver que te sientes mejor. ¿Ha habido suerte en atrapar al bastardo que te hizo esto? —Tenemos una orden de arresto contra Waters. Tenemos pruebas suficientes como para acusarlo, pero por maí s que lo intento no puedo pensar por queí me querríía muerto. —Yo síí. —Armand se acercoí a la cama, se quitoí el saco y lo tiroí en una silla. Debajo llevaba una camisa lavanda, cuyo corte delgado delineaba su delgado y atractivo torso. Levantoí una bolsa de pastillas blancas y Zeke inmediatamente se puso tenso. —¿Son lo que creo que son? —Sturm extendioí su mano y Armand le dio la bolsa sumisamente. —Ambrosíía. Brew o Bro, asíí las llaman en las calles ahora. —¿Las has probado? —De hecho, síí. Penseí que eran pastillas para dormir. Tomeí una


y… —Armand sonrioí tíímidamente—. Bueno, en realidad se convirtioí en una noche bastante buena, pero eso no viene al caso. —Ya veo. —Zeke no estaba de humor. El hecho de que Armand tuviera ese contrabando era un problema—. ¿Y coí mo las conseguiste? Evitando la silla, Armand se sentoí en la cama de Zeke de cara a eí l. —En tu propia oficina de policíía. Tienes un topo. Maldicioí n. Zeke fruncioí el cenñ o. —¿Quieí n? —Tu encantadora ex-esposa. —¿Olympia? —Zeke tratoí de levantarse de su cama, pero luego se quejoí y se recostoí —. Supongo que no deberíía sorprenderme. Solíía tratar el cuarto de evidencias como su propio casillero personal. —Lanzoí las pastillas hacia la cama y Armand las recogioí —. ¿Por queí se arriesgaríía? Robar evidencia no es un gran paso en la carrera de un ex fiscal de distrito, especialmente si tiene planes de postularse para mi oficina. Armand se encogioí de hombros mientras tocaba la bolsa ansiosamente. —Supongo que todavíía se preocupa por ti. Sabíía que eran de Waters y se los devolvioí . —¿Waters recuperoí las pastillas? ¿Las estaí distribuyendo? Las noticias se estaban poniendo cada vez peor. —Lo uí ltimo que escucheí es que estaba en negociaciones con los Titan para distribuir. Zeke cerroí los ojos, sintiendo que se acercaba un dolor de cabeza. La mayoríía de los efectos del veneno habíían desaparecido, pero se sentíía tan agotado como si hubiera corrido un maratoí n, o dos. Y ahora todo esto estaba llegando a un punto críítico mientras eí l se encontraba en desventaja. —Ígnorar a Ubeli significaraí la guerra. Zeke se quedoí con la mirada perdida por un segundo, pensando en los Titan nuevamente regresando a New Olympus. ¿Queí significaríía eso para eí l y su oficina? La cara de Armand estaba cuidadosamente neutral. —Conoces mi personal intereí s en el eí xito del Senñ or Tenebroso. Hablando de eso, ¿coí mo salioí la reunioí n con los Ubelis? —Oh, bien. —Zeke empujoí su escritorio un poco hacia atraí s—. Solamente envioí a su linda mujercita. No pude darle las drogas y


consiguioí que accediera a hacer una estuí pida recaudacioí n de fondos que resultoí ser el pretexto para la reunioí n. Lo que me recuerda que tengo que librarme de ello. —Se inclinoí hacia adelante para hacer una nota. —Ni siquiera lo pienses. —Armand se inclinoí hacia adelante y agarroí la mano de Zeke sosteniendo el bolíígrafo—. Te presentaraí s en el desfile de moda. Yo tambieí n estoy ayudando con eso. —¿Tambieí n te tiene comiendo de la pequenñ a palma de su mano? —Zeke podíía estar cansado, pero eso no significaba que se encontraba fuera de su juego. Le arqueoí una ceja a Armand—. Laí stima que Ubeli ya le clavoí sus garras. Claro que —musitoí —, ella dijo que estaban separados, y estoy seguro de que, a la luz de la reciente amenaza de muerte, Ubeli se ha ido a “la guerra”. Deberííamos invitarla a venir para que no se sienta sola. Y ponerla en cuatro, como en nuestro propio show canino privado. Recuerda coí mo solííamos… —Lo recuerdo —lo interrumpioí Armand miraí ndolo mal, y Zeke sonrioí para síí mismo. Asíí que Armand teníía una debilidad por la senñ ora Ubeli. Zeke archivoí esta informacioí n para maí s tarde. —¿Queí vas a hacer con Waters? Zeke aceptoí el cambio de tema sin hacer comentarios. —EÍ l tiene que dar el proí ximo paso. Ya tiene su cargamento de vuelta. ¿Cuaí ndo dijiste que Olympia lo devolvioí ? —El jueves por la manñ ana, creo. —Pero… —Zeke pensoí raí pidamente—. ¿Quieí n ordenoí que me atacaran a míí y al doble de Ubeli el jueves por la noche si para entonces Waters ya teníía su producto? Armand se encogioí de hombros. —Tu sospecha es la misma que la míía. —¿Queí es lo que sabes? —Zeke entrecerroí los ojos. Armand se rio. —Solo lo que Olympia me dice. Ella queríía que te diera estas pastillas y que te hiciera saber que Waters ya tiene el resto, menos unas cuantas que ella tomoí como su comisioí n. Zeke examinoí a Armand, pero no encontroí pistas en el encantador rostro. El haber venido aquíí no habíía sido una visita social, ni siquiera para comprobar su salud. Armand queríía que supiera que no fue Waters quien ordenoí el ataque. Ínteresante. ¿Cuaí l era exactamente su participacioí n en todo esto? —Aseguí rate de agradecerle a Olympia. Por cierto, ¿coí mo estaí ?


—Te extranñ a, pero la mayoríía de los díías no lo admite. Ígual que tuí . Zeke expresoí indignacioí n y Armand se rio. —Pero vaya grunñ oí n. Aunque todavíía hay una parte de ti que es honesta, ¿cierto? Armand levantoí el escritorio con ruedas, teniendo cuidado de no dejar que los papeles cayeran. La ereccioí n de Zeke estaba claramente delineada bajo la delgada saí bana, y no tratoí de ocultarla. —Ah, ahíí estaí . Aunque tambieí n parece de mal humor. —Te extranñ a. —Zeke miroí a Armand directamente a los ojos. Armand no habíía venido aquíí para esto, o al menos no solamente para aquello. Pero con la historia que habíía entre ambos, las cosas normalmente siempre terminaban en eso. Armand era un ninñ o hermoso que se habíía convertido en un hombre hermoso. Una sonrisa jugoí alrededor de la boca de Armand y sus fosas nasales se abrieron. —Yo tambieí n le echaba de menos, por lo que penseí en hacerle una pequenñ a visita. Claro que es maí s divertido cuando hay un tercero, asíí que inviteí a un amigo a jugar. ¿Paul? —Armand levantoí la voz para llamar al enfermero. El enfermero de cabeza rizada volvioí a entrar, esta vez con nada maí s que su tanga roja. Mientras Zeke contemplaba, Paul cerroí la puerta y Armand se mantuvo al margen con una actitud traviesa. —Senñ or alcalde. —Paul posoí por un momento antes de arrastrarse hacia el borde de la cama—. Veamos si podemos lograr que empiece la terapia fíísica de esta noche.

CAPÍÍTULO 32

Llegoí el lunes por la manñ ana y Cora se despertoí , escuchando el falso eco del teleí fono sonando. Pero cuando lo comproboí no habíía nada. Salioí del dormitorio para ser recibida por Brutus. Ninguna Sombra hizo guardia en su apartamento y ninguí n guardaespaldas bloqueoí su puerta. Volvioí a revisar su teleí fono: no habíía mensajes. Anna saldríía pronto del hospital y Olivia regresaríía de su viaje. Era lunes, el plazo que Waters habíía fijado para que Marcus le devolviera su cargamento. ¿Queí era lo que estaba ocurriendo? ¿Haríía Waters otro movimiento contra Marcus cuando no pudiera cumplirle? ¿O solo iríía con los Titan de inmediato para llegar a un


acuerdo con ellos? La preocupacioí n la teníía yendo de un lado a otro, dejando un rastro en su piso de madera. Una hora despueí s llamaron a la puerta. Se asomoí por la mirilla, la abrioí y una hilera de Sombras aparecioí cargando cajas sobre cajas. —¿Pero queí demonios…? —Directas del pent-house, senñ orita. El senñ or Ubeli queríía que las tuviera. Al encontrar una caja con una tira de cinta adhesiva suelta, se asomoí y reconocioí su ropa. Aturdida, se escabulloí alrededor de las Sombras que la rodeaban para encerrarse en el banñ o. Llamoí al nuí mero que teníía de Sharo y a la líínea de emergencia que creíía que era la de Marcus. El de Sharo sonoí y sonoí hasta ella que colgoí , y la líínea de emergencia solo le daba el tono de llamada. Todas las esperanzas que teníía se esfumaron con ese sonido vacíío. Marcoí de nuevo para confirmar que no habíía cometido un error. No. No habíía nadie. Tiroí su teleí fono contra el lavabo. Asíí que eso habíía sido todo. Habíía sido asíí de faí cil. Marcus la habíía sacado de su vida; suprimieí ndola de cualquier acceso a eí l. No confiaste en mí. Mi propia esposa. Todo este tiempo Cora habíía estado huyendo sin saber exactamente de queí . No habíía sido de Marcus, sino de esto. Esto era su peor miedo hecho realidad. Pero una vez que eí l lo supiera, jamaí s iba a poder perdonarla. Cora habíía roto el víínculo entre ellos y nunca podríía volver atraí s. Se acabó. Aquello la golpeoí cuando salioí del banñ o y cruzoí por su apartamento, a traveí s de un mar de cajas marrones. Finalmente estaba sola. —Conseguiste lo que queríías —se susurroí a síí misma. Cerrando la puerta despueí s de que las Sombras salieran, se deslizoí hasta el suelo y las laí grimas se derramaron maí s raí pido de lo que Brutus podíía lamer. —¡CORA! De inmediato la cabeza de Cora se alzoí mientras Olivia irrumpíía en su oficina. —¿Todo bien? —Síí, mueí vete. —Olivia se inclinoí sobre Cora para agarrar su ratoí n de computadora. Habíía regresado de su viaje y, como


siempre, se encontraba demasiado llena de fuerza volcaí nica. —¿Queí sucede? —Cora se reclinoí y la vio navegar por la web a la velocidad de la luz, llegando hasta un popular blog de noticias. —Max Mars no aparecioí hoy en el set. —Anna aparecioí , miraí ndose encantadora y bien descansada. Sus moretones desaparecieron dos semanas despueí s de que la dieran de alta en el hospital. Resplandeciente y glamorosa, lucíía como la naciente estrella de cine que era. —Aquíí estaí —Olivia navegoí hasta la barra de noticias lateral, leyendo el titular—: Max Mars apaleado en una pelea de bar. Asaltante desconocido; un hombre de negro. —Oh, cielos —Anna se acercoí a la pantalla de la computadora e hizo que el ratoí n hiciera clic en el artíículo—. Quedoí totalmente destrozado. —Al igual que la pelíícula —murmuroí Olivia. —No necesariamente —Anna continuoí leyendo—. Aquíí dice que tuvieron cuidado de no tocar su cara. Cora pensoí en su conversacioí n con Marcus en el pasillo del hospital y se permitioí una sonrisa solo para ella misma. Habíían pasado dos semanas y no habíía visto a Sharo o a su marido, ni siquiera pruebas de que un guardaespaldas la estuviera siguiendo. Su ira habíía decrecido en un dolor sordo mientras miraba y esperaba que el silencio se rompiera. Leer sobre las actividades de Marcus y saber que eran de eí l se sentíía como un mensaje secreto, una broma interna entre amantes. Le dolíía, pero al mismo tiempo le daba esperanzas. —Gracias a los cielos que ya hemos rodado sus escenas desnudas. Estaraí adolorido, pero puede dominarlo —dijo Anna. Olivia resoploí . —Durante toda la pelíícula de El dios de la guerra parecioí estar adolorido. Era eso o se encontraba estrenñ ido. —No, esa es su cara de actor —dijo Anna—. Oh, mira, Cora, aquíí hay una foto tuya. —¿En serio? —Cora se inclinoí hacia adelante, pero de repente Olivia y Anna le bloquearon el paso. —Olvíídalo, me equivoqueí —dijo Anna apresuradamente de cara a Cora mientras Olivia daba clics de manera freneí tica para salir del navegador. —Síí, no es para nada halagador —murmuroí Olivia.


—Basta, chicas, deí jenme ver. —Cora le dio un codazo a Olivia para que se quitara de en medio. Anna y Olivia intercambiaron miradas preocupadas. —No pueden escondeí rmelo. Simplemente lo buscaríía en mi teleí fono. —Cora puso los ojos en blanco. A reganñ adientes ambas se alejaron y Cora regresoí dando clics hasta que vio lo que las habíía hecho encogerse de miedo. Se trataba de una espontaí nea foto de ella y Marcus con una líínea que la atravesaba por el medio. —El conocido capo y su esposa rompieron. Luego otra foto de ella luciendo deprimida y solitaria mientras paseaba a Brutus en la acera arbolada afuera de su apartamento. Cora continuoí desplazaí ndose hacia abajo sin poder detenerse. —¿Quieí n enganñ oí a quieí n? —Leyoí el melodramaí tico texto en rojo e hizo clic en las miniaturas para ver una foto de ella con Philip Waters en la fiesta de Armand. Ambos habíían estado parados lo suficientemente cerca como para hablar, y su pose en el lujoso escenario parecíía bastante ííntima, especialmente con la mano de eí l suspendida cerca de su brazo de manera protectora. Pasoí a la siguiente foto y vio a Marcus caminando junto a una rubia alta y de senos grandes. Su mano estaba en su codo, ayudaí ndola a bajar los escalones rojos afuera del hotel Crown. —¿Pero queí mierda? —siseoí Cora. —Diablos —dijo Olivia—. Nunca te habíía oíído maldecir. —La estaí s contagiando —dijo Anna—. Cora, carinñ o, ¿estaí s bien? —Marcus Ubeli encendiendo de nuevo la llama con Lucinda Charles, visto anoche saliendo del hotel Crown. —Cora leyoí las primeras palabras con un chillido. —Oh no, no lo hizo. —Olivia se acercoí para leer el artíículo. —Tal vez sea mejor si no sacamos conclusiones precipitadas. — Anna se inclinoí sobre el hombro opuesto de Cora. —No puedo creerlo —gritoí Cora—. ¡Voy a matar a esa perra! ¡Y a cortarle los testíículos a Marcus! —Ahíí tienes, ese es el espííritu —la animoí Olivia. —Para. —Anna se acercoí a Cora para pellizcar a Olivia—. Tal vez sea un malentendido. Una vieja foto como la tuya con Philip Waters. Pero Cora ya se encontraba sacudiendo la cabeza, con todo su cuerpo temblando mientras sacaba el teleí fono de su bolso.


—Lleva la corbata que le regaleí para Navidad. Esa foto es reciente. Cora estaba tan furiosa que apenas pudo marcar el nuí mero con el que sabíía que contactaríía a Sharo. Se levantoí de un brinco y caminoí de un lado a otro mientras sus amigas la miraban, terminando la llamada con un insulto. —Oh no, no puede hacerme esto. —¿Queí vas a hacer? —dijo Anna. Dudando, el timbre de su teleí fono la salvoí de tener que responder eso. —¿Sharo? —¿Queí ? —No pudo leer su profunda voz. —Necesito reunirme con Marcus. —No seraí posible. Las cosas se estaí n poniendo feas; estaí ocultaí ndose. —Entonces, ¿por queí estoy mirando una foto de eí l y la puta Lucinda afuera del Crown? Silencio. —Maldicioí n. —Síí, asíí es. Quiero hablar con eí l. Ahora. Otro silencio, esta vez maí s largo, como si Sharo estuviera hablando con alguien parado cerca. —Eh, oh. —Cora oyoí decir a Anna y se giroí para ver que Olivia habíía puesto otra foto en la pantalla, otra de Cora parada entre Armand y Philip Waters; una foto maí s de la fiesta de hacíía dos meses. Al pie de la imagen decíía: ¿Ménage a trois? —Vaya, me han cortado —resoploí Olivia. —¿Sharo? —llamoí Cora sin apartar la mirada de ambos hombres a cada uno de sus costados en la foto, uno en un esmoquin blanco y el otro en uno negro. —¿Síí? —Ahora la voz del segundo al mando sonaba ahogada. —¿Encontraste a Armand? El que casi habíía desaparecido despueí s de la orgíía. Tal vez habíía sido algo bueno, considerando que Marcus queríía hacerlo anñ icos cuando se dieron cuenta de que las llamadas “pííldoras para dormir” que le habíía dado a Cora eran en realidad Ambrosíía. —Estaí desaparecido. No pudimos atraparlo y no ha vuelto a su casa. —¿Queí pasoí con Waters cuando el plazo vencioí ? Sharo no contestoí .


—¿Y Marcus? —presionoí . —Estaí … ocupado. La imagen de Marcus y de esa falsa zorra rubia cruzoí su mente. —A la mierda con eso. Dile. —Su visioí n se volvioí un poco borrosa mientras se balanceaba con ira—: Dile que, despueí s de esto, tendraí suerte si alguna vez lo quiero de vuelta. —Y colgoí . Sus dos amigas se quedaron paradas en su escritorio, miraí ndola fijamente. Olivia resoploí . —A alguien le crecieron agallas. —Hombres. —Anna sacudioí la cabeza—. Son todos unos imbeí ciles. —Oh, mierda —dijo Cora, con su ira desvanecieí ndose—. ¿Esto significa que realmente se ha acabado? ¿Queí voy a hacer? —Emborraí chate —sugirioí Olivia—. Ten una orgíía. —Estuve allíí y ya vivíí toda la experiencia —murmuroí Cora y se dejoí caer en la silla de su escritorio. —¿Quieres ir a tomar un cafeí y hablar de ello? —preguntoí Anna. —No, no, tengo cosas que hacer. La recaudacioí n de fondos para el refugio es en menos de dos semanas y se tiene previsto que el alcalde haga una aparicioí n. Tengo que ponerme manos a la obra. —¿Segura que no quieres salir y emborracharte? —Olivia sonaba esperanzada, pero Anna ya la estaba empujando hacia la puerta. —Vamos, Olivia. Deí jala en paz. De todos modos, tenemos que terminar de grabar mi voz para tu videojuego. —No es un juego, es un programa de software que estamos disenñ ando para ser capaz de una auto-mejora recurrente para que pueda lograr la singularidad… —Guau. Hablando de cosas frikis… Mientras la puerta de su oficina se cerraba entre broma y broma de sus amigas, Cora hizo aparecer el artíículo sobre ella y Marcus. Miroí fijamente la foto de Marcus y Lucinda hasta que le dolioí demasiado hacerlo. ¿Dos semanas? ¿Fue todo lo que se necesitoí para reemplazarla por otra persona que calentara su cama? Empezoí a hacer clic para salir del sitio, pero su ratoí n se deslizoí y una foto de Philip Waters en la fiesta aparecioí . En el esmoquin blanco su piel de color era auí n maí s llamativa, y el gran anillo de oí nix que llevaba le llamoí la atencioí n. Un momento. Se congeloí y entrecerroí los ojos hacia la pantalla.


Amplioí la foto. Mierda. Recordaba ese anillo. Lo recordaba de las largas horas de su secuestro, pero lo habíía vuelto a ver, ¿no? En la casa de Olympia, en la segunda noche maí s inolvidable de su vida. La que comenzoí con una orgíía.

CAPÍÍTULO 33

Despueí s de detenerse un minuto frente a la puerta de Olympia, Cora finalmente tocoí el timbre. Con el sonido todavíía resonando por toda la gran casa, golpeoí la puerta por las dudas. La pesada puerta se abrioí . La propia senñ ora de la casa la habíía abierto. Olympia llevaba un ajustado top de cuero rojo y una falda negra. Aunque estaba descalza, auí n teníía la altura suficiente para inclinarse y mirar hacia abajo para ver a Cora. —Senñ ora Ubeli. ¿Necesita algo? Me estoy preparando y necesito ir al juzgado. —Necesito hablar con su invitada. Andrea Doria. —Cora se mantuvo firme. En este momento, teníía todo y nada que perder. —¿Queí asuntos tiene con ella? —El tono de Olympia estaba al líímite de sonar grosero. —Asuntos personales. No pretendo hacerle danñ o. Solo quiero hablar. —Entonces Cora inclinoí la cabeza—. Aunque me pregunto queí le pasaríía a un abogado si encontraran a un fugitivo escondido en su casa… Las fosas nasales de Olympia se ensancharon ante la amenaza, pero terminoí abriendo la puerta. Cora pasoí junto a ella hacia el interior la casa directo al pasillo para entrar en el gran saloí n-comedor que, la uí ltima vez que habíía estado allíí, habíía sido escenario de una orgíía. —Querida, ¿tienes algo que no sea leche de vaca? —Una voz llamoí desde la cocina. Una agradable voz tenor que podíía ser modificada tanto hacia arriba como hacia abajo. La voz de Philip Waters. La persona que aparecioí en el umbral teníía la cabeza calva, pero se encontraba totalmente maquillada. Andrea Doria, a mitad de camino de su completa transformacioí n. La drag queen se detuvo cuando vio a Cora acercaí ndose. —Hola, senñ ora Doria. ¿O prefiere senñ or Waters? Olympia habíía seguido a Cora a la habitacioí n. —Te dije que no cagues donde comas —le dijo Olympia al


travesti alto, y luego volvioí a fulminar con la mirada a Cora—. Tengo que ir al juzgado. La leche de linaza estaí en la nevera. —Se alejoí . —No estoy aquíí para hacerte danñ o —le dijo Cora a Philip Waters/Andrea Doria—. Me hiciste la misma visita de cortesíía. —¿Coí mo pudiste saber quieí n era yo? —preguntoí Philip/Andrea. —Tu anillo. El de la gran piedra de oí nix. Lo usaste la noche de la fiesta. Pasaron muchas cosas, pero nunca olvido un accesorio llamativo. Philip/Andrea levantoí una ceja perfectamente delineada. —¿Te estaí s burlando de míí? —No, en absoluto. No me burlo de las personas, especialmente si planeo pedirles consejos de maquillaje. —Cora sonrioí . Una pequenñ a sonrisa aparecioí en el rostro fabulosamente contorneado. —Entonces, ¿por queí estaí s aquíí? —Lo dijiste tuí mismo cuando me secuestraste. Es faí cil hablar conmigo. Estoy aquíí para dejar algunas cosas al descubierto y ver si podemos llegar a un acuerdo. La sonrisa desaparecioí . —Tu esposo te envioí . —No, no lo hizo. Estamos mucho maí s que separados y yo mucho maí s que sola. —Sostuvo una copia de la foto de Marcus y Lucinda y se la entregoí —. Fue tomada ayer. No he visto a mi marido en varias semanas. La drag queen examinoí la fotografíía y le dedicoí a Cora una mirada de compasioí n. —Muy bien. Hablemos. ¿Cafeí ? —Por favor. —Cora siguioí al travesti a la cocina de Olympia y se apoyoí en la hermosa encimera de cuarzo de la gran isla mientras su antiguo secuestrador iba al gabinete para bajar dos tazas. —Por el momento agradeceríía que nos mantuvieí ramos en mi disfraz. Nunca penseí que mis actividades recreativas serviríían para un propoí sito serio, pero luego me encontreí siendo perseguida por mis aliados y buscada por doble homicidio. —Philip/Andrea sirvioí el cafeí y le guinñ oí un ojo—. Asíí que llaí mame Andrea. —Encantada de conocerte, Andrea. —Eres bastante valiente al venir aquíí despueí s de la uí ltima vez. —Andrea colocoí una taza humeante en la isla, lo suficientemente cerca para que Cora la alcanzara. Cora examinoí a Andrea.


—Creo que tu intencioí n nunca fue hacerme danñ o. Aunque, para que sepas, secuestrarme no te dio ninguí n punto con Marcus. Matoí al uí ltimo sujeto que hizo eso. —Lo tendreí en cuenta. —Asíí que te busca la policíía. —Cora tomoí su taza y le agregoí leche de linaza y miel. —¿Vas a entregarme? Cora sacudioí la cabeza, proboí su espontaí neo cafeí con leche de lino y luego agregoí maí s miel. —¿Entregarla, senñ ora Doria? ¿Para queí ? Quieren a Philip Waters. —Asíí que esto es un juego. —Andrea caminaba a lo largo de la isla, dejando que esta las separara. —Cuanto maí s pensaba en ello… no creo que hayas sido tuí . Envenenar al alcalde, amenazar a Marcus… nada de eso. Creo que alguien te estaí tendiendo una trampa. —Cora volvioí a tomar un sorbo su creacioí n y puso una sonrisa—. Perfecto. Andrea la miroí fijamente. —¿Quieí n crees que lo hizo? —Alguien que se beneficia de que Marcus y el alcalde peleen contigo. —Podríía ser cualquiera de los involucrados. —¿Quieí n se beneficia maí s con el hecho de que Marcus y Zeke hayan cortado todos sus víínculos contigo? —¿Quieí n crees? —Andrea no tocoí su bebida. Se cruzoí de brazos. —Mi madre. Andrea se sorprendioí . —Maldicioí n, ¿coí mo no lo vi? Aparte del pelo rubio… —Sacudioí la cabeza—. Asumíí que ella habíía muerto junto con Karl. Siempre envíían a Ívaí n como su contacto cuando tratan de negociar conmigo. —Ella no murioí . Me ocultoí . Cuando salíí, Marcus me encontroí . Las cejas esculpidas de Andrea casi le llegaron a la líínea de su cabello mientras tomaba un sorbo de su taza. —¿Y terminaste casada con eí l? Apuesto a que esa es una gran historia. —Para otro díía. Lo importante ahora es que mi madre ha vuelto. Es el cerebro que estaí detraí s de los Titan; odia a Marcus y quiere recuperar el control de los negocios en New Olympus. —Bueno, jovencita, lo has descubierto todo. ¿Ahora eres una


criminal? —No, solo estoy casada con uno. —Cora se encogioí de hombros—. Y soy hija de otro. Pero yo soy neutral. Nadie espera nada de míí. Esa es mi debilidad y mi fuerza. —Vio a Andrea reflexionar sobre aquello—. ¿Por queí no nos dijiste que habíías encontrado el resto del cargamento? —Lo encontreí el jueves por la noche en la fiesta de Olympia. Ella lo recuperoí para míí. Por la manñ ana, yo era una fugitiva buscada — Andrea suspiroí —. Y ahora Ubeli me presiona por todos lados, sin mencionar el brazo legal del alcalde. Nuestra uí nica esperanza de mantener New Olympus fuera del alcance de los Titan es alinear nuestros intereses. Sin embargo, estoy atrapada aquíí. No puedo volver a mis barcos. Sus ojos brillaban y Cora recordoí lo peligrosa que era esta persona. Andrea/Philip era la duenñ a de los mares y lo habíía sido por deí cadas. —Ya ha pasado demasiado tiempo. Si las cosas no se descontrolan, dareí oí rdenes a mis hombres para que me saquen con cualquier nivel de violencia necesario. Se perderaí n vidas en ambos bandos y tu marido y Sturm me haraí n responsable. Entonces me vereí obligada a tratar con los Titan. —Que es exactamente lo que mi madre quiere. Andrea asintioí . —Al mismo tiempo, me impiden darle una ofrenda de paz a Ubeli porque entonces los Titan sabraí n que he elegido un bando. Cora pensoí en ello. —¿Es por eso que estaí s raptando Sombras y siguiendo todos los pasos de una guerra? ¿Para que parezca que estaí s peleando con Marcus cuando en realidad no estaí s lastimando a nadie, simplemente manteniendo a sus hombres prisioneros en alguí n lugar? El rostro de Andrea estaba alarmantemente paí lido. —¿Coí mo sabes que no los mateí ? —No lo seí . Excepto que el cuerpo de Slim no ha sido encontrado en ninguna parte. Y si yo fuera tuí y quisiera amenazar a Marcus, dejaríía un cuerpo. Asíí que… —Cora se encontroí de manera directa con la mirada de Andrea—. ¿Doí nde estaí eí l? Andrea se rio. —Ciertamente le estaí s dando un nuevo significado a la frase “Los ninñ os son sabios”. —Se inclinoí hacia adelante en la isla frente


a Cora—. Aunque sospecho que solo pareces una ninñ a. —Mi aura de inocencia ayuda. Y funcionaraí a tu favor. Puedo ser un puente entre tuí y Marcus, y estoy aquíí para decirte que eso es lo que estoy dispuesta a hacer. —Tu esposo ha roto lazos contigo. —Todavíía tengo su atencioí n. Y seí de una buena fuente que prefiere una alianza contigo a una guerra total. Seraí razonable. —Al menos Cora esperaba que lo fuera. A estas alturas, pensoí maí s en tratar con Sharo que con Marcus, el mentiroso e hipoí crita hijo de puta. —Muy bien. —Andrea golpeteoí sus dedos contra la encimera de cuarzo—. Si tuí fueras yo, ¿coí mo subsanaríías las diferencias entre tuí y Ubeli, asíí como con el alcalde, cuando difíícilmente podemos estar juntos en la misma habitacioí n sin matarnos o que nuestros enemigos se enteren? Cora dejoí su taza y sonrioí . —Creíí que nunca me lo preguntaríías.

CAPÍÍTULO 34

Cora y Andrea acababan de terminar su conversacioí n cuando Armand entroí . Hijo de… ¿Asíí que aquíí es donde se habíía estado escondiendo todo este tiempo? Su pelo se encontraba adorablemente despeinado, sumaí ndose a su adormilado desalinñ o, con su torso desnudo y sus pies descalzos. Se detuvo cuando vio a Cora parada en la cocina con Andrea. —Cora, ¿queí estaí s haciendo aquíí? No lo pensoí , solo le lanzoí su taza de cafeí vacíía. Afortunadamente para eí l, su punteríía era horrible. Armand se quitoí de en medio mientras la taza golpeaba la alfombra cerca de su pie y rebotaba. Se le quedoí mirando a Cora boquiabierto. Sonriendo, Andrea caminoí hasta el comedor. —Veo que ustedes dos tienen algunas cosas de las que hablar. Cora se quedoí fulminando con la mirada a Armand. —¿Acabas de tirarme una taza? ¿Quieí n eres y queí has hecho con Cora? —Armand avanzoí , pero ella levantoí una mano. —¿Pastillas para dormir, Armand? Se detuvo en seco y se tornoí paí lido. —Oh, cielos, olvideí que te di un poco. No sabíía que no eran pastillas para dormir, lo juro.


—Bueno, confieí en ti y me las tomeí . Una vez incluso cuando todavíía estaba con Olivia. —Pudo sentir el rubor en su cara, pero no perdioí el control de su arranque de coí lera—. Y tuve… suenñ os. Suenñ os locos, locos. Penseí que estaba enloqueciendo. ¡En otra noche incluso camineí dormida! —Directo al apartamento de su esposo. —Entonces… ¿no pasoí nada? ¿Con Anna o incluso con Olivia? —Reaccionoí , y Cora pudo ver como la fantasíía leí sbica se iniciaba en su mente. Para detenerla, buscoí otra taza para arrojarle. EÍ l se le acercoí y ella tratoí de esquivarlo y luego forcejeoí mientras eí l hacíía lo mismo con ella. Íncluso con su constitucioí n delgada, todavíía tuvo la suficiente fuerza para atraparle las manos y forzarlas a bajar. —¿De verdad estaí s tan enfadada conmigo? —Le dedicoí ojos de cachorro herido. Cora tratoí de pisotear su pie y falloí cuando eí l saltoí , apartaí ndose. —¡Síí! —Cora, no lo sabíía. Lo juro. Olympia las teníía y yo las tomeí pensando que eran sus pííldoras para dormir. Se veíían iguales. Lo siento. —Tienes suerte de que no haya pasado nada cuando las tomeí . —¿Nada? ¿Ni siquiera con Marcus? —Parecíía esperanzado. Ella se soltoí de su control y eí l la dejoí , pero la vigiloí por si nuevamente se lanzaba a por una taza. EÍ l no merecíía una respuesta. Especialmente una que era demasiado dolorosa para soltarla justo ahora. —¿No has visto las noticias? Me dejoí por su antigua amante. Esa perra de Lucinda. —Ímposible. —Armand jadeoí . Presionoí contra eí l la fotografíía de Marcus y la mujer. —Esto tiene que ser fotomontaje. No hay manera… maldita sea. Lleva la corbata que le regalaste en Navidad. —Armand se pasoí una mano por su pelo rebelde y lo despeinoí , haciendo que se levantara auí n maí s. —Marcus te estaí buscando —le dijo en voz baja—. Despueí s de lo que pasoí esa noche en la fiesta de Olympia, Marcus dedujo todo… ¿Recuerdas cuando te dije que habíía caminado dormida? Bueno, camineí hasta la puerta de Marcus y… no me estaba comportando como yo misma. —Cora sintioí coí mo le ardíían las mejillas—. Como sea. Marcus hizo la conexioí n despueí s de decirle


que tuí me habíías dado las pastillas. Te conectoí con el cargamento. —Lo seí . Escucheí que me estaba buscando. Por eso me escondo aquíí con Andrea. Olympia estaí siendo muy comprensiva con todo esto. —Lo que Marcus no sabe es que Waters ya tiene su cargamento perdido de vuelta. Se lo voy a decir a Sharo hoy. Asíí estaraí s libre de culpa. —El alcalde tambieí n lo sabe. Waters me permitioí decíírselo. —Bien. Asíí que me ayudaraí s con la siguiente fase del plan. —¿Operacioí n Reconquistar a Marcus? —dijo Armand y se lanzoí a agarrarle nuevamente las munñ ecas cuando Cora comenzoí a ir por su arma de ceraí mica de preferencia. Esta vez la hizo girar para que sus brazos quedaran cruzados delante de ella. Por un momento forcejeoí , pero la estrujoí maí s fuerte con sus huesudos bííceps a ambos lados de sus brazos. Cora se dobloí hacia adelante. —Quiero ayudarte. —La voz de Armand sonaba sorda contra su cabello—. Eso, y le aposteí a Olivia mil doí lares a que ustedes dos volveríían al mes siguiente de la fiesta. Cora no pudo evitar reíírse. Lo soltoí y corrioí al otro lado de la isla, mantenieí ndola como separacioí n entre ambos. Su pelo estaba alborotado, con mechones apuntando hacia todas las direcciones, pero sus ojos marrones eran cautelosos. —¿Me perdonaraí s? —Ni en broma. ¡Me invitas a una fiesta, me emborracho y me despierto en una orgíía! Armand dio un respingo. —¡Antes de eso me drogaste accidentalmente! Y ayudaste a mi esposo a acorralarme en una fiesta que yo te ayudeí a organizar. — Cuanto maí s hablaba, maí s se preparaba para rodear la isla y derribarlo—. Y le avisas a mi esposo de mi nueva direccioí n y termina comprando todo el edificio… —Nada maí s me llevareí el creí dito de eso. De todos modos, de nada. —Solo caí llate. No seí si abrazarte o golpearte. —Definitivamente a favor de los abrazos. —En este momento eres demasiado valioso como para matarte. —Es bueno saberlo. —Se inclinoí en la isla frente a ella, volviendo a su sonrisa burlona—. Lo siento, de verdad, Dime queí puedo hacer para compensarte.


—Bueno, aparte de no volver a darme atencioí n meí dica, hay una cosa. —Dila. Cora se calmoí . —Necesito sacar adelante esta recaudacioí n de fondos. —Hecho. Mi equipo de disenñ o se encuentra trabajando en ello mientras nosotros hablamos. —Eso no es todo. —Se mordioí el labio, preguntaí ndose hasta doí nde llevar a Armand. —Hay dos caras acerca de esta recaudacioí n de fondos —dijo Andrea Doria desde la puerta. Se acercoí a la cafetera para ponerla a calentar—. Una es para los perros. La otra. —Hizo un gesto con la cafetera—, es para la ciudad. —Miroí fijamente a Cora, quien suspiroí y le explicoí a su amigo. —¿Estaí s de acuerdo con el plan? —le preguntoí Armand a Andrea una vez que Cora terminoí . Andrea asintioí . —Es arriesgado. Y solo tenemos dos semanas para arreglar todo y asegurarnos de que no se caiga en pedazos. No es tarea faí cil. —Síí —dijo Cora—, pero va a funcionar. Tiene que hacerlo. —Por el bien de todos —dijo Andrea—. Espero que tengas razoí n.

CAPÍÍTULO 35

Cora se paseoí por su apartamento mientras esperaba que Sharo contestara su teleí fono, y luego dijo: —Waters encontroí el cargamento perdido hace dos semanas. Zeke Sturm puede confirmarlo. Ademaí s, Waters estaí manteniendo vivas a las Sombras, y no puede comunicarse contigo porque estaí embaucando a los Titan hasta que ustedes dos puedan encontrarse. Debes actuar como si estuvieras en guerra con Waters para enganñ ar a los Titan, pero no intensifiques maí s las cosas. —Respiroí hondo para terminar—. No me preguntes coí mo seí todo esto. Silencio. —¿Por queí Sturm no nos informoí de esto antes? —¿Por queí crees? —replicoí Cora. Waters y Armand habíían debatido profundamente con ella sobre el alcalde. Aparentemente Zeke Sturm era un políítico consumado esperando ver en queí direccioí n soplaba el viento antes de hacer cualquier cosa o elegir un


bando. El suspiro de Sharo le informoí a Cora que habíía entendido. —Dame dos semanas. Entonces te tendreí maí s noticias. —Mujer, ¿queí estaí s planeando? —Dos semanas —repitioí y colgoí . El teleí fono sonoí de nuevo y dejoí que se fuera al buzoí n de voz mientras daba vueltas por su apartamento. Cuando sonoí el timbre de la puerta, sacudioí la cabeza y le murmuroí a Brutus: —¿Ves? No puedo sentarme y hacer lo que me dicen, pero esperan que yo… Revisoí la mirilla y se congeloí cuando reconocioí la cabeza rubia. —Seí que estaí s ahíí —susurroí el guardaespaldas de Waters. —¿Te ha enviado Andrea? —Llamoí al otro lado de la puerta. —Pobre Cora. Su esposo la dejoí sola. —Pelo de puí as inclinoí la cabeza y ella vio sus ojos inyectados en sangre. Revisando las cerraduras, se apoyoí contra la puerta, con el corazoí n palpitaí ndole. Saltoí cuando eí l golpeoí la puerta—. Abre, pequenñ a. Te hareí companñ íía. —Por favor, por favor vete —se susurroí a síí misma. Su celular estaba en la encimera, pero no podíía atreverse a moverse para tomarlo. Sintiendo su tensioí n, Brutus se puso a su lado. Se acurrucoí en el animal, pero eí l se mantuvo atento, vibrando en estado de alerta. Cuando Pelo de puí as volvioí a hablar, ladroí tres veces. Una advertencia. Temblando, Cora se sostuvo de su perro. ¿Habíía enviado Waters a su matoí n para amenazarla? ¿Se podíía confiar en que eí l seguiríía el plan o simplemente estaba enganñ aí ndola? De ser asíí, ¿por queí enviar a Pelo de puí as para amenazarla de esta manera? Mientras esperaba a que eí l se fuera, recorrioí cada uno de los recuerdos que guardaba sobre Waters. En todas las ocasiones actuoí como un caballero, un hombre de palabra. Pero lo dijo eí l mismo: con los Titan acercaí ndose, se veíía obligado a ponerse en contra de Marcus. ¿Eso la incluíía a ella? Maldita sea, nunca debioí haber ofrecido voluntariamente la informacioí n sobre quieí n era su madre. ¿Y si habíía contactado a Demi e hizo un trato que incluyera entregarle a Cora? —No puedes esconderte para siempre —dijo finalmente el matoí n del otro lado de la puerta. Y cuando Brutus se relajoí , Cora supo que la amenaza habíía desaparecido. Cerroí los ojos. ¿Quizaí s Waters no


se estaba retractando de su acuerdo y su hombre estaba actuando de forma independiente? ¿O simplemente se estaba enganñ ando a síí misma como la ingenua idiota que siempre habíía sido? Aun asíí, pasoí mucho tiempo antes de que se sintiera lo suficientemente segura para abrir la puerta. —Dos semanas. —Abrazoí a Brutus, y esperoí aguantar hasta entonces sin la proteccioí n de su esposo.

CAPÍÍTULO 36

—¿Lista, bella? —Llamoí Armand y Cora se enderezoí desde el frente del escenario alquilado donde estaba fijando banderines con tachuelas—. Se ve bien. Y son casi las tres. Tiempo suficiente para ir a casa, tomar una siesta y prepararse para esta noche. Retrocediendo, Cora contemploí el resultado de la planificacioí n de un mes. La gran carpa ocupaba la mitad del nuevo parque para perros. Trescientas sillas yacíían frente al largo escenario en forma de T; un verdadero desfile de modas. O, deberíía decir, un desfile de perros. Detraí s del escenario, Cora sabíía que los modelos se estaban preparando, tanto humanos como caninos. Maeve se encontraba ahíí atraí s, en alguí n lugar, junto con Brutus y alrededor de cincuenta voluntarios. —Bien —dijo Cora—. Un segundo. Las dos semanas habíían pasado volando. Despueí s del incidente en su apartamento, Olivia se habíía ofrecido de manera inexplicable a recogerla y llevarla a la oficina de ida y vuelta, lo que significaba que Cora trabajaba dieciocho horas diarias. Pero Maeve estaba maí s que dispuesta a ir a ver coí mo se encontraba Brutus, a veces incluso llevaí ndolo a visitar el refugio y a todos sus viejos amigos caninos. Armand tambieí n habíía sido excepcionalmente dulce, yendo y viniendo de su vida, apareciendo en su apartamento con comida china, apoyaí ndose contra la chimenea para hacer bromas sobre las Sombras y vigilaí ndola de cerca para asegurarse de que estuviera comiendo. No le contoí a nadie sobre Pelo de puí as o sus amenazas. La tregua entre Waters y el resto de los lííderes de la ciudad era demasiado importante como para que ella o un guardaespaldas comodíín la volvieran un líío. Mantuvo la cabeza gacha, trabajando exorbitantes horas para reunir todos los detalles de la recaudacioí n de fondos, ademaí s de no ir a ninguna parte sin al menos un amigo allíí para acompanñ arla.


Ahora el trabajo y la espera valdríían la pena. Al menos eso esperaba. Todo dependíía del eí xito de esta noche. —¿Queí haces aquíí todavíía? —Maeve salioí de detraí s del teloí n del escenario, sosteniendo un adorable y pequenñ o cachorro—. Tienes que ir a cambiarte. No puedes ser la reina del baile oliendo a perro. —Todo va a oler a perro esta noche. Esa es la intencioí n — bromeoí Armand—. Ademaí s, ella no es la reina del baile. Esa seríía Queenie. El perrito ladroí cuando oyoí su nombre. Era mitad chihuahua, mitad terrier: con toda la actitud. Maeve se rio y Cora intentoí sonreíír, pero la sonrisa raí pidamente se derrumboí bajo el peso de todo lo que teníía en mente. —Vete a casa, Cora —dijo Armand—. Lo tenemos bajo control, al menos hasta que las cosas se pongan en marcha a las siete. —Estaí bien. —Le fruncioí el cenñ o una uí ltima vez a los banderines y se enderezoí —. ¿Me llevaraí s? —Aquíí tengo mis cosas para cambiarme. Íba a revisar el viejo teatro. Cora asintioí despreocupadamente. El teatro era un edificio de ladrillos que se encontraba al final del parque. Era demasiado pequenñ o para el desfile de moda, pero jugaba un papel importante en la segunda mitad de los eventos nocturnos, los eventos que crearíían o romperíían la alianza entre tres poderosos participantes y decidiríían el destino de New Olympus. —Cora —llamoí Maeve, y Cora se dio cuenta de que su amiga la habíía llamado dos veces—. Hay alguien que vino a recogerte. — Armand le hizo senñ as para que saliera de la carpa. —Bien —salioí , ignorando las miradas preocupadas que sus amigos intercambiaron. Sabíía que no se encontraba actuando como ella misma y todos los que la conocíían se habíían dado cuenta, pero no podíía evitarlo. Un mes y no habíía visto ni oíído nada del hombre cuyo apellido auí n llevaba. Los papeles del divorcio no habíían llegado; eí l habíía estado ocupado luchando una guerra simulada con Waters. Al menos no habíía maí s fotos de Marcus en el perioí dico con su brazo alrededor de otras mujeres. Aparte de los informes sobre la creciente violencia entre las pandillas de New Olympus y Metroí polis —enfrentamientos callejeros, tiroteos y vandalismo en inmuebles pertenecientes a las


companñ íías de Marcus—, Cora no habíía visto ni oíído acerca de su marido, ni siquiera de Sharo. Por eso cuando vio al gran y corpulento hombre de color al volante de un auto, se detuvo en seco. Sharo salioí del auto y abrioí la puerta. La costumbre la impulsoí hacia el asiento trasero hasta que se encontroí sentada de manera segura detraí s de un cristal a prueba de balas. Le dolíía el corazoí n por estar tan cerca de su pasada vida. —¿Coí mo has estado? —Las oscuras gafas de sol de Sharo le rodeaban la cabeza y ella pudo ver su rostro. —Bien. Sharo metioí al vehíículo en el traí fico, saliendo de eí l un minuto despueí s para desviarse por un callejoí n trasero. —¿Estaí s comiendo? —Síí. ¿Recibiste mi uí ltimo mensaje? —Anoche le habíía dejado un mensaje de voz—. ¿Coí mo vamos? —Todo listo. —Permanecioí en silencio durante los pocos kiloí metros que el auto se movioí por el denso traí fico—. EÍ l estaí bien. Cora exhaloí . Ahora las laí grimas comenzaron a acumulaí rsele en las esquinas de sus ojos, ardientes. Mierda. Hoy no podíía permitirse el lujo de tener los ojos hinchados. Pero con Sharo sentado allíí, la peí rdida se sentíía demasiado reciente, demasiado cruda. Sin embargo, respiroí hondo varias veces y se las arregloí para controlarse. Despueí s de estacionar, Sharo la siguioí hasta su apartamento. Brutus ya se encontraba en el pabelloí n; era un lííder en el desfile de perros. Pensando en Marcus, Cora dejoí a Sharo en la sala mientras se duchaba. Su vestido, de un azul eteí reo, yacíía en la cama. Raí pidamente se secoí el pelo y luego lo llevoí hacia atraí s con una antigua pinza de plata, dejando las puntas rizadas. Se maquilloí lo suficiente para darse a síí misma una luminosidad hidratada. Parecíía una adolescente lista para el baile de graduacioí n, excepto por la mirada distante en sus ojos. El vestido le quedoí como si se tratara de una segunda piel; el escote era muy bajo, hasta el punto de no poder usar sosteí n. Por mucho que lo intentara, inclinaí ndose y movieí ndose, los uí ltimos centíímetros de la cremallera del vestido se le escapaban de las manos. La uí ltima vez que lo usoí fue cuando Marcus todavíía estaba a su lado. EÍ l la habíía ayudado con eso. Sintioí una punzada de dolor


al recordarlo. Saliendo del dormitorio mientras sosteníía las zapatillas, esperoí hasta que Sharo se apartara de las puertas del balcoí n. —¿Me subes la cremallera? No puedo alcanzarla. —Fue hacia eí l y se giroí con la cabeza inclinada. Una pausa, y luego el corseí del vestido se ajustoí mientras eí l hacíía lo suyo. Para un hombre tan grande sus manos eran aí giles, subiendo la cremallera y enganchando el pequenñ o gancho sin tocarla mucho. Una vez que sintioí el gancho sujeto, retrocedioí y se inclinoí para ponerse los zapatos con tacones como rascacielos. Esta noche estaríía entre hombres poderosos y necesitaba la altura, la autoridad. El color celeste de su vestido le daba un aire inocente, complementado por el rosado de sus mejillas. Una dulzura accesible hasta que alguien se acercara y se percatara de que el ajuste de la prenda era tan apretado que podíían detectar la piel de gallina en sus piernas si queríían. Y bastaba con un solo movimiento hacia el costado y sus pezones quedaríían expuestos. Algo maí s que sensual porque era inesperado. Sharo debioí haber sentido el efecto, porque cuando Cora se enderezoí , sintioí unas grandes manos rozar su espalda, levantando sus rizos y arreglaí ndolos para que cayeran por su espalda. Se sentíía bien. —Teníías razoí n —dijo Sharo de repente—. Amaba a Chiara. Estaí bamos comprometidos. La voz de Sharo era muy profunda, y eí l normalmente hablaba en una voz tan baja que Cora casi pensoí que se lo habíía imaginado. Mantuvo la cabeza inclinada, esperando a que eí l entendiera la indirecta y siguiera hablando y alborotando su pelo. —Lo mantuvimos en secreto. La gente no necesitaba saberlo. Nosotros lo sabííamos. Desde la primera vez que nos vimos sabííamos que estarííamos juntos. —Sus manos sobre sus hombros le dieron la vuelta suavemente para que quedara de frente a eí l. Íncluso llevando sus tacones como rascacielos, eí l la hacíía verse maí s pequenñ a—. Estaba en peligro solo por el hecho de haber nacido. Su padre teníía muchos enemigos. Y era tan pequenñ a y tíímida, hasta que la llegabas a conocer. Entonces era una revoltosa. Parecioí estar a punto de reíírse. Tiroí de uno de los rizos de Cora y entonces su rostro se oscurecioí . —Yo era joven. Engreíído. Penseí que era lo suficientemente fuerte para mantenerla a salvo.


Hizo una pausa tan larga que Cora envolvioí sus manos en sus munñ ecas, como si su roce lo llevara de vuelta a ella. —Odias que te mantengamos al margen o en un pedestal. Pero te digo que, si pudiera devolverle la vida a Chiara, la llevaríía lejos, muy lejos, y la encerraríía en una torre si eso fuera necesario para mantenerla a salvo. Oh, Sharo. Queríía cercaí rsele y consolarle, pero no queríía romper el encanto. EÍ l se estaba abriendo a ella y Cora vio la verdad; que, dentro del gran y despiadado hombre que teníía delante, habíía un gentil gigante. O al menos, alguna vez lo habíía habido. ¿Quedaba algo del chico que una vez habíía amado a una chica antes de perderla de forma tan brutal? Sus ojos buscaron los suyos, los del color como la noche. Y no encontroí nada maí s que oscuridad. Y de repente, ella se encontroí llorando. UÍ ltimamente sentíía como si hubiera llorado un mar de laí grimas. ¿Pero coí mo no iba a hacerlo? Primero Marcus, luego Sharo. ¿Coí mo era posible que dos hombres perdieran tanto? Sharo la tranquilizoí , llevaí ndola hacia eí l y abrazaí ndola fuertemente. Su calor la envolvioí mientras ella presionaba su cara contra su traje, como si eso fuera a detener sus laí grimas. Tendríía que volver a maquillarse, pero no le importaba. Una gran mano le acunoí la cabeza. —Crecíí con ella en mi infancia. Cuidaí ndola. Y cuando crecimos lo suficiente, pasamos un anñ o juntos. Un buen anñ o. Luego sus padres murieron y se quedoí encerrada en la finca. Un buen anñ o y uno malo. Luego murioí . —Colocoí su cabeza cerca de la de Cora, aseguraí ndose de que lo escuchara—. Se escabullíía de la finca para intentar reunirse conmigo. —Oh, cielos. —La imagen llena de color se proyectoí de inmediato en la mente de Cora: la dulce Chiara, la joven Chiara, corriendo sobre el verde ceí sped para encontrarse con su amor. Luego… luego… El estoí mago de Cora dio un vuelco y apretoí los ojos para cerrarlos. No. No podíía perder la cabeza ahora. Sharo se merecíía que lo escuchara. —Marcus y yo la encontramos una semana despueí s. —Sharo tomoí su mano—. Le habííamos dicho que no era seguro. Ella lo sabíía y se fue de todas formas, sin un guardia, sin proteccioí n; solo tuvo una loca idea y corrioí a buscarme.


Cora se limpioí los ojos, presionando sus dedos contra la piel como si pudieran contener las laí grimas. —Asíí que cuando me escapeí … —Fuiste Chiara nuevamente. Y su muerte es algo con lo que eí l nunca ha lidiado. Fue demasiado. Pudiste haber sido Chiara de nuevo, y fue demasiado. Cora se dejoí caer pesadamente en el sofaí . —Entonces, ¿por queí no estaí s enfadado conmigo? Tuí maí s que nadie tienes todas las razones. Mis padres… —No son tuí —dijo con firmeza, sentaí ndose a su lado—. Y he superado su muerte, Cora. Yo la enterreí . La ameí y murioí , pero no se ha ido. No mientras tenga mi memoria. Era el amor de mi vida y nunca la perdereí —suspiroí —. Pero Marcus lucha contra ello. Piensa que, si trabaja bastante duro y lo suficiente, si envuelve cada centíímetro de esta ciudad de forma tan apretada que no pase nada sin que eí l lo diga, que de alguna manera salvaraí a Chiara y la traeraí de vuelta; a ella y a sus padres tambieí n. Ha pasado todos estos anñ os huyendo. Cora se incorporoí a su lado, examinando su rostro. —¿Queí significa eso? Sharo inclinoí su cabeza hacia ella. —Significa que necesita una mujer a su lado que le comprenda y que pueda estar ahíí para eí l. En su mundo los hombres destruyen y las mujeres cicatrizan. Te necesita. —Me alejoí de eí l. Le apretoí la mano. —Te necesita. —¿Lo volvereí a ver? —susurroí . Sharo dejoí que sus rasgos se suavizaran para tornarse en una sonrisa. Un dichoso dolor la atravesoí ante la tierna mirada. El gentil gigante seguíía allíí. Ese chico que alguna vez habíía amado a una chica seguíía dentro del hombre hasta el díía de hoy. —Eso puede arreglarse. El labio inferior de Cora tembloí , pero asintioí con la cabeza. —Bien. La rodeoí con un gran brazo y ella se relajoí en el abrazo, dejando que sus regulares latidos la calmaran. Dijo que Marcus la necesitaba. Envuelta en el calor de Sharo, sintioí que todo era posible. Un pensamiento la golpeoí .


—¿Queí hay de ti, Sharo? ¿Te volveraí s a enamorar? Se giroí y le besoí muy ligeramente la parte superior de la cabeza. Su mejilla presionoí su enorme pecho y parpadeoí . Dejoí que la abrazara durante un rato y luego se giroí , evitando sus ojos. —Deberíía arreglarme el maquillaje. Cuando permitioí que sus ojos le miraran la cara, Cora apenas y podíía mirar su tierna expresioí n. Sharo parecíía diez anñ os maí s joven, maí s cercano a su edad. Con un movimiento de cabeza, la dejoí levantarse y ella se puso de pie. Ya en el auto, compartieron un tenso silencio. La gran mano de Sharo se apoyoí en su pierna y Cora se movioí hacia adelante para tocar el anillo de oro que llevaba en su dedo anular derecho. La miroí con ojos todavíía dulces. —Gracias —dijo, mientras tocaba el anillo que ahora sabíía que usaba por Chiara. Su garganta se cerroí antes de poder decir: gracias por compartir, por cuidarme. Sus ojos se arrugaron en una sonrisa y Cora supo que eí l habíía escuchado sus palabras no expresadas. Entonces su mirada descendioí hasta su escote y luego volvioí a subir. —Esta noche te protegereí —dijo, y no sonaba feliz—. No dejes que nadie se acerque demasiado. Cora leyoí su disgusto y no pudo evitar sonreíír. —Marcus me comproí este vestido —le recordoí , y las fosas nasales de Sharo se abrieron. —Si fueras míía no te dejaríía salir de casa con esa cosa. —Menos mal que soy una mujer independiente. Porque ustedes no podríían hacer esto sin míí.

CAPÍÍTULO 37

La primera mitad de la noche resultoí bien. Los perros desfilaron junto a los modelos y todos se comportaron de maravilla. —¿Todos estaí n entrenados? Cora levantoí la mirada hacia Andrea Doria, quien se le habíía unido entre bastidores. —Los perros síí. En cuanto a los modelos, no puedo asegurarlo. Andrea sonrioí . Su peluca rubia era gloriosa, bien arreglada sobre su rostro perfectamente maquillado. —Te ves increííble —le dijo Cora de manera honesta. —Gracias, carinñ o. Eres muy dulce.


—Hablo en serio. Y hablaba en serio sobre la leccioí n de maquillaje. Quiero saber todos tus secretos. —Admiroí los contornos de los poí mulos de Andrea, y luego se volvioí para ver al alcalde dar su discurso. —Es un honor para míí dedicar este parque a nuestros amigos de cuatro patas. Mi padre me ensenñ oí que la humanidad de un hombre se mide por coí mo trata a sus semejantes. —Lo hace sonar sincero, ¿no? —murmuroí Andrea. —Mmhmm —coincidioí Cora. —Y entonces estamos aquíí para honrar a la maí s amorosa y leal de las criaturas. Amigos mííos, nunca penseí que diríía esto con orgullo, pero aquíí estoy para decirles: esta ciudad… ¡se va con los perros! —Zeke se dirigioí a la multitud que felizmente aplaudíía. —Te veo despueí s del entretiempo —dijo Andrea, y cuando Cora se dio vuelta, ya se habíía ido. Avanzando cuidadosamente sobre sus altos tacones, Cora se encontroí con el alcalde entre bastidores. —Eso salioí bien —dijo Sturm eneí rgicamente. —Síí, gracias, senñ or alcalde. —Cora avanzoí antes de que los asistentes de Zeke pudieran intervenir—. ¿Podrííamos molestarle para una raí pida sesioí n de fotos en el edificio de atraí s donde hay buena luz? El fotoí grafo tiene su equipo allíí atraí s. El alcalde parpadeoí y Cora se dio cuenta de que no la estaba aceptando por completo. —Justo aquíí atraí s —repitioí —. Hay alguien a quien quiero presentarle. —Claro, claro —dijo Zeke mientras les agitaba la mano a sus asistentes—. Solo unos minutos. —Ciertamente. —Cora sonrioí y condujo al seí quito a traveí s del ceí sped del parque hasta el viejo teatro. Dentro, los llevoí al escenario. El espacio era grande y abierto, lo que era la cuestioí n fundamental. Habíía pocos rincones ocultos ademaí s del backstage, pero los hombres de Waters previamente lo habíían asegurado. Y en cuanto lo demaí s, todo yacíía al aire libre. —Queí lugar tan interesante —comentoí Zeke. EÍ l y sus asistentes disminuyeron la velocidad cuando vieron la alta silueta de Andrea Doria siendo flanqueada por dos guardias. Andrea tambieí n se encontraba sujetando la correa de Brutus. Cora se apresuroí a tomarla y luego se posicionoí entre ambas personas. —Senñ or alcalde, le presento a Andrea Doria.


Zeke apenas y dudoí , extendiendo su mano para que la alta drag queen la estrechara. —Un placer, senñ ora. —El placer es todo míío, alcalde Sturm. —Andrea no se molestoí en alterar el suave tenor de su voz—. Me alegra que se haya recuperado tan bien despueí s del envenenamiento. —Síí. Fue un pequenñ o susto; a buen fin no hay mal principio. —El alcalde mostroí su risa falsa y miroí a su alrededor—. ¿Doí nde estaí n las caí maras? —Creo que conoce a la senñ orita Doria con otro nombre —dijo Cora, interponieí ndose entre ambos. Los ojos del alcalde se entrecerraron y entonces Cora supo que síí la reconocíía. EÍ l abrioí la boca, pero Philip Waters se roboí el espectaí culo al quitarse la peluca rubia platinada y declarar de manera clara su nombre. La gente del alcalde reaccionoí de inmediato, sacando sus armas y formando proteccioí n alrededor de Sturm. Cora terminoí en el centro de un cíírculo mortal mientras los hombres de Waters tambieí n respondíían. —Alto, ya basta —gritoí . Extendiendo sus manos en senñ al de “alto”, Cora miroí de un hombre poderoso a otro—. Este es un territorio neutral. Solo vamos a hablar. —Vaya, vaya —dijo Zeke mientras miraba al alto hombre de color—. Esta es una forma interesante de llamar mi atencioí n. Aunque la tuviste tan pronto como intentaste envenenarme. —Soy inocente de eso —dijo Waters. La peluca yacíía a sus pies, pero aun cuando llevaba vestido y era respaldado por solo dos hombres, parecíía estar maí s que a la altura del grupo del alcalde—. Tuí fuiste el que permitioí que me quitaran mi cargamento y luego renegaste nuestro acuerdo. —Basta —dijo Cora y, a sus pies, Brutus ladroí ; un sonido profundo y peligroso que calmoí a los hombres que lo escucharon—. Waters nunca intentoí matarte a ti o a mi marido. Y el asunto del cargamento estaí resuelto, ¿estamos de acuerdo? —Los miroí a todos—. El verdadero problema es que te estaí n enganñ ando. —El uí nico problema que tengo… —comenzoí Zeke, pero Cora raí pidamente lo interrumpioí . —¿No lo entienden? Los Titan los estaí n poniendo uno contra el otro. Nada les gustaríía maí s que verlos eliminarse mutuamente. Entonces asíí podraí n tomar la ciudad sin que nadie se interponga en


su camino. El estallido de ira de Cora parecioí silenciar al alcalde, aunque solo fuera porque no estaba acostumbrado a ser interrumpido. —Senñ or alcalde, míírelo —continuoí —. ¿Parece que le estaí ocultando algo? Ezekiel Sturm observoí a Philip Waters de pies a cabeza. Luego, para sorpresa de todos, se rio, y fue un sonido genuino y agradable. —Bajen sus armas —les ordenoí Zeke a sus hombres, y los hombres de Waters hicieron lo mismo—. Esto es increííble. —El alcalde sacudioí la cabeza, pero teníía una sonrisa puesta—. ¿Tuí planeaste esta emboscada? Waters tambieí n sonrioí . —La senñ ora Ubeli lo hizo. Yo vengo en son de paz. —Una alianza, ¿eh? Tuí , yo y Ubeli. ¿Todos unidos contra los Titan? —Asíí lo dice la dama. —Waters asintioí . El alcalde examinoí a Cora. —¿Hablas en nombre de tu esposo? —Lo hace. —Una voz cercana al techo resonoí , y Marcus Ubeli bajoí las escaleras a un costado del escenario mientras era flanqueado por varias sombras. Al verlo, todo el aire abandonoí los pulmones de Cora. En la base de las escaleras, el teloí n se rasgoí y Sharo salioí de su escondite mientras asentíía con la cabeza hacia Cora, quien respondioí con la misma accioí n; luego se retiroí del centro del escenario para ver al alcalde, al magnate de la navegacioí n y al jefe de la mafia conversar. —Una alianza, entonces. —Zeke Sturm sonaba realmente complacido—. Yo en la oficina, Waters controlando el mar y Ubeli... —Agitoí la mano como si eso abarcara las actividades de Ubeli en ambos lados de la ley. —De acuerdo —dijo Philip Waters y miroí a Marcus, quien lo observaba fijamente. —Libera a mis hombres. —Hecho —dijo Waters—. Aunque me gustaríía contratarlos como guardias. Los Titan intentaron matarlos a ustedes dos. Una vez que sepan que no tengo intencioí n de aliarme con ellos, vendraí n a por míí. —Muy bien —dijo Marcus—. Yo dareí las oí rdenes. Seguiremos montando enfrentamientos para hacer que los Titan piensen que estamos en guerra. Luego, cuando sea el momento, atacaremos.


Cora se giroí lentamente mientras miraba a los tres hombres, apenas creyendo lo bien que estaba resultando todo esto. —Entonces, si estamos todos de acuerdo… —comenzoí Zeke cuando un poco de movimiento llamoí la atencioí n de Cora. —Al suelo —chilloí , y todos los hombres que estaban alrededor del alcalde reaccionaron de inmediato, tiraí ndolo al suelo y levantando sus armas. Fueron demasiado lentos para Pelo de puí as, quien salioí corriendo del escenario y disparoí antes de que cualquiera de los hombres del alcalde pudiera reaccionar. Pero no apuntoí al alcalde. —Marcus —sollozoí Cora y Sharo se lanzoí hacia delante, pero fue demasiado tarde. El arma se disparoí y Marcus cayoí . Alguien tiroí a Cora hacia atraí s. —Venga, senñ ora Ubeli, tengo que sacarla de aquíí. Era una Sombra. Angelo, asíí creíía que se llamaba. Pero ella teníía que llegar a Marcus para ver si estaba bien… Pero no importoí coí mo luchara, Angelo la sacoí de la escena con mayor fuerza de la que parecíía tener. Sharo habíía rodado fuera a Marcus, pero ella no pudo ver… no pudo ver si… Pelo de puí as continuoí disparando. Las balas rebotaban alrededor del escenario. Todo habíía sucedido en segundos y Cora no podíía, no podíía… Angelo se encontraba sacaí ndola de la sala y hacia un pasillo. —En caso de que sucediera algo, tengo oí rdenes de llevarla a la salida trasera —dijo, alejaí ndola de Marcus y Sharo. Queríía zafarse de eí l y correr de vuelta, pero cielos, todavíía podíía oíír los disparos. ¿Pero queí bien le haríía a Marcus si volviera a entrar allíí? Solo le seríía una distraccioí n, evitando que eí l mismo se pusiera a salvo. Marcus les habíía ordenado a sus Sombras que la sacaran en caso de que algo sucediera. Por una vez en su vida, podíía obedecer y no empeorar maí s las cosas. Asíí que, por mucho que quisiera golpear a Angelo en la cara y volver corriendo para ayudar a los demaí s, se mantuvo a su lado mientras eí l la apresuraba por el pasillo y hasta la salida, en el caí lido aire del atardecer. Y para terminar justo en un callejoí n donde su madre, Demi Titan, se encontraba de pie con media docena de guardias armados esperando.


—Nena, es tan bueno volver a verte al fin.

CAPÍÍTULO 38

En un abrir y cerrar de ojos, Cora tambieí n lo vio claramente. Coí mo su madre los habíía manipulado a todos. Despueí s de todo, solo habíía tenido que hacer que dos hombres cambiaran sus lealtades: uno dentro del bando de Philip Waters y el otro dentro del de Marcus. Pelo de puí as y Angelo, quien, ahora que Cora lo pensaba, Marcus habíía mencionado que en el pasado habíía sido problemaí tico. Y ahora allíí se encontraba ella. Atrapada como una mosca en una telaranñ a. —Cancela el ataque —dijo Cora—. Ya me tienes. Demi soltoí una carcajada. No se parecíía en nada a la mujer con la que Cora habíía crecido, la que usaba overoles y rara vez se acondicionaba el cabello. Ahora su pelo castanñ o oscuro se encontraba peinado con grandes rizos, ademaí s de llevar maquillaje dramaí tico y un empoderado traje con saco y falda. —No es que no seas especial, querida, pero esto tiene maí s valor que tuí . Esto es sobre la historia. Y de enmendar los errores. Ubeli me roboí esta ciudad y quiero recuperarla. —¿Enmendar los errores? —Cora se burloí —. Hace dieciseí is anñ os asesinaste a una chica inocente. Despueí s de que mi padre y mis tííos la violaran. El rostro de Demi se tornoí duro. —Creíí saber en queí me estaba metiendo cuando me caseí con un hermano Titan. Pero yo era joven. Karl era guapo y dijo que me amaba. Nunca tuve un verdadero hogar o una verdadera familia, asíí que casarme con eí l parecíía un suenñ o hecho realidad. Pero eí l era deí bil. —Demi dio un paso hacia ella—. Asíí que hice lo que teníía que hacer mientras eí l bebíía y se prostituíía por toda la ciudad. Y luego finalmente logroí hacer algo bien: atrapoí a la chica de Ubeli, pero no pudo mantener su pene en sus pantalones. —Demi sacudioí la cabeza con asco—. Asíí que nuevamente tuve que intervenir y limpiar su desastre. —¡La apunñ alaste repetidas veces! —gritoí Cora—. Eres tan bestia como lo fue eí l. Demi cruzoí el uí ltimo espacio entre ellas y le agarroí la munñ eca con un doloroso y contundente apretoí n. —No me faltaraí s al respeto delante de mis hombres. Ya me has


avergonzado bastante, huyendo y confraternizando con el enemigo. Esto termina aquíí. Hoy. —¿Queí vas a hacer? —Cora la miroí con odio, a tan solo unos cuantos centíímetros del rostro de su madre—. ¿Maí tame a sangre fríía? Eso es lo que se te da bien, ¿verdad? —Hago lo que tiene que hacerse —dijo Demi con los dientes apretados—. Algo que una chica como tuí nunca entenderíía. Pero lo haraí s. Te llevareí a casa y aprenderaí s la forma en que funciona el mundo real. Eres mi hija, y de una forma u otra te comportaraí s como tal. —Nunca… Cora empezoí a gritar justo cuando la puerta trasera del teatro se abrioí y una profunda voz llamoí : —¡Cora! —¡No! —gritoí , pero fue demasiado tarde. El tiroteo ya habíía comenzado—. ¡Sharo! —lloroí . EÍ l sacoí su arma y se las arregloí para derribar a tres de los guardias de Demi antes de caer de rodillas con sangre brotando de varias heridas en su pecho. —¡No, Sharo! Cora luchoí por alejarse de su madre, pero Demi la tomoí por el cuello y comenzoí a arrastrarla hacia el todoterreno estacionado a varios metros de distancia. Cora resoploí e intentoí gritar, pero no podíía respirar; el control de su madre era demasiado fuerte. ¿Cuántas veces tengo que decirte que gires la cabeza a un lado para liberar las vías respiratorias? Las lecciones de autodefensa con Marcus. Cora giroí la cabeza a la derecha, liberando inmediatamente sus víías respiratorias, tal y como habíía dicho Marcus. Respiroí hondo y luego golpeoí con fuerza a su madre en el costado, una, dos, tres veces, hasta que la mano de Demi se soltoí . Y, por si acaso, pisoteoí su empeine; y luego, cuando Demi se encontraba respirando con dificultad, le agarroí uno de sus brazos y plantoí firmemente sus pies en el suelo, usando su firme postura como punto de apoyo para derribar a Demi. Demi gritoí mientras su rostro se estrellaba contra el pavimento y rodaba una vez. Aterrizoí justo al lado de Sharo. EÍ l habíía estado inmoí vil y Cora temíía lo peor, pero de repente se alzoí y atravesoí el corazoí n de Demi con un cuchillo. Y luego se desplomoí .


—¡Sharo! Cora lloroí justo cuando la puerta trasera del teatro se abríía y unas cuantas Sombras maí s salíían, quienes se encargaron raí pidamente del resto de los guardias de Demi; pero todo lo que Cora podíía ver era a Sharo. —Sharo, por favor —sollozoí y se agachoí a su lado, presionando con sus manos la herida de su pecho. Teníía que detener la hemorragia. Habíía mucha sangre. Era justo como lo sucedido con Íris—. Te vas a poner bien. EÍ l levantoí su mano para acariciar su cara. —Amaba… —La amabas, lo seí . Me lo dijiste. Vas a estar bien. Vas a amar de nuevo, ya veraí s. —Se ahogoí con sus laí grimas mientras los ojos del gran hombre se cerraban—. No. ¡No! ¡Ayuí denme! ¡Alguien! ¡Ayuí denme! Marcus se encontraba a su lado, apartando sus manos mientras varias Sombras se acercaban para presionar las heridas de Sharo. —¿Marcus? —Lo agarroí con las manos ensangrentadas—. ¿Estaí s vivo? Al mismo tiempo, una ambulancia se detuvo en el callejoí n trasero y aceleroí hacia ellos. Sus luces no parpadeaban y las sirenas no sonaban, pero tan pronto como el vehíículo se detuvo, varios parameí dicos salieron por detraí s y Marcus les vociferoí oí rdenes. Pusieron a Sharo inmediatamente en una camilla y lo llevaron dentro, donde los parameí dicos empezaron a atenderlo. Cora contemploí todo en una cruda conmocioí n. Marcus finalmente tomoí su mano mientras la ambulancia se alejaba, esta vez con las luces parpadeando. —Teníía una ambulancia cerca en caso de que las cosas salieran mal. Y yo llevaba un chaleco —dijo Marcus suavemente cuando ella finalmente se giroí hacia eí l, abriendo su camisa y tocando el chaleco antibalas—. Debíí haberle insistido a Sharo en que llevara uno tambieí n. Cora escuchoí el dolor en su voz, pero se encontraba procesando todo como para poder consolarlo. —Ven conmigo, ahora, Cora... Tratoí de poner su brazo a su alrededor, pero ella lo apartoí . —¿Podraí n salvarlo? Sharo me salvoí , matoí a mi madre. Tiene que estar bien…


—Se acaboí . Carinñ o, ya se acaboí . Cora lo miroí fijamente, con odio, furia y dolor combatieí ndose en su interior. —No, todavíía no. Pero síí muy pronto.

CAPÍÍTULO 39

Cora se encontraba sentada al borde del asiento de la limusina, tensa, mientras pasaban por una larga hilera de monoí tonos y pequenñ os edificios marcados con grafiti. Si New Olympus era la brillante reina del baile, Metroí polis era su fea hermanastra. —Ya casi llegamos —dijo Fats desde el asiento del conductor. —¿Alguna senñ al de que nos estaí n siguiendo? —Cora se enderezoí la peluca. —No si ya hemos llegado tan lejos. —Philip Waters apartoí las manos de Cora y le arregloí los rizos marrones oscuros. Despueí s de todo, Andrea le habíía dado una leccioí n de maquillaje. Y ahora llevaba mucho maquillaje para hacerla parecer mayor. Como su madre. —¿Coí mo me veo? —Cora le sonrioí cuidadosamente a Philip para que el espeso maquillaje no se agrietara. —Como una senñ ora de la mafia. —Bien. Porque eso es lo que soy. —Hay un punto de control maí s adelante. A darle, que empieza el juego —instruyoí Fats mientras reducíía la velocidad del auto. Dos hombres con ametralladoras bloqueaban la carretera mientras un tercero se acercaba al lado del conductor. —Confiada —le murmuroí Waters a Cora mientras Fats bajaba la ventanilla. —La senñ ora Titan y su invitado —anuncioí Fats. —¿Senñ ora Titan? —preguntoí el guardia. Cora se inclinoí hacia adelante para que los hombres de los Titan la vieran. —Por supuesto que soy yo —espetoí , con la voz de su madre. —¿Queí pasa con los de atraí s? —El hombre senñ aloí los tres autos que los seguíían. —Son mííos. —Cora agitoí una mano. —No los reconozco. —Son nuevos. Mi guardia personal murioí en New Olympus. Una vez que forjamos nuestra alianza, el senñ or Waters tuvo la amabilidad de prestarme algunos de los suyos. —El corazoí n de Cora latíía con fuerza mientras esperaba que el guardia le creyera la mentira.


—Tengo oí rdenes de no dejar pasar a nadie que no reconozca. A los hermanos Titan no les gustaraí . —No les gustaraí cuando sepan que Philip Waters retiroí su oferta de alianza porque no lo dejaste pasar a la reunioí n. En el momento oportuno, Philip Waters bajoí la ventanilla: —Me estaí s haciendo perder el tiempo —le informoí al hombre con su grave y profunda voz. El guardia del puesto de control palidecioí . Cora se echoí hacia atraí s y se puso un gran par de gafas de sol para mirar al frente como si el puesto de control no existiera. —Date prisa y conduce —le vociferoí a Fats—. Alex e Ívaí n estaí n esperando. Cora permanecioí en el modo “Demi Titaí n” mientras el guardia les hacíía un ademaí n. Tan pronto como Fats pasoí por delante de las ametralladoras, Philip se rio: —Eso fue perfecto. Cora le estrujoí su gran mano. La siguiente etapa del plan no seríía tan faí cil. —Llegamos —informoí Fats mientras el vehíículo se deteníía frente a una vieja iglesia—. Hace tres díías los Titan se escondieron aquíí. Ambos estaí n adentro, esperando a Demi y a Waters. Se reuniraí n con sus capos en una hora. —Tiempo suficiente para patear traseros —Philip se enderezoí el cuello y salioí del auto, ofrecieí ndole una mano para ayudar a “Demi” a salir. Mientras avanzaban, brazo a brazo, otros tres vehíículos negros aparcaron en la iglesia. Hombres salieron… algunos eran Sombras y otros hombres de Waters. Se infiltraron en la iglesia, eliminando en silencio a cualquiera de los hombres de los Titan y tomando sus puestos. Cora y Waters esperaron en el vestííbulo hasta que Slim entroí . —Todo despejado. Tus tííos estaí n en el soí tano, distraíídos. Solos. Llegó el momento. Cora se dejoí las grandes gafas de sol puestas y dejoí que Waters la guiara con una mano en la espalda hacia las escaleras. —¿Lista? —susurroí cuando ella se detuvo a mirar las puertas que conducíían al soí tano. En un instante, y por primera y uí ltima vez, se encontraríía con sus dos tííos. —Lista —dijo finalmente, y abrioí las puertas. El soí tano era caliente y sofocante, ademaí s de oler a cebolla y


salchichas. Dos hombres rubios se encontraban sentados alrededor de una mesa de plaí stico jugando a las cartas con las mangas remangadas. Se detuvieron cuando Cora entroí con una falange de guardias abrieí ndose en abanico a su alrededor y con Philip a su lado. —¿Demi? Ya era hora, maldicioí n. —Uno de los hombres rubios se giroí . Ívaí n. Cora lo reconocioí por una vieja foto—. Philip —dijo, ponieí ndose de pie—. Me alegro de verte aquíí. Es bueno que hayas entrado en razoí n. Tu producto estaraí seguro en nuestras manos. Cora se detuvo justo dentro de la puerta, mantenieí ndose en las sombras y dejando que sus guardias y los de Waters rodearan la habitacioí n. —Síí, hemos llegado a un acuerdo —dijo ella. —¿Entonces la alianza es un hecho? —preguntoí el segundo Titan mientras se poníía de pie. Su tíío Alexander. Fulminoí con la mirada a Fats, a Slim y al resto, obviamente sospechando algo, pero sin alcanzar su arma todavíía. No se atreveríía delante de Philip Waters. —La alianza estaí hecha —dijo Cora—. Pero ustedes dos y yo tenemos asuntos pendientes. —Lentamente se quitoí las gafas de sol y se las metioí en el bolsillo. Alex fruncioí el cenñ o. —¿Queí se supone que…? —Se detuvo en seco cuando Philip sacoí una pistola de su bolsillo y, antes de que pudiera siquiera parpadear, le disparoí . Se desplomoí hacia adelante. —¿Queí demonios? —gritoí Ívaí n y fue a por su arma, pero todos los hombres de la habitacioí n le apuntaron con una antes de que pudiera hacerlo. —Alto al fuego —dijo frííamente Cora. Hubo una explosioí n de accioí n mientras las Sombras invadíían la mesa, asegurando a Ívaí n y Alex, quien se encontraba gimiendo del dolor. —Tuí no eres Demi —grunñ oí Ívaí n. —Hola, tíío —lo saludoí , quitaí ndose la peluca—. Queí amable de tu parte acompanñ arme para esta reunioí n familiar. Los ojos de su tíío se ampliaron. —¿Doí nde estaí Demi? —Mi madre estaí ocupada en este momento. —Ocupada estando muerta—. Ella me envioí . —Perra… —empezoí Ívaí n, solo para ahogarse cuando Slim le


puso un cinturoí n alrededor del cuello y lo apretoí . Mientras tanto, dos Sombras habíían atado y amordazado a Alex. —¿Queí hacemos con este? —¿Estaí muerto? —preguntoí Waters mientras se le acercaba a Cora. —Nop —informoí Fats—. Le diste en el estoí mago. —Me estoy oxidando —Waters sonrioí —. Pero, de nuevo, los disparos en el vientre son perfectamente dolorosos. —Aseguí rate de que le llegue a mi esposo en una sola pieza — instruyoí Cora y se dirigioí a Slim y a las Sombras que sosteníían a Ívaí n—. A eí l tambieí n. Ívaí n gorgoteoí algo y Cora hizo un ademaí n para que liberaran su garganta. —¿Queí significa esto? —carraspeoí Ívaí n. De rodillas y rodeado por los matones armados de Cora, no parecíía tan grande. —En un minuto explicareí todo —le informoí dulcemente—. Pero no a ti. Tu reinado ha terminado. Te vas a ir por un tiempo. Al menos hasta que Sharo pueda volver a sostener un cuchillo. Estoy segura de que se recuperaraí raí pidamente, sabiendo que te tiene esperaí ndole para que se pueda vengar. Antes de que Ívaí n pudiera gritar algo maí s, Slim le puso una mordaza y lo arrastroí hasta su hermano. Las puertas se cerraron, dejaí ndola a ella y a Waters a solas. Cora dejoí que sus hombros se desplomaran. —Bien hecho —dijo eí l—. Eso fue maí s raí pido de lo que esperaba. —Se inclinoí para examinar su cara—. ¿No queríías hablar con tus tííos? Sacudioí la cabeza. —Honestamente, no teníía nada que decirles. Las puertas se abrieron y uno de los hombres de Waters informoí : —Los capos de los Titan estaí n empezando a reunirse en el santuario. ¿Quiere que les quitemos sus armas? Waters asintioí con la cabeza y el hombre desaparecioí . Vio a Cora vagar por la habitacioí n, perdida en sus pensamientos, tocando la mesa donde sus tííos habíían estado sentados. —¿Ya hablaste con Marcus? Cora parpadeoí como si se hubiera despertado. —Todavíía no. El tiempo era esencial. Tenííamos que llegar aquíí antes de que sospecharan demasiado cuando Demi no se pusiera en contacto.


Philip inclinoí la cabeza. —EÍ l quiere hablar contigo. —Lo haraí . Pero primero tengo que hacer esto. El hombre de Waters volvioí . —Estamos listos para su orden. —¿Los capos estaí n desarmados? —preguntoí Waters. —No les alegroí a todos, pero usamos esa cosa de pulso de Aurum que la senñ ora Ubeli nos dio en el camino y sus armas se atascaron. Disculpe, quise decir senñ ora Titan. —Senñ orita Titan —corrigioí Cora—. Diles que ahora los Titan estaí n aliados con Philip Waters y que la lealtad seraí generosamente recompensada. Estaremos con ellos en breve. El hombre salioí y Cora sonrioí . Resultoí que le gustaba dar oí rdenes. —¿Senñ orita Titan? —preguntoí Waters—. ¿Retomaraí s tu apellido de soltera? —En realidad nunca he sido una Titan —Cora tomoí el brazo que Philip le habíía ofrecido—. Pero es mi derecho de nacimiento, asíí que mejor me voy acostumbrando. Asíí como todos los demaí s. Con su propia sonrisa, Waters asintioí . Cora dejoí que la acompanñ ara al santuario antes de apartarse. —Tengo que hacer esto sola. EÍ l volvioí a asentir. Ella se acercoí y le tocoí la mejilla. —Gracias —dijo antes de dejar caer su mano y entrar en el santuario. Waters cubrioí su mejilla con su mano. Los capos se encontraban sentados en los primeros bancos como enormes y malhumorados monaguillos con trajes que no les quedaban bien. Por encima de ellos, en el balcoí n y en el coro alto, las Sombras y los hombres de Waters vigilaban, equipados con pistolas especiales que Olivia habíía disenñ ado para soportar su dispositivo patentado de bloqueo de armas. Resultoí que Olivia habíía hecho maí s en sus aventuras por la costa oeste que solo molestar a los proveedores. Habíía vuelto a casa con juguetes nuevos. Con un guinñ o a Fats y Slim, Cora subioí al escenario para dirigirse a sus nuevos capos. —Bienvenidos —llamoí , y esperoí mientras todos la observaban. —¿Quieí n demonios eres tuí ? —llamoí un hombre. —No nos conocemos. Soy Cora Titan. Me trataraí n con respeto. —¿O? —Moriraí n —respondioí Slim.


Cora esbozoí una sonrisa. —Entiendo que tienen preguntas. En un minuto las respondereí , pero por ahora sepan esto. Hay una nueva Titan en la ciudad. A partir de ahora yo estareí a cargo de todo. Los capos murmuraron entre ellos. —¿Quieí n murioí y te puso a cargo? —preguntoí otro. —Mi madre y mis tííos, en realidad. Si no estaí n muertos, pronto lo estaraí n. Unos pitidos llenaron la sala y los capos se palmearon los bolsillos, sacando en conjunto sus teleí fonos en vibracioí n. Gracias, Olivia. —Acaban de enviarles fotos de mi difunta madre. Fííjense en el parecido. —Cora inclinoí la cabeza hacia un lado, daí ndoles su perfil. —Es su maldita viva imagen —murmuroí un viejo capo—. Demi y el viejo, ¿cuaí l era su nombre? Karl. —Veraí n que tengo mucho en comuí n con mis padres —dijo Cora —. Y solo una diferencia. Mientras que ellos disfrutaban de la guerra, yo prefiero la alternativa. La paz. —Paz —repitioí un capo. —En efecto. Despueí s de todo, es mucho mejor para los negocios. —Cora extendioí las manos—. Ímaginen esto. Una ciudad en paz. Hombres y mujeres visitando sus burdeles. Multitudes de fiesteros probando Ambrosíía y volviendo una y otra vez para comprarles a sus distribuidores. Tenemos una nueva alianza con nuestro buen amigo, Philip Waters. Se volvioí para sonreíírle a Philip mientras entraba. Cora se detuvo un momento para dejarle saludar a los capos y estrechar algunas manos. Se sentoí en un banco al final; con su gran altura empequenñ ecioí al resto. —Con Waters de nuestro lado y acceso ilimitado a las importaciones maríítimas, los beneficios llegaraí n. Ímaginen las calles llenas de personas que han venido a la fiesta. New Olympus es donde hacen negocios. Metroí polis es donde llegan a divertirse. —Me gusta —dijo el viejo capo—. Especialmente la parte de las ganancias, y la alianza con el viejo Waters aquíí presente. Conocíí a tu padre —le dijo a Waters. —¿Y los policíías? —mencionoí otro capo. Cora lanzoí su siguiente sorpresa: —Manñ ana el alcalde de New Olympus presentaraí una propuesta para hacer legal la Ambrosíía. Una sustancia controlada. Seraí el


nuevo Viagra, pero recreativo, y para hombres y mujeres. Podemos esperar que el alcalde de Metroí polis siga el ejemplo. Sip, el alcalde tambieí n estaba de su lado, y Cora vio el impacto que la noticia tuvo en la multitud. No se requirioí de mucho tiempo para convencer a Sturm y a Waters de apoyarla una vez que explicoí que, con ella asumiendo el control de la pandilla de los Titan, era la forma maí s raí pida de llevar una paz definitiva a las calles. —Con unos cuantos sobornos, compraremos todos los derechos de distribucioí n. Legalmente. —¿Esto es verdad? —le exigioí un capo a Waters. —Cada palabra —confirmoí , y los murmullos se hicieron maí s fuertes. —Maldicioí n. Nunca penseí que me enderezaríía en mi vejez — murmuroí el canoso capo—. Pero si hay beneficio en ello, ¿queí maí s da? —Esto es una tonteríía —espetoí uno de los capos—. Eres una puta mentirosa. —Su disparo resonoí en las vigas. Asíí como el sonido de cien armas apuntaí ndole. Cora levantoí una mano. —Bajen las armas —dijo lentamente—. Disfruto de un debate riguroso entre mis lííderes. Siempre y cuando recuerden cuaí l es su lugar. Fats y Slim agarraron al hombre y lo llevaron hasta Cora mientras continuaba maldiciendo, obligaí ndolo a arrodillarse. —Pero no hay lugar para los hombres que no ven mi visioí n. Hubo un destello de un metal y enseguida tuvo un cuchillo puesto en la garganta del hombre. —¿Juras tu lealtad a los Titan? —No eres una Titan —escupioí el hombre, y luego murioí entre balbuceos mientras le cortaba la yugular. El estoí mago de Cora se rebeloí ante lo que estaba viendo. Pero este uí nico acto de violencia maí s tarde podríía detener la violencia interminable. Teníía que demostrarles a estos hombres que era fuerte y despiadada o nunca respetaríían su gobierno. Ahora entendíía algunas de las elecciones y sacrificios que Marcus teníía que hacer cada díía para mantener su ciudad bajo control. Ahora ella haríía lo mismo. Waters se acercoí a su lado y le ofrecioí un panñ uelo blanco. Cora se limpioí la sangre de su cara y manos, pero no se molestoí en detenerse sobre su vestido blanco. Esperaba ser bautizada esta


noche. Una vez que devolvioí el panñ uelo, neutralizoí a los capos con una fríía mirada que habíía aprendido de su marido. —¿Alguien maí s? El silencio absoluto fue su respuesta hasta que el viejo capo se rio. —Es una Titan despueí s de todo. Una maldita visionaria, como sus padres. Es su viva imagen. —¿Alguna otra pregunta? —¿Y queí hay de Ubeli? Con el debido respeto —anñ adioí el capo —. ¿Solo vamos a ceder y dejarle ganar? Cora sonrioí . —No, en absoluto. A partir de ahora consideren la guerra como un fin entre nosotros. Ustedes ocuí pense de los negocios como de costumbre. Yo me ocupareí de mi esposo. Otra risita del capo maí s viejo. Le dio un codazo al que se encontraba junto a eí l mientras los demaí s intercambiaban miradas de complicidad. —Seí que algunos de ustedes no estaraí n contentos con el nuevo reí gimen —continuoí Cora—. Espero que vengan a discutir las cosas conmigo. Respetuosamente. De lo contrario, sentiraí n toda la fuerza de las Sombras y de los hombres de Waters, sin mencionar los problemas que tendraí n con la ley. Oh síí, la policíía tiene oí rdenes de respaldarme. El alcalde de New Olympus me presentoí al jefe de policíía de Metroí polis y pronto nos hicimos amigos —soltoí una pequenñ a risa. Otro coro de pitidos hizo que los capos volvieran a revisar sus teleí fonos. Slim le mostroí la pantalla a Cora para que pudiera ver la espeluznante imagen. —Parece que mi marido recibioí mi pequenñ a ofrenda de paz. Una senñ al de benevolencia. Alexander Titan fue uí til despueí s de todo. Era su principal lííder, ¿correcto? Algunos de los capos se habíían puesto paí lidos. —No tengo que advertirles lo que sucederaí si alguna vez llegan a traicionarme. Espero que todos nos llevemos bien, sobre todo cuando empiecen a llegar las ganancias. Esta semana pasareí a visitar cada uno de sus negocios. Espeí renme en cualquier momento. Espero que se comporten lo mejor posible. Haí ganlo y no les mostrareí mi lado malo. Un ladrido rompioí el silencio. Brutus se soltoí de su domador en


la parte trasera para dirigirse al lado de Cora, quien se arrodilloí un momento para acariciar su cabeza antes de levantarse. Slim se le acercoí con un abrigo rojo. Con su ayuda, Cora se lo colocoí por encima de su vestido. —Ahora Philip y yo vamos a cenar. Estaí n todos invitados a presentar sus respetos. —Sabríía quieí n era leal en cuanto le mostraran pleitesíía—. Si no, los vereí maí s tarde esta misma semana. Hacieí ndole una senñ a a Brutus, caminoí hacia el altar con sus guardias a su espalda y su perro a su lado. Waters se detuvo un momento antes de seguirla. —El rey ha muerto —dijo sordamente—. Larga vida a la reina.

CAPÍÍTULO 40

Una semana despueí s, Slim estacionoí la limusina en los muelles. —¿Vas a estar bien? —preguntoí Waters. Habíían pasado la semana en Metroí polis, consolidando el dominio de Cora sobre los negocios de los Titan. Cora levantoí su barbilla. —No te preocupes por míí. Los capos no estaban contentos de que ella se hubiera involucrado, pero habíían sacrificado a los que con maí s probabilidad la traicionaríían, y al resto los aplacaron con una mayor reduccioí n de las ganancias. —Ese es el espííritu. —Le dio una palmadita bajo el mentoí n—. Hazme saber si alguien te causa problemas. —Lo hareí . Gracias por todo. —No me agradezcas todavíía —anuncioí mientras salíía y rodeaba el vehíículo para abrirle la puerta—. En un minuto querraí s gritarme. —¿Queí ? ¿Por queí ? —Esta es mi limusina. Tu transporte estaí por allíí —retrocedioí y Cora miroí en el embarcadero un auto negro parado en la acera. Una familiar figura se encontraba esperando con las manos en los bolsillos y con la cabeza oscura inclinada. Marcus. Cora respiroí hondo. —Me ha estado llamando como un loco —refunfunñ oí Waters—. Exigiendo pruebas de que te encontrabas bien. Slim, Fats y yo tenííamos que reportar cada hora. Cora se llevoí una mano al cuello mientras miraba fijamente en el cuerpo oscuro de su marido.


—Yo no… no dejamos nuestra situacioí n en buenos teí rminos. Seí que eí l llegoí al teatro, pero no seí … —Estaí aquíí, ¿no? —Waters extendioí una mano y ella automaí ticamente la tomoí . Cuando salioí del auto, eí l le dio un pequenñ o empujoí n—. Ve a por eí l, ninñ a. Caminoí sobre el asfalto. Marcus se veíía tan serio apoyado en su auto. La semana pasada habíía hablado con eí l por teleí fono, pero solo acerca del progreso de Sharo despueí s de sus muí ltiples cirugíías. Cada vez que eí l intentaba llevar la conversacioí n hacia temas maí s profundos, ella poníía excusas y colgaba. Habíía mucho entre ellos. Muchas mentiras. Muchas cicatrices. ¿Podríía llegar a perdonarla? Si realmente hubiera estado con Lucinda, ¿podríía ella perdonarlo? ¿Habíía seguido adelante? ¿Siquiera la queríía? Se tambaleoí sobre sus talones y se detuvo. —Cora —la llamoí por su nombre y su cabeza se levantoí . Teníía los brazos abiertos. Quitaí ndose sus tacones altos, corrioí . MARCUS LA ABRAZOÍ TAN PRONTO como saltoí a sus brazos, pero Cora giroí la cabeza cuando eí l bajoí su boca para darle un beso. Ella pudo haber completado su golpe de estado en Metroí polis, pero entre ellos habíía asuntos pendientes. —Gracias por llevarme —dijo Cora desde su lado de la limusina. No hizo ninguí n movimiento para reducir el incoí modo espacio entre ellos. Con calma. Con cuidado. Dale tiempo. Marcus praí cticamente podíía oíír a Sharo asesoraí ndolo. Extranñ aba a su amigo maí s de lo que podíía expresar con palabras. Sharo habíía entrado en un coma inducido meí dicamente, pero el doctor dijo que todo indicaba que se recuperaríía por completo. Aunque no iban a saberlo con seguridad hasta que se despertara. Pero habíían pasado díías y todavíía no habíía abierto los ojos. Será mejor que no te mueras, hermano. No te necesito atormentándome. Marcus casi pudo oíír la risa de Sharo llenando el auto. Habíían pasado horas hablando durante las semanas en que Marcus se habíía separado de Cora. Y justo ahora eí l intentaba reunir todos esos consejos. Muy bien, hermano. Lo intentaremos a tu manera. —Estuviste magníífica. —Marcus procesoí atentamente el


delgado cuerpo de su esposa, apenas creyendo que era real. Se veíía diferente. Maí s madura. No dura o insensible, solo maí s sabia de alguna manera—. Waters y las Sombras me lo contaron todo. Hice que lo filmaran. Se encogioí de hombros y luego lo miroí con ansiedad. —¿Coí mo estaí Sharo? —Sin cambios. Todavíía. Cora se mordioí el labio y eí l tuvo que apretar su mano en un punñ o para no rozarlo con su pulgar. Entonces se relajoí y preguntoí : —¿De verdad lo crees? ¿Realmente crees que puedo hacer esto? ¿Liderar a los Titan? —No me creas a míí. Comprueí balo por ti misma. —Agarroí el perioí dico del asiento y se lo ensenñ oí —. Reina del Inframundo. Tendraí s que acostumbrarte a que te persiga la prensa. —Ya estoy acostumbrada. Me caseí contigo, ¿recuerdas? —Mmm. Siempre habíía odiado que lo llamaran Rey del Ínframundo, pero aceptaríía el teí rmino mientras ella estuviera a su lado como su reina. Pero su reina parecíía exhausta mientras lo miraba, y se encontraba sentada demasiado lejos, casi abrazando la puerta opuesta. —Ven aquíí —extendioí su brazo. Ella suspiroí . —Marcus, solo porque todo esto haya terminado… —Sacudioí la cabeza y miroí por la ventanilla con expresioí n distante—. No significa… —se quebroí , llevaí ndose las manos a la cara. Habíía sido tan poderosa como cualquier general mientras exigíía lo que le correspondíía como lííder del imperio Titan; pero aquíí con eí l, estaba tan vulnerable como siempre. Y estaba harto de dejarle poner distancia entre ellos. Se le acercoí y la tomoí en sus brazos. —Casi te pierdo, y que me parta un rayo si paso otro minuto lejos de ti. Pero Cora forcejeoí , y cuando se apartoí de eí l, sus ojos ardieron como llamas. —Fue bastante faí cil para ti alejarte de míí hace tres semanas. Y vi la foto tuya con esa mujer. Tu amante. Teníía que estar hablando de Lucinda. Marcus habíía enfurecido cuando vio la foto por primera vez, pero ahora solo sonrioí . —¿Celosa, gatita? —Podíía soportar cualquier cosa, menos su


indiferencia. Si antes creíía que sus ojos eran abrasadores, no eran nada comparados con la furia que sus palabras provocaron: —Sueí ltame, enorme pataí n. —Lo empujoí en vano y eí l simplemente apretoí sus brazos a su alrededor. —No la toqueí . Me la encontreí afuera del Crown y ella se tropezoí conmigo. Probablemente a propoí sito. Ahora que lo pienso, probablemente fue ella quien llamoí a los paparazzi. Siempre fue una puta necesitada de atencioí n. La estabiliceí y luego continueí mi camino. Esa fue la totalidad de nuestra interaccioí n. Buen trabajo, dijo Sharo. Ahora dile la verdad. Sal de mi cabeza, Marcus casi murmuroí en voz alta antes de seguir su consejo. Ínclinando la cabeza hacia su bella esposa, dijo: —No hay forma de reemplazarte, amor. Nunca la habraí . El semblante de Cora de inmediato cambioí . En lugar de apartarlo, se sostuvo de las solapas de su saco. —Estaba tan asustada. Cuando caííste estaba tan asustada. — Sus ojos se llenaron de laí grimas—. Y luego Sharo. —Justo ahora nos dirigimos al hospital de New Olympus. Sabíía que querríías verle a primera hora. —Bien. —Se hundioí en eí l, con la cabeza contra su pecho—. ¿Realmente se ha acabado? La apretoí cerca suyo y respiroí el dulce aroma de su cabello. —Síí, diosa. Se acaboí . Pero el resto de nuestra vida apenas comienza. Sintioí que ella asentíía contra su pecho. Pero al segundo siguiente se estaba apartando. —Sharo intentoí explicar. Lo siento. Siento haber dejado la finca de esa manera y haberme ido directamente hacia el peligro. No teníía ni idea de lo de Chiara. Laí grimas se derramaron por sus mejillas y Marcus las acunoí mientras sacudíía la cabeza. —No podríías haberlo sabido. Yo solo… no podíía… —Miroí hacia abajo y exhaloí con frustracioí n. Pero luego se forzoí a síí mismo a encontrarse nuevamente con su mirada—. Jureí protegerte. Pasara lo que pasara. Íncluso si eso significaba que el lugar maí s seguro para ti fuera estar lejos de míí. Me matoí estar lejos de ti. Peor que la primera vez. Mucho peor, porque teníía miedo de que fuera a ser para siempre. Marcus no queríía pensar en coí mo habíían sido las uí ltimas tres


semanas. Habíía ido a trabajar, pero ni siquiera eso podíía distraerlo de extranñ arla. O de preguntarse cada hora de cada díía, cada minuto, si se encontraba bien, queí estaba haciendo, si lo odiaba. Si estaba continuando con su vida. Su suenñ o habíía sido atormentado por las pesadillas de ella siendo feliz… en los brazos de otro hombre, usando el anillo de otro hombre. Diez veces al díía habíía tenido que luchar por no decir “a la mierda” y entrar en su auto y romper todas las leyes de traí fico conocidas por el hombre para volver con ella. Toda su disciplina, todo su control, nada de eso contaba cuando se trataba de ella. Tal vez Cora vio algo de su tormento en su rostro porque llevoí una mano a su mejilla y susurroí : —Nunca maí s. De ahora en adelante, somos tuí y yo juntos. Siempre. No maí s secretos. No maí s mentiras. No importa si crees que es por mi bien o no. Ahora somos pareja en todo. ¿Lo juras? Marcus se encontroí con sus ojos solemnemente. —Juro por ti, Cora Ubeli, no volver a mentirte nunca maí s. —¿Ni siquiera si crees que es por mi propio bien? Necesito que lo digas, Marcus. EÍ l sonrioí ante su tenacidad. —Nunca volvereí a dejarte ni renunciareí a ti. Nunca volvereí a mentirte ni a guardar secretos, aunque piense que es por tu propio bien. Ahora te toca a ti. Cora le sostuvo las manos sin ninguna sonrisa puesta en sus labios. Se estaba tomando seriamente esto. —Yo, Cora Ubeli, juro no dejarte ni renunciar a ti, y nunca maí s te mentireí o te ocultareí secretos, incluso si creo que es por tu propio bien. —Ahora solo queda sellarlo con un beso —dijo Marcus, moviendo su cabeza lentamente hacia la de ella. Se alzoí hacia eí l, y cuando sus labios se encontraron, Marcus pensoí que despueí s de todo síí podríía morir debido al suave toque angelical de sus labios. En sus peores momentos, habíía pensado que no volveríía a experimentar esto. Íncluso recordar coí mo se sentíía lo volvíía loco. No podíía hacerlo suave, no justo ahora. No despueí s de todo lo que habíían pasado con su separacioí n. La apretoí contra eí l y ella le abrazoí el cuello, aparentemente igual de desesperada por tenerle. Sus bocas se encontraron en un líío hambriento. Labios, lenguas, dientes. No podíía tener suficiente de


ella. La necesitaba toda. Ahora. Pero justo cuando la movioí para que estuviera sobre eí l, el todoterreno se detuvo y la voz del conductor sonoí a traveí s de las bocinas: —Llegamos. Cora se separoí de la boca de Marcus con los ojos bien abiertos. —Sharo. Ella apenas se molestoí en reacomodar su ropa antes de abrir la puerta. Marcus tuvo que correr tras ella; estaba a medio camino de la entrada del hospital en el momento en el que eí l salioí por su propia puerta. PASARON dos díías en vela junto a la cama de Sharo antes de que finalmente abriera los ojos. Se encontraba atardeciendo cuando su gran cenñ o finalmente se arrugoí y parpadeoí para abrir los ojos. —¡Sharo! —Cora lloroí , saltando y agarrando su enorme mano entre la suya muy pequenñ a—. Estaí s despierto. Marcus, ¡estaí despierto! Marcus se paroí detraí s de ella, sonrieí ndole a su maí s viejo amigo, a su hermano. —Gracias al destino —exhaloí . Sharo habíía sido una constante en su vida. No podíía imaginar continuar sin eí l. Era de la familia. Sharo miroí a su alrededor, evidentemente confundido. —Ten. —Cora le soltoí la mano solo lo suficiente para tomar un vaso de agua con una pajita de la mesilla de noche y llevarlo hasta la boca de Sharo. Tomoí varios tragos antes de reclinarse en sus almohadas de nuevo. —¿Queí … pasoí ? Cora le tomoí nuevamente la mano. —Salvaste el díía. Me salvaste la vida —le estrujoí la mano. —Y por eso tienes mi eterna gratitud, hermano —dijo Marcus. Sharo se encontroí con sus ojos por encima de la cabeza de Cora y compartieron una mirada silenciosa. Sharo asintioí y Marcus supo que lo entendíía. Marcus le debíía todo. Era una deuda que nunca podríía pagar, pero de todas formas pasaríía el resto de su vida intentaí ndolo. —Mi madre se habríía salido con la suya si no hubieras aparecido cuando lo hiciste —continuoí Cora—. Y entonces te dispararon. Tantas veces —se le quebroí la voz—. Penseí que estabas muerto. El


doctor dice que tenemos suerte de que esteí s vivo. Si una de las balas hubiera estado media pulgada maí s cerca de tu lado izquierdo... —se quebroí , sacudiendo su cabeza y con laí grimas cayeí ndole por las mejillas. —Estoy bien —dijo Sharo, y Cora inmediatamente le llevoí el agua de vuelta a los labios. Luego se giroí para mirar a Marcus. —Estaí despierto. Tenemos que llamar al meí dico. Dijeron que le llamaí ramos cuando se despertara. Marcus asintioí y presionoí el botoí n para que la enfermera entrara. La enfermera y el meí dico llegaron varios minutos despueí s. Marcus y Cora fueron sacados de la habitacioí n mientras el meí dico atendíía a Sharo. Tan pronto como salieron, los hombros de Cora se desplomaron. Estaba exhausta. A pesar de que Marcus habíía intentado convencerla de que se fuera a casa a descansar, se negoí a irse. Habíía dormido pocas horas en una pequenñ a camilla que habíían instalado en la habitacioí n, pero no mucho. Pero ahora que Sharo estaba despierto, Marcus se encontraba insistiendo en que fuera a casa y descansara toda la noche. La mano de Cora se deslizoí junto a la suya y sus dedos se entrelazaron. —Te amo, Marcus. —Se detuvo en medio del pasillo del hospital y lo miroí —. Gracias por darme esta vida. Gracias por todo. ¿Sabes cuaí nto te amo? ¿Siquiera puedes comprenderlo? Marcus le sonrioí a la mujer a la que amaba maí s que a la propia vida. Estaba a punto de inclinarse para besarla cuando sus ojos repentinamente se pusieron en blanco, y luego se desplomoí . Apenas tuvo tiempo de atraparla antes de que se golpeara contra el suelo.

CAPÍÍTULO 41

Todo era oscuridad y no habíía estrellas. —¿Hola? —llamoí Cora, en medio de la oscuridad. Nadie respondioí . Extendioí sus brazos y sintioí todo a su alrededor. Nada. No habíía nada. —¿Marcus? ¿Marcus? —Su voz era aguda, casi freneí tica. ¿Doí nde se encontraba? ¿Por queí no podíía ver nada? Se dio la vuelta, pero lo uí nico que habíía era maí s vacíío; hasta que, con los


brazos extendidos, su mano finalmente se encontroí con una pared de ladrillos. El aire olíía agrio y huí medo y fue entonces cuando Cora lo supo. Mamaí la habíía encerrado en el soí tano otra vez. Todo habíía sido un suenñ o. Marcus. New Olympus. Nada de aquello habíía sido real. Marcus nunca habíía sido real. Nunca la habíía amado. Nunca lo haríía. Porque no existíía. Nada de aquello habíía existido. Olivia. Anna. Sharo. Armand. Se los habíía inventado a todos. ¿Cuaí ntos díías llevaba aquíí abajo? ¿Cuaí nto tiempo hacíía que no teníía comida ni agua? ¿Cuaí nto tiempo hacíía que no dormíía? Ya lo habíía experimentado; el delirio de estar confinada en espacios solitarios durante perííodos prolongados. Cayoí de rodillas. Estaba sola. Sin amor. Su madre finalmente la habíía vuelto loca. —¡Noooooo! —gritoí , golpeando el suelo de barro con sus punñ os —. ¡Por favor! —No sabíía la razoí n de su suí plica. Tal vez era para que la tierra se abriera y se la tragara entera. Pero entonces se congeloí . Porque escuchoí algo. Se incorporoí y oyoí con atencioí n. —Cora. ¡Cora! El sonido veníía de tan lejos que apenas podíía oíírlo. Pero estaba allíí. O era eso o una alucinacioí n auditiva. Pero se encontraba tan desesperada que no le importoí . —¿Hola? —Se tropezoí hacia el sonido—. ¿Hola? —Cora. —La voz se escuchoí maí s fuerte esta vez—. Cora, nena, vuelve a míí. Marcus. Era la voz de Marcus. Empezoí a correr hacia la voz. Debioí haber corrido hacia la pared trasera del soí tano, pero no lo hizo. La oscuridad simplemente siguioí y siguioí y mientras corríía, empezoí a iluminarse. Primero a un gris oscuro y luego… y luego… Parpadeoí para abrir los ojos e hizo un gesto de dolor ante las luces brillantes. —¡Cora! —El rostro borroso de Marcus se asomaba sobre el suyo. Estaba sonriendo y llorando al mismo tiempo. Nunca lo habíía visto llorar desde que lo habíía conocido. Alto. ¿Esto era real? ¿O se trataba simplemente de otra


alucinacioí n? Pero cuando Marcus dejoí caer sus labios sobre los suyos, Cora decidioí que no le importaba una mierda. Se quedaríía.

CAPÍÍTULO 42

Cora le habíía quitado unos diez anñ os de vida a Marcus cuando se desplomoí en el pasillo del hospital. Pero entonces, solo diez minutos despueí s, se encontroí parpadeando, despierta. Y si teníía que desmayarse, no pudo haber elegido un mejor lugar para hacerlo. Las enfermeras y los meí dicos se apresuraron a ayudarla y la subieron a una camilla para llevarla a una habitacioí n. Estaba deshidratada, algo por lo que Marcus nunca se perdonaríía; debioí haberse asegurado de que bebiera maí s lííquidos mientras cuidaban a Sharo, especialmente despueí s de los traumaí ticos acontecimientos de los díías anteriores. Los meí dicos habíían tomado muestras de sangre y se encontraban esperando los resultados. Marcus nunca habíía sido un hombre religioso, pero ahora le estaba rezando a todos los cielos que conocíía e incluso a los que no, para que el anaí lisis de sangre saliera bien y no hubiera nada malo con ella. Esperaron lo que parecieron horas pese a que, con su rostro maí s intimidante, amenazoí al doctor para que priorizara el anaí lisis de sangre de Cora. En realidad, pasaron alrededor de cuarenta y cinco minutos antes de que el doctor entrara por la puerta. Marcus se puso de pie de un salto. El doctor llevaba una carpeta y se encontraba sonriendo. Una sonrisa teníía que significar buenas noticias, ¿cierto? Si no, Marcus haríía maí s que destrozarle el rostro al sujeto. —¿Queí es? —exigioí —. Dííganos. —Marcus. —Cora le estrujoí suavemente la mano—. Dale al hombre la oportunidad de tomar un respiro. Miroí a su esposa sobre la cama del hospital. Estaba demasiado paí lida para su gusto. Y desde que se despertoí , ella no paroí de preguntarle si eí l era real, agarraí ndole la mano como si fuera a desaparecer si llegaba a soltarlo por lo menos un segundo. —Aparte del leve problema de deshidratacioí n, tienes una salud maravillosa —le dijo el doctor a Cora, evitando la mirada de Marcus y caminando hacia el otro lado de su cama—. Y tengo buenas noticias —Cora le fruncioí el cenñ o, pero eí l continuoí —: ¡Estaí s embarazada!


—¿Queí ? —dijeron ella y Marcus al uníísono. Cora jadeoí y miroí fijamente al doctor en estado de shock. Luego miroí a Marcus con una sonrisa temblorosa en su rostro. Le estrujoí la mano auí n maí s fuerte mientras parpadeaba raí pidamente. —Supongo, quiero decir… olvideí reponer mi inyeccioí n anticonceptiva porque… Porque se habíían separado. Cora sacudioí la cabeza y soltoí una pequenñ a risa. —Y entonces ni siquiera penseí en ello, pero debíí haber tenido mi perííodo hace tres semanas. Todo ha sido una locura con los preparativos de la recaudacioí n de fondos y todo lo demaí s. — Terminoí con otra risa. Pero Marcus no se estaba riendo. Miraba al doctor. —¿Cuaí nto lleva? —¿Cuaí ndo fue la fecha de su uí ltimo perííodo? Cora continuaba moviendo la cabeza con asombro, y luego sus ojos se dirigieron al techo mientras calculaba: —Eh, ¿hace unas seis semanas? ¿Quizaí s siete? La segunda semana del mes pasado, creo. Marcus hizo los caí lculos en su cabeza. No teníía mucho conocimiento en cuanto a la salud reproductiva de las mujeres, pero una vez una mujer intentoí afirmar falsamente que era el padre de su hijo y entonces habíía aprendido un poco sobre ello. Si su uí ltimo perííodo fue hacíía siete semanas, lo que significaba que el bebeí habíía sido concebido hacíía cinco semanas… justo en el momento en que volvieron a estar juntos y tuvieron sexo por primera vez. Pero si ella se habíía ido, y aunque no hubiera sido por mucho… Ellos habíían estado separados durante meses. Ella lo habíía dejado y eí l nunca preguntoí si hubo alguien maí s durante ese tiempo. Francamente, no queríía saberlo. Vale, eso era una mentira. Marcus habríía querido saber para vengarse, pero tambieí n se conocíía a síí mismo demasiado bien. Si alguí n otro hombre habíía tocado a Cora, tanto si ella lo hubiera permitido o no, ese hombre no permaneceríía respirando mucho por tiempo despueí s de que Marcus descubriera su nombre. Pero ahora habíía un ninñ o… Su mandííbula se tensoí y pudo oíír los latidos de su corazoí n en sus oíídos. Habíía un ninñ o. Sin importar queí , el ninñ o era mitad de Cora. Y todo lo que fuera mitad de ella, eí l lo amaríía hasta su uí ltimo aliento.


Se inclinoí y le tomoí la mano. —Pase lo que pase, amareí a este ninñ o como si fuera míío. Cora parpadeoí confundida hacia eí l. —¿Queí dices? Es tu hijo. —Entonces parecioí comprenderlo. Y alejoí su mano—. No me acosteí con nadie maí s mientras estaí bamos separados. ¿Y tú? —sus ojos escupíían fuego y el color regresoí a sus mejillas previamente paí lidas—. Te juro que si… Marcus rio a carcajadas y luego se sentoí en la cama, llevaí ndola hacia sus brazos. —No. Nunca. Nunca nadie maí s que tuí . La besoí con fuerza. Al principio ella no respondioí , pero luego sus labios se suavizaron y se entregoí a eí l. Su dulce Cora. Su poderosa y mandona reina. Se apartoí de ella y presionoí su frente contra la suya. —Vamos a tener un bebeí —susurroí . Sus grandes ojos azules parpadearon hacia eí l, muy abiertos con asombro. Posicionoí las manos de Marcus hacia su vientre. —Un bebeí —dijo asombrada—. Tu bebeí . —Me has hecho el hombre maí s feliz del mundo. Te amo. Para siempre —las palabras se quedaban cortas. Siempre. Pero pasaríía el resto de su vida demostraí ndoselas a su esposa. A su amada. A su reina.

EPÍÍLOGO

Tres años después… CORA SUPO en el momento en que su marido entroí en el saloí n de baile. Su columna vertebral se erizoí . Tras ella y cerca de la puerta, el murmullo de la multitud se calmoí . —Entrando, a las doce en punto. —Armand movioí sus cejas hacia ella. Cora giroí en su vestido dorado e instantaí neamente distinguioí a Marcus. Se veíía sofisticado y encantadoramente guapo en su esmoquin. —¿Sin disfraz? —Armand hizo un puchero, ponieí ndose un falso monoí culo en el ojo. Cora le golpeoí el brazo. —No se lo pondríía. Pero, ¿siquiera necesita uno? Marcus la vislumbroí . Su mandííbula sin afeitar se movioí para mostrar una sonrisa. Barba de un díía, la favorita de Cora. UÍ ltimamente habíía estado trabajando mucho y no habíía tenido tiempo de afeitarse antes del baile. La compensaríía maí s tarde con el ardor de su barba contra sus muslos… Presionando dos dedos sobre sus labios, Marcus le lanzoí un


beso. —Vaya. Hace una gran entrada. —Armand dejoí caer su monoí culo. —Lo seí —murmuroí Cora. —Me referíía a Waters. —Oh. El gran magnate naviero acababa de entrar con un grupo de mujeres que reíían y llevaban diminutos disfraces verdes del color de la espuma de mar. —Ninfas de agua. Muy, muy astuto. —Armand admiroí sus atuendos—. ¿Vamos a saludar a tu esposo? —No lo creo. Deí jalo calmar a sus suplicantes. Como de costumbre, Marcus se encontraba rodeado de gente que queríía estrecharle la mano y susurrarle al oíído. —Lo haces sonar como si fuera un emperador. —Armand alzoí su entrecejo indicando desaprobacioí n—. ¿En queí te convierte eso? —En una diosa. —Cora sonrioí dentro de su bebida—. Deí jalo en paz. EÍ l vendraí a míí. —Por supuesto que lo haraí . Ustedes dos estaí n pegados cadera contra cadera. O… en otras partes. —Lanzoí una penetrante mirada a su redonda panza. —¡Armand! —se llevoí una mano a su pancita de embarazada. —Yyyy te has sonrojado. Auí n soy bueno. —Eres peor que Olivia. —Cora pretendioí parecer remilgada. —Gracias. ¿Queí nuí mero es este bebeí ? —Armand puso su mano sobre su vientre—. ¿El segundo de diez? ¿Once? —Dos de dos, muchas gracias. Querííamos un ninñ o y una ninñ a. —Ya tienes al pequenñ o Vito, asíí que eso hace que esta sea… —Una ninñ a. —La piel rojiza de Cora parecíía brillar—. Nos enteramos la semana pasada. —¡Senñ ora Ubeli! Ambos se volvieron para saludar a un hombre canoso con un abrigo blanco. —Doctor Laurel —les recordoí el hombre mientras alzaba unas cejas tupidas que pondríían celoso a Einstein—. Nos conocimos en la uí ltima gala. No puedo decirle lo agradecidos que estamos por toda su caridad. Estamos al borde de un gran avance. —Doctor Laurel —murmuroí Cora, permitieí ndole que le estrechara su mano—. Por supuesto que lo recuerdo. Una esbelta joven dentro de una toga blanca y una banda para la


cabeza hecha de hojas verdes se encontraba parada a un costado del doctor hasta que eí l la arrastroí hacia adelante. —Permíítanme presentarle a mi hija, Daphne. —Hola. —Daphne soltoí un tíímido saludo, rieí ndose cuando Armand hizo una reverencia. —Encantada de conocerte, querida —dijo Cora. La chica era una belleza de piel morena y rasgados ojos verdes. Parecíía recieí n salida del instituto—. ¿Estaí s en la universidad? Daphne se sonrojoí mientras su padre se reíía a carcajadas. —¿En la universidad? Mi chica ya se ha graduado. Estaí en camino de tener un doctorado. Es un genio. Se parece a su madre. —Y a usted tambieí n, doctor Laurel, estoy segura. —Cora le sonrioí amablemente a la joven—. ¿Te importaríía girar y mostrarnos su disfraz? Deí jame adivinar queí eres. Con un elegante asentimiento, Daphne giroí sobre sus talones. —Su especialidad es la bioquíímica —le decíía el doctor Laurel a Armand—. Su investigacioí n ya estaí causando sensacioí n. Es la beneficiaria maí s joven de la beca Avicennius. —Muy impresionante —dijo Armand. —Ella no queríía venir —anuncioí su padre—. Pero ha pasado demasiado tiempo enjaulada detraí s de un microscopio. Auí n eres joven. —Le sacudioí un dedo a su hija. —Te ves hermosa —le dijo Cora a Daphne—. Todavíía estoy tratando de adivinar de queí vienes disfrazada. ¿Un vestido blanco y una guirnalda en tu cabeza? —Soy una antigua atleta olíímpica —explicoí —. Una ganadora. Estos son mis laureles. —Astuta —dijo Armand y Daphne se ruborizoí auí n maí s. —No puedes ser una atleta olíímpica —interrumpioí una profunda voz. Un hombre alto y de pelo oscuro se detuvo entre Daphne y el resto—. Los atletas olíímpicos se presentaban al desnudo. —Cielos. —Armand llevoí su falso monoí culo a su ojo para mirar al recieí n llegado—. Hola. —Logan, deja de ser un engreíído —reprendioí el doctor Laurel con una sonrisa—. Senñ ora Ubeli, le presento al doctor Logan Wulfe, un inigualable investigador meí dico y aparentemente experto en antiguas costumbres deportivas. —No un experto —dijo el doctor Wulfe. Su rostro era firme, pero habíía una inclinacioí n maliciosa en sus labios. Sus dedos trazaron el borde de las hojas de laurel de Daphne—. Podríías ser Daphne,


perseguida por Apolo, quien se convirtioí en un aí rbol de laurel. —Esa es una triste historia —dijo Daphne, un poco jadeante. Levantoí la mirada hacia Logan Wulfe como si fuera un dios que acababa de cobrar vida. Y no era de extranñ ar. Con su altura, pelo oscuro y rasgos agudos, no era guapo, pero síí abrumadoramente masculino. Perfecto para representar el papel de un melancoí lico heí roe goí tico. Daphne no era la uí nica que se encontraba bajo su hechizo. Armand no le quitoí la mirada de encima hasta que Cora le dio un codazo en las costillas. Todo el mundo lo miroí en cuanto comenzoí a decir entre dientes: —Ella podríía ser una conquistadora militar —dijo Armand suavemente—. Los romanos robaron la praí ctica de coronar a los ganadores con laureles, y les daban guirnaldas a sus generales exitosos. —Eso encaja. —Logan le asintioí con la cabeza a Daphne, quien parecíía que se iba a desmayar de felicidad. Teníía corazones en sus ojos. —¿Quieres bailar? —preguntoí ella, y una sombra cayoí sobre la cara del hombre alto. —No bailo. Ni siquiera por ti. —Yo lo hareí . Las sombras en el rostro de Logan se profundizaron cuando un guapo modelo rubio irrumpioí en el cíírculo. —Aquíí estaí mi otro estudiante estrella. Adam Archer, de Índustrias Archer —balbuceoí el doctor Laurel mientras el rubio y Logan se fulminaban con la mirada—. Su asociacioí n ha sido esencial para el eí xito de nuestra companñ íía. —Un placer ser uí til —Adam les mostroí a todos una sonrisa de comercial, excepto a Logan—. Daphne, ¿vamos? La joven colocoí su mano sobre la suya extendida, dejando que eí l la condujera. Pero cuando la cancioí n comenzoí , los ojos de ella volvieron a Logan. —Discuí lpenme —murmuroí Logan mientras pasaba una mano por su grueso cabello antes de irse. —Perdonen la groseríía de mi protegido —dijo el doctor Laurel para romper el incoí modo silencio—. Logan y Adam solíían ser como hermanos, pero recientemente tuvieron una… una rinñ a. —¿Negocios o algo personal? —preguntoí Armand mientras estudiaba coí mo Logan miraba a Daphne y Adam en la pista de


baile. El doctor Laurel parpadeoí . —Negocios, por supuesto. —Una amarga rivalidad. Queí delicioso —murmuroí Armand y Cora le volvioí a dar un codazo—. Disculpen, debo ir… a ver si puedo ofrecer consuelo. —EÍ l y el doctor se alejaron en direccioí n a Logan. Una fuerte mano en la espalda de Cora la hizo girar. —Marcus —exclamoí . Habíía unas cuantas canas en la sien de su marido, pero se veíía auí n maí s guapo que nunca. —Mi amor. —Plantoí un beso en su hombro—. ¿Te sientes bien? —Mejor ahora que estaí s aquíí. —Le acunoí la mejilla. Íntercambiaron lo que Olivia llamaba una mirada “cursiempalagosa”. —Me escapeí tan pronto como pude. Waters tiene una nueva entrega para nosotros. Sharo la estaí supervisando justo ahora. —¿No viene a la fiesta? —Dice que estaí muy ocupado. Despueí s de que Sharo se recuperara, insistioí en ayudar a Cora a asegurar su dominio en Metroí polis. Cazoí a los opositores y acaboí con cualquier golpe de estado. Con sus responsabilidades en dos ciudades, no hacíía maí s que trabajar. Cora fruncioí el cenñ o. —Necesita una chica. —Eso es lo que le dije. A esa linda y pequenñ a fisioterapeuta que mencionoí unas cuantas veces. Podríía hacer que las Sombras la atraparan y se la entregaran… —No vas a secuestrar a alguien para darle una novia a Sharo. —¿Por queí no? A míí me funcionoí bien. —Sus manos se deslizaron por sus caderas, atrayeí ndola hacia eí l. —Marcus, aquíí no, la gente veraí … —Como si me importara. —Pero la llevoí a una alcoba privada antes de reclamar su boca. —Marcus —jadeoí cuando la dejoí tomar aire—. Me estaí s arruinando el pelo. —Arruinareí maí s que eso. —Con una sonrisa como la de una fiera, la atrapoí de nuevo—. No me canso de ti, mujer. —Pero una vez que la tuvo en sus brazos, simplemente la sostuvo. Cora frotoí sus mejillas irritadas; ardor ocasionado por su barba. Perfecto. —Solo espera hasta que tu hija venga a este mundo. Te tendraí


comiendo de la palma de su pequenñ a mano. Las manos de Marcus envolvieron su vientre. —¿Has pensado en un nombre? —le susurroí al oíído. —Por supuesto. Chiara. —¿Estaí s segura? Cora se giroí para mirar a su marido. —¿Te parece bien? —Me parece bien si a ti te parece bien. —Jugueteoí con un mechoí n de su pelo. —Marcus. —Le detuvo la mano—. ¿Queí pasa? —Quiero llamar a nuestra hija por algo bueno. Algo feliz y luminoso. Íntacto. —Tu hermana era todas esas cosas. —Cora presionoí su frente contra la de su marido—. Mi amor, el pasado siempre estaraí con nosotros. Seraí una parte de nosotros. El dolor nunca desapareceraí . Pero somos fuertes. Podemos recordar lo bueno y traerlo con nosotros. Pongaí mosle a nuestra hija el nombre de tu hermosa hermana y recordemos a Chiara como ella hubiese querido que lo hicieí ramos. Sosteniendo a su marido cerca, Cora frotoí su cara contra la suya. Y si su mejilla se volvíía huí meda, no habríía forma de saber quieí n habíía soltado las laí grimas. —Eres tan hermosa —susurroí Marcus. Con su pulgar dibujoí cíírculos en su perfecta piel—. ¿Coí mo es que tambieí n eres tan sabia? —¿Estaí s insinuando que las mujeres hermosas no tienen cerebro? —Levantoí una ceja. Marcus agitoí la cabeza—. Estoy bromeando. Seí que te tengo impresionado. —De ti. Y del hecho de que esteí s con un tipo como yo. ¿Por queí ? —Hmmm. —Enroscoí sus brazos alrededor de su cuello—. Penseí que teníía algunas razones, pero no lo seí . Seraí mejor que me beses antes de que lo olvide. —Hareí maí s que besarte. —Marcus la dobloí en sus brazos, reclamando su boca mientras ella reíía, moviendo sus labios por su garganta hasta que ella jadeoí . —Nos estamos perdiendo la fiesta —murmuroí mientras eí l le bajaba el cierre. —A la mierda la fiesta. —Marcus —se rio y cedioí . Si Cora teníía suerte, nadie iríía a


investigar su desaparicioí n. De lo contrario, los alegres sonidos emanando de la alcoba la delataríían—. Marcus —jadeoí . Despueí s de un momento, eí l levantoí la cabeza. —¿Síí, mi amor? —Te amo. —Y yo te amo a ti. —Dilo otra vez. —Te amo. Per sempre. Por siempre. Lo susurroí una y otra vez, marcando sus besos en sus mejillas, sus paí rpados, sus dedos y su palpitante pulso. Teníía una eternidad para hacerle sentir su amor por ella. Y el por siempre comenzaba ahora. ¿Q􀶝􀶝􀶝􀶝􀶝􀶝 􀶝􀶝􀶝􀶝 􀶝_􀶝 􀶝􀶝 􀶝􀶝􀶝 􀶝􀶝􀶝􀶝􀶝􀶝􀶝 􀶝􀶝􀶝􀶝􀶝􀶝􀶝􀶝 􀶝􀶝 S􀶝􀶝􀶝􀶝􀶝 􀶝 L􀶝􀶝 􀶝􀶝􀶝􀶝􀶝? Ella saldaraí la deuda de su familia de una forma u otra… Yo soy el monstruo en la oscuridad. El mal del que su padre le advirtioí . Me la llevareí a mi castillo. La encerrareí en mi torre. La hareí míía de todas las formas posibles. Ella pagaraí por los pecados de su familia… para siempre. Ella es la bella y yo soy la bestia. ¡Ordena ahora La bestia de la bella para que no te pierdas nada!

UNA NOTA DE LAS AUTORAS

Una nota de Lee: ¡Uf! ¡Pero queí gran viaje! Stasia y yo estamos muy contentas de que hayan llegado al final de la historia de Marcus & Cora. Sin nuestros lectores y fans, nada de esto seríía posible. Muchas, pero muchas gracias a nuestros amigos autores que nos animan y apoyan moralmente durante los baches de la escritura. Cuando empeceí a escribir la historia de Marcus & Cora en la universidad, no teníía ni idea de en queí se convertiríían sus libros. New Olympus es todo un mundo dentro del cual Stasia y yo podemos jugar. Si tienen alguna peticioí n sobre queí historia de cuaí l personaje contaremos (*ejem* Sharo *ejem*) por favor haí ganosla saber. :) Una nota de Stasia: ¡Estoy de acuerdo en que escribir esta trilogíía ha sido un intenso y emocionante viaje! ¡Gracias por acompanñ arnos! Vivimos junto con estos personajes, lloramos con ellos, celebramos con ellos, casi matamos a algunos de ellos unos cuantos díías antes de decidir:


¡nooooooooo! ¡No podemos matarlos! Asíí que hurra, la mayoríía de ellos han sobrevivido y síí, escribiremos otra trilogíía dentro del mundo contando la historia de Daphne (mezclando la mitologíía con un poco de nuestro cuento de hadas favorito: La Bella y la Bestia), y zas, ¡ya las ideas se encuentran bullendo y pronto comenzaremos a esbozar y a empezar todo de nuevo!

EL PANTEOÍ N: ¿QUÍEÍ N ES QUÍEÍ N?

Una nota de Lee: Siempre me ha gustado la mitología griega y romana. “Inocencia” es un recuento del mito de Perséfone y Hades. “El despertar” va más allá, usando la historia de Orfeo y Eurídice como subtrama e introduciendo más del rediseñado Olimpo. Yo no consideraba nada sagrado y me inspiré de Ovidio, Hesíodo, Shakespeare, Homero, e incluso de la Biblia (¿por qué no?). Algunas de las referencias son muy indirectas, pero si eres un cerebrito en estas cosas como yo, apreciarás esta hoja de referencia rápida (si no te importan las alegorías, ignora esto): El Inframundo: Cora Vestian: Perseí fone, Proserpina. Su nombre viene de Kore. Apellido inspirado en las Vírgenes Vestales. Marcus Ubeli: Hades. Su apellido estaí inspirado en el dios Eubuleo del Ínframundo. Demi Titan: Demeí ter. Apellido tomado de los Titanes, los antiguos cielos enemigos del olimpo liderado por Zeus. Sharo: Caroí n. Apodado El Enterrador. Las Sombras: El ejeí rcito criminal de Marcus. Styx (Estigia): Un aí rea de críímenes del Nuevo Olimpo (New Olympus) Brutus: Cerbero. The Chariot: El club privado de Marcus donde lleva a cabo la mayor parte de sus negocios. Allíí estaí la oficina donde eí l y Cora se conocieron. The Orphan: Orfeo. Íris: Euríídice. El resto del Olimpo: AJ: AÍ jax el Menor. Anna: Afrodita. Su nombre artíístico es Venus. Armand: Hermes. Tiene tatuajes de alas y es duenñ o de un negocio llamado Metamorfosis, una referencia a Ovidio. Elysium (campos elííseos): el popular club y recinto para


conciertos, propiedad de Marcus. El lugar para ver y ser visto en New Olympus. Hype y Thane: Hipnos y Taí natos. Dios del Suenñ o y de la Muerte, respectivamente. Dirigen el club Elysium. Maeve: Heí cate, diosa de las Encrucijadas. Aconseja a Cora. Max Mars: Marte. Dios de la guerra = estrella de cine de accioí n volaí til. Oliva: Atenea. Su companñ íía es Aurum, la palabra latina para el oro. Ínspirada por Steve Jobs. Aurum maí s Apple = manzana de oro. Philip Waters: Poseidoí n. Controla las víías de transporte maríítimo hacia New Olympus. Zeke Sturm: Zeus. El estimado alcalde de New Olympus. Su apellido, Sturm (tormenta), estaí inspirado en los rayos que usoí Zeus.


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