La apuesta Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Epílogo
La apuesta Patricia Geller
SINOPSIS Gala se ha vuelto una chica insegura y ya no cree en el amor, pero Luka estaría dispuesto a todo por tenerla. Ella se niega a sucumbir, sus personalidades son opuestas y no comparten el mismo estilo de vida. La diferencia de edad también juega en contra y la desconfianza que siente hacia los hombres no le permite avanzar. Pero cuando la pasión se desata, para ellos no existe nada más, aunque Gala no abandona la frialdad.
Entonces surgirá la apuesta. Una inocente apuesta que pondrá en peligro la relación cuando descubran la verdad. Un secreto. Dos preguntas: ¿Quién es realmente Luka Acosta? ¿Qué le oculta Gala? Capítulo 1 ¿Qué estás haciendo, Luka? Me ajusto los puños de la camisa, el cuello de ésta y me abrocho los botones de la chaqueta. Es una noche especial o es lo que quiero pensar. Me bajo del coche de alquiler y le entrego la llave al chico que, con paciencia, aguarda en la entrada. Hace frío, estamos en el mes de enero. Un mes que me trae muchos recuerdos, muchísimos más de los que quisiera. Suspiro con cansancio y entro en el lujoso restaurante. Es martes, por lo que no está muy lleno. De igual manera, tengo un reservado y no nos molestará nadie. El camarero me ve, asiente con la cabeza y me guiña el ojo. Sonrío con ironía, apuesto a que tiene la certeza de que me he follado a todas con las que he quedado a lo largo de estos dos meses. Dos meses en los que he frecuentado el establecimiento para cenar con distintas mujeres. Todas ellas muy diferentes entre sí. Lo que el camarero desconoce es que, cuando salimos de aquí, las llevo a su casa y me despido en el coche, jamás prometo una próxima llamada. ¿Para qué volver a vernos? Si no hay atracción. Soy incapaz de dar un paso más. No encuentro esa conexión con ninguna… Es desesperante. Abro la puerta del reservado y ahí está mi nueva cita. Morena, con una preciosa melena azabache. Ya la había visto por fotografías, aunque la realidad es que no le hacen justicia. Es incluso más sensual en persona. Va de rojo, con vestido de cuello alto, aunque corto de cintura hacia abajo y medias tupidas. Sus labios con un discreto brillo. Me recuerda a otra. Ella podría ser la que… Ojalá. —Buenas noches —la saludo, cerrando tras de mí. La chica me espera de pie y se acerca para darme dos besos. Le correspondo enseguida. Huele muy bien—. Pensé que llegarías a las nueve. —Me he anticipado un poco, lo siento. —No, al revés, pero odio hacer esperar y menos a una mujer tan bonita. —Se sonroja. Me gusta su timidez. Finalmente le ofrezco que vuelva a sentarse y me coloco a su izquierda—. ¿Ya has pedido? —Solo un vino exquisito. —Perfecto —murmuro, desabrochándome la chaqueta. —¿Te ha molestado el atrevimiento? —No, en absoluto. —Le sonrío, aunque lo cierto es que no estoy cómodo. Para variar—. Voy a
llamar para que nos tomen nota. —De acuerdo, he oído hablar maravillas de este restaurante. —Sí, suelo venir cuando estoy en Barcelona. —¿No vives aquí? —Niego con la cabeza al tiempo que le hago señas al camarero, que nos vislumbra a través de la cristalera—. Ah… —Soy de Madrid, pero mi madre sí reside actualmente aquí y me vine hace dos meses para cambiar de aires. —¿Y piensas volver pronto? —ronronea, pestañeando. La pregunta… La pregunta que me hago una y otra vez. La que pospongo cada vez que viene a mi traicionera mente. No debo volver, pero me muero de ganas por estar en Madrid. Soy un imbécil, lo sé, sin embargo, su imagen se refleja ante mí y soy incapaz de concentrarme. Miro a mi cita y me rasco el mentón. —¿Me disculpas un momento? —le pido, sintiéndome tan miserable como de costumbre—. No tardo. —Claro, no te preocupes. Salgo enseguida y me encierro en el baño. Cojo aire, lo suelto, trato de tranquilizarme. Finalmente, doy un puñetazo a la pared. ¿¡Qué estás haciendo, Luka!? Saco el teléfono y pienso si debo llamar… ¿Qué demonios? ¿¡Llamar!? ¿Y si no responde? ¿¡Después de meses sin saber de su vida me conformaré con una llamada!? ¡Ni loco! Será la primera vez que deje a una mujer esperándome durante estas semanas, pero no puedo más. ¡No puedo más! Salgo tan rápido que ni me detengo en el reservado. Sé que está mal, pero no quiero que intente convencerme de lo contrario. Suelo vivirlo a menudo, ciertamente ya en el coche, cuando llega la despedida. Esta noche me es imposible hasta cenar. He tocado fondo. Pensar dónde estará o con quién me destroza por dentro. No lo soporto y necesito saber si ha pensado en mí durante estas semanas. Yo sí en ella. Incluso he tomado la decisión de renunciar a uno de mis sueños por estar a su lado, si es que pudiésemos recuperar lo que ni empezamos. —Jorge —llamo al jefe y le doy las instrucciones—. Espera a que me vaya y te disculpas con la chica en mi nombre. Dile que he tenido que viajar a Madrid, que me ha surgido una urgencia. Te pago la cena que quiera tomarse y, si invita a alguien, que brinden a mi salud. —¿Estás loco? —murmura muy bajito—. ¿La has visto? Es un bombón. Discreta, dulce, preciosa, ¿cómo la vas a dejar plantada?
—Me voy a Madrid —repito con los dientes apretados. —¿De repente? —Ya no puedo posponer más mi regreso. Saco la cartera y dejo sobre la barra una importante cantidad de dinero. Jorge se encoge de hombros, sabe que lo haré. Que tras ahogar mis penas con él un sinfín de noches… terminaría haciéndolo. Le doy un apretón de manos; no únicamente en modo de despedida, sino de agradecimiento, y salgo de una vez por todas. Sé que debo una explicación en casa, pero ya no soy un niño, al contrario. Y avisar de mi repentina vuelta será postergarla unas horas más y en estos momentos solo pienso en verla, mirarla a los ojos. Encontrar respuestas. Capítulo 2 El jefe El bar estaba hasta arriba, no dábamos abasto. Lógico, era domingo. Lola, una de mis mejores amigas y compañera de piso, suspiraba con pesar cada vez que nos cruzábamos en la barra. Trabajábamos de jueves a domingo sirviendo copas por las noches y madrugadas. Martes y miércoles; por las mañanas y tardes, en una cafetería a escasos metros de allí, céntrica, en Madrid. Ambos locales pertenecían al mismo dueño. El jefe… el tipo que estaba entrando justo en esos instantes por la puerta. Moreno, de ojos color café, expresivos. Alto, elegante. Solía ir de oscuro, el típico con traje de chaqueta. Teníamos una relación cordial, aunque en realidad la definiría como fría. Nos conocíamos desde hacía dos meses y yo siempre había marcado distancia. En general… con todos los hombres. Y el culpable no era otro que mi ex. Simón, así se llamaba el cerdo que me transformó, el mismo que me hizo creer que era la mujer de su vida y resulté ser la otra. Cuando lo descubrí, entré en shock. Fueron semanas muy duras que todavía no había superado, pese a que llevábamos más de un año separados. —Buenas noches —nos saludó Luka Acosta, el jefe. Su voz era muy ronca—. ¿Todo en orden por aquí? —Sí —comenté sin más, preparando una jarra de cerveza. —Perfecto, estoy en la sala. No le respondí. Ya era una costumbre que se encerrara allí durante horas. Se podría decir que era su oficina, el lugar donde imaginé que también descansaba, no lo sabía, nunca había entrado, pertenecía a su privacidad. —Nos espera una jornada intensa —se quejó Lola. Parecía especialmente cansada. Sus ojos azules estaban muy apagados—. Creo que me estoy resfriando, puto frío. Le sonreí. ¿Qué esperaba? Enero, invierno, mi estación favorita del año. Adoraba acurrucarme
de madrugada en la cama mientras oía llover. Calentita. Aunque en el bar era muy diferente. Tampoco íbamos muy abrigadas. Camisa blanca, fina, de manga larga. Pantalón negro, con el delantal ajustado a la cintura. Era nuestro uniforme, uno que odiaba, aunque ya me había acostumbrado a él. Formaba parte de mi día a día. Y mi largo cabello azabache, siempre recogido con un moño alto. A Lola, su corta melena por encima del hombro y de color rosa, no le daba para tanto, conformándose con una coleta baja. —¡Joder, Gala! —gritó Lola y me empujó hacia un rincón. «¡A ver qué pasa ahora!»—. No sabes quién acaba de llegar… —No te creo —farfullé entre dientes. —Sí. Y con una diferente. —Es un cabrón, le han contado que trabajo aquí, tú misma le prohibiste que viniese cuando la semana pasada te preguntó si era cierto. Y, para colmo, se presenta con otra sabiendo que… —Por eso viene —me interrumpió, furiosa—. No está con la que se supone que es su novia. Es un hijo de puta. No le sirvas tú. —Tarde. —Dos chupitos por aquí —me pidió Simón con una sonrisa y, a continuación, besó a la rubia que lo acompañaba—. Que sean cuatro mejor. Nos espera una noche especial. No creí que a esas alturas ocasionara tanto impacto en mí. Pero lo hizo, unas terribles ganas de llorar me abrumaron, como su presencia. Llevaba cinco meses sin verlo y no superaba sus mentiras. Me dolía que hubiese traicionado mi confianza pese a que le supliqué que no me rompiera el corazón, ya lo tenía herido. Arrastraba una infidelidad de mi pareja anterior. A mis veinticinco años… no había tenido suerte en el amor. —Aquí tenéis —murmuré, sirviéndoles. —Gracias. —Voy al baño —le avisó la chica y él asintió, sonriendo. —Eh, Gala —me llamó en cuanto ella se marchó. Chirrié los dientes, mirándolo a través de las pestañas mientras limpiaba la barra—. ¿Todo bien? Estás muy guapa, incluso más que la última vez.— Es lo que tiene estar sin hombres que te hagan una infeliz. —¿Todavía con eso? ¡Vamos, supéralo! Me mordí la lengua para no escupir los insultos que se merecía, que no eran pocos. El muy malnacido estaba tan atractivo como siempre. Informal, su rubio cabello algo despeinado, con esos ojos grises que… «¡Basta!». Me dieron ganas de abofetearme sola. —¿Sales con alguien? —se atrevió a preguntar. —No te importa. Déjame en paz de una puta vez. —Hmm, me suena ese tono. Estás celosa. —Estoy trabajando —zanjé de malas maneras—. Ahí viene tu nueva víctima, así que ignórame si no quieres que descubra tu juego.
—Ya nos veremos… Solos —recalcó—, en otro momento. «¡Cínico!». Fue tanto lo que me jodió sentirme así, que las primeras lágrimas de impotencia asomaron. Por lo que, antes de darle semejante satisfacción, me di la vuelta y me encerré en el baño de los empleados. Ahí lloré como Simón no merecía, como la estúpida en la que me había convertido. Odiaba a los hombres. «¡Todos son iguales!». Transcurrieron diez minutos hasta que conseguí calmarme, poco, pero no podía seguir perdiendo el tiempo con el bar estando a tope. Antes de volver a mi puesto de trabajo, me miré en el espejo y me lavé la cara. Pues tenía el rímel corrido y mis ojos verdes estaban enrojecidos. No creí recomponerme del todo, pero sabía que tenía que salir. Lo que no imaginé fue toparme de frente con mi jefe, que se detuvo al verme así. Me maldije en silencio una y mil veces. ¿No podía haberme cruzado con otra persona? —¿Ha sucedido algo que te haya desagradado? —me preguntó e intentó levantarme el mentón. Lo esquivé—. Ven conmigo. —No es necesario que… —Ven conmigo. ¡Lo que me faltaba! No estaba para sermones, ¿no lo entendía? Abrió la puerta de la sala, que se hallaba un par de metros más allá de los baños y, con la mano derecha, me cedió el paso. Le obedecí con un suspiro, no obstante, me quedé de pie en la entrada, con las manos detrás de la espalda. Luka se detuvo enfrente e hizo un nuevo intento de enjugar las traicioneras lágrimas que continuaban escapando de mis ojos. En esa ocasión… tampoco se lo permití. —¿Qué ha pasado, Gala? —Nada, es algo personal. No se preocupe, de verdad. —No me tutees, ya te lo he dicho otras veces. Y me preocupo, eres mi empleada y si alguien te está molestando, he de saberlo. Es mi obligación velar por vuestro bienestar. —En este caso, ha sido mi culpa. ¿Puedo irme ya? —No. —Negó con el dedo—. Relájate antes un poco. —No es necesario. —No es una sugerencia. —Señaló hacia el sofá rojo que había al fondo—. Es una orden. No protesté, aunque ganas no me faltaron y me senté donde indicaba. La sala era pequeña, pero
tenía de todo un poco; incluso un minibar. También un escritorio con ordenador y algunas libretas. —¿Te puedo preguntar algo? —Asentí con la cabeza—. ¿Por qué siempre tan distante conmigo? ¿He hecho algo que te haya ofendido? —Es mi forma de ser, no tiene nada que ver contigo. —De acuerdo —masculló, pensativo—. Entonces te dejo un rato a solas para que te relajes. Tómate el tiempo que necesites. Y con las mismas, cerró la puerta sin darme opción a negarme. Por lo que me desahogué, incluso grité llena de ira. Odiaba que las cosas me salieran mal. Odiaba venirme abajo frente a la gente. Odiaba mostrar debilidad y sentía que, en apenas media hora, me había pasado justo lo contrario. «¡Si es que los hombres son lo peor!». Por ese motivo estaba completamente sola desde que rompí con Simón. Me había negado a conocer a otros. ¿Para qué? ¿Para que me vendieran mentiras? ¡No me creía ni una más! Eran lobos con piel de cordero y no me volverían a engañar. Dejé caer la cabeza hacia atrás, contra el sofá. Cerré los ojos. Cogí aire y lo solté, así una y otra vez hasta que advertí cómo los músculos de mi cuerpo dejaban de estar tensos, agarrotados. —Gala. —Oí a lo lejos—. ¿Gala? Desconcertada, abrí los ojos y me encontré con Luka Acosta a escasos centímetros de mi rostro. Mi primer impulso fue alejarlo. Inconscientemente le di un manotazo en la boca. Él se quejó, apartándose enseguida. «Pero ¿¡cómo hemos llegado a esto!?». ¿Me había quedado dormida? ¡Joder! Abrí bien los ojos; él tenía sangre en el labio, no sabía en cuál, ya que ambos estaban manchados. ¿La noche podía ir peor? Me temía que sí… golpear al jefe era suficiente motivo de despido. —Lo siento, yo… —intenté excusarme. —No te preocupes. Se cubrió la boca con un pañuelo, mirándome fijamente. —Estoy despedida, ¿verdad? —musité, avergonzada. —En absoluto. —Se secó la sangre a toquecitos—. Vuelve a tu puesto de trabajo, veo que estás recuperada. Tendría que haberlo hecho y dejar de meter la pata, pero me sentí en deuda con él. De modo que me acerqué y le pedí el pañuelo para curarle personalmente la herida. Seguía sangrando. Descubrí que era en el labio inferior. —Perdón —susurré—. Me he asustado al… Da igual. —Estar tan cerca —adivinó. Afirmé con timidez—. He debido preverlo, ya que durante estos meses no has permitido ni un leve roce. Justo como ahora, que estás haciendo todo lo posible por
no tocarme. —No es necesario tocar —repliqué a la defensiva. —Siempre que sea algo inocente, tampoco veo por qué no. Su voz ronca me estremeció y me tensé. Pero no fue lo único que me hizo estar en alerta. Su forma de mirarme tan intensa, fija, me puso nerviosa. Tragué saliva y di un paso atrás. —He de irme —dije, señalando hacia la puerta. —Será lo mejor. Por cierto, no volverá a molestarte. Tu ex tiene prohibida la entrada. Lola me ha comentado tu malestar. —¿Por qué lo has hecho? —pregunté, confundida. —Porque no quiero que mi camarera favorita esté incómoda. Sonrió fugazmente y un escalofrío me recorrió la espalda. Supe que debía marcharme, pero tenía preguntas y necesitaba las respuestas. —Hasta hoy no habías mostrado ninguna preferencia por mí. —Hasta hoy no me has permitido hablar contigo más allá de lo profesional —aclaró con un carraspeo—. Lo que no quiere decir que no esté pendiente de cómo te comportas en tu jornada laboral y de que tenga mi propia opinión. Me gusta lo responsable que eres. Valoro que siempre te ofrezcas para el cierre y libres a tus compañeros de esa carga. Suelo darte tu espacio, pero estoy cerca. Me quedé sin palabras. Siempre creí que era invisible para él. —Gracias… —respondí y salí de una vez por todas. Su olor a perfume caro me acompañó mientras traté de llegar a la barra. De fondo, sonaba una canción de Dvicio[1], que tontamente me hizo reflexionar. Finalmente aligeré el paso y me reincorporé al trabajo. —¿Estás mejor? —me preguntó Lola. —Sí, pero tú no. Tienes la nariz y los ojos hinchados. —La alergia. —A las cinco en punto te vas a casa y no protestes. —No lo haré, necesito estar pronto en la cama. Durante el resto de la jornada intenté ser más rápida para evitarle trabajo a ella, pero una hora antes del cierre, Luka salió de su cueva para controlar un poco el ambiente, como de costumbre y, al ver a Lola, la mandó a casa. Me llamó la atención su comprensión, no pude negarlo. Cuidaba a sus empleados y por segunda vez esa noche, fue algo evidente, aunque hasta entonces no lo había tenido en cuenta, no hasta que nos tocó a mi amiga y a mí pasar por un momento de bajón. Y lo valoré. Todos los jefes deberían de ser así. A las cinco y diez de la mañana por fin se fue el último cliente. Poco después también lo
hicieron mis compañeros y, oyendo a Blas Cantó[2], me quedé terminando las cuentas para dejar organizada la caja. Sin embargo, me enfrenté a otro cambio. Luka Acosta siempre esperaba a que todos nos hubiésemos marchado para salir. Pero estaba ahí, al otro lado de la barra, aunque se mantuvo en silencio. Se mostraba serio, sin apartar sus ojos de mí. —¿Necesitas algo? —murmuré, contando las monedas. —No, cuidado, has echado un euro de más. Te ayudo. —No hace falta —titubeé, nerviosa, por su presencia. —Acabaremos antes. Rodeó la barra y por querer ir más deprisa, se me abrió la bolsa y las monedas cayeron al suelo. ¡Mierda! Enseguida me arrodillé para recogerlas, maldiciendo mi torpeza. Pronto Luka estuvo a mi lado… agrupándolas también. Nuestros dedos se rozaron, gesto que me indignó. Lo miré con cara de pocos amigos. Él me devolvió la mirada yendo más allá. Contempló mis labios y, sin querer, copié su gesto. Entonces me di cuenta de que todavía tenía la boca hinchada por el golpe. Instintivamente… la toqué con la yema del dedo índice. Mi jefe gruñó, por lo que me aparté tan pronto como fui consciente de lo que acababa de hacer. Pero ya era demasiado tarde. Luka se inclinó hacia mí, sujetándome por el mentón y, sin previo aviso, impactó contra mi boca. Madre mía, me quedé sin palabras, sin poder de reacción y sin fuerzas. Hacía una eternidad que no me besaban así. Que no me besaban en general. Que no me apetecía probar a nadie. Quise detenerlo, sabía que tenía que hacerlo… sin embargo, me sentí incapaz de rechazarlo. Y acaricié las definidas facciones de su rostro, su incipiente barba. Las leves arrugas de la comisura de su boca. Me empujó hacia él, sentándose en el suelo y me acomodó a horcajadas sobre sus piernas. Gemí, gemí muy bajito, olvidándome de quién era… de que era mayor que yo y de lo mucho que odiaba a los hombres. Hundí las manos en su oscuro cabello, lo acaricié con la misma desesperación con la que su lengua buscaba a la mía. Me mecí, friccionándome contra su dureza, calentándome. Era una locura. Todo nos empezó a sobrar. En segundos nos encontrábamos desnudando al otro con urgencia, como si el tiempo jugara en nuestra contra. Qué cuerpo, cuánta firmeza… Se cuidaba, era obvio. Mis manos quisieron tocar cada centímetro de él. Pronto estaba poniéndose el preservativo y entrando en mi interior.
Dios… Era grande, muy grande. La sensación fue… no sabría ni cómo describirla tras un año sin sexo. Sin volver a experimentar piel con piel. El morbo, el placer. El calor más intenso propagándose por cada célula de mi cuerpo. —Joder, Gala —gruñó, mordiéndome los labios, descendiendo por la clavícula, hasta llegar a mis pechos—. Me estás volviendo loco. Lo supe y no me desagradó, al contrario, me encendió incluso más. Su boca tenía un ligero sabor a sangre, pero no me detuve. Lo besé como él a mí. Era brusco, salvaje. Me embistió como si lo estuviese deseando desde hacía mucho y entonces entendí que posiblemente hubiese sido así. Lo sospeché por lo que había confesado en la sala. Por su forma de tratarme. Por la manera de acariciarme y besarme. Era puro fuego. Había tanta agonía en él… que me desconcertó. Sin embargo, no di marcha atrás. Era imposible. No fui dueña de mi cuerpo, de mis traviesas manos o de mis atrevidas caderas, que no cesaban con el contoneo. Nos entregamos sin medida. Entre besos y penetraciones intensas, fieras. Finalmente me contraje y lo noté temblar, abrumándome sus aullidos de placer. Y ahí, observando cómo se dejaba ir, entendí el error que acababa de cometer. «¿¡Qué he hecho!?». Los espasmos ni siquiera finalizaban cuando me aparté bruscamente, avergonzada. Me había liado en el suelo, entre la barra del bar y botellas de vino; con mi jefe. ¿Podía caer más bajo? —Estás arrepentida —masculló muy serio. —No quiero que nunca lo mencionemos. —No será tan fácil —aseguró, cerrando los ojos. No me atreví a preguntar por qué… Capítulo 3 La culpa Me detengo frente al portal y miro hacia arriba. ¿Estará despierta? Sé que no son horas, que puedo asustarla con mi presencia. De modo que entro de nuevo en mi coche, el que he recogido del garaje a mi llegada. Es un monovolumen grande, con los cristales tintados en negro, por lo que nadie se percatará de que me encuentro aquí. ¿Dónde trabajará? ¿Habrá rehecho su vida? «No, por favor. ¡No, joder!». Me aprieto el puente de la nariz y espero a que las horas desfilen sin poder pegar ojo. Quizá tendría que haberme quedado en Barcelona hasta el amanecer, pero ¿y si su empleo es de noche y regresa a casa de madrugada? Antes era así… Hasta que… ¡Joder!
No quiero buscar culpables, llegados a este punto solo necesito soluciones, pensar que todo saldrá bien. Aunque en el fondo, sé que no será así. Me fui y no hemos vuelto a saber del otro. No he preguntado por ella para poder olvidarla y me consta que Gala tampoco se ha interesado por mi vida. Me niego a creer que sea mala señal, yo me he comportado exactamente igual y la he pensado cada maldito día. Cada agónica y eterna noche. A las ocho de la mañana no puedo más y decido subir. La luz de su habitación se ha encendido; una pista para creer que ella está despierta. ¿Me echará? ¿Esperará mi vuelta? Aprovecho que entra un vecino en el portal para poder colarme, pero no subo por el ascensor, avanzo con urgencia por las escaleras. Sin paciencia. La he perdido. El corazón me late muy deprisa. No me puedo creer que vaya a verla después de dos meses y de cómo me fui. Cojo aire y me detengo frente a aquella puerta en la que la busqué tantas veces. Los recuerdos me aplastan. La quiero y necesito que nos demos una oportunidad, la última… Sé que con anterioridad fracasamos, esta vez no tiene por qué ser así. Si no puedo vivir sin ella… Finalmente doy un par de discretos toques en la madera. Nadie me abre. Lo intento de nuevo y oigo unos pasos. Los nervios se multiplican. Es ella quien asoma la cabeza. —Gala —pronuncio con un suspiro. —¿Q-Qué haces aquí…? No puedo creerlo. Me parece estar soñando. Se oculta detrás de la puerta, permitiéndome ver únicamente su rostro. Está preciosa. Sus ojos verdes algo cansados, pero preciosa. El cabello suelto, desordenado. Quizá más corto que la última vez. Sí, ahora está justo por debajo de sus hombros. Intento dar un paso hacia ella. Gala levanta la mano. —Tienes que irte —murmura muy nerviosa. —Necesito que hablemos, por favor. —No tenemos nada de que… —¿Estás con alguien? —la interrumpo frente a su extraña actitud—. ¿Te espera otro ahí dentro? —No te importa —replica con voz entrecortada—. Vete. —Gala, por favor, me estoy volviendo loco. —No fui yo quien decidió no dar una oportunidad. —Tu comportamiento… —¡Ahora me da igual! —grita e intenta cerrar. Meto la rodilla en el hueco de la puerta,
evitando que así sea. No es el encuentro que imaginaba—. Luka, mi comportamiento no fue el mejor, pero te aseguro que el tuyo no fue ejemplar cuando te fuiste. Y te arrepentirás algún día. —Me decepcionaste —le recuerdo, desesperado. Me muero por estrecharla entre mis brazos —. Pero he recapacitado y quizá si… —No. Se muestra tan tajante, como al principio. Incluso creo reconocer el odio en su inocente mirada. Me duele, me duele pensar que me ha borrado de su vida definitivamente cuando yo la necesito incluso más que antes. La distancia ha conseguido todo lo contrario a lo que perseguía con mi marcha; la amo tanto que me cuesta vivir sin ella. —¿Has pensado en mí durante este tiempo? —le pregunto completamente hundido ante la ausencia de emociones por su parte. Ella alza el mentón, aunque le tiembla y continúa ocultándose de mí. ¿Está desnuda? La sola pregunta me arranca el alma. No se sentía cómoda cuando lo estaba. Odiaba dormir incluso en ropa interior, ni en verano lo hacía, pero después del sexo terminaba tan cansada que ni se vestía. Me arropaba con su desnudez. Por lo que la sospecha de que esté con otro… ¡No puede ser! —Dímelo, Gala —suplico sin aliento. —¿C-Con qué derecho te crees para venir a estas alturas y exigirme que te cuente mis sentimientos? —Cierra momentáneamente los ojos y niega sin cesar—. Vete. —Gala… —¡Que te vayas! —insiste muy alterada—. No te atrevas a volver a buscarme, ¿me oyes? —Te sigo queriendo —confieso sin soportar más esta situación. Sus ojos se empañan de lágrimas, pero mantiene su postura, no se viene abajo pese a cómo está. Se está derrumbando en silencio. La conozco. Siempre ha sido orgullosa, aunque sé que hay algo más… ¿Qué calla? ¿Simón? ¡No haría algo así! —En mi vida no hay espacio para ti —susurra, rehuyéndome la mirada—. Ya no. —¿Has conocido a alguien? —insisto y un fuerte dolor en el pecho me deja sin respiración—. Si es así, no volveré a molestarte, te lo prometo. Pero necesito saberlo. —No —reconoce sin apenas voz, devolviéndome la esperanza—. Mi vida es diferente y tú no entras en mis planes. ¿Puedes marcharte? Doy un paso hacia ella y, contra todo pronóstico, no se aparta cuando rozo su mejilla con la yema de mis dedos. Se sacude, puedo sentirlo. No tiene ni puta idea de cuánto odio esto. Pese a que la ruptura está marcada por sus mentiras y silencios. Sin embargo, no puedo evitar culparme. Si le hubiese dado más tiempo, quizá… ¡No lo sé! —Llámame si te arrepientes y quieres hablar —le pido muriendo por dar un paso más. Me
controlo. No puedo ni debo insistir, siempre he detestado presionarla, aunque tal vez lo haya hecho de manera inconsciente. No va con mi forma de ser, a pesar de lo mucho que deseo explicarle cuánto me ha costado estar sin ella—. Estás preciosa. —Fuera —musita con voz temblorosa y gira la cara, rechazando mi contacto—. Y no vuelvas. Capítulo 4 Excusas —¿Estás bien? —me preguntó Lola mientras desayunábamos. Asentí con la cabeza a gachas, removiendo los cereales. No tenía hambre, raro en mí a esas horas y con mi desayuno preferido. Pero ya se repetía la escena por segundo día consecutivo—. Oye, ¿qué pasa? —Nada. —No te creo, Gala. —Tú misma. —El domingo me vine del bar y te dejé normal. Ayer lunes no trabajamos y te pasaste el día encerrada en la habitación y hoy… —Y hoy es martes, lo sé, Lola, no hace falta que me recuerdes los días de la semana — repliqué, incómoda, y aparté el cuenco—. Lo siento, no me mires así, pero no me apetece hablar. —Espera, ya lo entiendo todo. —¿E-El qué? —Lola se encendió un cigarro y puso los ojos en blanco—. Es por Simón. Estás rara desde esa noche. —Puede ser —mentí para evadir el tema. —Tienes que pasar página, amiga —me animó, acariciándome la mano—. No puedes quedarte estancada en el pasado. —Lo sé, pero me jode tanto no haber visto que me tomaba el pelo. No era la primera vez y caí, pero te aseguro que será la última. —Tienes veinticinco años, no digas tonterías. —¿Podemos dejar la conversación? —Me incorporé con desgana y señalé el reloj—. Tenemos que trabajar, date prisa. Entramos a las nueve y ya son las ocho y media. —Me fumo el cigarro y listo. —Sigue con el vicio, que luego estás ahogada. Ahí te quedas. Suspiré y me encerré en mi habitación para terminar de alistarme. Únicamente me faltaba peinarme, echarme mi perfume favorito de Carolina Herrera y maquillarme; no mucho, lo justo para disimular las malditas ojeras. Llevaba dos noches sin dormir y temía tanto el momento en el que nos encontráramos de nuevo… Esperaba que él cumpliera con su palabra o, mejor dicho, con mi petición. Que no mencionase el estúpido desliz que tuvimos. No supe qué me pasó, durante los meses anteriores había tenido el control de mi vida en todos los sentidos y… ¡Y con él! No pegábamos ni con cola. Éramos tan diferentes y joder, doce años de diferencia. No solía tener prejuicios, pero para las relaciones era muy cuadriculada. Él tendría otros objetivos en la vida, con doce años más ya
habría vivido infinidad de cosas que a mí me faltaban por experimentar y no estaba preparada para que utilizase ese hecho y se mostrase superior a mí. Ni para que me tratara como a una más a sus treinta y siete años. Odiaba ser una mera conquista. «¿¡Cómo he sido tan débil y fácil!?». —¿Nos vamos? —preguntó Lola, asomando la cabeza. —Sí. —Cambia esa cara, anda, me preocupas. —Se me pasará —murmuré a sabiendas de que no sería así. Estaba tan arrepentida… que cuando llegué a la cafetería mi única necesidad fue trabajar hasta agotarme, centrarme en los clientes, evadirme de los malditos pensamientos que se empeñaban en atosigarme. Pero ni durante el tiempo de la comida, ni posteriormente, me dieron tregua. A las cuatro estábamos de nuevo en marcha, ya que el turno era partido y nos quedaba el resto de la jornada; hasta las ocho. Para qué mentirme, esas cuatro horas se me hicieron eternas. Temía que él viniese, aunque para mí suerte no fue así. Por esto mismo dejé que Lola se marchase antes del cierre y, de paso, tener un rato de intimidad después de otro día intenso, el segundo en el que Luka Acosta me había atormentado. En el fondo tenía la corazonada de que él me estaba evitando, de que al igual que yo, se había arrepentido de lo sucedido y no sabía cómo afrontar la situación. ¡Pero era mi jefe! Tendríamos que vernos… ¿Cómo había sido tan gilipollas? Siempre fue una de mis reglas. En realidad, solo tenía dos, aunque muy claras. No liarme con un ex de mis amigas. No liarme con compañeros de trabajo. Sí, en la segunda regla obviamente entraban los jefes y por alguna razón… se me olvidó dos noches atrás… Escuché la puerta y me giré sobresaltada, ¡si había cerrado con llaves! No podía ser. Me di la vuelta en cuanto me percaté de qué estaba sucediendo. Luka acababa de llegar, sí, justo cuando ya no lo esperaba. —¿Podemos hablar? —preguntó sin rodeos. Bajé la mirada, de espaldas, sintiendo cómo me sonrojaba—. Gala, es importarte. —Supongo que de trabajo —repliqué a la defensiva. —Claro. Lo miré por encima del hombro y vi que se dirigía hacia la sala privada que también poseía allí, en la cafetería. Dejé el paño sobre la barra y caminé detrás de él. En cuanto abrió la puerta, fue directamente
hacia el escritorio y se apoyó sobre éste. Su intensa mirada recayó sobre mí y sentí que me hacía muy pequeña. Estaba tan nerviosa… Me quedé en la entrada, sin saber qué hacer o decir. —No podré estar faltando a mi puesto de trabajo para no incomodarte —empezó y supe que no hablaríamos de temas profesionales—. Soy tu jefe y tendrás que verme cada noche o cada día, depende. —Ya… ¿Y qué pasa? —Nos acostamos. —Quedamos en que no íbamos a mencionarlo —protesté de malas maneras. Él asintió muy despacio—. ¿Entonces? —No dejo de pensar en ello. —Fue una estupidez —le recordé bruscamente. —Una que disfruté demasiado y con la que había fantaseado desde que te vi por primera vez. —Su confesión me hizo temblar. Peor aun fue cuando me indicó con el dedo que me acercara —. Por favor. —¿P-Para qué? —Un momento, por favor. —No —repliqué sin un ápice de duda. —¿Por qué eres así, Gala? —insistió muy serio. —¿Es que no ves las cosas? —Hizo una mueca con la boca. Levanté los brazos en señal de desesperación—. ¡Eres mi jefe! —Un detalle sin importancia —aseguró y dio un paso hacia mí. —No te acerques. ¡Por Dios, tienes doce años más que yo! —¿Y? Ambos somos adultos. —Frunció el ceño y chasqueó la lengua, ajustándose la chaqueta con un carraspeo—. Si hubieses empezado por ahí, el resto de las explicaciones ni las habría pedido. No soy tu tipo. Perfecto, me queda claro. Puedes continuar con el trabajo. —A ver… no digas tonterías. Eres muy guapo, aparentas incluso menos años. Me lo pasé bien… pero que no, no puede ser. —Dame otra explicación más convincente. Me cubrí la cara con las manos sin saber cómo responderle. No estaba preparada para aquello, para quedar con alguien, mucho menos con él. No saldría bien y odiaba las relaciones esporádicas. Solía terminar sintiéndome utilizada. —Gala, ven. —He dicho que no. —Si no te acercas, lo haré yo —me amenazó más ronco que de costumbre. Lo miré y dio un nuevo paso—. Tú dirás. Lo hice y entonces todo sucedió muy deprisa. Luka me empujó hacia él y caí contra su cuerpo,
tumbándolo sobre la madera. Sus labios y los míos se rozaron y de manera instintiva y natural, lo besé. Esa vez fui yo. Pues lo deseé de una forma que me asustó. Luka se mostró más cauto. ¡Error! Su actitud fue mi perdición. Un arrollador fuego me abrasó y no retrocedí como era mi intensión, al contrario, cerré los ojos y me dejé mimar por sus caricias, por su paciente manera de desnudarme. Gruñó cuando se liberó de mi ropa interior. Mi piel volvió a estremecerse y un solitario y casi insonoro lamento, escapó de mi boca. No quería ni debía, sin embargo, me entregué en silencio. Sin mediar palabras. Él se hizo con el poder y me cogió en brazos, llevándome hasta el sofá, aunque recuperando la postura anterior… No, no pude parar. Disfruté del placer que me proporcionaba al llenarme de él y no necesité nada más que su boca reclamando mis labios, su cuerpo contra el mío y su hombría invadiendo mi intimidad al tiempo que sus manos me acariciaban tan lento… que quise llorar. «Detenlo, Gala». Cuando acabamos, él se separó y depositó un suave beso en mis labios. Luego deslizó su lengua por mis pechos y fue bajando. Aguanté la respiración entre temblores. Finalmente llegó al centro de mi placer y hundió la cabeza allí. Madre mía… No fue violento, me besó muy despacio y trazó círculos con su lengua. Creí que me moría. Su delicadeza no tuvo límites y me hizo el amor con la boca hasta que conseguí alcanzar el segundo orgasmo de la noche… —¿Estás bien? —preguntó, incorporándose. Lo miré y asentí. No me salían las palabras. Leí en su mirada cuánto me deseaba todavía, pero supe que descifraba en la mía lo arrepentida que me encontraba nuevamente o quizá la palabra sería; confundida. De modo que antes de incomodarme, se despidió y se fue. Otro maldito detalle que me dejó hecha polvo. ¿¡Por qué se comportaba así!? ¿¡Por qué me daba espacio!? ¿O… simplemente había conseguido lo que quería…? Un polvo. «¡Soy una idiota!». Me levanté del sofá y salí corriendo para reclamarle y pedirle explicaciones, pero Luka Acosta ya no estaba. Había desaparecido. *** Llegué a casa tan furiosa, que no me reconocí. Me encerré directamente en mi habitación y golpeé la almohada hasta que me quedé sin fuerzas. ¿Por qué me dejaba utilizar así por los hombres? ¿¡Por qué!? —¿Gala? —Era la voz impresionada de Lola—. Oye, pero ¿qué pasa? Eh, mírame, por favor. Con su ayuda, me senté y negué con la cabeza en cuanto la tuve enfrente, arrodillada a mis pies.
Estaba preocupada. Incluso diría que parecía asustada. —¿Me vas a contar de una vez qué te está pasando? —Me he enrollado con Luka, Lola, ¡con Luka! Sus espectaculares ojos se abrieron de par en par. —Lu… Luka, ¿nuestro jefe? —preguntó, insegura—. Quiero decir, no conocemos a otro… ¿O sí? —No, maldita sea, no. La he liado, Lola, la he liado. —A ver, espera. ¿Enrollado de un par de besos? —Negué de nuevo y desvié la mirada, avergonzada. A mis veinticinco años me había liado con un tío de treinta y siete, ¡de locos!—. ¿Un toqueteo? —No, Lola. —Ya, un polvo. —Dos —confesé muy bajito. —¿¡Dos!? —El domingo y hoy —reconocí con pesar—. No tenía que haber pasado, ya sabes cómo soy. Si odio a los hombres y para colmo él, que no puedo dejar de verlo porque es mi jefe. Tía y tiene doce años más… —Gala, no me jodas que estás así por eso. Creo que por encima de la edad tiene que prevalecer otras cosas. ¿Te ha gustado? —Asentí, fingiendo que tampoco había sido nada del otro mundo. Mentía—. ¿Te lo has pasado bien? Hombre, si has repetido… —Sí, sí, ¡sí! Todas las respuestas son sí. —¿Entonces? Qué más da que sea tu jefe, hoy en día es algo común y sobre la edad, por favor, si hacéis hasta buena pareja. —Pestañeó con picardía—. Está cañón. —¡No divagues! —le reproché y me dejé caer hacia atrás. Lola se tumbó a mi lado y me sonrió —. No me hace gracia y encima, como es lo esperado viniendo de un hombre, me ha utilizado. —¿Por qué dices eso? —Se ha pirado en cuanto hemos terminado —murmuré, cabreada. —Vamos, que te conozco, tú necesitabas que se marchara. —Ya, pero no me ha dado ni tiempo a pedírselo. Mi amiga se echó a reír, sabía que era mi punto débil. Me prometí que en cualquier «relación» próxima que tuviese, sería yo quien los echara antes de que se piraran para no sentirme así de estúpida y tonta. Sin dignidad. Odiaba los líos de una noche, sí, pero también sabía que no viviría sin sexo toda la vida y me planteaba ese tipo de «relaciones» para mi propio beneficio, aunque quizá no estaba preparada aún… —¿Y si se ha adelantado para evitarte esa tensión? Y no seas dramática, si has gozado, la
palabra «utilizado» no encaja, en todo caso os habéis utilizado los dos. —Resoplé, parecía que me leía la mente. Pero me costaba creer que Luka fuese tan caballeroso. Ese tipo de hombres no existían—. Ay, eres demasiado desconfiada. —Me han hecho daño. —Todos no son iguales. —¡Lo son! —Disfruta del momento, amiga. Del hoy. —Ya, la frase queda muy bien. Y voy más allá. ¿Te imaginas lo que pensará su entorno? Lo típico, que me quiero aprovechar para escalar puestos o yo qué sé. ¡Soy su camarera! —Ay, Gala, eres incansable. —¿Me dejas sola? —Lola se acercó y me dio un beso en la mejilla—. Gracias por estar ahí. —Siempre. Enseguida fui directa a la ducha con la necesidad de borrar el olor de Luka Acosta, pues todavía se aferraba a mi piel, casualmente era el de mi perfume favorito de hombre, de Paco Rabanne. ¡Puta casualidad! No supe cuánto tiempo transcurrió desde que entré en la ducha y froté cada centímetro de mi delgado cuerpo, hasta que salí, tampoco me importó. Ya estaba más calmada, tenía la mente más fría y sabía cómo enfrentarme a él para no volver a caer en el mismo error. Me enrollé en mi adorado albornoz negro, mi color favorito desde que era una niña, me dejé el cabello suelto para que se secara al aire libre y salí al salón. Oh. Lola se había quedado dormida en el pequeño sofá mientras veía el reality del año. Le eché un manta y agradecí que todavía no hubiesen llegado nuestros otros dos compañeros de piso. Fui a la cocina y de camino a ésta, miré el móvil; tenía siete llamadas perdidas de Luka Acosta. «¿¡Y ahora qué busca!?». Me serví un vaso de leche, saqué las galletas María y me senté dispuesta a disfrutar de mi «cena», ignorando sus llamadas. Pero se volvió tan insistente, que me vi obligada a rechazarlas para que entendiera que no me apetecía hablar con él. Finalmente desistió. Mojé las galletas en la leche, aunque a esas alturas el apetito era nulo. De modo que decidí irme a dormir con el lema «mañana será otro día». Pero justo cuando fui a despertar a Lola para mandarla a la cama, sonó el timbre de casa. Esperé y volvió a sonar. ¿A esa hora y sin llamar al portero automático? Mi amiga ni se inmutó, por lo que, de puntillas, para que no se escucharan mis pasos, me dirijí hacia la puerta y espié por la mirilla. ¡¡No podía ser!! —Gala, abre, sé que estás ahí —masculló Luka al otro lado de la puerta—. Tenemos que hablar. Furiosa y con la respiración acelerada, abrí. Él me contempló de arriba abajo. Su descaro me enfadó incluso más.
—¿Qué demonios haces aquí? —le reclamé sin paciencia—. Y no te confundas, tú y yo no tenemos nada de… —Déjame pasar —ordenó, señalando hacia adentro. —No. —Bien, entonces te lo diré aquí mismo y si alguien lo oye, me importará una mierda. ¿Es eso lo que quieres? Me crucé de brazos, sin venirme abajo. Aunque recé para que ningún vecino nos viese. ¿Qué pesarían? Él asintió, frustrado. —Perfecto, Gala. Necesitaba que supieras que no me he marchado por mí, lo he hecho por ti. No me malinterpretes. Quería evitarte un mal trago. Tu arrepentimiento era evidente. —La excusa perfecta —repliqué, haciéndome la dura. —No soy yo el que se está ocultando tras una coraza —me reprochó y acortó la distancia hasta que su nariz rozó con la mía. Me tentó, lo hizo. Me atraía como un imán, pero tenía que acabar —. Hablemos. —No y no vuelvas a aparecer por aquí, ¿me oyes? No tienes ningún derecho a utilizar mis datos laborales en lo personal. —Necesitaba localizarte y no me arrepiento de beneficiarme de mi posición. —Le di un empujón—. No te comportes como una niña. No soportaba que se mostrara superior a mí. ¡Lo detesté! —Vete de mi casa y jamás vuelvas a buscarme, no de esta manera. —¿Estás segura? —Nos miramos fijamente. Parecía un ultimátum. Cogí aire. Él intentó acariciarme la mejilla, pero lo rechacé. ¿¡Es que no entendía!? No quería nada de él—. Habla, Gala, y así será. —Estoy segura… márchate y no vuelvas más. Trátame como lo que soy, una de tus empleadas. Nada más. —Te arrepentirás —advirtió, alejándose. —¿¡Es una amenaza!? —Es una intuición y espero que no te arrepientas muy tarde. Entró en el ascensor, se metió las manos en los bolsillos de su oscuro pantalón y me miró fijamente. Me costaba respirar. Sabía que él esperaba que lo invitase a pasar, pero eso jamás sucedería. Luka Acosta no iba a poner en peligro la estabilidad emocional que llevaba persiguiendo desde hacía tanto tiempo. Ya era feliz sin la necesidad de depender de otra persona. De un hombre. Capítulo 5 Olvídala Ni siquiera paso por mi casa. No quiero oír consejos que ya me sirven de poco o, mejor dicho, de nada. Me encierro en la habitación de hotel que he reservado, en la que solía quedar con Gala, en la misma en la que estalló la bomba.
Donde las vistas son espectaculares. Todo me recuerda a ella y no dejo de pensarla. En su frialdad e indiferencia. En el dolor que le causa verme. Abro la botella de Whisky y me dejo caer en el sofá… *** Me desvelo por el sonido del teléfono. Tengo diez llamadas perdidas de mi madre. Dos de Caterina. Miro la hora; son las nueve de la noche. ¿Cuánto he dormido? Me duele muchísimo la cabeza y me juro que será la última vez que ahogue las penas en una botella de alcohol. Ni siquiera he traído ropa para poder darme un baño. ¡Mierda ya! Le devuelvo la llamada a mi madre y aprovecho que no habrá nadie en casa, debido al horario del que se trata, y me encamino hacia allí. Directamente cojo un taxi, no puedo conducir ni me apetece andar. —¿Luka? —Mamá, estoy en Madrid, no te preocupes —me adelanto. —¿Sin despedirte? —No estoy para sermones, por favor. —Gala, ¿no? —Sonrío. No la conoce, pero le he hablado tanto de ella, que no le sorprende mi vuelta—. ¿La has visto? —Sí, pero me ha echado de su casa. —Luka, quizá nunca funcione —murmura con pesar—. Sé lo que ella ha significado para ti, pero sois muy distintos. —Eso es una gilipollez. No quiero presionarla, pero si por lo menos tuviéramos una conversación. No sé, algo. Estoy muy jodido. —¿Y si hablas con su amiga? El taxi se detiene y me bajo tras pagarle la carrera. —¿Lola… se llamaba? —insiste mi madre—. Son íntimas y además es tu empleada. Aprovéchate de ello y sácale información. —¡Claro, joder! A veces tienes ideas brillantes. —Siempre, Luka, ve y mañana me cuentas. Te quiero. Cuelgo y abro la puerta del edificio. Subo los escalones de dos en dos y entro en casa. Huele a mujer… Voy directo a mi habitación, cojo ropa interior, el primer traje de chaqueta que alcanzo; azul, casi negro, zapatos cómodos e ingreso en la ducha. En diez minutos estoy listo y pongo rumbo hacia mi restaurante. Lo último en lo que invertí antes de marcharme. Según entro, me encuentro con dos empleados, que se sorprenden de mi presencia. Lógico, no saben nada de mí… desde que me fui. Aun así, les comento que estoy de paso, que muy pronto tendremos una reunión y, aunque con rostros preocupados, se quedan conformes. El ambiente es tranquilo. Hay música relajada y los clientes disfrutan de esa paz que buscaba
justo cuando aposté por este restaurante. Y tanto en las mesas como en la barra, disponen de la mejor atención. —¿Luka? —Me giro enseguida. Es la voz de Lola. Justo a quien busco—. ¡Qué sorpresa! Er… Caterina te ha estado llamando y… —Tú ya sabías que yo estaba en Madrid —la interrumpo para que deje de fingir—. Gala te lo ha comentado. Se queda en silencio y señala hacia el fondo. —Me solicitan en la barra. —Que atienda otro. Necesito que hablemos. —Le indico con la cabeza que me siga y entro en la zona del despacho—. Cierra, por favor. —Luka, no quiero hablar de Gala. La miro de reojo y la rabia me consume. —¿Por qué tanto misterio en torno a ella? —pregunto sin rodeos—. ¿Qué está pasando, Lola? Se encoje de hombros, esquiva. —¿Ha vuelto con Simón? —gruño sin disfrazar mi estado. —A mí no me pertenece hablar de su vida. —¡Me estoy volviendo loco! —confieso, caminando sin sentido. —Es mi amiga, tienes que entenderme. —Entonces dime qué puedo hacer. —Me detengo en el centro de la estancia. Ella está a punto de salir y sé que no puedo retenerla—. Dime, Lola, porque estoy muy perdido. ¿¡Qué hago!? —Olvídala. Capítulo 6 Cada noche El miércoles se me pasó volando. Tenía mucho trabajo en la cafetería y nos tocó hacer inventario. Ya en casa, estaba tan cansada, que fue la primera noche que conseguí conciliar el sueño desde que todo pasó. El jueves mi trabajo ya era en el bar. El ambiente estaba tranquilo a pesar de ser ya las doce de la noche, pero los días fuertes solían ser los tres siguientes. Él estaba allí, nos cruzábamos y no nos dirigíamos la palabra. Confirmé mi error, pues nuestra relación tendría que haber sido cordial como siempre, pero ya no, existía esa tensión que se podría cortar con cuchillos. No estaba cómoda y dudé que él, aunque fuese el propietario, por lo tanto; dueño y señor de todo, lo estuviese. Y tomé una decisión, esperaba que acertada esa vez. Aclarar la situación y pedirle que obviásemos lo sucedido, pero de verdad, que me tratara como antes y que evitase observarme justo como en ese instante. No retiraba sus ojos almendrados y entrecerrados de mí, mientras yo servía a los clientes. Él conversaba con una pareja y me percaté de que la chica lo estudiaba de arriba abajo. Sin saber por qué, me enfadó su actitud. No porque tuviese a su pareja al lado, sino porque no se cortaba ni un pelo insinuándose a Luka. ¡Cada vez odiaba más el mundo de la noche!
El dinero era lo único que me ataba a ese maldito empleo. Me encantaba servir, disfrutaba, pero no en bares ni de madrugada. —Eh —llamó mi atención Lola—. Os vais a comer sin tocaros. —¿Eres tonta? —le regañé en voz baja—. Te van a oír, además, no digas estupideces. Simplemente le estoy retando con la mirada porque no la aparta de mí y no me gusta nada sentirme observada. —Ya… —Basta, Lola. El amigo viene hacia aquí y te puede oír. El aludido, Fabio, llegó hasta nosotras y nos sonrió. Era muy guapo, pero un picaflor e inmaduro para sus treinta años. —Luka parece entretenido, ¿no? —¿Y por qué tendría que saberlo? —repliqué atropelladamente. —No sé, a leguas se ve que ha ligado. Esta noche le toca trío. —¿Trío? —pregunté, desencajada—. ¿Acaso él…? —Señorita, te has puesto blanca. ¿Quieres probar? —Claro que no. Qué estupidez. —¿Entonces? —Miró a Luka y soltó una carcajada—. ¿Te molestaría tener un jefe con la mente tan abierta? —¿Y por qué iba a molestarme? —rebatí a la defensiva—. Él con su vida puede hacer lo que le dé la gana. —Por supuesto. Pero parecías interesada en la propuesta. —En absoluto y menos con él —solté muy nerviosa. —Me lo imagino. No eres su tipo y no te ofendas, pero a Luka le va más una chica de su clase, con algunos añitos más y menos borde. ¡Cada día me caía peor! —Yo tampoco me fijaría jamás en alguien como él. Es demasiado maduro para aguantar que lo mande a la mierda en cualquier momento. —¿Igual que estás deseando hacer conmigo? —me retó, divertido. —Por ejemplo. —Pues no sabes lo que Luka se pierde —saltó Lola, que se había mantenido al margen—. Porque Gala es… —Se acabó —le ordené, preocupada. Lo último que me faltaba era que el estúpido de Fabio sospechara algo. Luka me había prometido que no se lo contaría y su discreción, a pesar de ser íntimos, me daba seguridad—. Vamos a seguir trabajando. ¿Qué te sirvo, Fabio? —Eh, no te molestes y perdón por las bromas. —Lo ignoré. Era un pesado—. Y olvídate de lo del jefe, es un tipo formal y si se entera de que voy soltando esos bulos de él, me decapita. —No te mereces otra cosa. Hizo el típico gesto de cerrarse la boca con una cremallera y continuamos con la jornada. Poco después se marchó y nos dejó en paz, algo que agradecí. Pero esa noche me enfrenté a otro cambio; la traicionera de mi amiga siempre se ofrecía para el cierre, esa noche se excusó cuando
ya se habían ido el resto de mis compañeros. Supe que se trataba de una encerrona, sin embargo, tenía la seguridad de que nada iba a cambiar a pesar de quedarme a solas con Luka Acosta. Éste también me esquivó y se encerró en la sala. De modo que cuando ya tuve el dinero contado, me dirijí hasta allí y llamé a la puerta. Lo hice fingiendo una calma que no existía en mí. —Adelante —masculló y en cuanto entré, dejó con rapidez el teléfono sobre el escritorio. ¿Con quién hablaba?—. Dime, ¿qué necesitas? —Ya están hechas las cuentas. —Gracias. Me acerqué para darle la bolsa. Él se incorporó a cogerla y nuestros dedos se rozaron. Luka buscó mi mirada. Yo tragué ante la maldita necesidad de besarlo, de sentirlo dentro. ¿¡No le pedí que se alejara!? Lo peor fue que yo misma no pude hacerlo. «¿Qué me está pasando?». —¿Algo más? —preguntó y se humedeció los labios. Me quedé en silencio y di un paso atrás. Él rodeó el escritorio al advertir mis intenciones. Sí. Cerré los ojos y empecé a desnudarme. Su gruñido fue lo único que rompió la calma, el mutismo. Pronto sus brazos me rodearon. Un suspiro escapó desde lo más hondo de mí… —La última —pude susurrar. —Chis. Tontamente anhelé aquello a pesar de luchar contra mis propios impulsos. Y así, durante incontables noches después, nos encontrábamos en el mismo lugar y, sin la necesidad de hablar, nos acercábamos como dos imanes. Sin preguntas. Sin respuestas. Justo como necesitaba. No dependía de mí, mi cuerpo se volvía débil si se trata de Luka Acosta. El hombre que nunca respondía a una llamada en mi presencia, ¿ocultaba algo? Sabía muy poco de su vida. Y siempre me hacía la misma pregunta. «¿Quién es realmente Luka Acosta?». Odiaba tanto misterio, pero lo cierto era que, a pesar de todo, apenas hablábamos. Solo nos entendíamos a través de las caricias y hasta semanas después fue suficiente. Hasta que una noche, con el bar ya cerrado y como de costumbre, entré en su sala. Estaba sentado tras el escritorio, sin embargo, no se movió con mi llegada. Luka no hizo el intento de desnudarse. Algo muy común cuando nos encontrábamos tras acabar la jornada. Fui hasta él y tomé la iniciativa. Empecé con los primeros botones de su oscura camisa. —Quieta —me ordenó, sorprendiéndome—. ¿Crees que podemos liarnos sin más? Vienes, nos desnudamos, follamos y, sin una despedida, te vas. Al día siguiente actuamos como si nada. —¿Y…? —Esto ya no me gusta, Gala.
—Luka… —Quiero que me hables mientras entro en ti, que me susurres cuánto te gusta. Poder decir lo mucho que me enloquece tenerte. Me asusté y di un paso atrás. Él se incorporó y antes de que pudiera escapar, acortó la distancia y cerró la puerta. Empotrándome contra ésta. Un calor intenso se apoderó de mí. Luka sondeó mis labios, tentándome. Quise decirle que, tras su petición, lo más prudente era no seguir viéndonos, pero no pude. Fue superior a mí. —¿De qué tienes miedo? —musitó contra mi boca. —De nada —afirmé fríamente. —Entonces olvídate de los silencios. —¿Y si no quiero? —rebatí, tratando de disfrazar mis nervios. —Te irás ahora mismo y esto no se repetirá. —¿Por qué? —protesté, furiosa, por su amenaza. —Porque quiero sentir que estoy contigo, no con una muñeca. Estuve a punto de mandarlo a la mierda. Sin embargo, deslizó los dedos por mi cuello, por la clavícula, bajando hacia los pechos, el ombligo e introdujo la mano dentro de mi uniforme. Me contraje, aunque tensa y gemí… Luka resbaló su dedo corazón por el centro de mi placer. —¿Quieres más? —preguntó con ese tono de voz tan sensual. —Sí. —¿Por qué? —me puso a prueba y me rendí. —Me gusta cómo me tocas… Cómo me miras… Tu delicadeza. —Joder, Gala, no dejes de decirme todo lo que sientes. No me prives de tus confesiones mientras gimes tan húmeda por mí. Y así, sin darme cuenta, empecé a darle más de lo que debía… Capítulo 7 No he sido capaz ¿¡Qué más necesito ver para saber que me está ocultando algo!? Está en todo su derecho, pero si ha vuelto con el cerdo de Simón, creo que merezco saberlo y desapareceré de su vida para siempre. Solo quiero entender el motivo de su comportamiento. ¿La edad? ¿Una vez más se avergüenza de esos doce años de diferencia? ¿De manifestar abiertamente lo que siente por mí? ¿O se trata de nuestros diferentes estilos de vida a pesar de todo lo que le demostré? ¿No que aquello ya había pasado? ¿Entonces? Ella es la única que tiene la respuesta. Lola saca el móvil en cuanto ve que me marcho del restaurante. Va a avisar a Gala de lo sucedido, lo normal, en cualquier caso. Lo que no creo que pueda hacer es anticiparse a mi siguiente movimiento.
Vuelvo al mismo lugar. A su acogedor piso, donde posiblemente no se encuentre sola, sin embargo, aquí estoy. Quiero oír de sus labios y ver con mis propios ojos la realidad. Quizá no la merezco. Ya no lo sé. Llamo a la puerta. Enseguida abre y es ella. Sí, parece que Lola ha adivinado cuál era mi intención. Gala no se sorprende de verme y está o se muestra más tranquila que esta misma mañana. No se oculta. Está vestida, lleva un camisón negro de seda. No muy ceñido. Las ganas de besarla son arrolladoras. Ella carraspea ante mi escrutinio. —¿Qué quieres, Luka? —Suena a reproche—. Te he pedido que no me busques, mi amiga te ha dejado claro que es lo mejor. —¿Para quién? —No responde—. Solo quiero que hablemos. Sé que no tengo derecho a exigirte nada, pero me fui y la despedida… —Fue dura —me interrumpe de malas maneras. —No pensé que tanto. —No, no tienes ni idea, Luka, pero ni puta idea. —¡Pues cuéntamelo! —suplico, desesperado—. ¿Puedo pasar? Se echa a un lado y abre la puerta de par en par. Parece cansada. Dios, su olor. No soporto las ganas y la estrecho entre mis brazos. Gruño. Gime. Aunque se tensa y se aparta unos centímetros, pocos, pues no me resigno a abandonar su cuerpo, su piel, esa tan suave que acaricié tantas noches y madrugadas. A la que mimé con todo mi ser mientras ella dudaba de mis sentimientos y ponía en peligro lo nuestro. De cualquier modo, y pese a lo que sufrí, la perdonaría por intentarlo una vez más. Parece que ya no es la misma, que ha cambiado y tal vez haya recapacitado sobre todos sus errores. Necesito pensar que puede ser. —Te he echado de menos —susurro y hundo la boca en el hueco de su garganta. Tiembla—. Mucho. No sabes cuánto, Gala. —Suéltame, por favor. —Recuerdo constantemente la primera vez que te vi. —Se queda en silencio, permitiéndome que la siga abrazando. Nunca le he contado todo lo que sentí ese día—. Lola me comentó que tenía una amiga perfecta para el puesto. Ella llevaba poco tiempo allí, le dije que hicieras la prueba. Entonces te vi y me quedé impactado. Pensé que eras la mujer más bonita sobre la faz de la tierra, tan tímida y esquiva. —Luka… —Y fueron pasando los días y no podía dejar de observarte mientras trabajabas. —Acaricio su espalda. Me parece oír un sollozo—. Quería verte, conocer cada uno de tus gestos, pero tú ni me
hablabas. Te deseaba de una manera sobrenatural. No entendía nada, era surrealista, pero quería tenerte. Probarte. —Basta, por favor. —Me cautivaste a pesar de tanta frialdad y cuando te tuve, me di cuenta de que jamás me había sentido tan completo en mi puta vida. —¡Cállate! —grita e intenta zafarse. —No he podido olvidarte, Gala —susurro contra su blanca piel, abrazándola con más fuerza. Me duele esta lejanía—. No he sido capaz. —Pero tendrás que hacerlo. Capítulo 8 Coraza Sábado tras el cierre y tumbados en el sofá de la sala. Ambos mirábamos hacia el techo, poco que decir, aunque empezaba a sentir cosas que no quería. Que me asustaban. Que me confundían. —¿En unos años te imaginas casada? —preguntó, impactándome. —No me planteo casarme ni tener hijos —respondí enseguida. —A mí me encantaría ser padre. Su proyección de vida y la mía iban por caminos muy distintos. —Vente esta noche a mi casa —me propuso repentinamente. Cerré los ojos, la respiración se me aceleró. No debimos llegar tan lejos. —Estoy harto de estar en este espacio tan reducido. —No es buena idea. —No seas tan seca, por favor. —No empieces. Me levanté enseguida, pero él me empujó hacia su cuerpo y me rodeó por la cintura. «Detenlo, Gala. ¡Detenlo, joder». —Allí nadie nos molestará y podremos ver algo en la televisión, darnos un baño, relajarnos. Estaremos más cómodos, te lo prometo. —Es muy tarde. —¿Hasta cuándo vamos a estar así? Ya hace meses desde que nos vemos a escondidas. Gala, por favor. —Pides demasiado. —¿Y qué te cuesta complacerme? —Bajó la voz y me acunó el rostro—. Estoy solo en Madrid y me he acostumbrado a tu compañía, pero ya no me conformo con este rato. No puedo más. —Luka. —Gala —me presionó. —Nos pueden ver. —¿Y? —Cerré los ojos, ¿cómo explicarle una vez más la situación sin ofenderlo?—. Te
avergüenzas de lo nuestro por la puta edad, pero luego permites que te haga el amor cada maldita noche. —No es lo mismo. —Tienes razón, claro que no lo es. —Su voz se tornó dura, mostrándose dolido—. Odio estar así y sentirme una puta mierda sabiendo que no llegaremos a ningún lado por tus prejuicios. —¡Es que es una locura! —le grité con evidente frustración—. Pides más y no tiene sentido, ¿no lo ves? —¿Por qué? —Ya lo sabes, además, no funcionaría. Tu vida se basa en dar órdenes, cenas, reuniones, gimnasios, trajes caros y la mía en todo lo contrario. Sirvo copas o cafés, me cuesta llegar a fin de mes. Ni siquiera tengo tiempo para acompañarte a hacer deporte. Mi futuro es incierto… —Pero nos complementamos —insistió más cariñoso. Suspiré, suplicándole en silencio que no jugase así de sucio—. Del futuro ya hablaremos. Tenemos tiempo. Ven a mi casa. —Luka, no empieces. —Por favor, Gala, solo esta noche. Me agobié e intenté decirle que no. Excusarme en que había quedado temprano con mis padres, a los que veía muy poco debido a nuestros respectivos trabajos. Entonces me sonrió… «¡No seas blanda!». Provocó algo nuevo en mí con aquel tonto gesto. No supe qué fue exactamente. Y asentí, accediendo a su petición… Una vez más. Y le siguieron otras muchas. Una noche de tantas, en su casa, pues no quedó en una vez… dimos un paso más. La frecuentaba a menudo, no era muy grande, sí decorada con muebles y detalles caros. Todo combinado en blanco y negro. Me gustaba… Con cada visita me sentía más cómoda. Era mi día libre y él me pidió que me acercase un rato, en principio me negué, pero me aseguró que teníamos que hablar de trabajo. Cuando llegué, sentí que el corazón se me saldría del pecho. Los ojos se me empañaron en lágrimas. Había preparado una cena romántica, sin apenas luz, con velas incluidas. Y me esperaba con una sonrisa preciosa. Instintivamente mi mente se bloqueó, suplicándome que frenase de una vez. Supe que terminaría haciéndome daño. —¿Pasas? —Me ofreció su mano. La esquivé—. Llevo horas preparándote la sorpresa. —No es un buen momento —me excusé, rehuyéndole la mirada—. No me encuentro bien. —Con mas razón, entra que te voy a mimar toda la noche. Sin que me lo esperase, me cogió en brazos y me llevó hasta su preciosa y luminosa habitación. Se olvidó de la cena, ya no le importaba lo que había preparado «con tanto cariño». «Todo era un teatro», pensé; solo quería sexo. Entonces me sorprendió cuando me cubrió con esa sábana de seda negra, que se amoldaba a mi cuerpo con facilidad, y se acurrucó conmigo.
—Descansa —susurró y apoyó sus labios en mi frente—. Estás pálida. Perdón por no haberlo visto a tiempo. —Luka… —Chis, Gala, no lo estropees. Me quedé en silencio, oyendo el acelerado ritmo de su corazón. No, no reclamaba sexo, se limitaba a relajarme con sus caricias. «¿Qué estamos haciendo?». Con ese pensamiento el sueño me venció, rodeada por sus brazos, permitiéndole que se adentrara muy dentro de mi alma. Lo asumí al día siguiente. Tenía turno en la cafetería y según entré, me quise morir. Luka hablaba con una clienta, con una chica guapísima, que llevaba un vestido muy llamativo y que realzaba sus curvas, lejos de los atuendos que yo solía llevar. Incluso hasta en la forma de vestir cambié cuando rompí con Simón, ya que empecé a sentirme una maldita mierda… Pero eso era lo de menos en esos instantes... Pues Luka hizo algo que en mí despertó tantos sentimientos semanas atrás. Le sonrió a la chica. Una sonrisa ladeada, seductora. ¿De qué hablarían? ¿¡Qué le hacía tanta gracia!? De pronto él giró la cara y me vio. Contuve la respiración sin saber cuál sería su reacción. Pero muy lejos de mostrarse distante, volvió a sonreír. Esa vez a mí y no se parecía a la que le había dedicado a la clienta. Le di la espalda, temerosa de que la chica se percatara de que algo sucedía entre nosotros. Seguía avergonzándome la «relación», si se le podía llamar así… Y ahí, en ese maldito instante, fui consciente de qué era lo que el misterioso Luka Acosta causaba en mí. Amor, aquello que latía en mi pecho era amor, uno primitivo, egoísta, porque deseaba que cada una de sus muecas fuesen para mí. No compartir nada absolutamente de él con nadie, por muy inocente que fuese el gesto. Pronto me di cuenta de mis pensamientos, asustándome por la magnitud del sentimiento. Uno que había crecido con los días. Él ya lo dejó entrever al principio y se confirmaba. Y es que a veces, hay situaciones, emociones, sensaciones y sentimientos, que no tienen explicación. En ocasiones la vida te sorprende cuando menos te lo esperas y de la noche a la mañana, te estás tragando tus propias palabras, sí, tal cual. Me lo advirtió… Nos gustábamos, coincidíamos a diario, quedábamos a menudo, no obstante, di por hecho que me libraría. Jamás pensé que fuera más que una mera atracción pasajera. No estaba preparada para más. Ni lo seguía estando todavía. Mientras servía un par de cafés en la mesa número cuatro, volví a ver la complicidad entre él y
la clienta. Una punzada de dolor me atravesó el pecho. Algo que reconocí como celos me paralizó por completo. Lo observé fijamente y me reafirmé en lo anterior; quería que solo estuviese cómodo conmigo, que no le sonriera a ninguna otra como a mí. Sí, sin saber cómo, estaba enamorada hasta las trancas. Joder, joder y joder. ¿En qué momento la había cagado tanto? Qué pregunta tan estúpida… Fue al caer una y otra vez. Al hacer el amor y con solo mirarnos, saber que íbamos a terminar liándonos de nuevo. Habían transcurrido casi diez intensos meses desde aquella primera vez. Pero en días posteriores me prometí que únicamente sería sexo, lo típico… y había vuelto a liarla. ¡No confiaba en él! No saldría bien... De Simón únicamente quedaba en mí su nombre. Estaba olvidado, Luka lo había fulminado de mi mente y, sobre todo, de mi corazón. Y no era positivo… pues había entrado él y se había colado de manera tan silenciosa, que ya era imposible dar marcha atrás. Aun así, ese día, a pesar de descubrir lo que sentía, lo esquivé. Mi intención era seguir haciéndolo hasta saber cómo alejarme de Luka Acosta. Fue mi decisión pese a mis sentimientos. Luka no me convenía por todo lo que ya asumí desde el principio. Sus aspiraciones de vida y las mías eran complemente diferentes, no compatibles entre sí. ¿Qué podría aportarle yo a largo plazo? Él tenía planes de futuro, quería formar una familia… Y, por otro lado, ¿qué pensarían de mí? ¿Que solo buscaba su dinero? Una simple camarera con un tipo emprendedor, más mayor, con las ideas claras… Me tacharían de algo que no era y no podía consentirlo. Tenía que ser fría, protegerme, aunque sabía que ya era muy tarde. Casi nueve meses juntos no se trataba de una aventura pasajera, sumando dos más desde que nos conocimos… Un año desde que nuestros caminos se cruzaron. —¿Estás bien, Gala? —me preguntó Jimena, mi compañera de turno—. Los chicos de la seis te han pedido la cuenta. —Perdón, voy. Ya había solicitado el traslado definitivo; no volver al bar. Allí Luka pasaba más horas y no quería coincidir con él. Me negaba y cada día odiaba más el maldito mundo de la noche. Donde las chicas se le insinuaban a Luka sin que yo pudiese hacer nada… Lola se había quedado definitivamente en aquel puesto, por lo que ya no nos veíamos demasiado. Con Jimena me llevaba bien, era simpática, alegre y servicial. Una impresionante pelirroja de ojos azules. —Aquí tienen —avisé a los clientes. La puerta se abrió y el corazón me dio un vuelco. Era él, Luka. ¿A esas horas? Apenas daban las once y no solía frecuentar la cafetería tan temprano. En el fondo supe la respuesta. Venía directo a por mí. —Jimena, quédate a cargo unos minutos —le ordenó, yendo hacia adentro—. Gala, ven, por
favor. —Estoy ocupada y… —He dicho que vengas. —Y puntualizó—: Al almacén. —Pero ¿qué has hecho? —me susurró Jimena—. Parece enfadado. —Ya. De camino al almacén barajé una y mil excusas que ponerle en caso de que me reclamase algo, aunque no tenía derecho. ¿O sí? Yo lo había hecho en más de una ocasión. Para colmo, estaba guapísimo, de negro, como casi siempre. Abrigado. Era noviembre. Invierno de nuevo. Entré y me estaba dando la espalda. Me pareció ver que se sacaba algo del bolsillo y lo depositaba sobre una caja de agua. Finalmente, se giró y me dio la cara. Me costó sostenerle la mirada y no flaquear. —¿Qué necesitas? —pregunté desde la entrada. —Cierra y ven aquí. Lo obedecí, manteniendo la distancia. Como solía hacer en público, aunque estuviésemos solos. Pero allí Jimena nos podría pillar. ¿Qué pensaría de descubrirlo? No quería ni imaginarlo. —Quiero que cenes conmigo esta noche —exigió sin rodeos. —Me temo que no. —¿Se puede saber por qué demonios me estás rehuyendo? —Dio un paso hacia mí—. Te echo de menos. Literalmente me puse a temblar. La emoción me embargó, aun así, disimulé. Su semblante era serio, estaba indignado, lo conocía. Las ganas de besarlo y abrazarlo se multiplicaron, pero no me moví ni un solo centímetro. —¿Qué está pasando, Gala? —Que no me apetece —me excusé con un hilo de voz. —¿No te apetece salir a cenar o estar conmigo? —Mira, no eres nadie para venir con exigencias y… —¿Qué pasa contigo? —me reclamó y se situó enfrente, mirándome de pies a cabeza. Temblé más—. Por qué estás huyendo de mí. —No quiero que nos sigamos viendo. —Soy tu jefe —masculló, apretando la mandíbula. —No en ese sentido —aclaré con un nudo en la garganta. Estaba guapísimo y olía a él, a ese olor que ya extrañaba si no estaba cerca. ¡Imbécil!—. Esto tiene que acabar. —¿Qué estás diciendo? —No voy a repetirlo. —Gala —pronunció entre dientes. —No empieces. —¿Por qué? —demandó, contenido. —Qué mas da. —¿Qué más da? ¿¡Me lo estás diciendo enserio!? —No le sostuve la mirada—. ¿Por qué no
dejas que todo fluya? ¿Por qué no eres capaz de reconocer que el miedo te frena a dejarte llevar como necesito? —Luka… —No es solo sexo, te echo de menos cuando te vas de mi cama después de hacerte el amor. Te extraño si no te veo merodeando por el bar o la cafetería. Te quiero cerca a cualquier hora y lo único que obtengo de ti es esto. Distancia, frialdad. —Hizo una pausa y añadió—: Quiero cuidarte, estar contigo, ¿no lo entiendes, Gala? Sonaba precioso lo que acababa de decir, pero odiaba ese tipo de frases. Tan estudiadas y pronunciadas por hombres que mentían… —Eso ya lo he oído antes y no han cumplido. —¡Te estoy hablando de mí, maldita sea! De Luka Acosta —masculló y me empujó contra él, abrazándome con fuerza. Gruñó. Sollocé—. Joder, deja de compararme con otros. Jamás te compararía con Lilian, la única mujer que me ha marcado. ¿Te gustaría? Negué con la respiración acelerada. No soportaba el nombre de ella. Lo habían dejado, porque según Luka, tenían una relación tóxica. Él tomó la decisión y aseguraba no estar arrepentido. Solía ser consecuente con sus decisiones. Su madurez me proporcionaba cierta calma. —Estoy loco por ti, ¿no lo entiendes? —No, no lo entiendo y tengo miedo —reconocí contra su cuello, sin tocarlo aún. No podía dejarme llevar—. Siempre lo tendré. —Dame la oportunidad de demostrarte que puedo hacerte feliz. —¿Por qué? —¿Y lo preguntas? —Me cogió del mentón, acariciándome la mejilla—. Me tienes a tus pies, ¿no lo sientes? ¡No le encontraba sentido! Yo no era nada ni nadie… Su confesión me agobiaba. Quería creerlo. Una parte de mí lo hacía y la otra… me frenaba. Lo había pasado tan mal, que temía no volver a recuperarme. Pero al mismo tiempo me moría por fundirme en él hasta tener la certeza de que no me mentía, de que esa vez saldría bien. Aunque había tanto que nos distanciaba… «Déjalo de una vez». —¿No me has extrañado esta noche? —exigió ante mi silencio. Sí, estaba dolido—. Respóndeme, Gala, por favor. —Más de lo que quisiera. —¿Entonces? —Se acercó a mi boca y susurró contra la comisura de ésta—. Dime que tú también estás deseando esto, que te bese, que te haga el amor. Que te mime como tú mereces y sé hacerlo. —No estoy… —Tendré paciencia —me interrumpió y añadió dándome un vuelco al corazón—: Te necesito y esperaré lo que sea necesario. Sonrió y no me resistí más. Me lancé a sus brazos, a su boca, que me esperaba impaciente. Sus
manos pronto me estaban acariciando, estremeciendo cada poro de mi piel. «¡Le quiero, joder!». —No huyas más de mí —me ordenó, desesperado. —Entonces no me falles… Esperé una promesa, ¡no sabía! Algo a lo que agarrarme para pensar que no me mentía. Y no llegó. Su silencio me mataba. Pero todo quedó en un segundo plano cuando empezó a acariciarme. Cuando me tocó con sus enormes manos y me hizo perder la razón. Cuando me besó con esa pasión que me consumía. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¡No! Sin embargo, me encontraba en un punto en el que ya no controlaba nada y esa sensación me frustraba. No quería abrirme a él por completo. Tenía que ir con calma hasta que me demostrara con hechos lo que aseguraba con palabras. Y quizá, ni aun así… fuese suficiente. —No estés ausente, ni pongas barreras —me suplicó, ansioso. —Necesito tiempo… —Quiero más. Quiero todo. —No vayas tan rápido… —¿Te parece rápido un año? Hubo un silencio incómodo, pues solo se escuchaba nuestras agitadas respiraciones. Por la intimidad, por las confesiones… por el miedo. —Cena esta noche conmigo —insistió, mordiéndome el labio—. Tengamos una conversación seria.— Quizá no es el momento. —No quiero decirte en un almacén lo mucho que significas para mí. —Me acunó la cara y buscó mis ojos. Los suyos parecían tan sinceros, que me asustó que fuese capaz de fingir así—. Te recojo a las ocho. —Déjame pensarlo… —Ese es el problema, odio que pienses, porque te reprimes. Haces comparaciones con el pasado y retrocedes. —Dame solo esta noche —le pedí, apoyándome en su frente, respirando su mismo aire—. Mañana hablamos con calma. —No quiero presionarte, pero no sé cómo hacerte entender que... —Mañana —le recordé, angustiada—. He de poner en orden mi cabeza. Ayer… Yo… Déjalo. —¿¡Qué, joder!? Sé que algo te hizo cambiar. No le respondí y suspiré. Él asintió, dándome espacio. Respetó mi silencio y me besó de nuevo, suave, muy lento. Con la calma que necesitaba. Con la paciencia que aseguraba tener únicamente para mí. —Mañana te llamo —le despedí con sutileza. —No te escapes —murmuró contra mi boca, quitándole tensión a la situación—. Estás preciosa.
—Mentira, con este uniforme es imposible, pero gracias. —A mí me encantas de cualquier manera. —Me besó y sonrió—. No pienses demasiado — insistió más serio. —Lo intentaré. Depositó un beso en mi frente, uno que duró algunos segundos, que me arrancó un quejido y entonces se marchó. Adiviné que no quería prolongar más la agonía, porque lo que realmente necesitaba era estar dentro de mí y no era el único que moría por ello, pero no podíamos dejarnos llevar por la pasión, no cuando estaba hecha polvo por sentir lo que sentía. Cerré los ojos, con la espalda apoyada contra la pared, pero un sonido me distrajo. Era su móvil, estaba sobre una de las cajas de agua. ¿Fue lo que dejó al llegar? No debería, no debería… Intenté convencerme. Pero caí en la tentación. ¡No me reconocía! Sin dilación, me acerqué y miré de qué se trataba. El pulso se me aceleró. Había llegado un mensaje de alguien a quien tenía registrada como «nena», que empañaba y destrozaba lo vivido segundos atrás. ¿Sorprendido? Te espero esta noche en el bar. A las doce. Te quiero. 11:37 No podía ser. ¡Hijo de puta! Capítulo 9 Dame una razón Se aleja de mí, con un empujón, al ser consciente de la intimidad que estamos compartiendo con un simple abrazo. Sé que mi olor le trae recuerdos, porque a mí el suyo lo hace y de una forma que abruma. —Entra —murmura y señala hacia adentro—. No tengo mucho tiempo, te pediría que fueses breve. No le pregunto por qué tiene poco tiempo. Lo imagino y confirmo que ya no queda nada en ella de lo nuestro. Quizá rabia o pena por cómo terminó todo. El pulso se me dispara aceptando que la he perdido. Cómo duele, ¡duele mucho! Me siento en el sofá más pequeño, ella en el más alejado. Cierra un libro que parece haber estado leyendo y apaga la música, suena su grupo favorito. Apenas se oye, pero le encanta oír a Morat[3] mientras lee. —¿Cómo estás? —me atrevo a preguntarle, pese a la mirada que me dedica—. Cuéntame, qué es de tu vida.
—Nada del otro mundo —susurra, distante, jugueteando con los bordes del camisón—. Encontré trabajo en otro bar y sigo aquí, compartiendo piso con los de siempre. Tampoco ha pasado mucho tiempo. —Siento lo de la cafetería —confieso con sinceridad. Fui un estúpido y mezclé nuestra relación personal con la profesional, algo que jamás había hecho. No de aquella manera—. Pensé que era lo mejor. —Y te equivocaste, pero ya da igual. —¿El qué da igual, Gala? Abandono el sofá y me arrodillo ante ella. Hace lo posible para que ni la roce, tampoco quiere mirarme. Le cuesta mantener sus ojos sobre mí. De modo que le sujeto el mentón y la obligo a que su mirada y la mía se crucen, se encuentren y manifiesten lo que con palabras no somos capaces. Así fue tantas veces… Ella con sus silencios y yo interpretándolos. —Dime —la presiono sin querer. —Todo, Luka, da igual todo. —Me observa y se muerde el labio, conteniéndose. Sé que lucha consigo misma para no venirse abajo—. Las explicaciones ya no son necesarias, ni los perdones. —El daño está hecho, ¿no? —Sí. —Tú también me lo hiciste, por ti empezaron nuestros problemas. —Y lo asumí en cuanto pude —replica a la defensiva. —Pero lo volviste a hacer. —No pienso discutir sobre algo que ya no importa —repite de manera tajante—. Al final siempre tuve razón, la diferencia de edad jugaba en nuestra contra. Demasiada inmadurez de mi parte para alguien tan sensato como tú. Aunque esa sensatez se tambaleó al final. Suspiro y niego con la cabeza. No he venido a esto, a que nos reprochemos cosas del pasado. Mi intención es conocer su vida, saber si puedo hacer algo por ella después de… En fin. Quizá sí, ya da igual esa parte. Es un error que a estas alturas no podré enmendar. —¿Has acabado? —me pregunta, removiéndose en el asiento. —¿Quieres que me vaya? Baja la mirada. Entonces le acaricio la mejilla. Gala cierra los ojos y me permite disfrutar de esa sensación que ella solo es capaz de proporcionarme. Satisfacción. No he podido encontrarla en ninguna otra. —¿Qué has hecho durante este tiempo? —susurra con la voz entrecortada. Me mira y siento que somos los de antes. —Intentar olvidarle, he quedado con tantas mujeres como he podido —confieso, arrepentido.
Traga con dificultad—. Pero con una cena me bastaba para entender que no despertaban nada en mí. Y así una y otra vez. Hasta que he desistido, pues no lo he conseguido. —No sigas. —¿Por qué? —La sujeto suavemente por la nuca y la atraigo hacia mí—. ¿Tanto han cambiado tus sentimientos? —Luka… —Te quiero —musito muy cerca de sus labios, respirando de su dulce aliento. Ella se tensa—. Te quiero, Gala. Incluso más de lo que creía y sabes que no fue poco lo que te demostré. —Ya no puede ser. —Dame una razón y me iré para siempre de tu vida. Se apoya en mi frente y fricciona su nariz contra la mía. ¡Joder! No tiene ni idea de cuántas noches he soñado con esto. —¿Por qué me pides que te olvide si tú tampoco has podido? —le pregunto con voz quebrada —. Tu piel y tu cuerpo me extrañan. Lo estás sintiendo ahora mismo con la misma fuerza que yo. —Luka… —Chis —le pido—. Chis, por favor. La miro a los ojos, estudio su reacción… y la vulnerabilidad que recuerdo de ella se hace presente. Acuno su rostro, la atraigo hacia mí, sin incorporarme y arrodillado a sus pies, la beso de una vez por todas. Su sollozo y mi gruñido se mezclan cuando nuestras bocas se tocan nuevamente. Se buscan, se encuentran y se reclaman sin piedad. Capítulo 10 Dudas Ni siquiera me atreví a mendigar falsas explicaciones. ¡Estaba harta! Me limité a pedirle a Jimena que le llevara el móvil a Luka antes de que éste saliera de la cafetería. ¡No sabía qué hacer ni qué pensar! Ya eran las once de la noche, me encontraba encerrada en mi habitación, haciendo el intento de cenar algo. Un sándwich de pollo sería lo primero que comiese en todo el día. Tenía el estómago cerrado y todo por su maldita culpa. No sabía ni cómo me sentía. O quizá sí… tonta, idiota, por haber pensado, aunque fuese un solo instante, que él podía ser diferente. «¿Y esto va a quedar así, sin mas? ¿Lo voy a seguir esquivando sin confesar lo que he visto? ¡No puedo! No soy tan cínica». Le di un par de bocados más al pan sin corteza y salí de la cama. Dejé a un lado mi camisón y rebusqué otro atuendo entre las prendas sin doblar que tenía sobre el escritorio, era muy desordenada. Me decanté por un vestido ceñido, de lana y azul marino. La realidad era que no me sentía
cómoda con mi estilo, no era definido, pues me sentía insegura. La mayoría de las veces me preguntaba si haría el ridículo con los vestidos al no sentirme tan atractiva, ni derrochar sensualidad. Esa parte de mí únicamente salía a relucir en la cama. Allí era otra Gala… La que existía antes de Simón. Finalmente entré en el baño. Me di la ducha más rápida de mi vida. Terminé de alistarme con una coleta alta, maquillaje neutro y botines con un poco de altura. Lo justo para estar cómoda e ir al bar algo arreglada. Pasé por el salón y saludé a mis otros dos compañeros de piso, Nando y Valentina, que reían entre ellos mientras veían una película. Me despedí y suspiré. Llevaba todo el día conteniendo las lágrimas. Luka no lo merecía. Los hombres no las merecían. A las doce menos cuarto entré en el bar. Estaba hasta arriba, por lo que pude pasar desapercibida. Era viernes y la noche sería larga. Entonces miré hacia la barra y lo busqué con desesperación. En un estado en el que no me reconocía. Los celos me estaban consumiendo. Mi corazón se aceleró y la boca se me quedó seca cuando lo vi. Salía de la zona interna del local. Sus ojos fueron directos a la barra. Sonrió. Me acerqué un poco más… ¡Cabrón! Ahí estaba ella, tenía que ser ella. Su «nena». Pues le retiró a la morena el cabello de la cara y le hizo un gesto con la mano. La invitaba adentro, a su sala. Era muy guapa y también años menor que Luka. Rondaría mi edad. ¡Cínico! Quizá tendría que haber pensado antes de actuar, pero en esas circunstancias me era imposible. Apenas podía respirar cuando rodeé el bar entre el gentío para que Lola no se percatara de mi presencia y llegué hasta donde necesitaba. Cogí aire y sin más preámbulos, abrí la puerta. Ambos se hallaban sentados en el sofá y enseguida miraron hacia mi dirección. Ella parecía desconcertada. Él… sorprendido. ¡Mentiroso! —Gala, ¿qué haces aquí? —me preguntó y se incorporó. —¿Cómo has podido? —le recriminé y cerré tras de mí—. Esta mañana me pides que confíe en ti y ahora… —Escúchame, déjame que te explique… —¡No quiero excusas ni mentiras! ¿Por qué no reconoces que eres como el resto y que te follas a otra a pesar de jurar lo contrario? La chica se echó a reír, Luka, por el contrario, acortó la distancia hacia mí de una zancada, cogiéndome por el codo. Me sacudí. —No me toques —le ordené de malas maneras—. ¿¡Y a ti qué coño te hace tanta gracia!? ¿Te gusta ser la amante? —¡Basta, Gala! Estás montando un espectáculo innecesario e inmaduro. Es Caterina, mi hermana.
—No te creo —murmuré, negando con la cabeza. —¿Pero te estás oyendo? —masculló él y se hundió los dedos en el cabello. Parecía no dar crédito—. Por Dios, te he hablado de ella. Como ya sabes; vive en Barcelona. Me ha avisado esta misma mañana de su visita. ¿Crees que sería tan estúpido de traerla aquí? ¡Joder, Gala! Me quedé sin palabras. No sabía si creérmelo. ¿Tan lejos estaban llegando mis celos? Él no me había dado motivos como tal, pero… Me sentí como una mierda al ser consciente de mi actitud. —Hola, un placer conocerte por fin —se presentó ella. Era preciosa y sí, quizá tenían algún parecido. ¿Los ojos? Cuánta confusión—. Mi hermano habla muchísimo de ti, aunque esta faceta no la conocía. —No es habitual —reconoció él, fulminándome con la mirada—. Pero forma parte de esa desconfianza que he mencionado a veces. —Y porque solo somos amigos que quedan de vez en cuando —recalqué al darme cuenta de que conocía nuestro secreto—. Nada serio. —Ni caso, nena —me interrumpió Luka, con un sonoro suspiro—. Esto viene por el tema de la edad. Ya te he hablado de ello también. —Hmm… Creo que tenéis que hablar más, os dejo solos. —¿Te importa si nos vemos luego? —le preguntó él. Caterina negó con la cabeza—. Perfecto, me llevo a Gala a mi casa. —No he dicho en ningún momento que… —Si quieres solucionar esto, vienes conmigo —zanjó y nos abrió la puerta a ambas—. Te llamo a primera hora, nena. —Vale… pasadlo bien y cerrar la puerta de la habitación, no quiero pillaros, ya sabéis. Aunque llegaré tarde. En fin, a gozarlo. No creí que los deseos de su hermana se cumplieran, aun así, seguí a Luka. Quería solucionarlo, claro que sí. Y necesitaba que él me hiciera entender por qué confiar ciegamente en su palabra. No podía vivir así. Esa situación empezaba a afectarme. A la salida me encontré con Lola, que me hizo un gesto con las manos de no entender qué hacía allí. Pero le devolví la respuesta con un escueto «luego te lo cuento». Finalmente salimos y él, sin importarle quién nos pudiese ver y pese a que la vergüenza me acompañó como si me estuviese exhibiendo desnuda delante de la gente, me sujetó de la mano y caminamos deprisa hacia su casa. Estaba a dos edificios del bar y a un par de calles de la cafetería. Cuando subimos en el ascensor, el silencio ya era ensordecedor. No lo soportaba y sabía que él tampoco, pero se mantuvo en su postura, serio, sin disfrazar sus emociones. Muy cabreado. —¿Sales del ascensor o no? —murmuró, haciéndome volver en mí cuando llegamos.
—Sí. —Entra —me ofreció sin paciencia. Lo hice y cerró—. Gala, no me voy a andar con rodeos y me importa una mierda si es mucho para ti. —¿Qué quieres decir…? Se detuvo frente a mí, con las manos en jarras. Conteniéndose. —Estoy cansado de esta situación, ¡te quiero, maldición! —Las piernas estuvieron a punto de fallarme—. ¿¡Es que no lo ves!? Haría cualquier cosa que me pidieras, pero necesito más de ti. —Luka… —¡No, no quiero escuchar lo de siempre! No tengo nada que ver con los tipos con los que me asocias a menudo y no lo soporto. ¡No soy un niñato con los que acostumbras a codearte y ahí está el problema! —No me grites —lo amenacé. —¡Te quiero y me duele tu rechazo! —Lo que has hecho al salir del bar no ha estado bien —susurré de manera atropellada. —¿El qué? ¿Cogerte de la mano? ¿Darte tu lugar de una vez por todas? —No supe qué responder—. ¿No lo necesitas? —¿Qué pensarán de mí? —¡Qué más da! —Me preocupa que piensen que me quiero aprovechar por el dinero… Soy una simple camarera y tú tienes una edad para… —Tener las cosas claras y te quiero a ti, sin importarme qué tengas o no. Para mí no eres una simple camarera, ¡valórate de una vez! ¿Y en serio vamos a hablar del resto después de confesarte mis sentimientos? —Estoy asustada —reconocí, sintiéndome muy pequeña. —Lo sé y no encuentro el modo de ayudarte. De ayudarnos. —Esto es muy difícil. —¿Me quieres? —Me sujetó la cara entre sus manos, acariciándome, derritiéndome—. Respóndeme, Gala. Me quedé callada. —Odio esto —murmuró y, muy despacio, empezó a desnudarme—. Odio que no seas capaz de expresar lo que tanto necesito oír. Me estremecí con su toque. La piel se me erizó. Es vestido cayó al suelo. Él se agachó y me quitó los botines, pronto estuvo a mi altura. Me besó el cuello, susurrándome cerca del oído: —Sé que me quieres, lo siento, pero necesito que tus labios me lo confirmen. Que me digas que vas a apostar por esto tanto como yo. Bajé la cabeza, pero Luka me obligó a que lo mirase. —No te escondas de mí, ya no. Es tarde, ¿no lo entiendes? —Explícamelo una vez más —imploré con un hilo de voz. —Ven aquí.
Me cogió en brazos y me llevó hasta su habitación. Me depositó en la cama, observándome con fiereza. Con el deseo que me hacía temblar, con la pasión que tanto anhelaba ver en sus ojos si era a mí a quien miraba. Justo como entonces, como si no existiese nadie más en el mundo. Solo yo. Quería sentirme única. Quería que él me hiciera sentir así. —Eres tan frágil —musitó, quitándose la camisa. Enseguida continuó con el resto de las prendas. Yo me deshice de mi ropa interior. Una con transparencias que le volvía loco—. A veces me pregunto cómo se puede amar tanto a una persona que solo te ofrece una parte de ella. «Amar…». El corazón se me pararía en cualquier momento. Era lo más bonito que me habían dicho nunca. Me ablandó, no pude evitarlo. —Cómo se puede amar tanto a una persona que no te da todo lo que necesitas —prosiguió, frustrado—, pero que te complementa con lo que te ofrece, aunque sean migajas. —No hables así —le imploré. —Es justo cómo me haces sentir tú. Liberó aire y me cubrió con su cuerpo. Ambos jadeamos de puro deseo. Quise que siempre fuese así. No tener dudas y mantener la misma seguridad tanto dentro como fuera de la cama. Ahí nos complementábamos, él tenía razón. Era yo, sin prejuicios ni dudas, le creía. Pero al salir, todo se rompía, como una pompa de jabón. Sí, muy frágil… La inseguridad regresaba. El vínculo no me parecía tan fuerte. La realidad me aplastaba. Luka se colocó el preservativo y mirándome a los ojos, entró en mí. Me arqueé y me besó, me mimó, me hizo el amor tan despacio que dolía. Las primeras lágrimas rodaron por mis mejillas. —Chis, no tengas miedo —musitó y las eliminó con sutiles besos—. No te haré daño, nunca, te lo prometo. Lo atraje por la nuca y mientras me invadía, me perdí en él. En las emociones que me hacía sentir. Rindiéndome sin opción a retroceder. Era imposible, estaba completamente enamorada de él. —Quiero que me hagas el amor toda la noche —le supliqué entre intensos besos y caricias interminables—. Como tú sabes. —Nada me gustaría más, pero no puedo —masculló, embistiéndome con sensualidad—. He de atender unos asuntos en el bar a partir de las dos de la madrugada, pero mañana puedes quedarte —gruñó sin abandonar los mimos, entrando y saliendo con delicadeza—. Te haré el amor unas horas y te espero en cuanto tengas un hueco para que pasemos el día juntos, para compensarte por
esto. Te amo tanto, Gala. Me alarmé, ¿qué tenía que atender a esas horas? Odiaba el mundo de la noche justo por aquello y él lo sabía. «No empieces». —¿Me oyes? No respondí. —Gala. —Odio el bar… —Lo sé, ya hablaremos. —Detuvo las embestidas—. Mañana no trabajo, ven en cuanto puedas y quédate, quédate siempre. —Yo… —Te estaré esperando —susurró, ronco. Mientras me invadía, busqué su mirada. Esa mirada expresiva que tanto me transmitía, la misma que justo en ese instante me rehuyó. Descubrí que algo me ocultaba. Capítulo 11 Debilidad Acaricio su pelo, ciño su rostro contra el mío. Respiro de su aliento en un beso desesperado, salvaje. Lleno de deseo, de ansiedad. Le muerdo los labios, los chupo. Resbalo mi boca sobre la suya una y otra vez, demostrándole que no solo la he echado de menos en lo carnal, sino en lo sentimental. Y me vuelvo paciente, la beso despacio. Ella muestra la misma entrega, hasta que algo rompe la magia. Intento impulsarla hacia a mí por la cintura y se aparta de golpe. Aleja mis manos de mi cuerpo. Me observa como si no estuviese aquí. Como si hubiese sido consciente de su debilidad y no pudiese permitírselo. Repentinamente marca distancia, se convierte en hielo. —¿Qué pasa, Gala? —No me toques. —Se levanta sin apenas rozarme y da vueltas sobre sí misma—. ¡No me toques! —¿Qué ha sucedido de un momento a otro? —pregunto, apretándome las sienes. Estoy tan desconcertado. Hace apenas unos segundos la creía mía y ahora… ¿¡Qué me oculta!?—. Gala, por favor. —¿De verdad piensas que todo se va a resolver con un par de besos o follándome? —me reprocha, asqueada—. ¿¡Es lo que necesitas para dejarme en paz de una vez!? —¿¡Me lo estás preguntando enserio!? —¡Entonces déjame en paz! Vete, ya lo hiciste una vez y no te costó demasiado alejarme de ti. —Intento acercarme. Me lo prohíbe con la mano en alto y los dientes apretados—. Como tú no has sido capaz de olvidarme, ¿tengo que soportar que vengas a mi casa cuando te plazca?
Me quedo sin palabras. No la reconozco. Y lo cierto es que odio que se sienta así. —No, Luka, no quiero estar repitiendo esta escena cada día y no te excuses en que me he dejado besar, porque mi decisión va más allá de un maldito beso o de una noche de sexo. —Sé clara, por favor. —Me dejaste cuando más te necesitaba —confiesa y se le rompe la voz. Pero pese a ello, se mantiene firme—. Ni siquiera me permitiste que te explicara mis razones y ahora ya es tarde. ¡Demasiado! —¡No sé de qué me estás hablando! —¡Porque te negaste a ello! —grita. Finalmente acorta la distancia, golpeándome el pecho con toda la rabia que siente dentro. Liberándola. La cabeza me estalla. No entiendo nada—. ¡Fuiste un puto cobarde! —¡Gala, basta, por favor! —No puedo, lo que hiciste conmigo y en el peor momento; nunca te lo perdonaré. Nunca, Luka Acosta. Capítulo 12 La apuesta A pesar de la desconfianza que me embargó la anoche anterior, me convencí de que no podía estar así, me quería, me lo demostraba. De modo que salí de casa sonriendo, había llegado el día. ¡Sí, ya era hora! Me encontraba con fuerzas para enfrentarme a ello. Fue una decisión muy meditada. Meses atrás no lo hubiese creído posible. Pero iba a dar el paso, le confesaría lo que sentía por él. Le llevaría a casa para que conociera a mis amigas. A mi entorno. A mi familia. Me abriría como Luka tanto reclamaba. Sin avergonzarme de esos doce años de diferencia. Sí, también había reflexionado sobre la escena del bar, la de él y yo saliendo de la mano y ahí me di cuenta de su generosidad. Fue la confirmación de que era mío, ¿no era lo que quería en realidad? Poder reclamar si alguna se acercaba más de lo permitido. Me dio mi lugar sin importarle que fuese su empleada y tenía tantas cualidades. Era caballeroso, atento, cariñoso… y estaba colado por mí. ¿¡Qué más podía pedir!? ¡Qué más daban doce años de diferencia! O que nos moviésemos en ambientes diferentes. Hasta entonces nos habíamos entendido pese a las trabas que le ponía. No éramos tan incompatibles, solo distintos. Y sobre el futuro… ya hablaríamos, necesitaba vivir el presente. Y es que jamás pensé en volver a sentir ese constante cosquilleo en el estómago, esas ganas de ver a alguien a todas horas. De compartir más que noches de cama, de pasión. Quería más, mucho
más. Me había costado asimilarlo y no era para menos, pero poco a poco Luka iba rescatando a la chica que habitaba dentro de mí antes de que me rompieran de nuevo el corazón. Que estaba tan hecho añicos… Caminé por las calles de Madrid sin que la sonrisa se fuese de mi rostro. Ya estaba cerca de la casa de Luka y mi intención era sorprenderlo. No me esperaría y menos tan temprano, sin embargo, no podía callarlo más. No después de lo que confesó pese a mis miedos y negativas. Lo amaba de la misma forma y tenía que abandonar las dudas… a pesar de las que originó horas atrás mientras me hacía el amor y sus ojos me rehuían. No había motivos, me convencí, no haría algo así… Era imposible. Me sonó el móvil, rebusqué en mi bandolera y sonreí al comprobar que era Lola. La que solo con mirarme sabía qué pensaba. —Gala, ¿dónde estás? —preguntó sin darme tregua. —A verlo… —Madre mía, son las once de la mañana y es tu día libre, ¿no ibas a descansar? Espera, no me respondas, sé la respuesta, si se trata de él… —Me paré frente al portal de Luka, histérica—. Se te está yendo de las manos, lo sabes, ¿verdad? —Voy a confesarle que estoy enamorada. —¿¡En serio!? ¿Y me lo dices así? Joder, que llevo meses esperando este desenlace. — Suspiré, pues supe qué vendría a continuación—. ¿Lo haréis público? ¿Me presentarás a sus amigos maduritos? ¿Iréis formal? ¡En fin, qué ilusión! Ya era hora, ¿no? —Calma, Lola. —Es que esperaba mucho este momento, que te creyeras que podías volver a ser feliz. Has sido muy paranoica. Demasiado reservada. —¿Qué querías que hiciera? No podía dejarme llevar sin más. —Sigo pensando que eres una exagerada. —Ya conoces mis motivos, pero bueno, todo eso queda atrás —repliqué convencida de ello—. Te veo luego, ¿vale? —Venga, mucha suerte, amor. —Gracias, Lola. Corté la llamada y me armé de valor para hablar con Luka. Parecía una quinceañera, como si fuese mi primer novio. Estaba tan nerviosa… y al mismo tiempo me moría de ganas por expresarle todo lo que me hacía sentir. Llamé varias veces al portero automático, pero no me respondió, por lo que decidí ponerme en contacto con él vía telefónica. No fue necesario que insistiera demasiado. En el segundo tono… —¿Gala?
—Sí, soy yo, ¿te interrumpo? —No —murmuró muy bajito—. Dime, ¿todo bien? —Sí, tenía entendido que hoy te ibas a tomar el día libre y he venido a verte. Me gustaría hablar contigo. —He tenido que salir. Me ha surgido una reunión que no esperaba, un pequeño contratiempo que se alargará bastante, pues son trámites y demás. Y luego he quedado con Cat, necesito hablar con ella y como anoche no respondiste ni quería presionarte... —Hizo una pausa y añadió—: Pareces seria. ¿Ha sucedido algo que deba saber? —No… ¿A qué hora llegarás? —Te aviso. ¿Seguro que todo está bien? —Sí, llámame cuando podamos vernos. —Será tarde —aclaró con voz ronca—. Tengo comida de negocios. Pasaré por el gimnasio. También he de ultimar unos detalles de otro compromiso y luego ceno con mi hermana. —Anoche me dijiste que… —Lo sé y todo ha dado un giro que no esperaba. Y para solucionar esto, necesito a mi hermana. Ya te explicaré con más calma. —De acuerdo. Adiós… —Gala, espera —me ordenó, acelerado, aunque sin subir el tono. —¿Sí? —Te he echado de menos esta noche. Me apetecía decirle que yo también y que justo por ello había tenido más horas para reflexionar sobre nuestra relación, pero callé, no era mi intención que aquello tan bonito quedase empañado al no estar frente a frente. No quería que en un futuro recordásemos nuestra conversación más transcendental por una fría llamada telefónica. —Lo sé —me limité a decir. Deduje que esperaba más, siempre lo hacía, lo que Luka no tenía ni idea era de que, cuando nos viésemos más tarde, le daría todo lo que merecía de una vez por todas. —Avísame —le recordé. —No lo dudes. Fue él quien terminó la conexión y cuando estaba guardando el móvil, salió un vecino del edificio. Uno que conocía de haberme cruzado con él varias veces durante esos meses. Me preguntó amablemente si iba a entrar y le respondí que no, hasta que recordé que Luka guardaba una llave dentro de una planta; que había junto a su puerta. «¿Y si le doy una sorpresa?». Decidí subir, adelantarme a los acontecimientos. Se me ocurrió esperarlo. Conocía cada detalle de su hogar y podría preparar un aperitivo, un par de copas y recibirlo en ropa interior. Después de hablar, haríamos el amor y nos encerraríamos en la habitación durante horas. Se me escapó una risita ante mis pensamientos. Entré en el ascensor y le di a la cuarta planta. Con un suspiro, me observé en el espejo del
cerrado espacio. En mí se reflejaba la felicidad. Mis ojos verdes brillaban más que nunca. Llevaba el cabello suelto y el brillo de labios que tanto le gustaba a Luka. Cuando el ascensor se detuvo, salí enseguida y busqué la llave. No tardé en estar dentro, en el salón, y lo primero que miré fue su foto, siempre lo hacía, ya que estaba colgada justo en la pared frontal. Era la del día de su graduación. Salía guapísimo, pero con el paso de los años lo estaba aun más. Quizá la madurez, no lo sabía. O esas arruguillas que ya asomaban y que lo hacían más interesante. De pronto… me alarmé, ¿qué era ese ruido? Uno más… ¿Estaba en casa y no me lo había querido decir? No lo entendería. Dejé mis cosas en el sofá que se encontraba justo a la derecha de la entrada y, con sigilo, recorrí el pasillo hasta llegar a la puerta de su habitación. Estaba cerrada y oí un ¿quejido? No supe qué estaba sucediendo y, muy despacio, entreabrí la puerta. Disfracé un grito, impactada, con la mano en la boca. No podía ser verdad… ¡No podía ser! Sentí un fuerte dolor en el pecho que me oprimió la respiración. Las piernas me flaquearon. ¡Me había engañado, no era su hermana! Caterina me daba la espalda, cabalgando sobre Luka y a éste prácticamente ni se le veía. Pero conocía a la perfección las prendas que estaban tiradas en el suelo, una de las camisas que menos me gustaba por su áspera textura… No di crédito. Entendí su excusa, el porqué finalmente «trabajaba» ese día... El motivo por el cual había afirmado no estar en su piso cuando no era cierto… Su huida horas atrás. —¡Maldito seas! Ella se sobresaltó y me contempló desencajada. Enseguida se incorporó, cubriéndose con la sábana. ¿¡Por qué se prestó a aquello!? —Pero ¿estás loca? —me recriminó y señaló hacia la cama—. ¡Es Fabio, el amigo de mi hermano! Éste asomó la cabeza, confundido… Ninguno de nosotros esperaba al otro allí y menos porque la última vez que lo vi; fue acompañado por su novia… La cabeza me iba a explotar. Por lo que creía haber visto, por lo que era en realidad. Me quedé descolocada, aliviada y avergonzada. —Gala, creo que necesitas ayuda y te lo digo en serio. —Lo siento, he visto la ropa y… —La de Fabio está al otro lado de la cama, mi hermano se ha ido con las prisas y al rebuscar lo ha dejado todo desordenado —explicó Caterina, con el ceño fruncido—. Hemos venido a su dormitorio porque su cama es más grande… Ni siquiera sabe que…
—No le diré nada —musité, abochornada. —Yo también te guardaré el secreto. —Ya sabía yo que Luka te miraba demasiado —se burló Fabio. —Tú también serás nuestro cómplice —le ordenó Cat. Sin soportar más la vergüenza, asentí y me marché dando un portazo. «¿Qué me está pasando? ¿Por qué veo cosas donde no las hay?». ¡Es su hermana! Y había llegado a pensar que estaban liados. «¿¡Por qué no aprendo!? Nunca lo hago si se trata de él…». Salí disparada del edificio y prácticamente corrí por las calles de Madrid. Entré en la cafetería con la necesidad de hablar con alguien, de desahogarme. De contarle a Jimena lo que estaba sucediendo en mi vida, aunque sin dar nombres, sería más objetiva que Lola. Ella era tan romántica… Pero no era mi día de suerte. Allí se encontraban las dos, hablando y riendo. Había pocos clientes y aprovechaban para ponerse al día. —¿Y tú qué haces aquí? —me preguntó Lola, sorprendida. —¿Y tú? —He venido a tomarme un café. Valentina y Nando me han despertado con sus gritos. Esos dos o se comen a besos o se ponen de vuelta y media. A ver si se van pronto del piso. Un momento, ¡a ti te pasa algo y muy grave! Oh, ya. ¿Has hablado con…? —Chis, no grites. Estoy hecha un lío y haciendo cosas de las que no me siento orgullosa ni me reconozco. Me estoy volviendo loca. —No se fía del tío con el que está saliendo —le informó Lola a Jimena, que seguía nuestra conversación con atención—. Ya sabes, después de varios desengaños amorosos… —Normal, Luka siempre tiene a muchas mujeres alrededor. Me quedé estática. ¿Jimena lo sabía? —Se ve a leguas, te lo comes con la mirada —confirmó, encogiéndose de hombros—. No sé por qué no gritarlo a los cuatro vientos. —Digamos que Gala tiene muchos prejuicios. —Ya no. —Jimena alzó la ceja—. La edad y esas cosas. Que acepté de una vez por todas anoche, pero las dudas y desconfianza… —Me conozco esa historia —me interrumpió Jimena. —¿Con tu ex? —pregunté, interesada. —Sí, ¿y sabéis cómo lo puse prueba? —¿Cómo? —murmuró Lola, intrigada. —Con una trampa. —¿Y qué pasó? —insistí con la necesidad de conocer el desenlace. —Calló, me ocultó la información, lo pillé y supe de qué palo iba. Hazlo, es una buena forma de saber hasta qué punto te respeta Luka. Tanto Lola como yo nos quedamos en silencio mientras Jimena narraba su maléfico plan. Por
un momento me negué en rotundo, pero luego… no lo vi mal del todo. Sería la prueba definitiva que necesitaba para dejarme de rodeos o quizá nunca lo podría hacer feliz. Apenas media hora antes iba a declararme y entonces, por el contrario, tenía la oportunidad de descubrir cómo se comportaba con otras cuando yo no estaba presente. Sería positivo para él si decía la verdad… y para mí. —Apuesto a que no cae —afirmó Lola sin un ápice de duda. —Pocos superan la prueba, yo apuesto a que sí cae. ¿Y tú, qué dices, Gala? ¿De qué lado estás, del de Lola o del mío? —No lo sé… Quisiera estar tan convencida como Lola. De hecho, hace un rato lo estaba, y así… Así no se puede vivir. Él no lo merece. —Decántate en esta balanza. Si la apuesta la gana Lola, le haces quince días gratis de trabajo y si gano yo, me los cubres a mí. —Es decir, trabajo el doble, ella o tú seguís cobrando vuestro sueldo sin hacer nada y yo lo mismo pese a explotarme. ¿Y qué gano yo? —Saber si Luka es el hombre que necesitas. Tenía sentido, mi futuro podría depender de ello… O no… ¡No lo sabía! —¿Por qué estás tan callada, Lola? —Mi amiga puso caras ante mi pregunta—. Di la verdad, ¿qué piensas? —Es una locura. Lo era, pero necesitaba respuestas y solo él, con su actitud, me las daría. Jimena sacó un teléfono, uno viejo que usaba cuando pretendía ocultar su identidad. Me proponía probar, pues me lo prestaría hasta que mis dudas se disipasen y no me lo pensé más. —Acepto la apuesta —dije al fin y Jimena empezó a escribir. Hola, soy Anna, una chica que frecuenta tu bar. No voy a andarme con rodeos, llevo varios días observándote y gracias a mis contactos, he podido conseguir tu número de teléfono. He pensado que quizá podríamos quedar a tomar algo, hablar, no sé. Pasar un buen rato. 12:12 —Demasiado directa —criticó Lola a Jimena—. Estáis locas. ¿Quién respondería a algo así? —Las personas que buscan lo mismo, sexo morboso —recalcó Jimena—. Hay que ser directa, ir al grano, que vea cuáles son tus intenciones, si las suyas son otras, te dará largas a la primera de cambio. De lo contrario, encontrarás las respuestas que tanto buscas. —Eh, mensaje —las avisé, nerviosa—. ¿Qué ha respondido? Lo siento, no estoy interesado. Gracias por el interés. Buen día. 12:17 —¿Qué os he dicho? —replicó con orgullo Lola—. Anda, deja de hacer la idiota, Gala. Y compórtate como una mujer, no como una cría.
—Déjala. Recordad, tiene de plazo una semana para cambiar de opinión, de lo contrario, lo bloquearemos y se acabó. Paciencia, chicas. Casi ni les presté atención, estaba feliz, no pude ocultarlo. ¡Lo amaba! El corazón me explotaba de amor. Luka no se cansaba de demostrarme que era el hombre que necesiba. Y lo quería a mi lado, formalizar la relación como había decidido hacía apenas unas horas atrás. Ya no había dudas, tampoco miedos. Quería entregarme a él por completo. Una sensación que horas después, cuando me encontraba sola en casa, se transformó. Al móvil llegó un mensaje y no era de otro que de él. De Luka. Un mensaje que me descolocó y confundió. Hola, soy Luka Acosta, esta mañana he sido un poco descortés y me he precipitado. Un placer, Anna, ¿estarás esta noche por el bar? 23:21 ¿¡A qué jugaba!? Capítulo 13 Reproches No entiendo su comportamiento. Sus reproches. No cuando ella me empujó a ciertas situaciones con sus actuaciones. Entonces, ¿qué pretende? —Te recuerdo que fuiste tú quien empezó mintiendo. —Gala deja de golpearme el pecho y camina hacia atrás, decepcionada—. ¡Tú me obligaste a tomar decisiones! —Ahí tienes la razón que estabas buscando —replica y señala la puerta—. ¿No querías una razón? ¡Ya la tienes! —Deja de comportarte como una… —¿Niñata? —me interrumpe completamente fuera de sí—. Algo así mencionaste alguna vez, ¿no? Ya tienes otra razón para no volver. —¿¡De verdad quieres que me marche sin más!? —¡Ya lo hiciste y tu regreso no supone nada para mí! —Coge aire y vuelve a juguetear con la tela de su camisón—. ¿Quieres otra razón? —Quiero la verdad, Gala. —Me avergüenzo, sí, me avergüenzo de recuperar esto. —Me parte en dos, lo hace cómo no imagina—. De que me vean contigo. La gente se pregunta qué hago con un tipo con doce años más y es cierto. —No te creo —mascullo sin dar crédito a sus palabras. —Pues créetelo, sé que por un momento te hice pensar que no era así, pero he meditado mucho en estas semanas y tu madurez me supera. —Hace una pausa y añade con frialdad—: Y me aburre. —¿Qué ha pasado contigo? —pregunto, horrorizado—. Nunca me has hablado así, pese a todo.
—Antes te quería. —¿Ya no? ¡Porque hace justo unos minutos me has demostrado lo contrario! Por Dios, Gala, ¿¡qué está pasando!? —Ya te lo he dicho, asúmelo. Quiero que me borres de tu vida como yo he hecho de la mía. — Cierro los ojos. Esto me parece una pesadilla—. Me arrepiento de lo que acaba de suceder, ¿sabes por qué? La miro y me tiro del pelo, me sobrepasa su actitud. Y en el fondo, sé qué vendrá a continuación. Me he negado a aceptarlo. Es tan obvio… ¡Maldita sea! —He rehecho mi vida y él no se merece esto. —Una fuerte punzada en el pecho me deja sin aire. Aun así, Gala no da marcha atrás, a pesar de presenciar mi sufrimiento. Conoce cada uno de mis gestos y sabe que me estoy muriendo con su confesión—. Vete, Luka. Vete y no vuelvas nunca más. Él no puede verte aquí. —¿Es Simón? —Niega enseguida. Únicamente me queda una duda para acabar con esta tortura que ya no soporto—. ¿Eres feliz? —Más de lo que fui contigo alguna vez. Capítulo 14 Tan cerca, pero tan lejos… «No empieces. ¡Tiene derecho a conocer a gente nueva…!». Me repetía… Lo que me descolocaba, era que no me había llamado en todo el día, a mí, a Gala, que no hubiese tenido tiempo para mí y le estuviese preguntando a otra, ¿qué? ¿Quería quedar con ella de verdad? Me senté en la cama y con dedos temblorosos, le escribí. ¡Hola! Me alegro de que hayas cambiado de opinión. No, esta noche no podré ir, mañana trabajo temprano. ¿Ibas a estar por allí? 23:23 Sí, estaré hasta el cierre. Es fin de semana, ¿en qué trabajas? 23:23 Era cierto. ¡Maldita sea! Pero ¿por qué le interesaba? «Calma, Gala, calma». Solo eran mensajes… Escribí lo primero que se me ocurrió. Camarera de hoteles y no tengo turnos fijos. Van variando. 23: 24 Tuve la esperanza de que allí terminase la conversación. Por lo que decidí llamarlo, preguntarle si ya había acabado su jornada. A juzgar por los mensajes, parecía ser que sí, pero ¿tenía pensado quedarse en el bar? ¿A qué venía entonces la propuesta de ese mismo día y de la noche anterior? ¡Me iba a volver loca!
No tardó en responder y no me extrañó… Si estaba con el móvil… —Hola —lo saludé, inquieta—. ¿Te has olvidado de mí? Sé que me dijiste que terminarías tarde, pero ya son las once y media. —Lo siento, me han surgido algunos imprevistos. Tendremos que dejar esa charla para mañana. Espero que no te moleste. —No… claro que no. —Entonces supongo que no era importante. —Su tono fue bastante seco. Diría que aburrido —. ¿Cómo te ha ido el día? —Bien. Oye, ¿te pasa algo? —No, simplemente estoy cansado. —¿Estás en casa? —pregunté, pues no entendía nada. —No empieces, Gala. Deja de controlarme, por favor. Hemos hablado de esto, no tienes que preocuparte por nada. —De acuerdo, están tocando a la puerta y no hay nadie en el piso. Llámame mañana, si tienes un hueco para mí, claro. Y antes de que me respondiera, terminé la conexión. ¿No podía quedar conmigo y hablaba con otra? ¿¡De qué iba!? Me dejé caer hacia atrás, buscando el modo de relajarme. Pero sonó el móvil de Jimena. Era otro puto mensaje de Luka, ¿¡en serio!? Perdón, he recibido una llamada y no podía responder. Entonces camarera de hoteles… Ya me dirás en cuál estás para hacerte una visita, si no te pasas antes por el bar. 23:32 No di crédito. Estaba entrando al juego de una tía que no conocía. ¿Por qué actuaba así? La noche anterior no quiso que me quedara a dormir, no me había llamado en todo el día y, para colmo, se mensajeaba con otra. ¿Qué quería que pensara? Tranquilo, supongo que estarás ocupado, no te quito más tiempo. Ya hablaremos otro día si te apetece. 23:33 No estoy haciendo nada interesante, no te preocupes. Cuéntame, ¿eres de aquí, de Madrid? 23:33 Sí, ¿seguro que no te quito tiempo? Estabas en el bar, ¿verdad? 23:34 He cambiado de opinión y me voy a tomar unas copas con unos amigos, a desconectar un poco, pero si te pasas, avísame. 23:35 «¿¡Qué estás diciendo, Luka!?».
En teoría estaba ocupado, ¿cómo que a tomarse algo con los amigos? ¿Estaba agobiado? ¿Era por mí? ¡Tenía que serlo! De lo contrario, quedaría conmigo. ¿No iba a cenar con Cat? ¿Sería su cómplice o habrían acabado? Joder, joder… Tenía un nudo en el estómago que no soportaba ya. Quizá no había sido buena idea jugar a aquello, la apuesta podía salirme muy cara… Una parte de mí no quería abrir los ojos tan bruscamente. Y era justo lo que estaba sucediendo. ¡Me decepcionaba! ¿De verdad Luka era como los demás? La pregunta regresaba. ¿Quién era realmente Luka Acosta? No lo creo, gracias por la invitación. Pásalo bien. Ha sido un placer hablar contigo. He de irme a la cama. Buenas noches, Luka. 23:37 Buenas noches, Anna, que descanses. 23:37 Tenía celos, lo reconocía. Me molestaba incluso ese «buenas noches». Y necesitaba una tregua, aunque solo fuese por unas horas. Pero antes, llamé a Lola, que trabajaba en el bar y me podía informar. Tenía que despejar un poco esa situación tan confusa. O quizá era el golpe de realidad al que no me quería enfrentar. No otra vez. Lo había creído… ¿Qué vendría después? Los «me arrepiento», «fue una tontería», «no lo volveré a hacer». Temía tanto a esas frases… pero más temía creerlas y perdonarlas. —Gala, ¿qué pasa? Esto está hasta los topes y no puedo hablar —respondió Lola a la quinta llamada—. ¿Todo bien? —¿Luka está ahí? —¿Otra vez con eso? —Me apreté las sienes, agobiada—. No, no ha pasado por aquí en lo que va de noche. —¿¡Entonces dónde está!? —Y yo qué sé. Gala, tengo que colgar y relájate. Ojalá fuese tan fácil. ¿Y si me presentaba en su casa? Esperaría a que llegase y le pediría explicaciones. Era lo justo, ¿no? ¡No! Lo estaría agobiando más… Tal vez lo único que necesitaba era que lo abrazase, lo besase y le dijese cuánto lo quería para que termináramos de salir de ese bucle. Sí. Cambié de opinión y tomé la decisión que creí más acertada. Fue Caterina quien me abrió. —¿Vas a salir o llegas? —la interrogué, sonriendo. —Ambas. He cenado con Luka y ahora me voy de fiesta. «Han cenado juntos, no ha mentido».
—Siento lo de esta mañana —me disculpé, sentada en el sofá. Ella terminaba de maquillarse —. No siempre soy así de desquiciada. —Eso espero por el bien de mi hermano —bromeó y ambas nos reímos—. No te preocupes, todos cometemos fallos. —Fabio tenía novia hasta hace unos días —le advertí. —Lo sé. No le gustó nada que se lo recordara, pues se despidió secamente y se marchó. Me asomé a la ventana y confirmé mis sospechas. Él la estaba esperando abajo. ¿Acaso se había convertido en su amante? No podía entenderlo, iba en contra de mis principios. Finalmente, entré en la habitación de Luka, la más grande de la casa, la única que poseía una cama enorme para más de una persona. Me eché en ella y miré la hora; las doce de la noche. Cerré los ojos, dejándome llevar por los recuerdos… Pensando en si hacía lo correcto. ¿Me equivocaba con él? ¿Debí enamorarme? Me cuestionaba si merecía la pena confiar. Pues no había vuelto. ¿Vendría pronto? Una pregunta que horas más tarde seguía haciéndome. A las tres de la madrugada el sueño me venció y él no había llegado. *** Me desperecé desconcertada y miré a mi alrededor. Me hallaba en casa de Luka, pero él no estaba ahí. ¿Acaso no había aparecido en toda la noche? Me incorporé de golpe, con el corazón a mil por hora y revisé cada estancia… Únicamente una estaba ocupada. La habitación de Caterina, que amanecía sola, lo que me aliviaba. Fabio era un picaflor. «¿Dónde estás metido Luka? ¿¡Dónde has dormido!?». Las ideas que desfilaban por mi cabeza no eran nada buenas, ¿qué explicación le daría a aquello? ¿¡Debía seguir manteniendo la calma!? Todo me recordaba a Simón… La historia se repetía. Me adecenté como pude y me marché a casa. Valentina estaba en la cocina, preparaba el desayuno y decidí quedarme un rato con ella. Su novio había salido a correr y Lola aún dormía. —¿Todo bien? —se interesó y me sirvió un café—. Tienes mala cara. Últimamente estás muy rara.— No sé… con todos los cambios del trabajo y demás, ya sabes —mentí, no me apetecía que nadie más supera que, posiblemente, me estaban poniendo los cuernos… Otra vez—. ¿Ha llamado alguien al teléfono fijo? Anoche o hace un rato, quiero decir. —No, que yo sepa no. —Vale. ¿Sabes qué? Me voy a echar un poco, estoy cansada. —Normal, toda la noche de fiesta —apostilló, riéndose.
Me reí por no llorar y me dejé caer en mi cama en cuanto llegué a ella. Miré el móvil, apenas eran las ocho y media de la mañana. No trabajaba, ese fin de semana había tenido suerte con los días libres. ¿Y si lo llamaba? Quizá lo despertaba, ¿¡y qué más daba, joder!? Necesitaba saber dónde estaba, qué sucedía con él… Conmigo. Con lo nuestro. A la primera no conseguí respuesta. Quería gritar, saber qué me estaba ocultando, aunque en el fondo; mi corazón ya lo sabía. —Buenos días —me saludó cuando por fin lo localicé—. ¿Todo en orden? Es muy temprano. Respiré. Traté de controlarme, pero no podía más. —¿Dónde estás, Luka? —En mi casa, ¿dónde voy a estar, Gala? —¿Has dormido allí? —lo interrogué, agobiada. —¿Qué clase de pregunta es esa? Por supuesto que sí, ¿dónde si no? Te voy a pedir un favor, no empecemos. ¿Cómo callarme si sabía que me estaba mintiendo? ¿¡Cómo reprimir esas ganas de mandarlo todo a la mierda cuando me engañaba en mi cara!? «¡Lo quiero, joder!». —¿Te veré hoy? —Hice de tripas corazón—. Necesito que… —Sí, te recojo esta noche para cenar. —¿No puedes antes? —Tengo asuntos que atender, lo siento. No supe si era cosa mía o que de verdad me estaba volviendo loca, pero lo creía más frío y distante. ¿Había conocido a alguien? ¿Había pasado la noche con ella? Tantas incógnitas me mataban. Me dolía pasar por ello. —De acuerdo —musité finalmente—. Te espero. —Gala. —Dime… —Te quiero. Colgué. ¿Por qué tenía que comportarse como todos cuando decía ser diferente? Y por si tenía alguna duda… «¡Lo odio!». Buenos días. Espero que vaya bien la jornada, Anna. Me gustó hablar anoche contigo. 08:42 Era obvio que estaba dejándole claras sus intenciones. ¿Para qué iría a desearle los buenos días a una persona que no le interesaba? Si no me sacaba pronto de dudas, perdería la puta cabeza. ***
Por su culpa me pasé el resto del día en la cama, pensando, dándole vueltas a lo poco que sabía hasta el momento. Recapacitando sobre en qué fallaba para que todos los hombres terminaran yéndose con otras. Llamé a mi madre y le pedí consejo. Ella, tan cariñosa como siempre, insistió en que me dejara llevar. Que merecía ser feliz. Que en casa estaban preocupados por mi cambio desde que rompí con Simón. Que ni ella ni papá me reconocían. Que lo intentara de nuevo. Que confiara. No podía… A las siete de la tarde decidí hacer tiempo y bajar a la cafetería, tomarme un café calentito y entrar en calor. Jimena me atendió con cariño, me preguntó si Luka había vuelto a escribirme; se lo negué. Me avergonzaba de no haberlo mandado ya a la mierda. —El que faltaba —comentó y señaló con la cabeza hacia atrás—. Viene directo aquí, a tu mesa. Voy a servir, cualquier cosa… —Tranquila. No había que ser muy inteligente para saber de quién se trataba. Pero esa vez no lo esquivaría. Necesitaba entender qué hacía mal. No podía seguir así. —Qué sorpresa —dijo Simón, disimulando. No había tardado mucho en averiguar mi definitivo cambio de trabajo—. ¿Cómo estás? —Bien… —¿Te puedo hacer compañía? —Adelante. —Señalé la silla de enfrente, no lo quería a mi lado y aclaré—: Solo unos minutos. —Un café, por favor —le pidió a Jimena y centró su atención en mí. Examinándome sin pudor. Me miró el discreto escote de pico que llevaba y la falda que cubría hasta el inicio de mis rodillas, aunque con las medias tupidas debajo—. Estás guapísima. —¿Qué te faltó conmigo? —pregunté sin rodeos. —¿Perdón? —Ya lo has oído, ¿qué fue? —No lo sé, yo te quería de verdad. Pero salí una noche y… —Sexo —lo interrumpí, avergonzada—. Fallaba en el sexo. —No, qué va. Fui un estúpido. —Lo fuiste. Jimena le sirvió el café y me echó una mirada envenenada. La conocía, parecía estar controlándose, hasta que murmuró yéndose: —Cuando te ponen los cuernos el único que falla es el infiel y su pareja no es culpable de querer a semejante traidor. —Tus amigas tan amables siempre —comentó el aludido con ironía—. Es un placer verlas. En fin. —Uno recoge lo que siembra y…
Me quedé callada, pues justo en ese instante Luka entraba en la cafetería. Sus ojos repasaron cada rincón de la estancia hasta que dio conmigo. ¿Me buscaba? ¿Cómo sabía que estaba allí? En dos zancadas se plantó delante y señaló hacia Simón, quitándole de las manos el café del que estaba a punto de beber. —Fuera de aquí, no te quiero en mi propiedad. —¿Por qué? —replicó Simón y me puse de pie, nerviosa. —Una vez molestaste a una de mis empleadas y… —Oh, no me jodas, ¿te estás follando a este tipo, Gala? Pero si no pegáis nada y es un… Lo siguiente transcurrió muy deprisa. Luka cogió del cuello a Simón y lo arrastró hacia la calle. Allí le gritó cosas que no alcancé a oír. Pero no llegaron a más, Luka era demasiado elegante y sensato para comportarse así. Poco después regresó a mi lado. Estaba furioso y no solo con Simón. —¿Me puedes explicar qué haces tomando algo con una persona que te ha hecho tanto daño? Te recuerdo que soy yo el que está pagando sus malditas consecuencias. Pues gracias a ese cerdo, no confías en nadie. Incluyéndome a mí a pesar de decirte cuánto te quiero. —A veces las palabras no son suficientes. —¿Me estás diciendo que no te lo demuestro? —espetó de malas maneras. Negaba con la cabeza y se apretaba el puente de la nariz—. ¿Sabes qué? Cada día te entiendo menos, Gala. —Entonces es algo que tenemos en común. —¿Te encuentro tomando algo con tu ex y eres tú la que estás a la defensiva? Esto es el puto colmo. —No me hables así. Me miró fijamente y asintió, pensativo. —Lo siento —masculló con un suspiro—. ¿Nos vamos? —Es pronto. —Me apetece estar contigo, ¿también te cuesta entenderlo? ¡Mentiroso! Me ofreció su mano, que acepté, aunque no muy convencida. Estábamos tan cerca, pero tan lejos… ¿Qué derecho tenía a reclamarme cuando hacía lo que le daba la gana a mis espaldas? ¿Hasta cuándo pensaba callarlo? Lo creía más sincero y transparente. Me despedí de Jimena y me monté en el coche de Luka, que lo tenía aparcado bastante lejos, ya que en Madrid era complicado encontrar hueco. Durante el trayecto fuimos en silencio, oyendo música, concretamente a Morat[4], con una letra tan significativa… Finalmente llegamos al restaurante que solíamos frecuentar. A las afueras, escondido. Siempre disponible, pues la mayoría de las veces Luka reservaba y en la mesa del fondo. A petición mía. En la que gozábamos de poca luz, mucha intimidad. Donde no pudieran reconocernos. Una vez pedimos, cruzó los dedos de ambas manos entre sí y apoyó el mentón sobre estos. Observándome fijamente. Copié su postura.
—¿Qué es eso tan urgente que ayer no podía esperar? —Quizá algo no tan importante para la persona a la que iba dirigida, ya que ha pasado más de un día desde entonces —repliqué sin ocultar mi decepción—. ¿Tienes algo que contarme, Luka? —Absolutamente nada. ¿Y tú, Gala? —Últimamente he notado que nada es como antes. —Llevo oyendo la misma frase desde que te conocí —apuntó, aparentemente calmado—. Ve al grano, ¿qué quieres saber? —Quizá me he perdido algo durante estos meses y no sabía que podíamos estar con otras personas hasta formalizar la relación, si esto llegaba en cualquier momento, claro. —Hasta donde hablamos, estamos juntos, de una manera u otra, pero juntos. Y en mis planes no entra compartirte con nadie. —¿Y yo he de hacerlo? —Alzó la ceja. La frente se le arrugó, acentuando su confusión—. Compartirte, quiero decir. —Por supuesto que no. Somos libres para conocer a otras personas, pero siempre sabiendo dónde está el límite. —Esa es la clave entonces —murmuré y bebí un poco de vino—. Me queda claro. —Creí que siempre había sido así —apostilló muy ronco. Nos interrumpió el camarero, que nos sirvió como de costumbre una exquisita carne salteada con verduras al horno. Empecé a cenar, sin hambre, pero sinceramente no sabía qué más decirle. No tenía la certeza de que hubiese pasado la noche con otra y sobre la supuesta «Anna», tampoco podría reclamarle nada, ya que acababa de dejar bastante claro que podía conocer a otras personas, lógico, no estábamos en una prisión, pero sin cruzar ciertos límites como había mencionado y él, de momento, no lo había hecho. —Estás preciosa esta noche —murmuró y tontamente me puso la piel de gallina. Tenía un tono tan seductor—. ¿Vas a venir a mi casa? —¿Quieres que vaya? —No lo preguntaría de lo contrario. —Ya… —O quizás es mejor que vayamos al hotel, Caterina está en casa y tengo demasiadas ganas de estar contigo como para reprimirme. No, no fue necesario que dijese nada más. Durante la siguiente media hora nos dedicamos a mirarnos con ese deseo que sentíamos, porque tenía claro que él me deseaba igual, pero temía que no fuese suficiente. Poco tiempo después, estábamos entrando en la habitación del hotel. Todavía no había cerrado la puerta cuando Luka me estaba empotrando contra ésta, reclamando mis besos. No me tenía acostumbrada a tanta urgencia, pero me dejé llevar. Quizá era lo que él necesitaba…
—¿Por qué tienes que ser tan fría y desconfiada a veces? —se quejó, desnudándome—. Odio esa parte de ti. —¿Estoy siendo fría? —pregunté sin aliento. —Ahora, en este instante —recalcó—, no. —¿Entonces? —Chis. Se desprendió de mi vestimenta enseguida, dejándome completamente desnuda. Me observó de pies a cabeza, deshaciéndose de sus prendas. Suspiré ante su cuerpo, su forma de mirarme. Y cuando creí que no me podía sorprender más esa noche, se arrodilló ante mí y lamió mis muslos con desesperación. Me sujeté a su pelo, tiré de él a medida que subió y se detuvo en el centro de mi placer. Me removí, arqueándome. Gimiendo hasta enloquecer. Barrió con su lengua mi intimidad y, sin previo aviso, introdujo los dedos en mi sexo. Grité sorprendida, impulsándome hacia adelante... Y mientras lamía, emprendió el ritmo; dentro, fuera, así repetidas veces, con impaciencia. Ya muy cerca del orgasmo, él se retiró. Me quejé… Se puso el preservativo, me subió a su cadera y me empaló con una agonía que me aturdió. Buscó mi boca, que se la cedí todavía gimiendo y empezó a moverse en mi interior. No fue lento, ni suave. No tenía cuidado, por lo que me asustó… No me hacía el amor. Me follaba como no me tenía acostumbrada desde aquella primera vez. Me follaba por puro placer, lejos del romanticismo, de las eternas caricias y mimos. Me follaba como lo haría con cualquier otra. Capítulo 15 Quiero olvidar Si por algo siempre me he caracterizado en una relación a pesar de sufrir con ello, ha sido por darle su espacio a la otra persona. Justo como he decidido con Gala. Hace una semana que me fui de su casa y no he vuelto a molestarla. Así me lo pidió y aunque estoy roto, cumpliré con la promesa que me hice. No presionarla y dejarla ser libre… Es su decisión. Una que me está matando cada vez que la imagino con aquel otro. Es más duro de lo que jamás llegué a imaginar y aquí me encuentro. En un hotel de Madrid, a las afueras de la capital, lejos del que frecuentaba con ella. El despecho me ha llevado a retomar aquello que hacía en Barcelona. Estoy con Gaby, una mujer a la que conocí ayer mientras tomaba unas copas. Hoy hemos cenado y he conseguido dar un paso más. Brindamos por nosotros en la terraza de la habitación, aunque mi mente, desgraciadamente, no está aquí y ella lo sabe. —Entonces tienes un restaurante y una cafetería. —Asiento y le sonrío—. Podrías haberme
llevado a cenar allí. —Es precipitado. —¿Qué tiene de malo cenar con una amiga? —Me guiña el ojo. Es una mujer espectacular. Rubia, de ojos grises, melena corta. Treinta y cinco años. Parece hecha a mi medida. Pues nuestros proyectos de vida son muy similares—. ¿Entramos? Hace un poco de frío. —Cierto. Enero —murmuro con melancolía. Es un mes muy significativo para mí—. Adelante. —Eres muy caballeroso —me piropea en cuanto entramos. —Hago lo que puedo. —Y muy modesto también —apunta, sonriendo. Se detiene delante y mordiéndose el labio, empieza a desprenderse de la camisa, a desabrocharse los bonotes para continuar con la falda de tubo. No me da tregua ni tiempo. Tiene las ideas claras. Me cuesta tragar, no sé si estoy preparado, pero Gaby es muy astuta y antes de que pueda rechazarla, me besa. Lo hace mientras se despoja de mis prendas. Me apodero de su boca y en cuanto estamos desnudos, la empujo hacia la cama. Saco el preservativo y me lo pongo. Todo muy rápido, sin pensarlo. Quiero olvidar… Gaby, mostrando lo ansiosa que se está, agarra mi pene y me guía hacia ella para que la empale de una vez. Un nudo me oprime la respiración al mirarla a los ojos. ¡Maldición! No es ella. No es mi Gala. —No puedo —murmuro, apartándome enseguida. —¡Luka! —Lo siento. Y me marcho, odiando al miserable en el que me he convertido. Capítulo 16 A prueba «¿Vas a venir a mi casa?». Cuando mientras cenábamos, Luka pronunció la frase, imaginé que pasaríamos la noche juntos. Qué equivocada… Estábamos vistiéndonos, a punto de salir del hotel. Habíamos tenido sexo, mucho, todo el que él había pedido, el que a mí me apetecía a su vez… y sin más, empezó a despedirse. Yo no entendía nada. Lo miré de reojo mientras me ponía los botines y me pregunté si en algún momento sería capaz de acabar con aquella falsa. Me dolía el pecho, me dolía al saber cuánto me estaba ocultando. ¿Por qué se comportaba así? ¿Por qué había cambiado tanto? Quizá se había cansado de esperar de mí lo que él ya me daba. Cada segundo que transcurría era peor que el anterior. Porque confirmaba y me reafirmaba en
que solo me había follado. Duramente… además. En tres posturas diferentes. Incluso cuando lo hizo desde atrás, con sus dedos enredados en mi pelo, había tirado de él hasta lastimarme. Brusco. Lejos del Luka que conocía y tampoco parecía disfrutarlo… ¿Y por qué lo hacía? Me había probado sin paciencia, lamiendo y degustando el centro de mi placer con agonía. Para después pedirme a mí que se lo hiciera. Me había arrodillado ante él mientras, sentado en la cama y con la cabeza hacia atrás, impulsaba mi cabeza hacia su miembro con desesperación. Me avergonzaba de haberlo complacido así. No era aquello lo que quería. Necesitaba que volviese el Luka que me enamoró. Tierno, sensible, paciente, con un toque salvaje. —¿Estás lista? —preguntó, saliendo del baño. —Sí… —¿Qué pasa? Estás muy seria. —Agotada, nada más —murmuré y me incorporé—. ¿Vamos? —Estás preciosa después del sexo —susurró con un suspiro. Parecía melancólico. Finalmente se acercó para acariciarme la mejilla. Cerré los ojos—. Estás preciosa siempre —aclaró con voz ronca y añadió—: pero después del sexo aun más. —Sexo… —No lo soporté y se lo reproché—. Me has follado. —No te entiendo. —Sí que lo haces. Follar no es lo mismo que… —Uno no siempre tiene ganas de hacer el amor —rebatió, cansado. —¿Y desde cuándo ese cambio? —contraataqué. —A veces los cambios son buenos, Gala. ¿No lo crees? —Será mejor que nos vayamos. Luka asintió más serio que de costumbre, últimamente su comportamiento distaba mucho del que me enamoré y no sabía hasta qué punto me merecía la pena seguir aguantando esos desplantes. ¡Me daba pena! Durante el camino, el silencio volvió a ser nuestro aliado, algo que pocas veces había sucedido. Siempre que estábamos bien; teníamos temas de conversación, ¡nos sobraba! Íbamos relajados, comentábamos cosas de nuestro día a día. Ya nada era como antes. Cuando aparcó, ni siquiera reparó en mí. Tenía la mirada fija en la carretera y las manos ceñidas con fuerza al volante. ¿Qué pensaría? —¿A dónde vas ahora? —le pregunté antes de salir. —A trabajar, Gala, a trabajar al bar. —Odio el mundo de la noche —escupí, abriendo la puerta. —Ya te has encargado de recordármelo a lo largo de estos meses. —Hasta mañana, Luka. Me sujetó del brazo antes de que saliera, obligándome con el tirón a quedar quedarme dentro, de frente y muy cerca. ¿Estaba furioso?
—¿No te vas a despedir de mí? —me recriminó duramente. —Tú no has hecho ni siquiera el intento. —Ya. No estamos pasando por nuestro mejor momento —admitió con un hilo de voz y me apremió contra él, por la nuca—. Pero te amo. —Lo sé… Le di un furtivo beso y salí enseguida. No podía permitirle que me siguiera envolviendo con sus mentiras, las que terminaba creyéndome cuando estábamos solos para que, al salir, se jodiera todo. Aquello me superaba. Dolía incluso más que con Simón. Del primer amor ni que hablar. El que te dejaba marcada, sobre todo si te hacía un daño del que creías que no podrías recuperarte nunca. Pero lo hacías, aunque las consecuencias eran… que me había convertido en otra mujer. Porque volví a confiar y me fallaron de nuevo, sin piedad. Y no fue la última… Creí que tras dos fracasos las cosas cambiarían. Me equivoqué. Cuando subí a casa entré directamente en la ducha. Todo estaba en calma, eran las dos de la madrugada. La ducha se me hizo eterna, porque otro detalle me atormentaba. Solíamos darnos un baño los dos, enjabonarnos y despedirnos así cuando no pasábamos la noche juntos. Y cuando sí lo hacíamos, las horas volaban mientras nos evadíamos dentro del agua caliente… como nosotros, y nos olvidábamos de todo. Entonces una idea surcó por mi cabeza. ¿Y si…? Salí del baño, busqué un conjunto de ropa interior, era negro, sensual, sugerente. Uno que había estrenado con él en el sofá de su sala privada, pero ya ni se acordaría, como de sus promesas. Fue la segunda vez que nos liamos, aunque allí no me folló, me hizo el amor. Me senté en la cama. No supe si estaba segura de querer hacerlo, pero decidí ponerlo a prueba. Sería clara, sin rodeos. Después de aquello sabría realmente cómo se comportaba con otras… Si entraba en el juego o no. Si ganaba o perdía la apuesta y, por tanto, a él. Hola, soy Anna, ¿qué tal todo? Perdón por no responderte esta mañana, pero ha sido un día intenso. 02:27 Tenía que estar ocupado en el bar, por lo que no esperé que me respondiera con rapidez… Otra suposición absurda.
«¡No entres, joder!». Hola, Anna. Por aquí no hay demasiado que contar. Poca vida social y mucho trabajo. 02:28 ¿Poca vida social? ¿¡Y lo que habíamos compartido!? ¿No pensaba hablarle de mí? Enfurecida… fui directa al grano. Esa vez sin retorno. Qué pena… No sabes lo que te pierdes. La vida social puede llegar a ser muy divertida. 02:29 ¿Cómo así? Cuéntame un poco. 02:29 ¿Quieres jugar? 02:30 Depende… A ver, sorpréndeme. 02:31 ¡Cínico! Lo odié, sentí que lo odiaba con todas mis fuerzas. Si te dijera que estoy en mi cama, en ropa interior y pensando en ti, ¿cuál sería tu respuesta? 02:32 Que te la quitaras y me mandaras una foto para saber que no me estás mintiendo. Me gusta este juego. 02:33 Me quedé en trance, sin saber qué decir. En el fondo, muy en el fondo de mí, esperaba que declinara la propuesta, que le dejara las cosas claras a «Anna». ¿Qué más necesitaba ver? Con todo dando vueltas a mi alrededor, sujeté con rabia la ropa interior entre mis dedos. La coloqué sobre una sábana blanca, típica de cualquier casa e hice la foto de las prendas. No me lo pensé y le di a enviar. Quise gritar de rabia… «Es un cerdo». Transcurrieron diez minutos, por lo que algo de esperanza regresó a mí… pero se fue tan rápido como había llegado. ¡Hijo de puta! Hmm, un conjunto de mi color favorito. Quiero más. 02:44 ¿Cuánto más? 02:45 ¿Hasta dónde estarías dispuesta a llegar? 02:45 Entré en brote y lancé el teléfono contra la cama. Justo en ese instante escuché la cerradura de casa. Salí corriendo hacia el salón y vi a Lola. Desesperada, me tiré a sus brazos. —Eh, pero ¿qué pasa? Me estás asustando, Gala.
—Luka —balbuceé y me aparté. Ella me acarició, intentaba calmarme, pero era imposible—. ¿L-Lo has visto? —No he trabajado esta noche, ¿recuerdas? La tenía libre y he salido a tomar algo. Pensé que estarías con él. ¿Qué ha hecho? La llevé hasta mi habitación y le enseñé el móvil; la conversación. Mi mejor amiga no dio crédito. Era muy expresiva y estaba completamente asombrada. No se lo esperaba… Ella había apostado por él. —¿Pero qué coño hace? —murmuró, cubriéndose la boca con las manos—. Tienes que hablar con él. ¡Ha caído, joder! —No puedo parar ahora… —confesé completamente hundida—. Quiero ponerlo a prueba, saber hasta dónde es capaz de llegar. —¿Y qué tienes pensado? Lo siento tanto, Gala. —Por hoy he tenido suficiente... No puedo más. Y escribí en su presencia. Mañana lo sabrás. No seas impaciente. Lo bueno tiene espera y recompensa. Buenas noches, Luka. 02:50 *** Por la mañana, en la cafetería, no atinaba a nada. Estaba de los nervios y contaba las horas para verlo, para enfrentarlo cara a cara y ver si era capaz de mantenerme la mirada. Me costaba tanto creer que fuese como todos… Me dolía, realmente lo creía diferente. Quise creerlo. Confirmando que no debí dejarme llevar. —Gala, voy al almacén a por algunas reposiciones —me comentó Jimena—. La mañana está tranquila. —Sí. —Enseguida vuelvo y deja de pensar, que estás muy seria. ¿Seguro que todo va bien? —Claro, es solo que tengo un día tonto. —Ay, esos días. Si es que trabajar en este horario es una mierda, yo estoy esperando a que Luka me pase al bar. Prefiero la noche. —No sabes lo que dices. —Ya lo creo que sí, ahora vuelvo. Me acerqué a limpiar la mesa número dos y a recoger la propina, de vuelta a la barra y sorprendiéndome por su sigilo, me encontré de frente con Luka. Se me secó la boca y no supe cómo actuar, hasta que recordé sus mensajes con «otra». La intimidad que empezaban a compartir… Entonces lo esquivé cuando intentó apartar un mechón de mi pelo, que cayó sobre mi ojo izquierdo. Él no se dio por vencido e insistió hasta que lo consiguió y se quedó justo delante, impidiéndome el paso. —Sigues enfadada —murmuró y ladeó la cabeza—. ¿Puedo saber el motivo? Anoche cambiaste de repente.
—Tenemos que hablar. —Ya lo creo que sí. Esta noche iremos a cenar, al cine y luego a mi casa. Tenemos pendiente una conversación bastante larga. —Una que parece… que estás posponiendo. —¿Yo o tú, Gala? —replicó con un tono que no me gustó nada—. Últimamente estás muy distante, más aun, ¿he hecho algo mal? Estuve a punto de soltar una maldita carcajada, pero decidí contar hasta diez, controlarme. Quería tener todas las pruebas necesarias para que no me tachase de loca; como hicieron mis dos exparejas. No volvería a cometer el mismo error una tercera vez. —Tengo la sensación de que ya no quieres pasar tanto tiempo conmigo —respondí con un suspiro. Se acercó más—. ¿Me equivoco? —Tú lo has dicho, es una sensación. Quizá haya cambiado algo en ti y no lo quieras reconocer. —¿Qué quieres decir? —Tengo la sensación de que me ocultas algo. «Ya somos dos». —Es una sensación —repetí su misma frase—. Tu sensación. —Ya lo veremos. ¿A qué hora te recojo? —A las ocho. —Perfecto. —Me arrimó hacia él por la cintura y eché el cuerpo hacia atrás—. ¿No me vas a dar un beso? —Aquí… soy tu empleada —le recordé, esquivándolo. —De acuerdo, si para mí eres mi empleada, que no se te olvide que eres la camarera y, por ello, trata a todo el mundo como simples clientes. Nada de confianzas, ¿entendido? Te hablo como jefe.— ¿A qué viene eso? —A que no estaría bien verte sentada con tu ex. —¿Lo dices por lo de ayer? —Se rascó el mentón. No me respondió—. En ese caso, he de mencionar que no estaba en horario laboral. —Me importa una mierda —escupió bruscamente—. Me voy, tengo cosas que hacer y no me mires así, se trata de una reunión y luego iré al gimnasio como siempre. Ah, por favor, esta noche sé sincera. ¡Cínico una y mil veces! ¿Cómo se atrevía a reclamar una sinceridad que él no era capaz de dar? Pero se acabó, su teatro estaba a punto de finalizar. *** —Estás muy callada, ¿no te ha gustado la película? —me preguntó cuando salimos del cine. Íbamos de la mano, pero serios, no supe quién era más cínico de los dos a esas alturas—. Gala, háblame.
—El argumento no era especialmente de mi agrado —recalqué y lo miré de reojo—. Infidelidades, mentiras… En fin, pocos escrúpulos. —Es solo ficción. —A veces la ficción es superada por la realidad —contraataqué y me giró de cara a él. Me acarició la mejilla y se apoyó en mi frente. —Este comportamiento no me gusta nada —me advirtió con un énfasis especial—. Vamos a mi casa y hablemos de una vez. —Será mejor dejarlo para mañana. No me han sentado bien las palomitas y tengo el estómago un poco revuelto. —Pero ¿te encuentras muy mal? —musitó, preocupado. Me examinaba por si había algún otro síntoma alarmante—. ¿Te llevo al hospital? —No es necesario… Con un poco de descanso mejoraré. —¿Quieres que me quede contigo esta noche? —No, gracias. —Bien. Te quiero —susurró contra mis labios—. ¿Y tú? —Será mejor que me lleves a casa. Luka se frotó los ojos, parecía cansado, pero no dijo nada más, algo que no entendí: si tienes tantas ganas de estar con alguien, ¿no insistes? O quizá esperaba lo que estaba a punto de llegarle… —Llámame si me necesitas, por favor —insistió cuando aparcó en el portal—. Mañana no hace falta que vayas a trabajar. —Ya veremos… —De eso también quería hablarte —susurró bastante pensativo—. En el trabajo me gustaría que tuvieras un cargo más importante, estamos juntos y que seas mi camarera y no te dé tu… —¿Te avergüenzas de que te vean con alguien inferior? —No digas estupideces. Creo que siempre he estado a la altura. «No como tú», le faltó decir. Se bajó del coche y, acto seguido, abrió mi puerta, caballeroso… Me ayudó a bajar. Finalmente me apoyó contra el vehículo y me besó. Fue un beso lento, precioso, como los que había necesitado días atrás. Y temía que fuese el último. —Echo de menos a la Gala que, a veces, no siempre, se dejaba llevar. A la que no estaba a la defensiva —confesó contra mi boca. —Plantéate el porqué puede ser… —Te estoy dando tiempo y lo estás agotando. —Ya lo veo… —Me aparté y sin mirarlo, susurré—: Adiós. —¡Gala! —Intentó retenerme por la muñeca—. ¡Espera! —Esta noche no, Luka. —Joder, piensa en nosotros y hablemos mañana de una vez. Hazlo antes de seguir cometiendo estupideces. ¡Era un sinvergüenza! Caminé hacia casa con la certeza de que al igual que cayó la noche anterior, lo volvería a hacer
esa también. Por ese motivo había decidido no aceptar su propuesta e irme con él… Jugar sucio, sí. Fui directa a mi habitación tras beber un poco de agua, pero no me senté en la cama. Miré por la ventana al tiempo que le escribía. Hola, de nuevo yo… ¿sigues interesado en saber la respuesta que dejé pendiente anoche? 01:30 Estaba en línea… ¿la estaría esperando? ¿O hablaría con otras? Sentí que me iba a dar un infarto… Necesitaba acabar con esa agonía, una que ya se me hacía eterna, pero no sabía si estaba preparada. Lo quería… Estaba enamorada. Y esa noche sabría realmente si Luka daría un paso más con otra. Si era así, le pondría rostro a «Anna» y me perdería a mí. Recuérdame cuál era la pregunta. 01:31 Hasta dónde estaba dispuesta a llegar… 01:31 ¿Y bien? 01:32 Me temblaban las manos cuando lancé la respuesta definitiva. Estoy dispuesta a pasar la noche contigo, hablando, conociéndonos, coqueteando y por qué no, disfrutando del sexo. Sé que ni siquiera me conoces y ahí está el morbo… ¿Y tú, estás dispuesto a aceptar mi proposición? Si me dices que sí, salgo hacia el bar esta misma noche. 01:33 Si los dos tenemos las ideas tan claras, ¿para qué andarnos con rodeos? Te mando la ubicación del hotel en el que me suelo hospedar. Te espero allí. 01:34 Arrasé con todo lo que había a mi paso. Era un puto cerdo. Lo confirmaba y llegaría hasta el final. Ya que tienes ganas de jugar, recíbeme con la luz apagada. Solo siénteme y decides si te gusta lo que te trasmito. Llegaré en media hora… 01:36 Capítulo 17 Empezar de cero Un día después de mi plantón a Gaby, intento distraerme. Voy al restaurante, lo superviso y empiezo a tomar el control, al igual que de la cafetería. Con Lola la relación es cordial, como siempre, ambos sabemos entender la postura del otro. Hablo con mi madre, con Caterina. El tiempo… El tiempo… El tiempo… Una palabra que se repite por todas partes. ¿Tiempo para qué? ¿Para que Gala deje al otro tipo y me busque? ¿Podré entonces perdonar que me haya olvidado tan fácilmente? No lo creo.
Yo estoy hecho polvo. Y la culpa me persigue. Gaby no se merecía lo de anoche, es la segunda vez que hago semejante desplante a una mujer y me juro que será la última. De modo que decido llamarla y disculparme. Me siento un insensible. —Soy Luka Acosta —empiezo, sentado tras la barra de mi restaurante. La noche está tranquila y Lola me vigila desde la otra punta—. Siento lo sucedido, ya te expliqué que… —Pensabas en esa misteriosa mujer que te tiene robado el corazón, ¿no? —adivina enseguida. Le hablé de Gala durante la cena—. ¿Mejor? —Si aceptas mis disculpas, sí. —Trato hecho, ¿dónde estás? —pregunta, animada. —En el restaurante. —Invítame y me olvido del plantón. —Gaby, no es prudente. —Empecemos de cero, solo hablemos. Miro de reojo a Lola y le hago señas para que me prepare el último reservado. Ella asiente, aunque entrecierra los ojos. —De acuerdo, te mando la ubicación —le digo a Gaby finalmente. —Nos vemos enseguida. Besitos. ¿Con cuántas mujeres así de cariñosas me he cruzado a lo largo de estas semanas? ¿Y por qué no conecto con ninguna? Gala era y es todo lo contrario, sin embargo… —Hombre, hermanito. —Me giro para prestar atención a Caterina. Está acompañada de Fabio. Esa relación nunca me ha convencido, aunque con el tiempo me están demostrando lo equivocado que estaba. La gente cambia y él lo ha hecho por Cat—. ¿Qué haces aquí? —Tengo una reunión de negocios. Alza la ceja, curiosa. —¿De qué? —Ya te contaré más adelante —murmuro, esquivándola. —Cuánto misterio. La ignoro y entro en el reservado. Lola termina de prepararlo. —Trabajo —me excuso, nervioso. —Bien. Acelerado, me siento de cara a la cristalera para poder ver a Gaby cuando entre. Diez minutos después… aparece. Está sonriente y muy guapa. Lleva un vestido negro ceñido, discreta. Alzo la mano y viene a mi encuentro. De reojo veo cómo Lola y mi hermana intercambian miradas. —Hola —me saluda Gaby, dándome dos besos—. Es precioso tu restaurante. Tienes buen gusto. —Gracias. —Señalo la silla de enfrente—. Siéntate, por favor. —¿Qué tal estás?
—Arrepentido. —Está olvidado, aunque me enfadé mucho —reconoce, sonriendo—. Me apetecía conocerte más.— Para eso estamos aquí. —Ya. Bueno, ¿qué me recomiendas tomar? Se me escapa una sonrisa. Sabe cómo cambiar de tema con facilidad, distraerme. Quizá Gaby pueda ser la mujer que me haga olvidar a… ¿¡En serio estoy pensando en utilizarla así!? «Ella lo sabe», lucho contra mí mismo. —No estés tan pensativo —me regaña, acercándome la carta—. ¿Carne o pescado? —Este pescado está muy rico —murmuro y nuestros dedos se rozan gracias a la carta. Libera una risilla—. ¿Qué te divierte tanto? —Tú. Relájate, Luka, no voy a comerte. —Y añade risueña, jugueteando con las puntas de su cabello—. No… si no quieres… Bajo la mirada y sonrío. Por primera vez no estoy incómodo. Pero justo en estos momentos nos interrumpe Lola, que viene a tomar nota. No sé si se ha creído que es una cena de negocios. Su gesto manifiesta cierta desconfianza. —¿Ya sabéis qué vais a tomar? —nos pregunta, mirándonos. —¿Luka? —me llama Gaby. —No nos hemos decidido, ahora te avisamos —murmuro, inquietándome al oír que suena el móvil de Lola—. Danos cinco minutos. —Claro. En cuanto se marcha, saca el teléfono y teclea. ¿Será Gala? —¿De nuevo pensando en ella? —interrumpe Gaby mis pensamientos—. Cuéntame, cómo es. —¿Qué? —Es obvio que tu interés por mí no va más allá de una amistad. Pues bien, hablemos de esa chica que no te deja avanzar. Me comentaste que estuvisteis juntos, que has vuelto tras dos meses lejos, que estás enamorado hasta las trancas y que no quiere saber nada de ti. —Un resumen muy completo —murmuro, cansado. —¿Es guapa? ¿Simpática? —Me echo a reír pensando en lo último—. Uh, no es muy agradable. —Sí, pero muy desconfiada y de ahí su carácter. —Y te tiene loco. —Asiento, apretándome el puente de la nariz—. Y no soportas que esté con otro.—Me mata, pero no puedo impedirle que sea feliz. —Aunque te cueste tu felicidad. —¿Y qué hago? —Gaby me acaricia la mano—. No, no soy capaz de avanzar. Mírame, intentando tener una cita y hablando de ella. —Lo importante es que has sido sincero. —¿Y por qué sigues aquí? —Me gusta tu compañía —musita y se encoge de hombros—. ¿Es raro? Una mujer y un hombre
pueden cenar sin que suceda nada entre ellos. Ya, no ruedes los ojos, después de lo de anoche… dirás, pero lo acabas de comentar, no se pueden forzar las cosas. —Así es. ¿Pedimos? —Sí, muero de hambre —responde, lamiéndose los labios. Sonrío y levanto la mano para llamar a mi camarera más eficiente. De repente el mundo se me viene encima. La veo, está en la puerta y no se encuentra sola. ¡Joder y joder! Gala la acompaña y me observa. Niega con la cabeza. Parece asqueada. Su decepción es evidente. Capítulo 18 Mentiras y medias verdades «Mente fría, mente fría», me repetí una y otra vez mientras lloraba. Por una vez en mi vida la sed de venganza se antepuso a mis principios y marqué el número de teléfono de Simón. Éste no tardó en responder. —Soy Gala —me adelanté, controlando el llanto—. ¿Estás solo? —Sí, no me digas que ha llegado el día que tanto esperaba. —¿Sigues viviendo en el mismo sitio? —Joder, Gala, me estás poniendo como una moto. No sabes cómo he soñado esto. Claro, te espero en el mismo lugar de siempre. —Ahora nos vemos. Quizá fue la conversación más seca que había tenido nunca para lo que planeaba hacer, ¡pero no podía más! Me preparé y cogí un taxi, tragándome las últimas lágrimas cuando nos detuvimos en la puerta de su urbanización. Jamás pensé hacer algo así… Simón se hallaba esperándome abajo. Al verme corrió hasta mí para estrecharme entre sus brazos. Me besó el cuello… El rechazo que me produjo fue infinito, pero la necesidad de demostrarle a Luka que yo también podía comportarme como él, me superó. Simón me cogió de la mano y, sonriendo, me llevó hasta su casa. El olor… Ese olor que reconocí enseguida se impregnó en mis fosas nasales. Sentí náuseas, pena por mí. Tristeza de estar haciendo aquello… —Mi amor —susurró y me acunó la cara. Me encontré con sus ojos y me cubrí la boca, dándome de bruces con la realidad tan rápido como su piel rozaba a la mía. ¡Lo odiaba!—. ¿Qué pasa?— Tengo que irme… No puedo… —¡Gala! —¡Suéltame! —Me sacudí y liberó mi muñeca—. Quería utilizarte para darle celos a Luka, pero yo no soy como tú ni como él. —No me jodas. —Ha sido un error venir —confesé, aturdida—. He caído tan bajo al pensar por un segundo que…
—Podemos intentarlo aún. —¡Yo no te quiero, al revés! Estoy enamorada de otro —sollocé. Miré hacia atrás y entonces vi la fotografía. En ésta; estaba él con una pelirroja de expresión dulce y sonrisa tierna. Me identifiqué con la inocencia que transmitía y sentí más culpabilidad, pues yo había estado a punto de hacer que «su novio» cometiera otra torpeza. ¡¡Maldito Luka!! —Ella seguramente te querrá y no se merece que le hagas lo mismo que a mí —susurré, señalando la imagen—. Cambia de una vez. —Gala… —Cuídala como no supiste cuidarme a mí. Me marché tan perdida como había llegado. Sabiendo que no podría vengarme como pretendía, pero Luka iba a pagar el daño que me estaba haciendo. Pues me volvía a doler el corazón por lo destrozado que él lo había dejado. Tres veces era demasiado para mí… Tomé otro taxi y me hice la fuerte. ¡En el fondo necesitaba saber hasta dónde hubiese llegado! Y entonces… tomaría de su propia medicina. Mientras subía por el ascensor del hotel, la rabia me consumía. Sentí tanta impotencia… Para mayor dolor la había citado donde solía llevarme a mí, donde me hacía el amor. Entonces fui consciente de que todo lo vivido a su lado… no fue especial para él. Me trataba como a cualquier otra. Había sido una más pese a lo que prometía. «¿¡Cómo has podido!?». ¿Para qué pretendía que tuviéramos una relación seria? Posiblemente como Simón… Para que en casa le esperara alguien, le hiciera compañía y le diera la estabilidad que necesitaba de un hogar. Pero luego divertirse con una chica explosiva, atrevida, que nada tenía que ver conmigo. Ahí entendí el porqué Luka Acosta había insistido en estar con alguien tan insignificante como yo… Me utilizaba. Afirmaba querer formar una familia, me hacía creer que era un hombre formal… Me daba tanto asco. ¡Lo odié como no pensé que se pudiera! Cogí aire y, con piernas temblorosas, llamé a la habitación del hotel. La puerta se abrió. Como pedí, la luz estaba apagada. Vi su silueta de espaldas. Entré, aunque no cerré del todo. Aun así, la oscuridad se cernió sobre nosotros. Aguanté la respiración al oír sus pasos y lo maldije cuando, sin ningún pudor, buscó mi boca. La rozó con sus dedos y se apoderó de ella de forma violenta. Confirmé mis sospechas, pensaba serme infiel… Me aparté de malas maneras y encendí la luz. Sin pensármelo dos veces, le di un bofetón. Luka giró la cara. Se tocó la mejilla. Me dolió mirarlo. Estaba vestido completamente, iba de negro. Se había cambiado… —Anna, ¿no? —le reproché, negando—. ¡Eres un cabrón!
Cerró la puerta, me cogió del codo y me empujó hacia el centro de la habitación para que nadie oyera mis gritos. ¿¡Era lo único que le importaba!? Me sorprendió su pasividad. Me destrozaba saberlo tan frío. «¿¡Quién es este Luka!?». —Por momentos te creí, ¿sabes? —escupí, triste—. ¡Quise creerte! Aunque me lo negaba a mí misma, lo hacía, de lo contrario, hubiese puesto punto y final a aquella aventura antes de que fuese más lejos… Luka se sentó en la cama y se meció la cabeza entre las manos. —¿¡No vas a decir nada, maldito cerdo!? Pretendías liarte con una tía a la que ni siquiera conocías. ¡Es tan repugnante! Entonces levantó la mirada, apretando la mandíbula. No había un ápice de arrepentimiento. Lo conocía. Parecía enfadado… Tan solo me había mirado así una vez; el día que me vio hablando con Simón. —¿Qué os dan otras que yo no? ¿¡Qué os falta conmigo!? ¿Que no me ponga vestidos y escotes continuamente? ¿Que sea más recatada fuera de la cama, aunque dentro de ésta me entregue sin límites? —¿Ya has acabado? —masculló y se incorporó—. ¿¡Ya te has cansado de decir suficientes tonterías, Gala!? —¿Cómo te atreves…? —Me atrapó la mano cuando intenté volver a golpearlo—. ¡Suéltame! —¡Basta! —¿¡Por qué me haces esto!? Te creí, Luka, ¡te creí! —¡Mentira! Nunca has confiado en mí, siempre me has comparado con otros y he aguantado casi un año oyendo las mismas frases, los mismos sermones. ¡Y no había hecho nada que pudieras reprocharme! —¡Hasta hoy! —¿Hasta hoy? —repitió con arrogancia—. ¿Estás segura? —¿Me quieres volver loca? ¡Has quedado con otra y a saber con cuántas más! —le recordé, enfurecida, encarándolo—. De ahí que en los últimos días no quisieras decirme a dónde ibas. Simplemente te limitabas a explicarme que eran reuniones. Me rehuías. ¡Porque mentías! —¿Yo, Gala? ¿¡Yo!? —Me empotró contra la pared y me obligó a que lo mirase a los ojos. Estaba fuera de sí. Su mirada era muy oscura—. Te he dado de plazo hasta esta misma noche para que fueses sincera y dejaras este juego. —No te pienso consentir que… —El que no te piensa consentir nada más soy yo. ¿¡Me entiendes!? Lo sé todo, ¡todo! —gruñó y su rostro se tiñó de tristeza—. Sé lo de la apuesta desde el mismo día que se hizo, oí a Jimena
comentarlo con Lola horas después, cuando había rechazado a «Anna» de primeras. —¿Qué estás diciendo? —Que entré en tu juego para saber hasta dónde serías capaz de llegar, Gala, ¡y has cruzado los límites! Claro que no te decía a dónde iba, ya conocía la apuesta y no te lo pondría fácil. ¡No me lo merecía! Por Dios, te estaba entregando mi vida entera, ¿¡qué más querías!? ¡No, no y no! ¡Todo aquello me lo estaba asegurando para volver a mentirme! Se excusaba. ¡No tenía otra explicación! Simón se comportaba igual, esa historia me la conocía. ¿¡Iba a consentir que se siguieran burlando de mí!? Le mentiría, lo humillaría haciéndole creer que me había liado con Simón antes de acudir a su encuentro. ¡Sería su maldito merecido! —Te follé, claro que lo hice —reconoció y dio un golpe a la pared—. ¡Te follé porque estaba furioso! Yo amándote hasta dejarme la piel y tú poniéndome a prueba. Apostándote lo nuestro con tus amigas a cubrir vacaciones, ¡cómo si se tratara de cualquier cosa! —Deja de gritarme. —Entonces deja de acusarme de ser un traidor, porque aquí la única que ha traicionado algo has sido tú; mi confianza. —Estás mintiendo —susurré, impresionada. —Puedes pensar lo que quieras, a estas alturas no me importa. —Se alejó de mí y miró por la ventana, dándome la espalda. Con las manos en los bolsillos—. Al principio no te decía a dónde iba porque tenía la sensación de que te sentías muy poca cosa cuando te hablaba de reuniones. Por este mismo motivo tampoco respondía a las llamadas en tu presencia, no quería hacerte sentir inferior. —No es excusa, más tarde empezaste a contarme todo porque yo te lo pedía, pero hace días todo cambió, ¡no pretendas darle la vuelta aprovechándote de lo insegura que soy en todos los sentidos! —Es cierto —confesó. ¡Cerdo!—. Porque hace unos días empecé a tener reuniones para vender el bar, sé que no te gusta el mundo de la noche y quería sorprenderte, por ello el misterio. Quería darte tu lugar, que te encargaras de gestionarlo, de ser mi mano derecha y mi hermana que se ocupara de supervisar y de tener en orden la cafetería, pues le dedicaré menos tiempo, de ahí que la necesitara. Pero tú te has limitado a juzgarme sin más. Sin conocer qué había más allá de mi hermetismo. —No es verdad, ¡no es verdad!
—Tú eres la única que dices medias verdades. ¿Sabes? La noche que te quedaste en mi casa y que no aparecí, lo hice a conciencia, entré y te vi dormida, me fui para que reflexionaras, ¡para que buscaras excusarme a pesar de todo como yo lo estaba haciendo contigo y confiaras! —¿Por qué harías semejante estupidez? —rebatí, incrédula. —Ya conocía la apuesta y estaba dolido, decepcionado. ¿Qué tenía que hacer? ¿Seguir permitiendo que especularas sin motivos? ¡Te los di a posta, Gala! Lo hice esperando que me pidieras explicaciones, que las creyeras y te olvidaras de la maldita apuesta. ¿Y qué hiciste a cambio? Enviarme fotos de tu ropa interior, provocarme con un conjunto que no olvidaré, ¿sabes por qué? Porque con él te hice el amor por primera vez. ¿Cómo olvidar cada detalle de algo que esperaba tanto? Y para colmo; de mi color favorito y del tuyo. ¿Ves? Tenemos algo en común. —Deja la ironía. No te creo —murmuré, echando la cabeza hacia atrás, contra la pared. Estaba confusa—. No me creo nada. —No sería la primera vez, fíjate hasta dónde hemos llegado. Te he soltado indirectas, te he dejado caer entre líneas si eras sincera, pero te has limitado a continuar con esto que nos deja tan mal. Me cubrí la boca con las manos al ser consciente de que todo lo que decía tenía sentido. De que posiblemente tuviese razón y yo, con mis inseguridades, había estado a punto de destrozar algo tan bonito. —Esta noche me he preocupado por ti —prosiguió con frialdad—. Pensé que te encontrabas mal, entonces te miré a los ojos y no me podía creer que no quisieras pasar la noche conmigo para volver a ponerme a prueba. Estaba esperando tu mensaje, suplicando que no lo hicieras. —Luka… —No, Gala. Luka no quiero oír nada más. —Bajó la cabeza—. He cargado con culpas que no eran mías. Justificado mentiras que no entendía. He tenido que ver cómo te jugabas lo nuestro en una simple apuesta. ¿Tan poco he significado para ti que, si te engañaba, le cubrías las vacaciones pagadas a tus amigas? ¿¡Tan poco valía lo nuestro!? —Yo… No supe ni qué decir. Acorté la distancia y lo abracé por detrás. Él se sacudió, me rechazaba, pero me aferré a su cuerpo con más fuerza. Me vine abajo, sintiéndome tan mal… No, no se merecía aquello. —Tenía miedo de que me hicieras daño —confesé, aunque era algo que él ya sabía—. Estaba tan asustada que… —Te prometí que no te haría daño, te demostré que podías confiar en mí. ¡Te daba todo lo que me pedías y más! Pensé que en algún momento dejarías esa maldita coraza, pero es imposible. —Sabes lo que siento… —¡No, a pesar de todo, no lo sé! Porque nunca me lo has dicho. —Tenía el cuerpo agarrotado
y el corazón le iba a mil—. Me he quedado muchas noches esperando un «te quiero» o un simple «yo también». He luchado contra un muro de piedra y me he cansado, Gala. —¿Me estás dejando? ¿Estás rompiendo la relación? —¿Qué relación? —musitó e hizo una pausa, hasta que añadió—: No puedo romper algo que nunca ha existido para ti. Ni siquiera me has presentado a tu familia o a tus amigas formalmente. Te avergonzabas de lo nuestro. De mí… por los doce malditos años de diferencia. —Pero ya no… —¿Desde cuándo? ¿¡Desde ayer, hoy!? ¡Tarde, Gala! —Luka… —Te he tenido presente aun cuando no debía. Una mañana incluso, para una reunión, no me puse aquella camisa que odias tanto por si me daba mala suerte. La dejé tirada en el suelo, riéndome al pensarlo. ¡¡Joder, joder!! «El día que pillé a Cat con Fabio». —Vete y déjame solo. —Se soltó de mí, no sin esfuerzo y sin mirarme a la cara, aseguró—: Ahora el que necesita tiempo soy yo. —Perdóname, yo… —¡Que te vayas! Capítulo 19 ¿Qué callas? No puedo retirar la mirada de la puerta. Lo único que quiero es correr hacia Gala y explicarle qué está sucediendo, por otro lado, no entiendo nada. Se avergüenza de mi edad, está con otro… ¿¡Por qué entonces no puedo rehacer mi vida!? Estoy hecho un puto lío, el dolor de cabeza aumenta. ¿Acaso no podré nunca pasar de página? Verla y saberla mal, me destroza. —¿Es ella? —La pregunta de Gaby me trae de vuelta a la realidad—. ¿Es la chica de la puerta? —Sí —pronuncio, ronco. —Ve, anda, antes de que sea demasiado tarde. —Ella no me quiere —mascullo entre dientes. —Lo dudo, ¿acaso no ves cómo está? Miro a Gaby y le sonrío, agradeciéndole su comprensión. Que me dé el empuje que necesito para no comportarme de nuevo como un cerdo y dejarla tirada. Es ella quien me está permitiendo «huir». —Gracias —musito, levantándome. —Brindaré a vuestra salud. —La casa invita. Salgo corriendo hacia la puerta. Lola enseguida se aparta y ocupa su puesto de trabajo. Está triste, sé que ella también me oculta algo. Algo más importarte que el hecho de que Gala haya
conocido a un tipo y me temo que el motivo de su silencio es otra de sus mentiras… Ese tipo no es nuevo en su vida, es Simón, lo sé. Pese a todo, ha vuelto con ese hijo de puta. —¿Puedo darte una explicación? —Gala intenta esquivarme, pero la sujeto del codo y la obligo a que me mire—. No quiero armar un espectáculo en la puerta del restaurante, ¿vas a escucharme o no? —¿Que no quieres montar un espectáculo? —se burla y me da un bofetón que me gira el rostro. Se repite la misma escena que la del día en el que ambos descubrimos la verdad del otro: la apuesta. La puta apuesta que destrozó todo. Suspiro, contraigo la mandíbula, contando hasta diez para mantener la maldita paciencia que me queda. No es mucha ya. —¿Qué pretendes, Gala? —¿¡Una semana te ha bastado para olvidar, según tú, todo lo que me querías!? —me reprocha, señalando hacia adentro. —Esto es ridículo… —¡Habías vuelto por mí y no es cierto! No me creo que me esté montando este numerito. No tiene sentido. Está más pálida que en días atrás. Incluso tiene ojeras. Sus preciosos ojos verdes están cansados. Quisiera abrazarla y pedirle que nos olvidáramos de todo, pero ¿¡cómo hacerlo!? ¡Está con otro! ¿¡Ella me habla de olvido!? Me produce rechazo su postura. Sí. La historia se repite y por mucho que la ame, no podemos permitirnos una relación basada en las peleas, reproches, miedos… No soporto vivir así. Aunque por ella había decidido renunciar a uno de mis sueños: formar una familia. —¿Por qué te callas? —escupe con amargura—. Sabes que es cierto lo que estoy diciendo, ¿verdad? ¡Cínico! —Me quedo callado porque con estas escenas vuelvo a recordar el porqué estamos así. No merece la pena, Gala. —Pensé que lucharías más por lo nuestro. —¿¡Yo!? —Acuno su cara y ella se echa hacia atrás—. ¿¡Yo, Gala!? Eres tú quien ha decidido borrarme de tu vida, me pediste que hiciera lo mismo. ¡Estás con otro, joder! ¿¡Qué pretendes!? Sus hombros se vienen abajo. Su cuerpo se debilita. La sostengo, apartándola hacia la zona más oscura, evitando que los que nos rodean sigan presenciando esta estúpida escena de celos que no nos llevará a ningún lado. Me destroza no entenderla. En el fondo, nunca lo he hecho. Sus silencios, sus medias verdades y pruebas; nos han puesto
constantemente al filo de un precipicio. Al límite. —¿Qué pasa? —pregunto y bajo el tono—. ¿Qué callas? Gala abandona su coraza y rompe a llorar. —¡Me duele que estés con otra que no soy yo! Capítulo 20 Ahora es tarde No dormí en toda la noche. Los ojos hinchados me delataban. Lola acababa de marcharse a su habitación después de haber estado tratando de consolarme. No tenía consuelo y lo peor era leer en sus ojos: te lo dije. Y tenía razón, por lo que reflexioné largo y tendido. «Cuando nos hacen daños, tenemos miedo de volver a abrirnos, nos pensamos que todas las personas son iguales… y llegamos a esto. Me he convertido en una mujer insegura, llena de miedos, que se siente inferior a otras. Incluso me creía insignificante para los hombres cuando vestía con ropa casual. ¿Cómo he podido estar tan ciega?». Se me había ido tanto la cabeza… ¿En serio había pensado que a Luka le faltaba algo conmigo por no lucir escote a menudo? ¿Cómo pude ni siquiera imaginar que, porque una chica con vestido se le acercara, le podría aportar mucho más que yo? Fui especulando acerca de qué les podría faltar conmigo… Con los dos primeros; simplemente nada, eran así. No se conformaban. Con Luka ya lo tenía claro… le faltaba que me dejara llevar, le faltaba conocer mi faceta tierna, cariñosa. Lejos de la distante y pasional, ésa última en ocasiones. No había sabido complementarlo y no me extrañaba que estuviese decepcionado. Yo también lo estaba conmigo misma. Tarde, pero entonces supe quién era realmente Luka Acosta. Un hombre de palabra, que buscaba una relación seria. Que lo entregaba todo por la persona que amaba, hasta el punto de abandonar un mundo con el que podía permitirse una vida fácil. Luka Acosta era el hombre con el que siempre había soñado. Maduro y no por su edad, sino por su saber estar, su educación, su infinita paciencia. Ahí entendí de verdad que la edad no era más que un número. ¿Cómo pude equivocarme tanto con la única persona que me había dado justo lo que necesitaba? Lo hizo sin que tuviera que mendigarlo. Entregándome todo desde la primera noche que nos tocamos… «¿Cómo vas a reparar tanto daño, Gala?». Estuve a punto de mentirle sobre Simón y jamás me lo hubiese perdonado. Me preparé para ir a la cafetería con el humor por los suelos. Solo quería abrazarlo, que me dijera que me perdonaba. Decirle todas esas cosas que me quedaron pendientes por mi desconfianza. Él no había respondido a ninguno de mis mensajes durante toda la noche y, en el hotel, al ver que me negaba a irme… se marchó él, dejándome sola. Pero no lo culpaba, era lo que me merecía.
Por compararlo con otros y haberle tratado como si me hubiese hecho daño. Algo que arrastraba de mis relaciones pasadas y aquello tenía que acabar. Ya era hora si quería recuperarlo. Iba a dejar el bar por mí, ¿¡no era suficiente prueba de amor!? Estaba destrozada… Cuando me encontraba a las puertas de la cafetería, me sorprendió que ya estuviese abierta, no de cara al público, pero casi todo listo para que así fuese. ¿Jimena había llegado antes que yo? Sería la primera vez… «Un momento, quién es…». Me colé dentro y comprobé si era cierto lo que me había parecido ver desde la cristalera de fuera. Luka hablaba con una chica, él estaba de espaldas a mí, a ella, en cambio, la veía por encima de su hombro. Era morena, de ojos azules. Su cabello muy largo, por la cintura. Preciosa. —¿Hola…? —saludé, dubitativa. Luka se dio la vuelta y creí ver que alzó el mentón. Marcando una distancia que odié. Que no soporté. Que me partía. —Gala, ella es Dana, tu nueva compañera. Jimena ya está en el bar como tanto deseaba. —Se echó a un lado para que ambas nos saludáramos con cordialidad. Era muy simpática—. ¿Te importa dejarnos solos? Le estoy explicando algunas cosas importantes. —Claro… Obedecí y dejé mis cosas en la taquilla. Me costó aquella situación, sobre todo, cuando oí la risita de Dana. Sentí que los celos me atravesaban, que una punzada de dolor me dejaba sin aire en los pulmones. Las preguntas me asaltaron, ¿desde cuándo se conocían? ¿Él realmente había dado por finalizada nuestra relación? ¡Me negaba a que acabara así! Lo quería y el mero hecho de imaginar que pudiera estar con otra, no era soportable. Me di la vuelta decidida a hablar con él, pero entonces choqué de frente con Caterina. ¿Qué hacía allí? —¿Y esa cara? —murmuró, poniendo los ojos en blanco—. Supongo que celosa, ¿no? —No estoy para bromas. —Si no le das su espacio lo vas a perder. —Como la novia de Fabio a éste, ¿eso quieres decir? —rebatí a la defensiva—. Le está dando espacio y mientras lo ocupa contigo. No está bien lo que estás haciendo. —No sabes nada, Gala, ¿de acuerdo? —me advirtió de malas maneras—. Deja de meterte en mi vida. —No quiero que sufras. —No me lo tomes a mal, pero preocúpate por ti y deja de pensar que todo el mundo va por la vida con la intención de hacer daño.
Bajé la mirada, avergonzada. ¿Hasta cuándo iba a estar metiendo la pata? No me incumbían sus relaciones, formaban parte de su privacidad. Algo que parecía que, en los últimos tiempos… no sabía respetar. —Voy a estar a cargo de la cafetería —comentó y abrió la puerta de la sala, invitándome a pasar—. Me voy a quedar un tiempo, mi hermano me lo ha pedido. ¡Se estaba alejando de mí! —Me gustaría hablar con él, por favor, Caterina, ayúdame. —Ay, Gala. Me quedaré con Dana y le diré que no puedo abrir la puerta, con esa excusa vendrá. Pórtate bien de una vez. —Gracias… —Te quiere de verdad —dijo y me sonrió—. Suerte. «Lo sé, tarde, pero lo sé». Entré en la sala y me quedé esperándolo junto a su escritorio. Cuando la puerta se abrió… los nervios me invadieron de pies a cabeza. Luka, al verme, estuvo a punto de marcharse de nuevo, pero corrí a su lado y cerré para que no lo hiciera. Quedamos frente a frente, muy cerca del otro. Su respiración se aceleró. Sentí que iba a desfallecer. Las ganas de abrazarlo y besarlo me aplastaron. Me consumían. —Te quiero —confesé, llorosa—. Te quiero como no pensé que pudiera volver a hacerlo y no pienso perderte. —Gala… —Chis. —Puse el dedo índice en sus labios. Cerró momentáneamente los ojos—. Tienes razón, he sido una estúpida y me duele saber cómo te he tratado cuando tú solo pensabas en los dos.— No creo que sea el momento de hablar. —¿Prefieres salir y reírte con tu nueva empleada? —le reproché, recordando la escena—. Te he visto con Dana y… —No me jodas, Gala, me estás pidiendo perdón, pero no cambias. ¿No te das cuenta? No se puede vivir así. Me aferré a su camisa, desesperada. Sentí que lo perdía. Era frío. —¡Te acabo de decir que te quiero y no he obtenido respuesta! —Yo tampoco la obtuve nunca y, sin embargo, aposté por ti —replicó con la mandíbula contraída—. No me rendí pesé a todo. —¿Esto es una venganza entonces? —¿Pero qué clase de persona piensas que soy? —escupió y se alejó. Como si no soportara mi presencia—. ¡Estoy dolido, decepcionado y ahora el que no confía en ti soy yo! ¿¡No lo entiendes!? —Te amo, Luka, joder. ¡Te amo y no quiero perderte! Se mordió el labio y levantó el mentón cuando acorté la distancia y acuné su rostro. Se
contuvo, maniéndose en su postura, en esa que parecía que no significaba nada para él. ¡No lo soportaba! —Dime algo, por favor —supliqué e intenté besarlo. —No lo hagas —me advirtió, girando la cara—. Esta no es la forma de arreglarlo. Necesito pensar y contigo cerca me es imposible. —¿¡Y qué vas a hacer, huir de mí!? —Tomar distancia —susurró y dio un paso atrás—. Me has hecho daño, Gala, no podía creer que la chica fría que pocas veces se dejaba llevar, me estuviese mandando un mensaje de su ropa interior para ponerme a prueba. ¿Te das cuenta de hasta dónde has llegado? —Pero estoy arrepentida. —Y quizá ahora es tarde. —¡Luka, no te vayas! —Intenté retenerlo sin éxito—. ¿De verdad me vas a dejar así? —Necesito a mi lado a una mujer, no a una niña o niñata. Y no tiene que ver con tu edad, no te excuses con esos doce años de diferencia. Todo está relacionado con tu inseguridad y ya te lo dejé claro, de ahí que no esté con mi ex. —Cerré los ojos—. No quiero escenas como la de ahora ni pruebas como la de estos días. —¿Entonces? —Te quiero a ti, pero no de esta manera ni a cualquier precio. —Me dejas —musité con un hilo de voz. —Necesito tiempo. —¿¡Y si te doy espacio y te olvidas de mí!? —Entonces te daré la razón —murmuró de espaldas, a punto de marcharse—. No te habré querido tanto como imaginaba. Capítulo 21 ¿Me sigues queriendo? Creo estar volviéndome loco. No soporta que esté con otra… —Gala, te juro que quiero entenderte, pero soy incapaz. Me estás reprochando lo mismo que tú estás haciendo, ¿te estás oyendo? —Confirmas que estás con ella —replica, empujándome. —A ver, hablemos con calma. —Cierro los ojos e inspiro. Trato de tranquilizarme. Me va a dar un puto infarto—. He quedado con ella, nos conocimos hace dos días y sí, he intentado… —¿Te la has follado? —musita, permitiendo que las lágrimas recorran sus mejillas y muestre sus verdaderos sentimientos. No se oculta—. ¡Respóndeme, joder! ¿Te la has follado, Luka? —No, maldición. No pude, aunque lo intenté —farfullo lleno de ira—. Y ella lo ha entendido perfectamente. Me ha escuchado y me ha aconsejado justo esto, que saliera y habláramos. —No te creo. —No sería la primera vez, Gala —rebato sin fuerzas. No salimos del bucle desde que llegué —. ¿Cómo puedes ser tan egoísta? ¿Cómo puedes estar reprochándome algo que tú misma estás
haciendo? —Si lo crees así… es que no me conoces lo suficiente. —Pese a los obstáculos y todos tus miedos, creo que te conozco mejor que nadie, pero no te entiendo. ¿Qué estamos haciendo? Ella rota y yo no me encuentro menos destrozado. Me decepciona su actitud. Me demuestra que no ha cambiado si ella puede poseer una libertad de la que a mí me está coartando. —Es imposible comprenderte o ponerme en tu piel cuando te enfureces a pesar de saber que esa chica y yo no somos nada, en cambio, tú, has reconocido haberme olvidado con facilidad. —¿Y lo crees después de cuánto te costó conquistarme? —Gala, será mejor que… —¿¡De verdad te has creído que he podido rehacer mi vida con otro en dos escasos, malditos y a la vez eternos meses!? —Trago, no sin dificultad. Gala da pasos hacia atrás, distanciándose de mí—. ¿Cómo has aceptado sin más que me avergonzaba de ti y que era feliz? —Ya te avergonzaste una vez. —Antes de saber lo que eras y sigues siendo para mí. —¿Qué estás diciendo? —Que te mentí para que te alejaras. ¡No me perdonaba a mí misma aceptarte de vuelta después de abandonarme en…! —¿¡En qué…!? —En el momento en el que mi vida cambió para siempre y tú no supiste estar a la altura para apoyarme y decirme que todo saldría bien. Ni siquiera quisiste oírme cuando traté de hacértelo saber. —¿Y es tan grave que no puedo reparar mi error? Juguetea con el borde de su camisa, un gesto que últimamente repite muy a menudo y se limpia las lágrimas. Intento hacerlo yo, pero una vez más, me evita. Aunque sus ojos me gritan todo lo contrario, me suplican que la abrace e intente recomponer aquello que hice tan mal y que ni siquiera sé o recuerdo. Me siento un cobarde por haber huido. No tenía ni idea de que además de con nuestra «ruptura», lidiaba con algo más. ¡Estaba demasiado dolido como para pensar en ella! —¿Me sigues queriendo? —le pregunto completamente derrumbado—. ¿Algún día sabré cuál fue el error que no me perdonas? —Será inevitable… Déjame, necesito pensar. Se aleja de mí sin que yo sea capaz de detenerla. No entiendo nada y me siento como un puto cerdo sin conocer el motivo. Pero sé que lo hay y que realmente le he hecho mucho daño. Un daño que no sé si podré reparar alguna vez.
Pero lo intentaré, le daré su espacio, sé que necesita tiempo y lo tendrá, aunque la busque, pero no la presionaré ni preguntaré, esperaré a que ella se sienta capaz de enfrentarse a aquello por lo que me ha odiado en mi ausencia. Porque la sola idea de perderla nuevamente, sabiendo que aún me ama, no la concibo. Capítulo 22 Una vez más —¿Hoy tampoco va a venir tu hermano? —le pregunté a Caterina mientras me preparaba para salir. Ella negó—. Hace dos semanas que no aparece por aquí y no soporto más esta situación. —Gala… —Quiero presentarle mi renuncia. —Eh, no llores —me pidió, acunándome contra su pecho—. Está muy ocupado. Creo que lo hace a posta para no pensar en ti. —No hace nada por recuperarme —sollocé y me aparté, odiaba mostrarme así—. No responde a mis mensajes y ya no sé qué hacer. No quiero presionarlo… y seguir aquí ya me es imposible, pendiente de si viene o no, de las llamadas de Dana... Apenas duermo ni como. —Es muy orgulloso, pero, sobre todo, odia que lo decepcionen y créeme, lo está. No entiende que lo compares con otros o que hayas llegado a pensar que haría lo que te han hecho los cerdos de tus… —Ya, la apuesta. Déjalo. —Terminé de quitarme el uniforme y me solté el pelo—. Voy a ir al bar, Lola me ha comentado que Luka se encuentra allí. Están haciendo inventario… porque va a vender el local. —Sí, su intención es realojar a los empleados mientras negocia la compra de un restaurante. No sé si lo sabías… —No. —Ya, pero es porque no habéis hablado. —No te preocupes. Nos vemos en otro momento. Me cerré la cremallera del vaquero y fui directa al bar. De camino allí, me bebí una Coca-Cola para que no decayeran mis energías. Eran las ocho de la tarde y llevaba en la cafetería desde por la mañana. Últimamente tampoco encontraba nada mejor que hacer para matar el tiempo. Necesitaba mantener la mente ocupada. Las noches se habían convertido en una tortura. Era cuando más lo extrañaba. El momento en el que me preguntaba si estaría pensando en mí… Entonces solía escribirle, me leía, no obstante, no respondía. Se había convertido en una maldita rutina. La imagen que esperaba hallar en el bar no fue la que encontré. Todos los empleados estaban bebiendo, parecían celebrar algo. Con el jefe incluido, Luka, que se giró al oír el portazo. —¿Qué haces aquí? —me preguntó seriamente en cuanto me vio. Estaba pálido, aunque guapo.
El corazón me dio un vuelco. —He venido a presentar mi renuncia. —¿Qué? —Miró al resto de empleados, entre ellos, estaba Lola, que me observó desde lejos y me guiñó el ojo, como si todo fuese a salir bien. Tan positiva siempre—. Ven conmigo. Luka me cogió de la muñeca y me llevó hasta la sala. Ahí los recuerdos me hicieron su prisionera. Como el del primer día que hablamos allí. Me parecía tan lejano… En el bar también fue la primera vez que nos liamos, aunque no en la sala, no esa noche, sí un sinfín de ellas que vinieron después. ¿Por qué no lo valoré entonces? —¿Qué estás diciendo, Gala? —demandó y se presionó las sienes. Olía a alcohol—. ¿Por qué dejas la cafetería? —¿Esa es realmente la pregunta que me quieres hacer? —No te entiendo. —¡Sí lo haces! ¿No querrías saber si he cambiado? ¿Si te echo de menos? ¿Si te sigo queriendo igual que hace dos semanas? —Gala… —¡Odio esta frialdad! —Pensaba llamarte —admitió con pesar—. Pero no he encontrado el momento. Ni sé cómo hacer esto. —¿Hacer… el qué? —repetí con un nudo en la garganta. —No ha sido fácil tomar esta decisión. Lo entendí enseguida. No sabía cómo dejarme definitivamente, porque era lo que pretendía. No, no y no. Pensé que tal vez me pediría algo más de tiempo, ¡no sabía! No estaba preparada para aquello. No para perderlo. De modo que antes de que continuara, levanté las manos, prohibiéndole que siguiera hablando. Necesitaba marcharme y asimilar su decisión. —Te llamo luego, Luka… —susurré, caminando hacia atrás—. No creo que sea el momento ni el lugar para hablar de esto. —¡Gala! No le di opción a que me alcanzase, me escapé y cerré desde dentro. El tiempo que él perdiera en forcejear, lo habría ganado yo para marcar distancia. Una física, no emocional. Enseguida supe dónde quería estar. Fui directa a su casa, cogí la llave que escondía y entré deprisa. Por suerte, Caterina no estaba aún y pude derrumbarme sin controlarme. «¡Te mereces esto, por idiota!». El teléfono empezó a sonar, imaginé que sería él, pero no podía permitir que mantuviéramos esa conversación así. No si no estábamos de frente, sobrios y en un entorno en el que nadie nos molestase. Necesitaba hacerle recapacitar, que me creyera. Cambiaría por él. Olvidaría los celos, esos que me habían hecho estar tan mal. Después de ese bache lo único que necesitaba era que volviese a confiar en mí.
Su seguridad. Recuperar la mía. Fui a la cocina, abrí una botella de vino y empecé a bebérmela a morro, sin precaución. Quería emborracharme y olvidar. Luego me acurruqué en posición fetal y lloré como un bebé. Añorando lo perdido, lo que hasta entonces no había querido asimilar. —Gala, eh, Gala. —Di un respingo y abrí los ojos. Creí estar soñando o haber retrocedido en el tiempo cuando me encontré con Luka despertándome—. ¿Qué haces aquí y por qué te has ido así? —No quiero oír cómo me dejas. Se arrodilló a mis pies. Ahí reconocí al hombre vulnerable del que me enamoré. El que tenía una sensibilidad especial para mí. Había bebido más de lo que acostumbraba, estaba borracho… Y a mí por momentos me daba vueltas todo. —Es lo mejor, prometí no hacerte daño y mírate. —Me senté y acepté sus manos, que se entrelazaron con las mías. Temblamos—. Las relaciones tóxicas no son buenas y no quiero que nos veamos involucrados en algo así. Te amo, pero si estar conmigo te hace mal, prefiero renunciar a ti. Me olvidarás, sabes cómo hacerlo. Te enseñaron. —Estoy cambiando, Luka, por favor. —Una relación donde la base no es la confianza, no sale bien. —Me estás matando —balbuceé y me apoyé en su frente. —Reconozco el sentimiento, Gala. Esto no puede ser. —No me dejes —supliqué, rozando mi labio contra el suyo. Gruñó. Gemí—. Por favor, no volveré a cometer el mismo error. —No quiero que seas una persona diferente por mí —musitó, enredando las manos en mi pelo —. Yo sigo siendo el mismo, ese del que te avergonzabas, tu jefe, con la misma edad y las mismas aspiraciones de futuro que antes, eso no va a cambiar, Gala. Siempre será un obstáculo. Tenías razón, somos incompatible. Odio que no hayamos sabido… —No lo digas, por favor, no lo digas. No des por terminado algo que apenas se consolidaba. —Mordí su labio—. Aquella mañana venía a confesarte lo que sentía por ti y no sabes cuánto me arrepiento de habérmelo callado. No habríamos llegado a esto. —Las cosas pasan por algo, ¿para qué postergar lo que está destinado a fracasar? Si mi mayor sueño es formar una familia y tú ni te lo planteas. Tenías razón, no debimos llegar tan lejos. —Me niego a creer que estemos mejor separados y no me hables de futuro en estos momentos. Céntrate aquí, en el ahora, ¿de verdad has estado bien estas dos semanas sin mí? ¿No me has extrañado? —Gala…
—¡Dímelo y olvídate del dominio! Me empujó hacia atrás y se hizo un hueco entre mis piernas. Me miró los labios, negando. Parecía debatirse pese a su pérdida de control. —¿De qué nos serviría que te dijera que con cada maldito mensaje que me enviabas yo lo único que pensaba era en buscarte, besarte y abrazarte? ¿¡De qué nos sirve, Gala!? ¡Si no cambias! Hace unos días te vi espiándome. Eran las tres de la madrugada, ¿¡te parece lógico!? Me quedé impresionada y no únicamente por sus palabras, sino por cómo estaban sus ojos color café. Enrojecidos, desencajados. Los músculos de su cuerpo agarrotados. —Solo quería verte, saber qué hacías. No te espiaba, simplemente necesitaba saber de ti. No soportaba tu ausencia ya. Me duele la piel de tanto anhelar tus caricias. Cada poro de esta te suplica que vuelvas. —No juegues con esto —me amenazó con los dientes apretados y cerró los ojos—. No creo en tu repentino cambio. —¡Tienes que hacerlo! —No puede ser, ¿¡no lo entiendes!? ¡No hay confianza! Al igual que tú has vivido otras historias, yo también y ésta va por el mismo camino que la de Lilian. —Punzada de celos—. No va a funcionar, Gala, los dos sabemos que tenías razón, somos muy diferentes. —No lo sabremos si no lo intentamos. —Lo sujeté por la nuca. Él enjugó mis lágrimas con su pulgar—. Por favor, solo una vez más. Empecé a desabrocharle la camisa, con mi mirada puesta en sus expresivos ojos. Luka se dejó llevar y me ayudó a deshacerme de las prendas, para luego continuar con las mías. Finalmente quedamos desnudos. Él cubriendo mi cuerpo con el suyo. Se agachó y me besó. Gruñó muy fuerte, tanto que me estremeció más si se podía. Sentirlo piel con piel era lo más intenso que había experimentado en mucho tiempo. Era él, yo… nosotros. Y así quería que siguiese siendo. —Gala —jadeó a punto de entrar en mí—. El sexo no es la solución y al mismo tiempo, me muero por tenerte. —No es sexo… es amor… —sollocé cuando me invadió tan lento que dolía—. Dame una oportunidad, solo una y te lo demostraré. —Maldita seas —musitó contra mi boca, contrayendo el rostro, así como los músculos de su cuerpo—. No quiero que nos hagamos más daño. Es imposible que salga bien, Gala, aunque duela. Yo también tenía ese miedo. Tenía miedo de que nos diésemos una oportunidad para terminar más rotos. Él quería cosas que yo, de momento, no podría darle. O quizá nunca… Pero rechacé la idea.— Ya es tarde —le recordé y me arqueé, yendo a su encuentro. Gritamos de placer—. Nos queremos demasiado. Nos amamos. —A veces no es suficiente —bramó—, no si nos lastimamos y no vamos en la misma dirección y sabemos que es justo así. Me penetró, entró, salió. Me hizo el amor. Me besó y le supliqué, abrazándolo con mi cuerpo y
con cada uno de mis sentidos: —Una vez más… *** Estaba temblando. Temblando entre sus brazos después de hacer el amor repetidas veces, en el salón, en la cocina y en su habitación, donde nos hallábamos. No me lo merecía, pero estaba allí y quería seguir estándolo. Luka me había demostrado que en apenas unos meses podía enamorarme perdidamente de alguien hasta el punto de hacer locuras. Me había demostrado que la edad no era un problema. Me había demostrado que entre su mundo y el mío, pese a nuestras diferentes posiciones económicas, no había barreras frente al amor. Y de esto último había. Mucho. Me había enseñado tanto… y hasta entonces no supe verlo. Abrí los ojos, con mi frente pegada a la suya y sonreí. Estaba dormido, posiblemente tan agotado como yo. Me dolía la cabeza… Le acaricié la mejilla y abandoné un beso en sus labios. Cómo lo había extrañado. Estaba clavado muy dentro de mí… Hundí los dedos en su oscuro cabello, disfrutando de esa paz, de la armonía que me proporcionaba sentirlo así, pero mi teléfono sonó destrozando el silencio. Me incorporé con cuidado para no despertarlo, él se agitó un poco, pero no abrió los ojos. Estaba guapísimo tan despeinado. «No, joder, no es el momento». Me reclamaba Simón, a esas horas, sin importarle nada. La noche donde todo estalló había cometido el error de llamarlo sin número oculto y se había guardado mi contacto, el muy imbécil… Frustrada por tener que abandonar la cama y dejar a Luka ahí, me encerré en el baño. —¿Qué quieres y de madrugada? —siseé sin rodeos. —Casualmente como la noche que viniste a buscarme. —Ni la menciones —lo amenacé, nerviosa—. Fue un error ir, ya te lo dije. Estaba confundida con Luka y… —Venías dispuesta a que te follara. —Sí —admití con pesar—. Quería que me follaras para vengarme de él. No lo pensé, fui tan fría como odio y… Un portazo me dejó sin palabras y sin respiración. Luka se hallaba detrás y observaba al teléfono y a mí de hito en hito. Pálido. No supe ni qué decir… —¿Gala, estás ahí? —Luka apretó el puño derecho y lo liberó contra la pared—. Ven a casa, tenemos que hablar después de lo sucedido. Colgué enseguida y corrí detrás de Luka, que abandonaba el baño.
—Tienes que escucharme —supliqué e intenté tocarlo, pero levantó las manos, alejándose, prohibiéndomelo—. ¡No pasó nada! —¿Cómo he sido tan gilipollas? —Luka, por favor, tienes que creerme… —¿¡Y por qué me has ocultado esa visita!? —La culpa me embargó—. Eres más cínica de lo que pensé. Follarte al tipo que te destrozó la vida… porque tenías sospechas de que yo era igual. ¿En serio? —¡No lo hice! —¡A estas alturas no me creo nada! Tus frases lo dejan muy claro. —Y repitió con amargara —: «Fue un error ir, ya te lo dije. Estaba confundida con Luka y… Sí. Quería que me follaras para vengarme de él. No lo pensé, fui tan fría como odio y…». —Pero… —¡Y él te pide que vayas para hablar de lo sucedido! —me interrumpió completamente fuera de sí—. ¿¡Cómo has podido!? —Te prometo que es un malentendido —susurré a sabiendas de lo poco creíble que sonaba—. Ni siquiera… —¿Fuiste para acostarte con él? No respondí. —¿¡Sí o no!? Bajé la mirada. —¡Maldita seas! —gritó, lanzándome mi ropa. Esa que él unas horas atrás me había quitado con tanto amor—. ¡Fuera! —Luka… —¡Que te vayas! —Me señaló e insistió en que me apartara—. Cuando salga del baño no te quiero aquí. No vuelvas a acercarte en tu vida, Gala. Si no quieres hacerme más daño, aléjate de mí. —Pero… —¡Fuera de una puta vez y para siempre! Capítulo 23 La verdad Aquí estoy, aunque como me he prometido, sin presiones sobre lo que calla. Pero no puedo permitir que pase esta noche así. Ella está mal y yo también, tenemos que hablar. Llamo a la puerta de su casa. Pocos segundos después es Gala quien abre. Su semblante varía, sus hombros se vienen abajo. Los ojos se le llenan de lágrimas y a mí el corazón se me dispara. Se ha cambiado. Lleva un camisón bastante suelto. Está preciosa. —No puedo más, Gala. —Luka… —No he podido estar con otras, Gala, aunque lo he intentado y en repetidas ocasiones —
confieso y abro los brazos para que se refugie en ellos—. Dime que tú tampoco has podido, por favor. Suspira, la veo tragar y, finalmente, se lanza hacia mí, buscando el calor de mi cuerpo. ¡¡Joder, joder, joder!! La abrazo con intensidad, desesperación, para a continuación buscar sus labios. Me los cede sin dudar y nos besamos. Lo hacemos como nunca, quizá prometiéndonos más de lo que podemos cumplir. No lo sé y tampoco quiero pensarlo. Solo necesito esto, a ella, aquí, conmigo. —Ni siquiera me lo he planteado —solloza contra mi boca. —No me vuelvas a mentir, por favor. —Luka… —Perdóname —le suplico—. Perdóname por lo que tanto te duele y que yo desconozco, pero sé que te he herido y odio hacerlo. Asiente sin poder hablar y me adueño de sus labios. Entre besos, la empujo hacia adentro y cierro la puerta. Me ciño contra ella y, por un momento, me parece sentir que vuelve a estar en alerta. Se agarrota. Pero no la libero, la llevo hasta su habitación aprovechando que estamos solos. Gala se tensa, de modo que me separo. Busco sus ojos. —¿Qué pasa? —Hay inseguridad en mi pregunta. —Tenemos que hablar… —Luego, por favor, ahora mi único deseo es demostrarte lo mucho que te he echado de menos. Cuánto te amo, Dios. No voy a presionarte y, sobre el futuro, renunciaré a todo lo que me pidas. —Luka… —Chis, más tarde. Asiente repetidas veces, aunque hay algo en ella que no es igual. Lo confirmo cuando alarga la mano y apaga la luz. Está tímida. Ladeo la cabeza, confundido. Me sonríe, nerviosa. —No hagas preguntas. —Vuelve a besarme y añade muy emocionada—: Y despacio, por favor. Empiezo a desnudarla con esa paciencia que espero que ella recuerde de mí, la que pide. Complaciéndola. Las manos me tiemblan tanto como su cuerpo ante mi toque. Y lento, me deshago de su camisón. Sin pausa, pero sin prisa. —No vuelvas a poner en peligro lo nuestro —suplico, apoyándome en su frente—. No sé qué me has dado, pero no puedo estar sin ti. —Lo sé… Ha sido todo tan precipitado. —El amor no entiende de tiempos. El amor nos sorprende sin más. —Ni siquiera puedes imaginar la magnitud de tus palabras. —Gala —gruño en cuanto la desnudo por completo. —Sí —gime, sabiendo lo mucho que estoy enloqueciendo. Ahora es ella quien me libera de mi atuendo, aunque no se muestra como yo. La necesidad de
sentirme en su interior y de alcanzar la plenitud, es demasiado potente como para posponerlo un minuto más. Ha perdido la calma y yo me dejo hacer. Acaricia mi pecho, mi vientre. Intento copiar su gesto, rozar cada milímetro de su cuerpo, pero me esquiva y me incita a que me siente en la cama. Un segundo después se arrodilla ante mí. —Gala… —Quiero darte placer, chis. —Y yo a ti, cariño. Me besa y vuelve a silenciarme. Finalmente sujeta mi pene y se lo mete en la boca, jugueteándome con sus labios por cada centímetro de mi sensible piel. Casi pierdo la razón. Su lengua recorre mi falo sin piedad alguna. Chupa y retrocede, así una y otra vez. A veces brusca, otras tan pausadamente… que agonizo. Agarro su cabeza con cuidado, aunque no puedo evitar empujarla hacia mi virilidad. El placer es infinito. Ella es sensualidad, delicadeza, dulzura, ternura. Gala es todo en la intimidad. Es fuego y me tiene ardiendo. —No puedo más —gruño, desesperado. —Adelante. Pero no es lo que quiero. Necesito hacerlo dentro de ella. —Ven aquí, por favor —le pido y un segundo después se sube a horcajadas sobre mí—. Joder, Gala, joder. —Lo sé. Maldita sea, ¿¡cómo he podido vivir sin estas sensaciones!? Solo ella es capaz de hacerme vibrar así. —El preservativo —le recuerdo con cautela. —No te preocupes por eso —musita con un hilo de voz. —¿Estás tomando algo? —Confía en mí. Lo hago. Sin preguntas. La sujeto por la cadera y la guío hasta que invado su interior. Hondo, muy hondo. Sus paredes vaginales se contraen, me abrazan. Me aprietan muy fuerte. Gruño como un animal herido. Su quejido se une a mí. Envuelve las manos en mi nuca al tiempo que reclama mis besos y se contonea viniendo a mi encuentro. Un encuentro en el que yo marco el ritmo. Suave, lento, muy lento. Tanto como me ha pedido. Esto es la puta gloria. Sin embargo, me muero por darle todo e introduzco un dedo en su sexo, junto a mi miembro. Ella se retuerce, arqueándose levemente. Y acaricio su clítoris, hago movimientos circulares. Gala solloza de placer, matándome con su entrega. —Acaríciame la cara —suplica de repente—. Solo la cara, para sentirte, para que me reconozcas incluso en la oscuridad, solo a mí. Necesito que me demuestres que estás conmigo y no
con otra. Entonces entiendo su petición, su inseguridad y miedos. Acuno su rostro y la beso. Entro en ella una y otra vez hasta creer que perderé la puta cabeza. Gala chupa mis dedos impregnados de ella. ¡Maldición! Esto es demasiado. No soy de piedra y mis manos cobran vida propia cuando nuestros cuerpos se sacuden y nos corremos a la vez. Entre espasmos y vaciándome en su interior, le acaricio la espalda, memorizándola, recordándola. Llego a sus pechos. Parecen más voluptuosos. Desciendo con los nudillos por el resto de su piel mientras el placer nos nubla la razón. Está tan suave, huele a ella, a ese olor que no he olvidado ni un solo puto día en estos dos meses... ¿Qué…? Me congelo. Instintivamente me quedo estático. No puede ser. —¿Qué sucede? —gime, acunando mi rostro—. ¿Luka? Mi respuesta es amoldar de nuevo las manos a su vientre, como hace escasos segundos. Unas manos que tiemblan más que cuando la he vuelto a tocar… después de tantas semanas sin hacerlo. Me ciño con los dedos a la pequeña curva que sobresale de su cuerpo. La acaricio. Dios mío. ¡No puede ser! La respiración se me acelera. Ella, por el contrario, parece impactada. Sabe que he descubierto la verdad. La habitación empieza a darme vueltas. Ahora sé el porqué me ha rechazado desde que regresé, pese a desear tanto esto. A sentirme y que le hiciera el amor. Ahora entiendo el motivo por el cual no quería perdonarme ni que la tocara. Ahora descifro su frase «me abandonaste en el peor momento». Gala está embarazada. Capítulo 24 La decisión correcta Lo hice. Cuando me pidió que me marchara, lo hice sin mirar atrás. Transcurrieron casi tres semanas desde aquel día y a Luka parecía habérselo tragado la tierra. Caterina fue quien se ocupó de la cafetería, como me aseguró, y la vergüenza no me permitió insistir con su hermano. Sus ojos llenos de odio, mientras me echaba de su casa… Tenía razones para estar así, aunque no me hubiese acostado con Simón, tuve la intención y no estaba justificado mi comportamiento. Luka no me había sido infiel, ni siquiera se lo planteó. Sí, ciertamente tuve mis dudas, solo eso, dudas. Él conocía la apuesta, de alguna manera me pidió sinceridad y callé poniéndolo a prueba, ahí estuvo mi error, uno más en nuestra intensa relación.
Estaba hecha polvo y ese día, para colmo, no me encontraba bien. Eran las dos de la tarde y aún no había salido de la cama. Me nacía llorar y llorar. Cansada, incluso con mareos. Sentí que no podía más. Saber que había destrozado lo más real que había vivido nunca, fue algo que creí que no superaría. Pues seguía muy enamorada... No verlo a diario ayudaba a que no me derrumbase más de lo que ya lo hacía. Demasiados cambios en los últimos meses. Mi mirada estaba fija en el techo cuando sonó mi teléfono. Instintivamente me lancé hacia él. Era mi madre… Siempre esperaba que fuese Luka. —¿Gala? —se anticipó ante mi silencio. —Sí. —Hija, ¿dónde te metes? Hace días que no tengo noticias tuyas y preocupa. Quiero subir a Madrid el fin de semana, ¿te viene bien? —No, tengo mucho trabajo —le mentí con un carraspeo—. En cuanto pueda, iré yo, me hace falta respirar el aire puro del campo. —Te repetí miles de veces que no te marcharas del pueblo y tampoco está tan lejos de la ciudad, pero aquí hay paz, tranquilidad. —Lo sé, pero prefiero esto. —¿Estás bien? —Tragué el maldito nudo que tenía en la garganta—. Tu voz suena muy débil. ¿Qué pasa, Gala? —Anoche terminé tarde de trabajar y me estaba echando la siesta —se me ocurrió de pronto. Ella ni siquiera sabía que había dejado el bar y a Luka—. Te llamo en otro momento, ¿vale? Necesito descansar. —De acuerdo, cuídate y no te olvides de nosotros. —No… Os quiero. —Besitos. Colgué para permitir que el llanto estallase en su máxima potencia. La coraza tras la que me solía esconder se había desvanecido por completo. Volvía a ser yo, la de antes, rota por el amor fracasado, aunque en esa ocasión era la única culpable. Me costaba aceptar que había sido tan estúpida. —¿Puedo pasar? —preguntó Lola. Me limpié las lágrimas y me ladeé hacia la puerta—. Eh, ¿a estas horas y en la cama? —No me encuentro bien —confesé débilmente. —Me lo imagino, jamás faltas al trabajo. —Llamé esta mañana a Cat y Jimena se ha ofrecido a cubrirme. —Estás pálida. —Se sentó a mi lado y me tocó la frente. El típico gesto de madre—. No tienes fiebre. —No, solo mareos y el estómago un poco revuelto. Lola apartó su mano de mi piel como si de pronto le quemara. Sus ojos se desencajaron y me
esquivó la mirada. Resoplé, agobiada. —¿Qué, Lola? —susurré sin paciencia—. Conozco esa cara. —¿Te ha venido la regla? —¿Qué? —Me senté de golpe, aunque tuve que apoyar la cabeza contra el cabecero. Todo me daba vueltas—. ¿Qué estás insinuando? —No sé… Perdón, es una estupidez. Alargué la mano y cogí el móvil. Abrí la aplicación y la respiración se me cortó. Era muy puntual con el periodo y hacía cinco días que me tendría que haber venido. Miré a Lola, negando con la cabeza. —Pero si os habéis cuidado —murmuró, quitándole hierro al asunto. Se me escapó un quejido —. ¿No? —La noche que nos reconciliamos bebimos y no sé… —Ay, Gala. —¡No puede ser! —Golpeé el cochón con rabia—. ¡No! —Tranquilízate, por favor. ¿Quieres que compre una prueba de embarazo? —La sola palabra me produjo ansiedad—. Sal de dudas. Ella se incorporó, mirándome fijamente. Esperaba a que le diese mi consentimiento, pero lo único que hice fue encogerme de hombros. Mi mente estaba muy lejos; en aquella noche en la que Luka y yo nos dejamos llevar. No, eso no podía estar pasándome. ¡Fue un error! Pensé que no tendría mayor importancia por una vez… ¿Qué eran diez meses y sin una relación estable? Nosotros, por mis miedos, nunca llegamos a ser una pareja como tal y no estábamos juntos. «¿Cómo enfrentarme a esto?». Minutos después Lola estuvo de vuelta. Venía corriendo, su respiración era agitada. Ni siquiera me habló, me ayudó a incorporarme y fuimos juntas al baño. Yo temblaba y las náuseas aumentaron, quise pensar que por los nervios. Hice pipí y volví a la cama, Lola fue quien se encargó del resto. En esos momentos deseé desaparecer. Que la tierra me tragara. —Hay que esperar unos minutos —me comentó y sonrió—. Todo va a salir bien. Quedará en un susto. En el fondo supe que su intención era tranquilizarme, pero para qué engañarnos, no lo consiguió. No lo estaría hasta leer en la pantalla digital: no embarazada… Me cubrí la boca ante la idea de que se reflejase lo contrario. No estaba preparada. Ni siquiera sabía si quería ser madre alguna vez… ¿Cómo habíamos cometido semejante torpeza? —No serías la primera ni la última —me consoló Lola—. A veces la piel es muy traicionera. —Con la relación que tenemos no es excusa… —Puede pasar incluso con un lío de una noche. —Mi amiga, la risueña, la chica de pelo rosa,
fijó sus preciosos ojos en el suelo. El corazón se me rompió, anticipándome a su confesión—. Lo viví hace tres años, antes de ser amigas. Conocí a un tipo una noche y… Fue horrible descubrir que estaba embarazada de un desconocido, no es el mismo caso, pero sé cómo te sientes, aunque te aseguro que no se compara a la culpabilidad que experimenté al perderlo pocos días después. —Oh, Lola. Nos abrazamos y lloramos juntas. No supe cuánto tiempo estuvimos así. Al apartarnos, ella buscó mi mirada y asentí. Morí. El resultado no fue el esperado. Sí, me sentí morir. El mundo se me vino encima en una milésima de segundo. Sí, embarazada. Había sido una inconsciente. —¿Qué vas a hacer, Gala? —me preguntó Lola, con la voz entrecortada. Sollocé con la prueba entre mis dedos—. Esta podría ser tu oportunidad para retener a Luka, ¿no lo quieres contigo? La contemplé sin dar crédito. No la reconocía en sus palabras, en su desafortunado consejo. ¿Qué clase de persona haría algo así? —Por Dios, Lola, lo quiero, pero no a cualquier precio. Ella suspiró aliviada y asintió. Por un momento me pareció avergonzada de su propio comportamiento. Lola no era así. —Quería ponerte a prueba —confesó, jugueteando con sus anillos—. Asegurarme de que has cambiado y madurado, de que no harías otra de tus locuras para tenerlo cerca. Gala, he estado muy preocupada por ti. Lo has espiado, le has puesto trampas, quisiste vengarte e hiciste una apuesta en la que te jugaste tu futuro con Luka y perdiste todo… —¡Lo sé y estoy arrepentida! ¿Crees que no soy consciente de hasta dónde me han llevado los celos y, sobre todo, los miedos? Pero ya no más… Estoy recuperando la confianza en mí — reconocí con el corazón latiéndome a mil por hora—. He de hacerlo, ahora con más razón… —Es muy fuerte, amiga, pero estaré a tu lado y Jimena también. —No se lo contemos todavía. Lola, ¿lo estarás, aunque no decida lo correcto? —Lola afirmó con la cabeza y me sujetó las manos, en la que sostenía la prueba que confirmaba la inesperada noticia—. Yo… —Piensa en ti y tomarás la decisión acertada, ¿vale? —Gracias. —No te imaginas cómo me alegro de saber que estas tres semanas te han servido para dar un giro a esa cabeza llena de miedos y recelos. —He entendido, Lola —susurré, abrumada—. He entendido que querer no es obligar a alguien
a que cambie por ti para que calme tus inseguridades, como pretendí con Luka. Me he dado cuenta de que no todos los hombres son iguales, no tiene que ver con el sexo, sino con la persona y con sus actos… He aceptado que me quedó grande su amor. La angustia no se iba de mi pecho. El llanto no me abandonaba. —Gala. —Hizo una pausa y añadió—. ¿Se lo vas a contar? —Necesito tiempo para pensar. *** Dos días después regresé al trabajo como era mi deber. Caterina no me pidió explicaciones, todo lo contrario, se preocupó por mí. Le informé de que había sido un virus estomacal y me reincorporé con normalidad frente a los ojos del resto. No para mí. La situación me superaba por segundos, no sabía cómo afrontarla. No tenía ni idea de cómo se actuaba en casos así. Estaba hecha un lío y mis hormonas me jugaban malas pasadas. Era la peor etapa para tantos cambios. Después de un día de locos, a la hora del cierre solo necesitaba descansar las piernas, relajarme en el sofá y llorar sin saber por qué. O quizá sí… Temía tomar una decisión y arrepentirme con el tiempo. Estábamos hablando de algo tan serio… Cerré los ojos y posé las manos en mi vientre. Los sentimientos eran contradictorios. Me sentía perdida y sola. Lola me apoyaba, pero necesitaba a Luka y tenía miedo de confesarle la verdad; de que diera por hecho que el bebé podría ser de Simón. Tampoco estaba preparada para enfrentarme a sus dudas. A su rechazo. —Gala. Me agité. Supe que soñaba. Era su voz, sonaba igual que cuando tuvimos un acercamiento por primera vez. Serían mis ganas de tenerlo allí y conmigo. De que nos enfrentáramos juntos a lo que estaba por llegar. —Gala. Abrí los ojos y miré hacia la puerta. Luka se encontraba justo ahí, apoyado en ésta, observándome. Un sinfín de emociones me abrumaron, me recorrieron todo el cuerpo, despertando cientos de cosquillas. Estaba guapísimo, diría que más delgado. Quise abrazarlo, suplicarle perdón, pero me bloqueé. No, no soportaría su rechazo, no otra vez y, sobre todo, en esas condiciones. ¿Por qué tuve que joderlo todo así? Maldecía el día en el que hice la apuesta… Ahí empezó todo. —Disculpa, no he debido entrar —me excusé, incorporándome. —No te preocupes —aseguró fríamente—. Venía para comentarte que mi hermana se encargará
una temporada de mis negocios y que los trámites que necesites arreglar, tendrás que hacerlo con ella.— ¿Trámites? —repetí con un hilo de voz. —Sí, si no recuerdo mal querías renunciar hace unas semanas. No supe qué decir. No, ya no podía dejar el trabajo. Estaba atada de pies y manos y renunciar sería otra locura. Sentí que en cualquier momento iba a enloquecer. Muchas sensaciones en tan poco tiempo. —¿Me estás echando? —musité e intenté acercarme. Él me esquivó y de dos zancadas estuvo junto al escritorio, marcado distancia—. Yo… —Te estoy informando de quién será tu jefa en todos los sentidos. Ella no necesitará que yo apruebe sus decisiones. Aunque sinceramente, a mi vuelta no me gustaría tener que coincidir contigo. —Luka… —Seré generoso con la liquidación para que tengas tiempo de buscar otro empleo y sin pasar por necesidades. No me lo podía creer. En el peor momento me dejaba en la calle. Se comportó frío como el hielo. No quedaba nada del hombre paciente y fogoso que me demostró tantas y tantas veces… en esa misma sala. Donde nos fuimos conociendo poco a poco, donde nos enamoramos sin pretenderlo. —De paso he venido a despedirme. —Me mordí el labio y aguanté la rabia—. Me voy una temporada a Barcelona, a casa de mi madre. Hace mucho que no la visito y me vendrá bien. —Claro. —Gala —me reclamó cuando me di la vuelta para marcharme. Me quedé de espaldas. No fui capaz de mirarlo a la cara sabiendo que esperaba un hijo suyo y que él se iba para olvidarme. Que me echaba de su vida en todos los sentidos, sin más. —Lo nuestro no ha podido ser, pero no te volveré a reprochar tu comportamiento —retomó tras la pausa—. No soy nadie para juzgarte y si te has sentido así en algún momento, discúlpame. ¡Tarde! Estuve a un paso de derrumbarme. Pero a pesar de su madurez y sensatez, no podía olvidar que ni siquiera se preocupaba por mí y, por el contrario, incluso me despedía de la cafetería por algo personal. —Gracias —respondí y se me rompió la voz. —¿Es todo lo que tienes que decirme? —¿Qué esperas? —repliqué a la defensiva y lo miré por encima del hombro—. Ni siquiera me has dado la oportunidad de explicarme y…
—En el fondo sé que no estuviste con Simón. —¿Entonces por qué me dejaste? —Tú no estás preparada para tener una relación seria y yo no estoy dispuesto a perder más el tiempo —zanjó con frialdad. —Tengo algo que contarte… —No quiero saber nada de ti, Gala, nada. No cambiaré de opinión ni quiero que me convenzas de lo contrario. Estoy cansado de excusas. —Luka, no es una excusa, se trata de algo importante y… —¡Se acabó, Gala! —Apreté la mandíbula, sintiéndome impotente—. No quiero escucharte, no quiero volver a verte. —¿Estás seguro de lo que estás diciendo? —Por supuesto. —Que te vaya bien, Luka —susurré finalmente. —Adiós, Gala. De nuevo, me marché sin mirar atrás, con todas las consecuencias. Sin desvelar una verdad que él mismo había decidido no conocer. Entontes me di cuenta de que no podía hacerlo. No pude tomar otra decisión que permitir que el ser que ya crecía dentro de mí… se quedara conmigo. Lo confirmé horas después, en cuanto me acurruqué en la cama y me aferré a mi todavía vientre plano. Ahí me di cuenta de que ya amaba a quien habitaba en mi interior y cualquier duda fue arrinconada por el inesperado sentimiento que empezó a aflorar en mí. Experimenté una conexión fuerte, un vínculo intenso, inexplicable… y supe que quería sentirlo cada día de mi vida. Capítulo 25 El secreto No puedo creerlo. Palpo su vientre y sé que no es fruto de mi imaginación. Sé que no tiene nada que ver con el peso. La forma de su cintura es evidente. Gala está embarazada. Embarazada. Embarazada. La palabra retumba una y otra vez, atormentándome. Su piel está suave… abultada. Una mezcla de sentimientos me invade y la aparto con cuidado para poder encender la luz. Ella baja la mirada. Otra señal de que ha vuelto a mentirme. ¿¡Por qué!?— ¿Cómo has podido ocultarme algo así? —le recrimino con la voz quebrada. Me cuesta creerlo—. ¡Gala, joder! Levanta el rostro. Leo el miedo en sus ojos verdes. La incertidumbre. Su vulnerabilidad aflora y ni siquiera le salen las palabras. Quisiera abrazarla y consolarla, pero no se lo merece.
No entiendo nada. Me duele su silencio. Sus mentiras. Recuerdo la primera vez que nos vimos, el día que la conocí. No supe qué me pasó, pero desde que entró por la puerta de la cafetería no pude mirar a otra. La deseé como a ninguna. Me asustó sentir algo así por una desconocida. Nunca me había sucedido y sospeché que, si algún día me aceptaba, mi vida cambiaría. No imaginé que tanto y en tan poco tiempo. —¿No vas a explicarte? —Luka… —No has entendido nada a pesar de mi ausencia —le reprocho, conmocionado. Enseguida se cubre con la sábana, ocultándome su desnudez—. Te he creído en cuanto te he vuelto a sentir entre mis brazos. ¿Por qué me haces esto? Se encoje de hombros. ¡¡Maldita sea!! —Desde que nos conocimos te has negado a decirme cómo te sientes en cada momento. Te negaste a aceptar que teníamos una relación. ¡Porque lo era! —Se sobresalta y cierra los ojos —. ¡Mírame, joder! Dormías en mi casa, nos íbamos a cenar, compartíamos el día a día. ¡Solo te faltó vivir conmigo y si hubieses querido, yo no habría dudado! Asiente y abre los ojos. De pronto, hay tanta tristeza en su mirada, que me asusta. ¿Por qué me lo ha ocultado? No quiero ni imaginar que tenga que ver con Simón. ¡Me niego a pensar que aquella noche compartieron algo más! Aunque ella no se defendiera, creí ver la verdad en sus ojos días después… No, joder. No pude equivocarme tanto. —Gala, desde que te conocí deseé que fueras mía, pero te has encargado una y otra vez en estropear algo bonito. ¡Porque yo te cuidaba, te mimaba y daba mi vida por ti! —Se me rompe la voz—. Y no me hables del tiempo. A veces es necesario toda una vida para enamorarse, y otras, en cambio, surge a primera vista. Lo sentí contigo. ¡La primera vez que te hice el amor sé que pudiste advertirlo, maldición! Silencio. —Tomé decisiones sobre el bar por ti, para que fueras feliz lejos del mundo de la noche, pero mientras me atribuías una vida paralela. ¿Y de qué me ha servido todo? ¡De nada! ¡Porque no te tengo! Silencio. Uno que ya me destroza después de todas mis confesiones. ¿Qué calla? ¿Qué teme? —¿¡Cómo puedes ser tan cobarde, Gala!? —Algo cambia en ella con mi frase y se incorpora, plantándose delante de mí—. ¡Dilo!
—¿¡Cómo puedes llamarme cobarde después de todo lo que estoy pasando!? No quería que pensaras que mi intención era retenerte con este… —Hace una pausa y se toca el vientre. El corazón se me acelera—. Bebé, Luka, con nuestro bebé. —Relájate —le pido al ser consciente de su estado. —¡No puedo! He tenido miedo de contarte la verdad por si dudabas de mí —reconoce llena de rabia—. Rompimos por lo sucedido con Simón, por mis mentiras de aquella noche y sí, tenía miedo. —Gala… —¡Joder, no sabía qué hacer! —Gesticula con las manos, enloquecida—. De la noche a la mañana me encontré embarazada y sola. Nada entraba en mis planes, pero me he enfrentado cómo he podido. Me aprieto las sienes, rompiéndome como ella. De pronto parece tan madura, que no queda nada de aquella niña que hacía tonterías por sus inseguridades y desconfianzas. Tiene razón y el que quizá no ha estado a la altura en estos ¿tres meses?, he sido yo. No lo sé. Me cuesta pensar. —Me echaste de tu vida, me dejaste sin trabajo. ¡He tenido que ingeniármelas desde que te fuiste! ¡No quisiste escucharme! No sabes cuántas dudas he tenido. Desde entonces he usado ropa más ancha, disimulando la bonita curva que moldea mi cuerpo, aunque tres meses no se notan en exceso. Sin embargo, me he visto obligada a ocultar algo tan natural por mi situación. Nadie ha sospechado, excepto Lola, mi cómplice —murmura atropelladamente. La cabeza me estalla—. Todavía no sé cómo contárselo a mis padres, como explicárselo a mi jefe. ¿Y si todos me dan la espalda? ¿¡De verdad crees que ha sido fácil!? —Gala… —¡Todo esto es por tu culpa! He llorado cada madrugada imaginándote. Tu ausencia me ha dolido. Pasábamos juntos cinco de siete noches que tiene la semana y te he extrañado demasiado. Este proceso se me está haciendo duro sin ti. La otra mitad de todo esto. Me dolía pensar que lo rechazarías, ¡porque inconscientemente lo hiciste! —Por favor, cállate. —La soledad se ha vuelto mi aliada. Es así como busco estar. Sola, proyectando mi futuro. Un futuro más incierto… Nuestra corta reconciliación de aquella noche nos sirvió para cambiarnos la vida… Y míranos. Te lo advertí a tu vuelta. Que te arrepentirías, pues mi secreto no podría durar siempre. Pero no estaba preparada para verte, no sabiendo que me habías dejado sin nada cuando ya dentro de mí lo tenía todo.
No quiero ni imaginármelo. Ella… que era tan suya cuando la conocí. Que odiaba a los hombres y no se planteaba nada más allá del sexo, mucho menos tener una relación y supongo que la noticia del embarazo se le hizo un mundo. Sin embargo, ha batallado como ha podido sin recurrir a mí, el padre de… Me siento en la cama y me mezo la cabeza entre las manos. Estoy bloqueado. —No sé si estoy preparado para esto —reconozco con pesar. Me duele el pecho solo de pensar que no sabré resolver la situación como ella—. ¿Ves, Gala? La vida nos vuelve a demostrar que la diferencia de edad es solo un número. Qué contradicción. No querías esto, en cambio, era mi deseo. Pero tú te has enfrentado con valentía y yo… No puedo seguir. Tengo un nudo en la garganta que me ahoga. Ahora nada nos podría separar. Pues Gala poco a poco ha ido dejando los prejuicios a un lado sobre mi edad y mi posición económica, parece haber madurado obligadamente y las mentiras quedan atrás después de desvelarse el secreto… Ya lo único que nos podría separar sería nuestra forma de ver el futuro. Un futuro que no compartíamos, por un sueño al que yo habría renunciado por estar con ella y ese sueño, de la noche a la mañana, se ha hecho realidad. Pero tengo un miedo atroz a esta inesperada etapa, sin embargo, Gala parece haberla asimilado. Incluso me atrevería a asegurar que es feliz creando esta nueva vida. ¿Quién nos entiende? La observo. Jamás la he visto tan segura de sí misma en todos los sentidos. Ha cambiado. Ella se arrodilla y coloca mi mano en su vientre. Es una sensación tan fuerte, tan intensa, que no sabría describirla. —¿Todo ha ido bien? —Afirma sin poder hablar—. ¿Y el bebé…? —Mañana lo veré por primera vez —susurra muy bajo. Le brillan los ojos de una forma especial—. Tienes la oportunidad de decidir si quieres o no tenernos en tu vida. A mí sin él o ella no puedes tenerme, porque se ha convertido en mi todo e irá por encima del resto, siempre. Epílogo Meses después… —Y desde que te vi en aquella ecografía, también te convertiste en todo para mí. —Sonrío, fingiéndome dormida. Oyendo cómo Luka le habla a nuestro bebé, que ha nacido hace apenas unas horas—. Descubrí qué sentía mamá por ti y supe que podríamos juntos. Hace una pausa. De fondo y muy bajito, suena una canción preciosa de Beatriz Luengo[5], que refleja lo que estamos y hemos vivido estos meses.
—Aunque nadie creyese en lo nuestro, por la edad, por lo rápido que íbamos. Los abuelos y la tita Cat se asustaron mucho con la noticia. Se me escapa una risilla y Luka me mira. Sus ojos se iluminan. La imagen de él con nuestro pequeño Mateo es lo más bonito y tierno que he visto en mi vida. —¿Te he despertado? —pregunta, preocupado, incorporándose. —No… —reconozco, sintiendo que el pecho me estalla de amor. Soy tan feliz—. Es igual a ti, pero en pequeño. —Eso dicen —susurra con orgullo. Me lo ofrece y enseguida lo arropo contra mi pecho. Beso su frente, acaricio su angelical rostro. Me parece un sueño. Traerlo a la vida ha sido la experiencia más brutal y salvaje que he vivido a mis veintiséis años, también la más bonita e inolvidable. Nada se comparará nunca a ese instante, mientras Luka sujetaba mi mano y me daba las fuerzas que ya no me quedaban. Pero confié en mí y todo fluyó como debía. —Soy muy feliz, Gala —murmura Luka, abrazándonos a ambos—. Me siento pleno con vosotros, con nuestra pequeña familia. Lo beso, atrayéndolo por el cuello. Él se refugia en nosotros. Nuestros rostros permanecen muy cerca al de Mateo. Nuestra prioridad. El que nos ha hecho entender la vida de otra manera pese a que no lo esperábamos. La noticia de su llegada nos recordó que el futuro es incierto, que los planes a veces sirven de poco y que hay que disfrutar del presente como si no hubiese un mañana. Valorar el hoy. Prepararme para este momento ha sido todo un aprendizaje. He entendido que una apuesta no debe decidir nuestro futuro, pero que un error sí puede marcarlo para siempre, aunque bendito error. He aprendido que los celos no son sanos para una pareja, que la venganza puede llegar a destruirnos y que la base de una relación siempre, ante cualquier situación, es la confianza. —¿Estás dormida? —musita Luka ante mi silencio. —No, estoy despierta, pero vivo un sueño. —Entonces vivamos soñando, Gala. Mi Gala. FIN NOTA IMPORTANTE: Durante estos meses y con la intención de colaborar y amenizar de alguna forma lo que estábamos viviendo con la pandemia, ofrecí de manera gratuita a los lectores una novela corta en varias plataformas, pero no tuve la oportunidad de hacerlo en Amazon por temas de exclusividad y ahora que está solucionado, lo pongo a vuestra disposición tras el final de La apuesta como regalo y en modo de agradecimiento por leerme y haber llegado hasta aquí. Son dos libros con narraciones similares, diferentes a otros de mis libros y juntos
creo que forman una buena combinación. Si no has leído Cada segundo, con sus dos finales inéditos, a continuación puedes hacerlo. Espero que disfrutes de la lectura. Cada segundo Patricia Geller Los personajes y sucesos que se ofrecen en esta obra son ficticios. Cualquier parecido a la realidad será simple coincidencia. Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra. Ya bien sea electrónica, por fotocopias, grabaciones o cualquier otro método, sin consultarlo previamente con su autor. De lo contrario, se estará cometiendo una infracción que puede ser constituida como delito. ©Patricia Geller, 2020 © Copyright Patricia Geller. ©Todos los derechos reservados. Nota importante: Hace algún tiempo, bajo otro seudónimo y antes de subirla a ninguna plataforma, publiqué esta historia en páginas online y me propusieron una idea: los finales alternativos. Yo misma he leído alguna novela en la que me enfadaba con la protagonista al saber su elección. Entonces me planteé. ¿Por qué elegir sólo uno? Pero al volver al recuperarla y publicarla como Patricia Geller, confieso que no puedo, he de decantarme por uno y es… ¡En breve lo sabréis! ¿Por qué lo recupero bajo mi autoría? La tenía guardada tras un tiempo online, ya que es diferente y quizá más arriesgada de lo que suelo publicar; por el argumento, pero últimamente en el mundo de la literatura estamos viendo prácticas que, por supuesto, no comparto; como plagiar historias de otros compañeros, adueñarse de libros ajenos aprovechando que están en otros idiomas o que ya han sido retirados. Por esto último he tomado la decisión; ya que es un modo de proteger este proyecto. Ahora sí. ¿Empezamos? Liam, Bryan o Enzo. ¿Y tú, a quién elegirías? Cada segundo Prólogo Capítulo 1
Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Epílogo Inédito Alexa Inédito Cloe Violeta Meyer es una joven que necesita liberarse de las imposiciones familiares y ha tomado la decisión de romper con su pasado, ofreciéndose como chica de compañía. Ella no imagina que, adentrándose en un mundo tan superficial, sentirá un placer diferente, conocerá a hombres que estarán dispuestos a todo por tenerla y descubrirá emociones insospechadas. No obstante, el tiempo apremia y Violeta teme que sus sentimientos la confundan y quedarse más de lo permitido. Pues no quiere enamorarse, pero se entrega a otros y su corazón sólo le pertenece a uno... Y quizá sea demasiado tarde para admitirlo. ¿Y tú, con cuál te quedarías? Ahora incluye contenido inédito; compuesto por dos nuevos desenlaces que cierran todas las historias que quedaron pendientes en su anterior edición. Prólogo Te escribo esta carta, aunque no sé dónde estás. Has desaparecido, por favor, si algún día vuelves a tu antiguo piso, léela y búscame, llámame, siento que me voy a volver loca. ¿Qué ha pasado? Ayer, mientras me hacías el amor, confesabas «que me amabas» y hoy me mandas un frío mensaje diciendo «que me dejas, que no me quieres». ¡No te creo! ¿Has conocido a alguien? ¿Le vas a dar la razón a todos? ¡Vuelve! Han pasado dos meses y no has vuelto. He tomado decisiones. No me siento libre. Estoy harta de vivir en una burbuja. Odio que controlen a quién debo conocer, cómo y cuándo. Te has ido y siento que lo he perdido todo con tu dura marcha. Es hora de empezar una nueva vida. Es hora de volar.
Capítulo 1 —Recuerda, no te quedes más tiempo del contratado. —¡Lo sabía! Era lo único que tenía claro —. Da igual cómo intenten convencerte, que lo harán. Esto es un trabajo, Violeta, no una ONG. —Lo sé, Alexa. ¿Y Cloe? —Con un cliente, llegará en un par de horas. Está en una fiesta, nada de sexo, simplemente es compañía de cara a la galería. —Me lo imagino, es así como trabaja siempre, gana menos, pero se lo pasará bien —comenté y miré la hora. —Lo hace por necesidad, como lo hacía yo hasta hace tres días. —Y yo también lo haré por lo mismo. —No lo creo, lo siento —empezó, taladrándome de nuevo la cabeza—. Tu familia tiene tanto dinero que se pueden pudrir en él. —Tú lo has dicho. —Me incorporé. No estaba cómoda—. Es de mi familia, no mío, ya lo han dejado claro. O soy lo que ellos esperan o no tengo nada. Y prefiero lo segundo. —¡No sabes lo qué estás diciendo! —Alexa, no me comas el coco —me quejé, aburrida, harta del mismo sermón—. Tengo que irme. Nos vemos mañana. —No te olvides de llevarte la maleta de mano y cuidado, tu… —Déjalo estar ya, por favor. ¡No quería hablar más de mi familia! Sí, con ellos aparentemente llevaba una vida ordenada. Trabajando como subdirectora en la importante empresa de publicidad que había heredado mi padre. De enchufada. Era un empleo cómodo, ¿para qué engañarnos? Pero no con el que soñaba. ¡Tenía otras aspiraciones! Quizá no tan estables como ellos esperaban, sin embargo, que me ilusionaban. Que me llenaban. Todo el mundo me juzgaba por mi presencia como una chica distinguida, fina y elegante. Vestida con los mejores diseños de las boutiques más conocidas de la sofisticada Nueva York. No podía negar que las ventajas que me ofrecía mi posición social me gustaba, era obvio, no tanto los compromisos que ello conllevaba o la manera en la que me veía obligada a comportarme. Había tenido que renunciar a tanto… que ya no estaba dispuesta a perder más. Bajé las escaleras hasta el portal cuidadosamente para no tropezarme y caerme de bruces al final de éstas, sería capaz de hacer así el ridículo, era experta en ello. Llevaba tacones de aguja que ayudaban a que mi torpeza se manifestara en cualquier momento, para conjuntarlos con un vestido corto, bordado de preciosos encajes, justo por encima de las rodillas. También llevaba chaqueta y las sensuales medias que en breve promocionaría la empresa de mi familia. ¡Si supieran! Fui al bar de enfrente, donde esperaba abandonar los nervios que alteraban cada milímetro de
mi cuerpo. Allí me tomé un par de copas y me dirigí a mi destino. Y pensar que una semana atrás mi vida era totalmente distinta. Alexa, mi mejor amiga, había hecho todo lo posible para convencerme de que escogiera otro camino, pero al verla tan acomodada, acudiendo a eventos y en ocasiones satisfaciendo los deseos de otros; di por hecho que no podía ser tan malo. Esa noche sabría si estaba equivocada. El pacto tratado previamente con el cliente… me relajaba. El haber podido hablar con él vía telefónica antes del encuentro y conocer sus necesidades, fue primordial para que, de camino a éste, tuviera la valentía suficiente. Así trabajaría siempre. Como mis amigas y compañeras de apartamento… ya también de trabajo. Qué ironía. Ellas se conocieron gracias a ese mundo y sin imaginarlo, de un día a otro, yo formaba parte del grupo; las chicas de compañía. —Hola, tengo una habitación reservada —anuncié a la recepcionista del lujoso hotel, en el cual tenía la cita—. Soy Violeta Meyer. —El señor Parker la espera. La acompañamos. ¿Me permite? —Sí, sí, por supuesto. Le cedí la maleta de mano y seguí sus pasos. En el ascensor se estableció un silencio absoluto hasta que llegamos a la habitación 503, no olvidaría jamás aquel número. Ni las sensaciones que invadían a mi cuerpo justo en ese instante. Me sentía como si estuviera fuera de mí. —Que tenga buena estancia —me dijo, retirándose. —Gracias. La puerta se abrió antes de que pudiera llamar. Contuve la respiración al encontrarme de frente con el hombre al que ya había visto por fotografías. No por esto el impacto fue menor. Era moreno, de ojos oscuros. Elegante, alto, guapo. Imponía. Lo primero que pensé fue: ¿para qué querría mi compañía? Si con seguridad le sobraban las mujeres y sin pagar… —¿Pasas? —me invitó, sonriendo—. Enzo Parker, un placer. —Violeta Meyer. Fui tímida y lo saludé con la mano. En cuanto entramos en contacto… me di cuenta de a qué había ido. Era real. Y no supe en qué momento las rodillas me temblaron tanto… que me tambaleé. —¿Estás bien? —preguntó, sujetándome. Quedamos muy cerca. Entonces me cuestioné si estaba preparada y no tardé en soltarme—. Tranquila, ¿puedes sostenerte? —Sí, lo siento. Sólo ha sido un mareo. —Aun así, siéntate, por favor. «No muestres debilidad ni inexperiencia», decía Cloe. ¿¡Y qué hacía yo!? ¡Todo lo contrario! —Estoy bien, no te preocupes —susurré y mantuve el tipo.
—¿Te apetece una copa? —Sí, gracias. Me vendría bien. Me quedé en el centro de la enorme suite, sin saber qué hacer o decir. Hacía calor por la calefacción, aunque fuera el frío helaba las calles de Nueva York en ese mes de noviembre. —¿Hay algo que no te haya gustado? —quiso saber y me cedió una copa de un vino muy oscuro Tragué negando y acepté el asiento que me ofrecía a su lado, en un sofá rojo, de cuero. La angustia fue creciendo. —Supongo que estarás acostumbrada a este tipo de situaciones, aun así, ya te lo expliqué al contactarte; esta noche necesitaba compañía y si tenía que surgir algo, no sería porque lo forzara. Podría haberte contratado de antemano con esa intención, sin embargo, prefiero ser sincero. He tenido uno de los peores días de mi vida y necesitaba una emoción diferente, lejos de las que ya acostumbro. Un amigo me recomendó la web y ahí estabas tú, la primera y disponible. —Sí —titubeé sin probar el vino. ¿Y si contenía algún tipo de sustancia?—. Me agregué personalmente y la página está ordenada según vamos entrando. —¿Eres nueva? —Se sorprendió y dio un ligero sorbo a su copa. «Miente si es necesario, Violeta», había insistido Alexa. Normal. ¡Relájate, diablos! —Sí. Anunciándome, sí. —Entiendo. —Se humedeció los labios y añadió—: ¿Puedo preguntar por qué una chica como tú está metida en esto? —¿Como yo? —Veintitrés años, ¿no? —Asentí más nerviosa—. Preciosa físicamente. Con clase. ¿Por qué? Bajé la mirada, halagada. Su voz era brusca, pero él parecía tener tacto. No me sentía incómoda del todo. Era extraño. —Qué más da. —Me encogí de hombros e intenté sonreír, no supe si lo conseguí—. ¿Puedo preguntar yo por qué tu día ha sido tan horrible que hayas necesitado de alguien que ni conoces? —Ya lo has preguntado. —¿Y cuál es la respuesta? —insistí, intrigada. —Si te digo que hace un mes pillé a mi mejor amigo con la mujer que hoy se hubiera convertido en mi esposa y que, desde entonces, vivo hundido en la miseria, lamentándome, buscando respuestas y ya no puedo más, ¿me creerías? —No. —Sonreí a medias—. Es una excusa muy típica. —Ya me gustaría —masculló con un suspiro—, pero es tan real como el temblor de tu cuerpo en este instante. Fijó la mirada en mi copa, de la que caían algunas gotas sobre mi vestido… debido a mi estado. ¡Qué torpe! Noté el sonrojo en mis mejillas al no saber controlar una situación que, una
chica que se ofrecía para ese tipo de trabajos, tendría que manejar. —¿Puedo salir un momento? —No supe de dónde salió mi voz. —Claro, en la puerta de la derecha hay otra habitación, toda tuya. Ahí tienes el dinero, sobre la mesilla. Por si esa es tu inquietud. —V-Vale, gracias. Sin poderlo mirar de nuevo, me incorporé y dejé el vaso sobre la mesilla. Alcancé la maleta sin decirle nada más y me encerré allí. ¡Estaba atacada! Incluso el detalle del dinero lo había pasado por alto hasta entonces. Aun así, lo apreté entre los dedos y lo deposité en un bolsillo, en el que guardaba los documentos más importantes. —¿Dónde te has metido, Violeta? —mascullé para mí misma—. Te ha pagado y no sólo por la compañía, todo esto; «supuestamente él» sin saber qué ocurrirá, pero es de esperar que pase. Si no, ¿para qué coño va a soltar este dineral? Enseguida busqué el móvil y para no molestar a Alexa, que estaría bastante ocupada, llamé a Cloe. Al estar en una fiesta le sería más fácil ausentarse. Supuse, no lo tenía claro. Estaba asustada. —¿Violeta? —respondió tras dos fracasados intentos. —Sí, necesito tu ayuda. Estoy con el empresario que se puso esta mañana en contacto conmigo y no sé qué hacer. —No sabes… Pues menudo plan. ¿Te está tratando mal? —No, no, todo lo contrario. Tiene una historia algo complicada y yo estoy hecha un flan. Pensé que esto no sería tan difícil, llámame ilusa, pero tengo miedo. —Lo sabía. Si no estás preparada habla con él y sal de ahí ahora mismo. Te lo dijimos, Violeta. Acude a tu familia, ahorra una cantidad importante de dinero, no derroches como hasta ahora y, después, dedícate a lo que realmente te gusta. —¿Y si quiero salir adelante por mí misma y rápido? No voy a rendirme, me quedaré. He decidido que sea de esta manera y es tan respetable como cualquier otra. —¿Me lo dices a mí? —Dame un consejo útil y deja los sermones, ¿te parece? —pedí, exasperada—. Algo que me sirva para relajarme. —Eres tan cabezona… Déjate llevar por el ambiente, por la compañía y sabrás qué hacer. —¡Cómo si fuera tan sencillo! —Entonces vuelve a casa. Tengo que irme, me están esperando. —Vale, gracias por tu ayuda —murmuré y me eché las manos a la cabeza—. ¿Estás ahí? Ya veo que me has colgado. «¡Espabila, Violeta!», me regañé. No era tan inocente si había llegado hasta ahí. Me decanté por abrir la cremallera principal de la maleta, las chicas me habían ayudado a
prepararla con lo necesario para una ocasión como esa. Quien decía «ayudar», podría resumirse en que yo no había guardado ni una puta prenda. Ambas terminaron encargándose de cada detalle y yo, personalmente, lo agradecía. —¿Y esto? ¿Estaba organizado todo por secciones? *Juegos *Masajes. *Seducción. *Higiene personal. PD: No olvides usar protección. Suerte. —De puta madre, qué apañadas son. Ni se te ocurra llorar, Violeta Meyer —me recordé a mí misma, las lágrimas estaban ya a punto. La escena me recordaba a una conocida película que odiaba especialmente, en la que la protagonista no sabía qué hacer con una maleta llena de prendas que no eran de su estilo y en una noche crucial para ella. Las similitudes eran patéticas, como la comparación. Los nervios, eran los nervios… —Señorita Meyer, ¿todo bien? —Sí, salgo en unos minutos —contesté, tratando de sonar convincente. Pero la voz me falló. —Ya llevas diez ahí dentro. —Me ha surgido un imprevisto, pero no tardo. —De acuerdo. Me aliviaba que no pareciera enfadado, que mostrara paciencia. El miedo iba disminuyendo. Qué ironía. Me contrataba para olvidar los problemas y me estaba convirtiendo en uno de ellos. —Vamos, deja de hacer el ridículo —me animé, tomando aire. Saqué el conjunto negro de ropa interior; que haría una perfecta combinación con las medias de rejillas, que ya llevaba puestas, me apreté bien los tacones, volví a perfilarme los labios para matar la palidez que resaltaba en mi cara y me dejé el largo cabello suelto. Mi tez bronceada esa noche no lo parecía. Estaba apagada, como el color grisáceo de mis ojos. Tomé aire y abrí la puerta. Enzo Parker acudió a mi lado enseguida. Volví a temblar y enredó las manos entre los primeros mechones rubios de mi pelo. Esa vez no me mostré tímida, sonreí y le ofrecí tumbarse en la cama. —Para relajarte —le informé tras suspirar por las inesperadas y delicadas caricias que recibí de aquel desconocido. Eran en la mejilla izquierda—. Supongo que lo necesitas. —No sé quién de los dos lo puede necesitar más —bromeó y me guiñó el ojo. Era muy guapo. —En este caso he venido a complacerte y, aunque simplemente esperaras compañía para
ahogar tus penas, es mi obligación satisfacerte. —Y añadí más vulnerable de lo que quisiera—: De hecho, agradezco que me lo estés poniendo tan fácil. —Vaya, ¿tampoco ha sido tu día? —No exactamente. —Entendido, digamos que no tenías ganas de aguantar a un baboso —adivinó y volvió a sonreír. —Aciertas. —Tragué y señalé la cama—. ¿Te apetece un masaje? —Por supuesto. Volví a la habitación contigua y cargué con el neceser que mis amigas habían preparado. La situación era rara, fría, pero suponía que como todo cuando nos enfrentábamos por primera vez a algo, a lo desconocido. Lo que no esperaba fue que, al regresar a la suite principal, Enzo Parker ya estuviese tumbado bocabajo sobre la ancha cama y semidesnudo. La única prenda de la que no se había desprendido era del bóxer. La chaqueta, camisa, zapatos y corbata… yacían en el suelo sin orden alguno. —¿Vienes? —me propuso, ronco, mirándome por encima del hombro e incorporándose apenas un poco. —Claro. Me arrodillé a su derecha y saqué el aceite de olores afrodisíacos. —Supongo que no hay que ser muy inteligente para deducir que no estás muy acostumbrada a esto. Es tu primer día, ¿verdad? —No —balbuceé—. Quiero decir, no, yo, a ver. —No es necesario que me des más explicaciones. —Bajé la mirada—. Siendo sincero, me halaga. —¿P-Por qué? —Porque no soy un desalmado que te exigirá más de lo que quisieras ofrecerme. Pero de este modo podría enseñarte a acostumbrarte. Sería un placer. Si te digo la verdad; tu ternura me está conquistando incluso más que esas medias que me vuelven loco. ¿Era una broma? ¡No podía tener tan buena suerte la primera noche! —Cuidado, Violeta —me advirtió, sacándome del trance—. El aceite, cógelo. —Oh, Dios, la qué he liado. Lo siento. —Eh, tranquila. Ambos miramos hacia la sábana, que a esas alturas ya estaba empapada del aceite derramado sobre ésta y reímos. ¡Torpe! —Qué vergüenza, Dios mío. —Entonces fui consciente de que no servía para aquello—. Será mejor que te devuelva el sobre y me vaya. —No, espera. —Se incorporó, me sujetó del brazo y me empujó contra él. Caímos sobre el
colchón. Quedé encima de su pecho, pringada en aceite—. Sin duda eres lo que menos esperaba esta noche. Las frases de mis amigas salieron a flote ante tanta cercanía, al estar a punto de besar a un desconocido: «una vez que has accedido, sé profesional. Pero no olvides que no todo el mundo puede, Violeta. No te obligues a pasar por un infierno». Si para ellas se había convertido en un medio de vida y, además de ello, disfrutaban y eran felices, ¿por qué yo no? Necesitaba avanzar, salir sola adelante y en ese momento descubrí algo que me chocó. ¡No podía seguir sintiéndome muerta! Quería emociones fuertes y aquella era muy potente. Me sentiría frágil, pero viva. ¿Por qué no probar? Finalmente me besó. Tenía un sabor suave, pero labios fieros. Me cogió de la mano derecha y la llevó a su miembro. Solté un quejido al mismo tiempo que su lengua se rozaba con la mía. Estaba duro, excitado. Ardía. Sus besos eran demasiado calientes como para no intuir que él en el sexo lo sería. —Conocer tu vulnerabilidad ha despertado mis ganas de follarte —confesó y el miedo regresó a una velocidad vertiginosa. —S-Sé paciente, por favor. —No tengas miedo. Sólo disfruta. Quizá me comporté como una estúpida por creerlo, pero lo cierto fue que lo hice. Me incitó a desprenderme de su ropa interior y toqué su piel, que ardió con el acercamiento. Ambos gemimos, sucumbí, sí, yo también, al igual que él… decidí cederme al placer. Pero se separó, pasó el pulgar por la comisura de mi boca y después la lamió, para empujar mi cabeza hacia su pene. No tuve tiempo de pensarlo cuando ya me encontraba probando la húmeda punta. Succioné oyendo los gruñidos del desconocido al que complacía. A esas alturas… la escena ya era muy subida de tono. —Más adentro —suplicó, entrecortadamente—. Abre la boca, Violeta, chúpame. ¿Con cuántos has hecho esto? Recordé la de veces que mi ex y yo habíamos disfrutado del sexo y quise llorar. Él era el culpable de mi soledad y me lo pagaría muy caro. Si se hubiese quedado conmigo… todo sería diferente. —Con mi exnovio. —No me lo puedo creer. Déjame tocarte —demandó al mostrarme más tímida—. Ahora me gustas más. Pasó las manos por mi resbaladizo cuerpo, masajeándolo, como era mi intención al principio con él. Y antes de dejarse ir en mi boca, se incorporó, cogió un preservativo del cajón y se lo puso. Me tumbó bocabajo, contra la cama, y me embistió por detrás. Las paredes de mi vagina se
contrajeron, mis uñas pintadas de un rosa apagado arañaron las sábanas y sus labios mordieron despacio mi cuello. Pero su cuerpo y los movimientos de éste eran más crueles, dejaba claro que no me hacía el amor, que me follaba. Al acabar… ninguno supimos qué decir. Estábamos superados por la situación, pues era mi primera noche como chica de compañía… y su primera vez con una mujer a la que pagaba por sexo. Capítulo 2 —¿Por qué estás en esto? —gruñó, rompiendo el hielo. El silencio ya se hacía eterno e incómodo. —Esta noche porque era mi obligación y me ha apetecido. —No. Me has entendido perfectamente, ¿por qué te has embarcado en esto? Una mujer como tú puede conseguir lo que se proponga. Mírate, sigues temblando. —¿Y por qué lo has hecho tú? —contraataqué a la defensiva. Alzó la ceja, confuso—. Ser comprensivo. —¿Y por qué no? Ya te advertí al inicio de la noche que no iba a forzar nada. Me apetecía también. Fue a besarme, pero el sonido de mi teléfono nos interrumpió. Le pedí disculpas con un gesto, dispuesta a apagarlo para que no nos volviera a molestar. Quería cumplir con mi trabajo y cobrar… Sólo pensaba en empezar una nueva vida. Me lo merecía. —Quizá es importante —me aconsejó y se arrimó a mí, de lado, apoyándose en el codo—. Responde, voy a darme una ducha. —No, qué va. No quiero importunarte con asuntos personales. —No lo harás. Adelante. —Entonces gracias —confesé de una vez por todas—. Gracias por ser tan amable en una noche complicada para los dos. —No hay de qué. Me mordió el labio con ganas y se incorporó con rapidez, como si tuviese prisa. Me quedé embobada al contemplarlo de arriba abajo, desnudo, caminando con tanta clase. Era un hombre impresionante. Su pene volvía a estar erguido, excitándome hasta sentirme de nuevo húmeda. «¿Qué estás haciendo, Violeta?». Era una locura, pero que me hacía vibrar. Me olvidé de la llamada, me dejé caer hacia atrás y metí un dedo en la abertura de mi sexo. Simplemente quería más. Descubrir esa faceta era lo mejor que me había pasado en mucho tiempo. Me hacía olvidarme de los vacíos que había en mi vida. Y me revolqué mientras me masturbaba en la que creía la soledad de la suite. Pero no, allí detrás de la puerta del baño, me observaba él, Enzo Parker, con
una sonrisa perversa en el rostro. Me detuve enseguida. Fui a cubrirme muerta de vergüenza, entonces sonrió. —Me ha encantado tanto como a ti, Violeta. Voy a llenar la bañera. Te espero ahí, pero antes, responde a la llamada, parece urgente. Por cierto, ¿te he dicho que me gusta mucho tu nombre? —Violeta —pronuncié, risueña. —Sí, Violeta, tienes nombre de flor y eres tan delicada como éstas, que parecen que se van a romper en cualquier momento. Anda, atiende la llamada y no tardes. Relajémoslo un rato más. —Vale, gracias. —Deja de darlas —me reprendió, marchándose. ¡Es que me sentía agradecida! Me apetecía conocerlo, avanzar más. Pero no quería seguir obviando el pesado sonido. Sin voz y sin fuerza, estiré la mano libre. Y sin más dilación, descolgué. —¿Quién es? —¿Violeta? No, no. Di un salto, recordando que mi nuevo número de teléfono lo conocían pocas personas, entre ellas, Bryan Sanders. Se lo di desesperada dos meses atrás para que me llamara y nunca sucedió. Quise creer que seguiría apostando por mí. No lo hizo. Mis padres adoptivos tenían razón; en cuanto nos dejaron vía libre… la magia se rompió. —¿Violeta? Háblame, ¿estás bien? —¿Q-Qué quieres? —¿Por qué esa voz? ¿¡Qué está pasando!? Bryan no imaginaba que mis quejidos eran gemidos entrecortados de placer. Saqué los dedos de mi intimidad, quedándome inmóvil, sin saber cómo reaccionar. Miles de sentimientos me revolvieron el estómago. Extrañaba su voz. Y a él, pero esa noche no tendría porqué hacerlo. Estaba trabajando y no merecía mis lágrimas. Ya no. —¿Me oyes? Tus padres han estado aquí, me han localizado, me han dicho que te han estado llamando y que no les contestas. Habían pensado que estarías conmigo. Me han registrado la casa y me ha golpeado uno de sus matones hasta que han entendido que no mentía, que no sé nada de ti desde que juré no volver a acercarme. Tampoco he querido facilitarles este contacto. ¿Qué está pasando, joder? —¿Q-Que han hecho qué? —No di crédito. Era una locura—. ¿Y de cuál juramento me estás hablando? —¡No importa! Te lo contaré en cuanto nos veamos, ya no merece la pena callar más. No es necesario. ¿¡De qué has huido!? —De todo. He decidido dejar atrás una vida en la que, a pesar de todo, no estoy cómoda. No soy libre. No voy a volver. —Me cubrí con la sábana y cerré los ojos—. ¿Estás bien, Bryan? —Sí, son sólo algunos rasguños. ¿Y tú? ¿Cómo estás tú? ¿¡Por qué dolía aún oír su voz!?
Si ya había pasado página y no podía volver atrás. —Mejor de lo que me dejaste —escupí con amargura—. Ahora que ya lo sabes, no vuelvas a molestarme, ¿vale? Sigue con tu vida como desde hace dos meses que desapareciste sin explicaciones de la mía. Te perdí la pista, no finjas necesitar saber de mí. —¡No finjo, es que lo necesito! —Me aparté el teléfono del oído, gritaba demasiado. ¿Sería cierta su desesperación? ¡No caería en su trampa!—. ¡No tienes ni idea de nada, maldición! —Y prefiero que así siga siendo. Has tenido tiempo para demostrar lo contrario y no te ha dado la gana. Ahora es tarde. Tengo que dejarte, estoy trabajando. No volveré a responderte, Bryan. —Violeta, espera, ¡quiero verte! Tenemos que hablar, por favor. —No. —Me limpié las dos traidoras lágrimas que revelaban mi estado—. Te quise tanto que jamás te perdonaré que me abandonaras. —Me amabas, ¿ya no lo haces? —No lo mereces. Aposté todo por ti, peleé sin rendirme y no me sirvió de nada. Cuando conseguimos tener la libertad por la que tanto batallamos, te esfumaste. De la noche a la mañana, sin explicación. —No es verdad, las cosas no han sido tan fáciles como te imaginas. Voy a buscarte, Violeta, tienes que escucharme, por favor. —No vas a encontrarme. Ahora la que no quiere verte soy yo. Apagué el teléfono y di un golpe en el colchón. Lo maldecía por estropear una noche tan decisiva, pese a que se podría interpretar como una estupidez mi reflexión. Pero era cierta, había descubierto otra parte de mí y no me disgustaba. Me había sentido poderosa hasta hacía escasos minutos, sin embargo, si Bryan perseguía mi pista estaba completamente perdida. ¡Tenía que hacer algo! No podía permitirme caer en sus redes. Había sufrido demasiado por aquella historia. Ideé un plan, loco, como todas las decisiones tomadas a lo largo de la semana. Me hallaba en el lugar indicado y, contra mis propias prohibiciones y limitaciones, tenía que aprovecharme al precio que fuera necesario. Y temía que fuese uno muy alto. —¿Alguien tan especial como yo? —Apareció Enzo. Me limpié las lágrimas enseguida—. No te avergüences de mostrar tus sentimientos. ¿Todo en orden? —Es rabia, sólo eso. Perdona por los momentos desastrosos de esta noche. No tendría que haber respondido. Lo siento. —Por la noche no te preocupes, siempre se puede repetir y mejorarla, ¿no? A mí me encantaría. Casi me hizo reír y me invitó con la mano a que lo acompañara. —Me gusta esa sonrisa, mi amigo se volverá loco cuando le cuente la suerte que he tenido al conocer a alguien como tú, en una página donde esperaba todo lo contrario. —Me sorprendió su
confesión—. Apuesto a que se moriría por disfrutar de tu compañía tanto como de tu cuerpo. Sé que esto es sólo sexo, pero hay algo en ti que me incita a querer descubrirte como persona. —No creo que sea posible. —Lo veremos. Ven, quítate la sábana, déjame verte. —¿Sabes? —retomé el tema con un suspiro. Era mi oportunidad para obtener más dinero fácil y rápido. La suerte volvía a estar de mi lado—. Mis amigas dirían lo mismo que tu amigo. —Más cosas en común. —Rozó mi boca con su pulgar. Me estremecí—. El mío ha intentado estar aquí, pero se lo he prohibido. —¿Y por qué? —quise saber, nerviosa. —Tras nuestra conversación telefónica de esta mañana; he deducido que no era tu rollo. ¿Me equivoco? Tragué saliva, encogiéndome cuando me despojó de la sábana de seda. Se separó y me miró a los ojos. No mostré debilidad, aprovecharía mi vocación de actriz para jugar mis cartas, aunque sin saber porqué, aborrecía mentirle. Trataría no sólo de ser convincente con mi respuesta, sino seductora. Me jugaba mucho. —No lo sé, nunca he experimentado. —¿Y querrías hacerlo? —Entrecerró la mirada—. ¿Es eso lo que me estás pidiendo? No seas tímida, Violeta, ya has demostrado todo lo contrario en la cama. —¿Me pagarías más? —Así que se trata de dinero. —Chasqueó la lengua—. ¿Cuánto pedirías? Aunque no sé si quiero compartirte. —Pero sí complacerme —lo reté, mostrándome coqueta y hundí los dedos en su pelo—. Quiero el triple. —¿Estás segura? —Me gustaría experimentar y jugar un poco antes de marcharme. Que me enseñaras más, así lo has prometido. —Bien. No quiero que te vayas sin sentirte saciada en todos los sentidos. Pero no olvides a quién le debes más atención. Demuéstrale a ese insensible que las chicas de compañía no sólo sois un cuerpo y una cara bonita. Espérame en la bañera. No tardo. Si alguien me hubiese preguntado por qué lo hacía o el motivo de mi cambio de actitud, era fácil. Después de los sentimientos que Bryan con su llamada había vuelto a despertar en mí, quería huir lejos de Nueva York. Lo tenía claro. El tiempo se me agotaba. Cuando tuviera ahorrado lo suficiente iría a España, donde residía mi abuela materna. Necesitaba dinero rápido y Enzo Parker lo tenía. Con todo el pesar de mi alma… me aprovecharía. Estaba tocada emocionalmente y por qué no decirlo, casi hundida de nuevo. Ya en la bañera me sumergí hasta el cuello, aprovechando el silencio para relajarme. Pero la llamada de Bryan no me lo permitía. ¿¡Por qué cuando encontraba mi camino tenía que aparecer
para entorpecerlo todo!? No podía saber a qué me estaba dedicando. Mi familia lo perseguiría y sería un escándalo que no podría soportar. Con el peligro acechándome entendí que no quería decepcionarlos tanto, no sólo a mi familia, siendo sincera; tampoco a él. A pesar de que cada uno de ellos habían contribuido muchísimo para que, de una manera u otra, sin querer o no, me hundiera, no podía ser tan cruel. —Listo. Conociéndolo… no tardará en llegar —me informó Enzo al entrar—. ¿Bien? —No quiero hablar de ello. —Y fui directa al grano—. ¿Me vas a pagar antes de que llegue tu amigo? —Vaya, detrás de esa tierna carita se esconde mucho interés. —Tendrías que haberlo deducido si trabajo en esto. —No te enfades, bromeaba. Y no lo deduzco, ¿sabes por qué? —Se sentó en el borde de la bañera y me rozó la rodilla. Me encogí—. Porque sigo pensando que no has acabado aquí por placer, sí por necesidad, aunque hayas terminado gozando. —Buena reflexión. —Entonces no voy mal encaminado, ¿no? —Quién sabe. Impulsé el cuerpo hasta que sus dedos descansaron en mi clítoris. —Págame y te aseguro que no os vais a arrepentir. —Me gustaba más la chica que ha llegado hace unas horas. —He aprendido rápido —contraataqué, enterrando mis emociones. Así tenía que haber actuado desde el principio—. ¿No es lo que pretendías? Con menos de una noche te ha bastado. Noté su desconcierto cuando se retiró, todavía iba con la toalla envuelta en su cintura. Me sentí mal, pero era necesario. ¿Para qué encariñarnos? Era surrealista. —Voy a preparar tu dinero, sal cuando estés lista. —¿Para irme? —Me alarmé. —No, para que te follemos mi amigo y yo como en el fondo estás deseando. —Y antes de salir, añadió más seco, hosco—: Ya debe de estar por llegar. No nos hagas esperar, por favor. Me mordí la lengua… No tenía derecho a reclamarle su actitud cuando yo misma había provocado su cambio. ¿O quizá era así? No lo conocía de nada y a veces las primeras impresiones podían ser equivocadas. Daba igual. Yo estaba hecha un lío, mi cabeza no se hallaba ya con él, con ellos… y únicamente quería que el reloj corriera e irme. Capítulo 3 Terminé de enjabonarme, de eliminar el aceite que todavía conservaba en la piel y, envuelta en el albornoz negro del hotel, crucé directamente a la habitación en la que se encontraban mis cosas. Ahí estaba el segundo sobre, en el mismo lugar. Y encima de la cama; un conjunto de ropa interior.
¿Lo había preparado Enzo? No quise hacerme más preguntas. Me lo puse sin más, también era negro, con encajes. Al mirarme en el espejo y ser consciente de a qué estaba a punto de enfrentarme, me mareé. ¡Nunca había hecho tantas tonterías juntas! Y menos… por dinero. —Guau. Sí, es cierto, es un bombón. ¿Hola? Me giré enseguida para descubrir al autor del piropo. Era un hombre totalmente diferente a Enzo. Se trataba de un rubio de ojos azules. Con una mirada bastante más lujuriosa que el primero. Por su manera de vestir deduje que también trabajaba en algo relacionado con importantes negocios. —Liam Cooper, ¿con quién tengo el gusto de hablar? —Violeta Meyer —musité y di un paso atrás. —Eh, no, yo no me ando con preliminares. Acortó la distancia, me empotró contra la pared y me subió sobre su cintura. Intenté gritar, pero ni la voz me salió debido a la sorpresa. Él reía… encarcelándome las manos por encima de la cabeza. Por primera vez, esa noche, sentí pánico. No miedo. Pánico. —Por cierto, bonito nombre —apuntó. —¿Q-Qué estás haciendo? —¿Tú qué crees? No he venido a perder el tiempo, bombón. Miró hacia abajo, se sacó un preservativo, se desabrochó el pantalón con una habilidad que me sorprendió debido a la difícil postura y, se lo enfundó en su enorme miembro. Me echó la braguita a un lado, me cogió del mentón y mirándome a los ojos, me penetró. El primer impulso fue golpearlo, hasta que un extraño placer me sometió y sólo fui capaz de sostenerme a sus hombros y dejarme guiar por él. —Te gusta, ¿eh? —se mofó, buscando mi boca. No sabría qué decir. Su fiereza me atrapó hasta incluso sorprenderme. Me sentí mal por mi comportamiento, sucia, pero no pude parar. Me embestía tan duro que el dolor se mezcló con el morbo y me rendí, entregándole mi boca con la misma desvergüenza que mi cuerpo. —Liam… —Enzo se interrumpió en seco. Su amigo y yo miramos a la vez sin que éste detuviera el imparable ritmo de su cadera—. No sabía que ya habíais empezado. —Ya me conoces. La paciencia no es una de mis virtudes. ¿A qué esperas para unirte? —lo invitó el rubio. Intimidada por la situación, me di cuenta de mi error, pero fue demasiado tarde. Liam me sostuvo en peso para que Enzo se encargara de mí por detrás. Un chillido agudo salió de mi garganta al sentir que, ambos y al mismo tiempo, me penetraban. —¿Quieres más? —me susurró Enzo al oído. Asentí entre gemidos, rodeada de gruñidos,
caricias. Placer—. Entonces muévete, cielo. Lo obedecí y me dejé llevar como me había aconsejado Cloe. Ella tenía razón. Mi cuerpo supo qué hacer. Cada uno de mis sentidos supieron cómo responder. *** —No la molestes, ha quedado rendida —escuché que Enzo le decía Liam, mientras yo fingía que dormía—. Voy a pedirle algo de comer para cuando despierte. —Qué caballeroso. Yo termino de vestirme y me voy. —De acuerdo, mañana te llamo y cuadramos la agenda. —Claro. Oye, mejor noche de bodas no podías haber tenido, eh. La mofa de Liam me molestó incluso a mí. —Será mejor que ya no estés cuando salga de asearme —le advirtió sin un atisbo de broma—. Hoy no estoy de humor para tus tonterías. Y procura no recordar este episodio en horas de trabajo. —Por supuesto, socio. Creyendo que me había quedado sola debido al profundo silencio que inundó la estancia, me incorporé sobre los codos en la cama. Joder, joder. El rubio me sonrió, seguía ahí… poniéndose la corbata. Me alarmé al verlo caminar hacia mí y arrodillarse encima de mi cuerpo, obligándome a tumbarme de nuevo. —Dime que me llamarás cuando Enzo no lo sepa —pidió, picarón—. Dime que sí. —¿Qué? —Que me muero de ganas por estar contigo, pero a solas. Me encanta esa inocencia mezclada con una timidez que olvidas en el sexo. Quiero más, Violeta, sólo un poco más. Desvié la mirada, la que pronto se llenó de lágrimas. Me sentía culpable por haber aceptado el trío, por haber defraudado de alguna manera al hombre que me había recibido con tanta generosidad y, para colmo; estaba a punto de aceptar la descarada proposición de su amigo cuando a él todavía le debía una respuesta parecida. Quedar de nuevo. «Por la noche no te preocupes, siempre se puede repetir y mejorarla, ¿no? A mí me encantaría», había dicho Enzo hacía un rato. —Será mejor que me vaya. Sé cómo contactarte y no dudaré en hacerlo —aseguró con voz ronca—. Perdona que te deje así, pero no sabría cómo hacer desaparecer esas frágiles lágrimas. Estoy hecho de otra pasta, preciosa, lo siento. —Será lo mejor y no tienes porqué disculparte. —Espera mi llamada, bombón y recíbeme sonriendo, por favor. Me conmovió que dejara a un lado la frialdad de la que alardeaba para despedirse de mí con un beso en la frente. ¿Estaba soñando esa noche o era real? Lo era. Lo recordé cuando lo vi irse con el móvil en mano. El nombre de Bryan volvió para
romper la poca armonía que todavía conservaba después de entregarme a dos hombres a la vez. La culpabilidad se multiplicó y el llanto se desató abiertamente. —Odio reconocer a la chica que me sorprendió hace horas en este estado. Vulnerable, rota, nada interesada. Ahí estaba el extraño caballero; descalzo, con pantalón, sin camisa y una bandeja de comida que depositó en la cama. Me ofreció sentarme, cubierta con la sábana y me dio un sándwich mixto. Olía bien, el estómago lo tenía vacío, pero el apetito era escaso. —¿Por qué me tienes que tratar así? —le reproché casi deseando lo contrario—. Esto era un trabajo y ahora te estoy agradecida. Al mismo tiempo me siento mal por haberte hecho creer que era de otra forma y lo soy, porque me he comportado como nunca imaginé. Confieso que me ha gustado estar contigo, pero también experimentar. —¿Y qué? —No lo entiendes… —Has descubierto más de ti, no tienes porqué sentirte así. —Mi vida se ha vuelto un caos en un día. —Cerré los ojos momentáneamente y suspiré—. No te lo puedes imaginar. —¿Por qué no me cuentas? —Miró el reloj y me acarició la mano. Su ternura me conmovía—. Nos quedan tres horas, aprovechémoslas. No supe cómo se las ingenió, pero consiguió que le hablara de mi familia, de lo que me había empujado a largarme de allí. De Bryan y de la llamada de esa noche. De mis planes de huida. Él oía con atención, haciéndome sentir importante, cómoda, valorada. Gracias a Enzo Parker había pasado por distintos estados de ánimos; reconociendo mis necesidades, conociéndome más a mí misma. Una noche de descubrimientos y no sólo hacia mí, también por ellos; Enzo y Liam. Eran diferentes y especiales. Sus personalidades enganchaban. Uno por su saber estar, ternura, comprensión. El otro… por la desgarradora pasión, distancia. —No es justo que te marches porque tu ex ahora quiera volver. No permitas que domine tu mundo cuando eres dueña de él. —Lo sé, pero si descubriera en qué estoy metida; mi familia también lo sabrá y nunca me lo perdonarán. —Te lo repito, tienes que ser dueña de tu vida, sin temores. Si quieres ser actriz; lucha por tu sueño, no te rindas, Violeta. Y si esta nueva aventura además de aportarte dinero, el que necesitas, también te hace sentir viva, ¿por qué rechazarla? —Quizá sólo me lo haya planteado por la compañía de hoy —confesé, levantándome de la cama para vestirme—. Ha sido una buena experiencia, pero no siempre tiene que ser así. No sé
qué me encontraré a partir de mañana. —Entonces ven al mismo lugar cada noche. Su propuesta nos enmudeció a los dos. Él incluso desvió la mirada con gesto contenido. No supe cómo reaccionar y recogí mis pertenencias cuanto antes. Me adecenté, eché una última ojeada al reloj y me coloqué enfrente. La mezcla de sentimientos que experimentaba mi corazón era demoledora. Y presentí que no era la única. Pues Enzo se dejó llevar, lanzó con violencia la bandeja que habíamos vaciado al compartir confidencias y, se posicionó a mi altura. —¿Te volveré a ver? —me preguntó, enredando las manos en mi pelo. Parecía desesperado. Había encontrado apoyo en mí. —N-No lo sé. —Quédate un rato más. Recordé las frases de Alexa y Cloe; el tiempo que ya estaba a punto de agotarse y las claves de éste para un trabajo como el nuestro. Tenía que irme a las 05:00 y eran las 04:59. No podía alargarlo más o me arrepentiría. Me mordí el labio y susurré: —No debo… Sólo unos segundos. Mi primera experiencia en esa nueva etapa había sido positiva, intensa, marcándome más de lo que había imaginado alguna vez. Y no sabía si quería más. Estaba confundida. Enzo me había tratado justo como necesitaba, enseñándome que todo no tenía por qué ser blanco o negro, también había grises. Pero Bryan me reclamaba y mi corazón ya sufría al recordar lo perdido. Capítulo 4 Esa madrugada, al llegar a casa, me quedé dormida enseguida, pero cuando desperté sobre las tres de la tarde; le conté la historia con pelos y señales a mis amigas. TODO, no censuré nada. —La verdad, no me lo esperaba —dijo Alexa, la más veterana en ese mundo—. Llevo dos años en esto y nunca he tenido tanta suerte. ¿No nos estás engañando? —Claro que no, yo también estoy sorprendida, entre otras cosas. —Te esperabas algo horrible y en este trabajo también conoces a gente maravillosa — intervino Cloe—. De hecho, pocas veces he tenido una mala experiencia. El mes pasado, cuando cumplí los veinticuatro años, un cliente me hizo una fiesta, aunque ya sabéis que yo no me presto nada más que a eventos. Soy lo que dice la palabra: chica de compañía. Oye y sin sexo nos lo pasamos bien esa noche. —Ya —comenté, pensativa—. ¿Vas a salir, Cloe? —Sí, he de visitar a mi padre en la clínica. Está mejor. —Qué bien. —Sí, bye, chicas. Alexa se mantuvo en silencio, entonces me atreví a preguntar: —¿Por qué me miras así?
—Porque me da pena verte en esta situación, ahora que yo salía… y puedo montar mi propio negocio… Si incluso ya he visto un local. ¿Por qué no haces un curso de peluquería? Podrías estar allí conmigo, ¿qué te parece? Hasta que encuentres algo de lo tuyo. —Como chica de compañía ganaré el dinero mucho antes y entonces me iré, no quiero que Bryan me encuentre. —Es tu rabia la que está hablando, te conozco, Violeta. —Me gustó lo que viví anoche. —Y no lo discuto, pero porque no tienes a Bryan, ni a tu familia. Tampoco trabajas en lo que quisieras. Te sientes vacía y has encontrado una vía de escape. Dinero fácil, sexo, fantasías. Pero todo eso no es real y tiene fecha de caducidad. —No voy a seguir hablando de esto y punto. —De acuerdo, entonces mira la web. Hay una notificación para ti. Por cierto, no hace falta que me pagues el porcentaje por… —Lo sé, lo sé. Gracias. Corrí a mi habitación, encendí el ordenador y leí el mensaje. Traté de mantener la mente en blanco, de arrinconar a Bryan, a mis debilidades y culpabilidad. En cuanto supe quién me escribió, lo conseguí. El dueño del mensaje no era Enzo como esperaba. Era Liam Cooper. Me había dejado una dirección, el número y la hora. Daba por hecho que asistiría a un encuentro que, sin mi consentimiento, había planeado. No se trataba de un hotel, ¿entonces? Al final de los datos también anotó un contacto para que pudiera llamarlo. Y fue lo que hice. —Liam Cooper, ¿con quién hablo? —Violeta Meyer, ¿qué te hace pensar que aceptaré tu propuesta? —Bombón, qué alegría de escucharme. —¡Maldito creído!—. Pues porque te pagaré el doble de lo que pides si juegas conmigo a algo que me encantaría probar contigo. Tenía razón. Otra oportunidad complicada de rechazar. —¿Qué quieres probar? —pregunté, dándome por vencida. —Ven a descubrirlo. —Espera… ¿hola? ¡Me había colgado! —¿Vas a ir? —me interrogó Alexa, sorprendiéndome con su presencia. Me estaba espiando desde la entrada de mi habitación. —Ya habías leído el mensaje, ¿verdad? —Estoy preocupada por ti. —¡No tienes derecho! —Nos conocemos desde que éramos unas niñas, Violeta. Tus padres han cuidado de mí en ocasiones, ya que los míos preferían meterse mierdas. Entré en este mundo obligada por las circunstancias, pero tú no tienes porqué hacerlo. ¡Siempre lo mismo! ¡Qué sabía ella! Me levanté, ignorándola, abrí el armario y escogí un
discreto vestido negro. —¿En serio, Violeta? —Basta, por favor. No cuestiones más mis decisiones y apóyame como yo lo hice contigo. No me mires así, lo siento. No me hagas sentir más sola aún. —De acuerdo. —Hizo una pausa—. Mándame la localización al llegar, ¿vale? Quiero saber dónde estarás. No tengo ubicada esa dirección. ¿De qué se tratará? De un local. Liam Cooper me había citado en un local que no tenía nada fuera de lo común. No lo vi al entrar y me pedí una copa, estaba tan nerviosa que incluso la dejé a elección del camarero. Tenía que haber gato encerrado, la picardía que Liam mostró no era como la de Enzo. Éste no se había puesto en contacto conmigo, ¿decepcionado quizá por no concederle algo más de tiempo? —Estás aquí, bombón —me susurró Liam en el oído, desde atrás. —S-Sí. —Toma. Se colocó a mi lado y mirando hacia abajo, escondiendo sus manos con la barra del bar, me enseñó el dinero. Eran billetes grandes. Tragué… con un nudo en la garganta, sin quitarle ojo hasta que los contó uno por uno. Luego los metió en mi bolso y me exigió que lo mirara a él. Me sonrió antes de besarme ligeramente los labios. —Ven conmigo, Violeta, quiero desvelarte el juego. No me dio tiempo a beberme el resto de la copa cuando Liam me condujo a una sala, una de muchas que había entre los múltiples pasillos que escondía el bar. Entramos y parecía vacía, algo que me extrañó, pero había una cortina a la izquierda. —Ahí detrás, hay gente. —Señaló hacía aquella dirección—. Y van a ver cómo te follo hasta que grites que me detenga. Ellos se tocarán y tú te excitarás rápido sin dejar de reclamarme más y más. —Espera —le pedí, agobiada. —¿Qué sucede? Nunca he hecho algo así —confesé a punto de echar a correr. —Pero te gustará. Fantasías, Violeta, fantasías. Déjate llevar. —No sé si seré capaz. —Hiciste un trío, dime que no lo disfrutaste. —Me quedé callada. La respuesta sería contradictoria—. ¿Abro? —Espera. Dame unos segundos, por favor. Unos segundos. «Te sientes vacía y has encontrado una vía de escape. Dinero fácil, sexo, fantasías. Pero no
es real y tiene fecha de caducidad». ¡No era verdad! Odiaba que retumbaran esas palabras justo en ese instante. —Adelante —le di permiso, furiosa. Rostros desconocidos nos observaron con asombro al descubrirse la cortina. Estaban detrás de un grueso cristal y no podían pasar. Liam no fue menos impaciente que la noche anterior. Allí nos encontrábamos de nuevo, en esa ocasión él era quien me embestía por detrás, no Enzo. Mis pechos contra el cristal en los que, a través de éste, nuestro público fingía tocarme como lo hacían los dedos del rubio que me sometía sin pausa alguna. Al principio sentí pavor, pero una vez más y sin saber cómo frenar, caí rendida en la tentación de aquel oscuro juego al que me había prestado. *** Cinco horas después, cuando volvía a casa en taxi, reviví las tórridas escenas. No olvidaba las caras de las chicas y los chicos excitados, masturbándose por nosotros. Me parecía un sueño, no me reconocía ya pasado el momento. ¿En qué me estaba convirtiendo? Pagué al taxista y miré la hora, era las tres de la madrugada. Estaba agotada, pero el ascensor seguía estropeado y me tocó subir por las escaleras. Estaba deseando llegar a casa, pero el destino volvía a sorprenderme y de qué manera. Me sentí morir. —No puede ser —susurré a punto de desfallecer. En el último escalón, sentado y con la cabeza apoyada en las rodillas, me esperaba un hombre, uno diferente al de noches atrás, Bryan. Capítulo 5 —Violeta, ¿estás aquí? —Dudó al escuchar pasos. Entonces levantó la cabeza—. Eres tú. Estás aquí. ¡Maldición, necesitaba verte! Se incorporó y me atrapó con sus fuertes brazos. Pero no permití que, por estar en ese lugar donde siempre me había sentido tan segura, me ablandara. Luché por separarme, aunque fue imposible, encontrándome con su miedo al observarme. —¿Estás bien? —insistió, examinándome—. ¿¡Estás bien!? —S-Sí. No pude dejar de mirarlo. De compararlo. Bryan era una mezcla de los dos hombres que me habían marcado en los últimos días. Moreno, pero de ojos azules. Su vestimenta no era tan impoluta como la de los empresarios, sin embargo, nunca me había importado que nuestras posiciones fueran tan diferentes. —Tenemos que hablar, por favor. —¿Cómo me has encontrado, Bryan?
—Es lo de menos, cariño, ya estoy aquí. ¡Cínico! ¿Cómo me seguía llamando así? ¿¡Cómo se atrevía!? —No quiero saber nada de ti, ¿no lo entendiste por teléfono? —No quise hacerte daño, maldita sea. ¡Te protegía! ¿No lo imaginas ahora que estoy de vuelta? ¿No te preguntas por qué, justo cuando sé que no estás con tu familia, aparezco en tu vida? —¿Q-Qué quieres decir? —Negué con la cabeza, no quería creerlo—. ¡Me estás mintiendo y todo por volver a tenerme bajo tus redes! —¿Alguna vez he actuado egoístamente contigo, Violeta? —Le di un manotazo y me alejé—. No te imaginas lo que me duele que no permitas ni que te toque o te abrace cuando muero por sentirte. —¡Basta! Habla y vete, Bryan. —Esto es una pesadilla, ¡peor que la que ya he vivido! Se volvió a sentar y, abatido, me pidió que me situara a su lado, en aquella escalera solitaria en la que nos reencontrábamos después de más de dos meses sin saber del otro. El pecho me dolía, pero intenté ocultarlo. Temía escucharlo y darme cuenta de que no mentía. —Te quiero, Violeta, no he dejado de hacerlo. —Miró hacia su derecha, a mí. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Era real—. Cuando por fin tus padres permitieron que un simple empleado como yo, el de los recados, como ellos me llamaban, estuviera contigo, fue un teatro para que no volvieras a ponerte en contra de tu familia. ¿En serio iban a permitir que su única hija cayera tan bajo?— No es verdad. ¡Te estás inventando esto! —Mírame y dímelo tú misma. Me conoces. —Ve al grano —exigí con un hilo de voz. —Esa noche tu padre estuvo en mi antiguo apartamento ofreciéndome una cantidad importante de dinero si rompía la relación, y como no acepté, me amenazaron con dejarte sin nada. —¡Los odiaba!—. Me sentí entre las cuerdas y tuve que renunciar a ti para protegerte. Me olvidarías y podrías seguir llamándote Meyer, disfrutando de las ventajas que tu apellido y, posición económica, te permitía. —Así de fácil, ¿no? Qué equivocado estabas, no me hubiera importado perderlo todo, ahora no tengo nada, ¡nada! Sólo quería estar contigo, no que desaparecieras de la noche a la mañana y como despedida un mensaje. ¡Te esperé por semanas! Lloré noches, días, dejé de ir a trabajar. Luego regresé y me di cuenta de que así no podía vivir más, siguiendo a los demás y me revelé contra todos. —No tenía ni idea de tu decisión o me habría quedado contigo. Luchando por lo nuestro, por eso estoy aquí. Ahora no hay nada que nos impida estar juntos. —Rehuí de su mirada—. ¿O sí?
Le acaricié los moratones que tenía en la mejilla y maldije a mis padres por ello. Bryan suspiró, me cogió la mano e intentó besarme, quise negarme, pero entonces pasó. Aquella boca embistió a la mía y entre lágrimas de culpabilidad, me abandoné a él. Lo anhelaba. A él, a su boca, sus ojos. Sus brazos. Su forma de sostenerme… Fue un beso precioso. Nos reconocimos enseguida, pero ya nada era como antes, yo guardaba secretos que le harían mucho daño y era mi deber protegerlo como él, con tanta valentía, había hecho conmigo. Ahí fui consciente de los errores cometidos. De mi traición. ¿¡Cómo había sido capaz de comportarse así? De ser una chica de compañía… Se me había ido la cabeza. ¡Aquella mujer fría, sin escrúpulos, no era yo! Quizá si Bryan no hubiese existido podría haberme comportado así, sin remordimientos… pero enamorada… La imagen del trío se coló en mi mente y me destrozó. Me di asco. Pena. —Para —supliqué. —¿Qué pasa, cariño? Lo aparté de un empujón, fingiendo estar indignada. Mostrándome tan fría como nunca. Como no sentía. Pero era lo correcto. Lo mejor para ambos. Para él. No lo merecía. —Sigue habiendo algo que nos separa —me lamenté, incorporándome. Me siguió alterado y de espaldas confesé—: Yo, Bryan, no quiero volver a verte. No me busques. —¿No ves cuánto te amo? —¡Cállate! —¿¡Pero por qué!? «Porque me siento sucia. Porque me matan los remordimientos. Y no soy digna de ti». Callé para no hacerle más daño. —Porque ya no te quiero —musité sin mirarlo pese a su esfuerzo. —Mientes, tu toque, tu beso y tu forma de mirarme han demostrado lo contrario. Dime que estás dolida, lo entenderé, que tendré que luchar por recuperarte porque sigues resentida y decepcionada. ¡Dime lo que sea menos esto, no te creo! —Pues no hay otra verdad. —Te conozco, Violeta. —No, ahora no, Bryan, soy otra. Lo siento. No se dio por vencido y me estrechó hasta que lo miré a los ojos. —¿Has conocido a alguien? —masculló, desesperado. —Es difícil de explicar. Vete, ¿vale? Es lo mejor para los dos. —Para mí no hay nada mejor que esto, que tenerte. Te he pensado todas y cada una de las noches que hemos estado separados, y me niego a creer que la frialdad que ahora demuestra tu mirada sea cierta. Dime, por favor, que tu ternura no es de otro. Ambos llorábamos y yo estaba a punto de rendirme, se me partía el corazón al sentir cómo destrozaba el suyo. Pero era por su bien. Lo decepcionaría. Me odiaría si supiera que trabajaba
como chica de compañía. Lo amaba y lo extrañaba tanto como él me aseguraba a mí. Quizá demasiado y por ello tenía que dejarlo marchar. —Vete, Bryan, olvídate de mí. —No me pienso detener hasta recuperarte, ¿me oyes? Desde que me fui he anhelado tu perfume, tu sonrisa, tu voz. Lo felices que éramos hasta que tu maldita familia decidió que era muy poca cosa para ti. ¡No me resigno a perderte! —Ya lo has hecho. Me di la vuelta, abrí la puerta y cerré tras de mí. Lo dejé allí, roto en tantos pedazos como como lo estaba yo. *** —Deja de llorar, Violeta. Has pasado parte de la noche así y todo el día de hoy, Alexa y yo estamos preocupadas —me consoló Cloe, acariciándome el cabello—. ¿Por qué no le cuentas la verdad? —No soportaría ver su desprecio —admití y me levanté del sofá. Era una muerta viviente—. Me tengo que ir, tengo un mensaje de Enzo Parker, ha solicitado verme. —¿Vas a seguir con esto a pesar de todo? —me recriminó Alexa. Cloe le dio la razón. ¿¡Por qué no me dejaban en paz!?—. ¿Por qué no asumes que ha sido un error entrar en ese mundo? —Porque ahora ya no tengo nada más que perder y todo me da igual —murmuré con sinceridad. —Háblalo con él. —No me perdonará, Cloe. —Le dediqué una mirada asesina, estaba cansada de sus soluciones. Unas que no me servían y menos a esas alturas. Quería apoyo—. Nos vemos luego, es una cena, sólo eso. *** En el encuentro con Enzo le conté cada detalle sobre Bryan, me desahogué mientras cenábamos en uno de los restaurantes más caros y bonitos de Nueva York. De fondo, el sonido de la lluvia era nuestra música. Pero no era una escena bonita, yo estaba hecha polvo. —Y anoche quedé con Liam —confesé, rehuyéndole la mirada, aunque pronto volví a centrarla en él. Necesitaba conocer su reacción—. Venía de allí cuando me encontré con Bryan. Enzo dejó a un lado el delicioso plato de carne que degustábamos y bebió vino. Se quedó sin palabras, con su actitud interpreté que no supo qué decirme. Llamó al camarero y pagó la cuenta. El apetito se había esfumado, como nuestra efímera conexión. —Lo siento, mucho —susurré, limpiándome los labios con la fina servilleta—. Lo siento, de verdad.
—No tienes porqué hacerlo, no tienes porqué arrepentirte, es tu trabajo. Y déjame que te dé un consejo, no pierdas la oportunidad de tu vida por un error que estás a tiempo de enmendar. —Gracias por todo, Enzo. —Ha sido un placer. —Me regaló un cómplice guiño de ojo. Era increíble—. ¿Tienes como volver a casa? —Sí, he traído el coche. —Toma e inviértelo bien. Me pasó un sobre discretamente y, antes de retirarse, me regaló algo; un beso de despedida. Sonreí con tristeza, también de alivio. No lo deseaba como días o noches atrás, las dudas habían desaparecido. Y aunque apenas lo conocía, le guardaba cariño. Por ello y sin que él lo supiese en ese instante, le mentí una nota en el bolsillo. En la que le anoté el contacto de alguien, con quien quizá, podría congeniar bien. Darle lo que buscaba. —Suerte, Violeta. Le seguí los pasos con la mirada y, repentinamente, solté un inesperado quejido lleno de sorpresa. El moreno se cruzó en la puerta con otro hombre, éste nos espiaba. Bryan ni lo miró de cerca, sus ojos estaban concentrados en el sobre que conservaba entre mis dedos. Capítulo 6 Lo primero que se me pasó por mi bloqueada mente fue escapar por la puerta trasera, no me sentía capaz de enfrentarme a Bryan. ¡No quería admitir en lo que me había convertido! Pero él corrió tanto o más que yo. Me interceptó antes de que pudiera entrar en el coche. —¿¡Qué diablos significa lo que acabo de presenciar!? —me exigió, sujetándome por el codo. Estaba desencajado. —¡Suéltame, Bryan! —No puedo —admitió, completamente roto—. Dime que lo que he visto no es posible, Violeta. Dímelo, por favor. Me vine abajo, era inevitable esconder la verdad. No sabía mentirle, no a él, que me conocía incluso mejor que yo. —Empecé hace unos días —confesé, dejándome caer en su pecho y lloré como un cachorro abandonado—. Era por dinero, pero no te puedo mentir y he estado… con dos hombres diferentes. Experimenté cosas de las que hoy me arrepiento, no entonces. No sé qué me pasó, me dejé llevar por la rabia, el rencor y el despecho. Bryan, yo… —Qué estás diciendo, maldición. ¿¡Qué!? —Perdóname, todo esto es una locura. ¡No pensé que volverías…! Creí que no me querías, ¿y
tenía que seguir llorándote? ¡No! Me he refugiado en el sexo, en nuevas experiencias. En fantasías que jamás había imaginado a tu lado, porque te quería sólo para mí y ser tuya únicamente. ¡Porque tú eras y me dabas todo lo que necesitaba! Me quedé sola y yo… ¡me confundí! No lo sé… ¡Lo siento! —Por Dios, ¿qué has hecho, Violeta? Se liberó de mi convulso cuerpo y me encontré de frente con el odio que tanto temía, con la tristeza que no soportaba ver. El hombre de mi vida lloraba como si fuera un bebé desamparado, horrorizado. Y marcaba una distancia que me destrozó. —¿Dónde ha quedado la inocencia de la chica que conocí hace casi cuatro años, el mismo día que yo cumplí veinticinco? —Negó sin dar crédito. Dolía—. ¿Cómo has podido hacer algo así? ¿¡En qué demonios te han convertido esos miserables con sus limitaciones!? —Escúchame… —No me toques, maldita sea, no te reconozco. No quiero volver a verte nunca más. —Me faltaba al aire, quise morirme—. ¡El dolor que estoy sintiendo no lo experimenté ni el día que te perdí! —¡Bryan! Se esfumó cual lobo asustado en medio de la noche, abandonándome de nuevo. Me volví a quedar sola a pesar de estar rodeada de miles de personas y no lo soporté. Llamé a Liam, que no dudó en recibirme en una fría habitación de hotel. Esa vez cuando lo vi desnudo no sentí deseo, sí rechazo. El dinero en mi bolso, de un servicio pagado anticipadamente para una próxima cita, me quemaba, aceptarlo fue un error. Él lo había hecho para tener asegurado ese encuentro… Y no podía. Yo había traspasado los límites… Mis límites. Alexa tenía razón, me había refugiado en el sexo para olvidar la miserable vida que llevaba. Había buscado emociones al perderlo todo, a Bryan. Desde que éste se marchó no le encontraba sentido a nada y, al aparecer de nuevo en mi vida, entendía el motivo. Me lamenté sabiendo que era muy tarde para nosotros. —Bombón, por qué tan pensativa. —No. —Evité que me desnudara—. No puedo hacerlo, Liam. —¿Qué narices ha cambiado? —Yo. Mantuve la calma, una que ya no existía para mí y le devolví su dinero. Quería desaparecer. Dar marcha atrás en el tiempo. Borrar lo vivido.
—¿Qué significa esto? —me reprochó duramente. —Que no puedo estar aquí, ¿vale? —Di un paso atrás, suspirando—. No me guardes rencor, por favor. —Esta no es una actitud madura. Ven aquí, Violeta, desnúdate. —No —insistí, agobiada. No quería ni que me rozara—. Gracias por haber formado parte de esta aventura. Lo siento. —¡Violeta! Cerré a sabiendas de que no podía seguirme porque estaba desnudo. Bajé a toda prisa y me metí en mi coche. ¿Mi próximo destino? Estaba muy claro. Mi huida esa noche terminó en casa de mis padres, que se sorprendieron con mi llegada a las cuatro de la madrugada. La casa tan grande se me hizo pequeña, el agobio me acorralaba de nuevo para recordarme dónde y con quién me encontraba. —Violeta, tesoro, has vuelto —me recibió mi madre, abrazándome—. ¿Estás bien? —Buena, chica, no era tan difícil de entender. ¿Verdad? —Depende, papá, ¿a qué me atengo aquí? Ella, mi madre, Nicole, se separó de mí y miró con admiración al hombre de pelo blanco que seguía en la cama a pesar de mi presunta vuelta. Ellos me habían adoptado cuando apenas era un bebé, les debía todo, eran lo único que tenía en la vida junto con mi abuela, la madre de Nicole, que siempre me había tratado como necesitaba. Sin imposiciones. Ni distinciones. Dejándome ser libre. Ser yo. Con ella nunca había tenido que fingir. —Ya lo sabes —empezó mi padre—. No voy a permitir nada que ensucie mi apellido. No serás actriz. Te seguirás encargando de ser la subdirectora de la empresa. Y te casarás con alguien respetado que sepa administrar la fortuna que heredarás algún día. —Entonces me iré donde me acepten como soy, sin que me cueste hacer tonterías que destrozarían mi vida más de lo que ya está. —No dramatices, tesoro, tu padre tiene razón. ¿Qué dirá la gente? —¿Os importan más las apariencias que nuestra felicidad? —Te adoptamos para darte todo —me reprochó como siempre. —Pero me ha faltado lo más importante, cariño y amor. Mi padre señaló hacia la puerta con la frialdad que lo definía. —Vete a dormir, Violeta, mañana verás las cosas con más claridad. No son horas para gilipolleces. Estás aquí y es lo que importa. El resto nos sobra en estos momentos. —Como Bryan, ¿no? ¿Cuál fue la frase exacta que le dijiste cuando quisiste comprarlo? ¿O qué gritabas mientras le pegaban? —¿Qué estás diciendo? —replicó entre dientes—. Ni lo menciones aquí, ese tipo es basura para ti.
La pregunta enfureció tanto a mi padre que se incorporó. Mi madre lo contuvo cuando llegaba a mí con la mano en alto y… abierta. —He intentado entenderos, ponerme en vuestro lugar, pero se acabó. ¡No sabéis quererme, ni valorarme! He estado a punto de convertirme en una persona sin sentimientos por vuestra culpa. —¡Deja de hablarle así a tu padre! —Pues vete al infierno con él. —Violeta, vas a perder el apellido —me amenazó el respetado señor Meyer—. También la herencia y no serás nada sin nosotros. —Será un placer, papá. —¿Ese miserable te ha comido la cabeza? —No, mamá —susurré, dando pasos hacia atrás. Alejándome—. Él no es como la persona con la que, desgraciadamente, te casaste. —¡Vuelve aquí! No lo hice, allí dejaba la carga que había guardado durante años en una mochila invisible. Fui consciente de ello cuando empecé a crecer, a dejar la niñez atrás. Pese a todo lo que parecía de cara a la galería, éramos una familia desestructurada. Me había rodeado de gente así. Como Alexa, que por culpa de la adición a las drogas de su madre, su infancia se había convertido en un infierno. O Cloe… que quedó huérfana muy pequeña y vivió con su padre en un entorno donde predominaba el alcohol y la amargura tras la repentina pérdida. A las tres nos unía algo… de ahí nuestro fuerte vínculo. Esa noche las entendí. Recapacité. En apenas unos días había cambiado, experimentando no sólo emociones, sino nuevos sentimientos que me obligaban a madurar. Me repudiaba, pero ya no podía hacer nada más que resignarme. Yo era la única culpable, por creer que podría ahuyentar los problemas buscando la independencia en un mundo equivocado. Mi libertad y felicidad empezaban y terminaban con Bryan Sanders. Con él había aprendido todo lo que sabía del amor, de la amistad, de la entrega. Con él podía ser yo. Me fui hasta casa entre lágrimas, pero las gotas no sólo procedían de mis ojos, afuera llovía bastante y la música de James Arthur me hacía compañía… Nunca me había sentido peor. —Violeta, ¿eres tú? —preguntó Alexa al oírme llegar. —Sí. —Espera, enciendo la luz. ¿Estás llorando? —Voy a preparar mi equipaje, quiero irme lejos de aquí. —Pero ¿qué dices? Mi amiga corrió a buscarme, pero seguí el camino hasta mi habitación. Saqué una maleta del
armario y empecé a rellenarla sin orden. —¿Así sin más? —Tengo lo suficiente para el viaje, con lo que he ganado estos días puedo permitírmelo, me instalaré en casa de mi abuela y buscaré trabajo. Poco a poco encontraré estabilidad allí, he ahorrado lo justo para huir. Me saldré de la web y borraré toda mi huella de ese mundo. —¿Y tu familia? —insistió, desesperada. —No han cambiado de opinión. —¿Bryan? —No quiere saber de mí. —¿Y nosotras? —La miré y me abracé a ella, llorando. Alexa también lo hacía—. No te vayas así, piensa bien las cosas. —Vivir aquí me recuerda demasiado al error que he cometido. —Eres humana, Violeta. —Lo sé y también he sido una insensible, ¿me dejas un rato sola? —Claro. —Me acarició la mejilla. Era como la hermana que nunca había tenido, junto con Cloe—. Pero no olvides que te quiero y que te apoyaré en cualquier decisión. —Yo también te quiero, Alexa. Me dejé caer en la cama, rodeada de ropa, zapatos, de un sinfín de bienes y recuerdos que me mortificaban en la que, por poco tiempo, había sido mi habitación. Allí alcancé el móvil y le escribí un mensaje a Enzo a través de la web. Era lo justo. Gracias por todo, has demostrado ser el caballero que no merecía. No cambies nunca. Ojalá encuentres a la mujer que sepa estar a tu altura. Luego no pude resistirme a la tentación y, antes de eliminar mi perfil de la web que Alexa administraba y publicitaba, le dediqué unas palabras a Liam Cooper. Ellos me habían ayudado y no sólo económicamente. Eran increíbles, guapos, casi perfectos, pero no eran Bryan. Aunque vayas de duro… sé que eres noble. Espero que pronto dejes esa fachada a un lado y permitas que alguien rompa la coraza en la que te escondes. Por último, llamé al número más importante. Al hombre con cada una de sus letras, el que volvió para romper mis esquemas de nuevo, mis planes, y me dejaba rota, pero mereciéndomelo. —Qué quieres, Violeta. —Su voz era rara—. No son horas. —Lo sé, sin embargo, estás despierto. ¿Qué haces? —Bebiendo por la mujer que me ha partido el corazón. Di una patada a la mesilla auxiliar, frustrada por el dolor que le causaba. ¡A él! Que había renunciado a mí para que no perdiera mi vida. No, no había mayor muestra de amor. Un amor sin egoísmos, sano. Lejos del tóxico que me rodeaba desde niña. —Llamo para despedirme. —¿Cómo? —masculló con un alarido. —Que me voy, Bryan. Con mi abuela, a España, como planeamos tú y yo tantas noches. ¿Me
podrás perdonar alguna vez? Nos quedamos en silencio, pero dio un último suspiro o una calada al cigarro, no supe identificarlo y, clamó sin apenas voz. Roto. —¿Vienes a casa a darme el último beso, por favor? Capítulo 7 Cuando me abrió la puerta… estaba casi desnudo, lloroso, furioso. Me tapé la cara sin saber cómo hacerle entender lo arrepentida que me encontraba. Era el final de una historia de amor con letras en mayúsculas. De las que no se podrían olvidar por muchas más que vinieran detrás. Era imposible sentir más admiración y amor por alguien. —Si te hubiese tenido a mi lado —confesé, completamente hundida—, te juro que jamás habría pasado esto, Bryan, cariño… créeme. —Pero has gozado —apostilló, apoyado en la puerta. —Sí. Me he dejado llevar por el miedo a quedarme sola, por la desesperación, por la ira. No me hicieron sentir sola… Me refugié en ellos. Fueron amables, no me trataron como a una… — Alzó la mano para que no terminara la frase. Tenía el rostro contraído—. No me di cuenta de lo perdida que estaba. Me he equivocado y sé que es tarde. —¡Maldición, Violeta, yo tampoco he sido un santo! Quería olvidarte a cualquier precio y he estado con otra una sola vez, ¡pero no he encontrado entre sus brazos lo que los tuyos me proporcionaban! «Otra». ¡Dolió y mucho! —Yo tampoco, Bryan, sí, les he dado mi placer, pero no mi corazón. —Intenté acercarme. Negó—. Es tuyo, te pertenece desde que llegaste a la empresa de mi padre como uno más para el resto, no para mí. Eras diferente y lo demostraste con el tiempo. Fuiste mi refugio. —¿Por qué mi pequeña ha tenido que hacerse mujer así y con otros? —Me costó tragar. El corazón se me saldría del pecho—. Si cuando nos conocimos a pesar de tus diecinueve años, eras una niña. —¡Jamás vuelvas a decir eso, tú me hiciste mujer! —repliqué, furiosa y acorté la distancia—. Contigo experimenté miles de fantasías en las que sólo estábamos tú y yo y no me hacía falta nadie más.— Pero no ha sido suficiente. —Lo era y lo es. Te voy a esperar, no me importa si se me va la vida esperándote. Pero dame algo de esperanza para soportar este pesar. Dime que podrás amarme de nuevo. Como antes. Como siempre. —¿De nuevo? —repitió con sorna, negando con la cabeza. Di un paso más—. ¿Cuándo he podido olvidarte? —¿Qué quieres decir?
—Si te vas sé que te perderé para siempre. —Me miró los labios, estábamos muy cerca—. El tiempo hace el olvido. —Dos meses no han sido suficientes para que tú me borraras de tu mundo y, aunque no lo parezca, yo tampoco del mío. —Lo sé. —Cerró momentáneamente los ojos y apretó los dientes—. ¿Sabes que es lo peor, Violeta? ¡Lo peor es que no puedo soportar el hecho de verte partir de nuevo! Estiró la mano para que la aceptara y no dudé en hacerlo, olía a alcohol, pero nos fundimos en un apasionado y desconsolado beso. Las lágrimas bañaban nuestras mejillas. —Te he echado de menos —masculló con desesperación—. Eres tan joven y loca a veces, mi Violeta. —Lo siento, lo siento. —Basta, por favor. Me llevó hasta su habitación y me depositó en la cama, empezó a desnudarse sin que yo dejara de observarlo. Sus ojos lacrimosos, su repentina sonrisa, su bronceada piel y los músculos de su cuerpo captaron mi atención en ese orden. Me desarmaba frente al hombre que me había robado el corazón con sólo diecinueve años. Un mes bastó para que cayera rendida a sus pies sin mediar palabras. Diez meses para que fuera mío. Le daba miedo aceptarme por quién era yo… mis padres no permitían que ningún hombre se acercara a mí. De ahí que él fuera el primero y no precisamente a temprana edad. Vivía en una burbuja. —Violeta, quiero que seas mía, de nadie más. Como antes, como siempre —suplicó, repitiendo la frase, desvistiéndome lentamente. Asentí sin duda alguna—. No vuelvas a dejarme. —Nunca, no lo soportaría. Fue rozar mi cuerpo desnudo… y éste se contrajo de placer. La humedad se fundió por cada poro de mi piel, estaba desesperada por sentirlo. Por saber si existía alguna barrera entre ambos… Su lengua me recorrió desde los tobillos hasta los pezones, sin detenerse. Luego bajó y chupó, obligándome a arquearme cuando lo sentí entre mis piernas, succionando sin piedad. Sus labios me saborearon hasta que me corrí en su boca entre gritos que fueron imposibles de contener. Le regalé hasta el último de mis quejidos. —Hazme el amor, por favor —gemí, tocándolo con deseo. —Dime que nadie te lo ha hecho, que sólo te han follado. —Me maldije una y mil veces—. Dímelo, por favor. Aunque sea mentira. —Te lo prometo. Se tumbó a mi lado y llorando ambos aún, me besó, sin calma, pero suave. Sin prisa, pero sin descanso. Me instó a apoyar la pierna encima de su cadera e introdujo su hombría sin protección
en lo más hondo de mi feminidad. Grité y no sólo de deseo. Sino de arrepentimiento… Pero él insistió en tranquilizarme, mimándome mientras acariciaba cada centímetro de mi silueta con amor y pasión. —Te amo —sollocé. —Y yo —musitó contra mi boca—. Me iré contigo y dejaremos en Nueva York todo el daño que nos hicieron, que nos hicimos. Juro que haré hasta lo imposible por olvidar… que me fallaste, que te fallé. Asentí moviéndome a su compás, uno lleno de armonía. De amor, de miles de «te amo» callados. Alcanzando al mismo tiempo y como sincronizados, el placer más intenso y profundo que se podía sentir cuando hacías el amor con alguien a quien amabas con toda tu alma. Con él no pedía unos segundos. Con él no quería un tiempo limitado. —Necesito cuidarte y amarte toda la vida —confesó, apoyándose en mi frente—. ¿Y tú, Violeta? ¿Qué quieres tú? —Entregarte cada segundo de la mía, Bryan Sanders, mi amor. Epílogo —¡Chicos, el desayuno está listo! Sonrío… es el grito de cada mañana desde hace cinco años. El de mi abuela. La mujer más generosa sobre la faz de la tierra. Miro a mi derecha y la sonrisa se me ensancha, suspirando al recibir una mirada cargada de ternura. La de Bryan. No ha sido una buena noche, no hemos tenido tregua, pero ¿cuántas veces soñamos con vivir algo así? Sí, justo en medio de nosotros; está Lena, fruto de nuestro amor. Apenas tiene cinco meses, pero ya es la reina de la casa, de nuestras vidas y, sobre todo, de los corazones que la rodean. La niña mimada que nos sorprendió con su inesperada llegada. Habíamos planeado ser padres un poco más tarde, pues después de más de tres años y medio luchando por mi sueño, por fin conseguía hacerme un hueco en una conocida productora que se encargaba de las series más importantes de España. Tuve suerte y mi embarazo no fue un problema, lo adaptaron al guion y ahora no sólo soy madre en la vida real, sino en la ficción. Estoy tan feliz… Bryan empezó a ocuparse de todas mis gestiones y, hoy en día, también en las de muchos rostros conocidos del medio de la televisión. Es un representante increíble. —¿Qué piensas? —susurra Bryan, acariciándole la carita a Lena. —En lo que hemos construido juntos. —Y acabamos de empezar —insiste con la misma frase cada día. Le sonrío emocionada—. Estás preciosa, cariño. —Todo te lo debo a ti, bueno… y a la abuela, que se queda algunas noches con Lena para que
podamos descansar y vernos radiantes —bromeo y a Bryan se le escapa una carcajada con la que despierta a la pequeña. Ella sonríe, es muy simpática. Se parece tanto a su padre…—. Buenos días, cariño. Se estira, patalea, busca el chupete. Un día más agradezco lo afortunada que soy. He perdido mucho en el camino, incluso con Alexa y Cloe las cosas han cambiado; hablamos, nos adoramos. Nos visitan un par de veces al año, pero solas… Es lo mejor para todos, para dejar el pasado atrás como hasta hoy, ya que hay ciertos temas que prometimos no tocar… —Esta semana tendremos más refuerzos —comenta Bryan, recorriendo mis facciones con sus dedos—. Llegan mis padres y mi hermano. Tu abuela está muy ilusionada. Los adora. —Sí, vivir con ella fue la mejor decisión que tomamos. Le hacemos compañía y formamos una familia preciosa. —Es así como quiero que sea toda la vida, Violeta. —Y lo será —susurro, emocionada, uniendo las manos de los tres; la de Lena, Bryan y la mía —. Ya no hay dudas, mi vida. —Siempre seré vuestro refugio. —Siempre serás nuestro hogar. Inédito Alexa Suspiro por las cosquillas que me provocan sus caricias. Estamos en zona de playa, de vacaciones, tomando un poco el sol en la terraza de nuestra Villa. Miro a mi izquierda y le sonrío. ¿Quién diría que acabaríamos así? Un encuentro profesional nos trajo hasta aquí. Han transcurrido cinco años desde aquel día en el que apareció en mi vida, no fue casualidad, pero es lo mejor que me ha pasado nunca, aunque para ello tuviera que renunciar a algunas cosas; como no poder ir con mi prometido a visitar a una de mis mejores amigas, Violeta. —¿Todo bien? —me pregunta y me besa la frente. —Los recuerdos. —¿Tristes? —Niego con la cabeza y hundo los dedos en su pelo. Entre su tumbona y la mía no hay un sólo espacio—. ¿Estás arrepentida? Sabes de qué hablo. —¡No! Anoche acepté casarme contigo y lo haría cada día de mi vida. Fue precioso, no dejo de pensar en cuando te arrodillaste y sacaste el anillo. No me lo esperaba y me has hecho tan feliz… —En siete meses seremos marido y mujer. —Ya era hora tras cinco años juntos —bromeo y me siento sobre sus caderas. Él gruñe—. Te prometo que borraré cualquier otro recuerdo que puedas tener acerca de aquel plantón que… —Ya está olvidado, ya no hay ningún recuerdo antes de ti, todos los que tengo son contigo y quiero seguir coleccionándolos a tu lado. Desde el primer día que te vi… supe que serías mía. Libero una carcajada. Es cierto, todavía aquel encuentro me estremece, pues fue un flechazo y hasta entonces creía que no existían. Cinco años antes…
Violeta se había ido hacía unos días y estaba muy feliz por ella, me alegraba que hubiese recuperado al hombre de sus sueños, aunque el precio a pagar fuese la maldita distancia. Era de noche, Cloe estaba en un servicio y yo escribía frases sin sentido en un diario cuando me sonó el teléfono. No conocía el número, pero el mensaje despertó en mí cierta curiosidad. Hola, buenas noches, espero no molestar. Una amiga tuya me ha pasado tu contacto, dice que estás buscando un local y yo tengo uno perfecto para ti o eso opina ella. ¿Qué amiga? ¿Y quién eres tú? Enzo Parker. Y la que dice ser tu amiga se llama Violeta. Sí, una de mis mejores amigas. Es cierto que necesito un local. ¿Qué negocio montarías? No estoy interesado en algo que genere malestar entre los vecinos, aunque dudo que Violeta lo haya hecho con esa intención. Me hizo reír su observación. No era mi intención volver a entrar en ningún otro mundo tan oscuro como en el que acababa de salir. No, nada extraño. Una peluquería. He luchado mucho hasta llegar aquí, así que me gustaría ver el local cuanto antes. ¿Se podría pronto? Sin importunarte, claro. De acuerdo, entonces supongo que podríamos quedar la próxima semana. ¿Te viene bien? ¿No podría ser antes? Perdón por insistir, es que están esperándome para que dé una respuesta de otro que ya tenía prácticamente elegido. Pero si Violeta ha hecho esto, tiene que ser por algo. Supongo que sí… Te hablo en estos días si pudiera ser antes. Un placer. Igualmente, y gracias. *** Dos noches después seguía dándole vueltas a aquello. Me encontraba en la misma situación, sola y aburrida. Tenía expectativas sobre el local, pues Violeta estaba involucrada en la elección y tendría sus motivos para saber por qué me decantaría por ese… Así que me animé y le escribí al tal Enzo. Hola, soy Alexa, la amiga de Violeta.
Perdona la insistencia, pero no querría que te olvidaras de que espero una respuesta. Buenas noches, pensaba llamarte a lo largo del día, pero se me ha hecho tarde. Tengo un hueco por la mañana, ¿podrías? Sí, claro que sí. No tengo nada mejor que hacer. Entonces te paso la ubicación, te confieso que me despierta mucha curiosidad saber el por qué tú. Supongo que porque Violeta te aprecia y sabe que nadie te cuidará el local mejor que yo. Te vendes bien. Quizá no es la palabra idónea, pero bueno, no te he mentido. Me portaré bien y pagaré religiosamente, aunque tal vez estoy hablando de más… Mañana lo descubriremos. Percibo ilusión y eso me gusta. Cuando los sueños se hacen realidad, la ilusión es infinita. Y tu sueño es montar una peluquería… Mi sueño era dejar atrás un mundo que odiaba y tener mi propio negocio. Y esta profesión me apasiona, la combinación perfecta. Entonces espero que mañana todo fluya. Buenas noches, Alexa. Buenas noches, Enzo. *** Era temprano cuando terminé de prepararme, Cloe dormía y yo estaba de los nervios. De modo que los arrinconé cuanto pude; me puse la chaqueta, cogí el bolso y fui directa a la ubicación que me había mandado el misterioso hombre, al que, por algún motivo, tenía ganas de ponerle cara. Me sonaba su hombre y no sabía de qué. Cuando llegué a la puerta, a escasos metros, se hallaba un tipo de espaldas. Alto, con traje de chaqueta y hablaba por teléfono. No quería molestarlo, ¿pero y si no era él y esperaba como una idiota? No tenía tiempo que perder. —Perdón, ¿Enzo Parker? —Él se dio la vuelta y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza—. Igual me he… —Te llamo luego —murmuro a la persona que estaba al otro lado del teléfono, sin apartar su
oscura mirada de mí en ningún momento. Era muy guapo. Un morenazo—. Supongo que eres Alexa. —Sí… Un placer. —El placer es mío —aseguró sin pestañear. Le ofrecí mi mano, pero él se adelantó y me dio dos besos. Olía de maravilla y sin saber el motivo, me estremecí. No se apartó con rapidez, al contrario, alargó el instante y por un momento sentí que me faltaba el aire. No sabía qué me estaba pasando y me asusté. —Violeta sabía muy bien qué hacía —murmuró y se apartó por fin—. Dime que no eres una chica de compañía, por favor. —¿P-Perdón? —Lo siento, no pretendía incomodarte. No supe qué decir y, por su expresión, interpreté que él tampoco, pues fue directo hacia el local y abrió la puerta. A continuación, me miró y me ofreció que entrara. Lo hice y quizá estaba demasiado confusa, porque quedé deslumbrada de primeras. Me imaginé allí recibiendo a mis clientas, viendo realizado de verdad mi sueño, lejos de todo lo que ese desconocido acababa de mencionar. Lo cierto fue que todavía seguía sorprendida por su atrevimiento. De hecho, no hubiese reaccionado tan amablemente con cualquier otro o quizá en una situación y escenario distinto, sí, no lo sabía… —¿Te gusta? —me preguntó y me giré enseguida hacia él, atraída por su tono de voz; paciente, bajo.— Sí, es amplio y… lo quiero. No tengo dudas, no sé, es como si estuviese preparado para mí, para lo que proyecto. Mi infancia no fue buena y aspiro a un futuro estable, sin depender de nadie y que el día de mañana mis hijos se sientan orgullosos de mí y no tengan que pasar por… Perdón por la chapa, quería decir que esto… —Es lo que siempre has buscado —terminó la frase y parecía impresionado por mi actitud soñadora—. ¿Me equivoco? —Es perfecto. Violeta me conoce muy bien. —Violeta nunca ha estado aquí. —¿Cómo? ¿Entonces por qué me lo ha recomendado? —Creo conocer esa respuesta. —Sonrió y las piernas me flaquearon. Era un hombre impresionante, que repentinamente había causado algún tipo de impacto en mí—. Es una chica muy lista.— ¿De qué la conoces? —Fui su primer cliente —confesó, incómodo.
Entonces entendí todo. El por qué me sonaba su nombre y, a decir verdad, me decepcionó la respuesta. Me jodía que para un tipo que me había dejado sin palabras nada más conocerlo, hubiese recurrido a ese mundo y con mi amiga… ¿¡Por qué tenía tan mala suerte!? —No te ha gustado nada saberlo —adivinó y dibujó una mueca amarga en su rostro—. No estaba en mi mejor momento, necesitaba consuelo y con ella también fue mi primera vez en ese tipo de servicios… Y la única. No volví a recurrir a ninguna otra. —No tienes que darme explicaciones. —Me temo que sí, cuando pretendo invitarte a un café y apuesto a que me rechazarás por este motivo. —Sólo quiero alquilar el local —aclaré de manera tajante—. Esta conversación está de más. —Entiendo. —Se tocó el pelo y miró hacia la puerta. Parecía no querer importunarme. Era muy correcto. Algo que me dejó pensativa—. Te daré los datos de mi gestora para que prepare el contrato. —Igual debería pensármelo. —Me sorprende que, conociendo ese mundo desde dentro, tengas ciertos prejuicios — apostilló con un tono muy bajo. —Creo que será mejor que me vaya. Fui a salir, pero él, en dos zancadas, me obstaculizó el paso. —Acéptame la invitación —insistió y sonrió. Madre mía… —¿Para qué? —musité, nerviosa. —Quiero descubrir el porqué tu amiga, conociendo mi historia, te pone en mi camino. Me quedé mirándolo, pues me moría de ganas de aceptar su invitación. Lo tenía tan cerca que podía percibir su aliento, entonces sentí unas irrefrenables ganas de besarlo. Por lo que di un paso atrás, desechando el estúpido pensamiento. No lo conocía de nada y ya no quería volver a sentirme un juguete en manos de ningún hombre. —Tienes miedo —susurró y acortó la distancia—. Puedo leerlo en tu mirada. —No te acerques. —Entonces deja de pedirme lo contrario con los ojos, porque esa mezcla de miedo y deseo, me están volviendo loco. —Quiero irme —insistí con rotundidad. —Adelante —cedió al verme tragar. Me pareció que estaba incómodo al ser consciente de que me había encerrado de alguna manera—. Perdón, no ha sido mi intención asustarte. Su caballerosidad me pudo y sin saber controlar el deseo del que él hablaba, me lancé y lo besé. Joder, joder. Enzo Parker reaccionó enseguida. Atrapando mis labios entre sus dientes, rodeándome con sus manos. Acariciándome la espalda con tanto tacto que gemí. No podía creerme que estuviera haciendo aquello, que hubiese sucumbido así al placer, a la pasión y lujuria. Me había prometido a mí misma no intimar nunca más con un hombre sin conocerlo de nada…
Me recordaba a lo que pretendía y necesitaba dejar atrás. —Para —gemí sin respiración—. ¡B-Basta! Enzo se apartó, desconcertado, apretándose el puente de la nariz. —Tengo que irme —insistí de manera atropellada. —De acuerdo. —Se echó a un lado, diría que avergonzado. Intenté marcharme sin mirar atrás, pero me detuvo con su frase: —Cuando conocí a Violeta pensé que era especial y no me equivoqué, ella te ha traído hasta aquí porque sabía que no me serías indiferente. —No me conoces de nada —repliqué incluso teniendo un pensamiento similar. Violeta sabía muy bien qué hacía—. Y esas palabras suelen quedar muy bien para conquistar a alguien. —Cuando hemos hablado con anterioridad a través de mensajes; la forma en la que te expresaste ya me atrajo, no te lo voy a negar, pero pensé que era una tontería. Sin embargo, hoy con el entusiasmo que has mostrado por empezar una nueva vida, has terminado por convencerme, sumado a lo que sucedió con Violeta. —No entiendo. —Hace un par de semanas me follé a tu amiga, quise más, pero me decepcionó con su comportamiento y cuando llegué a mi casa, me di cuenta de que me había dejado una nota. —¿Y qué decía? —pregunté con el pulso a mil por hora. —Llámala, es Alexa, necesita un local con urgencia, hazme este último favor, aunque no lo merezca. Trátala como necesita. —V-Violeta está loca. —No más que tú y que yo —rebatió, señalándonos. Temblé de pies a cabeza—. Que nada más vernos hemos deseado probar los labios del otro sin mediar todavía palabra. ¿O me lo vas a negar? —E-Estás mal de la c-cabeza —titubeé. —Puede ser, nunca me lo había planteado antes —recalcó en pasado—, pero tampoco pretendo convencerte de lo contrario, pues estoy tan desconcertado como tú de lo que me está pasando. Violeta sabía que necesitaba a una mujer leal, con los mismos principios que yo y… No quise oír nada más y me fui. Hui con un calor intenso subiendo y bajando por mi estómago. Era una locura. Era una estupidez. *** Una estupidez que se prolongó. Una semana después seguía pensando en aquel encuentro. En la mirada transparente de Enzo Parker. —Llámalo —me aconsejó Cloe—. Tía, algo ha surgido. ¿No lo ves? Llevas siete días con sus noches, hablando de la escasa media ahora que coincidisteis. Es muy fuerte. —Se me pasará —murmuré con desgana.
—Tú misma, voy a arreglarme que se ha puesto en contacto conmigo un tal Liam, me necesita para una cena de trabajo. Ya sabes, quiere dar una imagen seria. Lo típico. —Ya… suerte. —Igualmente. Ella sabía que lo llamaría, que me moría por hacerlo. ¿Y él por qué no había insistido, si según confesó, sintió la misma conexión? Ni siquiera sabía cómo era y no había querido preguntarle a Violeta, lo único que conocía de él a través de ella, fue lo que comentó en su momento, que la había tratado bien, con respeto… ¿Por qué no arriesgarme? —¿Enzo? —pregunté en cuanto descolgó. —Sí. —Yo… Bueno, soy Alexa, no sé si te acuerdas de mí. —El contrato de lo enviarán mañana —mascullo, cortante. —Te llamaba por otra cosa. —Hice una pausa, no sabía ni cómo proponérselo. Hasta que me armé de valor—. Era por si te apetecía… En fin, para invitarte a una copa. —No soy de salir por las noches. —Igual interrumpo algo —me excusé, siendo consciente de que su frialdad podría deberse a que estaba con otra mujer. Lo lógico… No nos debíamos nada por un beso. —Si te soy sincero, sí, interrumpes algo, mi tranquilidad. No soy un hombre de juegos, Alexa, y creo que tú eres como tu amiga. No tienes las cosas claras y no estoy dispuesto a que me marees. —Quizás estás exagerando… —Me he repetido lo mismo a lo largo de la semana y te daría la razón si hubiese podido olvidarme de aquel beso. —Me pasa igual —confesé, sintiéndome muy pequeñita. —Esto sólo tiene una solución —rebatió con dureza. —¿Cuál? —Conocernos y saber qué esta pasando de una vez. En la actualidad… Que habíamos sentido un flechazo, sí, por loco que pareciera, nos sucedió, pues yo no creía en esos romanticismos. Lo confirmamos cuando con el paso de los días no necesitamos del sexo para avanzar, quedábamos, hablábamos. Nos tomábamos un café juntos y nos divertíamos con poco. Respetó mis tiempos y únicamente me quedó aceptar y reconocer lo especial que era. Y ese hombre, pronto, se convertirá en mi marido. No dejo de pensar en la suerte que tengo, pues podía haber estado casado, pero el destino no lo permitió y hoy es mío, solamente mío. —Te amo —gemí, emocionada. —Y yo. Cómo me gusta estar así —gruñó, besándome mientras guiaba mis caderas hacia él y me hacía el amor con calma—. Quiero esto siempre. Vivir dentro de ti. Es lo único que necesito
para sentirme pleno. Fundirme en tu interior cada minuto. Cada segundo, mi amor. Inédito Cloe —Pero ¿qué has hecho conmigo, mujer? Su pregunta me hace sonreír, una sonrisa que se mezcla con lágrimas de felicidad que corren por mis labios debido a la noticia que acabamos de recibir. Después de tres años intentándolo, en poco más de siete meses, por fin vamos a ser padres. —Chis, cálmate, nena —me suplica, asustado—. Ya pasó. —No ha sido fácil llegar hasta aquí. —Pero lo hemos conseguido —me consuela con tanta ternura que me rompo incluso más. Y pensar cómo era cuando lo conocí… Cinco años antes… Era el típico pesado que no aceptaba una negativa por respuesta. Se había pasado toda la noche piropeándome, creyendo que ofrecía los mismos servicios que Violeta. —Hacía tiempo que no me cruzaba con un baboso como tú —murmuré de camino a la salida —. Espero no volver a verte nunca más. —Pasa la noche conmigo —insistió, persiguiéndome. —Ya te he dicho que no, en la web lo dejo claro. —Creí que era un juego, bombón. —Deja de llamarme así —le espeté de malas maneras. —Pide, pagaría lo que me pidieras. —No estoy tan necesitada —repliqué y me monté en el taxi—. Adiós y no me vuelvas a molestar. Cerré de un portazo, sin darle opción a que respondiera. Le había asegurado en repetidas ocasiones que no insistiera ni me presionara, que me incomodaba. Dejando claro que sería de los pocos clientes que tacharía en mi lista. No quería compartir con él ni una copa. Cuando llegué a casa, Alexa sonría con el móvil en las manos. No tuve dudas del porqué. Era obvio. —Le has hablado, ¿no? —Sí… seguimos en ello de momento. Hemos quedado para tomar un café. ¿Qué te parece? —Me alegro muchísimo. —Y tú, ¿qué tal? —Mejor ni te cuento. —Puse los ojos en blanco—. Me voy a dar una ducha y a dormir. Por la mañana he quedado en visitar a mi padre. —Estoy feliz por su mejoría, de que esté superando su adicción por el alcohol. No me extraña que te sientas tan orgullosa de él. —Sí, sé que no está siendo fácil, pero se esfuerza como prometió. —Ojalá mi madre hubiese dejado las drogas a tiempo. Me acerqué y la abracé, ese tema le dolería toda la vida, pero pronto le llegó otro mensaje que la consoló. Su sonrisa lo decía todo. —Hasta mañana —me despedí más tranquila—. Te quiero.
—Y yo. Esa noche sólo quería descansar, el día había sido bastante largo y el servicio prestado no quería ni recordarlo. Menudo cliente. Me olvidaría pronto de él. O eso pensé. Pero no resultaba fácil si no se daba por vencido. Todas las noches recibía mensajes suyos. Liam Cooper era muy insistente. Déjame en paz de una vez. Te he bloqueado siete números ya. ¿No te cansas? No estoy acostumbrado a que me rechacen. Siempre hay primeras veces, aunque dudo que ésta lo sea. Adiós. Necesito contratarte para una nueva cena, sólo eso. No te creo y, además, no me apetece Dame una razón. Está bien, te daré varias; no me gustan los hombres insensibles ni los infieles, tampoco los juegos sexuales que mencionaste; eso de que me observen no va conmigo. Y, por último, no me gustas tú. No me quieras cambiar, bombón, de ahí viene mi encanto. Uno que le gusta a todas las mujeres. Menos a mí. Suerte en la vida, porque con esa mentalidad de troglodita, la vas a necesitar. Lo bloqueé y me eché a dormir, pero de madrugada sonó nuevamente el teléfono. No era un mensaje, sino una llamada de un número que no conocía. ¡Era el colmo! —¿Me vas a dejar en paz? —protesté, cabreada. —Cloe, soy papá. Di un salto en la cama y encendí la luz. Me puso en lo peor. Sentí pavor de hacerle la pregunta, pero tenía que ser fuerte. Me daba miedo que le estuviese pasando algo malo. —¿Estás bien? —balbuceé sin voz. —Sí, pero te echo de menos. —En unas horas voy a verte —le recordé con un nudo en la garganta—. Descansa, porque pasaremos el día juntos y no te daré tregua. —Vale, te quiero, hija. —Y yo, papá. Todo lo hacía por él, para pagarle la clínica y su casa, a la que regresaría cuando saliera de allí. Y una vez nos estabilizáramos económicamente, me dedicaría a retomar mis estudios. Soñaba con ser psicóloga. El teléfono volvió a sonar y respondí enseguida, si mi padre necesitaba hablar o desahogarse,
ahí me tendría toda la noche. —Dime, papi. —No me llamo así, pero si es tu rollo. —¿Tú otra vez? —Me dejé caer hacia atrás. Liam Cooper era un pesado con mayúsculas—. Es de madrugada. —No puedo dormir y veo que tú tampoco. —Pensando en ti… seguro que no —aseguré con un bostezo. —No te creo, ¿con quién hablabas tan tarde? —Su voz sonaba muy ronca, ¿bebería?—. ¿Con el tal papi? —Es mi padre, idiota, que está internado en una clínica para dejar el alcohol y me necesitaba, así que ni se te ocurra burlarte. —Vaya, lo siento. —Lo dudo, ¿algo más? —Me he quedado con ganas de… —Y no te lo voy a dar —lo interrumpí, adivinando la siguiente frase—. Buenas noches y déjame descansar. Sorprendentemente, lo hizo. *** Por la mañana; desayuné, me duché y, por último, me abrigué y salí de casa. El corazón me dio un vuelco al encontrarlo en el portal. —Pero… Pero ¿quién te ha dado mi dirección? —¿Qué más da? —Se encogió de hombros y sonrió. —Oye, esto ya no me gusta un pelo —confesé un poco asustada. —Sólo quiero una noche. —Y yo he dicho que no. Ni se te ocurra perseguirme. Me monté en mi coche y me marché. Intenté apartarlo de mi mente mientras estuve con mi padre, pero lo cierto fue que me costó. Hasta que al final pasó a un segundo plano cuando llegó la despedida con mi progenitor. Salí llorando al ser consciente de que no estaba pasando por unos días buenos, al contrario, aseguraba que eran lo peores. Dábamos un paso atrás… —¿Cloe? —Levanté la mirada y se me escapó un quejido—. No, tranquila, te juro que esto ha sido casualidad. Anoche me hablaste de tu padre y despertaste un sentimiento que tenía abandonado. Mi tío, el que me crio, está aquí y hacía muchísimo que no lo visitaba. —No juegues con esas cosas —repliqué entre dientes. —Es cierto, se llama Tom, quizás hayas coincidido con él. —Me quedé callada, sorprendida, lo conocía, era amigo de mi padre. Se habían conocido en la clínica—. ¿Estás bien? Lloré más y él me estrechó entre sus brazos. No me aparté, me dejé consolar por el último hombre que me hubiese imaginado. —¿Te apetece una tila? —Asentí a su pregunta, las palabras no me salían. Finalmente me aparté y él enjugó mis lágrimas. Fue muy suave—. No sé cómo hacer esto.
—Justo así —susurré sin dar crédito a su vulnerabilidad. Al otro lado de la carretera, había un hotel y entramos en la zona de la cafetería de éste. Liam se quedó mirándome fijamente y yo a él. No lo recordaba tan guapo. Rubio y con unos ojos preciosos, azules. Expresión pícara… —Me sorprende tu actitud, siempre te muestras muy fuerte —masculló y sonrió de medio lado. Suspiré—. Tienes corazón. —Y tú, creía que sólo pensabas con la entrepierna. —Uh, eso ha dolido. —Mentira —musité, entrando en su juego—. Nada te afecta. —Bombón, no des por hecho que crees conocerme, porque a veces, ni yo mismo lo hago. Tengo días. —Hoy es uno de los buenas —me burlé y di un sorbo a la tila. —Depende. —¿De qué? —De nada. —Supe que iba a volver a intentarlo, pero se arrepintió—. ¿Más tranquila? —Sí, gracias. Se encogió de hombros y desvió la mirada, por lo que aproveché para observarlo detenidamente. ¿Cómo sería echar un polvo con él? Era muy atractivo y mi mente pedía a gritos desconectar. —¿Ya te has dado por vencido? —lo reté. —No quiero más rechazos. —¿Y quién dice que lo haré? —lo desafié, coqueta. Me incorporé sin decirle nada más, pagué la cuenta bajo su atenta mirada y fui hasta recepción. —Una habitación, por favor. Liam Cooper no dio crédito. Supuse que pensaba que era una broma, que se la quería jugar. Tampoco se lo aclaré y cuando subimos, me desnudé sin reparo. Liam también empezó a desvestirse y sin ninguna paciencia, se puso el preservativo que había en la mesilla auxiliar, y me empotró contra la pared. Me besó de forma fiera, violenta… y me penetró con la misma intensidad. Gemí, gemí muy fuerte sintiendo un placer que no esperaba, dejándome llevar por aquel salvaje. —Ya tienes lo que querías —jadeé sin voz—. Con una vez bastará. En la actualidad... Pero no bastó. Si él no me llamaba lo hacía yo, nos necesitábamos de alguna manera. Lo fui conociendo, descubriendo su parte oculta y la atracción dio paso al amor. Tardamos muchos meses en ponerle nombre a aquel intenso sentimiento. Tuvimos crisis cuando la búsqueda del embarazo se torció, pero luchamos juntos y aquí seguimos.
Más unidos que nunca. —Si es niño se llamará como tu padre —murmura y me besa—. Bobby no suena mal del todo. —¿Harías eso por mí? —Mujer, por ti moriría de ser necesario. Sé que no miente. Se convirtió en mi gran apoyo durante la última parte de la recuperación de mi padre. Al que visitamos tres veces por semana, no sólo a él, sino a su ahora compañero de casa, Tom, el tío de Liam. Nos gustaría ir más a menudo, pero los estudios me tienen muy ocupada. Me gradúo este mismo año. —Verás cuando se lo cuente a las chicas —comenté, emocionada—. A Enzo le gustará saberlo por ti. —Será el primero. Ambos han recuperado la amistad, ahora todos hemos encontrado nuestro sitio de la manera más surrealista y, aunque la perfección no existe, no podemos quejarnos. Me duele que no podamos reunirnos todas las parejas, pero entiendo a Violeta, a Bryan y tampoco sería una situación cómoda para Alexa y para mí. Pese a que nuestra amiga está feliz por nosotras… no es fácil recordar cómo empezó esta historia. Otra razón para volver a llorar. —Oye, nena —me regaña Liam. Sonrío, me gusta que me llame así, «bombón» se lo decía a todas y cuando oí «nena» de sus labios por primera vez, supe que ya no había marcha atrás. Me quería—. Venga, relájate, mi vida. Estoy aquí contigo. Todo irá bien. —Sabes cómo calmarme. —Y trataré de hacerlo siempre. Porque te amo como no imaginaba que se podía. Cloe, hoy me has dado otra razón para amarte incluso más si se puede, que no lo creo posible. Te amo demasiado ya. Sollozo y promete sin apenas voz: —Te amaré así cada segundo de esta vida, nunca lo dudes. —Y recalca, acariciándome el vientre plano aún—. Cada segundo, nena. FIN