1 ORFA KELITA VANEGAS
IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE
Vanegas Vásquez, Orfa Kelita Imaginarios políticos del miedo en la narrativa colombiana reciente / Orfa Kelita Vanegas Vásquez. -- 1ª. Ed. -- Ibagué : Sello Editorial Universidad del Tolima, 2020. 244 p. Contenido: ¿Qué es el miedo?, ¿Cómo se le aprehende? -- Estética de la violencia: Continuum del hacer literario en Colombia -- Narrar el miedo: otra construcción del imaginario de violencia -- Personajes del miedo: presencias de la desdicha y el resentimiento. ISBN: 978-958-5151-53-6 1. Conflicto armado – Colombia 2. Derechos humanos Colombia 3. Violencia 4. Ciudadanía I. Título 303.669861 V252i © Sello Editorial Universidad del Tolima, 2020 © Orfa Kelita Vanegas Vásquez Imagen de cubierta: Detalle de la cheminea A. [Cabeza de Gorgona]: dibujo de Louis-Pierre Baltard, 1803. © “Source gallica.bnf.fr / Bibliothèque nationale de France”. Primera edición ISBN versión digital: 978-958-5151-53-6 Número de páginas: 244 Ibagué-Tolima Imaginarios políticos del miedo en la narrativa colombiana reciente. Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del Tolima Grupo de investigación en Estudios interdisciplinarios en Literatura, Arte y Cultura (EILAC) de la Universidad del Tolima. publicaciones@ut.edu.co okvanegasv@ut.edu.co Corrección de estilo e impresión por: Color´s Editores S.A.S. Ibagué – Tolima. Diseño y diagramación por: Marcela Morado. Diseño de cubierta por: Christian Johan Arias Vanegas. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, sin permiso expreso del autor.
A Eric, mon amour
ÍNDICE Prólogo ............................................................................................. 9 Introducción. ¿Qué es el miedo? ¿Cómo se le aprehende? ......................... 13
Afecto y emoción: intersecciones teóricas .................................................................... 18 Elaboración política del miedo ...................................................................................... 23
1. Estética de la violencia: Continuum del hacer literario en Colombia ..... 33
Violencia, angustia y miedo .......................................................................................... 45 Miedo e invención del enemigo ..................................................................................... 49 Balance de la narrativa colombiana de inicios del siglo XXI ........................................ 61 Horizontes estéticos del miedo político ........................................................................ 70 Entre el terror y el horror o de la anulación de lo humano .......................................... 75 Medusa y la estética de la decapitación ...................................................................... 83 El dilema literario ante el cuerpo decapitado .............................................................. 92 Estética del miedo y crítica literaria. Un panorama .................................................... 101
2. Narrar el miedo: otra construcción del imaginario de violencia .......... 115
Poética visual del horror .............................................................................................. 115 El detalle visual y la escritura ...................................................................................... 122 Enfoque fotográfico de un pasado siniestro ................................................................125 Medusa y la narración del horror ............................................................................... 138 El “eco mudo” de Gorgo ................................................................................................ 145 La cabeza decapitada en el campo de batalla ............................................................ 150 Desarticulaciones del “sí mismo” y la memoria dolorosa ............................................ 154 La memoria: entre lo emocional y lo político .............................................................. 162
3. Personajes del miedo: presencias de la desdicha y el resentimiento ... 169
El escapado es el enemigo. Del miedo al repudio ........................................................ 171 Figuras del odio y el asco ............................................................................................. 173 La piel y la recuperación de lo perdido ........................................................................ 178 El personaje nómade. Registro del terror y el olvido ................................................... 185 Héroes del resentimiento. Metáfora política de justicia y memoria............................196 Contra la cicatrización del tiempo ............................................................................. 206
4. Conclusiones generales ............................................................... 213 Bibliografía ................................................................................... 225
PRÓLOGO ENTRE LA PARÁLISIS DEL MIEDO Y LA ESPERANZA
L
a preocupación teórica por las emociones data de mediados de la década de 1990 especialmente en el área de los estudios anglosajones, aunque el interés por ellas es de larga data. El llamado “giro afectivo” está basado en propuestas epistemológicas tales como las teorías sobre la subjetividad, teorías del cuerpo, la teoría feminista, el psicoanálisis lacaniano vinculado con los estudios de la teoría política. Todo ello ha dado como resultado el resurgimiento de una economía de las emociones. Los nombres en danza para darnos una idea genealógica de las vertientes teóricas van de Baruch Spinoza a Gilles Deleuze y Félix Guattari. El movimiento desafió las oposiciones convencionales entre la emoción y la razón, el discurso y el afecto, poniendo de relieve la compleja relación entre poder, subjetividad y emoción de la teorización política. Como puede apreciarse estamos ante posturas teóricas interdisciplinarias, transdisciplinarias y de alcance extendido. El “giro afectivo” en las ciencias sociales y humanidades se origina debido a diversas insatisfacciones epistemológicas. Entre las que podríamos nombrar proceden de los estudios de género, la excesiva mirada cientificista del cuerpo y la desatención de que se trata también de un constructo cultural, ya que el cuerpo no puede identificarse con el individuo. El cuerpo, de tal manera, es desplazado hacia otros campos de especialización. Las emociones propias del cuerpo y diferenciadas culturalmente fueron rechazadas por las ciencias sociales, y como consecuencia fueron relegadas hacia la psicología o la medicina. Surge entonces una pregunta de rigor: qué entidad accede a los vínculos sociales, ¿el cuerpo o el individuo? Recuerda Vanegas: […] entender lo emocional como “energía nomádica” o impulso que impacta los cuerpos de manera espontánea y que “sigue de largo”, niega la ilación de la persona afectada con su propio cuerpo, contexto y elemento racional; es decir, que el sujeto afectado pareciera sostenerse en la inexperiencia y la inconsciencia, pues si el afecto se entiende como acto automático –por exceso de conciencia– o como algo que no se experimenta conscientemente, así sea de manera mínima, tampoco se relaciona con la experiencia pasada.
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Claudio Maíz
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político” socialmente establecido y de incidencia latente o manifiesta en los personajes de las novelas que estudia. Es uno de los aportes más significativos de su ensayo. En el corpus narrativo estudiado el lector accede a atmósferas asfixiantes gracias a la categoría de análisis del miedo. También la emoción del miedo permite percibir cambios en la naturaleza de los personajes: desde aquel con protagonismo público al personaje anónimo, quien padece los efectos de una conflictividad en la que de espectador inicial pasó a ser una víctima. El padecimiento en tales personajes es mayor en tanto no se le reconoce el estado sufriente. Vanegas abandonó el canónico camino de concebir la violencia productora de lo macabro a enfocarse en la escritura que da cuenta de los efectos desde una perspectiva emocional. En otras palabras, pasó de un abordaje de la novelística asentada en el enfoque sociohistórico al estudio del imaginario que se generó a partir de la violencia. El miedo es una de las emociones más políticas conocidas, como quedó dicho, de ahí que lo emocional es el “lugar -escribe la autora- donde la novela logra llegar para descubrir una de las zonas más enigmáticas y ocultas de lo humano sometido a la crueldad atroz del poder.” El miedo desde la antigüedad ha sido una emoción impropia de los héroes y por lo tanto condenable. Era atribuido a las clases populares, que exentas de hidalguía, no contaban con esa barrera protectora contra el miedo. El miedo es el más antiguo recurso para el ejercicio del poder. Vanegas deja claramente establecido esta dimensión del miedo cuando afirma que una “antropología” del miedo demostraría que “en el plano político y cultural son especialmente importantes los efectos del imaginario colectivo en el desarrollo de los miedos, porque ese imaginario puede crearse, inflarse y manipularse, transmitirse y difundirse hasta convertirlo en pánico o en situaciones desenfrenadas de terror y horror absoluto.” Desde el punto de vista de la crítica literaria estamos ante un trabajo innovador porque propone una categoría de análisis proveniente de la teoría de las emociones y abre de ese modo otros caminos de indagación de la narrativa colombiana y latinoamericana. Asimismo, la investigación lleva la impronta del compromiso con la sociedad a la que la autora pertenece. Parte de la literatura para recorrer las profundidades de la historia y la política, alumbrando aquellos espacios más oscuros. Finalmente, en el acto mismo de la elección de las novelas la autora se sitúa del lado de las víctimas con una empatía que le posibilita exhibir los sufrimientos de una sociedad hastiada del ejercicio de una historia circular.
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PRÓLOGO
El miedo acompaña a la existencia humana y ha encaminado la vida de hombres y mujeres frente a las amenazas y el desconocimiento. La emoción del miedo afecta sin dudas el cuerpo, pero tanto sus causas como sus efectos poseen además una dimensión sociocultural. El miedo suele desplazarse desde una respuesta psico-corporal hacia una cultura que da forma a las subjetividades en la esfera pública. América Latina en reiteradas ocasiones a lo largo de su historia ha sido escenario de culturas del miedo. Desde el plano estrictamente literario la novelística del dictador es un buen ejemplo de la manera como la ficción ha representado estados emocionales amenazantes procedentes del poder político despótico. Tanto la dimensión psíquica como social se conjugan en las estructuras narrativas de esa novelística. El “giro afectivo” se impuso revisar los dualismos modernos: cuerpo y mente, razón y pasión, naturaleza y cultura. La persistencia de estos dualismos habría que buscarla, por un lado, en el ascenso del individualismo que caracteriza nuestra época y, por otro, en un retorno del positivismo y el racionalismo. En este contexto, las teorías de las emociones como herramienta metodológica en los estudios literarios latinoamericanos se encuentran en desarrollo, aunque parezca paradójico si tenemos en cuenta que la literatura es el campo más propicio para la expresión de las emociones, las pasiones o sentimientos. No importa aquí realizar una debida y necesaria distinción. De aquí que sea de suma importancia la investigación de la narrativa colombiana reciente desde la perspectiva de una de las emociones de carácter social y político como el miedo. Vanegas ha reunido un corpus de novelas de calidad, premiadas y con proyección internacional para llevar a cabo sus objetivos. Se ocupa de las siguientes obras: Delirio y Hot Sur de Laura Restrepo; El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez; Los derrotados y Tríptico de la Infamia de Pablo Montoya; Plegarias Nocturnas de Santiago Gamboa; El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince; y Los ejércitos de Evelio Rosero. Estas novelas comparten tramos temporales comunes (pertenecen a la primera parte del siglo XXI), tratan las violencias de las últimas décadas (las del narcotráfico, enfrentamientos entre diversos grupos armados), no eluden la política (abordan la degeneración de la política), y las tramas ficcionales se despliegan desde alguno de estos núcleos. El estudio propone que estas propuestas ficcionales conectan la violencia con la emoción experimentada por la víctima. La atención en la víctima permite visualizar otras afecciones traumáticas como el dolor, la infelicidad, la inquietud, el desasosiego. Los vínculos sociales, nos preguntábamos anteriormente, se establecen entre los cuerpos o los individuos, a la luz del “miedo político” podemos invertir los términos y pensar de qué manera impacta el miedo socialmente establecido tanto en el individuo como en los cuerpos. Vanegas ha introducido un significante crítico denominado “miedo
INTRODUCCIÓN ¿QUÉ ES EL MIEDO? ¿CÓMO SE LE APREHENDE? Ahora veo, alrededor, rostros de pronto desconocidos –aunque se trate de conocidos– que intercambian miradas de espanto, se apretujan sin saberlo, es un clamor levísimo que parece brotar remoto, desde los pechos, alguien murmura: mierda, volvieron.
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(Evelio Rosero: Los ejércitos, 2007: 95).
De qué manera abordar la narrativa colombiana preocupada por la realidad caótica nacional de las últimas décadas bajo el ángulo del miedo como categoría que incide propositivamente en la ecuación violencia/literatura? ¿Cuáles son los procedimientos de escritura que visibilizan, procesan y constituyen el “miedo político” como estética alternativa a los modos como habitualmente la narrativa colombiana ha simbolizado la violencia del país? ¿De qué modo la posición ideológica en torno al binomio miedo-poder que las novelas incorporan desestabiliza los imaginarios tradicionales de nación, memoria e identidad? ¿Son las novelas de estudio un constructo epistémico que fortalece los discursos contemporáneos dedicados a explorar las emociones como lenguaje y vía de acceso a la comprensión de la contemporaneidad? Imaginarios políticos del miedo en la narrativa colombiana reciente considera que parte de la novela nacional publicada en las primeras décadas del siglo XXI, muestra interés por revisitar las violencias que han golpeado con mayor fuerza la vida del país, específicamente, las derivadas o asociadas con el narcotráfico y la violencia política, para narrarlas y simbolizarlas desde el ángulo de las emociones. La fuerte presencia de los afectos en las dinámicas políticas nacionales se configura en la novela como componente esencial que define el carácter de los personajes, los lugares, el tiempo, el tema y los recursos retóricos. Cada aspecto que conforma el texto como producción estético-simbólica se enlaza a la fuerza vital de las emociones. El miedo, en este espacio, toma lugar protagónico, los escritores lo proponen como componente inherente a la mentalidad y sensibilidad del colombiano. Como fenómeno político, el miedo en la ficción interviene los imaginarios de violencia y su impacto en la idea de nación, identidad y cultura, orienta, también, otros ángulos de sentido, que relativizan y cuestionan los discursos que insisten en explicar la historia del país desde categorías anacrónicas.
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1 Delirio (2004) y Hot Sur (2012) de Laura Restrepo; El olvido que seremos (2006), de Héctor Abad Faciolince; Los ejércitos (2007), de Evelio Rosero; El ruido de las cosas al caer (2011), de Juan Gabriel Vásquez; Plegarias nocturnas (2012), de Santiago Gamboa y Los derrotados (2012), de Pablo Montoya, conforman el corpus que originan los propósitos de esta investigación. Es importante señalar que se relacionan también otras narrativas –de los mismos autores o de otros escritores–, con la intención de cotejar con el corpus literario central aspectos estéticos particulares y profundizar en los principios de indagación que guían este trabajo.
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2 El periodo de violencia más significativo del siglo XX del país se dio a raíz del asesinato del líder político Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, un suceso que desencadenó la brutal contienda entre miembros de los partidos Liberal y Conservador. Este periodo se reconoce con el nombre de la Violencia, con mayúscula.
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Lo político, lo social y lo histórico, aunque se nombran, no juegan ya el papel principal que tuvo en la novelística de otro momento, la escritura los instala como “escenario de fondo”. Predomina más bien en los intereses narrativos recientes la respuesta individual del “sujeto víctima” a una realidad que no satisface el sentido de pertenencia ni de identidad. La lectura de la vida social se hace desde una sensibilidad personal y la sensibilidad personal, a su vez, solo es comprensible desde la realidad nacional. Por esta razón, lo afectivo se desborda de la instancia individual y abarca lo colectivo. Tales aspectos, junto con las innovaciones poéticas del lenguaje, consideramos, constituyen un imaginario emocional de la violencia, que ubica un nuevo punto de mira sobre el espacio literario y epistémico interesado en el pasado y el presente del país. Se acepta en el campo literario que la novela colombiana desde sus inicios se preocupa, en especial, por las múltiples manifestaciones de la violencia; los usos poéticos del lenguaje regularmente se han enfocado en dar sentido y representación a este fenómeno determinativo de la cultura política del país. No obstante, hay que notar, la violencia, aunque situación incesante en la historia nacional, tiene sus desvíos, cambios y énfasis específicos según el momento histórico y los actores que la desencadenan; circunstancia que ha demandado del escritor una búsqueda y renovación continua de los recursos estéticos y códigos literarios, para nombrarla y constituirla como realidad ubicada en un tiempo y espacio. Ciertamente, formular literariamente la Violencia, con mayúscula2, desatada a mediados de siglo XX, toma matices particulares frente a los sucesos del narcoterrorismo que sacudieron al país durante la década del ochenta, por ejemplo. Los estudios literarios reconocen que desde los años setenta del siglo pasado, la narrativa colombiana enfocó su interés en representar los efectos anímicos individuales y colectivos producidos por la barbarie política. Una primera etapa de la ficción –años cincuenta, sesenta– concentrada en describir los destrozos más crudos y explícitos de la Violencia dio lugar a la narración de su huella psicosocial. A partir de este giro estético el novelista colombiano siempre ha tenido el reto de no sacrificar la poética del lenguaje a la representación meticulosa de actos sangrientos. Las primeras escrituras del Nobel colombiano son ejemplo preciso de la iniciación de otras formas de narrar la realidad del país. De hecho, García Márquez (1959) es el primero en llamar la atención sobre el estado de representación de lo violento en la narrativa nacional, cuando afirmó que la riqueza de lo literario no estaba en “los muertos de tripas sacadas, sino en los vivos que debieron sudar hielo en su escondite” (12), subrayando con esto la necesidad de una estética de lo intangible, del clima afectivo desprendido de la escena de horror.
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INTRODUCCIÓN
Las narrativas seleccionadas para este estudio1 se caracterizan por ser publicadas en la primera parte del siglo XXI, y por abordar las violencias de las últimas décadas, aquellas producto del narcotráfico, de la confrontación entre diversos grupos armados y de la degeneración política, aspectos que aparecen relacionados entre sí en el desencadenamiento de los hechos ficcionales. Sus autores tienen reconocimiento en el ámbito nacional y latinoamericano, incluso, internacional. Han sido traducidos a otros idiomas y, gradualmente, comienzan a ser objeto de estudio no solo en la academia latinoamericana. La estructura y contenido de las obras muestran una serie de elementos estéticos comunes que son expresión de otros modos de significación de lo psicosocial originado de la violencia política y del narcotráfico. Son narraciones que, si bien continúan con la tradición de la representación de la “guerra” en Colombia, se desvían de sus causas para enfocar con mayor cuidado los efectos, es decir, que recrean la consecuencia emocional como fuerza protagónica de lo narrado. Esta capacidad expresiva revela los modos como los grandes acontecimientos históricos del país influencian “las vidas minúsculas” de cada persona. La escritura, y su “revolución estética” (Rancière, 2000), da cuenta de los avatares de una nación a partir de la significación de “seres anónimos”; en los detalles íntimos de “las vidas pequeñas” las novelas descubren los síntomas de una época, explican las capas subterráneas de la cultura y reconstruyen nuevos mundos con otras verdades. Este estudio plantea la función de la crítica literaria frente a tal tipo de narrativa. La lectura analítica que proponemos incorpora el concepto de “miedo político” a la indagación de un corpus ficcional que pone el foco sobre quien sufre, que ingenia nuevas modulaciones de la palabra y recursos literarios, para iluminar y nombrar la realidad que ha quedado imperceptible entre los pliegues y resquicios de las categorías paradigmáticas y discursos representativos de los agentes activos de la historia y del devenir nacional. Las reveladoras ilaciones de la escritura entre miedo político y estética literaria constituyen el clima afectivo que envuelve a la sociedad colombiana de las últimas décadas, visibilizan un significado de lo intangible de la relación afectiva con el otro y lo otro. Entendido como emoción política, el miedo es articulado desde nuevas y diferentes posiciones de sujeto, es el eje en torno al cual la narrativa revela otras verdades sobre el estado de cosas de un país, enfoca a quienes han sido víctimas directas del conflicto, y cuestiona los vocabularios y discursos canónicos que continúan interpretando la contemporaneidad nacional desde conceptos desgastados y muchas veces impensados.
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Osorio y Robledo, 2000; Rodríguez Ruiz, 2011; Escobar, 2002; Pineda Botero, 2006; Figueroa, 2010, 2011; Giraldo, 2008; Gonzáles Ortega, 2013; Osorio, 2006, 2014). Este enfoque ha dado forma a un entramado crítico valiosísimo, productor de múltiples lecturas en torno a la tensión entre los procesos literarios nacionales y las dinámicas de la historia social y política. Aún hoy, sigue abriendo interesantes panoramas de comprensión de la sociedad nacional y motiva cuestionamientos para la exégesis de las novelas. Sin embargo, reconocemos que tal transcurso analítico así como ha propuesto una serie de caminos significativos para ahondar los diversos sentidos que la narrativa propone, paradójicamente, también ha nublado la posibilidad de líneas de indagación desde otras ópticas. Compartimos el sentir de investigadoras como Juana Suárez (2010), María Elena Rueda (2011) y Andrea Fanta Castro (2015), sobre el estado actual de la crítica literaria colombiana y su escasa validación de las investigaciones que no se alinean a categorías paradigmáticas. Ciertamente, los estudios nacionales sobre literatura, dejan ver que hasta hace poco las pesquisas que no seguían la mirada canónica –el enfoque sociohistórico, especialmente– quedaban al margen o pasaban inadvertidos. La indagación de la violencia en relación con fundamentos conceptuales del campo fenoménico, del psicoanálisis o de las diversas líneas de profundización sobre las emociones, que proponen, por ejemplo, los estudios culturales, la crítica de género, la historia, la filosofía o la psicología, son mínimos en el campo académico-literario en Colombia, en comparación a los de orientación socio-histórica. Ante este paisaje, y considerando que parte de la novelística de reciente publicación viene descifrando los contextos de violencia a partir de una renovada figuración de lo emocional traumático, este libro procura abrir otra ruta de investigación que vindique lo afectivo traumático como vía de acceso a lo real, lo simbólico y lo imaginario de las dinámicas sociopolíticas del país. El miedo, la desesperanza, el dolor, entre otros, son la contracara de la metáfora del poder, y en tanto revelación literaria, necesita de nuevos ángulos de elucidación, de exégesis que los reconozca como lenguaje que articula y da representación a las realidades no siempre perceptibles de la vida social. Estudiar las novelas en su componente emocional, además de requerir habilidades propias de la crítica literaria para llevar a cabo su exploración en tanto manifestación estética, necesita también reconocer otros aspectos de los afectos: sus condiciones de producción y manipulación, modos de transmisión y circunstancias para su incorporación. Acá, no nos detenemos exclusivamente en el carácter estético - representativo del miedo, tratamos de entender, además, la manera como el discurso literario significa la articulación de tal fenómeno en la sociedad y su incidencia en las prácticas individuales, colectivas e institucionales. En este orden, para concretar conceptualizaciones claves
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INTRODUCCIÓN
Ahora bien, aunque la narrativa efectivamente fue consolidando la valorización estética de los efectos íntimos del conflicto bélico, y las escenas descriptivas de escenarios macabros dejaron de ser, relativamente, elemento protagónico, consideramos que el enfoque y tratamiento de la violencia siguió aferrado a sus causas, es decir, a las figuras icónicas de la historia del país, a las metáforas del poder. Estas continuaron siendo –y aún son, en múltiples textos– el principio visible de las tramas literarias. Así entonces, la significación poética del estado anímico colectivo continuaba ignorando a quien no participa de los revuelos políticos, a la persona común que, en muchos casos, no le interesan las inclinaciones ideológicas ni se explica la confrontación por el poder, sin embargo, es quien sufre radicalmente el impacto funesto que estos fenómenos dejan en los espacios que invaden. El corpus de novelas elegido para esta investigación enfoca de nuevo la violencia. Esta vez la de las últimas décadas, la del narcotráfico, la criminalidad y la corrupción política asociada con este. No obstante, como tratamos de demostrar, en esta ocasión las propuestas ficcionales articulan lo violento desde la particularidad emocional de la víctima o persona inerme. Si bien los novelistas que abordamos fijan la atención en las prácticas estéticas de sus antecesores, la escritura de los efectos de la violencia la entienden desde lo emocional traumático más íntimo: el dolor, la desdicha, el miedo, el horror, etc. Lo afectivo, en este orden, se instala en el relato con fuerza protagónica, los elementos ficcionales –tiempo, lugares, tema, personajes, juegos del lenguaje– toman profundidad dramática gracias a la intimidad perturbada de quien narra. Sin dejar de lado la alusión a elementos socio-históricos, que sugieren al lector las causas del conflicto, los escritores muestran un marcado interés por nombrar la sensibilidad herida, dar forma a la particularidad emocional del ciudadano común, que sin ser parte activa de la guerra, del narcoterrorismo y demás violencias, se ve arrasado por estas. Cada escritor en cuestión pareciera ir al lugar de los afectos lesionados para luego regresar y contar lo que hay en ellos. Lo emocional, puede afirmarse, es el lugar donde la novela logra llegar para descubrir una de las zonas más enigmáticas y ocultas de lo humano sometido a la crueldad atroz del poder. Los estudios sobre la novela colombiana que tematiza la violencia se han apoyado, sobre todo, en conceptos de las ciencias sociales y del discurso histórico, remarcando en las causas políticas y sociales del conflicto y sus efectos. Cuando reflexionan sobre los estragos psicosociales enfocan habitualmente los elementos activos que los desencadenan –sicarios, narcotraficantes, personajes de perfil político, narradores militantes, etc.– y la historia de la nación, en general. En este sentido, al momento de relacionarse las narrativas con el contexto de referencia, las metáforas del poder juegan, de nuevo, el rol central en gran parte de la crítica literaria (Jaramillo,
AFECTO Y EMOCIÓN: INTERSECCIONES TEÓRICAS El estudio de las emociones como lenguaje que abre nuevos espacios epistémicos para la comprensión de los giros sociales, culturales, morales y políticos, de las sociedades contemporáneas ha tomado vital relevancia en los últimos años en diversos campos de investigación de las ciencias humanas y sociales. Entender tanto lo inefable del estado de cosas de un colectivo como la estructura psicosocial básica que conforma la vida cotidiana de la persona común, parece desbordar los vocabularios establecidos y conceptos paradigmáticos que habían dirigido hasta hace poco la reflexión sobre los fenómenos sociales. En tal panorama, las texturas afectivas se muestran tan interesantes como los textos, los discursos y los archivos, para indagar lo que nos sucede como individuo y sociedad, en sus diversos significados y simbolismos. El estudio de las emociones viene imponiéndose sobre el análisis de las razones, asegura Roger Bartra
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3 Ticineto Clough (2008), iniciadora de las propuestas del “giro afectivo”, propone la idea de “cuerpo biomediado”: un cuerpo que desplaza la dimensión del cuerpo como organismo para ubicarse como “cuerpo-como-proceso” de mediación biológica, participante de la co-emergencia del afecto. El afecto es fuerza que afecta la interacción entre los cuerpos. Esta vía de reflexión, que valoriza el cuerpo en relación con los afectos, retoma las reflexiones filosóficas de Baruch Spinoza ([1677] 1975). Que formulan el conatus del cuerpo como impulso o apetito. Los afectos son afecciones del cuerpo, en las que aumenta o disminuye la vitalidad del ser humano. Lo importante de la existencia es “lo que puede un cuerpo” ([1677] 1975: III, 2), dice Spinoza. El affectus, que es fuerza, y la affectio, que es capacidad, son los elementos que entran en la relación entre los cuerpos, es decir, que los cuerpos son entre sí en la medida de su fuerza y capacidad. 4 El “giro afectivo” puede entenderse como una transformación en la producción de conocimiento a partir de la interpretación de los afectos, emociones, sentimientos, etc. Surge como alternativa original para la interpretación de las dinámicas culturales y sociales, y tiene el propósito de cambiar la lógica misma de múltiples disciplinas. Lo afectivo como eje de análisis se propone abarcar la estela de fenómenos ontológicos que no son dependientes de la conciencia humana ni de la comunicación lingüística o discursiva.
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(2012). Las relaciones de fuerza que dan orden al ámbito internacional contemporáneo y a las diversas dinámicas de la globalización, delimitan nuevos procesos de construcción de subjetividades e imaginarios colectivos. Circunstancias como la alteración de los modos de vida a causa del desplazamiento, la migración y el exilio, o el incremento de la violencia asociada al terrorismo internacional, el narcotráfico y la trata de personas, requieren de lo emocional como elemento necesario para la explicación de las formas intangibles íntimas, en tanto son legítima expresión de la contemporaneidad y sus facetas sociales (Moraña, 2012). Son múltiples y diversos los enfoques de investigación que se interesan por lo emocional. A continuación presentamos, de manera sucinta, dos variantes que predominan en un sinnúmero de estudios. La primera, busca diferenciar taxativamente la emoción del afecto. Explica lo afectivo como impulso visceral escindido de la conciencia y el raciocinio, aunque manifiesto en el cuerpo3. Uno de los exponentes principales de este fenómeno es Briam Massumi (2002, 2011), quien lo entiende como expresión corpórea, pre-consciente y pre-individual, algo autónomo respecto al discurso. Bajo este ángulo, el factor determinativo del afecto es su emancipación, en ella reside la capacidad para la experiencia novedosa y el descubrimiento lúcido de las cosas –de otros cuerpos–. El afecto, en este sentido, “escapa al confinamiento” (Massumi, 2002: 228), se desterritorializa (229) y resiste a la instancia representacional. Lo afectivo, entendido como affectus –energía, fuerza–, sería entonces una “energía fluctuante” que atraviesa los cuerpos sin someterse a normas, no pertenece ni al sujeto ni al objeto y tampoco reside en el espacio intermedio entre objeto y sujeto. Gran parte de los estudiosos del “giro afectivo”4 (Ticineto Clough y Halley, 2007) y de la “Teoría de los afectos” (Gregg y Seigworth, 2010) se nutren de este enfoque que Massumi propone desde la relectura de Deleuze y Guattari. Sin demeritar la importancia del proceso teórico y de análisis que han llevado adelante los investigadores de lo afectivo, consideramos que hay algunos planteamientos un poco herméticos y difusos. La intención de mostrar un nivel de autonomía del sujeto
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INTRODUCCIÓN
como violencia, emoción, miedo político, memoria traumática, narrativa colombiana, el estudio exigió de una filiación disciplinar que consolidara las herramientas epistémicas y el proceso analítico. El desafío teórico se ancló entonces, no solo a la revisita de un sinnúmero de fuentes críticas de la novela de la violencia, sino también a reflexiones provenientes de los estudios culturales, la filosofía política, la historia de las emociones, la sociología, la psicología cognitiva, entre otros, que han enfocado lo afectivo como objeto de análisis. La indagación de las novelas está sujeta a una red conceptual ecléctica, en la que si bien hay nociones exclusivistas y muchas ideas pueden no ser afines, tampoco resultan totalmente incompatibles ni debatibles, se disponen entonces a modo de polos entre las cuales oscila necesariamente el análisis de los temas en cuestión. Es necesario precisar, desde estas páginas iniciales, que, si bien esta investigación propone el “miedo político” como categoría central de análisis, no ha partido de un andamiaje teórico preestablecido sobre este afecto para entrar en las obras. Por el contrario, la indagación del miedo en las tramas ha sido dirigida por las novelas mismas, es decir, que las propuestas de escritura y sus modos novedosos de dar forma a una realidad afectiva signada por la violencia son las primeras en motivar los objetivos de este estudio. Las narraciones proponen unas modalidades estéticas específicas en las que el miedo toma forma, y es justamente ahí donde este trabajo se ubica. Aunque la referencia del vasto entramado teórico ilumina el recorrido de esta investigación, son las ficciones con sus particularidades literarias las que dieron la primera luz. Estamos así ante un libro de crítica literaria y ensayo académico.
5 Présentiste es un término acuñado por el historiador galo François Hartog (2003), para calificar el enfoque que niega el “régimen de historicidad” a los elementos que componen a las distintas civilizaciones. Para este pensador, las categorías de presente, pasado y futuro articulan un modo necesario y esclarecedor de los fenómenos que nos suceden en el presente. 6 Las citas de fuentes en otro idioma: inglés y francés, son traducciones propias. A no ser que se indique lo contrario. 7 Ahmed ([2004] 2015) insiste en lo corporal como núcleo constitutivo de lo emocional. Afirma que los efectos
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emocionales se expresan en el cuerpo y se transfieren por medio de él; “el trabajo de la emoción involucra que ciertos signos ‘queden pegados’ a ciertos cuerpos: por ejemplo, cuando otros se vuelven odiosos, entonces se dirigen acciones de odio hacia ellos” (41). En este orden, las emociones humanas son también reacciones corporales; asociarlas con el pensamiento no les despoja su calidad corpórea. 8 En la Ética demostrada según el orden geométrico ([1677] 1975), de Baruch Spinoza, se encuentra ya la estrecha concomitancia entre emoción y afecto. El filósofo se refiere a las emociones como “ideas confusas” y las equipara con los “afectos primarios”: tristeza, alegría o deseo; estas perturban al sujeto en diversos niveles de intensidad y de diversas formas, su impacto depende del marco moral y social donde se producen (256). Pensar las emociones como lo hace Spinoza es relativizar, sin negar, su rasgo natural y preconsciente, y enfocar, a su vez, su ambigüedad cultural y semántica.
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infancia en un grupo social que defiende y labra un conjunto de emociones públicas, no pueden escindir totalmente sus modos de ser ni sus hábitos de pensamiento de lo aprehendido colectivamente (Nussbaum, [2013] 2014: 164). Los estudios sobre la historia de las emociones (Fevbre, 1943; Delumeau, [1978] 2002; Rosenwein, 2002, 2010; Boquet y Nagy, 2009, 2011) se inclinan por reconocer que la emoción debe indagarse en el corazón mismo de los procesos socioculturales, en la relación que ella establece con la construcción del cuerpo social, y por la importancia que adopta en los eventos, intercambios y transformaciones8. Teniendo en cuenta este complejo panorama teórico que trata de definir lo afectivo y lo emocional, nosotros consideramos más sensato adoptar la postura de no trazar una distinción radical entre estos dos conceptos. Usamos ambos términos de manera intercambiable, pero procurando siempre ahondar en lo que representan, en la realidad que los enmarca y en los efectos que producen en la esfera pública. Somos conscientes de lo problemático que resulta trazar diferencias teóricas radicales entre emoción y afecto, pero también reconocemos, junto a Nussbaum ([2001] 2008), que una aproximación crítica apropiada a lo emocional debe garantizar la flexibilidad suficiente para explorar las diferencias entre las diversas emociones y otras expresiones afectivas (29). No siempre es fácil discernir las emociones de otras experiencias estrechamente vinculadas a ellas, tales como los estados de ánimo o sentimientos, pues las distinciones resultan borrosas e incluso, en algunos casos, auténticamente indeterminadas. Sin embargo, esto no ha impedido un estudio especializado de los factores comunes y reflexiones iluminadoras. En resumen, no buscamos dar por sentado que los usos del término emoción o afecto designen cada uno en exclusiva un fenómeno íntimo o psíquico, hay una amplia escala de elementos que determinan sus particularidades valorativas; es así como se dialogan en este libro. Si los individuos están llenos de emociones, en derivación, las sociedades asimismo lo están. Los estados emocionales impactan directamente en la estructuración de la sociedad, la idea de nación e identidad y en el sostenimiento de una cultura política. “Todos los principios políticos, tanto los buenos como los malos, precisan
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INTRODUCCIÓN
ante los marcos culturales y sociales que lo constituyen, proyecta el afecto como especie de elemento con independencia absoluta. Ciertamente, entender lo emocional como “energía nomádica” o impulso que impacta los cuerpos de manera espontánea y que “sigue de largo”, niega la ilación de la persona afectada con su propio cuerpo, contexto y elemento racional; es decir, que el sujeto afectado pareciera sostenerse en la inexperiencia y la inconsciencia, pues si el afecto se entiende como acto automático –por exceso de conciencia– o como algo que no se experimenta conscientemente, así sea de manera mínima, tampoco se relaciona con la experiencia pasada. Si bien puede existir cierto grado de inconsciencia de los afectos, estos en sí mismos están mediados por vivencias pasadas que influyen en su reconocimiento. Las sensaciones, impresiones, afectos o emociones van ligados a la experiencia y al vestigio que ella deja sobre los cuerpos (Ahmed [2004] 2015, Nussbaum [2013] 2014). Lo afectivo, en esta dirección, evocaría la experiencia anterior a través de recuerdos corporales así este proceso parezca no pasar por la conciencia, no sería por tanto un impulso abstracto carente de cognición y traza cultural. La segunda variante, cuestiona el rasgo “presentista”5 y “universalista” que parte de los teóricos del “giro afectivo” quieren dar a los afectos. Asimismo, los términos afecto y emoción son utilizados indistintamente, no se precisa diferencia conceptual entre estos. Acá, se coliga lo emocional al marco moral, social, histórico, en el que se produce. Lo emocional entonces resguardaría siempre un movimiento cognitivo y por tanto una percepción valorativa de los sucesos externos. Lejos de ser “parásitos de la racionalidad”, consideran Damien Boquet y Piroska Nagy (2011), “las emociones son sus centinelas”, ellas nos proporcionan información sobre aquello que está conforme con nuestros valores y los considerandos sociales (7)6. Es evidente que esta orientación de lo emocional-afectivo inicia por oponerse al principio fundamental que caracteriza el concepto de afecto según los teóricos citados líneas arriba. La afirmación de lo afectivo como algo que surge espontáneamente, a modo de impulso incontrolado o de energía natural privada de pensamiento, es problematizada por las reflexiones que proponen la participación de un elemento cognitivo-evaluativo en toda emoción. Lo emocional comprende la percepción personal de un suceso o realidad concreta. Cuando se reacciona afectivamente frente a determinadas circunstancias, las emociones implicadas responden al recuerdo y la memoria7. Hombres y mujeres por estar inmersos desde la
La ira, la indignación, el miedo, la alegría aunque son estados emocionales, experiencias subjetivas, que se viven individualmente, conciernen también al colectivo y, por tanto, a la política [en consecuencia] es posible trabajar sobre la objetivación de las sensibilidades [...] e identificar cómo estas expresiones subjetivas cuestionan el funcionamiento social. Y particularmente el orden político (7).
El miedo es una de las emociones que ha despertado mayor interés en los estudios políticos y filosóficos sobre la sociedad contemporánea. Entender las dinámicas del andamiaje gubernamental de las naciones de hoy reclama la comprensión del miedo como estrategia de poder y sometimiento del otro. Si bien el miedo es afecto natural que surge espontáneamente ante la percepción de peligro, puede encauzarse y manipularse con fines precisos, relativizando de esta forma su condición primigenia9. Como producto del artificio del poder, esta emoción anida en el corazón mismo de las relaciones políticas de los sistemas e ideologías. Ha sido desde siempre elemento capital en el arte de gobernar (Delumeau [1978] 2002; Robin, [2004] 2009). En el plano político los miedos del imaginario colectivo son fructíferos para la implantación de regímenes. La invención del enemigo, que es en la política actual la estrategia más efectiva para conservar el poder, surge justamente de los temores, angustias y emociones traumáticas de la población. Es en la esfera de la imaginación donde la naturaleza del miedo devela la falta de límites del poder estatal o de facto. Una antropología de tal emoción demostraría que en el plano político y cultural son especialmente importantes los efectos del imaginario colectivo en el desarrollo de los miedos, porque ese imaginario puede crearse, inflarse y manipularse, transmitirse y difundirse hasta convertirlo en pánico o en situaciones desenfrenadas de terror y horror absoluto (Mongardini, [2004] 2007).
La reflexión sobre emociones como el resentimiento a causa de la injusticia, el asco ante el inmigrante, la ira frente a ideologías políticas opuestas a las propias, no solo proporciona bases teóricas sobre el comportamiento emocional social, sino, y, más aún, posibilita la evaluación de las coordenadas sociopolíticas que recurren a la manipulación de las emociones colectivas, para dictar una especie de doctrina sobre quién es considerado como “persona” y quién se queda por fuera de ese “estatus” (Butler, [2009] 2010). Hacemos énfasis en esta última observación porque, justamente, una vez ubicados en discutir sobre la emoción de “miedo” y su manipulación política enfatizamos en su carácter dominante y trágico, que excluye al otro como persona y condiciona la psiquis social, favoreciendo de este modo la instalación de climas de angustia y terror. La literatura es uno de los referentes estéticos más significativos en la representación de lo emocional. La escena literaria ingenia un espacio de confrontación y develamiento sobre el cual desplegar otras formas de sensibilidad y comprensión de lo humano. La literatura colombiana, especialmente la narrativa, se ha destacado por la riqueza simbólica de su lenguaje al momento de figurar las realidades derivadas de la vida social determinada por la violencia extrema. No es aventurado decir que, quizás, la estética literaria sea uno de los ángulos que abarca con mayor interés el fenómeno de las emociones individuales y colectivas, producto de las numerosas violencias que han 22
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9 Para identificar el modo como el miedo es manipulado, Delumeau ([1978] 2002) lo divide en dos grandes tipos: espontáneo y reflejo. El miedo espontáneo es la sensación de incertidumbre que surge naturalmente; se manifiesta a su vez como fenómeno que puede ser permanente y/o cíclico. Los miedos permanentes se asocian con las creencias humanas: el temor a las aguas profundas, la oscuridad, los fantasmas, lo inexplicable del “más allá de la muerte”, entre otros. De su parte, el miedo reflejo, es una emoción traumática provocada por fuerzas de poder que apelan a marcos morales y de costumbres para definirlo. Este tipo de miedo da forma a un imaginario social a partir de la institución de principios educativos y morales. El proceso de construcción de los miedos reflejos se sirve de los miedos espontáneos con el propósito de gobernar y cimentar la cultura. Estos dos tipos de miedo comparten a su vez el carácter de cíclicos por su capacidad de repetición. Los sucesos o actos atroces naturales o culturales se repiten a lo largo de la historia de las sociedades: las guerras, la enfermedad, el aumento de los impuestos, etc. Sintetizando, hablar de miedo reflejo es señalar el miedo político porque se deriva de la manipulación de los miedos permanentes y cíclicos.
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dado forma a la nación. Inclusive, si se trazara una línea de tiempo y espacio a partir de las primeras narraciones colombianas publicadas hasta las que siguen editándose actualmente, en ella convergería el tema de las violencias y sus efectos psíquicoemocionales como eje articulador de las diégesis. Como veremos más adelante, la novela colombiana se presta como fuente epistémica para elaborar y estudiar una genealogía de las emociones públicas, específicamente aquellas asociadas al “miedo y su administración” (Virilio, [2010] 2012), en estas se encarnan maneras muy particulares del funcionamiento del poder político.
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INTRODUCCIÓN
para su materialización y su supervivencia de un apoyo emocional que les procure estabilidad a lo largo del tiempo” (Nussbaum, [2013] 2014: 15). Las emociones públicas, es decir, el conjunto de afectos que tienen que ver con los principios políticos y con la cultura pública: el miedo, la simpatía, el amor, la compasión, el asco, el resentimiento, entre otras, son manejadas y muchas veces inspiradas deliberadamente por los entes gubernamentales y sus alternos, para canalizarlas hacia el fomento, conservación o transformación de los valores de la sociedad, pues ellas impactan directamente en las conductas que hacen posible todo tipo de convivencia en determinado grupo. Los principios políticos implican, en definitiva, procesos de “formación emocional” –o de deformación– anclados a la naturaleza de los afectos. Renaud Payre (2015), en este sentido, sostiene:
El miedo [es] “una piedra de toque para juzgar el carácter autoritario o no del poder” […] es sobre todo un marcador de las ambigüedades del ejercicio del poder, especialmente en las sociedades democráticas. El miedo revela el carácter extremadamente tenue de la frontera entre el poder autoritario y el poder liberal, entre tiranía y democracia (21). Evidentemente, el miedo no es privativo de gobiernos tiranos o autoritarios, hace parte también del engranaje de las democracias. Una situación de paz, en palabras de Robin (2015), no significa que el miedo no azote el seno de la sociedad. Hasta para 24
10 El ennui –término francés– puede entenderse como cierto sentimiento de hastío, frustración o cansancio frente a una realidad rutinaria o cotidiana, que no ofrece ninguna experiencia de exaltación de la sensibilidad o de los sentidos. Tal estado afectivo fue extensamente metaforizado por poetas, escritores, pintores y demás artistas del periodo del Romanticismo y el Realismo, siglo XIX.
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mantener el estado de paz es necesario conservar el monopolio y el control de los instrumentos de la violencia. Si este monopolio es efectivo, una forma de sostenerlo es fijarlo a un miedo real. En este orden, el núcleo del problema no sería la oposición entre presencia o ausencia de miedo, sino más bien evaluar si el uso del miedo es políticamente moral y saludable. Es cierto que los regímenes represivos hacen uso y “publicitan” con mayor rigor el miedo que un sistema democrático, pero es también evidente que “en las democracias más igualitarias existen formas de dictadura que dan tanto miedo [como] las del ámbito estrictamente político” (Pérez Jiménez, 2007: 32). Baste ver los métodos del capitalismo o las lógicas del mercado global y su incuestionable influencia en los altos y degradantes niveles de injusticia social. Así entonces, podemos sintetizar que el miedo está presente en todos los intersticios de las relaciones humanas que impliquen vínculos de poder. Uno de los enfoques de estudio sobre los usos del miedo, lo asocia a la euforia y el movimiento como vía para sortear el ennui10, tedio o inercia de la vida rutinaria que se impone al individuo y a la sociedad. “El miedo es creador de euforia”, recuerda con recelo Robin (2015: 59). Esta idea, heredada quizás de la modernidad (Steiner, [1971] 2013), anida aún en el pensamiento de un gran número de intelectuales y políticos. Una buena parte de la política actual: alimentada de imaginarios culturales de la modernidad, supone que “una sociedad en estado de paz es una sociedad decadente, desprovista de heroísmo y de grandeza” (Robin, 2015: 59), mientras que lo peligroso, y por tanto la conmoción temerosa, es fuente de vitalidad. Aunque no se reconozca abiertamente, tales planteamientos influyen poderosamente en la contemporaneidad y sus procesos de producción de identidad y cultura. Si se mira con detenimiento el proceder político de los gobiernos actuales es inevitable notar que muchos de los regímenes –democráticos y no democráticosbasan sus principios de gobierno en imaginarios de lo heroico y la grandeza nacional. Estos aspectos se proyectan, a su vez, como pilares básicos del poder, la identidad y la superioridad, lo que desemboca en la fijación de fronteras ideológicas, sociales, económicas y culturales. Y una vez instaladas esas fronteras en la concepción que la persona tiene de sí misma y del territorio al que pertenece, la socialización y la convivencia con quienes se ubican por fuera de tales límites tiende a degenerar en conductas de rechazo hacia lo “extranjero” y en sensaciones de amenaza. Se instala fácilmente un clima de miedo. Cada país encarna bajo la idea de lo propio y lo nacional un miedo en potencia que pueden desembocar en conflicto bélico o violencia social. Para evitar ese tipo de confrontación las naciones recurren a un trato concertado y pacífico, pero
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INTRODUCCIÓN
El “miedo político” puede entenderse como un tipo de afecto que emana de un colectivo de personas, por la agresión al bienestar común a manos de otros grupos sociales o de entes gubernativos. Este fenómeno tiene siempre intereses de gobierno y dominación sobre los otros, se enfoca en imponer un poder en detrimento del bienestar grupal. Se califica de político porque necesariamente está enraizado a los temores y angustias de la sociedad y tiene consecuencias para esta. Las tradiciones y creencias populares, así como el cálculo racional subyacente de las realidades del poder social y político, concretan los principios activos del miedo como emoción pública. El miedo y lo político conviven en estrecho vínculo. Los miedos privados o personales, como el terror a las arañas, por ejemplo, son elaboraciones de la propia psicología o de la experiencia íntima, que poco inciden más allá de uno mismo. El miedo político, por el contrario, surge de conflictos entre sociedades y tiene consecuencias para todos, es síntoma de confrontaciones constantes y de frustración política (Robin, [2004] 2009: 15-17). El uso del miedo perpetúa la injusticia porque este sostiene los sistemas de dominación, dentro de los cuales solo una parte muy reducida de personas disfruta de los placeres de la vida, mientras que las demás son privadas de tales beneficios (Robin, 2015: 58-61). La concreción del miedo en actos de injusticia demuestra que el miedo no es abstracto ni metafísico, tiene efectos concretos y tangibles en la esfera social. Pensar el funcionamiento de las sociedades contemporáneas es decididamente pensar en los modos como el miedo fue y sigue siendo administrado, en las formas como se le canaliza a favor del mantenimiento del poder, ya sea para sostener un equilibrio de fuerzas entre gobernantes y gobernados o para avasallar a estos últimos. El uso del miedo para sostener el poder es una práctica que caracteriza, asimismo, a las figuras que se ubican en las fronteras de la gobernabilidad legal. La insurgencia armada, el paramilitarismo, por ejemplo, controlan el territorio y sus habitantes a través de actos materiales y simbólicos de miedo y horror. Payre (2015), propone el miedo como unidad de medida de los proyectos políticos y de la razón de Estado:
La generación romántica estaba celosa de sus padres. Los “antihéroes”, los dandies, acometidos por el spleen del mundo de Stendhal, Musset, Byron y Pushkin, se mueven a través de la ciudad burguesa como condottieri sin trabajo. O peor, como condottieri magramente jubilados antes de haber dado su primera batalla. Además, la ciudad misma, otrora festiva con los toques a rebato de la revolución, se había convertido en una cárcel (Steiner, [1971] 2013: 29). La ciudad moderna del siglo XIX en Europa, que después de la Revolución se fue estableciendo sobre una economía creciente y los flujos acelerados de la técnica y la ciencia, impuso al individuo un estado de quietud, de sometimiento a lo cotidiano, de inmovilidad social. Situación que, de manera ambigua, despertó en el seno de la sociedad el deseo de un cambio radical, aunque ello implicara la amenaza del terror y la destrucción. “Un hombre [debía] dejar su marca en la inmensidad indiferente de la ciudad pues de otro modo quedaría excluido”, asegura Steiner ([1971] 2013: 30). Este sentir emocional fue la fuerza que caracterizó a la sociedad europea posrevolución. Al respecto, Alexis Tocqueville (1856) agrega: “un verdadero espíritu de independencia, la ambición de grandes cosas, la fe en uno mismo y en una causa” son “virtudes masculinas”, que se necesitan en la construcción de nación (XIV). La originalidad política reside en la obligación de ser creativos en los actos de gobierno y en la oportunidad de demostrarlos. El poder político revitalizante, según el filósofo y político francés, anida en la fuerza vital de continuar con el ímpetu emocional que provocó la Revolución francesa. No es admisible ser un mero actor político, que repite las líneas que otro ha escrito, más
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Precisamente a partir de la década de 1830 podemos observar cómo nace un característico “contrasueño”, la visión de la ciudad devastada, las fantasías de invasiones de escitas y vándalos, los corceles de los mongoles apagando su sed en las fuentes de los jardines de las Tullerías. Desarróllase entonces una singular escuela de pintura: cuadros de Londres, París o Berlín como colosales ruinas, como famosos monumentos incendiados, destruidos o situados en un horripilante vacío entre raigones chamuscados y aguas estancadas. La fantasía romántica se anticipa a la vengadora promesa de Brecht, según la cual nada quedará de las grandes ciudades salvo los vientos que soplan a través de ellas. Exactamente cien años después estas imágenes apocalípticas y estos cuadros del fin de Pompeya habrían de ser nuestras fotografías de Varsovia y Dresde. No se necesita recurrir al psicoanálisis para comprender hasta qué punto era fuerte la realización del deseo que alentaba en estos inicios del siglo XIX (30-31). Benjamin ([1936] 1989) igualmente comprendió que “la autoalienación de la humanidad es de tal calibre que puede experimentar su propia autodestrucción como un goce estético de primer orden” (57). La fenomenología del ennui asociada con el anhelo de la disolución violenta de lo cotidiano puede rastrearse también en las reflexiones de Edmund Burke ([1757] 2005), quien fue contemporáneo de los avatares de la Revolución francesa, y uno de sus más acérrimos detractores por considerarla fuerza catastrófica para el orden político y la estabilidad de las naciones europeas. Sin embargo, y paradójicamente, Burke, en su libro De lo sublime y de lo bello, sostiene que la experiencia de lo sublime, del movimiento y la grandeza, encuentra su origen en el terror, mientras que la experiencia de la belleza adormece lo íntimo y aquieta el espíritu. El alma, según Burke, en la contemplación de lo bello, de lo equilibrado, del orden: experiencias poco “electrizantes”, entra en un estado de abatimiento y desespero, que
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bien se debe ser un autor político, generador de cambios brillantes y originales, en esto, incluso, reside la libertad y el ser mismo del hombre como ciudadano en democracia. De esta manera, como bien deduce Robin ([2004] 2009), el siglo XIX europeo se caracterizó por una política como lugar de pasiones y garbo; como actividad para conjurar el sopor y el estancamiento que amenazaban con ahogar a Francia y, de hecho, a toda Europa (174). Pero, si bien toda esa añoranza de agitación política insufló nueva energía al espíritu de tal época, caracterizó los imaginarios sociales y motivó cambios notables a nivel cultural, planeó asimismo con macabro cuidado el despliegue de nuevas y terribles guerras. Steiner ([1971] 2013) explica estas consecuencias asociándolas con la producción estética que surge en tal momento, veamos:
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no por ello deja de estar latente la amenaza. Las relaciones internacionales, en este sentido, se sostienen sobre el “equilibrio del terror” (Virilio [2010] 2012: 25), es decir, sobre una suerte de inmovilidad recíproca de la intimidación. A propósito de la analogía entre ennui y experiencia anodina, Georges Steiner ([1971] 2013) propone una explicación de los ritmos de percepción anímica que los ciudadanos franceses del siglo XIX, hicieron de su propia realidad o vida cotidiana después de los avatares de la Revolución. Frente a un pasado revolucionario que apresuró el compás del tiempo y que se proyectó, románticamente, como motivador de la excitación íntima, el entusiasmo y la aventura, los hombres y mujeres de la Francia decimonónica no podían sino sentir un aburridísimo sopor por la realidad, que ya no ofrecía expectaciones de progreso ni de liberación personal. El largo periodo de continuismo y calma posterior a las contiendas revolucionarias segregaron un veneno en la sangre, produciendo un ácido letargo. Un estar apesadumbrado, un espíritu de época melancólico, que Steiner ([1971] 2013) define como “nostalgia del desastre” (31):
11 A propósito de la psicología de masa ante la amenaza, Delumeau ([1978] 2002) la explica como una potencia más que devela las complejas relaciones entre miedo, política y sociedad. El carácter absoluto de los juicios que la masa sostiene, su influencia, la rapidez de “los contagios” que la atraviesan, la pérdida del espíritu crítico, la relativización del sentido de responsabilidad personal, su aptitud para pasar inesperadamente del entusiasmo al horror, entre otros, están ligados, por lo menos en primer momento, a los modos como el poder político proyecta el miedo o la peligrosidad del enemigo.
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12 Fue un político que vendió su imagen teatralizando los rasgos carismáticos del buen “trabajador paisa”, su máxima principal fue “trabajar, trabajar y trabajar”; hizo gala de sus actitudes cristianas y de su valor frente a las amenazas; impidió toda controversia sustancial para concentrarse en lo inmediato y práctico; utilizó el lenguaje coloquial y parroquiano; introdujo una forma nueva de reverenciar los símbolos patrios con la mano en el corazón, y empleó lo medios de comunicación para indicar que, a diferencia de otros, tenía especial contacto con el pueblo (Moncayo Cruz, 2012: 140). 13 Plegarias Nocturnas, de Santiago Gamboa, novela que hace parte de nuestro corpus de estudio, retoma los acontecimientos violentos más simbólicos del periodo presidencial de Uribe Vélez, para enfatizar en el impacto emocional que un mal gobierno tiene sobre la persona, como individuo y ser social.
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Vélez apareció ante la sociedad como la fuerza “salvadora del país”. Sus estratagemas populistas12 le dieron validez ante los ciudadanos, la opinión pública lo agigantó y proyectó como la figura de autoridad que el país necesitaba. En consecuencia, aunque la violencia y el terror seguía en escalada y los cambios políticos iban en detrimento de las garantías sociales, paradójicamente, fue elegido para un segundo mandato, lamentablemente para el país13. Descifrar lo que nos sucede hoy como sociedad necesita de la indagación de la respuesta psíquico-afectiva de quien sobrelleva los estragos de la dominación del poder criminal. El miedo y la angustia de gran parte de la población colombiana a causa de la violencia, así como el hastío y el resentimiento contra sistemas políticos anteriores, fue el estado emocional público que el régimen de Uribe Vélez aprovechó, para entronizar su imagen y enmascarar a su vez sus principios gubernativos armamentistas y neoliberales. El fenómeno emocional evidencia aquello que motiva y sostiene los imaginarios sociales contemporáneos. Responder a ¿cómo se gobiernan las emociones? ¿cómo se las suscitan? y, sobre todo, ¿cómo se las controlan? (Payre, 2015: 12), estructura meticulosamente el panorama gubernativo de la nación y visibiliza lo emocional y su control, como pilar básico de la empresa política del país. De esta manera, la novela, entendida como producción estético-simbólica que se articula en relativa concordancia con los procesos sociales, significa la violencia en tanto práctica que conmociona material y anímicamente a la comunidad, así como en el modo en que va siendo razonada y representada. Parte de la narrativa colombiana, paulatinamente, viene configurando de renovada manera las emociones traumáticas como estrategia para explorar el estado emocional, la identidad afectiva de una nación atravesada durante mucho tiempo por praxis atroces de poder. Estas circunstancias motivan el propósito de este libro, buscamos entender las formas como el miedo toma significación literaria y descifra el clima emocional que interviene los imaginarios sociales del colombiano común. El capítulo uno, revisa el fenómeno de la violencia y su impacto en la sociedad y la cultura colombiana. Hacemos énfasis en el carácter político de la violencia y en su asociación con el miedo como elemento constitutivo de todo poder gubernativo. Reconocemos también la capacidad de la narrativa para reubicar con renovado sentido los imaginarios de violencia; la manifestación material y afectiva del miedo, el terror y el horror confluye en la narración como pensamiento y símbolo de una “emocionalidad
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puede desembocar en suicidio. En cambio, si se vive en la experiencia del terror, lo sublime renace, el sujeto siente euforia y el deseo de experimentación. Los procesos de manipulación y producción del miedo, Robin (2015) los organiza en tres etapas. La primera etapa consiste en identificar un objeto al que el público teme o debería temer: este objeto emerge precisamente de una de las problemáticas reales que afectan al colectivo; la segunda etapa se centra en interpretar la naturaleza de ese objeto y en explicar las razones de su peligrosidad; en este momento, el demagogo político encausa la amenaza a favor de su programa de gobierno para así justificar la tercera etapa, que es hacerle frente a ese “miedo artificioso” y justificar, de este modo, cualquier tipo de abuso. Es claro que esta manipulación del miedo se inclina hacia el interés de retener el poder y no hacia el proyecto de garantizar seguridad a los ciudadanos. Esta maniobra en tres tiempos, enfatiza Robin (2015), “representa una fuente inagotable de poder político” (50), un proceder indicativo del miedo político como fenómeno no inocente de la psicología de masa, como proyecto gubernativo que toma consistencia a través de las autoridades, la ideología y la acción colectiva11. Una situación que puede ilustrar los argumentos del párrafo anterior es el programa de gobierno: “Seguridad Democrática”, implementado durante los dos periodos presidenciales de Álvaro Uribe Vélez, 2002-2006 y 2006-2010, en Colombia. La estrategia consistió en canalizar el miedo de la sociedad al narcoterrorismo de la guerrilla, hacia estrategias políticas militares y paramilitares. Las políticas de guerra durante el gobierno de Uribe Vélez se soportaron sobre la idea de contrarrestar la amenaza guerrillera y fortalecer la protección de la ciudadanía. Combatir “la politiquería, la corrupción y el clientelismo” fue la consigna general y, por tanto, la justificación a la urgencia autoritaria presidencial de lograr la seguridad. Sin embargo, a lo largo del periodo de gobierno las problemáticas reales no cambiaron, no hubo certeras soluciones y el contexto derivó en ambientes de mayor violencia, inseguridad y muertes. Paralelamente, se dio un creciente deterioro de las políticas sociales, a raíz del empoderamiento económico neoliberal. Más allá de cumplir los propósitos de la “Seguridad democrática”, el “uribismo” sirvió con eficiencia a la aceleración de las transformaciones correspondientes a la nueva fase del capital, en el contexto de una limitada y disminuida economía (Moncayo Cruz, 2012: 141-144). El “uribismo” se apoyó estratégicamente en la crisis de los procesos de negociación con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y en la degradación del conflicto a manos de los grupos paramilitares. Con este telón de fondo, la figura de Uribe
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14 En El incendio de abril (2012) –que narra el Bogotazo: la barbarie desencadenada horas después del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, el 9 de abril de 1948– el enfoque del tema se hace desde el dolor, la angustia y la desesperación de los capitalinos ante las circunstancias históricas que el país imponía. Los sucesos ficcionales giran en torno al miedo y la consternación de personas comunes, que huyen del lugar del atentado y de quienes no encuentran a sus seres queridos: desaparecidos durante la reyerta. El asesinato del caudillo aparece solo como escenario de fondo. No prima la idea de reubicar la memoria de Gaitán y valorizarlo como actor destacado de la historia política del país, es la presencia afectiva
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individuales, conservan entre ellos rasgos comunes que indican un estado anímico social, un clima de miedo, en tiempos y espacios particulares. La reconceptualización de la respuesta psíquica y afectiva de quien padece las violencias generadas del negocio de la droga, la criminalidad y la corrupción política de las últimas décadas en Colombia, se significa en las diferentes posiciones de sujeto que los personajes constituyen. El dolor, el resentimiento y la desesperanza son rasgos afectivos que hermanan a los narradores. Cada quien cuenta su experiencia vital desde una sensibilidad lacerada. No obstante, aun cuando los protagonistas se reconocen como “víctimas”, y son conscientes de la realidad fracturada y el pasado destruido, no se asumen como sujetos pasivos, reivindican y revalorizan sus pérdidas como focos de conservación de la dignidad y resistencia al olvido. A través de este tipo de héroes las narrativas responden a: cómo se vive con los efectos de la guerra y del narcotráfico, en qué se han convertido las nuevas generaciones después de décadas de amenaza y miedo, quién responde ante la sensación de vulnerabilidad que siempre ha acompañado al colombiano, quiénes son los responsables de la destrucción de la esperanza y los sueños. En la correlación de los ejes de análisis propuestos se intenta demostrar que el mundo íntimo de quien sufre es el espacio habilitado por parte de la narrativa colombiana reciente, para exponer otras verdades de los avatares de un país. Los usos poéticos del lenguaje constituyen una estética de lo emocional traumático, para reescribir las imágenes de memoria del acontecer de la sociedad colombiana contemporánea, y avivar, a su vez, nuevos sentidos del simbolismo histórico. Este proceso de indagación dilucida, sobre todo, la vindicación literaria de los afectos como eje articulador de un imaginario emocional de la violencia. Imaginario que se establece, fundamentalmente, en estructura epistémica alternativa al desgaste de los discursos y producciones estéticas canónicos sobre el pasado y el presente nacional. Los referentes conceptuales y categorías de análisis que se proponen en este libro, pueden extenderse hacia estudios –comparativos, relacionales– de la novelística que se interesa por la violencia de periodos diferentes del que abordamos en esta investigación. Se podría rastrear también la configuración de otras emociones: la indignación, el odio, la vergüenza. Sabemos que, en el panorama de la novela colombiana de reciente publicación, existen propuestas que revisitan violencias de épocas anteriores y que, además, presentan ciertas afinidades estéticas con el corpus que hemos elegido para esta investigación. La Trilogía del 9 de Abril, de Miguel Torres, es muestra de ello14. Asimismo, resultaría interesante revisar la relación de los afectos
IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE
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de época”. Asimismo, en este apartado presentamos un panorama del tratamiento estético que ha hecho la literatura colombiana de las últimas décadas de la violencia política. Disertamos sobre las relaciones particulares entre violencia del narcotráfico y políticas del horror que un conjunto de novelas de reciente data –que abarca parte del corpus seleccionado para esta investigación– se ha empeñado en significar: centrando justamente la atención en la degeneración moral y psicológica del cuerpo social y en la crisis y degradación emocional del sujeto. El propósito de este capítulo inicial es articular un panorama teórico que muestre la correlación entre los sucesos más simbólicos de la violencia política colombiana, el miedo y los modos como los escritores nacionales han simbolizado estos fenómenos en sus obras. Buscamos con ello, dar forma a un referente crítico-teórico confiable con el cual dialogar y cotejar las categorías de análisis que guían el estudio del conjunto de narrativas elegidas. El capítulo dos, se interesa por los procedimientos estéticos que articulan el corpus en cuestión como propuestas de escritura simbólicas e innovadoras. En correlación con referentes conceptuales del miedo político, y sin dejar de referir las preocupaciones del imaginario del escritor por la historia de la violencia colombiana, se indagan las técnicas narrativas que significan y dan consistencia a lo emocional, a la realidad intangible, derivada de la experiencia traumática. Se examina la representación literaria de la imagen visual –fotografía, pintura– de sucesos atroces, como estrategia narrativa que dinamiza las acciones. Las imágenes se articulan con total naturalidad en el discurso literario y posibilitan la entrada al mundo afectivo de los personajes, estos son metáfora de una época y contexto social. Asimismo, consideramos las características fundamentales de la Medusa y su potencia alegórica de la decapitación y la maldad radical del sujeto contemporáneo. Con la escenificación de la cabeza desgarrada, la narrativa da forma a un vocabulario capaz de articular lo inefable. A partir de la actualización del mito de Medusa, la experiencia del dolor, la muerte y el horror se visibilizan en la ficción y logran tener representación. En este capítulo también discutimos en torno a la hibridación genérica de la narrativa. El carácter histórico y emocional de la realidad traumática que los textos configuran problematizan los límites de los géneros narrativos. La verbalización de la realidad, del pasado personal y del recuerdo colectivo abre otras vías de acceso a la historia del país. El capítulo tres, ofrece una reflexión de la peculiaridad estética de los personajes de las propuestas de escritura que indagamos. Las presencias narrativas se instalan en el relato a modo de umbral por donde transita la realidad emocional de una sociedad signada por prácticas de injusticia y crueldad. Estos personajes comparten una serie de características en sus modos de comprensión y relación con el contexto nacional que les circunda; pese a que son protagonistas específicos, con mundos propios y facetas
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con el discurso de autor que las obras articulan. Ciertamente, las ficciones incorporan una serie de imaginarios y razonamientos del escritor, que asociados entre sí pueden llegar a constituir una red o entramado intelecto-emocional. Esto daría pie para escrutar el pensamiento y la posición ética que el intelectual contemporáneo tiene sobre los contextos y realidades del mundo que lo enmarca. Para terminar este apartado introductorio, es importante precisar que si bien algunos temas tratados en este libro se fueron socializando en espacios académicos y revistas de estudios literarios a lo largo de la investigación (Vanegas 2015, 2017, 2019), conforme esta vez se retoman no los aleja de su carácter de inéditos, en el sentido que aportan nuevos enfoques, se sistematizan en una unidad temática coherente e indagan otras obras; además de reorganizarse y complementarse con las lecturas más recientes del proceso final de la pesquisa. AGRADECIMIENTOS He disfrutado de una comisión de estudios de doctorado que me ha permitido durante cinco años (2014-2019) investigar el tema que conforma este libro. Quiero agradecer a la Universidad del Tolima por la oportunidad y el apoyo ofrecido, para concentrarme con la tranquilidad y el tiempo necesario para la indagación, reflexión y escritura. La Mención de honor otorgada a esta investigación por el Doctorado en Letras, de la Universidad Nacional de Cuyo, no hubiese sido posible sin los aportes de quienes me acompañaron en el transcurso. Por esta razón, quiero expresar mi gratitud al profesor Claudio Maíz, por sus ideas y acogida durante mi estancia en Argentina. A Amor Hernández, amiga de academia, pero sobre todo de corazón, por sus reflexiones valiosas, que ayudaron a guiar la escritura de esta investigación. Y también, quiero dar las gracias a los profesores Carolina Sancholuz, Ramiro Zó y Marcos Olalla, jurados de este proceso, que leyeron y evaluaron mi trabajo, y quienes con sus expertas observaciones lo fortalecieron.
derivada de ese momento caótico lo que palpita en la palabra. Lo afectivo, en este orden, abre otros horizontes hacia la comprensión de las dinámicas sociales y la historia. La Trilogía del 9 de abril narra el Bogotazo, las novelas que la componen son El crimen del siglo (2006), El incendio de abril (2012) y La invención del pasado (2016).
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rfa Kelita Vanegas (Doctora en Letras. Universidad Nacional de Cuyo, Argentina) es profesora de literatura en la Universidad del Tolima, Colombia. Es autora de La estética de la herejía en Héctor Escobar Gutiérrez (2007), coautora de Escenarios para el desarrollo del pensamiento crítico (2019). También ha publicado diversos artículos académicos en ediciones colectivas y revistas especializadas. Investigadora en temas referentes a la estética de las emociones, la diversidad de género y la configuración literaria de la violencia política en la narrativa latinoamericana.
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