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Witch Tale
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CapĂtulo 1
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Capítulo 1
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—¡Hey tú, limpia-mocos! Me volví al escuchar ese grito familiar y sonreí al ver a Keyla asomada de la barandilla de la pista de patinaje. —¿Ya terminaste con los críos? —Sí, dame cinco minutos para quitar los conos antes de que entren los jugadores de hockey y estoy contigo. —Tómate tu tiempo, tengo un buen zoom-grabatraseros listo para usarse sobre universitarios exudando testosterona en el hielo.
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Me reí por su comentario, negando con la cabeza a mi amiga. —Eres una pervertida —bromeé—. Luego no te quejes si tu madre vuelve a quitarte la cámara. Keyla hizo un gesto protector hacia su cámara de video. —No habla en serio, Wizzie. Mamá te protegerá de esa bruja. —Keyla, realmente comienzas a preocuparme, ¿estás segura que el psicólogo dijo que no estás loca? —bromeé llegando hasta la barandilla
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donde se encontraba mi amiga. —Segura, sólo soy excéntrica, y eso le da sabor a la vida, soy la peper-girl de este universo — me guiñó un ojo antes de ver la hora en su reloj de pulsera—. Oye, démonos prisa. Mi madre cree que estoy estudiando bioquímica avanzada hasta las seis, no puedo llegar tarde otra vez a cenar a casa. —Bien, ¿dónde quieres que me ponga?
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—Donde quieras, ice-girl, sólo dale un poco de sabor al video de peper-girl. Rodé los ojos. —Deja de llamarte así o no haré nada. —Puse los brazos en jarra—, y te advierto que no podré hacer mucho. El hielo ha quedado hecho un desastre después de las lecciones de patinaje infantil. —Dímelo a mí, he grabado tu clase completa y ese mar de críos podría prender fuego al hielo — bufó Keyla—. No sé cómo soportas darles clases a esos niños. Si fuera tú, me habría ahorcado hace rato. —Si fueras yo, habrías ahorcado a los pobres críos hace rato —la corregí, sin dejar de amontonar los conos anaranjados que había utilizado para la clase de los niños principiantes, todos alrededor de seis y ocho años—. La verdad es que no son un mar, sólo seis. Y pueden sacar de quicio a veces, pero me gusta lo que hago. Puedo estar en el hielo, aunque sea un rato… Keyla rió y asintió con la cabeza. 11
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—No te discuto eso. La verdad es que prefiero mil veces mi trabajo de fines de semana en el cine, que tener que lidiar toda la semana con esa manada de enanos mocosos. —No son mocosos. —Siempre traen el moco colgando por el frío. No finjas no darte cuenta. Eres la maestra-limpiamocos. —Soy su profesora, tengo que pasar por alto esas cosas. —Volé los ojos—. Además, no es
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el fin del mundo. Algunos de ellos incluso son dulces. —Sí, como no. Como ese pequeño, Rupert, que se escapó a mitad de la clase para ir a ver debajo de las faldas de las patinadoras avanzadas. Yo me reí. Rupert era un caso, sin duda. —Pequeño precoz con exceso de hormonas — bufó Keyla—. De verdad, no sé cómo soportas estar aquí toda la semana. —En realidad son dos días por semana. Y perdona si prefiero aguantar a unos niños mocosos a tener que trabajar en un multicinema, y tener que atender a una horda de adolescentes calenturientos que se van a hacer arrumacos en la última fila de la sala del cine. Eso, además de tener que limpiar un suelo tan pegajoso que podría usarse como papel matamoscas. —Eso no te lo discuto. Aunque de vez en cuando aparece un adolescente lo suficientemente caliente para hacer que valga la pena el trabajo. Las butacas oscuras de la última fila son perfectas en esos casos… —Keyla sonrió 14
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pícaramente, haciendo relucir el verde de sus ojos rasgados, herencia de su madre alemana y su padre japonés—. En cambio aquí sólo te encuentras a esos niños testarudos y llenos de mocos, o a esos gorilas sin cerebro. —Señaló con la cabeza en dirección al equipo de hockey, que en ese momento salía de los vestidores para practicar en el hielo—. Algunos están buenos,
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pero la mayoría parece estar abusando de los anabólicos. A tu lado, luces como una enanita. Si esta pista de hielo fuera una película, tú serías la protagonista de Blanca Nieves al lado de tus críos, o la rubia oxigenada de King Kong al lado de esos gorilas.
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—¿Es que siempre tienes que hacer referencia a películas cuando hablas de mi vida? —Me reí. —No. Suelo hacerlo con la vida de todos, no sólo la tuya… —Se encogió de hombros. —Keyla, estás loca. —Bueno, sí, un poco. Pero eso sólo me hace más interesante… ¡Mierda, es tarde! —Se quejó al ver la hora en su reloj, al tiempo que encendía una vez más la cámara de video—. ¿Te importaría hacer una vez más el triple Axel antes de que
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los gorilas acaparen el hielo? La última vez la imagen no salió como quería. —¿Otra vez…? —No pude evitar lanzar un suspiro—. El lunes pasado me hiciste repetir el salto cinco veces. —Y valió la pena. Ya casi completo la toma que buscaba… Por favor… —Juntó las manos en señal de súplica, mirándome con esa expresión de cachorrito abandonado que siempre me hacía ceder. —Está bien —mascullé, llevándome los conos al otro lado de la tarima para guardarlos más tarde en su sitio, en el gabinete de los estudiantes—. Pero sólo lo haré una vez, ¿entendido? —grité, dirigiéndome al centro del hielo para tomar suficiente espacio en la pista para conseguir la posición inicial del salto. —¡Sí, sí! ¡Gracias, eres la mejor! —Aplaudió Keyla, emocionada. Y quitándose un mechón púrpura de la cara, añadió—: En esta ocasión, cuida de no darme la espalda. Quiero que se te vea la cara. 18
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—Para hacer el Axel tengo que darte la espalda primero, no es que tome el impulso de frente —repliqué, pero Keyla ya no me escuchaba, demasiado metida en el tema de poner la cámara en un buen sitio, donde pudiera tener la mejor perspectiva, luminosidad y quién sabe qué tantos detalles técnicos que me había explicado mil veces y que yo nunca terminaba por entender. Keyla era una genio para todo lo referente a las cámaras de video y de las computadoras, y una
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total friki del manga, el anime y el cine. En un principio había comenzado a grabarme para un proyecto de física, tomando como base una idea similar a la de la película Ice Princess, pero al final terminó dejándolo (Keyla es un genio en general, pero no le apasiona la física) y cambió el proyecto por uno personal, con la intención de hacer una especie de video viral en internet que encantara al mundo, y me hiciera ver algo así como una super-estrella del patinaje. La verdad es que nunca he creído que resulte, pero qué más da. De cualquier manera tengo que venir a patinar durante la semana para dar mis lecciones a los niños y, a veces, los fines de semana. Además me gusta patinar. De no ser porque mi hermana enfermó de cáncer y las facturas del hospital son la prioridad ahora para mi madre, seguramente hubiera seguido patinando y compitiendo… Pero esa ya es agua pasada. Y, por lo general, no me gusta hablar del pasado. —Anda, Eliza. Da una vuelta en redondo por 20
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el hielo y entonces toma el impulso para el salto desde esa esquina. —Keyla señaló con su mano con uñas pintadas de negro, hacia un sitio bastante próximo a las bancas donde se estaba reuniendo el equipo de hockey. El estómago me dio un vuelco. Allí, en medio del grupo de chicos universitarios que conformaban el equipo de hockey, estaba Andrew.
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Era cuatro años mayor que yo, aunque como dentro de poco cumpliría diecisiete, sólo me llevaría tres años (si no se tomaba en cuenta, que para entonces él estaría cerca de cumplir los veintiuno). Y desde el momento en el que lo conocí, hacía dos años, había estado enamorada como una loca de él. Y es que Andrew no sólo es dulce, carismático y tan tierno, además es endemoniadamente guapo. Tiene unos ojos oscuros que me fascinan, llenos de puntitos de luz, igual que el cielo nocturno colmado de estrellas. Además de un rostro perfecto y un cuerpo de dios del Olimpo, que siempre provoca que las chicas se vuelvan a echarle otra mirada cuando él pasa a su lado (sí, a mí también). Bien podría servir de modelo para uno de los personajes de anime que tanto Keyla adora, o actuar en una película de Hollywood y sin dificultad convertirse en el nuevo sex-simbol mundial de las adolescentes femeninas. Pero no era sólo su físico lo que me encantaba 23
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de él (aunque debo admitir que con eso me habría bastado), era ese carácter tan… no lo sé, tan genial, tan atractivo, tan… ¡tan perfecto! El hombre nunca se equivocaba en nada, pero no era presumido al respecto. Podía bromear con sus amigos tanto como permanecer solitario y absorto en sus propios pensamientos por horas. Era tan… misterioso. Sí, creo que esa es la palabra. Misterioso… Y vaya que me gustan los misterios.
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Me acerqué a la tarima donde había dejado mi iPod y mi botella con agua, y me quité la chaqueta. Keyla exigía que los saltos fueran hechos los más profesionalmente posible, por lo que yo debía usar uno de mis vestidos antiguos de competencia. Me acerqué lentamente al otro extremo de la pista. Al verme, algunos chicos me hicieron señas, esos universitarios realmente podían comportarse como gorilas en celo a veces. Los ignoré de lleno. Seguramente me confundían
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una vez más con Scarlett, mi odiosa prima… ¿Es que no veían mi melena oscura? ¡Ella era rubia, por todos los demonios salidos del infierno jodiéndonos en el mundo de los mortales! —¡Muévete un poco más a la derecha! —me gritó Keyla. —¿Desde este punto está bien? —le pregunté a Keyla, buscando algún sonido que sirviera de barrera mental entre esos cabeza de puré y yo. Después de tanto golpe, a esos tipos ya les faltaba un tornillo… Claro, con excepción de Andrew. Él tenía todo muy bien puesto en su lugar. —Sí, perfecto. —Keyla me sonrió, manteniendo el lente de la cámara pegado a su ojo y levantó el pulgar. Era la señal de que había comenzado a grabar. Inspiré hondo y me concentré. Generalmente hacíamos esas sesiones de video a solas. Pero ahora que las prácticas de hockey habían comenzado, eso era imposible. No importaba. Soy una profesional, o casi lo fui, y no iba a permitir que un montón de simios-super-golpeados me 26
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intimidaran. En las competencias de patinaje sueles toparte con toda clase de público. Muchos de los espectadores apoyan a otras chicas rivales a ti y te toman como una especie de enemigo mortal a la que deben destruir a toda costa, incluyendo en su arsenal gritos, chiflidos y hasta luces resplandecientes emitidas con sus cámaras fotográficas y celulares. Estaba acostumbrada a las distracciones, o lo solía estar, y sabía cómo concentrarme para mantener mi mente libre de ellas. No por nada había llegado a ser campeona nacional… Aunque de eso ya había transcurrido mucho, mucho tiempo… Me quité esas ideas de la cabeza y me concentré en mi objetivo. Pude ver con claridad el hielo frente a mí de una manera particular, una manera que me hace sentir tan segura sobre él como si estuviera avanzando sobre una hoja cuadriculada donde cada defecto en la superficie queda marcado. No sé cómo explicarlo, sólo me sucede así. No es que vea cuadrículas en mi cerebro, sólo veo 28
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