Kátharsis XXI No.2

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KĂ T H AR SIS XXI Revista literaria


Kátharsis XXI

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Kátharsis XXI

Los textos se incluyen con el con-

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sados son responsabilidad de los colaboradores.

Revista trimestral Monterrey, Nuevo León, México

Número II. Año I. Agosto-Octubre de 2013

$20.00 M.N.


Kátharsis XXI

Catadores de versos con arsenales de letras y demás frases clichés que más que vistas, revistas, maravíllense ante un nuevo ejemplar de corazones despanzurrados en el asfalto de esta cruenta ciudad; horrorícense al ver cómo otros estados nos muestran los vestigios de lo que otrora se llamó cultura, y lean las confesiones en prosa de quienes suelen plasmar sus traumas en verso. Contágiense de juventud, vectores, y dígnense de manchar con dos o tres gotas de su café estos papeles grapados, que dentro contienen talento, cacofonía disculpada. También solicitamos excusen la irrupción súbita de la hinchada Centro-Sudamericana, ¿cómo nos íbamos a imaginar que las dos tachas que acompañan al bastón iban a resonar con tanta vehemencia en el lugar donde se confunden las banderas y Rubén Darío no sabe si reír (por respeto) o llorar (por costumbre) ante los chistes de Bolívar? Ocupen su localidad, como dicen que suenan las mujeres que se van de casa, que leer no cuesta nada y estas palabras tampoco.


“Sólo la palabra que está ya con nosotros latiendo en nuestra sangre, estirando su letra en el crecer pausado de las uñas, recordando alegrías en la amorosa cúpula del cráneo, sólo la que retuerce su dolor en las serpientes lánguidas del pelo, tan sólo esa, la que no recordamos y nos llama sonriente a la verdad más nuestra, puede llegar a verbo, cristalizar en voz, integrar su memoria de fantasma en el milagro azul de las pupilas tránsfugas o en el barro sinuoso de los cuerpos. ¿De dónde nace entonces el poema si no de la katharsis? ¿Cómo brota a los labios el vocablo olvidado aún en nuestro pecho? Para decir verdad de nuestra vida sólo lo que se sangra lo que destilan nuestros abiertos poros, (el vómito y el tiempo), lo que nace del fondo de los ojos –en donde la mirada alcanza transparencias de vértigo– lo que llega de hierro a nuestra cera con ciclónicos pasos intocables. Porque no sólo se vomita el pánico, la fiebre calcinada de los hígados o la mirada atroz de los reptiles, también se escupe en agridulces noches la ternura ovalada de los labios, el aromado incienso de los dioses, la fragante y nocturna laxitud de los miembros. Todo nace de nuevo junto al ritual del fuego, de la ceniza y el ardor, del humo, del consumido embrujo que dibuja espirales junto al árbol; todo nace otra vez, a cada instante, como el eterno sol girando, como la arena y el reloj junto al lugar limpio y agreste donde la harina misma se levanta a celebrar sus nupcias de paloma con el interminable aliento del poema. Sólo en la pródiga locura, en la katharsis cenital, auténtica, nace en silencio la palabra, entre un oscuro rechinar de dientes y lágrimas que lloran hacia dentro.” –Editorial de un número de la revista Kátharsis


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Breve historia de América Latina I

II

América Con tu pasto de puta y tus montañas soslayadas conquistaste a los españoles Barapam Barapam Barapam. Tus caminos, Barapam; Tus lagos, Barapam. Tus piernas Barapam Barapam Pero al ladrido del cañón de perro te abriste Param Bam Param

Del prepucio de Dios sabe poco el hombre, pero que no se hable ni una sola vez de la vagina de la Santa Madre, pues todos nosotros, pecadores, hemos bebido, comido y maldecido en su nombre. Palabra de Dios. Alabado sea el señor.

III clap clap clap clap clap clap clap clap clap clap ¡Fusiles! clap clap clap clap clap clap clap clap ¡Presenten! clap clap clap clap clap clap ¡Apunten! clap clap clap

******* PERO CUANDO LOS HOMBRES DISPARARON AL CIELO SE DIERON CUENTA DE QUE NO HABÍA NADA.

Jesús de la Garza (Montemorelos, 1994)

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K a t h á r t i c o s


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Palimpsesto En ruda y afanosa competencia por el mayor moco dejar pegado sobre un mingitorio inmaculado, hemos hecho víctima a la intendencia. Don Romualdito Nasón ha ganado ya gracias a su nasal opulencia, ya gracias a su cómica indecencia, ya gracias a costumbres de ganado. La final redención del sanitario será la devoción hacia tus nalgas plasmadas sobre el muro centenario. Ahora sobre mocos como hojaldras —mostrando las estéticas del barrio— adorna el dibujo de tus nalgas.

Carlos Lejaim Gómez (Monterrey, 1986)

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Tentli Abre amor la ventana a ese par de moscas veámosles volar por su última hora de vida la glicerina de la tarde me empaña los ojos y leo algo triste (poemas para no llorar) el vaho de los cuerpos prestados los labios conociéndose de cerca la sangre y su sabor a moneda me he visto en la vida de esas moscas antes de que abras la puerta y te marches.

Ingrid Bringas (Monterrey, 1985)

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Made in México (fragmento) I Dónde comienzo a decirte, mamita mía de los montes claros, que tu tierra firme se ha dolido, que sepulta mujeres, flores de metal, casquillos, plegarias pronunciadas bajo la sombra exacta del mezquite. Dónde comienzo a lavarte las heridas, con qué agua si el agua de tus ríos se la bebieron los chacales. Yo me quedé mirando, corazón con forma de aguacate, me quedé mirando al que vendía. Y te dejaron raso el cielo como hoja de vapor entre navajas. Te dejaron desnuda sobre cualquier calle, como cualquier muerto. Mamita mía de leche y miel, perdona al que se va. Al que te huye y te mira después en monitores. Al que te huye y te dice después que mucho miedo, perdónalo Porque le teme a los coyotes, esos perros que no son dueños de nada y por eso ladran, corazón de aguate mío, por eso ladran.

José Chapa (Mission, Texas, 1990)

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Armas, llagas y octubre Miss octubre inicia la búsqueda de ser única, auténtica moza de la sociedad desbaratada, cuelga pendientes obeliscos en los lóbulos mordidos y chorreantes de saliva sucia, viste mezclilla gastada y ajusta las agujetas de sus botas negras, cree en la libertad y deja sus senos despiertos tras una blusa blanca sin mangas, expone su arte en los brazos, de un lado la serpiente que muerde su propia cola, del otro el mesías sacrificado con tintes nazis, saca un cigarro de la mariconera de cuero, lo pone en sus labios, guarda la caja y acaricia el frío metal del arma que siempre carga junto al lipstick. Miss octubre camina con la frente en alto, escupe después de cada fumada al cigarro, sus gafas marrón esconden el paso del cannabis matutino, respira profundo el olor a humedad de las calles, sonríe cuando los hombres la miran, coquetea con las damas rubias, acaricia el cabello de los niños, los vecinos la detestan, la tachan de impura, de sórdida, le llaman «la cualquiera» a ella no le importa, ama la vida, cree en la esperanza, sucumbe ante el deseo, plasma con sus curvas las más adictas perversiones, los más bajos sueños. Aterrizo en mares de esperma, se mutan en mi piel caramelo, ansío la templanza de un hombre oscuro, claudico a la soledad y el destierro, escondo bajo las faldas cualquier señal, busco todo contigo, el aire, la sal, el cielo, te enseño a volar si soy tu cometido, mira mi boca, llénala de ti, en silencio… Miss octubre, sacude el polvo de sus ropas, su corazón palpita, 100 pulsaciones por minuto, la noche puesta y en espera para acariciarla, suelta su cabello, esconde las gafas oscuras, se pinta los labios, acaricia su arma, es parte de ella, da un beso a la culata y se persigna, prepara un glaseado, dos, tres, la oscuridad infinita la mece suave, respira pronto, se viste rojo, el frío excita su piel, cierra los ojos y mira a la virgen de rodillas alabando su belleza. Miss octubre se convirtió en leyenda, dejó de ser cuento y ahora marca su piel con símbolos hebreos que cuentan su historia, todas las noches corre por los tejados en busca de una presa que solvente su necesidad de almas, cuerpos figurados en tentaciones promiscuas, cadáveres vivientes que la llamen como le gusta, que le besen la espalda y dejen la simiente cerca del pubis.

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Mis piernas materia sublime, mis labios cerca del clímax, los ojos, las manos, todo en mí, todo colgando de ti, ¿dónde? cierra tus ojos, levanta mis muslos al cielo, reza despacio situaciones cadenciosas, silba mientras te tengo dentro… te espero, te espero, te espero… Miss octubre está cansada, cierra los ojos, pone el arma bajo su regazo, siente el frío del metal, mis octubre sin razón aparente busca más, busca más, toca una vez más la pistola, la coloca en la boca, lame enfurecida, la respira, la respiración aumenta, las caderas comienzan a contraerse, adora a Onán, el cañón en la boca… click.

Omar Ortiz (Distrito Federal, 1985)

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Una libra de cadera no es cadera «Mira, fíjate en esos dos pendejos de ahí» le gritaba por encima de todo el pinche ruido a la wannabe de Suicide Girl junto a mí. Le explicaba que esto de las fiestas con música fuerte lo tuvo que haber inventado alguien tan imbécil que no tuviera nada que decir; que seguramente a quien se le ocurrió no tenía ni puta idea de cómo ligar con palabras y que sin duda siempre terminaba solo, así que para equilibrar la balanza debe haber subido la música a tope, para que nadie pudiera platicar con tanto pinche PUM/PUM/PUM como sí lo hacían con música baja, y que al voltear todos a verlo debe haberse puesto a bailar eufórico y alguien le ha de haber seguido el juego. Entonces las personas cultas y educadas perdieron terreno contra esos que tenían mejores rostros o que podían mover bien las caderas «porque, como ya has de saber, los hombres inteligentes no sabemos bailar» le gritaba y aprovechaba para mirar por su escote mientras ella no dejaba de contemplar a las parejas multicolor que, al ritmo de la música, mostraban todo su repertorio. En su distracción yo imaginaba que mis ojos eran canicas que se podían desprender y que me quitaba una para dejarla rodar sobre sus tetas, quedando atrapado el globo ocular entre las dos promisorias y juveniles masas de carne, y giraba a placer en busca de un pezón o dos, o ya de perdido de algún lunar, como el periscopio libre de cualquier hombre pervertido, que en este caso era yo, pero entonces me entró el miedo de que se fuera a girar, que tratara de mirarme a los ojos y perdiera yo el terreno ganado, así que ya sólo sopesé sus nalgas con una enorme y babosa lengua imaginaria que se embarraba en su falda roja, corta, putísima y hermosa y continué con mi discurso, diciéndole que de seguro ese pendejo que no tenía nada inteligente qué decir le había platicado de su hazaña a otro grupo de iguales, que decidió ponerlo en práctica también, y que así es como debió haber nacido este tipo de fiestas. Sólo que ahora, al tener dominada la situación, y tener la ventaja de la apariencia física, se podían acercar a cualquier mujer, meneándose, y ésta no los iba a rechazar porque el candado imaginario ya había sido abierto desde los ojos, «porque, admitámoslo, las mujeres son igual de calientes que los hombres, sólo que son un poco más selectivas» le decía a Nalgas Tetas, y le agregaba que «No como los listos, que al no ser, por lo general, muy agraciados, tenían que dedicar horas y hasta días al cortejo». Entonces la música empezó a sonar más fuerte y el humo artificial apareció acompañado de luz estroboscópica.

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«¡Ah!, y otra cosa más es esto de las luces» le gritaba más fuerte, tanto como para empezar a notar un ligero dolor en mi garganta y una ronquera que no se iba a ir así como así. Por ejemplo tu vestido, todo el tiempo había estado creyendo que era rojo y ahora veo que es verde; esto de las luces distorsiona la realidad, uno ya no puede ver las cosas en sus verdaderos tonos: tú podrás tener un cabello muy bonito, un color de piel precioso, pero yo no puedo notarlo, porque estos reflectores rojo/verde/amarillo/azul/rojo/verde/amarillo/azul no me dejan notar nada, apenas con el estrobo medio pude darme cuenta del color real, y ni siquiera del todo, porque... le gritaba cuando la vi alejarse lentamente bamboleando un culo que ni la Kardashian, sus alegres y cadenciosos pechos copa C se iban trémulos y optimistas. Yo la miraba a ella, ella tenía la mirada fija en un sujeto con chamarra de cuero, un tipo fornido, con un mejor rostro que el mío. Los dos fueron acercándose poco a poco, cada uno desde su extremo del lugar, ambos sin dejar de verse, sin dejar de bailar, y terminaron uno pegado al otro, restregando sus cuerpos completos, sin mediar palabra alguna, y provocándome una erección sublime que fue interrumpida por una mujer que me soltaba un «Sabes, yo estoy de acuerdo en todo lo que estabas diciendo ¿No te apetece que mejor vayamos a platicar a otro lado», entonces la miré de pies a cabeza, observé la cantidad de cerveza en mi vaso, calculé el dinero que había en mi cartera, lo consideré un momento y le dije: «Cállate. Esto es una fiesta, imbécil». Luego me alejé de ahí, lento, mal moviendo las caderas y el torso, tratando de seguir el ritmo del PUM/PUM/PUM que salía de alguna bocina escondida entre tantos cuerpos de colores. Busqué, con la mirada puesta en el otro extremo del lugar, tratando de encontrar otra mujer con un cuerpo tan sabroso como el que se acababa de marchar, pero que esta vez llevara lentes de pasta. Aún no era momento de aceptar el fracaso. Me serví otra cerveza. La noche era muy joven como para rendirme y salir acompañado de una pinche fea.

Israel Landeros (Monterrey, 1981)

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Babia (fragmentos) *

Nadie desgarra este silencio. Brotan armillas de palique en mi lengua que derivan estatuas. Se tensa mi aliento, zanjando una reinvención de cementerio. «Habla la constelación de cenizas.» No hay filamentos de saliva que se desprendan de la chicha. «Me hace falta un muslo para fraguarme.» Aquí, en Babia, me juran rostros de caliza y aguijón. Impensable es la aridez.

*

Hay que apilar muslos en la incertidumbre del reguero. El pliegue del muslo se abstrae. La arquitectura de tensión corporal subyace en la facundia. Empuño mis dientes de leche en la piedra, corola geométrica, gran rosetón de la catedral. (Pétalos como migajas para una oropéndola desfavorecida.) Es la perspectiva de huesos, osario de músculos que se calan sin la caricia apropiada. Entreveo el rebosadero, filo de una respiración entrecortada. Apetito genésico en la palabrería del afecto. Cada ruego es una imperceptible repatriación a Babia.

*

Me sorprende tener corazón para la demencia.

(De Babia, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010)

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Lexicografía o (fragmentos) Osteología Femenino y Masculinidad refieren al gimoteo en gradas (sucesión de escalafones y huesos). Nunca sospechan. No saben que el tendón espera al infinito, que el cartílago paraliza la tibieza. Piensan que la caléndula cura hasta el hueso, que el armazón es invencible. Este sostén no construye la casa, sólo un hombre y una mujer, ambos oblongos. El movimiento es ilimitado (o eso creen después de contrapeso del aerolito). En el andador observan que la médula espinal sube escalones, baja escalones. Da un respingo, está agotada...

(De Tesauro, Ed. Punto de Partida, UNAM, 2011)

Karen Villeda (Tlaxcala, 1985)

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La república de Altai

NO TENDRÁ SENTIDO SI NO HAY EMOCIÓN EN LAS CUMBRES; SI NO HAY CUMBRES EN LA EMOCIÓN; NO TENDRÁ NI SENTIDO NI GLORIA; SI NO TIENE CIENCIA NI PELAMBRE DE MARAVILLA; NO TENDRÁ VIDA SIN CUMBRE

nuestras estrellas son multitudes mutantes marchando hacia un muro cada vez más problemático y hacia un marfil más intenso ¿Brizna? ¿céfiro? entre mantarrayas que se despejan como niebla de monotonía. Mañana rayadas por el sol las garras iracundas del calor que despedaza las delgadas sabanas. África en pieles. A corderos en prados. Flores en nacimiento de los dioses en los templos. Pliegues del día son las noches en que abarcamos las estrellas mareándonos entre el alcohol y entre las cervicales de los cuellos de la tarde, entre las cervices y los pájaros que vuelan en el sonido y en el sentido y entre todo lo que brota de tus manos que son como la hierba floreciente que se arrastra por el viento en forma de barcos. El polen que espolea hacia las estrellas que se acercan y entre los universos que implosionan en el conocimiento. Las caracolares aves que se desperdigan como cantando entre las gargantas de los grandes cañones. ¿A dónde iremos a parar chatarra?, basureros de lunas de los múltiples planetas. ¿A dónde iremos a tocar en patines y en discotecas de polvo? ¿En dónde amaneceremos? abrazándonos cariñosamente como desesperados a la carroña y las brasas. A dónde iremos a nadar como arrastrando las enormes redes de pesca de la oscuridad. Y qué saciaremos si acaso días que tendremos que pagar con años o siglos. Quizá sólo canciones profundísimas y abisales como estrellas mongólicas. Y entonces sí podamos gritar algo de nuestras historias que provienen de volcanes y de tiempos pangeicos como huevos de ranas. Quizá entonces sí nuestras gargantas tengan algo que escupirle a los ex, a los ex iracundos. Somos gente de pastos, Chirgilchin. Quizá era humo de tabaco el remolino de la pureza. Eras de belleza Huracán de la Locura. Quizá era un sueño y un pasto que era una cabellera. Quizá eran los tropiezos en la multicancha. Quizá eran las palabras como datos que se acumulan

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en memorias móviles. Quizá eran ojos que ya no extienden lo que ven. Quizá eran cerebros descolocados como alumbrando espacios de terror. Y esto no tenía que ver con las rentas de la ficción ni con la realización de micciones sobre lo real ni con la corrección del borrón o la cuenta nueva sino con los micelios sobre los datos descuajaringándose como en forma de rugidos de negros tigres. Sí tenía que ver con las hileras de dientes tiburones y millones de años que nos aparecen por añoranza a una niñez marina como de tormenta. Con locas serpiente que se descaman en la cama. Con gatos niños que bailan con sus máscaras dentro del baño. Con los conjuros de las aves que se incendiaban el pico. Con el marfil con que chocaban los claveles de la ternura infinita. Estudiar en las perversiones el fuego. Los caballos que silban cuando silbo. Una especie de atrapafieras que se enreda en las patas. Octavas reales y hormigas sopladoras de fuego. Nuevas avenidas y coches alocados estrellándose otra vez. Saltando de los muros de este despertar. Velocidad dentro de los cráneos y explotando por los colmillos como panes hirviendo o como hojas secas que incendian los asfaltos. Como tirando todos los edificios. Como todas las oficinas llenándose de espuma cósmica y orgásmica. Como rayos de lavanda que anuncian los sueños destapados. Como pelusas en el basural del estómago. Como rumiantes acosadores. Como violadores de hedionda prenda. Como destrozos de uñas coronadas de frutos rojos. Como rojas grutas de milenarios escudos. Como lo que se aposenta en los terrones de la continuación. Como el bufido de los toros prendidos de collares múrices. Firmeza de zodiacos funámbulos. Fortaleza de aspiración de espacios. Rectangulares írises de azul. Anillos que danzan aferrándose a los cuatro puntos del mundo. Moreras y Murciélagos desvestidos de catálogos de papel y de la luna nueva y de la reunión de hongos y de conexiones y de máquinas rodantes. estrellas honguito estrellas cerebro estrellas sanación en las noches las que más brillan son las estrellas honguitos comemos helado de pistacho ponemos todo el ruido al mismo tiempo como una noche de glitter de los pumas se volverá indigestión lo cósmico como animales radicales nos queremos tanto que apestamos a la eyaculación de los gatos precoces y nos queremos tanto que nuestro territorio es el corazón de los maullidos y nos arrullamos entre las torres de viento y vemos como pasan los rizos de las nubes y las cabelleras de comerciantes con las sales del mar fósil y la idea es empañar los cristales del habla estalactitas de semen: Names amor hablas de todo tu cosmos me enciende como un cigarrillo o una luciérnaga

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como algo que fue del pasado y del petróleo como la muerte en el fuego amigo en el fuego enemigo como la muerte seca en el fango de la vida que se ambigua égloga o quizá recorrido de insectos por las setas de la mente aquella que se vislumbra fluorescente aunque terriblemente silenciosa como un adolescente triste que abre las flores de la vida entre una masa sin diferencia de días de sueños que no alcanzan a cumplirse entre el sol y el sol niños días que se destiñen como repúblicas condenadas a otros siglos y otras luces como repúblicas condenadas al dinero a la noción de éxito que nomás no existe sino la insistencia de cada loca palabra en cada loco corazón como una ola de cántaros niños que son cráneos niños apilándose al borde del pozo donde el pequeño dios saca el agua y riega los templos los árboles de los templos a riesgo de mareas y de inundarlo todo otra vez con sus calientes orines que recuerdan a arco iris de aceite entre los charcos invernales o que recuerdan a tulipanes entre los campos bronceados del artista o que recuerdan a las bellas páginas coloreadas con acuarelas como con pájaros de agua y de luz mineral como pájaros de cuevas secretas escondidos en las tumbas de las hojas a donde no penetran las enormes cavadoras de la ironía del tiempo donde penetran las enormes lombrices de la canción muerta la hazaña no terrícola sino ovniuterina de abrirse entre los ojos la salida y la entrada a otro mar al ámbar a las ricas desobediencias del civil comportamiento de la mente :la imagen es trocada entonces por el vuelo que reinfla y desestiliza sus preguntas son otras deformidades propios polvos otras cabezas como gatos o como murciélagos sabor de pólipos corazones líquenes: azules prínceps: urzela casi como un instrumento musical o un ciervo que se esconde entre sellos textiles y de saboreo excéntrico entre bosques que esconden frutos aún como pájaros de un paraíso anal como unidades de electricidad como incomprendidos arrecifes calcareando en la lengua sus atolones de expresivo color atole pinole etanol iiii a dónde están yéndose los pensamientos como espinas en el hígado brotante latentes y entrancadas palabras cúmulo nimbus subrepticias nube

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que entre la marea bufan a los pasajeros Ninja o górgonas de la mañana de manos sin corazón con todo arriba en los grises andamios de la informática ¿qué buscan? genes ciénagas donde aún vemos peores piruetas a lo inaudito Dardanelos decibeles al gagá férricos perineos lobbys que no se enclaustran a extrañar el romance las finas astillas de la belleza en el cráneo los plumonares pájaros de arriba por detrás desacomodados a la burguesía los hules p l a t e a dos los cofres verdes del sueño lo aborigen de hombre infinito los escucho a lomo de caballos monteses y capilares entre las plumas del crepúsculo se hilan con los árboles por las manos espaciales creo en mí en las montañas del sueño que conectan al relumbre detrás de mí la serenidad y el sol estalla como un tronco niño al júbilo revive como un volcán de aplausos continúa c o m o madriguera para ratas canguro música podemos hacer esto más obvio? estatuas egipcias para el dios Ra qué sabemos Espirografista? pirámides de certezas bajo cielos irresolubles destajo a nubes que lamen con su lengua mi espalda y no cesan de leerme Este cielo es el cielo de una casa profunda para la superficie imaginación extensa para los pozos del sentido L a t i d o de hotel gafas adolescentes leche y aplausos Huir huir huir por todos los caminos solos o con triple espada grises son los grises María rosaurios aplausos huesos de huesitos libros de libritos niños de niñitos la magia de los maguitos millones de millones y las micronovas como especies de segundos de azul mar de estepas playas rosas interminables trigo respirado por prados anos como frutas duras lluvia gajos de bronceado remember remember remember vómito vómito c o r t a esas vendas de tinta tus papeles Tus pies de casa son pies de muro y pies de cielo el fin de la tempestad Yax Kin Melchy (Ciudad de México, 1985)

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La Sirenita Enfiestado el capitán acaricia a Sirenita pero su cuerpo lo desconcierta De modo que la levanta por la cola y le corta la cabeza Y con el mismo cuchillo la desescama bajo el sol

Caperucita Roja Caperucita con falda corta en los ojos del lobo. El lobo con destreza maniobra su ganzúa mientras ruedan manzanas desde la canasta. Días después vuelven al bosque para mantener el cuento.

Sergio Laignelet (Bogotá, Colombia, 1969)

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L a t i t u d e s


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H o m e n a j e

S E N D E R O Me está acechando, me acecha la eternidad emboscada. Tiene mi sombra prendida y mi vida amenazada. Y no me viene a matar porque está la noche clara, porque mi sangre al correr daría qué decir al agua. Y el río está misterioso y la puente abandonada, y las orillas del bosque haciendo como que callan. Y yo blandiendo canciones relucientes como espadas. Porque te estoy esperando con estas y otras palabras. Porque no te quise hablar y el silencio fue palabra. ¡si todo quiere decir delante de tu mirada! ¡Ay! ¿Con qué me cubriré? A la vida contemplada diálogo imponen tus ojos ocultos, con su mirada. ¿Y cómo es que haré callar

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H o m e n a j e

a mi silencio? ¡Mirada que me sometes al yugo de ser expresión mirada! ¡Ay! ¿Con qué me cubriré para huir de tu mirada? Quisiera no ser ni sombra ni nombre escrito en el agua si he nacido para ser estela de tu mirada. Nacer es abrir los ojos, pecado que nunca acaba, porque, los ojos no están sujetos a las miradas, porque mirar es la altura en donde domina el alma. Yo sé quién soy, el que mira decir su expresión mirada para ser con el que es la eternidad contemplada. y sé quién eres, oculta eternidad emboscada, y aquí te voy esperando, al disponer la mirada, para sostener lo dicho si es que soy una palabra.

G A B R I E L

Z A I D

(El texto de la sección “Homenaje” es un poema publicado en julio de 1958 en el número 19 de la revista Kátharsis bajo la dirección de José Ángel Rendón, Monterrey, Nuevo León, México.)

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D o s s i e r

Cortas líneas, catador editorial del bastón sudamericano y su sazón de expresiones manufacturadas en las heridas abiertas de lo que es/fue el avispero de multitud de revolucionarios con/sin causa. Han de soplar versos del sur que se devuelven en las faldas de las mujeres que se van de casa… íntimamente en las enaguas de los cerros, que su altitud no confunda a extranjeros de nación, porque de palabras y lenguaje nos quedamos cortos. Así nos encogen la lengua de la literatura: con anchos versos pictóricos, más precisos que un catéter en la aorta. Por Oziel González (Monterrey, 1992)

Te esperaba Quedé esperando tus brazos, en mi nuevo ahora espero latidos para arroparme. Acepto tu incertidumbre, me quedo con las angustias, no huyo de estas esquinas, no me escondo de la costumbre. No me asustan los gritos desesperados de temor. Mi refugio no tiene puertas, la más leve lluvia lo inunda. Sus paredes de papel se doblan con el viento, la música de páginas ardiendo lo sacude. El olor de sábanas ausentes. La noche de asbesto asfaltada de estrellas. La indiferencia lo destruye. El crepitante sonido, una chimenea asmática. Las llamas que no pueden respirar, en esta noche de zozobra, el oscuro cielo andino es gelatina de mora. La indiferencia, el ahora.

Rafael D’ Armas (Mérida, Venezuela, 1980)

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El Grillo Un grillo se ha metido en mi water y nada en círculos. No pierde la fe en ningún momento y sigue pataleando, nadando, arrastrándose por las aguas cristalinas, intentando escapar de esa pocilga mojada, con los deshechos del mundo, de un mundo deshecho. Me aguanto las ganas de orinar al ver la esperanza viva en su acto más puro, reencarnado en un animal que escala las paredes pero cae de nuevo, intenta, sigue intentando. Yo tengo ganas de mear, pero él tiene ganas de vivir, quién soy yo para decidir en este momento que ahora lo veo como un acontecimiento de digno análisis. Se escuchan los chirridos de los otros grillos de la casa, seguramente brindándole su aliento de grillo a grillo, o llamando a la esposa del pobre infeliz caído para someterla en su trinchera. Mi vejiga se asemeja a una vejiga de carnaval a punto de estallar y ya he abierto la jaula. No quiero apuntarle a la cabeza pero no me aguanto más. El grillo me mira de reojo sabiendo lo que le espera, pero se aferra a la vida y a las mil piscinas olímpicas que lleva nadando. Parece que me dijera: «No me mate, señor, se lo ruego. Mi esposa está sola y un grillo se aproxima a ella». Se me escapa una lágrima, es lo único que se me ha escapado ahora y le digo pero sin abrir la boca: «Ten paciencia grillo, en la utopía está la vida». Yo también combato con la esperanza, a veces siento que me muero, que las ganas que tengo duran lo que dura un perro en misa, que los pocos problemas me asfixian como una corbata asesina. Y veo nuevamente al grillo, nadando, sacudiendo sus patitas a la velocidad de un rayo para aproximarse al mismo lugar donde empezó una y otra vez. Me surge una interrogante —medio cojuda aparentemente: ¿Cómo un grillo puede tener más esperanzas que yo? ¿Será acaso un prueba divina para enseñarme a no perder la fe nunca?— Ahora sólo disparo a un costado de su cuerpo, trato de no lastimarlo, de dejar intacta su vivacidad ortóptera. Sólo descargo mi ráfaga que se anida en mis entrañas, que me atormenta, como mi desesperanza. El animal se deja llevar por las espirales de orina y agua que lo circundan. Nada parece atormentarle. Se hace uno solo con mi chorro que yace en las aguas con restos de heces fecales impregnadas en las paredes cóncavas.

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No voy a jalar la válvula. Sería como jugar a ser Dios, ahogar al único granito de esperanza en un sólo jalón o sacarle el corcho a los mares en tiempos de Noé y matar a toda la humanidad entera. Terminar con la vida de este grillo no sería como matar a cualquier insecto. Nunca ha visto una mosca que me viera a los ojos, más aún con los miles que cargan. Nunca he visto una libélula con tanta luz. Ningún escarabajo se ha aferrado tanto a la mierda como este grillo a la esperanza de salir de este precipicio húmedo, de salir de los cimientos de la mierda a montículos gigantescos de la mierda en su máximo esplendor; deambulando por las avenidas, por los centros comerciales, por los juzgados y galerías de artículos varios. ¿No será de esto que se trata la esperanza: de nadar en círculos hasta que llegue el fin?

Abel Ochoa (Guayaquil, Ecuador, 1986)

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Los muertos están tan raros Que bailan fenomenales Y tocan el piano de John Lennon Como quien coge el fruto de un árbol /para cuando haya hambre. Los muertos están tan raros hoy Que se salen del cementerio de mi cuerpo Y están vivos/ Seleccionan en la lista del reproductor MP3 Alguna canción que pudiera funcionarles como un himno indestructible/ Como un reloj sin insistencias/ Y se ponen a cantar “imagine” y se miran a los ojos secos Con la convicción de estar felices Y es necesario saltar En las baldosas ambarinas Que hace mucho se han fragmentado en mi cabeza/ Y esos ojos son casi agujeritos por donde sale la voz de Lennon como el fantasma de una larga hormiga Y estamos vivos los muertos Y no nos caemos/ Este piano es suficiente para disponer nuestros cuerpos/ Armando nuestros huesos Como se arman Las nubes Antes de llover.

Junior Estiven Medina Ortiz (Perú, 1995)

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Kátharsis XXI

La Guarida Después de todo recuerdo que había un niño de tan redonda ternura como si una lágrima ardiente de plomo hubiera caído en mi mano. Zbigniew Herbert

Esta es la guarida, aquí el oro es polvo en la ventana (es decir no vale nada); en esta habitación, la risa gotea desde el techo y rompe la mesa cada vez que llega el pan, pero ese no es mi dolor, de nada sirve el pan si el frío que entra por esa hendija tiene más dientes que mi boca; mi dolor es otro, nace en la médula de tu dedo encendiendo el tocadiscos; está en la prehistoria, en el polvo de la armónica que suena despertando el tiempo de la carne Ahora se que querías escapar disculpa padre, en ese momento no entendía Mr. Tambourine man, rompí tus discos de Bob Dylan y con la misma ternura de un avión que se estrella besaste mi frente, no podías hacer mas lo sé porque soy tu plegaria y asistí al entierro de tus brazos donde lloraste el valor que te quedaba Sabías que el fuego te acosaba y quemaría la piel de tus hijos por eso te sentaste tardes enteras a esconder el carbón a descoser de tus fotos la luz de la hoguera; pero padre, la espiral del árbol se repite, lo sé porque heredé este cuerpo en llamas

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Querías escapar mientras durara la aguja sobre el vinilo esconderte en la caverna que encontraste bajo la cama y apuñalar el retrato de tu padre, que ahora eres tú, que seré yo; querías encerrar en el acero los vestigios de la ira pero la sangre te lo impidió, conociste allí al animal que te asusta Padre, Mr. Tambourine man está aquí por nosotros Sabe que no podemos ver el futuro nos robaron la fe que tienen otros hombres para abrazarse, he ahí el desierto, el desarraigo. Padre, ponte el abrigo y ven abrazando tu dolor el perfume de la estirpe que es barranco nace hoy en el filo de mi daga y penetra la piel del destino, los pantalones que cubrieron tu niñez no son tu culpa quién iba a saber que tus piernas jamás crecerían. Arrástrate padre, piensa por tu bien que has triunfado pide a los hombres que enfrentaron el silencio que canten los colores de la arena, el plantón oscuro que gira, la canción que no suena sino en tu llanto.

Edison Navarro Cansino (Cotacachi, Ecuador, 1983)

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las aguas estancadas en tejados del recuerdo los cigarrillos el insomnio la luna los gatos

la noche incompleta el sol

rodeado de sombras y lecturas del olvido una vez más las palabras no pueden

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me quemaste la memoria en la montaña rusa al menos (por) hoy las cosas se dejan dejar .fuego.

mejor dejar las cosas para mañana

que quemarse en el pasado

Mauricio C. Michel (La Paz, Bolivia, 1986)

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Fumo sin parar desde la mañana, si paro me abrazarán las rosas. Giorgos Seferis

*

Escribo desde el pasado, al pasado siempre vuelvo, son las noches de mis años. Son hondas las heridas, cortos los amores, invisibles, los amores. Son las noches de mis años. Mis manos calcando el horizonte. Mis ojos mudándose de espaldas, silbando desde el corazón del viento. Son las palabras que me callo. Son las bocas que se llevaron la mía. Son los recuerdos que me crecen como luces en la piel. Son las lunas que le devolví a la noche para que no me dejara solo, para que no me dejara solo. Son todos los nombres, que de tanto gritar, marchité. Son los dedos ciegos, las sombras y los barrios. Son las calles vacías que me borran los recuerdos. Reconozco lo que siento. Mi voz curtida titilando desde esta habitación, quemándose en mis poemas, trepándose en mi dolor. He vivido todos los poemas que no he escrito, siendo el agua y la orilla, el agua y el beso, el pasado que escribo cada noche, durante la noche.

***

Mi conciencia es vieja áspera y maldita. Me están matando las veces que perdoné entre las flores. Perdoné, perdoné y nada más quedó el silencio.

Jesús Montoya (Mérida, Venezuela, 1993)

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Los muchachos de la fiesta Mira cómo se maquillan los raspones esos niños, cómo viven sin mirarse las heridas los muchachos de la fiesta. Tienen hambre y tienen música, tienen hambre y sus canciones hablan de seguir bailando, eternamente fugaces. Nacieron en medio del tiempo más sucio de la historia nacional, los muchachos de la fiesta que sólo saben mirar en la calle una ida, esos que están esperando prenderse una vez y arder hasta que la noche sea clara, que no quieren ser tan largos, que no quieren durar más que sus canciones, que quieren apagarse rápido y fuerte y sólo bailar con la cabeza echada atrás mirando las estrellas y sabiéndose más bellos. Los muchachos bellos, los muchachos que parecen tener en los oídos melodías raras que los hacen caminar despacio sin mirar el camino ni la dirección. Esos que salen cada noche hambrientos y coloridos dejando por donde pasan un rastro de historias que nadie contará nunca. Es de ellos el futuro, serán ellos los héroes, y por eso celebran desde ahora la miseria que encontrarán cuando bajen la mirada de los árboles hasta el suelo donde morimos lentamente los demás que no supimos cuándo pasó nuestro tiempo.

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Cada noche les deja una arruga nueva en la cara, muchachos de rumba y alegría, no recuerden nunca que están tristes, no hagan memoria otra vez, no escriban en las paredes que están solos. Dejen que la noche y ese ritmo de rumba que tiene el viento se lo lleve todo. No aprendan a pedir perdón. Brillen tanto como alguna vez nos dijeron que nadie podía. Muchachos de la fiesta, de la rumba, de la noche, muchachos que no preguntan nunca a dónde van, sigan yendo a donde los gritos sean altos, despierten a todo el que quiera dormir en paz, mueran cuando amanezca y prometan nacer cuando la canción empiece. Han alcanzado el cielo sin saberlo. Míralos, su vida acabará pronto, se marchitará de tanta tristeza olvidada. Míralos, sólo tendrán un día, pero ese día será de fiesta.

Fernando Vanegas (Táchira, Venezuela, 1993)

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2.3 (Sueño de la posibilidad de un pasado) Empezar por un corte en la mejilla izquierda, luego lagañas de perro al final de los fantasmas vistos y ladrados la noche anterior… Una mara de tatuados rojos que emerge como un circuito de pánico… Cae la noche… Y enciendes la luz del patio para decirte: que no estás sola, que no eres el amanecer de la anciana sin dientes (población de reumas y dactiloscopios) la búsqueda de tu sensibilidad ya muerta. El dizque materialismo histórico, mientras los niños corren y corren tras leguas y lenguas de piolas de cometas que nunca regresan, pues ya en lo alto se rompen y se va La pirata, La colorina, La blanca, Blanca de la línea que es un lado de tigre, un pedacito de espejo, donde te observo cuidándote el tatuaje, tu lunar en primerísimo primer plano, tu peinado de niño, tu osadía de niño, tu posición activa en el amor lésbico y museos donde Velásquez no ocupa sitio alguno… «Sólo Schiele... Sólo Schiele…» repite una boca insomne de contestar llamadas de aborto, de niñas bien con Zitotec al retrete un remolino de naipes ¿Y a dónde vas? ¿Por dónde miras? ¿Cuál es la palabra-iceberg que avanza lento entre las sabanas? ¡Quédate! no es necesaria esta discusión contra el plan universal de Dios, sólo hay que ignorarlo y él se queda mudo, se olvida de que existimos porque como tú antes de tiempo hay demasiadas muchachas ojos de papel para nombrar una época, libros de segunda mano, calendarios con apuntes rojos que se van como el hijo mientras te duchas en una geografía extraña, un follaje de árboles rojos que muta y es líquido y es ausente despedazado. Castillos de arena: ciudades en molde herramientas plásticas, foto-retratos para colocar en la mesita del centro, habitaciones por donde vagamos libremente hacia el interior de nuestra pena, ese cascabel de madre en el desierto de una fecha exacta. Brújula que oculta en el talón de un caballo herido nos lleva hacia la paz que es simulacro del vacío entre los muertos… Cementerio: Dedo que pretende un rifle, pero que acaba en el silencio. Cementerio: Donde por fin pueda esgrimirte un gesto que no sea de amor ni de odio Cementerio: Donde se apague esta antorcha al final del laberinto Donde se acabe esta necesidad de un dueño a imagen propia Donde por fin puedan dormir nuestros miembros ( Agotados…) Wladimir Zambrano (Guayaquil, Ecuador, 1984)

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*** Y nadie cree en el tormento, del que escribe con el corazón en el lápiz. Nadie cree en las lágrimas nocturnas y desesperadas de golpes en la pared y caricias en el suelo, del que escribe porque le duele. Nadie cree en las noches que intentan ser borradas de la memoria con ron blanco. Nadie cree en la llagas de mis palabras que me duelen cada vez que parpadeo. ¡Y usted!, ¡sí!, al que no le gustan los poemas directos, porque no cree que los poemas me duelen aquí dentro, porque usted no ahoga sus noches en cenizas de cigarros, porque usted no escucha con el corazón. Y mi cama siempre esta húmeda por tantas lágrimas que dibujan su nombre. Y mis tacones ya se han roto por correr detrás del misterio de la palabra linda y silenciada, esa que no me duele, pero así, como a usted no le gusta, asimismo, a mi me duele. Ahóguese en la poesía linda y caprichosa, esa sin sentido llena de colores ficticios, porque lo que yo escribo sólo puedo olvidarlo con unas gotas de alcohol, ahí, es donde se ahoga mi corazón.

Oriana Echávez (Mérida, Venezuela, 1984)

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Jenny El escorpión nunca sucumbe su elegancia lacerada lo blinda de amateur pasiones de niños infernales Su veneno no es letal, pero de tanto padecerlo tú también te vuelves letal y corta con el filo de esa estrella el velo de tus ojos, tus ojos de delirio estrellado tus ojos fríos como la luna en una noche de espanto El escorpión es frío e inocente como el hielo de mis ojos mi dolor es tu dicha tu risa de muerta transfigura mi espíritu en un cementerio marino oculto en tu vientre Escorpión, santa sangre, perdona mi adicción por tu espanto, esclavo de tu sangre te beso el garfio maldito lo muerdo con la boca del glande me revuelco en su holladura de muerte en el desierto implacable mi muerte es tu amor por las cosas y los seres, escorpión.

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Mi angustia es tu alegría mi muerte te revela lo invisible como un árbol relampagueante en tu vulva ventana de mi universo y mi sensación quiero que mi corazón duerma en tu almendra en donde se abre la secreta apertura del mundo y el corazón es la tierra son tus ojos de muerta en mis ojos de muerto Bendigo mi muerte en tus manos por ella desafié a los poderes como un Caín montaraz sobreviví a una sobredosis de ayahuasca en un bosque encantado sobreviví a una explosión de telares y fractales reventándose en mi cuerpo sobreviví a la paranoia de pensar que me estaba convirtiendo en una mujer o de pronto era Jesús y amaba a todos por igual por la razón de que te amaba más a ti escorpión, tu venganza es mi amor por ti.

Daniel Arella (Caracas, Venezuela, 1988)

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V a r i a b l e

Kleenex para la metralleta: Soliloquio en el fregadero de la cuadra

por Juan Manuel Zermeño (Monterrey, 1991)

Cuando de Pitágoras pasé a Platón era el verano de cualesquier año y pensé que dar el brinco de una ingeniaría a una licenciatura era un retroceso social, mucho más cuando tu área de estudio es del campo de las humanidades y no pertenece al ramo económico o industrial ad hoc a los menesteres de la ciudad. Ya pasó la primer década del siglo XXI en donde creía que saber unos cuantos movimientos de regguetón, rociarme Armani Code por el cuello y tener un título profesional me bastaban para conquistar el mundo. Ahora me encuentro saltando como aceite desde otro comal, raspándome los nudillos sobre el ring de la poesía e intentos de crítica literaria. Voy desmenuzando dos libros con un pelapapas y un destapa sodas como armas punteras frente la guerra del verso. Que si estructuralismo, que si deconstructivismo, que si teoría de la recepción, que si a chuchita la bolsearon, que guara-guara la tostada; lo único que sé es que si nadie revolotea la pluma con atisbos de crítica literaria pronto se nos llenará de moscas el tamal. Hace poco, frente a unas Bohemias, conversé con una compañerita del trajín del verso de varias vicisitudes y salió a relucir lo de una crítica que preparo hacia el libro Canciones para las muchachas tristes (Ed. Analfabeta, 2012) de Guillermo Jaramillo, a lo que ella me respondió que no tenía caso, que me enfocara mejor a otros libros de verdadera trascendencia nacional, en pocas palabras, que mandara al quirófano algo que atrajera miradas y amistadas de otros lares. ¿Modus operandi de posicionamiento en base a elogios? Yo le voy al Necaxa. El oficio de poeta, tal cual, y tan menospreciado por las nuevas generaciones, que ya una vez legitimados a temprana edad buscan una especie de comunión social argumentando que ellos no pertenecen al estereotipo de poeta, que son personas normales –connotando como virtudes normales cosas como una utópica promiscuidad, ser cool y pregonero de sus propios vicios y deslices que los hacen más humanos y neomalditos– y dejan en la sombra el verdadero jale que lleva por ende la pluma y ojos de oficio. Tomar a la palabra como toro por los cuernos no es cosa que el Espíritu Santo o Mufasa nos otorguen de la noche a la mañana, normalmente lo que dinamita la vena poética es un número si bien no muy considerable o avasallador de lecturas, por lo menos tener un poco de anécdota con libros, ya después viene la apertura de la sensibilidad o posturas estéticas, etc. Por lo general, los poetas no somos personas normales. Tenemos nuestras obsesiones o nuestros traumas a flor de piel, y de repente, de un día a otro, ya se encuentra uno frente a un flash del iPhone para la página del Facebook de tal editorial o estás

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siendo abordado por jovencitas o jovencitos después de una conferencia. Entonces todo eso que se etiqueta como el trabajo sucio de un poeta (las traducciones, los trabajos de edición o investigación, periodismo, docencia, etc.) pasan a segundo término y hasta se ocultan. Así se nos vende a los jóvenes la pose de poeta, o mejor dicho así nosotros nos autoproclamamos no-poetas, al desligarnos ingenuamente de responsabilidades y postrarnos como sanguijuelas a la pantorrilla de las becas, mostrando un mecanismo de defensa ya no textual y teórico sino de manazos y arañazos en la fila india del FONCA. Pero volvamos un poco: ¿qué somos en verdad para la poesía los poetas jóvenes? Pregunta que nos antepone una respuesta inaudible o en algunos casos intratable. Es cierto que dentro de un padrón establecido por los premios literarios nuestra forma y fondo se ven anclados a buscar una diferenciación de unos con otros. El término de originalidad o autenticidad nos lleva a la perversión, se busca por medio de la sintaxis y tropos lingüísticos –aderezados después con pimientos de conceptualismo y neobarroco– llegar a una voz única que sobresalga como la flor más bella del ejido. Recuerdo una clase de Textos Barrocos en la que el maestro José Javier Villarreal ponderaba la metáfora y la imagen arriba del juego conceptual de la poesía del Siglo de Oro. El poemario como minifilm clasificación A para que pase por sus puertas cualquier tipo de lector. Un manadero de armonía o caos, donde la semiótica sea luz que abra una conexión con la conmoción estética. La imagen que viene de la mano con su hermenéutica de los conceptos vertidos en el poema debe aparecer como una arquitectura del pensamiento. He aquí lo que llamo honestidad, no a las temáticas que bordan su discurso en la decadencia y el morbo de la autoflagelación tan de moda en un Monterrey que aún se sonroja y aplaude cada que los posmodernos hijos de Bukowsky hacen de las suyas en algún premio o beca local saturando nuestros oídos de pop. Agradezco toda producción que se tilde de poesía, pero me percato que mi gusto se decanta y que son pocos los chivos que se me quedan en el corral. Si una voz poética es buena o mala –con el juicio de la trascendencia o propuesta innovadora–, ya será bronca del autor y del tiempo que embone cada pieza de lego en el pódium que le corresponda. La chamba del crítico que a su vez es creador, es simple: encontrarse a él mismo en la obra de los demás y proyectar un poco de él en el trabajo vertido por el otro, dejar factura de una voz crítica que pone ciertas nociones para que el lector al armar el rompecabezas decida ingerirlo o pasarle los dedos encima o simplemente hacer las palabras bolita y lanzarlas con puntería y precisión al cesto de basura o las catapulte a la canasta del « Me gusta» o el «retuit» para que mano a mano vaya pasando el avioncito de papel y hasta que llegue a oídos sordos que tachen de bullying cualquier toque con bisturí a sus poemas.

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Kรกtharsis XXI El C a s c a b e l Al G a t o

Arrรกstrate con dignidad, Muerde el polvo, pero no lo tragues; suspira, pero no lamentes; Y llora, pero no te maldigas. Porque al hacerlo ofendes a quien te quiere, Y yo te quiero como a la vida, Y te espero como a la muerte.

Gerardo Chรกvez (Monterrey, 1991)

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Colaboradores Jesús de la Garza (Montemorelos, 1994) Carlos Lejaim Gómez (Monterrey, 1986) Ingrid Bringas (Monterrey, 1985) José Chapa (Mission, Texas, 1990) Omar Ortiz (Distrito Federal, 1985) Israel Landeros (Monterrey, 1981) Karen Villeda (Tlaxcala, 1985) YaxKin Melchy (Ciudad de México, 1985) Sergio Laignelet (Bogotá, Colombia, 1969) Oziel González (Monterrey, 1992) Rafael D’ Armas (Mérida, Venezuela, 1980) Abel Ochoa (Guayaquil, Ecuador, 1986) Junior Estiven Medina Ortiz (Perú, 1995) Edison Navarro Cansino (Cotacachi, Ecuador, 1983) Mauricio C. Michel (La Paz, Bolivia, 1986) Jesús Montoya (Mérida, Venezuela, 1993) Fernando Vanegas (Táchira, Venezuela, 1993) Wladimir Zambrano (Guayaquil, Ecuador, 1984) Oriana Echávez (Mérida, Venezuela, 1984) Daniel Arella (Caracas, Venezuela, 1988) Gerardo Chávez (Monterrey, 1991)


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