Revista Kátharsis XXI, No. 1, Monterrey, N.L.

Page 1

Kรกtharsis XXI

Revista literaria


Kátharsis XXI

Consejo editorial

La edición, dirección y el consejo editorial estuvo a cargo del staff de Kátharsis XXI:

Bernardo Vázquez Oziel González

Juan Manuel Zermeño Diseño

Oziel González Contacto

Correo electrónico

katharsisxxi@gmail.com Tumblr

http://katharsisxxi.tumblr.com Twitter

@KatharsisXXI Facebook

Kátharsis XXI Los textos se incluyen con el consentimiento de sus autores o de los responsables de su

publicación. Las opiniones y contenidos expresados son

responsabilidad de los colaboradores.

Revista trimestral. Monterrey, Nuevo León, México.

Número 1. Año 1. Mayo-Julio de 2013


Kátharsis XXI

La poesía se ha estancado al fondo de los libreros, de las casas de la cultura, en el pasillo ABDJ-16 de la librería estatal, se ha quedado en los blogs, en las notas en las paredes de algún baño del bar de la ciudad, en el último cheque de la beca estatal o federal. Y así emergemos, rastreando los esbozos de saliva con las uñas, cocoreando al invierno al salir con sandalias directo al mundo editorial. El mar es para ustedes, acá nuestro esfuerzo de que sus olas con sal lleguen a orillas de otros labios. No somos una generación, somos la degeneración de la palabra que intenta reivindicarse en este valle de iPods y lágrimas. El frío ha llegado a congelar y quebrar el corazón humano (el corazón mismo del poema), sin más remedio que imitar a los ancestros, de tomar el thinner e incendiar el suelo, para que las letras dancen, que nuestras gargantas están hirviendo. La insustituible necesidad de juntar a la tribu, para después, quizá, desgarrarnos la piel y comernos entre nosotros mismos. No sin antes, romper los tabúes versales, no sin antes volver al lírico vaivén de la oralidad como fuente primera de frescura a nuestros tobillos. La conjunción de la literatura en esta geografía, nos abre un nuevo puerto para anclarnos o del cual despegar. Vayan las oraciones, vaya la tinta a confundirse con el rímel, pero por ningún motivo, Dios o el demonio, nos nieguen la entrada al verso.


“Todo gira para nosotros en torno del poema, y el poema no es, no puede ser artificio, vana retórica ondulante donde se adormezcan los sentidos, poesía es verdad, es dar a cada cosa su palabra exacta por encima de todo; lo poético es lo ver-dadero, a su luz, diáfana y perfecta, redes-cubrimos a cada paso el universo. Poema es el poder embriagador y diabólico del hombre, elegante manera en el absurdo y énfasis desbocado en la certeza. Ante el fracaso, renovado a cada intento, de ciencia y filosofía, soñó el arte esplendente del vocablo está en pie. Alrededor del friso poético todo se derrumba, sólo permanecen la prístina alegría de la palabra del poema, sólo la encendida creación que alimenta de entrañas a los dioses, sólo el eterno diálogo del hombre. El verbo ha de salvar o hundir al universo, ello puede todo, desde astillar al mundo hasta hacerlo diamantino. Aquí estamos nosotros, pues, oscuros adoradores de la palabra. Vayan así nuestros vocablos, no han de astillar el universo ni redondear el mundo, pero vayan.” -Editorial del número uno de la revista Kátharsis en 1955 por Arturo Garza.


Kátharsis XXI

Sirena negra (Mar rojo) Al poema se le nota esa exangüe virtud de vivir muriendo, ese paciente cuerpo en soledad despierto, la humedad por su paso en la lluvia, la raíz en sus manos atada a la sombra, el calor, lo ardiente, lo incierto, al poema le duelen sus nombres, cuando pulsa la sangre, cuando el aire se cuela por un rojo amanecer. Roja lucha, invócame; viento rojo, cúbreme; roja sirena, bordéame; rojo sueño, despiértame de aquella muerte que ríe en tus brazos. Desiertos y grietas cortarán los labios, cada hueso abarcara un dolor distinto, antes de la fiebre bebe la vida, bebe, que el diluvio de los muertos ya vuelve. Siniestros lenguajes trasformarán tus ojos, desnuda caricia protegerá tu tiempo con palabras para soportar lo estéril, Para entender el luto y conocer el miedo. Al poema le prenden fuego, a la mujer la matan, al hombre lo matan, las verdades ocultan, y así el corazón arrebatan.

5

K a t h á r t i c o s


Kátharsis XXI

En tinta roja el poema cede sus enigmas en tinta, en mar, en calma, queda clavado como espejo celeste, así une las ausencias, se funde y por fin existe. El recuerdo no se muere del todo, por eso este mar rojo candente ceniza, deseo que vierte y convierte sin ninguna prisa. Mar rojo… defiende la historia, de aquellos tiranos, de aquellos idiotas.

Natalia Correa Márquez (Morelos, 1983)

6


Kátharsis XXI

II Mi hija nave Anaita atraviesa océanos Mi hija suiza Anaita renace en el aire Mi hija pez Anaita cuece humanos Mi hija lingüista Anaita es pulcra. Anaita hay ovnis comiendo de mis ojos y no quiero que exploten temo a toda luz corrosiva y a su choque multitonal hay vergüenza en este mundo caracol gigante no nazcas en él sus ecos y bóvedas de ciempiés con relojes de arena se estrellan en el llano repujado de tu pineal Anaita eres un líquido que aún llevo dentro del manto acuífero y lechoso de mi matriz infértil Anaita eres una fruta que oye sonidos de nube y se construye a sí misma por no poder salir de mis entrañas Anaita existen tornados azules acabando con arañas voladoras y su ingesta per cápita hija milenaria puedo verte en la dimensión aleatoria del anunnaki siento tu reflejo en la sombra de los sirios cosmonautas Anaita colapsas con las catástrofes mundiales y desdeñosa eres de profetas arcaicos come hombres porque a tu vista ceniza Anaita el mundo es un ave que no sabe volar por eso el circo de mis letras por eso la evaporación exagerada de mi sudor frío cae a borbotones por mis venas por eso nace Anaita por eso es Anaita por eso Anaita eres alma estacionaria de mi vida muerta a la edad de mi carne ahí vives regocijada en el espacio diseñado a mi memoria vuelas en la oscuridad hija mía multiplicadora adentro llueve Anaita afuera hay un derrame tauromáquico de sangre y pan regados en la carretera los campistas quieren hacerse licuados con pasto y hebras de las penas marchitas Anaita el insecto mudo me miró mientras nacías pero temí y tuve que regresarte hasta el fondo de mi óvulo polinizado para que te conectaras con mi médula y pudieras habitar en él Ayer mientras me bañaba un pájaro azul me violó ocho veces expulsaron mis ojos espermas negros como renacuajos escarlata y en ese paraje Anaita te vi nacer Anaita te vi poder

7


Kátharsis XXI

No quiero que seas niña ni niño ni robot ni perro Anaita quiero que seas una fluctuación y un número abstracto como los círculos polares Anaita escucho elefantes silbar una canción que me sabía ya no la quiero cantar porque me asusta la música de colores pantone la sonoridad está en la brisa que recoge tu cabello Anaita tienes los ojos castaños hirvientes y tostados Anaita puedo tomarte fotos y colgarlas en mis pestañas a la orilla del árbol de mango que vivimos frente a tu casa Anaita tienes los dedos llenos de llagas blancas Anaita no nazcas quédate en mi cuerpo y sírvete de mis vísceras si te apetecen Anaita estás en la mediación de la tierra no verde Anaita eres vida y no quiero que te apagues Anaita sube, sube, sube, sube, sube elévate en mil potencias y grita a los quince vientos que eres un remolino reventado de origamis de fuego con boca de huracán hambriento de raíces y lugares que no existieron jamás Cuando conté el número de cabellos que crecieron en mis dedos te hice una trenza Anaita y la adorné con flores Anaita ¿de qué color son los dientes de tu peine? Anaita ¿escuchas el viento? no lo toques Anaita no salgas al mundo ¿ya viste que no perteneces a él? Anaita estás fría no te apagues vive en mi vientre ahí quédate Anaita hablo de ti, despierta Anaita no te hagas sangre, manchas las sábanas rojas Anaita serás mi hija no nata Clava tu cuerpo en mi vientre.

Mallinalli Balazo (Coatzacoalcos, 1986)

8


Kátharsis XXI

Super size my love

para Olga Carrizales

Me encantas, te lo he dicho con el vientre orgullosamente hinchado, con la boca llena de nuggets de pollo, con un cuarto de libra con queso en una mano y el corazón en la otra. Nuestro amor floreció en las afueras del imperio: tú eras la cajera del McDonald’s local (brillante y aburrida como los panorámicos de neón en una calurosa noche de verano). yo era un poetilla neomaldito de mcondo (brillante y aburrido como cualquier poetilla neomaldito de cualquier parte). Recuerdo el McTrío del día: hamburguesa con queso papas fritas Coca-Cola® y por quince pesos más tu amor. (Sobre nosotros estaban los arcos dorados en el cielo -símbolo inequívoco de la gloria del imperioy a lo lejos las risas de los niños obesos en los jueguitos) Estábamos sentados en una banca afuera, y en medio de nosotros el payaso Ronald como un dios. La felicidad de conocerte no cabe en ninguna cajita (es más grande que una Big Mac sobre otra Big Mac). qué más puedo decir

me encantas. Julio Mejía III (Torreón, 1990)

9


Kátharsis XXI

Muerte en el azul Cerrar los ojos, sentir escalofríos derrumbando cada latir. Mientras, una gaviota permanece herida en medio de la playa, el sol, la cubre pero quema; el aire, refresca pero aleja; la llaga, duele pero gusta. Quedarse quieto, esperando que todo pase. Entonces, la gaviota escucha asustada el ruido del mar, las olas forman una prisión, la arena los insoportables minutos y se inunda en el azul. La tranquilidad a gota, empapando los momentos. La gaviota es una masa transparente que se deja morir, la prisión del tiempo en la inmensidad de la atmósfera le ha transmutado. Morir desde dentro primero, mirar el reloj después. Mientras, la masa transparente se arrastra sobre el espacio, el cosmos, se vuelve el latir infinito; un remolino de universos en medio de la playa.

Dulce Alcántara (Distrito Federal, 1988)

10


Kátharsis XXI

Desconsidera El paladar te clama/ y tú: desconsiderada/ me dejas tus grilletes. Difuminados los ojos/ las costillas. Me diste tus rótulas y nudillos/ los fracturas en mi abdomen/ y te vas cantando alba. Tianguis de besos y camisones celestes [Sólo las sombras me han tocado como tú]. Sin embargo: desconsiderada. Me has rasgado la garganta/ asfixiado con tus muslos de azufre mi lengua de semillas de cacao. Tienes flora; peces en tus senos/ y arrecifes en tus hombros. Te desbordas en mí con oleajes/ y no me sometes/ me dejas libre navegar. Jamás me ahogas ¿Cómo la mar podría ahogarme con tanta paz? Entretanto: desconsiderada. Te guardas el laberinto de mis ecos. Deambulas las veredas de los trigos. Me inventas. Me pones todos los nombres. Me das la puerta abierta a tu organismo. Los pájaros te surten nidos/ te silban todas las mañanas. A pesar: desconsiderada. A mí me regalas tus hojas/ tus tibios omóplatos filosos. Ellos que te gritan flores; de mí hiciste guarida/ te echaste nevada en mi vientre [Blanca-perpetradora] Los lirios no saben de ti -Porque a una dama tirana no se le da el cielo/ ni se le recoge colibrís-.

11


Kátharsis XXI

Se le pide auxilio en las entrañas; La carne abierta de nuestro pecho [Sin embargo: desconsiderada] Abro los labios/ sales infinita; y aun con los días contados/ mides la distancia de mi esternón. Pasas el resto de las horas descubriéndote la adolescencia de mi libido romance; me invitas a tu cama. Nos calcamos acebuches frondosos/ y me llevas en auto a dar un paseo por las colinas de tu pensamiento. Mientras tanto: desconsiderada/ vuelves con tus retinas de niños mojados a sorber cada poro del fulgor boreal; de este esperpento que inventas y crees/ al que le has dado muerte y reanimado/para jugarse los ojos debajo del agua.

Noek Izardui (Monterrey, 1982)

12


Kátharsis XXI

Canción del sueño Ven. Acuéstate en mi cama. Tus párpados mis sábanas. Tenderé tus ojos a la sombra. Cantaré quien eres -transita las edades vía tus venas la memoria pero en los costados de tu especie hay una marca y en ella su perímetro lluvioso ancla el olvido. Sagitario hiere los rebaños y las dunas, un minuto traza alrededor de los corrales donde se contiene como en granjas luminosas una infinidad de zoologías pero no recuerda sus orígenes la luz, dioses como excusa para estar en esta casa en la que tu estatura guarda el polvo de los días como en una caja de bitácoras redondas. (...) Cuando los pretextos del contexto se diluyen y tiramos anclas en la costa del poema nos atacan monstruos y mujeres dando a luz, viajan sus ejércitos de noche en nuestras venas, se nos llena el vientre de mordidas por adentro, sangran los brazos de los muertos que ya fuimos, moja nuestros párpados un eco, naufragamos en la cama envuelta por mareas invisibles. (...) En tu boca abierta hay un león. En tu geografía pozas fértiles de luz. Caes desde tu piel, murmuras, duermes, pero tras tus párpados despiertan otros ojos. La mañana araña lentamente las cortinas.

(De Horcas invisibles) Adelaida Caballero (Monterrey, 1986)

13


Kátharsis XXI

Cantos de otoño

Bajo el techo de este cuarto, abajo de todas las cometas te cantaba canciones para que te parpadeara la noche, te susurraría el corazón que se ha ido como un perro, aquí te espero entre estos ojos occidentales de aquel café chino de tan mal reputación, el otoño no le hace bien a nadie porque ya no te extraña el asfalto de mis calles ni el canto de los negros, cuánta piedad nos han tenido las flores y los muertos que han orado por tu sonrisa, no lo sabes mujer, habrás de destruir muchas almas con esos tacones altos, y yo leeré a Virgilio hasta que nos llegue el verano como espuma, o recoja tus recuerdos entre el vómito de las noches tristes.

Ingrid Bringas (Monterrey, 1985)

14


Kátharsis XXI

Extravío

“No one is free, even the birds are chained to the sky.” Bob Dylan

(I) De perderte o que me pierdas, prefiero que nos perdamos juntos. (II) Estoy disipado, necio, infame, rebelde, colérico y odioso de mí mismo... la raíz de todo esto tiene sentido: No te tengo a mi lado. (III) Un día cualquiera, caminé hacia ninguna dirección, cuaderno en mano, pensando en ti. -Calle Exilio #0302quiero escribir una rima estúpida e ingeniosa a la vez: yo añorante como Dante, tú infeliz como Beatriz. (IV) Me detuve en un parque y nos vi reflejados entre las hojas caídas; desertores por consecuencia, amantes por sincronía, dos sustancias -óleo y letraextraviadas en sus instintos jugando hopscotch con el amor. (V) En la constelación de tus lunares todo indica que si quiero recuperarte debo tomar la siguiente vuelta en “u”.

Míkel F. Deltoya (Ciudad Juárez, 1991)

15


Kátharsis XXI

Micción Me acerqué a Tania por detrás, con pasos silenciosos a pesar de que seguramente me había escuchado entrar. Le besé la nuca. Ella ronroneó como felino mimado pero no distrajo sus manos, que estaban encargadas de preparar la cena. Me serví un vaso grande de agua y me senté a la mesa para verla cocinar. En ese instante el reloj marcaba las nueve de la noche. Recordé que durante todo el día sólo había orinado una vez, justo antes de salir para el trabajo; es decir, llevaba prácticamente doce horas reteniendo líquidos. Mi vejiga venía reclamándome desde la hora del almuerzo, pero yo le decía: Ya, tranquila, trata de gozar el momento. Sin embargo, era hablar en vano, pues el vientre se me había inflamado y endurecido. Yo controlo mi cuerpo, no viceversa, pensé mientras disfrutaba ver a Tania moverse por la cocina de un lado a otro. Mucho tenían de ballet artístico sus movimientos, sobre todo cuando estiraba sus brazos para alcanzar algo de los cajones superiores y se ponía en puntillas. El vaso de agua estaba lagrimeando. Lo abracé con mis dedos, aceptando mi deseo por beberlo. Lo giraba para encontrar un ángulo de su cuerpo que me sugiriera contenerme, pero el cristal me incitaba a que lo sorbiera con todas sus partículas, me comentaba que reprimir los placeres hace mal. Reprimir mi vejiga hace más mal, le contesté. Decidí tomar sólo la mitad del líquido. Mi garganta lo agradeció; mi vientre, no. Me levanté y le di otro beso en la nuca a Tania, que seguía bailando con los trastes. Terminé el beso con una leve mordida, como un coqueteo, a lo que ella respondió empujándome con el culo hacia atrás. Pude sentir cómo ese choque de caderas presionó mis entrañas, ocasionando la fuga de unas cuantas gotas. Subí a la recámara con el pretexto de cambiarme la ropa de oficina por la de cama. Cuando desabroché mi cinturón sentí un alivio que me hizo exhalar aire de placer. Ya desnudo, entré al baño. Mi vientre se había hinchado más que cualquier otro día. La micción va a estar estupenda.

16


Kátharsis XXI

Me coloqué ante el lavabo y apunté el miembro hacia el desagüe. Le sonreí a mi reflejo en el espejo, pues mi parte favorita del día había por fin llegado. Liberé todo lo que tenía que liberar, pero sin hacer esfuerzos, permitiendo que mi organismo se encargara de todo. Un alivio recorrió mi ser entero, haciéndome temblar. No había terminado de evacuar ni la mitad de lo que quería, cuando escuché a Tania entrar a la recámara. La cena está lista, anunció. No respondí. Continué orinando: no estaba dispuesto a que me arruinaran ese momento. Tania giró la perilla de la puerta, pero no por completo. ¿Qué haces ahí dentro?, preguntó mientras yo recordaba no haber colocado el seguro. Aunque hubiera querido detenerme, mi organismo no hubiera accedido ni con la más alta concentración mental. Me quedé suspendido, mirando la perilla de la puerta. Bueno, no importa. Te espero abajo, no tardes, dijo alejándose desde el otro lado de la puerta. Terminé, por fin. Abrí la llave de agua para lavar cualquier rastro. Consideré limpiar mis manos antes de cenar, pero decidí que sería mejor bajar así: no quería arruinar el gozo que me provocaba darle de comer a Tania en la boca.

Juan Rivera (Pachuca, 1992)

17


Kátharsis XXI

Tijuana en el exilio Son pocas las veces que considero creíbles las anécdotas que me cuenta mi madre sobre su infancia. Me habla de una Tijuana tranquila donde se podían dejar las puertas abiertas de la casa, las bicicletas en la calle, y era posible caminar por las noches en la ciudad sin correr ningún tipo de peligro. Igualmente me parece extraño que esta esquina olvidada del planeta haya servido como refugio para exiliados españoles. Su infancia la vivió en una privada de la calle 7ma y Niños héroes. Sus vecinos más apreciados eran la familia Aragón, que estaba conformada por Fernando el jefe de familia, Lola su esposa y sus cuatro hijas, cuyos nombres han quedado en el olvido. Ellos habían llegado a México en 1952, huyendo de la opresión Franquista que amenazaba con aprehender a Don Fernando por haber entregado panfletos de tintes rojillos durante su juventud. Él trabajaba para una empresa panadera durante esa época, el hijo de su jefe fue fusilado y castrado junto con un grupo de amigos suyos. Gracias a su discreción y buena suerte pudo vivir sin problemas en España hasta finales de los cuarenta. Su buena racha terminó cuando creyó prudente comentar sus ideas políticas a un compañero de trabajo. Los pardos de franco no tardaron en atosigarlo y molestar su familia, hasta que decidieron huir hacia Portugal, luego a Venezuela, para terminar en nuestro país y, por azares del destino, aparecer en la bella “Tijuas”. Durante esos años mi abuelo era dueño de una carnicería llamada Belmont, ubicada entre calle 3ra y Mutualismo, según cuenta la historia era famosa por su buena selección de carnes. Los Aragón, aparte de ser muy buenos clientes, eran amigos de la familia. Mi abuelo Alfredo y Don Fernando disfrutaban de ir a ver a los galgos correr todos los domingos, apostándole módicas cantidades de dinero al animal que tuviera el nombre más curioso. Nunca ganaban nada, pero el gusto nadie se los quitaba. De regreso siempre pasaban a la casa de Alfredo para tomarse un café y celebrar la ya anunciada derrota del pobre animalucho que no fue lo suficientemente veloz para atrapar a la liebre mecánica. Platicaban de deportes, situaciones cotidianas, pero nunca sobre política, aunque de vez en cuando hablaba de la madre patria con una melancolía desgarradora. Los temas bélicos estaban a flor de piel, recordemos que durante los sesenta las diferencias entre la Unión Soviética y los Estados Unidos estaban en su cumbre. San Diego era buen candidato para ser atacado, ya que ahí se encuentra la base naval más importante de toda la costa oeste; una bomba no distingue territorios enemigos de neutros. Claro que, para temas tan serios nunca faltaba quien encontrara graciosa la idea de una bomba atómica, tal era el caso de Gilberto, otro vecino de la privada que gustaba de pasearse en su bicicleta por las tardes gritando que los rusos ya venían en camino, parecía una versión muy moderna de Pedro y el Lobo, muchas veces sus falsas predicciones llegaron a espantar a muchos, aunque pasado el tiempo ya nadie le prestaba atención.

18


Kátharsis XXI

La casa de los Aragón era la más singular de la privada, por ser la más pequeña y siempre relucir de limpia. Todo lo que estaba a cuidado de Doña Lola se cubría de un aura inmaculada, desde su trapeador blanquísimo hasta los trajes de su esposo que hacía algunas décadas habían pasado de moda, pero que ella cuidaba como si fueran el último furor, junto con algunos sacos y suéteres de sus hijas que, cuando ya se veían muy gastados no hacía más que voltearlos, las costuras eran casi invisibles. Un día el señor Aragón decidió ir a las carreras de galgos sin mi abuelo, y apostarle al animalito de nombre más decente, probablemente lo hizo para salir de la rutina, dar algún pequeño cambio a su vida; muchas veces este tipo de cosas las hacemos sin esperar que nada maravilloso suceda, así como Don Fernando nunca esperó ganar la carrera. La cantidad que ganó mi madre no la recuerda con exactitud, lo que sí se le quedó muy grabado es que todos estrenaron ropa por todo un mes, y que invitó a mis abuelos y sus seis hijos a comer a un restaurante. Fueron pocos los meses que permanecieron en Tijuana después de que ganó en los galgos. Don Fernando y Doña Lola decidieron que era mejor mudarse a Estados Unidos, probar nuevas oportunidades en un país primermundista, así que la familia Aragón empacó sus pulcras pertenencias y se dirigió a un nuevo horizonte, esperando ya asentarse en un país ajeno, muy ajeno a aquella España fascista pero aún cercano a un México que les brindó asilo. Después de su partida, aquella privada de la calle séptima no volvió a ser la misma, faltaba ese trapeador blanco, las chicuelas rubias que se dirigían a la escuela muy arregladas todas las mañanas, esos saludos gritones de Don Fernando y los piropos que le daba a las niñas Doña Lola. Un silencio absoluto invadió a esa parte del antiguo centro de Tijuana, hasta Gilberto dejó de anunciar la ficticia llegada de los rusos.

(Texto cortesía de la antología Norte/Sur, coeditada por Kodama Cartonera, de Tijuana; La Verdura Cartonera, del D.F. y Cohuiná Cartonera, de Chiapas. Este libro reúne a nueve autores de México, Guatemala y El Salvador que abordan el tema fronterizo en alguna de sus obras, ya sea cuento, poesía o dramaturgia.)

Claudia I. Solórzano (Tijuana, 1984)

19


Kátharsis XXI

De la línea blanca

II (TARDE DE EJECUCIÓN EN LA FRONTERA) He aquí la justicia, la muerte de la bestias de lujo, un coágulo de sal, la línea blanca, el sonido rojo y cortante del anzuelo de plomo cayendo sobre la hierba. He aquí la justicia, la gritadera de las hembras, el matadero y sus riñones, el silencio de los caballos, el viento, el silencio que ahora se apodera de la noche.

20


Kátharsis XXI

XVIII Cuando vengan por mí como por cualquier otro inocente y me peguen un tiro en la nuca, para después desmembrarme y quemarme en ácido con la intención de no dejar ni un solo rastro de mi existencia. O en su defecto cuando vengan por mí como cualquier otro y me pateen hasta reventarme los riñones, para después irme a tirar a algún terreno baldío con la intención santa de que sea devorado por los animales. Recuerda que te amo y que perdono a mis captores, a la bala casta venga de quien venga, esto porque yo sé lo que es vivir enojado en este país en donde el futuro es sinónimo de engaño.

(Texto cortesía de la antología Norte/Sur, coeditada por Kodama Cartonera, de Tijuana; La Verdura Cartonera, del D.F. y Cohuiná Cartonera, de Chiapas. Este libro reúne a nueve autores de México, Guatemala y El Salvador que abordan el tema fronterizo en alguna de sus obras, ya sea cuento, poesía o dramaturgia.)

René Morales Hernández (Chiapas, 1981)

21


Kátharsis XXI

H o m e n a j e

R a m i r o

G a r z a

¡En la música austral de tus pupilas va la canción de mi presentimiento. En la pauta gentil de tu sonrisa ya miro libre mi mejor deseo. Nacen de tus sinfónicas palabras giros de luz que flotan como ecos. Hay un prestigio de sentirte eterna con cada paso firme del silencio. No negaré la estrella que te alumbra: Es la poesía del mejor acento. Amame sólo por amarme. Traigo penares por tu amor desde el misterio. Dame tu mano de jovial tristura que yo besaré pálido y lento. El vals que tocarán las fuentes vivas será el compás de nuestro baile intenso. En esta primavera ilimitada será mi corazón tímido huerto. El rocío que caiga en tus pupilas resbalará hasta mis profundos pétalos. Tu sonrisa será entonces la gloria y yo el crepúsculo de tu ágil reino. Con un abrazo en medio de los astros Acabará nuestro invisible cuento.

22


Kátharsis XXI

S O N E T O Incansables gemelas de madera que se mueven a impulsos cotidianos, lineales goznes de la luz viajera con que la obscuridad acariciamos. Brazos que nos dejó la primavera para erigir fastidios en su trino, rectas en su paciente y trajinera vocación de misterio y destino. Puerta es un lago azul hacia otro mundo. una separación concreta y vana del engaño trivial que nos señala. Mecanismo de pétalo profundo que de la flor de piedra brota y mana y una muerte venial nos acorrala.

Carmen

Alardín

(Los textos de la sección “Homenaje” son poemas publicados en el Número 3-4, Vol. 4 Diciembre 1955 a Enero de 1956, de la revista Kátharsis bajo la dirección de Hugo S. Padilla, Monterrey, Nuevo León.)

23

H o m e n a j e


Kátharsis XXI E n t r e v i s t a

CON JORGE FERNÁNDEZ GRANADOS por Juan Manuel Zermeño (Monterrey, 1991)

a Claudia Posadas

Corría el año del dos mil once, me encontraba en la F.I.L. MTY apoyando en el stand de Libros de Nuevo León, cuando de pronto se acercó a observar los libros, tomado del brazo de una señorita. En aquél entonces charlamos muy poco y terminó por comprarme el libro Escenas sagradas de oriente (Almadía) de José Eugenio Sánchez, con la sorpresa de percatarnos de que ambos conocíamos al autor en persona y hasta nos sabíamos su apodo “El Chepe”. Se trata de Jorge Fernández Granados (Ciudad de México, 1965), mismo al que en aquella ocasión no reconocí y a quien un año después me vengo a encontrar en el bar de Sanborns, junto a aquella señorita, la poeta y periodista Claudia Posadas y otros escritores locales. Cuando me presentaron con Jorge, sus primeras palabras fueron “claro, recuerdo tu voz”. Este tipo de encuentros casuales, entre la juventud y la experiencia, son, como él dijera al referirse al ejercicio de hacer un poema en el libro A Contraluz: “se trata de un tejido hecho de dos agujas, la del oficio y la del azar.” En el 2010 CONACULTA publicó el libro “20 años de poesía, Jóvenes creadores del FONCA” con selección e introducción de Jorge, en la cual sentencia a principios del segundo párrafo: Ningún territorio más incierto que la juventud, y cierra este con: La otra cara de esta moneda consiste en la oportunidad de presenciar, a la más corta distancia, el trabajo en marcha de los escritores jóvenes en México, al referirse al Programa Jóvenes Creadores. Estas dos oraciones son vasos comunicantes que se vienen a conectar con la visión que tiene Kátharsis XXI de hacer una radiografía del quehacer literario de la generación de los ochenta en delante, de los niños a los que aún no nos han quitado el dulce de la boca. A continuación, cinco preguntas que cuyas respuestas me parecieron imprescindibles para todo joven que aspira entrarle al ruedo de escribir poesía.

24


Kátharsis XXI

J.M.Z. ¿Tuvo Jorge desde niño la conciencia de la poesía, una especie de llamado o fue hasta la adolescencia? ¿Cómo fue ese encuentro? J.F.G. No recuerdo ningún “llamado poético” en particular. La poesía nunca se me presentó como ninguna revelación sino como un paulatino aprendizaje y un oficio. Cierto que me gustaron desde muy joven los libros y las palabras; pero más por aquello que decían que por alguna especie de prestigio preestablecido. Si he de ser sincero me atraía desde niño el arte en general —la música, la pintura y el cine— por la misma razón quizá que la literatura: me parecían, y me siguen pareciendo, actividades fascinantes, inagotables, constituidas a la vez de libertad y de rigor; que requieren, por lo mismo, una imaginación intrépida aunada a una minuciosa técnica. Lo que sí tengo claro es que tuve desde la adolescencia la vocación de ser un artista. Practiqué la pintura y estudié música, hice algunos guiones cinematográficos y, al fin, di con la certeza de mi vocación central: la literatura. Publiqué mis primeros textos por ahí de los 22 años; desde entonces la literatura sigue dándome lecciones. J.M.Z. ¿Crees en el concepto de “poesía joven”, aún no es poesía o siempre ha sido poesía? J.F.G. De entrada, creo en el concepto de poesía, pero todos sus adjetivos me parecen sospechosos. Esto es, entiendo lo que pretendemos definir cuando decimos “poesía joven”, pero cada vez tengo más clara la idea de que aludimos a algo así como “poesía nueva” o “poesía actual”. En este sentido, la poesía (o cualquier expresión artística) que deje de renovarse o inquirir acerca de sus propios límites está muerta. Seguramente hay, habrá y ha habido siempre, una poesía joven, siempre y cuando entendamos que esto quiere decir una poesía que está cambiando a la poesía. J.M.Z. ¿Qué legitima a un joven como poeta? J.F.G. Lo más saludable es que ningún joven quiera legitimarse a sí mismo como poeta. El reconocimiento de poeta es algo que, en casi todas las culturas, sólo es adquirido tras la muerte y por el consenso de innumerables personas y de varias generaciones. No existe, en vida, ni la escuela ni el título prefabricado de poeta. Si un joven siente la vocación hacia la literatura, hacia la poesía, lo más recomendable es que practique la escritura como un oficio y, sobre todo, que lea mucho; independientemente de la carrera o la actividad laboral a la que dedique su vida.

25


Kátharsis XXI

J.M.Z. ¿Qué aciertos o deslices ves en los poetas de la generación de los ochenta en adelante? J.F.G. Lo que he podido leer o conocer de esta generación emergente me entusiasma. Percibo una libertad, una amplitud estética sorprendente que va de la mano de su familiaridad con nuevas tecnologías pero también de su necesidad reencontrada por pertenecer al mundo en el que viven. Es una generación vertiginosamente informada pero también nerviosamente atenta a lo que está sucediendo a su alrededor. Claro que también observo una tendencia, tal vez por este mismo nuevo orden mediático e informativo, a la inmediatez y hasta a la superficialidad. Es como si para esta generación todo se creara y desapareciera en un parpadeo, como si sólo existiera aquello que está al alcance de un click. La poesía —la verdadera poesía— que provenga de los nuevos poetas será la que dé testimonio de esta nueva realidad. J.M.Z. ¿Hacia qué panorama se dirigen, profesionalmente hablando, aquellos que optan por dedicarse a la poesía en este país? J.F.G. Sería muy irresponsable de mi parte decirle a un joven con vocación literaria que hay una perspectiva segura o una carrera sólida para quien quiere ser escritor en México. De ninguna manera. Creo que es más bien todo lo contrario: hay mil obstáculos qué vencer y muy pocos alicientes. Incluso es una falacia que un escritor se forme en alguna escuela o institución académica. La creación de una obra literaria es una rara excepción, una apuesta a contracorriente en medio de una realidad cotidiana que conspira constantemente para desalentarnos. Pero precisamente por ello es tan importante la auténtica vocación en un autor y no cualquier expectativa de triunfo, fama o dinero. Ahora que, justamente por esta realidad adversa, los mejores escritores surgen de la tenacidad y de la experiencia humana en todas sus dimensiones y desde la más remota de sus latitudes. Al final, la materia de la que trata la literatura es la vida y muy pobre sería si sólo contara la vida de los que se creen escritores. Y por último a los más jóvenes sólo les aseguro que sobrevivirán mientras no crean que todo lo que existe sólo está en una pantalla.

26


Kátharsis XXI

Los agonistas Esta noche cualquiera de martes sólo los jóvenes de menos de veinticinco tienen aún algo inesperado que ganar o perder en su vida, casi todos los demás nos hemos acostumbrado a las pequeñas domésticas mediocres dosis en las que viene la vida. Sólo los jóvenes de menos de veinticinco esta noche cualquiera de martes perforan con fosforescentes proyectiles de música adentro de sus oídos las murallas indiferentes de la noche, y arriesgan su identidad por un increado don que los acecha, arrastran hasta el peligro el privilegio de la juventud mientras su corazón todavía sin blindaje podría recibir precisamente hoy, precisamente esta noche cualquiera de martes la perdurable herida que los hará fuertes o espectrales para siempre, la bala abismal que les obligará si sobreviven a construir la dura cicatriz de su coraza. Hay que admitir que casi todos los demás estamos algo muertos o sometidos o demasiado cansados a estas horas ya del trabajo y dormimos o vemos t.v. o merendamos, salvo ellos y sus todavía salvajes almas los demás somos un precavido cálculo de aquí hasta mañana, de la pérdida a pedazos de aquella ilusión que hoy a ellos los desvela. (De Principio de incertidumbre, Era, 2007)

Jorge Fernández Granados (Ciudad de México, 1965)

27

C a v a


Kátharsis XXI

Aniversario V a r i a b l e

“A Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos por morir tan despacio” A Mariló, Paola y Alberto, mis hermanos

Hola papá. No creía que fueras a recibirme. Seguramente lo has hecho porque también tú te has acordado de que hoy es un día especial para los dos. Te imaginaba peor. Más avejentado e impedido. Me dijeron que después del derrame perdiste algo de movilidad, pero supongo que estos últimos meses de rehabilitación te han ayudado. ¿Dónde puedo dejar la maleta? No te preocupes, me quedo en casa de una amiga. Además, no tengo vocación de enfermera. Vaya, me olvidaba de que todavía no has podido recuperar la palabra. No te esfuerces, tú tranquilo. Después de quince años sin hablarme, aun estando en tus plenas facultades, nadie como yo para soportar tu silencio. Ni siquiera tú mismo. Pero no te inquietes. Con el tiempo, te acostumbrarás. Yo te digo hola. El saludo mínimo que le dirijo a cualquiera. Pero, tras una comunicación interrumpida durante tantos años, es como si este hola adquiriera otro significado, ¿no crees? El valor de un primer paso. Un hola que, a mi pesar, puede delatar un te quiero. Te preguntarás por qué no he venido antes, cuando se te rompió la venita del cerebro. Pues porque la noticia me llegó con semanas de retraso y, cuando me enteré, me costó algún tiempo más superar el pánico de que esa sangre descarriada me afectara de alguna manera. No podía soportar la visión de mi propia sangre fuera de tu arteria. En sueños te aparecías como una verruga que reventaba y, al salpicar su líquido mi piel, me regaba todo el cuerpo de pequeñas verrugas como tú. Quisiera haber soñado que alguien te cortaba los testículos, los echaba al mar y, de la espuma, nacía yo como diosa de un padre terrible. En ese caso habría venido antes, pero la idea de una estirpe de verrugas me resultaba insoportable. Te quiero, sí, y aunque nunca me diste ni una muestra de afecto, aprendí cuando era niña de otros mayores que la gente decía estas dos palabras, “te quiero”. Y yo las repetía, las repetía para aprenderlas, hasta que un día las empecé a sentir, y entonces dejé de repetirlas, y comencé a silenciarlas, a conservarlas solo para determinadas personas y momentos. Hoy te las digo –te quiero– porque, como creo que sabes, no es una ocasión cualquiera. Hoy es 18 de julio. El día de nuestro aniversario.

28


Kátharsis XXI

Un día como hoy de hace quince años rompimos nuestra relación. Pienso que quince años de ruptura son muchos, hay que celebrarlo. ¿Tú lo has celebrado? ¿Seguro que no puedes hablar, o no quieres? Ah, ya veo. Es demasiado esfuerzo. No, no, no lo intentes. Déjalo. Pero, si me permites, voy a sentarme en esta silla y voy a contarte cómo lo he celebrado yo, desde primera hora de la mañana: Primero, me desperté sin miedo. (El padre, renqueante, se acerca al piano y, sin sentarse, toca una tecla, la misma, repetidamente. Es un fa bemol.) Claro, papá. Sí, toca el piano. Cuando de niña te veía tocar, solía preguntarme cómo, a pesar de verte deslizar las manos ligeras en las octavas, el sonido, al oído, acababa sonando como una sola nota. Bajo tus manos convertías las voces múltiples de una sonata en una monofonía, en la voz única y autoritaria de una tecla grave. Pobre piano, reprimido en su crecimiento como un bonsái durante quince años. Lo he echado de menos. Qué bonito sigue. ¿Puedo acariciarlo? Me resulta tan familiar que, al pasar mi mano por él, me parece que en lugar de madera y laca tenga piel y pelito. El piano fue la única de mis pertenencias que no arrojaste a la calle aquel 18 de julio. ¿Sabes? una amiga que me quería consolar me dijo que seguramente te habías querido quedar con él porque era lo más mío, el objeto que yo más había tocado en toda la casa hasta los trece años, cuando me echaste. Pero las palabras de mi amiga no me consolaron, porque yo era inconsolable, y porque sabía que, como todo necio, confundes valor y precio, y este piano cuesta dinero. Mucho más dinero que todas mis pertenencias de niña juntas; mis libros, mis juegos, mis fotos, mis peluches, todo lo que tiraste a la calle como basura sin bolsa. Papá, no te preocupes. No necesito que hables. No estás en condiciones de esforzarte, y me angustia ver cuánto te está costando articular esa palabra que no logro entender. Relájate. La intención es lo que importa.

29


Kátharsis XXI

Pero te estaba contando cómo he celebrado nuestro aniversario. Voy a sentarme de nuevo, porque el viaje ha sido largo. Pues, te decía, he comenzado por despertarme sin miedo, y no solo eso, sino que me he tocado los pechos como si me los tocara un hombre que sí me quiere y que me dice: “Felicidades mi mar, quince años sin miedo”. Y después, todavía entre las sábanas, he susurrado: Gracias quiero dar al divino laberinto de los efectos y las causas por la diversidad de criaturas que forman este singular universo. No me mires así. Te conozco, y sé lo que estás pensando. Que tú no das gracias a nadie, y menos por la diversidad de criaturas que pueblan nuestro universo. En realidad, te conozco tanto que puedo incluso precisar más: tú amas a todos los animalitos, pero detestas a los hombres. Todavía recuerdo el comienzo del cuento que me contabas de niña para dormirme, cuyo primer párrafo me obligaste a memorizar como una oración: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.” Hoy creo que me contabas aquella historia más como un encantamiento que como un cuento. Yo me dormía pensando que, tal vez, si despertaba convertida en cucaracha, comenzarías a mirarme como a una niña. Pero la metamorfosis nunca sucedió y, una vez que me separé de ti, se me desvaneció el deseo de ser insecto. Mi cuerpo de adolescente se desarrolló rompiendo el anhelo de un caparazón que solo tú reclamabas. (Una gran tortuga de tierra está cruzando el salón. El suelo de madera gime bajo el arañazo lento de sus uñas.) ¿Recuerdas la tortuga que me regalaste cuando cumplí siete años? Era casi tan grande como yo, o yo la recuerdo así. Le encantaba el jamón cocido. Me gustaba dárselo en el piquito, que abría redondo como una boca. Como andaba suelta por el piso orinaba en cualquier sitio. Los charcos me parecían tan grandes como los que deja la orina de una persona. Un día, mientras yo jugaba en la terraza con las muñecas, vi cómo la tortuga se colaba bajo la baranda y caía. Escuché el golpe en la calle. Lo único que me regalaste en tu vida se cayó por la terraza. Bajé corriendo y la recogí del suelo. Pesaba mucho. Yo creía que era irrompible, hasta que su caparazón resquebrajado terminó de abrirse en mis manos. Pero el reptil vivía, me miraba, y temblaba. Tú me la arrebataste y, para que no sufriera –dijiste–, la metiste en el congelador. Ese fue el único gesto en que te conocí algo de piedad.

30


Kátharsis XXI

Pero estamos de celebración. Olvidemos a la tortuga congelada. Te voy a contar un chiste. Lo escuché el otro día en la calle y no me hizo gracia porque para mí no era un chiste, sino, exactamente, lo mismo que tú me respondías cuando yo te pedía, de niña, ilusionada, que me llevaras al circo. El chiste es así: el niño dice: “Papá, papá, por favor, llévame al circo”, a lo que el padre responde: “De eso nada. Quien quiera verte, que venga a casa”. Años después, te casarías con una mona. Así la llamabas tú: la mona; aquella mujer tan baja se pasaba el día rascándose la cara y los brazos. Se rascaba todo el día. A veces, se rascaba tanto que se hacía unas pequeñas úlceras que hurgaba sin pudor frente a desconocidos. Esas llagas eran lo más profundo de su ser. Decía padecer de una alergia no identificada, que se manifestaba en una especie de eccemas blancos y rojos. Quizás fuera la comezón interior de no poder tener hijos lo que se rascaba sin cesar, la costra seca de la esterilidad. Y es que la mona quería monitos. Pero nunca llegaron y, cuando me echasteis, papá, el circo se vio reducido a vuestro matrimonio: la mona estéril y el domador de pulgas. ¿Cómo? Papá, no entiendo esa insistencia tuya por pronunciar esa palabra que no puedo comprender. ¿Tan importante es? No es que me duela tu esfuerzo, ese balbuceo interrumpido y atascado en tu garganta, pero creo que es innecesario insistir en esa palabra, con la que seguramente quieres herirme. ¿Sabes? Hacía mucho tiempo que no recordaba nada de ti. Había un vacío total y aun cuando intentaba recordar, no podía. Pero desde que decidí celebrar nuestro aniversario y venir a verte, han comenzado a surgir de manera espontánea algunos recuerdos. Por ejemplo, aquel día que me sentaste en tus rodillas y me dijiste: “Cuando te vi por primera vez en la cuna del hospital me dije: si no llora o hace algún ruido dentro de diez segundos, pensaré que es un tumor”. Pues ya ves, papá, no lograste convencerme de que soy fea y, lejos de ir con careta, me gusta enseñar mi cara, y hay días, como hoy, en que me pongo minifalda, porque también estoy orgullosa de mis piernas. (El padre se sienta en la banqueta del piano. Saca una pequeña pastilla de un pastillero y se la coloca bajo la lengua.) Pero papá... ¿todavía sufres de ansiedad? Si a tu conciencia le sirve de alivio, te diría que después del derrame deberías darte por castigado. Seguro que ni siquiera todos aquellos a quienes has herido se complacerían al verte así. En lo que a mí respecta, estás perdonado. Te perdoné el día en que me echaste, porque no hay mejor padre que un mal padre alejando de sí a su hija. Por eso celebro aquel día.

31


Kátharsis XXI

Por cierto, mira, te he traído un regalo, puedes abrirlo cuando me vaya. Es una de esas estatuillas doradas con un letrero que dice: «Oscar al mejor padre». Vaya, te estropeé la sorpresa. Pero déjame que te siga contando. Después de levantarme me preparé el desayuno. Como estamos de aniversario escogí la copa más bonita que tengo, de cristal labrado. La llené de leche. La puse a la altura de mis ojos y me fijé en un rayo de sol que atravesaba el cristal. La copa se veía preciosa, como una lamparita de luz natural junto a mi frente. Entonces la arrojé con fuerza contra la pared. Cerré los ojos y escuché el silencio. Tus gritos no estaban. Solo los cristalitos crujiendo un poco, su modo de decirme, quizás, que ya estaban hartos de permanecer todos unidos en un envase al que no le gusta ninguno de los líquidos que vierten en él. Gracias, me decían los cristalitos rotos y brillantes, Gracias por el firme diamante y el agua suelta. (Un perro enorme negro y con bozal entra en el salón y se sienta a los pies de la hija.) A veces, papá, tengo pesadillas. Sueño que la mona se te muere (¿dónde está?) y tengo que cuidarte en mi casa. Temo que tu espíritu no enflaquezca con la vejez. Mientras duran los efectos del sueño, me prometo no tener hijos, pero entonces me asusta que comience a picarme el cuerpo, que la piel se me llene de eccemas rojos y blancos, y así retomo, de nuevo, la ilusión por ser madre. No. Todavía no tienes nietos. Piensa que soy más joven de lo que parezco, porque no nací hasta que nos separamos. Tú me echaste de casa y entonces nací, a mis trece años. El doctor me colocó bocabajo y me dio un azote para que soltara mi primer llanto. Fue un llanto de alegría. Mis amigos estaban ahí. Me acunaron, me cantaron, me criaron. Hoy todavía están. Son carne de mi carne. El día de nuestro aniversario coincide, pues, con el de mi cumpleaños. Por eso hoy, 18 de julio, amerita, con más motivo, una celebración. Se me acaba de ocurrir que, quizás, la palabra que estás tratando de decir no sea mala. Quizás la palabra sea: Felicidades. Esto sería un regalo. Tu segundo regalo para mí, después de la tortuga. Tengo una idea. Si es esa la palabra que quieres decir, mueve la cabeza en señal de asentimiento. De esta manera no tendrás que esforzarte más. Ya veo. No es esa palabra. Esta mañana, tras tirar la copa de leche me vestí y fui a desayunar al barrio donde me trasladé aquel verano de hace quince años. Desde la cafetería vi la casa donde estuve viviendo. Durante algún tiempo tuve una puerta de entrada que no se abría o se cerraba. Para entrar era suficiente levantarla un poco y apartarla. Decían que el barrio no era bueno. Mientras lo creí dormí con un cuchillo debajo de la almohada

32


Kátharsis XXI

y una botella de cristal sobre el picaporte de la puerta de mi habitación. Después dejé de creerlo. Aprendí a confiar. A oler. Un vecino me puso una puerta de las que se abren y cierran, con unas bisagras doradas. Para entonces yo ya tenía menos miedo y, la mitad de las noches, confiaba. Pero, esta mañana, he sentido la necesidad de incluir en mi celebración otro agradecimiento. Me entraron unas ganas enormes de darle las gracias a aquel vecino. Por eso, antes de venir aquí, pasé por el barrio. Sigue viviendo en el mismo apartamento. Me presenté, y con un abrazo le agradecí la puerta que me protegió del frío cuando llegó el invierno. Después quise hacer el recorrido que me llevaba desde el barrio a mi antigua escuela. Era una buena escuela, papá, porque por el camino aprendía mucho. Estuve caminando media hora, saludando a las mismas prostitutas a quienes saludaba hace quince años. Habían envejecido sentadas en las mismas sillas de madera. Por primera vez he reparado, al mirarlas, en que el vello púbico también se cae, por eso lo tenían pintado. Todavía en la euforia de nuestro aniversario les he dicho que en mi ciudad está de moda la depilación integral, que no pierdan el tiempo pintándose el vello porque muchos hombres ahora prefieren los sexos calvos. También les he dicho que la vacuna del sida se está retrasando. Que se cuiden mucho. (El perro se frota el bozal, que parece incomodarle, contra la pierna de la hija.) Si no te importa, voy a quitarle el bozal al perro. Pero vamos, papá, alegra esa cara. Quisiera que tú también celebraras conmigo. Al fin y al cabo, a eso vine, supongo. Mira, te he traído una caja de cerillas. ¿Querrías, al menos, tirarlas al aire y contarlas antes de que toquen el suelo? Cosas así, te confieso, sí he echado de menos. También extraño las palabras que inventabas. Papá, invéntate una palabra ahora. No tienes que decirla. Puedes escribirla. Toma, aquí también tienes papel y boli. Durante muchos años pensé que tus palabras existían, y por eso, de niña, antes de saber lo que es abrir la lápida de un diccionario, las utilizaba para comunicarme con mis amigos. Ninguno se preguntaba qué significaban, tan pegadas estaban al objeto. Aquellas palabras eran la piel de lo designado. Todo este tiempo he intentado recordarlas, pero no puedo. Esa amnesia, papá, duele. Duele el lagarto sin la piel de su palabra. Pero si no quieres escribir, quizás, papá, podríamos escuchar juntos ese romance antiguo del enamorado y la muerte. ¿Conservas la canción? Mira, también te traigo aquí un papel con la letra, un poco arrugado porque lo he llevado en la cartera durante mucho tiempo. ¡Escuchémoslo de nuevo!, pero esta vez resérvate tus amenazas al final de cada estrofa, aunque sea en pensamiento. Te lo ruego.

33


Kátharsis XXI

Hoy es un día de celebración. Hoy es nuestro aniversario y tenemos que estar contentos. Anda, toma esta copa de vino y brinda conmigo por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos por morir tan despacio. (El perro se ha puesto en pie. El padre balbucea más y mejor. La hija ve cómo sus labios comienzan a encontrar una posición oral. Ahora sí tiene curiosidad y, tal vez, esperanza. En esta ocasión sabe que el padre va a lograr la palabra y permanece atenta. Cerca de él se fija en cómo su vientre sufre pequeñas contracciones, cómo toda la energía se está gestando ahí, a costa de tanto sudor, a costa de respirar menos, de salvar todo el aire para la palabra. Pero, en el mismo instante en que la suelta, el perro alza la cabeza y ladra.) No sé qué has dicho, papá. Te he visto mover los labios pero solo he escuchado un ladrido. Por un momento me has parecido un actor extranjero doblado por un perro, como una de esas películas infantiles donde los cerditos y otros animalitos de granja hablan con voz humana, pero al revés. Me habría gustado escucharte, pero ya es demasiado tarde. Ahora descansa, papá, ha sido demasiado esfuerzo. Mejor guarda tu palabra para la siesta frente a la televisión de la familia cerda. Llama a la mona. ¿Dónde está la mona? Yo ya me voy. Aunque antes, mira, voy a tirar al aire esta caja de cerillas abierta. Sé que, por muchas que fueran, sabrías decirme su número exacto mientras los palitos están todavía en el aire. Pero hoy no son muchos fósforos, y te voy a decir yo el número: son solo quince. Quince cerillas como velas encendidas que festejan nuestro aniversario. ¿Todavía puedes soplar? Anda, papá, sopla después de pedir un deseo. ¿Todavía puedes desear? ¿No? Pues sopla, papá, tú solo sopla.

Marina Perezagua (Sevilla, España, 1978)

34


Kátharsis XXI

El blues de Don Ramón & La Bonita Vecindad Blues Band Que te vaya bien oh Greyhound donde tanto he sufrido, me hice daño en la rodilla y me desollé la mano y fortalecí mis músculos pectorales haciéndolos grandes como vagina (…) comiendo una y otra vez la humilde raíz (…) rodando en generación sobre el floreado sofá como sobre una ribera en Arden— Allen Ginsberg

Yo sé que vienes de una granja. Los servicios higiénicos de las gasolineras siempre están cerrados. Tienes el pelo revuelto & Quieres ir al hospital, pero no es un sitio muy agradable. Llevas de la mano a la boca un tabaco de árbol azul que brinda una hoja azul & sombra & rama & hojas de un bosque azulado: luz de indio de la noche clara & puedo ver la funeraria y el cáncer en tu estómago. Así que mejor vas al zoológico para ver a los gansos.

35

L a t i t u d e s


Kátharsis XXI

Gimnasio esqueleto, Holgazán Paradise, Super Sam, Rasca Buches, Pirata Alma Negra. El gallo, el rock star de la vecindad. Bluejean & tatuaje; Moncho Jazz, agua fría, césped nido, casa de alquiler. Con ese cuerpo de verga flácida forrado en jean, enamorabas a las chicas de los restaurantes, a la tía de Patti y a todas las mujeres bonitas que pasaban por la vecindad. Granjero o cuidador de yates, Tripa Seca o el Peterete… Tu corazón era una hamburguesa & tu espíritu: un largo viaje en autobús. Abandonaste la vecindad (behind the scenes), aquella orgía: Doña Florinda con Kiko & el Chavo. Abandonaste las lágrimas en un supermercado, tal cual abandonabas las cuchillas de afeitar. “Con permisito dijo Monchito. ¡Me voy, sino esta noche Barriga morirá!”. La leche buscaba caminos por el helado y así los niños te perdieron para siempre. Y la bruja del 71, perdió el habla y murió virgen & también murió Jaimito ‘el cartero’.

36


Kátharsis XXI

Cientos de niños lloran y van por las carreteras de América, preguntando por tu paradero. Los vendedores de espaguetis & los carrilanos hablan de ti. ¡Todos los árboles les hablan de ti! Y los garajes & todos los taburetes & todas las feas flores hablan de ti. “Si serás...sí serás...” Esta noche cientos de adolescentes viajan por los caminos haciendo autostop, con mapas de Centroamérica, en las terrazas de buses en Guatemala o en Yucatán buscándote… ¡Hacia el país que eligió de presidente a un antiguo empleado de la Coca-Cola! Tal vez ahora eres aquella luz que cae sobre los animales.

Luis Alberto Bravo (Milagro, Ecuador, 1979)

37


Kรกtharsis XXI El C a s c a b e l Al G a t o

Moraleja El amor es simple como un beso, pero el verso del poeta lo complica bastante.

Olga Carrizales (Monterrey, 1989)

38


Colaboradores Natalia Correa Márquez (Morelos, 1983) Mallinalli Balazo (Coatzacoalcos, 1986) Julio Mejía III (Torreón, 1990) Dulce Alcántara (Distrito Federal, 1988) Noek Izardui (Monterrey, 1982) Adelaida Caballero (Monterrey, 1986) Ingrid Bringas (Monterrey, 1985) Míkel F. Deltoya (Ciudad Juárez, 1991) Juan Rivera (Pachuca, 1992) Claudia I. Solórzano (Tijuana, 1984) René Morales Hernández (Chiapas, 1981) Juan Manuel Zermeño (Monterrey, 1991) Jorge Fernández Granados (Ciudad de México, 1965) Marina Perezagua (Sevilla, España, 1978) Luis Alberto Bravo (Milagro, Ecuador, 1979) Olga Carrizales (Monterrey, 1989) Alejandro Vázquez Ortiz (Monterrey, 1984)


K


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.