El Andén Olvidado (FINAL)

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Cuarta Parte… y final - He decidido que... – me detengo y mi mirada se pierde en el libro que el Destino todavía sostiene entre sus arrugadas manos. De golpe estiro el brazo en un ágil movimiento y se lo arrebato de las manos. Me levanto asiéndolo fuertemente y me alejo unos metros. El Destino no se mueve. Ni siquiera hizo un solo gesto para detenerme. Me mira y le miro. El corazón me late poseído por una furia que se diluye con cada segundo que pasa. – Sabías que lo cogería, ¿verdad? - Si. – la serenidad reina en su rostro. Parece como contento. - ¿Por qué no intentaste detenerme? - No podía. Hay cosas que no podrás entender nunca, Quique. Cojo tan fuerte el libro que los dedos me laten. Devuelvo la mirada a sus tapas negras y gruesas y a sus hojas venidas a un amarillo añejo. << ¡Ábrelo!>> me exijo. << Tienes en tus manos conocer tu futuro, cuál será tu suerte… todo. ¿A qué estás esperando? >> - ¿Qué vas a hacer? – me pregunta el Destino mientras me observa sin perder detalle. - ¿Por qué? - Cada elección que tomas crea un camino y destruye otro. Nunca sabrás cuál es el mejor, simplemente existe un único camino por el que transitas, y ése es el mejor camino, porque no hay otro, solo vives ése al que tú das forma con cada decisión. La cuestión es: ¿qué te dice el corazón? - ¿Ahora tengo que escuchar a mi corazón? – replico con sorna. - ¿Nunca lo has oído hablar? - Cuento mi vida como el tiempo que prolonga su silencio. - ¿Seguro? – abandona el tono sereno y dispone uno más persuasivo. - ¿Acaso no recuerdas cuando te enamoraste por primera vez? ¿Ni tu primer beso, aquel rodeado de noche y luz de farola, con gente pasando al lado y, sin embargo, ausente del mundo? Dime, ¿lo recuerdas? El perfume de aquellos labios vuelve a mí en forma de destellos, de punzadas de recuerdo fugaces. Instantes en los que vuelvo a besarla. Me cuesta tan poco regresar a ese beso y tanto volver, desde allí, al libro que sostengo. - Si. Lo recuerdo. Como si pudiera besarla cada vez que quisiera. - Y en ese momento, ¿no escuchaste nada? Cierro los ojos y vuelvo, otra vez, a la sensación que me producía verla frente a mí, a diez centímetros, entregada. Respiro hondo. Me dejo llevar por sus manos enredadas en mi cuello y entonces lo oigo, es un susurro suave, calmado, seguro. << Bésala, ahora>> Vuelvo para abrir los ojos y ver como el Destino se levanta del banco y empieza a andar hacia la oscuridad más pesada. Entonces abro el libro por la mitad. La tinta es roja y la caligrafía es sencillamente perfecta. De repente un zumbido atraviesa el andén y empiezo a sentir como tiembla el libro sobre mis manos. El temblor es cada vez más fuerte y me obliga a aferrarme a él para que no se me escape. El andén se contagia y el suelo bajo mis pies da una sacudida que casi me hace caer. Del techo, escondido en las sombras, caen pequeños trozos del mármol que lo recubre. El caos es abrumador. - Buena elección. – interviene el Destino desde la lejanía. - ¡¿Qué está pasando?! – le grito. - Ahora eres dueño de tu destino. Disfruta de las consecuencias o húndete con ellas. Ya sabes… Tú decides. – su risa es casi imperceptible. Sin demora devuelvo la vista al libro abierto. Entonces vuelve a vibrar, esta vez con más violencia. Intento leer la página pero en ese instante una pequeña grieta se forma en el corazón del libro, donde acaba una página y empieza otra. Una luz blanca desgarra la grieta como un huracán que arrasa con todo. El resplandor que brota enfurecido me golpea y caigo al suelo. El golpe es absurdo en comparación con mis ojos, me arden. Intento abrirlos pero el resultado es el mismo que al cerrarlos. No veo. La ansiedad acude como el carroñero que huele su festín a


quilómetros. Me empiezo a hiperventilar, a quedar sin aire, a buscarlo desesperadamente en cada carga insuficiente. Los párpados bailan al vaivén de mi lucha por controlarlos. No puedo. Me desmayo. Me despiertan un par de palmadas en el rostro. No se oye ningún ruido. Todo parece haber vuelto a la calma, al magnético silencio. Sigo sin ver. La ansiedad vuelve. - Tranquilo, Quique. Todo está en orden. – el Destino ha vuelto y me levanta cuidadosamente. Su voz firme y tranquila me sosiega. Me sienta en el banco y siento como él hace lo mismo a mi lado. - ¡¿Por qué no veo?! - Nadie puede conocer su destino. Nadie. - ¿Por qué no me avisaste? ¡Si además lo sabías! – le recrimino. - Lo siento, pero no podía. Debía ser así. – posa su mano sobre mi hombro en señal de compasión. - ¿Debía ser así? ¿Por qué? ¡¿Por qué?! - La cuestión es, ¿para qué? - ¿Para joderme la vida? – suelto irónico. - ¿Eres feliz? - No, no lo soy. Nunca me dejarán serlo. - ¿Por qué piensas que todo lo malo que te ocurre no tiene otra razón que la de amargarte la existencia? - Porque… - Porque es mucho más fácil pensar eso que creer que solo es el preludio de algo mejor. – me deja con la palabra en la boca. No tiene sentido decir lo que iba a decir. – porque es más fácil cargarle la culpa al destino y a sus crueles planes, ¿verdad? - Yo… eh… Tienes razón. – cedo. Intento llorar pero no puedo. Sonrío irónico y niego con la cabeza, abatido. – Ni llorar puedo ya. - Mira el lado bueno, solo tienes que buscar las razones para no hacerlo. - ¿Y ahora qué? – digo soltando todo el aire. - Ahora escucha, Quique. Escucha a tu alrededor. ¿No te has percatado todavía? El silencio es denso como la niebla que acampa en las laderas, nada que percibir, nada que escuchar. - Nada… - Aparca tus sentidos. Abre tu corazón, que salga el alma. – me susurra. Dos minutos después sigo en silencio, concentrado, a la espera. Entonces una sensación de euforia me posee. Su efecto estimulante me hace sonreír, me cautiva. Y de repente un leve traqueteo nace en la distancia y se va haciendo más fuerte con cada segundo. Así hasta que se pierde otra vez. - ¿Eso era…? - Un tren, si. No le da tiempo al silencio a cuajar sobre el andén cuando una sensación parecida vuelve a inundarme y a traerme el sonido inconfundible de un tren galopando sobre las vías. - ¡Otro! – Exclamo – ¿Así pasaban antes? - Lo cierto es que si. - Eso significa que era antes cuando estaba verdaderamente cegado… - Bravo – entusiasmado me da una palmadita en la espalda. – Ahora lo ves claro. – sonrío y me siento a gusto. - Ya llega… – dice de pronto el Destino. - Ya llega, ¿el q…? No puedo acabar la pregunta. Es algo nuevo. Nunca lo había sentido hasta ahora. Me domina, me sacude. Fluye por cada rincón de mi cuerpo a sabiendas que no puedo detenerla. Que no quiero detenerla. Termina en el estómago, me lo encoge, como si una mano invisible estuviera apretándolo y soltándolo cada vez.


- Detente. – susurro casi sin fuerzas. El traqueteo del tren cesa al instante y se detiene donde nunca pensé que volvería a detenerse ninguno. El Destino me ayuda a levantarme y me conduce, agarrándome del brazo, hasta la puerta. No puedo ver su forma ni su estructura ni tampoco sus colores, pero no me importa, no lo necesito. Las puertas se abren después del aviso y una ráfaga llena de su aroma dulzón me acaricia, es tan desconocido que me resulta tan gratificante… - Este es mi destino... – murmuro con una seguridad que me sorprende. - Siempre lo ha sido. – me dice ayudándome a superar la distancia entre el andén y el suelo del tren. Cuando ya estoy dentro me siento arropado por la cálida atmósfera del vagón. – Suerte, Quique. Y recuerda, el camino empieza y termina contigo. Escucha a tu corazón cuando el caos sea insoportable a fuera. Y sobre todo, siente el peso de tu cruz, quién sabe a qué maravillosos lugares podrá llevarte. - Gracias Destino. ¿Volveremos a vernos? – le pregunto mientras el segundo aviso anuncia que las puertas se cerrarán en breve. - Quién sabe… - Tú lo sabes… - nos reímos mientras las puertas se van cerrando. El tren vuelve a ponerse en marcha. Desde el vagón solo se escucha el leve rumor del tren encadenando vías y surcando mares y océanos de sombras. Recorro a pequeños pasos y con las manos por delante el pasillo del vagón. Es ancho, muy ancho. Ladeo mi cuerpo en dirección a la ventanilla en busca de la primera butaca. Nada. Aquel vagón parece estar desierto. A medida que me voy acercando al centro crece mi ansia y también el desconcierto. Entonces doy con una. La toco. Parece cómoda. No tiene más que lo necesario, dos reposabrazos y un tacto mullido y confortable. Hay otra butaca al lado. Solo una más. Me siento en una de ellas. Me abandono. Lo necesito imperiosamente. Todo está en paz, por fin. De repente siento como algo me toca. Me levanto de golpe acelerado. - ¿Quién eres? Entonces una mano me coge la mía suavemente. Es pequeña y agradable. Vuelvo a sentir la sensación desatándose dentro de mí. Una mezcla de júbilo y anhelo me devora. Lo siguiente que siento es otra mano que se desliza desde mi frente hasta mis ojos, cubriéndolos bajo su palma. Me vacío de todo, de aire y de pesares. Siento un intenso calor que desprende su mano sobre mis ojos. - ¿Qué estás haciendo? No obtengo respuesta. El calor va en aumento y dudo que vaya a poder aguantarlo, entonces con sus dedos acaricia mis párpados. Siento un frío doloroso y acto seguido una luz cruza el oscuro ancho de mi mirada irradiándola de luz y color. Retira su mano y abro los ojos. La veo. Es preciosa, tanto que un millón de lunas solo serían un millón de estrellas olvidadas a su lado. En mis ojos guardaré eternamente el tesoro de su belleza. Y los recuerdos me devolverán esa imagen una y otra vez a lo largo de los años. Me besa y la beso. Nos besamos. Pregúntame ahora si soy feliz. El andén está vacío. Ya no es mi hogar. Ya no. FIN


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