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Pemol de ma íz

as omos esta r den tro y fuera al mismo tiempo

texto y fotografías por ba rry wolfryd

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Uno de los iconos arquitectónicos más relevantes y múltiples del Centro Histórico es el balcón. Su importancia práctica y su aspecto estético marcan la vida comercial, cotidiana y espiritual. Por definición, el balcón “es una plataforma saliente de un edificio a la que se accede por una puerta o hueco similar y que está cerrada en la cara exterior por una barandilla, una balaustrada o un muro bajo”.

Cuando era niño, el novelista judío Isaac Bashevis Singer viajó de su natal pueblo rural a Varsovia, donde conoció las escaleras y los balcones. Sobre esa experiencia, escribió: “Salí al balcón y descubrí que me encontraba dentro y fuera de la casa, al mismo tiempo”.

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Desde adentro, es un observatorio. Desde la calle, el balcón refleja lo cotidiano, algo de las vidas que transcurren en el interior, detrás de las puertas.

El balcón tiene además una importancia simbólica. Lo asociamos con el lugar donde el amor se encuentra, donde se cultiva una flor, desde donde se protesta en pro o en contra. Es el lugar de los guardias, donde los emperadores, presidentes, dictadores, patriarcas y gente venerable muestran su interés por el mundo de la calle o miran hasta el horizonte.

Su simbolismo se extiende a la lengua. Nos “balconeamos”, se saca algo o a alguien “a balcón”, se expone.

En el balcón se cierra el círculo: uno es a un tiempo observador y observado.

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