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El imperativo eureka

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los principios del cambio

El tema del cambio era de gran interés para los filósofos de la naturaleza griegos, que florecieron en las ciudades jónicas (moderna Turquía occidental) en el siglo vi a. de C. «¿De dónde procede todo?», se preguntaban. «¿Puede algo proceder de nada?» Parecía claro que nada puede proceder de nada. Para algunos esto implicaba la no existencia de un punto de partida, de un comienzo absoluto o de un primer momento de la creación. Sin embargo, para otros —como Parménides y la escuela eleática— sugería, en contradicción con la experiencia, que no existe posibilidad de génesis o cambio.

Los mitos griegos tradicionales establecían que todo comienza desde un punto de partida tras-

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cendente, ya fuera un dios o un ser sobrenatural. El concepto del eterno retorno no era muy del gusto de los griegos y el rechazo rotundo del cambio parecía contradecir los fenómenos cotidianos. A partir de la observación del mundo, los primeros pensadores hallaron una solución diferente, no mítica, al problema del primer principio (arjé). Muchos de estos pensadores, llamados filósofos presocráticos —los primeros en tratar de explicar el mundo por medio de hipótesis naturales o científicas— desarrollaron variaciones de la idea de que el universo en toda su diversidad debe proceder de un elemento natural primordial que subyace a toda la creación.

Tales de Mileto, considerado por Aristóteles el primer filósofo por haber hecho a un lado la mitología como forma de explicar el mundo, afirmaba que ese elemento primordial era el agua, pues es esencial para la vida, el crecimiento y la salud, y puede hallarse en formas visiblemente diferentes (líquido, vapor, hielo y nieve). Filósofos posteriores afirmaron que debía tratarse de un elemento

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