4 minute read

Solo

Next Article
Introducción

Introducción

Estar a solas no significa necesariamente privarse de la compañía de otros. La decisión radical consiste en que nos permitamos a nosotros mismos estar solos, que hagamos cesar esa voz acusadora que está siempre tratando de interpretar y forzar la historia desde una perspectiva demasiado mezquina y complicada.

La sensación de una inminente soledad es una cualidad que puede cultivarse incluso en compañía. La soledad no precisa de desiertos, anchos océanos o silenciosas montañas. El ser humano tiene la capacidad de experimentar las formas más acuciantes e íntimas de soledad viviendo en estrecho contacto con otros, asediado por el ajetreo del mundo. El ser humano tiene la capacidad de sentirse solo en una sala de reuniones, en el más feliz y unido de los matrimonios o a bordo de una embarcación atestada de pasajeros y tripulación.

Las dificultades del estar solos pueden asaltarnos en las circunstancias más íntimas; en la oscuridad del lecho matrimonial: a un centímetro de distancia y a mil kilómetros uno del otro; en el silencio de una pequeña y abarrotada mesa de cocina. Sentirnos solos en presencia de otros es comprender la singularidad de la existencia humana, al tiempo que se experimenta la honda corriente física que, lo deseemos o no, nos une a los demás: la soledad puede ser la medida de la unidad incluso a través de la sensación de lejanía.

A principios del siglo xxi está absolutamente pasado de moda sentirse solo o desear estarlo. Admitir la sensación de soledad equivale a rechazar y traicionar a los demás, como si su compañía no fuera lo suficientemente buena y no tuvieran una vida entretenida e interesante con la que distraernos. De hecho, buscar la soledad es un acto radical.

15

Querer estar solos implica rechazar cierto tipo de hospitalidad conversacional y buscar otra puerta y otro tipo de bienvenida que el vocabulario humano no es necesariamente capaz de definir.

Bien puede ser que ese tiempo que pasamos alejados de un trabajo, de una idea de nosotros mismos o de una pareja sea la esencia del aprecio por el otro, por su trabajo y su vida. Ser capaces de permitirnos a nosotros mismos y a los demás estar solos; vivir de nuevo algo que parezca elegido; estar solos como logro intencionado y perseguido, no como una condena impuesta.

16

ambición

La ambición es el deseo congelado, la energía de una vida vocacional inmovilizada que concretizamos en exceso, en las implacables metas que nos fijamos. La ambición puede ser esencial para la juventud que aún no ha dado frutos, pero se convierte en obstáculo esencial en la madurez. Al proporcionarnos una meta falsificada por exceso de descripción, de costumbre o de entendimiento, la ambición nos aparta de la naturaleza elemental que subyace en la conversación creativa.

La ligereza de la ambición radica en ser comunicable; lo enfermizo de la ambición es ser fácilmente comunicable. Lo que merece una vida de dedicación no desea ser aprehendido por vías que menoscaben la percepción real de su presencia. Lo que es fiel a sí mismo tiene un lenguaje secreto propio y una intencionalidad interna que fluye secreta y llena de sorpresas incluso para la persona que supuestamente lo pone todo en funcionamiento.

El resplandor de la ambición finalmente termina por marchitar los secretos antes de que hayan podido salir a la luz desde dentro y frustra la generosidad y la madurez que dan sazón al discurso de una vida de devoción a una obra.

17

Podemos dirigir el haz de la ambición para iluminar ciertos rincones del mundo futuro, pero en el fondo solo se nos revelan sueños a los que ya estamos acostumbrados. La ambición dejada a su suerte, como la identidad del consabido millonario, se vuelve siempre tediosa, pues su único objeto es la creación de imperios de control cada vez mayores. La vocación verdadera, en cambio, nos transporta más allá de nosotros mismos, nos rompe el corazón en el proceso y al final nos regala humildad, sencillez y nos ilumina acerca de la naturaleza oculta y esencial de esa obra que nos sedujo desde el principio. Descubrimos que al dar el primer paso ya estábamos en posesión de todo lo que necesitábamos y que llegar al final es regresar a la esencia, una esencia que no podíamos comprender hasta haber experimentado el dolor de tener el corazón roto durante el viaje.

Sin importar la vanidosa relevancia que le demos a nuestra obra, somos la materia fértil de mundos que aún no sabemos imaginar. La ambición nos dirige a ese horizonte, pero no nos ayuda a cruzarlo. Esa frontera se desvanecerá siempre entre nuestras manos ávidas de control. La vocación es una conversación entre el cuerpo físico, la obra, el intelecto y la imaginación de cada uno, y un mundo nuevo que es en sí mismo el territorio buscado. La vocación siempre incluye nuestra personal y desgarradora manera de fracasar en el intento de vivir con plenitud. La verdadera vocación convierte la ambición y el fracaso en compasión y comprensión del otro.

La ambición precisa de voluntad y dosis constantes de energía para mantener un rumbo percibido. Por el contrario, la llamada de la vocación exige la atención constante a un campo gravitatorio desconocido que nos rodea y nos nutre, como si respirásemos de la atmósfera la posibilidad

18

This article is from: