El arte de cultivar la verdadera amistad

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Séneca

El arte de mantener la calma

En un mundo donde las redes sociales, las relaciones online y un creciente aislamiento amenazan la idea misma de las amistades profundas y auténticas, la bús­ queda de verdaderos amigos es más importante que nunca. En este breve libro, uno de los mejores sobre el tema, el célebre político y filósofo romano Cicerón nos ofrece una cautivadora guía para encontrar, con­ servar y valorar a los amigos. Con ingenio y sabiduría, Cicerón nos muestra no solo cómo construir amistades sino también por qué deben ser una parte clave de nuestras vidas. Porque, como dice Cicerón, una vida sin amigos no merece la pena ser vida. Presentado en una nueva traducción, que adapta este clásico a nuestro tiempo, El arte de cultivar la verdadera amistad está lleno de reflexiones y consejos atempora­ les que han inspirado a lectores durante más de dos mil años, desde san Agustín y Dante hasta nuestros días.

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BIC: HPX

Sabiduría para una buena vida

ISBN 978-84-120537-7-7

9 788412 053777

Cicerón

Una guía honesta y elocuente para encontrar y ate­ sorar verdaderos amigos, El arte de cultivar la verdadera amistad habla hoy tan poderosamente como cuando se escribió.

El arte de cultivar la verdadera amistad

Otros títulos de Sabiduría clásica

Cicerón

El arte de cultivar la verdadera amistad

Un manual de sabiduría clásica sobre las amistades profundas y auténticas Introducción de Philip Freeman y traducción de Jacinto Pariente

Philip Freeman es el editor de How to Grow Old, How to Win an Election y How to Run a Country, todos pu­ blicados por Princeton. Es autor de muchos libros, incluidos Searching for Sappho (Norton) y Oh My Gods: A Modern Retelling of Greek and Roman Myths (Simon & Schuster). Tiene la Cátedra Fletcher Jones de Cultura Occidental en la Univer­ sidad Pepperdine. Vive en Malibú, California.

Sabiduría clásica para lectores mo­ dernos presenta las ideas atempora­ les y más oportunas de los pensado­ res clásicos en nuevas traducciones, adaptadas a nuestro tiempo. Esclare­ cedores y entretenidos, estos libros hacen que la sabiduría práctica del mundo antiguo sea accesible para la vida moderna.



Cicerón

El arte de cultivar la verdadera amistad Un manual de sabiduría clásica sobre las amistades profundas y auténticas


Título original: How to be a friend © Philip Freeman, 2018 Publicado por acuerdo con Princeton University Press © de la traducción del inglés y del latín, Jacinto Pariente, 2019 © Ediciones Koan, s.l., 2020 c/ Mar Tirrena, 5, 08912 Badalona www.koanlibros.com • info@koanlibros.com ISBN: 978-84-120537-7-7 • Depósito legal: B-2898-2020 Diseño de cubiertas de colección: Claudia Burbano de Lara Maquetación: Cuqui Puig Impresión y encuadernación: Liberdúplex Impreso en España / Printed in Spain Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. 1ª edición, febrero de 2020


Ă­ndice

IntroducciĂłn vii El arte de cultivar la verdadera amistad 1

Notas 79 Lecturas recomendadas 87



introducción

Ático fue el mejor amigo de Marco Tulio Cicerón. Su nombre completo era Tito Pomponio pero su amor por Grecia, especialmente por la ciudad de Atenas, situada en la región de Ática, donde pasó gran parte de su vida adulta, lo llevó a adoptar el sobrenombre de Ático. Cicerón y él se conocie­ ron de jóvenes, congeniaron rápidamente y fueron amigos de por vida. Cicerón se consagró a la polí­ tica y vivió en la turbulenta Roma del siglo i a. C., época de tremenda inestabilidad política y marca­ da por la guerra civil. Ático, por su parte, se dedicó a observar la política romana desde la seguridad que le brindaba la distante Atenas, pero conservó el contacto con los líderes de ambos bandos. Aun­ vii


que a menudo vivieron separados, Cicerón y Ático mantuvieron una fértil correspondencia que reve­ la una profunda amistad y un cálido afecto. En el 44 a. C. Cicerón ya ha cumplido los sesenta, lo cual lo convierte en un anciano según los estándares de la época, y vive en su finca de las afueras de Roma, alejado del centro del poder político por orden de Julio César. Para aliviar el dolor por el destierro y por la reciente muerte de su amada hija, se dedica a la escritura. En apenas unos meses, escribe algunos de los más amenos e influyentes tratados acerca de la naturaleza de los dioses, el apropiado rol del gobierno, los gozos de la edad madura y el secreto de la felicidad. Entre ellos se encuentra un pequeño ensayo sobre la amistad dedicado a Ático. El arte de cultivar la verdadera amistad —De Amicitia, en latín— es posiblemente la mejor obra sobre el tema. De sus breves páginas extraemos una enseñanza sentida, sincera y conmovedora, algo nada habitual en la literatura clásica. En gene­ ral, los romanos tenían un concepto práctico de la viii


amistad, se trataba sobre todo de una relación cuyo fin era el beneficio mutuo. Cicerón no niega la im­ portancia de ese tipo de amistad, pero trasciende el utilitarismo y aboga por un tipo de relación más profunda en la que dos individuos (y excepcional­ mente alguno más) encuentran en el otro a alguien que no busca sacar beneficio de ellos. Platón, Aristóteles y otros filósofos griegos habían escrito sobre la amistad mucho antes y sus obras indudablemente influyeron en Cicerón. Pero el romano va más allá de sus predecesores para ofrecernos una convincente guía que nos en­ seña a encontrar, conservar y apreciar a aquellas personas a las que valoramos no por lo que puedan darnos sino porque en ellas descubrimos a un alma gemela. El marco ficticio de la obra es una conversa­ ción que había tenido lugar en un jardín muchos años antes, en el 129 a. C., entre un anciano gene­ ral y orador llamado Cayo Lelio y sus dos yernos, Cayo Fanio y Quinto Mucio Escévola. Lelio está de luto por la muerte de su mejor amigo, Publio ix


Cornelio Escipión el Africano, acaecida pocos días antes. Los jóvenes yernos piden a Lelio que les explique qué han aprendido Escipión y él sobre la amistad verdadera después de pasar la vida juntos. Tras una inicial reticencia, el anciano finalmente accede. Décadas después, cuando Cicerón es un joven discípulo de Escévola y este un anciano hombre de Estado y distinguido jurista, Escévola explica a Cicerón lo que aprendió aquel día. Cice­ rón, a su vez, recoge para su amigo Ático y para los lectores futuros las palabras de Lelio, que en realidad son suyas, acerca de la naturaleza de la amistad. El arte de cultivar la verdadera amistad está lle­ no de consejos universales sobre el tema. Algunos de los mejores son los siguientes: 1 Existen diferentes clases de amistad. Cicerón recono­ ce que a lo largo de la vida conocemos a muchas buenas personas a las que llamamos amigos, so­ cios, vecinos, etc. Sin embargo, afirma que hay una x


diferencia esencial entre los conocidos que nos resultan convenientes y esas pocas personas con las que nos vinculamos profundamente. Dichas amistades especiales son escasas, pues cultivarlas exige tiempo y voluntad. Estos son los amigos que nos transforman, tanto como nosotros los trans­ formamos a ellos. 2 Solo las buenas personas pueden ser verdaderos amigos. Es cierto que las personas de escasa fibra moral pueden tener amigos, pero solo podrán ser ami­ gos de conveniencia por la simple razón de que la auténtica amistad exige confianza, sabiduría y una bondad básica. Los tiranos y los canallas se utilizarán unos a otros, igual que utilizan a las buenas personas; sin embargo, nunca encontrarán la verdadera amistad. 3 Debemos elegir a nuestros amigos con precaución. Al iniciar una amistad es necesaria la prudencia, aun­ xi


que solo sea por lo doloroso que resulta termi­ narla cuando el amigo no resulta ser la persona que creíamos. Hay que tomarse el tiempo que haga falta, actuar con calma y descubrir qué hay en el fondo del alma de la otra persona antes de entregarle esa parte de nosotros mismos que la verdadera amistad exige. 4 Los amigos nos hacen mejores personas. Es imposible florecer en soledad. Si nos aislamos, acabaremos por estancarnos y perderemos la capacidad de vernos tal y como somos. Un amigo de verdad siempre supone un reto para ser mejores personas porque es consciente de nuestro potencial. 5 Haz amigos nuevos pero conserva los antiguos. No hay mejor amigo que el que está con nosotros desde el principio. Sin embargo, tampoco es con­ veniente limitarse a las amistades de la juventud, pues están fundadas en intereses que quizá ya no xii


compartimos. Hay que estar abiertos a las nue­ vas amistades, también con personas más jóvenes que nosotros. Ambas partes saldrán enriquecidas de ello. 6 Los amigos son sinceros entre sí. Los amigos nos dicen lo que necesitamos oír, no lo que queremos que nos digan. El mundo está lleno de aduladores, pero tan solo un verdadero amigo, o incluso un enemigo, se arriesgará a enojarnos con la verdad. Como nosotros también somos buenas personas, escucharemos a nuestros amigos y recibiremos sus palabras con la debida gratitud. 7 La amistad es un premio en sí misma. Cicerón reco­ noce que la amistad tiene ventajas prácticas como el consejo, el compañerismo, el apoyo en la ad­ versidad, pero en el fondo, afirma, la verdadera amistad no es una relación comercial. No busca compensación ni necesita cuadrar las cuentas. xiii


8 Un amigo nunca nos pedirá que obremos mal. Un amigo lo arriesga todo por otro menos su honor. Si un amigo nos pide que mintamos, engañemos u obremos de forma indigna, debemos considerar atentamente si esa persona es quien creíamos que era. Dado que la amistad se basa en la bondad, no puede existir cuando se nos exige obrar mal en su nombre. 9 Las amistades pueden cambiar con el tiempo. Las amis­ tades de la juventud no serán iguales en la vejez, y está bien que así sea. La vida nos transforma, pero los valores y las cualidades que un día nos atrajeron pueden sobrevivir al desgaste del tiempo. Y como el buen vino, la amistad verdadera mejora con la edad. 10 La vida sin amistad no merece la pena. O en pala­ bras del propio Cicerón: «Imaginad que un dios xiv


os transportara a un lugar donde tuvierais todas las cosas materiales que pudieras desear pero no hubiera ningún otro ser humano. ¿No tendríais que ser de acero para soportar una existencia se­ mejante? ¿No perderíais por completo la capaci­ dad de sentir alegría y placer?» Desde san Agustín hasta Dante y más allá, esta pequeña obra de Cicerón ha ejercido una enorme influencia en otros escritores y tiene la misma vi­ gencia hoy en día que cuando se escribió. En una época en donde la tecnología y la atención en el «yo» ponen en peligro la idea misma de la amistad y de las relaciones profundas, Cicerón, tal vez más que nunca, tiene mucho que decirnos.

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el arte de cultivar la verdadera amistad

1 El augur1 Quinto Mucio Escévola2 solía entre­ tener a sus amigos con recuerdos de su suegro Cayo Lelio,3 al que sin dudar apodaba «el Sabio». En cuanto a mí, al entrar en la adolescencia,4 mi padre me puso bajo el cuidado de Escévola y me recomendó, en la medida de lo posible y sin fal­ tar al respeto, no apartarme de su lado. Deseoso de aprender de él, me esforcé en memorizar los doctos razonamientos y provechosos aforismos que intercalaba en la conversación. Después de su muerte, frecuenté a su sobrino, el pontífice5 Escévola,6 el hombre más íntegro y capaz de toda Roma. Pero de este ya hablaré en otra ocasión. 1


De momento prefiero centrarme en Escévola el augur. 2 Nunca olvidaré sus enseñanzas, pero hay una conversación en particular que se me ha queda­ do grabada en la memoria. Un día, como era su costumbre, nos reunió a unos cuantos íntimos en el hemiciclo de su casa, y al cabo de un rato abordó un tema que corría por entonces de boca en boca. Ático,7 en aquella época eras muy amigo de Publio Sulpicio8 y estoy seguro de que no habrás olvidado que, cuando era tribuno de la plebe,9 se enemistó con Quinto Pompeyo, que por su parte ostentaba el cargo de cónsul,10 a pesar de haber sido amigos íntimos durante años. Los amargos reproches que se lanzaban, después de la admi­ ración que hasta entonces se habían profesado, extrañaban a todo el mundo.

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3 Cuando comentábamos el caso, Escévola mencio­ nó una conversación sobre la amistad que Lelio había tenido con él y con su otro yerno, Cayo Fan­ nio,11 hijo de Marco Fannio, pocos días después de la muerte de Escipión el Africano.12 Guardé en la memoria las ideas principales de sus razonamien­ tos y ahora las pongo por escrito en forma de diá­ logo para no estar constantemente repitiendo dije yo y dijo él y que así parezca que estamos presentes en la conversación y que los participantes se hallan ante nuestros ojos. 4 A menudo, Ático, me has animado a escribir sobre la amistad. Sin duda es un tema de interés general y además resulta particularmente adecuado para ti y para mí, dado que somos amigos íntimos. Por tanto, siguiendo de buen grado tu consejo, voy a escribir sobre esta materia tan importante para la sociedad. Utilizaré el mismo estilo que en El arte de envejecer,13 obra dedicada a ti en la que puse de 3


protagonista a un Catón ya anciano, pues nadie mejor para hablar del tema que alguien que vivió tanto y que además floreció en la vejez. Cayo Lelio y Publio Cornelio Escipión, como sabemos por nuestros mayores, fueron grandes amigos, así que me ha parecido adecuado poner en boca de Lelio las ideas sobre la amistad que Escévola decía haber aprendido de él. Además, por algún motivo que se me escapa, la relevancia de este tipo de conversaciones aumenta cuando los protagonistas son personas ilustres del pasado. Te confieso que, a veces, me conmuevo tanto cuando releo El arte de envejecer que llego a pensar que no soy yo quien habla sino el propio Catón. 5 Igual que en aquel libro fui un anciano que escri­ bía a otro anciano acerca de la vejez, ahora seré un amigo que escribe sobre la amistad a su mejor amigo. Allí, el protagonista fue Catón, pues nadie en su época fue tan anciano y tan sabio como él. Aquí, será Lelio quien hable sobre la amistad, pues 4


todo el mundo dice que era el mejor y más sabio de los amigos. Te pido que durante la lectura no pienses en mí como autor de estas páginas y te imagines que es Lelio en persona quien te habla. Cayo Fannio y Quinto Mucio Escévola llegan de visita a casa de su suegro poco después de la muer­ te de Escipión el Africano. Cuando sacan el tema de la amistad, Lelio les expone sus ideas con todo detalle. No me cabe duda de que te reconocerás a ti mismo en estas páginas. 6 Fannio: Tienes toda la razón, Lelio. No ha habido hombre tan distinguido e ilustre como Escipión. Sin embargo, ten en cuenta que los ojos de los romanos están ahora puestos en ti. Te califican de sabio y están convencidos de que lo eres. No hace mucho pensaban lo mismo de Marco Catón, y nuestros padres, por su parte, dieron ese apelativo a Lucio Acilio, si bien por diferentes motivos. A Acilio por su dominio del derecho civil y a Catón por sus conocimientos en los ámbitos más varia­ 5


dos. Mucho se ha hablado de las innumerables muestras de prudencia, firmeza y visión de futuro que dio tanto en el Senado como en el Foro y de la agudeza de sus respuestas en los debates. Al final de su vida, el sobrenombre de Sabio era ya prácti­ camente su apellido.14 7 Tú en cambio eres sabio no solo por tu carácter y tus habilidades innatas, sino por tu erudición y sed de conocimiento. No eres sabio en el sentido que el vulgo le da a la palabra, sino en el que le dan los eruditos. Excepto cierto ateniense al que el orácu­ lo de Apolo en persona calificó de sapientísimo, ese tipo de sabiduría a la que me refiero no la ha tenido nadie en toda Grecia, pues los especialistas en la materia ni siquiera consideran como tales a esos que llaman Los Siete Sabios.15 La gente cree que hay en ti tanta sabiduría que consideras que tus mayores tesoros están en tu interior y que la virtud tiene más valor que la caprichosa fortuna. 6


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