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Introducción

Nuestro maestro Jalaluddin

¿Quién es este Rumi, que se ha convertido en una de las voces más potentes de la escena literaria y espiritual contemporánea? ¿Cómo ha conseguido cautivar la sensibilidad de nuestra época? ¿Qué necesidad colma? ¿Qué herida ayuda a curar? ¿Cómo puede un gnóstico musulmán del siglo xiii haber llegado a ser el poeta favorito de miles de personas a las que no les interesa la poesía ni la vía espiritual? En las mezquitas, las universidades, los cafés y estudios de Hollywood, todo el mundo lee, o, mejor dicho, todo el mundo cita a Rumi.

Indiscutiblemente, Rumi es uno de los grandes escritores de la historia de la literatura. Es además una figura venerada en la cultura musulmana, especialmente desde los Balcanes hasta India y Pakistán pasando por Irán, Turquía y Afganistán. Su obra consta de un corpus gigantesco de poemas líricos (ghazales y rubaiyat) y una magna obra en seis volúmenes titulada Mathnawi, una colección de pareados en los que el autor teje un rico tapiz de cuentos, humor y enseñanzas espirituales.

El momento clave de la vida de Rumi fue su encuentro con un enigmático místico errante llamado Shams de Tabriz. Aquella comunión de almas encendió en Rumi una hoguera creativa y espiritual que siguió viva hasta su muer-

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te. En Shams, vio la imagen de lo divino y experimentó a Dios con una intensidad sin precedentes. A pesar de que los sufíes siempre han mantenido una meticulosa distinción entre el sirviente —el ser humano— y el Señor —Dios (la mística musulmana no acepta la idolatría, ya sea material o personal)—, en los versos más extáticos de Rumi se desdibujan los límites entre lo humano y lo divino.

Las metáforas extremas del amor sensual y la embriaguez que encontramos en las odas y los cuartetos forman parte de la tradición poética, pues en el fondo no hay palabras que transmitan con mayor eficacia la apabullante naturaleza del encuentro con lo Divino. La tradición literaria europea no está acostumbrada a esta unión entre lo sensual y lo espiritual. En la cultura occidental, la religión y la literatura han tomado derroteros distintos. Esta división es mucho menos evidente en el seno de la cultura musulmana; de hecho, hay quien niega su existencia. Los sufíes no eran ni estrictos puritanos ni personajes sensualmente indulgentes, sino que eran seguidores de la Vía Media del profeta Mahoma, que incluía el matrimonio, un estilo de vida socialmente útil y una existencia «en el mundo, pero no del mundo».

En Rumi encontramos un modelo de la armonía posible entre lo físico y lo espiritual, entre el corazón y la mente, entre lo eterno y lo perecedero, entre lo humano y lo Divino. Rumi no era un extremista religioso, un rebelde prometeico ni muchísimo menos el apóstol de una especie de erotismo místico. Son muchos los que se sorprenden al descubrir que aquel hombre apasionado y extático se ganaba la vida como consultor legal en materia de jurisprudencia islámica. Cumplía con sus oraciones y ayunos como cualquier otro musulmán, pero se oponía a la «religión» unidimensional e hipócrita, que es y ha sido siempre enemiga mortal de la verdadera espiritualidad.

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Mevlânâ Jalaluddin Rumi alcanzó el corazón de lo real y volvió de él con la fragancia y el sabor de la verdad. No solo es uno de los mejores talentos literarios de la historia, sino que, y quizá esto sea lo verdaderamente importante, dedicó su genio al tema más elevado que existe: las relaciones del ser humano con Dios, con la Verdad en sí misma. Las palabras de Rumi nos divierten, nos inspiran, nos enseñan y, de forma muy sutil, nos guían, pero sobre todo nos tocan en el nivel donde más necesitamos ser tocados: en lo más profundo de nuestro corazón.

Sin embargo, Rumi no se coloca por encima de sus lectores. Es un ser humano como cualquier otro, pero quizá más paciente, más humilde, más indulgente y más flexible que la mayoría. La coherencia entre sus palabras y su forma de vida es otra de las características de su grandeza.

Esta humanidad y cercanía, sin embargo, pueden resultar engañosas si caemos en la tentación de creer que nuestro pensamiento está al mismo nivel que el suyo. Con todo, que cada cual parta de donde está y extraiga de Mevlânâ lo que pueda.

Nuestra cultura, estoy convencido de ello, apenas comienza a vislumbrar la profundidad de la obra de Rumi. El reto es encuadrar su percepción y su sabiduría en nuestra propia experiencia humana.

Kabir Helminski

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